Esta época decembrina nos tocará pasarla en casa de mis suegros, en Culiacán. Ante ello, mi madre optó por organizar una comida antes de nuestra partida y así aprovechar, con Susana Distancia y en petit comité, para festejar desde Thanksgiving hasta Año Nuevo –hubo pavo, jalea de arándanos, vino espumoso… pero ahora que me acuerdo me faltaron los romeritos…–. A los invitados nos tocó llevar el postre y entre ellos estaban unas galletitas muy monas, eso sí, con su sellote negro que decía “exceso de azúcares” –lo bueno es que el pastel que llevamos no era procesado, sino la selliza que traería–.
El problema de alimentación en México es muy claro. Según la OCDE en su estudio “La Pesada Carga de la Obesidad: La Economía de la Prevención”, cerca del 73% de la población mexicana padece de sobrepeso. Además, la esperanza de vida del mexicano se reducirá en 4 años durante las próximas décadas por enfermedades relacionadas a la obesidad.
Pocos negarán que señalar a los alimentos cuyo consumo afecta a la salud es buena idea –seguro el que la pensó tenía buenas intenciones–. Mantener a la población bien informada sin duda es una tarea relevante del Estado. Sin embargo, como diría el refrán: “de buenas intenciones está empedrado el camino al infierno”. Y es que la implementación del programa del etiquetado que entró en vigor el pasado 1° de octubre, presenta muchas áreas de oportunidad, pues lejos de ayudar empeora el asunto. En vez de informar y llamar la atención sobre aquellos productos que son nocivos, acaba confundiendo y hasta desinformando. Mientras que una bolsa de papas fritas tiene un solo sello, una bolsa de granola baja en grasa y sin gluten ¡tiene dos! –los niños acabarán comiendo papas en vez de granola… sino es que gorditas de chicharrón de la tiendita–.
No se niega que haya productos con exceso de azúcar, grasas, sodio, etc. Ni tampoco el que haya que cambiar los hábitos de consumo del mexicano señalando a los excesos. Pero si todo se señala es como si nada se señalara. El problema de la alimentación en México no se encuentra en sí en un yogurt, o en una mermelada light, sino en que tomamos más refresco que agua llevándonos a los mexicanos a ser el principal consumidor de refrescos en el mundo por persona y a figurar entre los 10 países con mayor incidencia de diabetes –pero si un jugo de fruta presenta los mismos sellos que un refresco, pues no creo vaya a cambiar mucho la cosa–. Además, dichos hábitos deben atacarse desde distintos frentes. Por ejemplo, el hábito señalado por un análisis del CESOP de la Cámara de Diputados que indica que en México 80% de las mujeres y 62.5% de los hombres no realizan ninguna actividad física, bien podría atacarse con más –o al menos algunas– canchas públicas en las cuales practicar algún deporte.
Desafortunadamente, un país no se construye a base de ocurrencias, de iniciativas aisladas, ni tampoco de puras buenas intenciones. Es justamente porque son buenas las intenciones, que reconocer la necesidad de realizar ajustes a las reglas y a la implementación del etiquetado sería lo sabio por parte de nuestro gobierno –y sabio para mí ponerme a hacer ejercicio en vez de comer tanta galletita–.
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