Hace tiempo que la literatura especializada sobre museos habla de ellos como espacios de transformación. Gradualmente fue modificándose su concepción de espacios de conservación y resguardo de objetos curiosos o de memoria, a escenarios donde se despliegan discursos que redundan en la transformación del visitante a partir de diversos detonantes. Sin importar si es de ciencia, de arte o de historia, el museo como institución se ha visto envuelto en discusiones que involucran su función social, su pertinencia, su presupuesto y que, sin duda, se han agudizado de cara a los efectos económicos de la pandemia y del confinamiento.
Prácticamente todo, todo lo que conocemos como estructura de vida y socialización se está transformando a raíz de la pandemia, y han salido varios artículos que reflexionan en torno a la situación de los museos y al sector cultural en términos generales en el marco de las decisiones económicas que esta administración federal ha tomado. No me propongo bordar sobre el mismo punto, pues el lector que desee conocer un panorama pormenorizado se puede remitir al excelente artículo de Graciela de la Torre que publicó El país el pasado 2 de mayo, “Cómo acabar con la creación, los museos y el andamiaje cultural de México”.
Además de contar con una larga, próspera e intachable trayectoria en el ramo de la gestión de instituciones públicas y privadas, así como de estar familiarizada con las discusiones contemporáneas en torno a la ontología y funcionalidad del museo, De la Torre ha sido una impulsora activa de la construcción de mecanismos para apoyar el desarrollo de estos recintos desde el punto de vista curatorial, mercadológico y presupuestal. Si en otros países se encara ya la coyuntura de reabrir los recintos conservando las máximas normas de seguridad para el público que recién sale a sus actividades de nuevo, en México los museos públicos enfrentarán un drama adicional: no es sólo abrir y garantizar la “sana distancia”, es abrir con un recorte presupuestal abrumador, abrir sin garantía de pago para el personal de capítulo 3000, abrir sin oferta atractiva de exposiciones, abrir sin la expectativa de que haya largas filas de visitantes impacientes: el mundo que construyeron personajes como Graciela de la Torre ha cambiado drásticamente. ¿Cómo imaginaremos los museos en el tiempo que viene?
Ya vimos en esta cuarentena que la generación de contenidos en línea no es lo fuerte de los museos mexicanos. El ICOM (International Council Of Museums) ha recomendado crear exposiciones y recorridos virtuales, hacer exposiciones en Pinterest e Instagram, crear historias con hashtags e, indudablemente, muchos recintos han logrado sostener su oferta aún con el confinamiento. ¿Qué viene después? Ingresos escalonados y regulados, toma de temperatura a los visitantes, gel y distancia sana en los museos que albergaban grandes oleadas de visitantes nacionales y extranjeros. Pero ¿cuál es el escenario real de museos menos favorecidos que, si de por sí ya enfrentaban crisis presupuestales, ahora han recibido el tiro de gracia con la solicitud de recortar su gasto en un 75%?
Los museos son espacios de transformación, decía al inicio, y justamente por ello, son espacios físicos que proporcionan estímulos y ambientes propicios para la sanación, para el encuentro del visitante con su dimensión trascendente. El problema de la oferta en línea es que, en mucho, proporciona información, mas no afectación estética. Se trata del carácter aurático de las colecciones, tal y como lo define Walter Benjamin en La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica (1936): “Todo el ámbito de la autenticidad escapa a la reproductibilidad técnica”; el carácter histórico de los objetos exhibidos encuentra una nueva dimensión en la medida en que se consumen a distancia, mediados por una pantalla.
En el consumo virtual, la vinculación afectiva se diluye en pro de un ánimo de coleccionista: se pueden formar galerías, compartir, hacer grandes las fotografías para apreciar detalles de las piezas, pero el aura de los objetos permanece en ellos y en sus recintos. “¿Qué es propiamente el aura? Un entretejido muy especial de espacio y tiempo: aparecimiento único de una lejanía, por más cercana que pueda estar” (Benjamin, La obra de arte…, p. 47). Ese entretejido de espacio y tiempo se desarma si falta, naturalmente, una de las variables: el espacio. El consumo virtual merece ser analizado con detenimiento, desde luego, pero la experiencia está condicionada por el espacio y el encuentro con la historicidad y la tradición que comportan los objetos exhibidos.
Los museos también son sitios para la investigación: no sólo para los profesionales que ahí laboran, en contacto con colecciones, con objetos reales, con su materialidad y enfrentando cotidianamente el drama de su preservación; sino también para el público visitante: recorrer, discurrir a través de lo que un curador ha propuesto; es una labor investigativa: los detalles que revelan las piezas, más allá de los discursos, reportan una experiencia de conocimiento. ¿Volveremos a tener esa experiencia? En mi fuero interno, quiero responder que sí. Lo que seguramente cambiará serán los modos de aproximación, la gradualidad o administración de las afluencias ante propuestas que, tímidamente, reclamen de nuevo territorio: su espacio.
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Bueno e inquietante articulo. Cuando los museos que sobrevivan reabran puertas, habran de hacerse dos preguntas: que aprendimos del virus? Y que sucedió tras la pantalla?
Un abrazo Sara querida