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La mediación como derecho de las partes para resolver sus controversias

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El pasado miércoles 17 de junio tuve el honor de participar como ponente en un foro organizado por la prestigiada institución española FIDE (Fundación para la Investigación sobre el Derecho y la Empresa), junto con mis colegas mediadores Paulino Fajardo Martos y Martha Lázaro Palmero de España, y Fernando Navarro Sánchez de México, bajo la conducción de la presidenta de dicha institución Cristina Jiménez Savurido. El objetivo del foro fue discutir el papel de los abogados de parte en los procesos de mediación comercial en Iberoamérica.

Los temas que se analizaron incluyeron el rol de los abogados en cada fase del proceso de mediación, el valor que su intervención tiene en dicho proceso, las formas en que se pueden distribuir los costos legales de una mediación y los aspectos que deben quedar fuera de dicho proceso.

Cristina abrió el foro preguntando “¿qué esperan las partes de sus abogados en la gestión de un conflicto?”, pregunta que contestamos los panelistas con las palabras “eficacia” y “eficiencia” al escoger el mecanismo apropiado para resolver la controversia de que se trate, entre los cuales destacan la mediación, la conciliación, el peritaje, el arbitraje, los paneles de disputas y el derecho colaborativo, o bien el litigio ante los tribunales. Las ventajas que representan los mencionados mecanismos alternativos de solución de controversias frente al litigio ante tribunales se centran precisamente en su eficiencia en tiempo y su eficacia en costo.

La moderadora también preguntó “¿cómo puede proponer una parte a la otra un proceso de mediación?”. Se contestó que conforme a normas deontológicas a las que están sujetos los abogados en las jurisdicciones más desarrolladas del mundo, estos están obligados a ofrecer a sus clientes los medios alternativos de solución de controversias que evitan a las partes acudir a los tribunales nacionales, lo cual también puede derivar de una obligación legal establecida en la ley, o bien derivada de un acuerdo convencional entre las partes plasmado en un contrato. También esta labor puede encomendarse por una de las partes en conflicto a un mediador, o bien a una institución administradora de mediaciones.

Otra pregunta puesta sobre la mesa fue la de “¿cómo seleccionar al mediador?”, respecto de lo cual se comentó que lo más importante era la calidad de la formación del mediador en las técnicas de mediación, su experiencia y su carácter y determinación para lograr un arreglo entre las partes en conflicto. También se discutió la importancia de considerar el estilo del mediador, entre los cuales pueden variar de ser facilitativos, evaluativos o proactivos. En todo caso se consideró que, aunque es necesario que el mediador maneje al menos el lenguaje técnico motivo de la controversia, resulta más importante su experiencia en la mediación que su especialidad técnica en la materia sustantiva de la controversia. Se estimó que idealmente el mediador debe tener experiencia en ambos campos del conocimiento, pero que en caso de no ser así, podría acudirse a la co-mediación para contar con ambos talentos.

Examinamos específicamente “¿cuál es el papel de los abogados de parte durante el proceso de mediación?”, para lo cual los ponentes dividieron el proceso en las siguientes fases: primeramente, la labor del abogado de parte se centra en escoger el mecanismo apropiado de solución de controversias, haciendo un análisis previo del conflicto. En una segunda fase, escoger el tipo de procedimiento: institucional o ad-hoc. En una tercera fase, prepararse entendiendo la posición de su cliente y la de la contraparte para diseñar la estrategia de negociación adecuada, lo cual implica confrontar opciones legales, realizar un test de realidad y la generación de valor para una solución de la controversia satisfactoria para todas las partes.

MEDIACION
Ilustración: Sean Kane.

En la última fase, una vez construido el acuerdo, la labor del abogado se centra en analizar sus consecuencias y alcances legales para escoger la forma adecuada para su formalización, sea a través de convenios de transacción derivados del código civil, ante notario público o ante mediador privado certificado por el Centro de Justicia Alternativa del Tribunal Superior de Justicia de la Ciudad de México, obviamente en el caso de controversias suscitadas en México, o bien conforme a las figuras legales existentes a lo largo y ancho de Hispanoamérica, o en la forma establecida en la Convención de Singapur, en caso de que haya sido adoptada por los países de la nacionalidad de las partes en el conflicto de que se trate.

