Cristóbal Colón

Construyendo la nueva hispanidad

Lectura: 3 minutos

Este 12 de octubre los países de la región latinoamericana, España y Estados Unidos –con los festejos del Columbus Day– conmemoramos un aniversario más del “descubrimiento” de América con una serie de actividades para celebrar el “Día de la Raza”, en un contexto de distanciamiento social debido a la inesperada irrupción de la pandemia del COVID-19 y también por la pérdida gradual de una identidad común –como ejemplo se podría anotar los diversos nombre nacionales adoptados para recordar el arribo de Cristóbal Colón a las tierras de este lado del Atlántico–.

No cabe duda que esta efeméride, la cual tiene su génesis en 1492, se convierte –quizás no en la intensidad que se quisiera– en un espacio de convergencia para la reflexión sobre los logros alcanzados hasta el momento y delinear los desafíos que entraña el logro de una integración sociocultural que posibilite la construcción de un horizonte común, buscando relegar todos aquellos distractores nacionales que propugnan por el establecimiento de las propias agendas por sobre la de los vecinos de nuestra región.

construyendo la nueva hispanidad
Imagen: Victoria Villasana.

Bajo mi punto de vista, la actual globalización en la que se encuentra inmersa nuestra humanidad, propicia un abanico de alternativas tecnológicas para reencontrarse con “el otro” que no es hispanohablante en distintas latitudes de nuestro planeta, pero que de una u otra forma y debido a diversas circunstancias –bajo la gestión de los que yo podría llamar “embajadores” en la diáspora– logran conectar emocionalmente la herencia cultural en sus diversas manifestaciones con diferentes sociedades receptoras.

Ahora bien, en mi opinión la avalancha de productos culturales generada por las diversas industrias culturales originadas desde el norte desarrollado, “debilita” la adhesión a genuinos ideales comunes y geoculturales propios, debido una especie de “colonización” del imaginario popular. De manera tal que, la falta de fortalezas identitarias que arraiguen en nuestras propias personalidades, son a la postre desventajas que coadyuvan a la progresiva pérdida de tolerancia a las diversas manifestaciones productivas de nuestras poblaciones originarias. Esto debido a que el discurso ancestral, el cual ha sido “incubado” –sobre todo en aquellas comunidades más desfavorecidas social, económica y educativamente– desde tiempos de Colón (incluso desde los orígenes propios de la humanidad), es el de “legitimar” socialmente el predominio de ciertos grupos humanos por sobre otros, y, el problema de esto es que estos discursos son propagados con “delicada” precisión y tacto, por instituciones de servicio público, entre ellas, medios de comunicación, iglesias, partidos políticos, etc., aunque claro que hay excepciones.

ser hispano
Imagen: Saner.

Si bien es cierto que, aunque el dicho “no hay verdad absoluta” tiene cierta vigencia con relación a si fueron o no estos expedicionarios españoles quienes “descubrieron” por vez primera nuestro continente –pues hay quienes dicen que fueron portugueses; otros que fueron vikingos–, lo realmente destacable es que a pesar del “abrupto” encuentro y sometimiento de estas sociedades, se “abrió el telón” para empezar una continua e inacabada relación intercultural entre polos opuestos para armonizar –a pesar de “cierto dolor”– cosmovisiones distintas.

En definitiva, ser hispano debe significar para cada uno de nosotros el despojo de nuestros propios prejuicios para construir un presente y futuro que fomente pertenecer a esta gran y vibrante comunidad humana.

Posdata: A propósito, y en reconocimiento de este evento histórico, el extinto poeta nicaragüense Rubén Darío, en su poema “Satulación del Optimista” escribió el verso “Ínclitas razas ubérrimas, sangre de Hispania fecunda, espíritus fraternos, luminosas almas, ¡salve!”.


También te puede interesar: Citas diplomáticas vs. distanciamiento social.

¡Como si no tuviéramos que hacer!

Lectura: 7 minutos

Atravesamos por una grave paradoja, sin duda vivimos un gobierno presidencialista, quizá el más fuerte en la historia de nuestro país, Andrés Manuel López Obrador fue electo con una mayoría abrumadora y su popularidad o aceptación, a pesar de algunas oscilaciones, se mantiene muy alta, en el poder legislativo su partido obtuvo en la elección notables resultados, que al final mediante alianzas con otros partidos se convirtió en mayoría absoluta en la Cámara de Diputados y relativa en la de Senadores; por diferentes situaciones, se dice que cuenta con muchos simpatizantes con su proyecto de la Suprema Corte de Justicia, y digo que es paradójico porque al mismo tiempo sus acciones gubernamentales reciben constantemente muchas críticas, hasta tal grado que él mismo dice que es el presidente más criticado de la historia, lo que me parece impreciso o cuando menos exagerado; pero en todo caso es él mismo el promotor de estas controversias.

