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Lobo Román propone habilitar más espacios de aislamiento para COVID-19

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Víctor Hugo Lobo Román, presidente de la Junta de Coordinación Política del Congreso de la Ciudad de México, propuso habilitar la Sala de Armas “Fernando Montes de Oca”, en Iztacalco;  el CCI en Iztapalapa, y el Centro de Arte yCultura Futurama en la Gustavo A. Madero, como centros temporales de aislamiento y resguardo  para personas que dieron positivo a COVID-19 en las pruebas rápidas.

Frente al incremento de casos y hospitalizaciones por el virus SARS-CoV-2, Lobo Román resaltó que en la CDMX se implementó una mayor realización de pruebas rápidas. Sin embargo, puso de manifiesto que gran parte de la población carece de la posibilidad de tener lugares de aislamiento. 

De acuerdo con el también coordinador del Partido de la Revolución Democrática (PRD), el Centro de Arte y Cultura Futurama, en la colonia Lindavista, alcaldía Gustavo A. Madero; la Sala de Armas “Fernando Montes de Oca”, en la colonia Granjas México, alcaldía Iztacalco;  y el Centro Cultural Iztapalapa, cuentan con  la infraestructura  arquitectónica para resguardar a los pacientes de coronavirus. Asimismo, resaltó que dichos inmuebles tienen accesos de vialidad independientes y servicios básicos para operar como centros de aislamiento temporal. 

Para el funcionario local, es de suma importancia que las autoridades sanitarias cierren el círculo de protección para los habitantes de la CDMX. Esto, sobre todo a fin de evitar que las personas que han dado positivo a COVID-19, continúen con la propagación de la enfermedad en sus familiares y seres cercanos. 

Cabe señalar que en las últimas jornadas, la capital del país ha sido un escenario de un incremento de casos,  decesos y personas hospitalizadas por coronavirus. Hasta el momento la demarcación tiene  3 mil 632  lugares ocupados en los hospitales. De dicha cantidad,   2 mil 746 son de atención general y 886 para intubaciones.

Finalmente, es importante mencionar que la Ciudad de México ha sido escenario de 204 mil 448 contagios acumulados de COVID-19 y 17 mil 484 defunciones

Tiempo de cuarentena

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Según la Real Academia Española, el término cuarentena no necesariamente hace referencia a cuarenta días en sentido estricto. Designa un periodo de tiempo en que, por razones de prevención, se mantiene aislamiento; probablemente, la cuarentena, en origen, sí duró cuarenta días en recuerdo de los que pasó y ayunó Cristo en el desierto. En el texto bíblico, son numerosas las referencias a los cuarenta días, más como un tiempo de prueba que como un retiro preventivo. En el Génesis (7:17), por ejemplo, se relata que Dios hizo que lloviera cuarenta días y cuarenta noches; en el Éxodo, donde se relata la salida del cautiverio del pueblo judío, se menciona que Moisés entró en una nube y que fueron cuarenta días y cuarenta noches las que permaneció en el Monte Sinaí (Ex. 24:18); Jonás recorrió la ciudad de Nínive y proclamó que dentro de cuarenta días, la ciudad sería arrasada (Jonás, 3:4). Todas las menciones a los cuarenta días, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, refieren a un periodo de probación, de desafío, de resistencia.

Atendamos entonces al tiempo, que es un no tiempo, de los relatos fundacionales: 40 días o 40 años designan una cantidad necesaria para probar que alguien es capaz de hacer frente a una o varias pruebas arduas. Aunque nuestro confinamiento relativo y semivoluntario es una prueba difícil, otros países se las han visto peores. Si queremos ver este tiempo como tiempo de productividad, considero que habremos caído en un grave error. Porque las pruebas no nos permiten la productividad en los términos en los que la demanda el capitalismo de la modernidad. No basta con ver el meme –por cierto, nada inspiracional– de “el que no salga de la cuarentena con un nuevo proyecto, un libro leído o sabiendo un idioma… bla, bla, bla” para ponerse los pantalones y comenzar la acción. Yo soy de las que ingenuamente pensó en el tiempo que tenía por delante como el ideal para escribir artículos, terminar todas esas lecturas pendientes, arreglar los clósets y ponerme a dieta. En realidad, el pensamiento de un tiempo indefinido que pasaría en un lugar indefinido me tenía bastante angustiada.

cuarentena y angustia
Ilustración: Sebastiano Monti.