En cuanto a la última fase mencionada, los panelistas coincidieron en que idealmente la redacción del convenio de mediación que resuelva la controversia debe ser encomendada a los abogados de parte y que la responsabilidad del mediador se limite a dejar establecidos con claridad los acuerdos que ponen fin a la misma. Al respecto, los mediadores mexicanos tuvimos que explicar que los mediadores privados certificados en México tienen la responsabilidad de redactar los convenios de mediación que son inscritos ante los Centros de Justicia Alternativa de las diversas entidades de la República Mexicana, para asegurarse que los derechos y obligaciones establecidos en él tienen fuerza legal, ya que tienen usualmente el efecto de ser considerados cosa juzgada y de tener fuerza ejecutiva, como si se tratase de una sentencia judicial o de un laudo arbitral.

Finalmente, se abordó el tema de los honorarios del mediador y de los abogados de parte. Sobre los primeros se señaló que es práctica generalizada el que se paguen por partes iguales por las partes involucradas en un conflicto, aunque se señaló que no habría inconveniente en que los mismos sean sufragados por una sola de las partes, o bien que se acuerde que sean determinados en el acuerdo de mediación que eventualmente se alcance. Respecto de los honorarios de los abogados de parte se señaló que resulta fundamental alinear los intereses de los clientes a los de sus abogados, a efecto de que estos no tengan que sacrificarlos, en caso de lograr un arreglo en corto plazo. Al respecto se consideró adecuado ofrecer un pago especial en favor del abogado que tenga éxito en una gestión de mediación, ya que el interés del cliente es resolver su controversia, sea obteniendo una sentencia favorable, mediante la negociación directa de su abogado con el abogado de la contraparte, o a través de mediación. En general, los panelistas coincidieron en la conveniencia de que se mantenga la libertad contractual entre las partes para negociar sus acuerdos de honorarios con mediadores y abogados de parte y en contra del establecimiento de aranceles.


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Coronavirus: ¿Y la pandemia social?

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COVID-19. ¿Pandemia? ¿Histeria? ¿Hay lugar a controversia? Sí…

He respondido al nuevo coronavirus como muchos de ustedes. A ratos con escepticismo. A ratos con miedo. Siempre con frustración. ¿Qué debo pensar? No puedo quedarme callado porque me dedico a investigar controversias, y mis lectores me exigen que abunde sobre ésta. Entonces, despejo mi escritorio y reviso las notas que recibo de amigos y familiares, más volcados sobre las noticias (yo estoy terminando un libro). Y encuentro un hilo digno de jalar. El meollo, he concluido, es decidir cuál de las dos epidemias es la más peligrosa.

Porque hay dos. Una es la epidemia médica: un patógeno brinca por contagio de cuerpo en cuerpo—por ejemplo, al toser—. La otra es la epidemia social, donde una idea brinca por imitación, ‘tosida’ de las bocas, y en conferencias de prensa, y en artículos, y en redes, y se ‘viraliza’, como decimos. En principio, a la epidemia médica la ataja una cuarentena efectiva. Con la epidemia social no hay cuarentena que valga; el único remedio es la razón—la razón vertida sobre el fenómeno mismo del contagio de ideas—.

Razonemos, pues.

El genio decimonónico Gabriel Tarde, pionero de la ciencia social, nos propuso estudiar Las Leyes de la Imitación (1895), título del libro que lo hiciera famoso. Para Tarde—quien fuera, en Francia, director del Instituto de Estadística del Ministerio de Justicia—el comportamiento de una sociedad expresaba la distribución estadística, siempre en evolución, de sus ideas; había, por ende, que investigar las leyes de aquel milagroso contagio—esa “fotografía interespiritual”—que replicaba una idea de mente en mente: el aprendizaje social.

