En el acervo de labores que implican a la reflexión mental hay una que es propia de la autoconciencia, me refiero a la autorreflexión, la consideración que el sujeto hace sobre sí mismo, sobre sus características, sus acciones, sus dificultades o sus posibilidades. En una sección anterior me referí a la autorreflexión en referencia a las propiedades, perspectivas y obstáculos de la introspección; ahora la revisaré en su modalidad de discurso y diálogo interno para lidiar con situaciones novedosas, inciertas o complicadas y para resolver problemas. Esta forma de auto-reflexión suele acontecer en un formato de preguntas y respuestas, como cuál es el mejor curso de acción, cuáles pasos implica, cuáles alternativas admite o excluye y cuáles consecuencias puede tener. El sujeto reflexivo también se suele preguntar si el proyecto que valora es posible, cuál es su utilidad, que tan agradable o desagradable puede ser y, en especial, qué tan deseables, peligrosas, beneficiosas o dañinas pueden ser las rutas y las metas, tanto en términos personales como colectivos.
En ocasiones ya no es necesario formular y responder estas dudas porque los objetos, hechos o situaciones que surgen son conocidos y el camino se toma de forma aparentemente automática o intuitiva, aunque está siempre fundamentado en la experiencia previa y un cálculo asumido de probabilidades. Pero en coyunturas novedosas o cruciales la persona conscientemente se cuestiona y reflexiona sobre posibilidades, cursos de acción y objetivos. Al tratar sobre estas características, Bernard Lonergan propone que la reflexión consiste en una actualización de la autoconciencia racional porque el sujeto es consciente de que está indagando, formulando, buscando y juzgando no sólo las circunstancias de la situación, sino sus propias motivaciones, inclinaciones y capacidades para poder decidir en consecuencia: “La autoconciencia racional exige conocer lo que nos proponemos hacer y las razones que tenemos para hacerlo.”
Por su parte, el neuropsiquiatra gaditano Carlos Castilla del Pino propuso que hay tres formas o tipos de reflexión: retrospectiva, prospectiva y actualizada. La reflexión retrospectiva reconsidera lo ya vivido, lo que se ha hecho, por qué se ha actuado así y las consecuencias que tuvo. Las actuaciones se evocan y se reflexiona sobre ellas con el objeto de aprender de la experiencia, sea para hacerlo mejor, para tomar otra ruta o para abstenerse de actuar. Es una operación deliberada que requiere de la memoria biográfica o episódica, pues en este caso el razonamiento opera sobre el recuerdo. Por otro lado, la reflexión anticipada o prospectiva permite al sujeto inferir lo que puede suceder y la situación en la que se puede encontrar. En este ejercicio no sólo opera el razonamiento verbal, sino formas activas de imaginación cuando la persona vislumbra un curso de acción, imagina otras viabilidades y compara sus trayectorias y posibles resultados como preludios a una decisión. Finalmente la reflexión actualizada ocurre al mismo tiempo que la acción, pues la persona advierte lo que está haciendo, percibe el efecto que tiene su actuación y controla o corrige su ejecución sobre la marcha.
El sociólogo inglés y Premio Princesa de Asturias 2002, Anthony Giddens, afirma que el individuo de la sociedad moderna tiene mayores posibilidades de decidir qué persona quiere llegar a ser y de construir su propia historia de manera reflexiva. Esto es así porque las tradiciones se han debilitado y ya no tienen la tracción o el arrastre que hasta hace poco tenían. Esta modernidad reflexiva constituye una oportunidad precaria o de doble filo pues, por un lado, proporciona mayor libertad, pero, por el otro, mayor vulnerabilidad e incertidumbre: el yo se vuelve más frágil y la existencia más angustiosa. Son signos de una evolución posible pero nada segura. Giddens da este ejemplo a simple vista trivial:
(Cada decisión) …forma parte de un proceso dinámico de construcción del yo. La decisión de vestirse de tal o tal otra manera supone mirar a nuestro alrededor, informarnos sobre la moda, hacer elecciones… Todo eso forma parte de la naturaleza reflexiva del yo en las sociedades contemporáneas.
La investigación empírica sobre la autorreflexión se ha basado en pruebas que evalúan algunos de sus aspectos más accesibles y fundamentales. Por ejemplo, un instrumento se basa en presentar adjetivos o frases sobre características particulares a voluntarios y preguntarles si los conceptos los describen apropiadamente o no lo hacen. Para responder, el sujeto debe emprender una autorreflexión que implica el concepto de sí mismo. Este tipo de métodos ha permitido estudiar las zonas del cerebro involucradas en la tarea, y se ha encontrado que se activa un grupo de estructuras corticales de la línea media del encéfalo y que, cuando estas regiones sufren una lesión neurológica, los pacientes tienen problemas para evaluarse y sobreestiman sus capacidades y su ejecución. La corteza prefrontal medial, que hemos mencionado repetidamente en estas secciones sobre la autorreferencia, está involucrada en estas capacidades. En este caso, el concepto de sí mismo, que es una de las acepciones del término self, obra como un ancla que sesga la toma de decisiones y, como ocurre con todas las funciones que involucran a la autoconciencia, requiere de la intervención de la corteza prefrontal ventromedial. Existen también evidencias experimentales de la influencia que tiene el concepto de sí mismo sobre el profuso procesamiento de información que maniobra entre la percepción, la atención y la memoria.
Recientemente ha resurgido el importante dilema de si la reflexión conduce a tomar mejores decisiones. Algunos investigadores han planteado que no necesariamente encamina hacia decisiones adecuadas porque las personas expertas no se paran a reflexionar, sino que actúan por intuición, es decir, por una extensa experiencia previa ya incorporada en su sistema cognitivo y por un adiestramiento para hacer inferencias preconscientes. De hecho, la autoevaluación se suele enfrentar a sesgos y resistencias, pues los sujetos tienden a identificarse con el modelo asumido de sí mismos, que hemos denominado falso ego, y temen que sufra objeción o devaluación. No parece fácil decidir sobre esta alternativa en especial porque la reflexión varía en sus dimensiones, particularmente en la que se refiere a qué tan consciente es, lo cual es relevante en su eficiencia. No se trata de dos opciones incompatibles, ya que las personas en algunas circunstancias obran por intuición y, en otras, reflexionan y deliberan para decidir. Ambos procedimientos tienen márgenes de error y probabilidades de éxito de tal forma que será la prudencia la que defina el curso de acción.
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