López Obrador ha conseguido, me parece que intencionadamente, una enorme polarización de la opinión pública. En su conferencia matutina cotidiana, ocupa mucho tiempo, generalmente más de una hora emitiendo desde luego su programa de gobierno, sus políticas públicas, pero lo hace de una manera provocadora, que consigue el beneplácito explícito de sus seguidores y la crítica, y otras veces los ataques de quienes no lo son, pero todo de manera exaltada. Me parece que él deliberadamente busca la saturación del espacio público, de tal manera que la discusión o crítica propositiva sobre problemas trascendentales es constantemente pospuesta por surgir nuevas situaciones –a veces importantes otras no tanto–, pero que son emitidas de tal manera que ocultan o retrasan el análisis y, en su caso, crítica de problemas fundamentales.

perspectiva historica de la 4t
Ilustración: El Economista.

Pongo como ejemplo al aeropuerto de la Ciudad de México, que no sabemos bien a bien en que acabará y las consecuencias que acarrearán las soluciones que al final se terminarán tomando. Tampoco sabemos, cuando menos de manera precisa, cuál es la posición del gobierno de la 4T sobre las energías limpias. Existen algunos problemas más acuciantes y que pasan de estar en la palestra al archivo, tal es el caso de la violencia y sus consecuencias; el manejo sanitario de la epidemia por Covid-19, que ha tenido resultados no satisfactorios o cuando menos cuestionables, es el mismo caso de las consecuencias económicas que la pandemia ha acarreado. Asimismo, la protesta de los grupos feministas me parece que no ha sido plenamente entendida como la partida de un movimiento que traerá, no sólo en México sino en todo el mundo, un nuevo formato social; las diferencias del presidente con una tercera parte de los gobernadores de los Estados, los problemas con el agua y muchos otros más.

Todos los días surgen asuntos, problemas que el presidente trata en su conferencia mañanera y que ocultan o ensombrecen los problemas anteriores tanto en la prensa como en la opinión pública; cuando inevitablemente aparece una situación grave, de inmediato es opacada por una declaración estridente sobre otro tema, de tal manera que el análisis y la discusión son pospuestas. Las opiniones, las propuestas de López Obrador en sus mañaneras, siempre alrededor de la corrupción, ocupan todo el espacio, por 24 horas, los viernes por 72, y saturan todo.

Lo que sucedió hace sólo unos días con la retirada de la estatua de Cristóbal Colón del Paseo de la Reforma, aduciendo labores de mantenimiento, pero que coincidió con un viaje de la esposa de nuestro presidente a Europa para buscar documentos históricos y exigir disculpas, y las declaraciones de la Jefa de Gobierno de la Ciudad de México y su Secretario de Gobierno. Me parece que todo es una maniobra para subir al estrado un tema que ocupe, poco o mucho tiempo, la opinión pública y los diferentes medios de comunicación. Desde luego no dudo de la sinceridad del presidente, de su esposa y sus colaboradores, creo que tienen un conflicto con la historia, la fundación del México actual y su evolución durante estos cinco siglos. 

Hace ya unas semanas que el señor presidente emitió, en el mismo foro, autoconstruido, una petición para que el gobierno de España incluido el Rey, Felipe VI, emitieran una disculpa por la conquista de Tenochtitlan y la fundación de Nueva España y, desde luego, el gobierno español emitió una respuesta elusiva. En esa ocasión López Obrador también exigió a la Iglesia Católica que expresara la solicitud de un perdón por su actuación durante la Conquista y la Colonia –no me voy a referir a esto porque el Papa Francisco tendría que permanecer el resto de su pontificado de rodillas si tuviera que pedir perdón por los errores de la Iglesia desde hace 2,000 años en todo el mundo–.

Glorieta de Colon
Glorieta de Colón.