A diferencia de su gran contrincante, Emilio Durkheim, hoy honrado como ‘padre de la sociología’, Gabriel Tarde no hizo escuela. Habría que esperar hasta los 1970 para que surgiera, desde la biología, la idea—esencialmente Tardeana—de tomar la maquinaria matemática de la teoría de juegos evolutiva, creada para estudiar la evolución de genes, y aplicarla al estudio de los ‘memes’, término técnico que nos refiere, en esta literatura, no solamente a las tonterías que compartimos por WhatsApp, sino a todas las ideas, normas, creencias (y un largo etcétera) que a diario transmitimos por ‘contagio social’. Esta nueva ciencia estudia 1) las interacciones selectivas entre genes y memes que fueron formando, en la evolución humana, una psique adaptada para el aprendizaje social; y 2) la forma como dicha psicología tercia la distribución de los ‘memes’ en procesos de escala histórica y política. La llaman ‘teoría de herencia dual’ o ‘coevolución genes-cultura.’.

Ha sido muy influyente en este campo el trabajo de Robert Boyd y Peter Richerson, autores de Culture and the Evolutionary Process (1985). Ellos y sus alumnos han trabajado mucho sobre ‘sesgos de contexto’ que nos predisponen a adquirir memes sin fijarnos tanto en su contenido sino más bien en su fuente (sesgo de prestigio) o en su representación mayoritaria (sesgo conformista). Pero interesan también diversos ‘sesgos de contenido’ que hunden nuestra atención en lo que un meme ‘dice’.

El sesgo de prestigio es adaptativo porque se activa cuando parece que alguien sabe más. Entonces surge un mercado. Queriendo ser como ellos, los aprendices ‘clientes’—la demanda—pagan (lambiscones) con favores, regalos, apoyo, etc., por acceso a los modelos con información experta—la oferta—. Reciben mayores utilidades lambisconas los más expertos, y en ese diferencial surgen las ‘jerarquías de prestigio’.

El sesgo conformista también es adaptativo, porque, suponiendo que se abandona lo que resulta contraproducente, entonces cuanta más gente haga X, mayor la probabilidad de que aporte un beneficio.

Por supuesto que mis lectores ya están multiplicando en sus mentes las excepciones, tan abundantes que comienzan a dudar de su carácter ‘excepcional’. Pero es bueno recordar que nuestra psicología evolucionó en sociedades muy pequeñas de cazadores y recolectores, grupos íntimos donde todo mundo se conoce y se ve a diario. Ahí, sin muchas ambigüedades o asimetrías de información, el éxito relativo de una persona—índice de la calidad de su conocimiento y habilidades—no puede fanfarronearse. Y una mayoría equivocada se deshace rápido con el aprendizaje individual de los brevemente acarreados. Tenemos estos sesgos, pues, no porque acierten siempre y en todo lugar, sino porque aciertan lo suficiente en las sociedades pequeñas que por cientos de miles de años fueron las nuestras.

El sesgo conformista actúa en contra de cualquier idea nueva porque dicha idea, por definición, será minoritaria. Pero si la difunde una persona (o institución) con suficiente prestigio, podrá sin embargo crecer su representación hasta borrar cualquier conflicto con el sesgo conformista, mismo que de ahí en adelante la sostendrá en alta ‘frecuencia,’ como decimos.

Estos fueron los temas de mi doctorado en antropología evolutiva y sociocultural bajo supervisión de Robert Boyd en UCLA. En 2001 (ya llovió…) publiqué mi trabajo de tesis: una investigación del impacto del sesgo conformista sobre los ‘juegos de coordinación’ y sobre la organización étnica, responsable de moldear una psicología que (desgraciadamente) encuentra apetecibles a las ideas racistas. En el mismo año, publiqué con el antropólogo de Harvard, Joe Henrich (en aquel entonces también alumno de Robert Boyd en UCLA), una investigación paralela que hicimos para explicar la evolución del sesgo de prestigio y el mercado que produce.

Joe Henrich investigador social
Joe Henrich.