Tampoco se trata de un tiempo de ocio, es decir, de un tiempo que podemos dedicar, por suspensión voluntaria de labores, a otras que no realizamos como actividad productiva. No es un tiempo para especular tranquilamente, porque lo último que tenemos es tranquilidad. Este tiempo es un tiempo de excepción y, a diferencia de cuando vivimos un desastre, un atentado o un cataclismo, este tiempo no tiene una duración que se marque a partir de una crisis, pues no sabemos en qué momento enfrentaremos la verdadera crisis.

Fernand Braudel en La historia y las ciencias sociales hablaba del acontecimiento como algo éclatant, brillante, como un fulgor que, de pronto, se extingue pero deja trazas de haberse encendido y es entonces cuando los historiadores despejan el humo para asomarse a conjeturar qué fue lo que sucedió allí. En este caso, no hay un acontecimiento fulgurante: tenemos una epidemia que, al cabo de los meses, se convirtió en pandemia y un cúmulo de teorías en torno a ella. Tenemos una construcción diaria de un proceso que, en cada país, va tomando proporciones distintas, que se politiza, que se extrema y que causa pánico en muchos.

El enemigo es, en ocasiones, una pequeña esfera crestada, presumiblemente de color verde, que se ha hecho ver a fuerza de los mass media y de la imaginación popular. Otras veces, el enemigo es el que tiene que salir a la calle a trabajar y representa un riesgo de contagio. Otras, es la autoridad sanitaria, de cuyos números se duda porque hay razones para hacerlo. En esa construcción diaria de la pandemia, hay días en que el protagonista es el virus, otros en que los villanos son quienes agreden al personal médico y otros los “irresponsables” (algunos sí, desde luego) que salen a la calle y que ponen en riesgo el encierro que “yo religiosamente he llevado”.

aislamiento y cuarentena
Ilustración: Tea Jurisic.

Vean cómo en estas narrativas, el verdadero protagonista soy yo y mi entorno amenazado, lo cual revela que en nuestro país no existe el concepto de responsabilidad social, no al menos como en otros ámbitos. Vean cómo en estas narrativas, lo que está en juego es la calidad del montaje para producir emociones, generar obediencia o bien, rechazo abierto a las medidas, ya por ignorancia, ya por negación, ya por ambas.

 ¿Y qué pasa después de la cuarentena? No sé; no sé lo que pasa al franquear esa barrera, porque cabalmente, y como la estemos llevando, nadie puede cantar victoria todavía. Sabremos que tuvimos relativo éxito una vez que las autoridades sanitarias declaren que podemos volver poco a poco a salir, y conste que no digo a nuestra vida normal, porque eso ya es diferente y la vida que teníamos antes no volverá. Después de los cuarenta días, Noé abrió la ventana del arca que había construido por instrucción divina; una paloma le trajo una vara de olivo. Tuvo que esperar varios días más hasta entender que el agua que inundaba la tierra se había secado y podía salir. Se tardó, pero hubo un después. Tras los cuarenta días que Moisés permaneciera oculto a la vista de su pueblo, bajó con las tablas de los mandamientos y un rostro tan resplandeciente que Aarón y los suyos tuvieron miedo de que se les aproximara. No era el mismo, pero hubo un después.

Lo que sabemos es que la vida no va a ser igual. Que muchas de nuestras prácticas sociales y en privado se van a modificar; que tendremos que construir sobre una economía en contracción, pero que eso es, a la vez, una oportunidad. A cada quien le llegará, a su tiempo, su paloma con una vara de olivo: nadie tiene que hacerse vegano, ni yogui, ni bajar 10 kg, ni obtener un grado en línea en esta cuarentena. Tampoco es obligación hornear pasteles ni hacer mandalas. Hay que resistir y sobrevivir de la mejor manera que podamos, con lo que tenemos y quienes tenemos a la mano, y esperar el fin de la prueba. Habrá un después.


