crimen organizado

De un México olvidado a un México al borde de la putrefacción

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En otras columnas de opinión ya había mencionado que con la pandemia del Covid-19 se evidenciaron y agudizaron las desigualdades y la marginación que padecen amplios sectores de nuestro país. Las recomendaciones hechas para tratar de prevenir contagios del virus parecen un contrasentido en ese México olvidado carente de servicios públicos y sociales, que malvive de la economía informal, o que sobrevive frente a la inseguridad y el crimen organizado. Comprar un tapabocas, lavarse las manos, no salir de casa y hasta cuidar la vida, son prácticas para muchos mexicanos imposibles de realizar.

En este marco de ideas es que escribo hoy la reflexión que me quedó a raíz de que, en fechas recientes, escuchara una historia que me paralizó. Después del pasmo en que me dejó la historia de horror que escuché, por fin pensé en la necesidad de escribir y compartir el pesar y la pesadilla que algunas familias vivieron producto del crimen organizado y la incapacidad del estado para atender tan aguda problemática. Esto nos habla, como intento mostrar en mi reflexión, de la transformación del México olvidado en un México que está al borde de la putrefacción.

Una historia de horror

A principios de febrero de 2021, en un poblado rural del centro del país, no muy lejano a la Ciudad de México, la vida amenazada por la pandemia se conmocionó aún más por la violencia del crimen organizado. En ese pequeño poblado, donde hay pocas posibilidades de recibir atención de salud, donde la gente debe salir a trabajar en los campos agroindustriales de los estados cercanos a cambio de salarios muy bajos, y donde la juventud no sigue estudiando porque eso no tiene sentido en sus vidas, el tejido social se descompone al grado de la putrefacción. Ahí ocurrió la siguiente historia de horror.

mexico violento
Imagen: Plumas Libres.

(Por obvias razones los nombres y referencias que pudieran dar con el poblado donde ocurrieron los hechos han sido cambiados. Así también algunos detalles que quedaban como lagunas o situaciones contradictorias de la historia que escuché).

Una tarde Margarita, una niña de doce años, salió a recoger leña para cocinar. Después de que sus abuelos escucharan un grito y un rechinido de llantas, salieron y vieron que había desaparecido. Jocelin, una joven de quince años, también desapareció. Los padres pensaban que se había ido con el novio, pero cuando él regresó de trabajar se dieron cuenta de su error. Josecito y Anita, hermanos de seis y ocho años, también desaparecieron. En la mañana estaban jugando en el traspatio. Al mediodía su madre se dio cuenta de que ya no estaban ahí.

Estas desapariciones alertaron a los padres y familiares de los menores. Semanas antes habían desaparecido un par de jovencitos, menores de 18 años, cuyos cuerpos descuartizados aparecieron días después. También un niño de nueve años que vendía paletas había desaparecido recientemente. Margarita, Jocelin, Josecito y Anita parecían sumarse a la creciente cifra de niños y jóvenes desaparecidos en ese pueblo. Pronto, padres, madres, familiares y vecinos comenzaron a movilizarse para buscarlos. Fueron a una fosa clandestina para ver si había cuerpos frescos. No encontraron nada. Se acercaron al “Líder”, un jefe del narco en el pueblo, para ver si podían obtener su apoyo. Acudieron a la policía local y a la Guardia Nacional para seguir su búsqueda. No queda claro, pero de alguno de estas dos fuentes obtuvieron información relevante: los niños y jóvenes podían estar en una de las cuevas.

Ya en la noche se internaron en el cerro y llegaron ahí donde alguna vez la mamá de Margarita había pasado –cuando ella trabajaba en un campo agrícola cercano– y donde en aquél entonces había notado un olor especial. Llegaron a un laboratorio o fábrica clandestina de cristal –esa droga que atrapa y mata a miles de personas al año en el mundo–. Escucharon gritos que decían “¡no despierta!”. Ahí estaban Margarita, Jocelin, Josecito y Anita. Jocelin era la que gritaba, refiriéndose a Margarita, quien estaba inconsciente. Josecito y Anita inmóviles en el suelo. Sus cuerpos varias horas de haber dado el último espasmo de vida. Rosa y Vicky, dos jóvenes de dieciséis años también estaban ahí, apenas con algunos movimientos en sus cuerpos. Ellas habían desparecido unos días antes que los demás.

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Imagen: Rosario Lucas.