Lo que vengo de hacer en el último párrafo es establecer mis credenciales. Debe hacerse con cuidado, porque, como explicamos Henrich y yo, la gente se ofende fácil si uno presume demasiado, actitud ‘eriza’ pero adaptativa, porque la arrogancia de un modelo indica lo caro que será acercársele—es decir, que exigirá demasiado en pagos de lambisconería por acceso a su persona, y por ende a su información—. Eso hará más redituable ‘hacerle la barba’ a otro modelo quizá menos experto pero también menos ‘mamila’. Un monopolista local (un genio) sí puede pavonearse a sus anchas (los clientes no tienen alternativa), pero en un mercado competitivo el modelo muy arrogante se quedará sin clientes. Es mejor, por tanto, que los elogios vengan de un tercero, e idealmente de una fuente con autoridad institucional. Por ejemplo, de la Human Behavior and Evolution Society, que premió mi teoría sobre la psicología del racismo, o de Psychology Today, que ha declarado mi teoría del prestigio “un clásico”. (¿Vieron lo que hice?) El efecto de esto, si funciona, es alzar la percepción de mi competencia experta a ojos del lector, causando que se incline favorablemente hacia lo que diga. Así funciona el sesgo de prestigio.

Claro que es menos potente cuando uno explica, en el mismo aliento, la operación del sesgo. Pero mi propósito es justamente ése: no que mis lectores adopten como artículo de fe las afirmaciones que siguen, sino que observen, bien en guardia, sus propios sesgos psicológicos, responsables de las epidemias sociales. Los quiero razonando—libres—. Porque yo, como otros, puedo equivocarme, y serán ustedes (y nadie más) los responsables de alojar cualquier idea en sus cabezas.

Se habla, en la literatura psicológica, de negativity dominance (‘dominancia de la negatividad’). Este sesgo de contenido, bien documentado, privilegia las malas noticias:el ‘sesgo de alarma’.

¿A qué se debe? Imagina a tu tatara, tatara, … abuelo, cazador, en la sabana africana, abriéndose camino en el pasto. Qué advertencia, emitida de un colega de caza, sería la más urgente: ¿que a un lado está una posible presa, o un posible león? Los costos de no hacer caso son más altos con malas noticias que con buenas. En el mundo íntimo de cazadores y recolectores los mentirosos alarmistas pronto quedan expuestos y sufren los costos sociales correspondientes, por lo cual no hacen demasiado daño. Luego entonces, ahí conviene, cuando escuchas una alarma, reenviarla rápido, y proteger a toda tu comunidad. No es un sesgo racional; es adaptativo. (Ojo, que esos dos no siempre son lo mismo). Pero en el mundo actual, aquel sesgo otrora adaptativo a veces nos traiciona. Pues este mundo es anónimo, con división radical de trabajo y de conocimiento; confirmar la veracidad de una información es aquí, para un simple mortal, mucho más difícil (a menudo, imposible). La mentira florece. El alarmismo entonces hace estragos, porque, queriendo protegernos unos a otros, comunicamos cualquier sobresalto.

covid y pandemia social
Imagen: Mallorca Diario.

Lo hemos visto en WhatsApp, donde a diario la gente comparte alarmas. En el grupo de mi familia extendida me di a la tarea, como experimento, de investigar cualquier ‘reenvío’ en esta categoría. La estadística es asombrosa: en dos años que estuve haciendo esto, hubo uno o dos mensajes verdaderos, y quizá dos o tres confirmaciones parciales (mensajes que exageraban, sin ser completamente falsos). El resto—y estamos hablando de cientos de mensajes—eran todos falsos. El efecto fue que mis familiares se convencieron y al final dejaron de enviar mensajes de alarma, con un periodo de transición donde una súplica avergonzada me pedía que los investigara yo antes de ser enviados más ampliamente. Pero este cambio conductual tomó dos años: un testimonio elocuente de la potencia del sesgo (y todavía, de cuando en cuando, mis parientes recaen, porque ‘no vaya a ser…’).

Los mensajes falsos de alarma pueden tener costos altísimos, desde el costo de ansiedad para gente que se imagina peligros peores y más abundantes de los que realmente existen, hasta los costos enormes de las decisiones económicas y políticas con consecuencias de largo plazo que pueden vulnerar a millones de personas.