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Calidad de vida en aislamiento: 1ªParte

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El universo y la naturaleza están diseñados para funcionar con cierto orden. Desde diferentes puntos de vista, el orden es condición para la calidad de vida de las personas y la armonía social. Incluso, a escala familiar, organizacional y comunitaria, está demostrado que el rediseño del espacio impacta en los niveles de tranquilidad, armonía y seguridad, incrementando así la percepción de la calidad de vida a nivel personal.

Ahora, el aislamiento forzoso al que nos ha sometido la pandemia del SARS COV2 (COVID-19). Nos brinda la oportunidad de experimentar y comprobar cómo al organizar nuestro hogar y hacerlo más confortable, nos sentimos más dispuestos a arreglar nuestra persona, relacionarnos con otros y emprender nuevos proyectos.

La realidad es que nuestro hogar es una extensión de nosotros mismos. De tal manera que es importante brindarle atención, porque condiciona nuestra percepción de la calidad de vida que tenemos.

calidad de vida en aislamiento
Ilustración: Xin Sun.

Cuanto más abarrotada, desordenada y sucia se encuentra nuestra casa, más fatiga y falta de energía sentimos, porque la casa es un reflejo de nuestro estado de ánimo y, a su vez, condiciona nuestra disposición psicológica, generando así un círculo virtuoso, o vicioso, según lo veas.

Si por tanto aislamiento te encuentras un tanto deprimido, disperso, cansado, apático o simplemente no se te antoja hacer espacio para nuevos proyectos, te invito a ocuparte en poner en orden tu casa para poner en orden tu vida.

EN PERSPECTIVA, así lo demuestran los más recientes estudios de la Sociedad Mexicana de Estudios de Calidad de Vida, nuestro entorno inmediato condiciona de manera fundamental nuestra calidad de vida.

En la próxima entrega de esta columna, compartiremos sencillos tips para mejorar tu entorno inmediato. Mientras tanto, ve haciendo una lista de posibles mejoras a realizar en esta oportunidad que nos brinda el aislamiento.

Nos vemos en la siguiente entrega.


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Controlar la incertidumbre

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En momentos de temor, nuestros peores pronósticos parecen hacerse realidad e impiden que llevemos cualquier problema de la mejor manera posible. Llevamos apenas unas semanas de medidas sanitarias para frenar la curva de contagio del COVID-19 y poco a poco el miedo se transmite con mayor rapidez que la información oficial.

A través del 5511-8575-55, la línea de atención que opera Confianza e Impulso Ciudadano A.C., hemos recibido muchas llamadas en los últimos días con un común denominador: saber cómo podemos manejar la incertidumbre.

No tener certeza sobre el futuro es uno de los miedos más comunes de nuestra especie. Nos deja indefensos ante fenómenos sobre los que no tenemos control o intervención, dos de los rasgos que se fortalecen cada vez que avanzamos en lo tecnológico o lo industrial. Si no podemos vencer, con todo lo que hemos creado, a una enfermedad o a una catástrofe natural, entonces estamos a merced de la fortuna, de la casualidad, y eso nos aterroriza.

miedo e incertidumbre
Ilustración: Comercio Peru.

De diferentes maneras, muchas personas nos han manifestado esa sensación de falta de estabilidad. Ya sea porque no pueden dormir, tienen pesadillas o sufren de ansiedad en momentos que no piensan que deberían hacerlo, quienes acuden con nuestros especialistas necesitan un apoyo emocional para atravesar por esta crisis de la mejor manera posible.

Cada caso es diferente y no puede tratarse de la misma manera, es un ejercicio de escucha y también de comprensión, una práctica muy humana, pero que se nos ha olvidado con el tiempo. No hay nada de malo en tener miedo, lo que no podemos hacer es ocultarlo y no pedir ayuda.

Para muchos, la salida para ser escuchados es la familia, la pareja o algún amigo cercano; sin embargo, nuestra sociedad se ha desconectado tanto, que de tener un tejido social más o menos sólido, ahora tenemos grandes concentraciones de gente que desconfía una de la otra.