Todos habían sido abusados sexualmente y a todos los habían obligado a tomar la droga que estaban fabricando y con la que estaban experimentando. Los más pequeños no aguantaron. Josecito y Anita murieron. Sus órganos internos estaban destrozados. Los demás fueron llevados al hospital. Todos tenían daños por la droga y por la violación sexual.

En el lugar de los hechos encontraron el material y la maquinaria con que se preparaba la droga, pero no había ninguno de los perpetradores. No obstante, había grabaciones de las cámaras púbicas que recientemente se habían instalado. Con ello y con lo que poco a poco fueron diciendo los niños y jóvenes cuando despertaron, las familias se enteraron de que los responsables eran un grupo de jóvenes, también del pueblo, quienes eran conocidos y conocidas por haber formado una banda. Se autodenominaban “los tranzas”; comenzaron consumiendo y luego vendiendo droga. Algunos también estaban vinculados con las redes de huachicoleros.

La banda, conformada por hombres y mujeres adolescentes y jóvenes (de entre 14 y 21 años), parecía estar actuando sin apoyo de ningún adulto. Al menos ésa es la historia que se cuenta en el pueblo. Después de que un par de ellos habían sido identificados y detenidos, al final fueron puestos en libertad. Los habitantes del pueblo y, en particular, los familiares de las víctimas estaban indignados. Clamaban justicia y aseguraban que quemarían vivos a los jóvenes delincuentes. Padres, madres y familiares de las víctimas, además, también eran familiares (cercanos o lejanos) de los perpetradores. El pueblo está dividido, destrozado, a causa de la garra del narcotráfico y el crimen organizado.

Cuando narro estos hechos, unos días después de haber ocurrido la tragedia, los jóvenes perpetradores aún seguían vivos, en libertad; los padres y madres seguían consternados, enfurecidos, pero, al mismo tiempo, con miedo. Las autoridades parecían seguir rebasadas. Los narcos, huachicoleros y delincuentes siguen con sus actividades.

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Imagen: Vanguardia.

El origen de la tragedia

Este terrible acontecimiento sucedió, como mencioné antes, en un poblado marginado donde hay pocas posibilidades de tener un empleo digno, donde hay poca o nula atención para el cuidado de la salud, donde las escasas instituciones educativas no logran sus objetivos, donde las viviendas son precarias, y donde no hay empleo u oportunidades de desarrollo local más allá de trabajar en las empresas agrícolas cercanas con bajos salarios y amplias jornadas de trabajo.

El escenario de esta tragedia, de esta historia de horror, es ese México olvidado por décadas donde, como muchos otros poblados de nuestro país, se ha convertido, con los años, en un terreno fértil para que germinaran actividades delictivas y para que el crimen organizado capturara el interés de los jóvenes.

Cuando la juventud no tiene expectativas de vida, cuando no hay oportunidades reales y duraderas para tener un futuro halagüeño, ellos y ellas buscan opciones y soluciones en lo que vislumbran como alternativas a su miserable presente. La venta y el consumo de drogas es una de éstas. Una vez que los jóvenes incursionan en este mundo es “fácil” que transiten hacia actividades atroces como las de la historia de horror que aquí narro. Es inconcebible que los perpetradores de tan atroz crimen sean jóvenes, conocidos y hasta familiares de las víctimas. Pero es cierto. Es parte de esta realidad que cada vez tenemos más cerca. Es parte de un México que ha quedado al olvido de políticas públicas eficaces; es parte de un México producido por la injusticia; por la marginación y la pobreza, pero, sobre todo, por la insultante desigualdad que vivimos.

El México olvidado se ha convertido en un México al borde de la putrefacción y ese México está cada vez más cerca, porque cada vez hay más Mexicos olvidados que, en algún momento, si no se logran transformaciones reales, se convertirán en un México cuyo estado de descomposición hará imposible si quiera pensar en un futuro promisorio. Ahí es donde estamos. Ahí es donde se cierra ésta y muchas historias de horror que nos laceran como país. Ahí nos encontramos, frente a la pandemia del nuevo coronavirus y frente a la epidemia del crimen y la inseguridad, pero también de la desigualdad y la falta de justicia social.


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Crimen y oxígeno

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Alrededor de las 16:30 del pasado martes, sujetos armados interceptaron y robaron un camión con cinco tanques de oxígeno en el municipio de Ecatepec, en el Estado de México. Momentos después, autoridades locales capturaron a los delincuentes y recuperaron el botín. Tal y como reporta el diario Reforma, los cinco tanques robados estaban vacíos. El caso es todo menos un evento aislado. Los robos de este tipo de contenedores en carreteras se han vuelto frecuentes en zonas variadas de la Zona Metropolitana de la Ciudad de México, y en general en la región centro del país y algunos otros estados. Además, la prensa reporta un robos a comercios especializados como en el ocurrido hace una semana en la alcaldía Miguel Hidalgo, así como incontables casos de fraudes a través de sitios de venta en línea y redes sociales.