En los últimos años he venido estudiando el tema de la Segunda Guerra Mundial y el Holocausto, ambos consecuencia de una mentira viral que resultó en pandemia social. Esa mentira afirmaba que ‘los judíos’ eran una gran conspiración, que en secreto controlaba ya todas las instituciones mundiales, y que nos iban a destruir. Diversos líderes fascistas en Europa prometieron que sólo un gobierno fuerte y centralizado alrededor de un líder omnipotente podría protegernos de ‘los judíos’. No importó que, llegada la hora de la verdad, ninguna de esas instituciones supuestamente controladas por los judíos los defendiese, ni que dichas instituciones se unieran, por el contrario, en su mayoría, a la gran matanza, directa o indirectamente. No importó: nadie ha aprendido nada, como si no fuera nuestra asunto aprenderlo. Pero sí es nuestro asunto. Porque los antisemitas fueron un gran costo para todos nosotros. Si bien murieron entre 5 y 6 millones de judíos, también murieron más de 54 millones de no judíos, y cientos de millones de no judíos más perdieron todas sus libertades. Los victimarios de todos, judíos y no judíos, fueron los mismos antisemitas.

Pero no aprendemos porque se combinan aquí dos poderosos sesgos de contenido. Uno es genético: el sesgo de alarma. Y el otro es cultural: es el viejo prejuicio de que ‘los judíos’ son poderosa y misteriosamente malos, anclado en el cargo antiguo de haber matado a Dios—primer ‘libelo de sangre’ y centro pesado de la cultura cristiana—. Es nuestra superstición central. Por eso es tan difícil aprender. Por eso, como si no hubiéramos pagado un precio altísimo, en carne propia, la última vez que las ‘viralizamos,’ seguimos ‘reenviando’ las mentiras que causaron la Segunda Guerra Mundial. No es imposible que esto nos vuelva a costar—a todos—otro colapso de Occidente.

Como bien dijo Ludwig von Mises, otro genio de la ciencia social,

“Todo lo que sucede en el mundo social … es consecuencia de las ideas. Lo bueno y lo malo. Es menester luchar contra las malas ideas”.

pandemia social
Imagen: Marketing Directo.

Ahora bien, en este momento estamos, sin duda, en una pandemia social. Pues a través de conferencias de prensa, artículos, conversaciones, y redes, ya se alojaron en las mentes de (casi) todos, en todo el mundo, los siguientes memes:

1) Hay un nuevo coronavirus causando enfermedad tipo ‘influenza’.
2) Es muy contagioso.
3) Su letalidad es mucho más alta de lo normal.
4) Los Estados deben expandir a toda velocidad sus poderes de emergencia.
5) Los ciudadanos debemos obedecer y tolerar restricciones a nuestros derechos y libertades.

¿Tiene sentido? ¿O somos víctimas de una mentira alarmista?

Hay que hacerse la pregunta. Porque en 2009, en México, ya tuvimos una alarma parecida que paralizó al país y costó muchos millones: la ‘influenza porcina’ (H1N1). Se anunció ‘pandemia’ y en otros países, también, se tomaron medidas de emergencia, aunque menos costosas que las nuestras. Mientras duró la ‘emergencia’ circulaban cifras escalofriantes. Pero al asentarse el polvo, quedó claro que “la influenza porcina H1N1 no es peor que la influenza estacional”.  ¿Por qué entonces se tomaron estas medidas? Porque fueron promovidas desde la Organización Mundial de la Salud (OMS).

Se combinaron los sesgos de alarma y prestigio. Porque ‘pandemia’ da escalofríos. Y nada más pronunciar ‘Organización Mundial de la Salud’ produce pasmo. ¿Quién es uno para retar a la Organización Mundial de la Salud? Entonces, cuando dicha organización, con su autoridad y prestigio institucionales, declara una pandemia, los tomadores de decisiones, aunque quieran ser más cautelosos, quedan en una posición muy incómoda. Porque el experto en salud, se supone, es la OMS.

Pero si no estaba pasando nada, ¿por qué gritó la OMS ‘¡pandemia!’? La Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa, a principios de 2010, exigió una investigación, acusando, en la misma resolución, que,

“… para promover sus medicinas y vacunas patentadas contra la influenza, las compañías farmacéuticas influenciaron a los científicos y a los funcionarios responsables de la salud pública para que alarmaran a los gobiernos en todo el mundo y los hicieran destinar recursos preciados de salud a estrategias de vacuna ineficientes, y sin necesidad alguna expusieron a millones de personas sanas a un número desconocido de efectos secundarios de vacunas insuficientemente probadas”.

covid social
Imagen: Infobae.

