No hay nadie en las gradas, pero ello no impide que el sistema de sonido haga vibrar los focos y despierte fantasmas de temporadas pasadas.
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El número 2 que fabricaba haikus futbolísticos
El número 9 se quedó congelado con la pelota en los pies, no se movió un centímetro más como si el réferi le hubiese pitado un penal. El 2 sacó la pelota mansita de los pies, como quien saca una pelota que queda enganchada en un alambrado. La corrió muy despacio hacia atrás con la puntita del botín, la enderezó y empezó el ataque. El 9 se había encontrado con el defensor existencial, un particular 2 del futbol local que le hacía preguntas existenciales y filosóficas a los delanteros. Allá, casi contra el banderín del córner, cuando lo había ido a marcar, le había preguntado:
—¿Existe la realidad o es algo que se forma en la mente?
Muchos consideraban esa jugada un haiku futbolístico, una acción que desconcentraba a la mente, cortaba el flujo de los pensamientos, los detenía, y los obligada a encontrarse con el presente. Una especie de meditación japonesa, del budismo zen, pero adaptada al futbol. A todos los delanteros les pasaba lo mismo, dejaban de concentrarse en el partido y se quedaban pensando largos minutos en la pregunta.
Mucho habían hecho los técnicos de los equipos rivales para frenar la estrategia del defensor existencial, pero el que más se había ocupado de eso era el técnico del Atlas, un tipo también sabio, que había jugado la final del campeonato con Deportivo Archinda. Había estado meses preparándolos, había llevado a sus jugadores a los mejores filósofos, politólogos, sociólogos, para que les enseñaran las respuestas básicas a algunas preguntas filosóficas. Ante la pregunta del número 2, el delantero iba a responder de manera más o menos automática e iba a seguir la jugada.
La primera oportunidad de esto se vio empezado el partido, cuando el 9 de Atlas se fue sólo contra el dos, y el 2 se le pegó cuerpo a cuerpo y le dijo:
—¿Hay matemática en el universo o es una creación de los hombres?
Esperando el detenimiento, el haiku, la maduración para el delantero, una ampliación de conciencia, y quitarle la pelota, como quien le quita un helado a un niño. Pero el 2 le respondió de manera automática.
—Todas las respuestas a esa pregunta son válidas.
Y después tiró la pelota por un costado del defensor y la fue a buscar el otro.
No entendió qué había pasado, primera vez que sus preguntas socráticas eran respondidas de manera automática y desactivadas. No había logrado generar un haiku en la mente del rival, sino todo lo contrario, el haiku se produjo en él, que se quedó quieto en el lugar, como si se hubiera lesionado. Algunos compañeros se acercaron a preguntarle si estaba bien. Asintió con la cabeza y se puso a pensar qué pudo haber pasado. Miró el banco de suplentes del equipo rival, vio a su técnico riendo y se dio cuenta que él estaba atrás de todo. No tuvo mucho tiempo de acomodarse, enseguida le tocó cruzar a la derecha a encerrar al número 7 que se le había escapado al 3.
—Lo que verdaderamente cambia la mente de las personas es la voluntad, está comprobado por neurólogos –dijo casi llegando a él y poniendo el pie para que la pelota le rebotara y estuviera afuera–.
—La neurología es el paradigma actual, ley de Kuhn. Todos los paradigmas se justifican solos y dominan el saber de una época. Los investigadores sólo seleccionan los datos que sirven al paradigma.
—Pensamos en paradigmas, pero ésa no es la realidad –le dijo el 7, después de levantarle la pelota y esquivarle el pie en toda la carrera que hizo hasta el arco, con el 2 “existencial” corriéndolo de atrás–. Después de escuchar el remate de la frase los paradigmas de Kuhn, escuchó el grito de “¡goool!” de todo el estadio.
Las sensaciones eran distintas, le molestaba que su método ya no funcionara, le molestaba ya no quitar pelotas, le molestaba más no poder fabricar haikus en las cabezas de los delanteros. Pero le gustaba que todo el equipo rival hubiese tenido que ir a estudiar epistemología para neutralizarlo.
Con un vendaval, de esos equipos que hacen todo enseguida, en los primeros 20 minutos, de inmediato le tocó salir a cubrir la subida al campo de juego del 5 que había rebasado la línea de los mediocampistas y avanzaba derecho a él. Probó con lo que prueban todos los sabios cuando se ven rebasados en su filosofía: el latín. Se le paró de frente y le dijo:
—Vini vidi.