El fenómeno tiene una explicación relativamente simple basada en una explicación de mercado: ante la urgencia y angustia de quienes cuentan con seres queridos enfermos de Covid, la demanda de oxígeno ha aumentado (alrededor de 700%, según datos de la PROFECO) y el producto, en consecuencia, encarece. Tal encarecimiento produce la oportunidad de ganancias extraordinarias de un bien que, normalmente, no ofrece esas “posibilidades”. En efecto, el encarecimiento es un hecho. El diario Excelsior asegura que el precio del oxígeno se ha triplicado al pasar de 7 mil a 30 mil pesos. Es una estimación razonable pero empírica en función de los casos conocidos. En todo caso, detrás de la relativamente sencilla explicación de mercado, existe una explicación mucho más compleja que se relaciona con la formación y auge de mercados ilegales.

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Imagen: Cuartoscuro.

Natalie Kitroeff y Óscar López publicaron en el New York Times una crónica tan fabulosa como estremecedora sobre el calvario que ha sido conseguir oxígeno en la Ciudad de México durante los últimos meses. “Los niños llaman rogando por oxígeno para sus padres”, comienza el texto, “Los ancianos llaman rogando por aire a mitad de la noche. Sin dinero, las personas ofrecen pagar con sus autos”. El drama y la desesperación alimentan el encarecimiento. Son variables difíciles de medir en términos económicos, pero sustantivas para explicar lo que está ocurriendo. La aparición de un mercado ilegal supone, por un lado, una relación directa con el contexto específico de un bien o mercancía en un momento determinado; pero también, y por otro lado, con la forma activa o reactiva en la que la autoridad lidia con el problema de crimen e ilegalidad.

Ricardo Sheffield, titular de la PROFECO, afirmó que, ante este nuevo fenómeno delictivo, la Guardia Nacional está trabajando en coordinación con empresas de proveeduría de oxígeno para ubicar y capturar a los involucrados en estos robos. Sumar a la Guardia Nacional eleva el problema a un asunto de seguridad propio de mercancías ilícitas. Además, apenas el 9 de febrero, el Senado de la República publicó un boletín donde se detalla la presentación de una Iniciativa para adicionar, en la Ley General de Salud, “sanciones específicas para el robo de vacunas, insumos y tanques de oxígeno medicinal, así como para imponer 15 años de prisión cuando este delito sea cometido por un servidor público”.

tanques de oxigeno
Imagen: Cuartoscuro.

Sanciones y vigilancia para evitar este crimen son deseables, si no es que indispensables. Sin embargo, de fondo está el tamaño de la crisis que ha producido la pandemia y el manejo que las propias autoridades han hecho de ella. En otras palabras, ¿qué tan rentable sería el negocio de la venta de oxígeno robado, o de los fraudes por este bien, si la demanda no fuese tan trágicamente elevada como producto de un manejo distinto de la pandemia? ¿Tendrá alguna relación que México sea el país con la segunda peor tasa de mortalidad a nivel mundial por la pandemia? El oxígeno no es ni será una mercancía ilícita, pero sí se ha convertido en una profundamente escasa ante un contexto de pandemia que, literalmente, consume el oxígeno de quien enferma. Es responsabilidad de quien gobierna reducir los espacios y posibilidades para que el drama de uno sea el lucro de otro.


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El crimen organizado dueño del país

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Por más que se diga lo contrario, nuestro país está siendo dominado por poderosos grupos criminales, quienes generalmente se identifican como “cárteles” del narcotráfico. En los últimos años se han disputado las plazas y el negocio de las drogas, los bandos delictivos conocidos son: “Los Zetas”, “El Cártel del Golfo”, “La Familia Michoacana”, “Guerreros Unidos”, etc. Actualmente se encuentran en un proceso de restructuración, todos son parte de la llamada delincuencia organizada; sin embargo, hoy por hoy han adquirido una fuerte presencia por su alta criminalidad “El Cartel Jalisco Nueva Generación” (CJNG), “El Cártel de Sinaloa”, inclusive, el conocido como “Santa Rosa de Lima”.