El reporte del Dr. Ulrich Keil, del Instituto de Epidemiología de la Universidad de Münster, y director del Centro de Colaboración de la propia OMS en la misma ciudad, emitió un reporte devastador (almacenado en el sitio web de la Asamblea Parlamentaria del Consejo de Europa) sobre cómo la OMS había manejado “la supuesta pandemia de la influenza porcina”.

Esta historia no es la demostración de que la OMS nos esté diciendo mentiras hoy con su alarma sobre el COVID-19, que ya ha paralizado al mundo entero, y que costará una cifra inimaginable. Pero sí es la justificación para encender el escepticismo.

En todo caso, no inspira confianza que, hace unos días, Our World in Data, una publicación basada en la Universidad de Oxford, haya anunciado que en sus proyecciones sobre la pandemia ya no usará los datos de la Organización Mundial de la Salud porque están plagados de errores. Ni tampoco que, John P. Ioannidis, héroe mío y principal auditor de la calidad de los procesos científicos a nivel mundial, acuse que “la actual enfermedad de coronavirus, COVID-19, ha sido llamada la pandemia del siglo, pero quizá también sea el fiasco empírico del siglo”.

Ioannidis nos presenta con la siguiente pregunta:

“Se han adoptado medidas draconianas en muchos países. Si la pandemia se disipa—ya sea por sí sola o gracias a estas medidas—el distanciamiento social extremo de corto plazo y la cuarentena pueden aguantarse. Sin embargo, ¿por cuánto tiempo deben continuarse estas medidas si la pandemia se extiende sin freno por el mundo? ¿Cómo pueden saber los decisores si hacen más daño que bien?”

Según Ioannidis, “Los datos recolectados a la fecha sobre cuánta gente está infectada y cómo está evolucionando la epidemia son completamente desconfiables”.

social Ioannidis
Ioannidis.

Recordaré a mis lectores que nunca fuimos testigos de un esfuerzo oficial por comunicarnos una decisión razonada para responder al COVID-19. Es decir, nunca nos dijeron, en ningún país, “Miren, calculamos los costos de estas 3 distintas estrategias. Y como pueden ver en esta gráfica, cuyos supuestos están disponibles en el website X para la consulta del público, la menos costosa es detener todo—frenar en seco la economía mundial—”. Nadie lo justificó así. Sólo dijeron esto: “Hay gente que va a morir; ‘luego entonces,’ hay que parar todo”.

Me podrán decir: ‘Pero es que el COVID-19 mata a mucha gente’. Vamos a decir que sí. Aun así, y limitándonos nada más a las decesos, como si nada más eso importara, la pregunta que toca es ésta: ¿Y ustedes creen que frenar la economía mundial en seco no está matando, también, a muchísima gente? Con la cuarentena están aumentando el estrés y la ansiedad, y por lo tanto los suicidios (que ya venían subiendo). La pobreza impuesta aumentará la desesperanza, y con ello el reclutamiento a los grupos criminales, y por ende el homicidio. Otros morirán porque, sin empleo, ya no podrán comer bien ni comprar sus medicinas. Muchos caerán en el alcoholismo, que conduce a la muerte por diversas vías. Etc. Suponiendo que detener la economía mundial asesine más gente que el COVID-19, ¿aun así habría que hacerlo?

¡Para nada!, opinaron expertos de varios sectores, reunidos para Evento 201, simulación de pandemia realizada en el Johns Hopkins Center for Health Security en colaboración con el World Economic Forum y la Fundación Bill y Melinda Gates. En este ejercicio, sostenido, en asombrosa coincidencia, en octubre de 2019, a tan solo un mes de que iniciara nuestra presente pandemia, figuró como protagonista un coronavirus imaginario, aparecido primero en Sudamérica, con características de contagio y letalidad muy parecidas a las que se afirma tiene nuestro presente virus.