La Jefa de Gobierno de la CDMX, Claudia Sheinbaum, hizo unas declaraciones interesantes con respecto al retiro de la estatua de Colón, mencionó que no había descubierto América puesto que el continente siempre había estado en el mismo lugar, y lo que habría que hacer es abrir un periodo de reflexión y quizá una encuesta para decidir la reposición del monumento. Abrir un periodo de reflexión sobre un hecho histórico parece un poco sobreactuado o naif, no lo sé; lo curioso es que varios colaboradores se han expresado con los mismos argumentos, entre ellos su Secretario de Gobierno, José Alfonso Suárez del Real, como si todo fuera ensayado o realmente estuvieran de acuerdo.

El descubrimiento de América constituye un parteaguas para la humanidad, independientemente que, desde luego, América llevaba miles de años en el mismo sitio, los habitantes de uno y otro lado del Atlántico no sabían de la existencia del otro. Con poco que uno estudie se dará cuenta del valor de los viajes de Colón, de su valor para ir en contra de los conocimientos y los sesgos de la época, de su enorme espíritu de aventura y su tenacidad para conseguirlo. Parece difícil hacer perder la trascendencia del fenómeno histórico a través de una reflexión colectiva; quizá si leemos, si estudiamos, quedemos cada vez más fascinados con el descubrimiento de América.

Desde luego que la conquista de Tenochtitlan, la fundación de Nueva España que devino en el México actual, es otra cosa. Estuvo marcada por la violencia, la traición, la opresión, la búsqueda de pactos. A Hernán Cortés, con tan sólo un puñado de hombres, por más que hubieran llegado con armas de fuego, le hubiera sido imposible tomar Tenochtitlan. Hay que comprender que entonces, en lo que ahora es México, no existía una sola nación si no varios reinos profundamente enemistados y en varias situaciones con relaciones de vasallaje muy intenso. Lo que hizo Cortés fue gestionar todo de manera inteligente, para sus intereses, y conseguir la ayuda de los enemigos para tomar y conquistar el reino de Tenochtitlan. Desde luego, todo a la usanza de la época con violencia y dominación –en ocasiones extremas–, no podía esperarse que en la época se establecieran mesas de negociación, aunque hubo alguna para conseguirlo. Después vino un fenómeno de dominación personal, económica y cultural, pero también un mestizaje que no se ha detenido hasta la fecha, mestizaje genético, cultural y económico. De este mestizaje proviene el México actual, no reconocerlo es desatinado; tan absurdo es negar los valores de las culturas precolombinas como la trascendencia de la incorporación de las culturas europeas. De esa fusión provenimos, aunque la fusión haya sido cruenta y dolorosa.

Si cuestionamos la presencia de la estatua de don Cristóbal en la glorieta de Colón, cómo le iremos a llamar al paseo Colón en Mérida; el edificio donde se encuentran las oficinas de Claudia Sheinbaum, el antiguo Palacio del Ayuntamiento, tiene varios salones de actos, uno el de “Cabildos” y dos llamados “Virreyes”, ahí se exponen los retratos de los 63 o 64 virreyes de la Nueva España, ¿irá a cambiar el nombre y deshacerse de los cuadros?, ¿tendremos que retirar “El Caballito”, que es una escultura de Carlos IV, pero que indudablemente forma parte de la CDMX? Quizá se debe quitar el Palacio de Minería que está enfrente, por haber sido construido al final de la Colonia, o quizá también, derribar el Palacio de Medicina que antes era de la Inquisición. ¡Ah!, y ¿habrá que cambiar el nombre a la calle de Bucareli?, donde está la sede de la Secretaría de Gobernación. Y tal vez, llegado el tiempo, cambiar el monumento a la Independencia, porque El Ángel se construyó a iniciativa de Porfirio Díaz.

Estamos impregnados de nuestro pasado que no es posible cambiar, podemos estudiarlo para entenderlo mejor, pero nunca será modificable. Yo espero que la Sra. Sheinbaum tenga tiempo para la reflexión que propone, que invite a sus colaboradores –y quizá a su jefe– y entiendan de dónde venimos para ayudarnos a ir a donde tengamos que ir.  Aunque pienso que la polémica surge sólo como un distractor para llenar el espacio político.

Lecturas recomendadas:
Miguel León Portilla. Visión de los vencidos. UNAM. México. 1992.
Bernal Díaz del Castillo. Historia verdadera de la Conquista de la Nueva España. Fernández Editores. México. 1995.
Hernán Cortés. Cartas de Relación. Editorial Porrúa. Sepan Cuantos. México 1972.