Cuando se formuló la histórica ley contra el crimen organizado, varios académicos expresaron su crítica, señalando que era absurdo pensar en esa denominación, más aún que se les diera ese trato jurídico a criminales de alto relieve, dijeron se les debe identificar simplemente como pandillas o asociaciones delictivas. Hubo quienes en tono irónico enunciaron que sólo faltaba pedirles acudieran ante notario público y solicitar su registro oficial, algo que por supuesto resultaba inadmisible. De lo que no hay duda en la actualidad, es lo correcto de su denominación, “delincuencia organizada”, tienen y lo sabemos, una ordenación con niveles jerárquicos, estatutos y códigos de conducta, donde se señalan derechos y obligaciones de sus integrantes.

En estos organigramas hay un jefe máximo, que es el equivalente a un director general, subdirectores, jefes de departamento, pasando por encargados y responsables de zonas geográficas. Las subdirecciones atienden diversos tipos de delito, hay una encargada de la compra y venta de estupefacientes; otra responsable de secuestros; la hay también del cobro de protección, a la que se le llama derecho de piso. Otra oficina importante se refiere al capítulo de disciplina, sanciones y represalias, donde se castiga severamente el tema de la traición, donde la consecuencia es la pena de muerte. Por supuesto, también se maneja el asunto de la “guerra” contra sus opositores, ahí se ha institucionalizado la figura del “ajuste de cuentas”. Por cierto, esta aseveración es utilizada sistemáticamente por la autoridad, para no investigar a fondo y lavarse las manos cuando se trata de homicidios brutales, donde el descuartizamiento, pasando por evidentes actos de crueldad y sadismo, son frecuentes. Esas carpetas, por cierto, de investigación se mandan automáticamente al archivo, bajo el argumento de que se trata de “ajustes de cuentas” entre bandas rivales.

violencia y crimen en Mexico
Imagen: The New York Tiimes.

Sin duda el mando encargado de perseguir a los bandidos ha entrado en componendas descaradas con los “cárteles”, por ello, actúan impunemente. Para justificar actos de gobierno, de vez en cuando detienen a algún “capo” de medio pelo, al que previamente se le ha hecho fama de ser el dirigente máximo, pero en ocasiones es toda una faramalla, basta con observarlos y precisar que son malhechores de bajo nivel intelectual, incapaces de dirigir una organización criminal.

Hay casos de excepción y, en efecto, si se detiene al cabecilla más importante, de manera inmediata se le sustituye, el que funge en segundo lugar asciende a director. Tampoco escapa la posibilidad de que el cártel cambie de nombre, para tratar de engañar a la sociedad e incluso se ha llegado a decir que se acabó con ese grupo criminal.

Se dirá y, con razón, que en todo el mundo hay cárteles y, por tanto, México no puede ser la excepción, la diferencia es que en otras latitudes no llegan a ser tan poderosos como sucede en nuestro país; aquí son los que imponen a los jefes policíacos principalmente a nivel municipal y estatal; a cambio de ello entregan a gobernantes, presidentes y demás funcionarios, cantidades impresionantes. En el ámbito federal, no hay mucha diferencia, solo téngase presente, en el tema de drogas hay una ganancia de más de 500 mil millones de dólares anuales, circunstancia que deja claro que con el manejo de tales montos inimaginables, tienen la capacidad de comprar hasta la más férrea voluntad de funcionarios, sea vía directa o a través de familiares; nunca se acabará el narcotráfico, porque, además, cada vez los dependientes de la droga se incrementan; lo que sí se puede es irlo controlando.

Recientemente la autoridad informó que existen 77 mil personas desaparecidas, consecuencia del crimen organizado, en este mismo tenor se han localizado, más de 4 mil fosas clandestinas, donde se han exhumado cerca de 7 mil cuerpos, en su mayoría incompletos. Estas alarmantes cifras dejan al descubierto la ineptitud, pero, sobre todo, los altos niveles de complicidad y podredumbre.

crimen organizado
Imagen: Google Sites.

Lamentablemente, en nuestro país los gobernantes no designan a las personas indicadas y mejor capacitadas. Así, un sujeto que en su vida ha manejado la procuración de justicia o el ámbito policíaco, es designado Secretario de Seguridad Pública y, lo rebasan los sobornos y las traiciones, pero para justificarse, expone estadísticas falsas, asegura a los “cuatro vientos” estar cumpliendo metas que sólo existen en su imaginación.

Ante este panorama desalentador, resulta imprescindible profesionalizar las corporaciones policíacas, ese plan no se puede lograr de la noche a la mañana, tiene que sujetarse a un programa serio, mismo que llevará muchos años, pero que entre más pronto inicie, mejor. Tales instituciones de formación policial tienen que estar dirigidas por personas preparadas.