En la segunda sesión de la simulación, intitulada “Discusión Sobre Comercio y Viajes”, una presentadora abrió resumiendo los estragos de la cuarentena ficticia y concluyó:

“Estas disrupciones comienzan a tener consecuencias económicas profundas para la región sudamericana y pronto tendrán efectos en cascada globales. Estamos anticipando que pronto veremos disrupciones al comercio y al viaje quizá mucho mayores … [y según un economista,] una recesión global severa … mucho desempleo e inflación descontrolada, creando las condiciones para la inestabilidad nacional y cambios en el panorama político global”.

La pregunta para discutir era:

“¿Cómo deben los líderes nacionales, las empresas, y las organizaciones internacionales ponderar el riesgo de un empeoramiento en la enfermedad que traería un movimiento ininterrumpido de gente alrededor del mundo, contra los riesgos de consecuencias económicas profundas de las prohibiciones de viaje y comercio”.

pandemia social

El primero en comentar dijo que había que andarse con cuidado “para asegurar que no estemos causando una crisis humanitaria” con las restricciones, porque “eso puede producir más pánico, y en consecuencia todavía más difusión de la enfermedad”. El segundo observó que, en el caso de SARS, se habían implementado medidas para tener cuidado pero que había continuado el comercio y los viajes con Hong Kong, y eso había funcionado, y había que hacerlo también ahora mientras se pudiera. El moderador le contestó que, en este caso imaginario particular, “podemos estar seguros de que si continúan el comercio y los viajes continuará el contagio, pero la pregunta para nosotros es: ¿Quizá eso valga la pena, de cualquier manera? [O sea que] la gente se va a contagiar, pero hay que mantener los viajes y el comercio en el mundo a pesar de eso. Ésa es la pregunta”. El siguiente, un militar, dijo que el análisis debe hacerse sobre la pregunta: “¿Qué beneficio tienen estas intervenciones? ¿O tienen siquiera un beneficio?” Luego habló uno que dijo: “Creo que debemos evitar pensar sobre esto como una decisión binaria de si debe haber comercio y viajes o no”, porque puede haber medidas para proteger a la gente que viaja (sin impedirles los viajes). También se preguntó cómo podía protegerse a la gente clave que mantiene funcionando la infraestructura del comercio, en vez de parar el comercio. Le siguió una mujer que estuvo de acuerdo y que añadió que si se ponen demasiadas restricciones, la gente buscará cómo darles la vuelta, y ocultará información de sus enfermedades. Después habló un fulano que insistió en identificar todas las áreas cuya producción es crítica de asegurar para que el sistema económico funcione. Fue seguido de una mujer que abundó sobre los peligros para las economías que dependen del turismo. Los siguientes dos afirmaron también la importancia de mantener un nivel básico de producción y comercio para evitar un colapso del sistema. Etc. (Continuaron así un rato más).

Es obvio, por lo que vengo de resumir, que en este grupo de expertos nadie estaba urgido de detener todo. Por el contrario, había mucha preocupación de que esa ‘cura’ pudiera ser peor, y quizá mucho peor, que la enfermedad. Y estaban considerando un coronavirus imaginario, repito, con transmisibilidad y letalidad muy similares al nuestro. Pero no veo ninguna evidencia de que los gobernantes del planeta hayan calculado los costos de hacer una cosa contra la otra. Puedo ver que algunos resisten la idea de las restricciones y cuarentenas, cierto, pero son, en su expresión, tan frívolos como quienes recomiendan detenerlo todo. Nadie presenta un análisis de costos y beneficios. En dicho vacío de razón, lo que queda es el miedo, y el sesgo de alarma no es, aquí, muy buen consejero.

Tampoco el sesgo de prestigio. Si nos pasmamos simplemente ante las autoridades constituidas, y suponemos que, por sus exaltados cargos, saben lo que hacen, en vez de exigir que analicen costos y beneficios antes de torcer entero el sistema, quizá vayamos todos como leminos al precipicio—y muy seguros, gracias al sesgo conformista, de ver que tenemos tanta compañía—.

Nos espera, creo yo, un mundo muy distinto. ¿O qué? ¿Acaso no se han fijado que el mayor beneficiario de esta crisis, en todo el mundo, es el poder del gobierno?