Esa separación social se hace difícil de llevar durante épocas de aislamiento. A diario recibimos llamadas de personas que no encuentran las palabras correctas para explicar lo que les sucede, o peor aún, les da vergüenza platicarlo con alguien más, que en apariencia es un extraño.

incertidumbre
Ilustración: The Current.

No obstante, cuando logran hacerlo, en calma y con la seguridad de que están en manos de un especialista, el desahogo les brinda la paz que tanto buscaban. Estamos para ayudarnos entre todos, aunque suene a lugar común, y creo que ya nos dimos cuenta que no tenemos otra opción.

Si vamos a demostrar la fuerza de la sociedad mexicana, del pueblo mexicano, será por medio de ayudarnos y escucharnos. En las tragedias naturales este proceso es muy rápido en medio de cargas enormes de adrenalina, así que la solidaridad nos sorprende y conmueve, más que hacernos entender que es un proceso que debemos alimentar todos los días desde nuestras casas, calles, colonias y lugares de convivencia.

Tendría que funcionar como los planes de protección civil, es decir, tener un plan de actuación emocional para saber qué hacer en momentos de tanta ansiedad. Ya trabajamos en ello, porque es evidente que por muy avanzados que estemos como especie, seguimos siendo vulnerables a otros habitantes de este planeta, por ejemplo, los virus y las bacterias.

Así que debemos entender que este no es nuestro planeta particular y estamos expuestos a muchos eventos sobre los cuales no hay ningún control posible, a menos de que estemos unidos, bien preparados, con un tejido social fuerte, y una idea de comunidad que hoy nos hace mucha falta.


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El papel (de baño) de la inconsciencia

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Les sugiero tres imágenes para comenzar. Es sencillo el ejercicio:

La primera es la de la línea de cajas del Costco, cientos de personas hacen fila y abarrotan el espacio con carritos llenos de rollos de papel de baño. Todos los que quepan en el carrito, aunque sean para una familia de cuatro personas.

La segunda imagen la vi en Internet –obvio, también la primera–. En un súper en Estados Unidos, una señora arremete violentamente contra otra y comienza el forcejeo por obtener un enorme paquete de papel de baño –aparentemente el último del anaquel–. El personal del súper acude de inmediato y un hombre separa a ambas mujeres.

La tercera es habitual en redes sociales, principalmente Facebook: foto de un jardín, en el que una orgullosa madre –quien seguramente ya se abasteció debidamente– se parapeta con su retoño –de rostro ilusionado, al menos por cinco minutos– en una tienda de campaña que no costó precisamente dos pesos. El texto es “Preparados para la cuarentena” –seguido de emojis felices–.

papel de bano
Ilustración: Medical Today.

En 1998, cuando ya había decidido mudarme de mi casa paterna, todavía tuve que esperar… ganaba 4,200 pesos en dos trabajos, escribía la tesis de licenciatura y no veía mano amiga que implicara adelantar los planes. Me salía a dar clases y a entregar trabajo de investigación en una dependencia gubernamental que no me podía alojar por falta de espacio y equipos –nada que agregar de las decisiones del sindicato–. Regresaba a mi casa a eso de las 10:30 no sin antes pensar en el metro si, de verdad, no tendría que ir a otro lado.

Abría la puerta y estaba mi abuela viendo tele en el antecomedor. No había imagen más deprimente: se rascaba el brazo frente a un televisor que transmitía un programa matutino para gente sin cerebro. Me decía: ¿Por qué tardaste tanto? –apenas giraba los ojos para verme–. Y lo peor: “¿Para qué sales, si no tienes a qué salir?”. Yo me hundía como en hule espuma ante esa frase. Entonces era muy difícil ganar dinero quedándose en casa. Además, yo tenía 21 años. No quería ver su programa de las mañanas ni ser lo mismo que ella, ni quedarme en casa. En esos meses trabajé dando clases, entregando investigación y haciendo la tesis. Hoy, ante la andanada de comentarios en redes, tales como “si no tienen a qué salir, quédense en su casa”, me es inevitable recordar el episodio.

papel de baño compras por coronavirus
Cartoon: Philadelphia Inquirer.