El gobierno deberá entender que la tan añorada paz social sólo podrá iniciarse cuando haya buenos policías y mejores jueces, este último renglón también es una gran falla.

En tanto no se haga algo serio en este tema, México seguirá estando en manos del crimen organizado, cuyo poder, repetimos, es omnímodo.

Basta ya de que los gobernantes, en todos los niveles, se sigan manejando de manera irresponsable y contrarios al sentir de la sociedad, donde los arreglos corruptos con el bajo mundo son una realidad.


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Pandemia de violencia

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Sin quitarle al COVID-19 su enorme impacto en nuestras vidas y en nuestro futuro inmediato, hemos sufrido de una enfermedad igual, o peor, en la forma de la violencia y el crimen en todas sus manifestaciones.

Particularmente la semana pasada y el inicio de ésta han sido periodos aciagos en materia de inseguridad y los efectos que provoca en una sociedad, tristemente, acostumbrada ya a la impunidad y al delito.

Con las consecuencias de una serie de masacres ocurridas en Sonora y Oaxaca, además del asesinato cobarde de un juez y su esposa, llegamos al viernes pasado para atestiguar un atentado en contra del secretario de Seguridad Ciudadana de la capital del país, Omar García Harfuch, en un operativo criminal no visto antes en la Ciudad de México y menos en contra de un funcionario de tan alto perfil.

El despliegue de células organizadas con armamento de guerra, logística, vehículos y una planeación que no se puede explicar sin colaboración interna, trajo al corazón del país escenas que sólo habíamos visto en puntos de nuestra nación ya convulsionados por la violencia y que demostraban lo lejos que todavía estamos de alcanzar la paz y la tranquilidad que tanto demandamos.

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Ilustración: Jeff Gomez.

La aparición pública de líderes de cárteles, así como las ineficiencias de autoridades y jueces para fincar responsabilidades a presuntos responsables de delitos, involucrados con los primeros, y hasta la detención de otros criminales a quienes se les atribuyen horrores como la desaparición de 43 jóvenes, nos obliga a reflexionar que, con o sin coronavirus, el problema de la falta de seguridad seguirá siendo un talón de Aquiles para el cambio verdadero de la República.

Coincide con el primer aniversario de la creación de la Guardia Nacional, un cuerpo de seguridad cuyo despliegue a lo largo del territorio nacional aún deja muchos más pendientes que resultados, aunque debemos reconocer avances en ciertas áreas de combate al crimen, como el tráfico de combustibles, el robo en carretera y una marginal contención de algunos crímenes que mantienen baja la cifra negra como el robo a vehículos, en tanto que los homicidios dolosos se estancan o aumentan irremediablemente.

Como si el semáforo de la pandemia no fuera suficiente, el semáforo de la inseguridad pareciera mantener no ya el color rojo intenso, sino violeta, sin importar la aparición de un contagioso virus que detuvo al mundo, pero no a quienes en estos momentos atacan, atracan, y viven de la ilegalidad; una industria que se hizo incontrolable después de décadas de complicidades, tolerancia, corrupción e impunidad.

Entramos en el segundo tercio del sexenio y los números de los delitos que se cometen todos los días se mantienen altos, a la par de que no hay señales claras de que las detenciones, los procesos judiciales y las sentencias crezcan gracias a la coordinación de autoridades y la eficiencia de los cuerpos policíacos estatales o municipales.

Regiones enteras del país están sometidas a los intereses de grupos criminales que no piensan dejar su negocio en poco tiempo, y si para ello es necesario subir el nivel de violencia en contra de quienes les cierran el paso, lo harán sin ningún miramiento; de ese tamaño es el poder económico que está en juego.

violencia a mano armada
Ilustración: Curt Melo.

Mientras tanto, los ciudadanos nos preparamos lo mejor posible para entrar en una nueva realidad, pero con los viejos problemas de siempre, lo que hará más difícil que salgamos de la crisis económica y de empleo que ha traído la crisis sanitaria.

Advierto, sin embargo, que no creo que haya un engrosamiento de las filas de las organizaciones criminales, no funciona así, pero muchos jóvenes sí podrían ser enganchados con dinero fácil para entrar a los primeros escalafones del delito, mucho más si las bandas les confirman que hay espacio para prosperar por los errores y la complicidad de quienes tienen la tarea de defendernos.

