comida callejera

Epifanías callejeras. Inverosímiles ficciones alimentarias

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Durante años he cocinado el deseo de llevar a cabo un proyecto que, hoy en día, ya no es original. Me obsesioné con las imágenes de los puestos de comida callejeros: tortas, tacos, hamburguesas, hot dogs, cochinitos en jacuzzi de aceite en un cazo, camarones pergeñados con un marcador negro, sin olvidar los helados del carrito de nieves “El verano”. Todavía no comprendo el porqué de mi obsesión. Quizá porque son imágenes entrañables que coleccionaba en la mente desde muy niña, cuando hacía fotos virtuales con los ojos a toda velocidad, a través de la ventana del coche.

Los domingos mi papá me llevaba al parque de Pilares, era imperdible la parada en el carrito de hot dogs después de patinar. Entonces tenía tiempo de solazarme en la contemplación de una imagen pintada con esmalte sobre el aluminio, cascada y, sobre todo, inverosímil. Las imágenes de comida (piensen en las tortas, sobre todo), tendrían que cumplir la función de ser apetecibles, de atraer al comensal mediante su híper figuración. Y resulta que atraen como faros, pero no porque sean verosímiles.

tortas callejeras
Imagen: Ok City.

Años más tarde, cuando estudiaba Historia del Arte, comencé a ver estas imágenes con otros ojos. Según yo, con ojos experimentados. Advertí que sí hay composición, formas compartidas de resolver la presencia de un objeto en un espacio indeterminado, maneras de darle realce y hacerlo aparecer como de la nada. Hay imágenes que recurren a la perspectiva para mostrar, con pretensiones naturalistas, las proporciones y características de una suculenta torta. Otros hacedores, menos experimentados en el arte, recurren a la representación frontal, en la cual no falta el humo que sale del pan para que quede muy claro que, en ese puesto, se venden tortas calientes.

Ahora bien: el relleno. Se trata de un desafío, pues pese a la amplia variedad que se ostenta en el menú, la torta de la lámina, esa epifanía callejera, siempre estará rellena de jamón. Si se entra en detalles, se mostrará la lechuga, el queso y el jitomate. Lo cierto es que la torta representada tiene que ostentar calidad y abundancia a toda costa.

tortas callejeras
Imagen: @TaBeComicz.

Hoy, con otras herramientas a la mano, como vinil impreso o pintura de aerosol, las imágenes de los puestos no abandonan su antigua enunciación. Como los organillos, la torta pintada sobre lámina adquirió el estatuto de tradición: forma parte de imaginarios compartidos y comunica efectivamente su mensaje. Recuerda las famosas pinturas de pulquerías (prácticamente en extinción declarada) y la pintura que durante algunas décadas ornó el vidrio trasero o los cofres de los camiones. El vinil publicitario se yergue como su principal enemigo: acaba con la creatividad y expresión individual del chofer.

Pintar una torta, es como pintar la promesa de un milagro. En estos días de semáforo rojo, cuando se supone que nos piden no comer en los puestos, sino sólo comprar para llevar, los puestos de tortas, tacos, carritos con viandas diversas, esquinas en donde surgen botes de tamales y elotes, son un hervidero de comensales. En los puestos callejeros parece que no hay pandemia: se aprecian como oasis que escapan de la prohibición y del miedo y le ofrecen al transeúnte el remanso de paz del que quizá sea su alimento fuerte del día. Inverosímiles ficciones alimentarias, la comida que la pintura hace aparecer sobre las láminas nos llama por su colorido pero, sobre todo, porque sus formas y soluciones compositivas son valores entendidos en nuestra cultura. En un mundo de cadenas transnacionales, de vinil que cubre prácticamente cualquier superficie y la hace homogénea, la pintura de los puestos callejeros es un grito de identidad.


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