Francisco Gil-White es catedrático del ITAM y autor del libro El Eugenismo: El Movimiento que Parió al Nazismo Alemán (de venta en Amazon).


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Pablo de Lora, un filósofo incómodo

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Lo sexual es político y jurídico. Éste es el título del último de los libros escritos por un buen amigo, se trata del filósofo del derecho Pablo de Lora, profesor de la Universidad Autónoma de Madrid.

El libro aborda, desde una perspectiva sincera y franca, diversos tópicos siempre candentes, analiza a partir de diversas perspectivas los siempre complicados temas relacionados con la sexualidad, entre otros: la identidad de género (ahora tan en boga) la homosexualidad, la transexualidad, la violencia de género y la perspectiva de género, el matrimonio (en sus nuevas y contemporáneas variantes), la identidad de género, la maternidad subrogada, la violencia machista o la prostitución.

Como se podrá apreciar, ninguno de los temas es en sí mismo pacífico, ni mucho menos neutral o fácil de tratar. Ésa es en principio la mayor aportación del autor, atreverse a analizar temas que eventualmente son complicados. Otro mérito indiscutible es que el autor sale de la comodidad de “lo políticamente correcto” cuestionando ideas y dogmas, viejos y contemporáneos.

censura
Ilustración: Significado.

Pablo –como decimos en México– “no tiene empacho en entrarle al toro por los cuernos” al cuestionar desde una perspectiva estrictamente académica, temas controversiales. Tampoco le quita el sueño poner en entredicho la corriente dominante que le tocó vivir.

Una preocupación evidente en su obra son las consecuencias jurídicas derivadas de que aceptemos, así sin más, la identidad que cada quien decida asumir respecto del género. Se pregunta si la voluntad es suficiente para que cada uno de nosotros pueda, libremente autodefinirse como varón o mujer.

Para este autor, la intromisión del Estado no debe ser algo que los ciudadanos entreguemos fácilmente, el Estado, en todo caso, tiene que justificar plenamente el “por qué” ha de intervenir en el plano más íntimo de los ciudadanos.

De Lora cuestiona, y me adhiero a ello, al paternalismo estatal como el que vivimos hoy en México, con un presidente que más que presidente, pretende ser mi papá, mi mentor, mi guía, y decirme cuáles son las virtudes morales a las que me debo adherir.

En ese sentido, los argumentos de Pablo me recuerdan mis años de estudio, aquellos que desvelándome para mi siguiente presentación en clase, John Rawls me hacía cavilar hasta dónde debía permitir la intervención del Estado en mi vida privada, en mis decisiones. Ese Rawls que aboga por el reconocimiento pleno de nuestra mayoría de edad.  

controversial
Ilustración: Manolo Vela.

Me parece (a riesgo de equivocarme) que Pablo se ubica en una posición precisamente rawliana, aquella del velo de la ignorancia, y es precisamente desde ahí que cuestiona, pregunta y medita.

Por último, debo decir que a Pablo de Lora lo han quemado en leña verde, como si estuviéramos en la época de la Santa Inquisición. A mediados de diciembre, Pablo (quien presumo ateo) supo lo que era la crucifixión cuando quiso dar una conferencia en un seminario sobre género, organizado por el Barcelona Institute of Analytical Philosophy (BIAP) en la Universidad Pompeu Fabra. Ahí, un grupo de intransigentes que, seguramente no habían leído su libro, o si lo hicieron no entendieron el mensaje, se opusieron a que dictara la conferencia a la que había sido invitado.

Cabe decir que así lo dijeron algunos titulares españoles: “Más de 200 profesores de Filosofía se unen en contra del boicot feminista a un docente en Barcelona”. No soy filósofo, ni español, ni madrileño, ni barcelonés. Soy apenas un admirador de personas como Pablo, de quienes se atreven, se cuestionan, por eso me sumo como el profesor 201 que se manifiesta en contra de este tipo de boicots, no sólo contra Pablo de Lora, sino en contra de las ideas, de la libertad de expresión y de la libertad de que los académicos podamos abordar cualquier tema sin miedo y sin tapujos.

Veo en lo que le sucedió a Pablo, el futuro inminente en mi sociedad, en mi país. Y debo decir que me aterra.


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