—Vici –respondió el delantero y le empaló la pelota de sombrero, que le pasó por arriba de la cabeza y la mirada, le cayó adelante al 11 quien había tirado una diagonal al área, y la acarició ante la salida del arquero. Dos a cero. Mientras el griterío ensordecedor del estadio bajaba hasta los oídos de ellos. El 5 le completó.
—Vini vidi vici es el mensaje que mandó Julio César en latín a Roma después de haber vencido en una de las batallas en tierra neutral. Quiere decir: Vine vi venci.
Y eso era lo que estaban haciendo los rivales con él, yendo, viendo y venciendo. Era un tipo demasiado inteligente para no darse cuenta de que iba a ser vencido en toda su extensión, y que su método, adaptado y con variantes, ya no iba a funcionar. Aun así, siguió probando.
A los 30 minutos del partido, en una esquina, contra el 8, probó la comprobadísima: “Te están llamando”. Señalándole a un costado de él, para buscar no ya un haiku sino una leve distracción que le permitiera pasarlo, pero el tipo ni se inmutó. Así fue cayendo en la calidad de sus métodos distractivos. A los 40 minutos probó la de atar los cordones para que todos pararan y él se fuera solo hacia el arco, método de campito que había dejado de funcionar, no por malo, sino por tanto usarse. Hacía de eso ya unos 50 años. Había tenido un leve éxito a los 42, el de honor, con un “dámela”, habiéndole gritado al 11 rival que sin mirar y pensando que era un compañero, le había pasado la pelota. Pero fue una tormenta de verano, se dio cuenta enseguida que ya no era su tiempo cuando el 10 le amagó para ir para un lado, se fue por el otro, y el agarrado del primer amague salió corriendo para el lado contrario en dirección contraria.
“¿Vas al kiosco?”, le preguntó de pasado el 10. Y el colofón final de su debacle fue el final de esa misma jugada que terminó en penal, pero antes de tirarlo, como siempre se le acercó al pateador rival a distraerlo, cosa que hacía recurriendo a dichos de Lévi-Strauss, planteos de Freud, reformas de Gramsci. Él –y eso le encantaba– en ese momento del penal usaba portulanos de los pensadores reformistas de doctrinas para peguntar si estaban bien. Cosas como: ¿La revolución es cultural? ¿La economía decide las relaciones en la superestructura o la superestructura puede afectar a la base económica? O más simples para el pensamiento deportivo, pero no por eso no dotadas de una compleja profundidad: ¿Aristóteles o Platón? ¿Hobbes o Rousseau? Y algunos leves conocimientos del taoísmo, y palabras aisladas del chino mandarín.
Pero fue en ese penal en el que se dio cuenta de su decadencia, volvió a su más tierna infancia, a sus comienzos en las confusiones y las tretas de los campitos, a su esencia. Se le acercó y le dijo: “No vale fundir”. Le salió de adentro, eso significaba que había llegado hasta el fondo y no quedaba nada de todo lo otro que había ido descartando en el debacle, que se había ido despojando de todo lo aprendido, de todas sus ropas, de sí mismo, y que había llegado hasta volver a ser niño, a su más tierna infancia. Al engaño más dudoso y más llorón, pero más incomprendido de todos. Porque ése, no vale fundir, si bien escondía la mezquindad de que el delantero pateara despacio y errara el gol, también escondía el altruismo del cuidado de la humanidad del arquero rival, el gesto caballeresco del futbol. Y, hasta una enseñanza para el propio pateador; las cosas pueden ser más suaves, más simples. Cuando se escuchó decir eso, se le vino a la mente “No vale tomar carrera”, y que por suerte no lo había pronunciado, sobre todo porque la carrera que tomó el delantero fue exagerada para arriba. Se dio cuenta que había sido deconstruido totalmente, y que había sido, ya no lo era.
Él solo, sin mirar el penal, en silencio, pero tranquilo, se fue de la cancha, con el vaciamiento de lo que era empezó el lleno de lo nuevo. No se quedó a escuchar el penal, se fue pensando si, en la derrota, como le había escuchado decir a un técnico cierto día, era donde más aprendía uno.
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La mordaz crónica de Carlos León
El 17 de abril me percaté que el periodista capitalino, Carlos León, hubiera cumplido 110 años –y que se nos adelantó en el paseíllo de la vida en 1981–, entonces me pareció oportuno recordar a una de las plumas privilegiadas de la crónica taurina. Como buen escritor, incursionó en diferentes giros literarios. Fue epigramista, guionista de cine y autor de diálogos en las películas de Mario Moreno “Cantinflas”, entre otras, “El Padrecito”.