También te puede interesar: ¿Estuvo fuera de lugar?

El pedestal vacío

Lectura: 4 minutos

Ya en otras ocasiones he reflexionado en torno a la apropiación de los monumentos: claro, me ocupa ahora el tema de la escultura de Cristóbal Colón, que en días recientes desapareciera como por arte de magia del Paseo de la Reforma. No es la primera vez que externo mi posición respecto del cuidado del patrimonio, pero de eso que verdaderamente sentimos como patrimonio, no lo que no conocemos o no nos apela. Y en que si hay grupos que se manifiestan con pintas y violencia, es porque sus reclamos son igualmente violentos y sus causas poderosas.

No me escapé de ver en redes sociales el pasado fin de semana la imagen que convocaba a (¿o amenazaba con?) derribar la escultura de Colón ante la inminente llegada del “horriblemente llamado Día de la Raza”, como dice Claudio Lomnitz. No pude evitar comentarlo con mis alumnos el mismísimo lunes 12 de octubre, cuando hablábamos de la resignificación de los productos culturales y de las “capas” (como de cebolla) que implica el recubrimiento de significados que le vamos agregando a un objeto, a una idea, como si fuera la pátina del tiempo. No me sentí ajena a los cuestionamientos formulados por la jefa de gobierno cuando planteó que, ahora que se había bajado a la escultura de su pedestal para restaurarla, quizá valdría la pena reflexionar si queremos que vuelva a su sitio. La polémica es de sobra conocida. Lomnitz resume muy asertivamente la problemática en su columna “¿Quitar estatuas del pedestal?”, máxime cuando hace referencia al temor que invadió a las autoridades que decidieron adelantarse a los hechos y retirar la escultura para prevenir que la vandalizaran. Si el reclamo por la presencia ominosa de Colón fuera de los grupos indígenas, algo más tendríamos que saber:

Más allá de tanta politiquería, valdría la pena pensar y discutir los monumentos públicos del país. Valdría la pena pensar juntos nuestros valores históricos. Todavía no ha habido una discusión histórica abierta, respetuosa y democrática en México. Es verdad que el ejercicio puede parecer estéril: ¿a quién le importa la historia hoy? ¿Acaso sus personajes no forman parte de un imaginario mitológico y caricatural? Sin duda es así, pero también es cierto que la incorporación mesoamericana a la economía mundial, a través de su sujeción a España, marcó el principio de la historia moderna de México, y nuestra sociedad –con sus mitologías– no se explica sin esa historia (Vid.).

retiro estatua Cristobal Colon
Fotografía: Entérate México.

Llamar a una reflexión sobre la significación actual e importancia de los monumentos sí me parece una urgencia: quizá muchos piensen que no son más que oropel, quizá muchos otros se sientan agredidos por ver alterado el paisaje patrimonial de su ciudad; quizá, para otros pocos, el Colón haya sido una referencia entrañable. Lo cierto es que como sociedad estamos acostumbrados a reaccionar, pero no a pensar críticamente en nuestra herencia. En el filme Vita Nova de Vincent Meessen (2009) se recuperan textos de Roland Barthes para elaborar una reflexión en torno a la memoria, al sentido histérico de la historia y al pasado: recibimos conceptos hechos, dice el narrador, como “imperialismo”, como “colonialismo”, yo agregaría. Lo histérico de la historia radica, en este planteamiento, en que uno la construye, la construimos entre muchos, pero para construirla y observarla tenemos que estar fuera de ella. Nuestra observación recurrente de la historia encuentra cabida en la reflexión sobre nuestros monumentos. Que no nos lleguen como “dados”. No son “testigos”, son objetos que reciben significados y por eso el anhelo de una sociedad democrática está estrechamente ligado a cómo construimos y rearticulamos nuestra historia. Por eso pensar en el desaparecido Colón no es baladí.

Detrás de Vita Nova de Vincent Meessen (2009) (Cortesía del Museo Universitario de Arte Contemporáneo).