No obstante, el papel de la ciudadanía es más importante que nunca para lograr un descenso considerable del crimen organizado (que es todo) si le damos su lugar a los buenos policías, los buenos guardias nacionales, y denunciamos cualquier incidente que afecte nuestro bien vivir.

Recuperaremos poco a poco cierta movilidad y eso podría dar a los delincuentes la falsa impresión de que pueden volver a las andadas sin que opongamos resistencia. Es el peor mensaje que podemos enviar como una sociedad que debe actuar como una sola y aprovechar las nuevas condiciones de convivencia para prevenir, apoyar y colaborar con las buenas autoridades, que sí las hay.


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Mafias en tiempos de coronavirus. 2ª Parte

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Algunas crisis son oportunidades, o eso suele decirse en el mundo de emprendedores y millonarios. La edición pasada de esta columna, publicada hace un mes, alertó sobre el riesgo de que grupos criminales alrededor del mundo utilizaran la crisis para capitalizarla políticamente a su favor. Un mes después, la evidencia abunda. En medio de la pandemia, medios de comunicación alrededor del mundo continúan reportando a grupos criminales realizando actos filantrópicos dirigidos, en apariencia, a aligerar el peso de las penurias que provoca la crisis sanitaria. ¿Cuánta filantropía hay en estas acciones? Poca en comparación a la oportunidad política. No es tanto un tema de emprendedores como sí lo es de poder. El juego se llama legitimidad, ese preciado intangible que facilita la ya difícil tarea de gobernar.

Los primeros focos de alerta fueron reportados en Brasil e Italia. En el primer caso,  presuntos narcotraficantes han impuesto y vigilado toques de queda en las favelas de Río de Janeiro para garantizar el resguardo de la población en casa. En Italia, las mafias locales ya no sólo reparten comida gratuita a familias en situación de pobreza derivada de la crisis sanitaria en Calabria, Campania, Puglia y Sicilia, territorios históricamente controlados por la ‘Ndrangheta, la Camorra y la Cosa Nostra. Ahora también ofrecen préstamos a la población con mejores condiciones en comparación con las instituciones financieras legales. En las pasadas semanas, sin embargo, otros casos similares se han sumado en El Salvador, Sudáfrica y, por supuesto, México.

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Fotografía: Infobae.

En El Salvador, pandillas locales no sólo impusieron toques de queda, también han establecido castigos. Quien no cumpla, dicen, será golpeado o asesinado. Reconociendo la dificultad de los tiempos, las pandillas dejaron de recolectar la “renta”, como se le llama a la extorsión. Sin embargo, declaran un estado de excepción que, en estricto sentido, les permite decidir sobre quién vive y quién muere. “Es una decisión de Barrio, o sea de toda la pandilla […] En algunos lugares ya se están aplicando las medidas, a algunos cuerudos ya se les tuvo que pegar un coscorrón”, cuenta un líder de la MS-13 al diario El Faro. Mientras tanto, el presidente Nayib Bukele exhibe públicamente a pandilleros encarcelados en un hacinamiento que, además de arriesgar el respeto a los derechos humanos, tampoco respeta ninguna forma de distanciamiento social.

En Ciudad del Cabo, la segunda ciudad más poblada de Sudáfrica, pandillas locales rivales hacen trabajos humanitarios bajo la coordinación del pastor de la comunidad, Andie Steele-Smith. El día que el confinamiento fue declarado, Andie recibió llamadas de líderes de estas pandillas, quienes le confesaron que estaban muriendo de hambre. La crisis abrió un espacio de “paz” en la que, pandillas otrora rivales, repartieron víveres a la comunidad. Las autoridades locales, sin embargo, ven el fenómeno con escepticismo y se resisten a exonerar años de agravios a cambio de unos días de caridad. México no es la excepción. En varios estados de la República han ocurrido, a cargo de grupos criminales, repartos de despensa, aparición de mantas con amenazas para quien salga a la calle, filtros sanitarios y hasta palazos de castigo.

despensa grupos criminales
Fotografía: DW.

“Excelente gesto gracias por ayudar al pueblo bendiciones” [sic], escribió un usuario de redes sociales ante una publicación donde se observan despensas repartidas presuntamente por grupos criminales en Tamaulipas. Otro más pide: “Ojalá también fueran a los hospitales a poner orden”. Este caso se suma a otro presunto reparto de despensas en Michoacán. Un video en redes sociales exhibe a civiles armados repartiendo víveres desde una camioneta Pick-up. En Jalisco, otros videos y fotografías exhiben reparto de despensas con la imagen de Joaquín “El Chapo” Guzmán. En Chihuahua, la dinámica de reparto de despensas es la misma pero, ahí, la imagen impresa es la de Osama Bin Laden.

