Como cada 8 de marzo, ante una ciudad amurallada, símbolo de la cerrazón y de la provocación del gobierno en turno, las mujeres alzamos la voz frente a la incesante violencia que enfrentamos no sólo en la CDMX sino en todo el país.
Nuevamente, el color violeta inundó las calles como bandera de lucha por nuestras libertades, nuestra dignidad e incluso nuestra vida. Sin embargo, la única respuesta que se obtuvo por parte del gobierno fue más violencia.
En una abierta confrontación, alejados de su objetivo primordial y reproduciendo todos los prejuicios que se buscan erradicar a través del feminismo, los cuerpos policíacos que se deberían encargar de velar por la integridad y la vida de todas las mujeres que vivimos en la capital, fueron utilizados para intimidar y reprimir.
Cada día estamos más lejos de esa ciudad moderna y progresista que ha sido pionera en el reconocimiento de los derechos de las mujeres desde hace décadas. La falta de compromiso con la agenda de las mujeres por parte del gobierno ha quedado en evidencia y con ella, la posibilidad de construir un futuro distinto al presente que hoy nos aqueja como sociedad.
La deuda histórica que aún prevalece en materia de igualdad y empoderamiento de las mujeres fue desplazada a segundo plano por la falta de sensibilidad ante los legítimos reclamos de miles de mujeres que lo único que queremos es vivir tranquilas y seguras en nuestros entornos.
Hoy sabemos que no les importa garantizar condiciones de vida más igualitarias para las niñas y mujeres en nuestro país. Se les olvidó que la desigualdad, la pobreza y la falta de oportunidades impacta de manera desproporcionada a este sector de la población, cerrando la puerta a la posibilidad de construir una vida mejor para nosotras y para nuestras familias.
Lejos estamos de poder retomar el rumbo en el ejercicio de los derechos de las mujeres, frente al desdén y la indiferencia que llevaron a la desaparición de políticas públicas integrales como las estancias infantiles que garantizaban mejores condiciones para las familias trabajadoras, imponiéndole cargas adicionales a las que ya tienen en materia de cuidados, o como los refugios para mujeres víctimas de violencia, dejando a su suerte a más de 20 mil mujeres que eran atendidas a través de este programa.
Hoy parece ser que no importa que en la peor crisis sanitaria y económica que ha vivido nuestro país, millones de mujeres hayan dejado de tener un empleo y un ingreso para mantener a sus familias. No importa que las brechas salariales entre mujeres y hombres por realizar el mismo trabajo sigan existiendo y que únicamente permitan que las mujeres reciban menos de 5 mil pesos mensuales. No importa que las mujeres no tengan las mismas posibilidades de tener un empleo formal con prestaciones como servicios médicos y ahorro para el retiro.
Tampoco importa que vivamos en un país donde son asesinadas 11 mujeres al día, por el sólo hecho de ser mujer. Ni que haya más de 4 mil mujeres desaparecidas en poco más de 2 años. Ni que cada día haya casi 500 denuncias por violencia familiar. Ni que el 90% de las mexicanas hayamos sido víctima de algún tipo de violencia en el trabajo, en los espacios públicos o en los hogares donde deberíamos sentirnos seguras y protegidas.
Para todas esas mujeres, dentro del vergonzoso y lamentable muro que cercó Palacio Nacional, sólo hubo descalificación, estigmatización y negación de nuestra dolorosa realidad; no hubo soluciones, ni mucho menos empatía.
De nuestro lado, quedaron marcados los nombres de miles de víctimas en nuestra memoria. Nos queda la rabia, el amor y la fuerza para seguir resistiendo juntas, luchando hombro a hombro por un país donde haya justicia y paz para las mujeres que aquí seguimos y para las familias de las mujeres que hemos perdido en el camino.