En el filme de Meessen se dice que nadie puede rechazar su herencia. ¿Qué hacemos con una herencia? No podemos simplemente dejarla de lado como un fardo, no podemos no aceptar un legado pero sí podemos transformarlo de acuerdo con lo que necesitamos y moldearlo conforme a lo que creemos. Ni para qué entrar en el asunto de las “peticiones de disculpas”, que me parece absolutamente fuera de registro. No sirve de nada, como no sirve de nada asumirnos como parte de un bando oprimido y conquistado, cuando hablamos español y muchos creen en la Virgen de Guadalupe. No sirve de nada seguir diciendo que Colón, Cortés y quién sabe cuántos más “nos conquistaron” como si fuéramos indígenas originarios (mexicas, totonacas o mayas). No sirve lamentar la pérdida de un hipotético paraíso exótico cuando el reclamo indígena en torno sus derechos culturales no tiene que ver con esa “ruptura” que representó el final del mundo prehispánico, sino con demandas muy actuales que redundan en la autodeterminación, en la adecuada administración de la justicia, en el reconocimiento de derechos, en la extinción de la violencia sistémica.

Cuando Lomnitz llama la atención sobre cómo la historia puede contribuir a producir una sociedad más justa, se refiere a eso: a saber gestionar nuestras cargas, nuestras tradiciones y a entender que la polarización y los radicalismos no nos llevan a nada, más que a vivir en ciudades cuyas avenidas emblemáticas ostentan vallas de protección o pedestales vacíos, tan vacíos de personajes como de sentido crítico.

Cristobal Colon
Imagen: Pinterest.

También puede interesarte: Gramática del gesto. Del pronus al Zoom.

Sin anestesia

Lectura: 2 minutos

Reescribir la historia, ese sueño totalitarista, tiene un elemental objetivo, autodesignarse como un héroe, ser el santo, ser la víctima, adueñarse del relato, para imponer el maniqueísmo oficial.

La moda de derribar estatuas y monumentos ha pasado de la justicia a la ignorante revancha, y en nuestro país, poblado y gobernado por adictos al victimismo, claman por derribar las estatuas de Cristóbal Colón y demás “efigies invasoras”. El monumento ubicado en Avenida Reforma en la Ciudad de México es una obra de arte, comisionada en 1873 a Charles Cordier, escultor francés especializado en la anatomía humana de distintos grupos étnicos, innovador en técnicas y materiales. Sus obras se encuentran en el Musee d’Orsay en París, en el MET de Nueva York y el British Museum de Londres. Es indudable el gran valor artístico del monumento, lo que está en duda es la capacidad de análisis de los que piden, con argumentos victimistas, que sea retirada porque representa la “invasión extranjera”.

derribar estatuas y monumentos a Colón
Imagen: boreal.com.es.

La pretensión de que un proceso de fusión cultural y de creación de una nueva civilización y de un Estado, deba ser un trance pacífico, benévolo y placentero, es una obsesión contemporánea de examinar a la historia desde una pedagogía infantilista y reduccionista. Las civilizaciones se inventan sin anestesia, son un proceso doloroso y difícil de asimilar, no se trata de eximir crímenes, se trata de mirar hacia adelante. El resultado de ese proceso es el que habla de su trascendencia y su importancia. El viaje de Cristóbal Colón patrocinado por su amante, Isabel la Católica, fanática y cruel con sus propios súbditos, tuvo como consecuencia nuestro mestizaje y civilización, fue un viaje de negocios y de conquista. La civilización resultante representa nuestro idioma, cultura, y religión, y hasta los que quieren derribar esas esculturas, son guadalupanos.

Esa posición ignorante de lo que somos demuestra inmadurez intelectual, actuar en consecuencia implicaría derribar desde la Catedral Metropolitana hasta cada uno de los edificios novohispanos que existen. Ese viaje dejó incuestionables beneficios y, si se gestó con dolor, también se gestó con idealismo.

La obsesión victimista y maniqueísta es oportunismo demagógico para ocultar el racismo actual, las zonas arqueológicas abandonadas, los museos sin presupuesto, los artesanos indígenas sin plataformas de venta ni políticas eficientes de promoción para sus obras, y la construcción de un Tren Maya que destruye zonas arqueológicas, y selvas, en donde habitan comunidades indígenas. Las nuevas investigaciones y excavaciones de otras áreas arqueológicas están paradas, nuestro pasado prehispánico no es prioridad gubernamental. 

Lo más patético es que esa ignorancia pide derribar sin edificar, esa gente que se niega a ver lo que somos y la importancia de ese pasado histórico no le ha dado, ni le dará a nuestra cultura, un ápice de lo que nos dió ese largo proceso de 500 años.


También puede interesarte: La pandemia de la superstición.