Ante la incertidumbre, las carencias, la incompetencia de gobernantes, o una mezcla de ello, ésta es una oportunidad para que grupos criminales reaparezcan o se consoliden como autoridades legítimas en el nivel más local. Las pérdidas monetarias por la crisis en los mercados ilegales pueden compensarse con las ganancias políticas resultantes de dominar el juego de la legitimidad. Al final, administrar la cuarentena, vigilar toques de queda o repartir comida no son sino acciones de poder dirigidas a capitalizar el hambre, el miedo, la desgracia y el descontento. Ignorarlo, tarde o temprano acentuará los problemas de gobernabilidad. Después de todo, dicen que algunas crisis son oportunidades.


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‘Mejor bájenle a la violencia’

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Mensaje de AMLO al crimen organizado que reparten despensas por crisis de COVID

Decenas de personas han sido beneficiadas por el crimen organizado que reparte despensas a la población más pobre que se ha visto afectada por la crisis que ha causado la pandemia del coronavirus COVID-19 en México.

Desde hace varios días han sido publicados en redes sociales y medios de comunicación imágenes de comunidades pobres del país recibiendo paquetes con alimentos y productos de limpieza supuestamente de manos de organizaciones delictivas como el Cartel Jalisco Nueva Generación y el Cártel del Golfo.

“Mejor bájenle” a la violencia, llamó el lunes el presidente de México a los grupos criminales que están entregando despensas con comida a la población, en medio de emergencia económica y social causada por el coronavirus, entre ellos la hija del famoso narcotraficante Joaquín “El Chapo” Guzmán.

Un reportero de Reuters visitó el almacén de la compañía “El Chapo 701”, dirigida por la hija del capo, Alejandrina, y vio cajas con un logo con la cara de “El Chapo”, llenas de papel higiénico, aceite, azúcar y arroz, y listas para ser distribuidas en la ciudad occidental de Guadalajara.

“Aprovecho para decirles a los que están en las organizaciones que se dedican a la delincuencia, que he estado viendo que reparten despensas, eso no ayuda, ayuda el que dejen sus malandronadas”, dijo el lunes el presidente Andrés Manuel López Obrador en su rueda de prensa diaria sobre esas acciones.

“Mejor bájenle, y piensen en sus familias, en ustedes mismos”, regañó el gobernante a los delincuentes, a los que pidió mostrar amor al próximo, no hacer daño a los demás, no enfrentarse entre ellos y pensar en el sufrimiento que provocan a sus madres y las familias de sus víctimas.

La violencia en México persiste a pesar de las medidas de distanciamiento social del Gobierno para hacer frente al coronavirus, que ha causado hasta ahora 8,261 contagios y 686 fallecidos en el país. Marzo, el último mes del que hay datos oficiales, fue el más violento desde que López Obrador asumió el poder a fines de 2018.

El mandatario, conocido como AMLO, ha defendido una estrategia contra el crimen organizado que combina la acción de las fuerzas de seguridad con programas para solucionar los problemas de pobreza estructural en las zonas azotadas por la delincuencia.

Femexfut víctima del crimen organizado

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Un ex directivo de la Femexfut reveló la forma en que el crimen organizado logró adquirir dos equipos de fútbol.

14 millones de dólares fue el precio que acordó pagar la Federación Mexicana de Futbol (Femexfut) para que dos equipos de la primera división  y dos de la entonces Primera A reveló el expresidente del organismo deportivo, Alberto de la Torre.

En declaraciones retomadas por Medio Tiempo el ex directivo explicó que en el 2006, la Federación compró los clubes Irapuato, Gallos Blancos, La Piedad y Venados cuando descubrió que eran propiedad de Martínez Sánchez, capo que testificó en el juicio contra Joaquín “El Chapo” Guzmán.

“Sí hubo resistencia fuerte (para vender), pero no quedaba de otra. Ya fue labor de nosotros convencer a los dueños de esos equipos para que nos vendieran. Tuvimos que comprarlos a plazos, tuvimos que moverle. Las dos costaron alrededor de 14 millones de dólares y fue barato a comparación de lo que valen ahora los equipos”, dijo De la Torre.

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https://twitter.com/mediotiempo/status/1214692336120270850

Alberto de la Torre explicó que mediante una auditoría en la Femexfut detectaron algo extraño con esos equipos. Por ello, decidieron desafiliarlos “con el pretexto de reducir la Primera División de 20 a 18 equipos”.