Desde siempre le tuve entre envidia y ojeriza a quienes se sentían felices “estando en su casa”. “Es que no me ha tocado”, pensé. Pero en realidad, nunca me sentí en mi casa, más que trabajando, haciendo lo que me gusta. Una contingencia como la que vivimos ahora –igual que la de 2009 con la H1N1–enfrenta con esa cualidad de “caracol”, mediante la que una tiene la sensación de andar por la vida con cosas a cuestas, pocas cosas, pero imprescindibles, esperando contar con lo esencial a donde sea que haya que establecerse. Lugar que te acoge con tu equipaje y tu bagaje, lugar que se convierte en tu casa. En ese sentido, he tenido la inmensa fortuna de sentirme bien hospedada en mis trabajos, en los que normalmente paso más tiempo que en mi casa.

Hoy tengo el privilegio de tener un trabajo más o menos estable –más de los que he tenido en mi vida– y de decidir a dónde quiero mudarme –sigo buscando el “sentirme en mi casa”–. Mucha gente no tiene lo que yo tengo. Frente a las circunstancias que hoy vivimos, muchos están desamparados y no viven más que con lo que ganan al día. Todos los que han ido a agotar provisiones al Costco podrían pensar 5 minutos en los que no tienen crédito o dinero para hacerse de provisiones, o en los que nos sentimos “homeless” eternos porque estamos y no estamos. Somos funcionales, pero sabemos que nos hacemos en el camino, no llegando a algún lado. Cargamos con dependientes a ratos y somos solventes, pero no sabemos qué sentido tiene eso para nosotros.

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Ilustración: South China Morning Post.

Cierto, quedarse en casa en la autoimpuesta contingencia actual, es un privilegio. Piensen en las empleadas domésticas, por ejemplo, y piensen en que viajan en transporte público por cerca de hora y media para ganar 200 pesos al día. Sí, traen gérmenes. Sí, dependen de esos 200 pesos. Piensen en el desplazamiento de mercancías en una situación de aislamiento y en los establecimientos que no libran el pago de empleados o de la renta si no hay clientes. Claro: ante las gráficas de los medios y las recomendaciones de las autoridades de otros países, es mejor romper la cadena de contagio y quedarnos aislados, dice la lógica. Así ayudaremos a que los servicios de seguridad y salud hagan un mejor trabajo siendo menos demandantes y reduciendo la incidencia.

Pero piensen también en quienes dependen de la venta diaria de sus productos, de las empresas que acaban de abrir o en los que nos sentimos más acompañados entre desconocidos, en la terraza de un bar, viendo a la gente que pasa en la calle. La solidaridad se manifiesta de muy diversas maneras y no se vale juzgar mal o echarle ojos de maldición al que no brinca en un pie de alegría por quedarse en su casa –con hijos, sin hijos, con dinero asegurado o con la incertidumbre de qué van a comer mañana–. Cierto es que, para acotar la pandemia, tenemos que vigilar cuidadosamente y ser conscientes de nuestras pequeñas acciones. Pero pensemos también y seamos solidarios con quienes dependen de su venta del día. El Costco y los grandes supermercados la libran, pero no las fondas, ni los vendedores de dulces ni las tienditas.

cubrebocas coronavirus
Imagen: National Geographic.

Como soy gente de calle, resulta que he trabado amistad con los dueños de los bares y restaurantes a los que voy habitualmente, lo mismo que con los vendedores de velas, dulces, chicles, cigarros. Hoy vi desesperación en sus ojos al percibir la curva que apenas empieza. El señor de las velas se regresó a pedirme que le comprara –lo que nunca hace–, porque en las semanas que vienen “va a tener que cambiar su ruta” si cierran los restaurantes. Y claro, van a cerrar. Cambiar su ruta no creo que lo ayude: habrá menos gente en la calle. Van dos días que no veo a Anselmo, un vendedor de dulces al que le calculo como unos 80 años a cuestas y que es conocido por todos en la ruta de restaurantes que visito. Anselmo está en riesgo por edad, por precariedad, porque anda en la calle y porque, encima de todo, no va a vender nada en varias semanas.

Fin del ejercicio: recuerden las tres imágenes que les propuse al inicio. ¿No se ven más absurdas?


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