Luego, según su explicación, se los compraron a “las personas que fungían como directivos del capo” (cuyos nombres no dio a conocer) sin tratar directamente con Martínez Sánchez.

Terrorismo y narco ¿Cuestión de enfoques?

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Hace ya noventa días que ronda en su cabeza la idea de designar como grupos terroristas a los cárteles de la droga mexicanos, ha declarado el presidente de Estados Unidos, lo que significaría que no fueron el culiacanazo ni la terrible agresión contra la familia LeBarón los eventos que han conducido a tal consideración del gobierno norteamericano.

Es innegable el pavoroso índice de violencia que se cierne sobre México y el desbordante crecimiento que los grupos criminales han alcanzado, obteniendo el control de vastos territorios y retando abiertamente al Estado mediante ataques armados, que ponen de manifiesto su poder de fuego, coordinación y libertad de acción que, en muchos sentidos, pueden semejarse a actos terroristas.

El diccionario LID de Inteligencia y Seguridad define al terrorismo como un Fenómeno sociopolítico basado en la utilización de la violencia y la amenaza de la misma con la intención de alterar los comportamientos de ciudadanos e instituciones generando reacciones como la ansiedad, la incertidumbre, el miedo o la intimidación, objetivo que se persigue mediante la realización de acciones violentas que persiguen provocar efectos psíquicos desproporcionados respecto a las consecuencias materiales causadas […]. Bajo este enfoque, los eventos que cotidianamente ocurren entre bandas criminales o entre éstas y las fuerzas del orden, las ejecuciones o los macabros hallazgos de cuerpos desmembrados, bien pueden ubicarse en ese contexto.

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Imagen: Nexos.

Sin embargo, a pesar de sus similitudes, una cosa es la violencia criminal generada por una actividad ilegal cuya motivación es la obtención de ganancias económicas, y otra muy distinta la que tiene como causa y finalidad el condicionamiento de las decisiones estatales frente a objetivos políticos o ideológicos. En tal sentido, el tratamiento que el Estado debe dar a uno y otro fenómeno es, naturalmente, diferenciado.

Es lógica y justificable la preocupación del país vecino por la crisis de seguridad que se vive en México, dada la vecindad y sobre todo los eventos que se han registrado en las zonas fronterizas, que han involucrado a nacionales norteamericanos en trágicos sucesos. La discusión se ha centrado en los mutuos señalamientos de ambos países con respecto a, por una parte, la alta demanda de drogas de la sociedad norteamericana que alienta la actividad criminal y, por otra, la exportación de armamento letal a los grupos delictivos mexicanos, con una visión ciertamente simplificada de un fenómeno complejísimo que demanda de mucha mayor profundidad en su abordaje.

La intencionalidad es evidente, primero fue el amable ofrecimiento para enviar fuerzas estadounidenses a limpiar la casa de criminales, preludio de la nueva advertencia que hoy se expresa en la posibilidad de designar a los cárteles como terroristas, lo que, bajo la legislación del vecino país, abriría la puerta a una posible intervención. La respuesta mexicana ha rechazado de manera inmediata semejante posicionamiento con un discurso que acude, como es costumbre, a la defensa de la soberanía y al siempre presente nacionalismo más rancio, señalando que los problemas de México los resolverán los mexicanos.

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Imagen: Capital México.

No obstante, es necesario considerar que, en la práctica, no hemos sido capaces de atender adecuadamente el problema de la inseguridad y la violencia. El problema va en aumento, de la mano de la corrupción que lo ha prohijado. Bien sabido es que ninguna actividad criminal adquiere las dimensiones que ha alcanzado la delincuencia organizada, sin la protección o connivencia de la autoridad y de actores económicos poderosos.

En efecto, el problema es complejo e implica, de manera inexorable, a las dos naciones. Más allá de sucumbir a la tentación de presionar políticamente o de envolverse en el lábaro patrio, deberían explorarse las vías de colaboración que ya se tienen en acuerdos de carácter internacional y poner en acción los mecanismos existentes para atacar eficazmente un fenómeno que lacera profundamente a la sociedad mexicana que es quien, en definitiva, aporta el contingente sangriento.

Enfriar la cabeza, dialogar diplomáticamente y lograr acuerdos colaborativos frente a problemas comunes de alta intensidad, sería lo deseable en la obligada vecindad que, en no pocas ocasiones, se antoja distante.