Hoy por la extensión de sus crónicas, los días de corridas, tal vez sería imposible que le cedieran el espacio en los diarios, como el que ocupaba desde su fundación en el diario Novedades, haciendo crónica primero en el Toreo de la Condesa –hoy El Palacio de Hierro Durango–, ocupando un lugar en el palco de Maximino Ávila Camacho –hermano del presidente Manuel–, y posteriormente en La México, así como ocasionalmente en Cuatro Caminos –hoy terminal del Metro–, destacando por su elegancia al vestir, inefable bigote, nariz aguileña y mirada gélida.
De profesión fue abogado, pero nunca ejerció. Fue caricaturista en El Universal y con algunos más y otro gran caricaturista, Ernesto “Chango” García Cabral, fundó la revista “Don Timorato”. Tradujo obras de teatro y escribió el guion “Yo Colón” en 1953, que por mucho tiempo presentó “Cantinflas” en el Teatro Insurgentes.
La que fuera esposa de Justino Compéan, Hilda O’Farril, socia en su tiempo del Novedades, leí que lo describía como “implacable en sus escritos”. Su crónica semanal, “Cartas boca arriba”, tenía la característica de dirigirse a alguna persona y por ahí creo que aprovechaba para tener listo mucho del contenido, e iba tramando la crónica después de la corrida, con gran chispa y conocimiento, no sólo en el tema taurino, sino en el político y social, con su colaboración dominical “Titirimundi”.
Fueron públicos sus diferencias con Carlos Arruza, Manuel Benítez “El Cordobés” y Manolo Martínez, al que le colgó el mote de “Manolo Telones”. También, por dar idea a un subalterno y hombre de la confianza de “El Ciclón” –conocido así Carlos Arruza–, le dedicó las siguientes líneas: “Salta un sapo a la arena; no perdón, es Cerrillo vestido de verde” –refiriéndose al banderillero Javier Cerrillo–.
Curiosamente en los años 50 del siglo pasado, pedía que se retirara Luis Procuna y el día de su despedida, el 10 de marzo de 1974, tituló la hazaña del torero: “Procuna en la despedida, da la tarde de su vida”. En carta que le dedicó a Esperanza Tapia, dueña de Las Delicias en el centro capitalino. Fue la tarde de esa fecha, con Chucho Solórzano y Eloy Cavazos en el cartel con toros de Mariano Ramírez.
Antes, tuvo una diferencia pública con Curro Rivera, al que le puso primero “Curro Cantinflas”. En la temporada 1970-71, y a sugerencia del mismo torero, quedó en “Currinflas”, porque le hizo más gracia al torero, e incluso le comentó por escrito que a su hijo así lo apodaban en la escuela.
Lo anterior se recoge en una carta que envió Curro a Carlos León en noviembre de 1972, donde afirma eso porque esa temporada que comenzaba le llamó “Paspartout” Rivera, y lo felicita en la misiva; incluso le comentó “se voló la barda” y le pide que “siga a mi persona con ese sobrenombre” y, además, le dedicó su actuación próxima en La México.
La presentación de la carta la titula con gran guasa: “Niega Curro ser del ‘Gang’ de Manolo Telones”, refiriéndose a un boicot para que Paco Camino no torease en México, y se refiere a Manolo Martínez y al periodista del Esto, Francisco Lazo.
Al domingo siguiente de publicar la carta de Rivera, titula su crónica “La regó Santaclos Dávila; oreja de aguinaldo para Rivera”. En carta que dirige a Salvador Allende, en aquel momento presidente de Chile.
Una de dulce para Manolo Martínez fue el 23 de diciembre de 1979, después de la gran faena a un toro de bandera de San Miguel de Mimiahuapám, de nombre “Amoroso”, titulando la crónica: “Con el soberbio Amoroso Manolo estuvo en coloso”; y subtituló “Apoteosis de Manolo y Baillères”, que en carta la remite a Pedro Illana, quien fuera dueño del Tío Luis, restaurante de La Condesa, y a quien nombra “Rey del Pollo”.
Y cierro porque habrá que hacerlo, recordando la tarde de la larga cordobesa de Alfonso Ramírez “Calesero”, del 10 de enero de 1954 que tituló: “El Calesero saturó de arte la Plaza México, cortó una oreja pero mereció el premio Nobel de la torería”. Esa imagen por muchos años la vimos en el programa de Toros y Toreros del Canal 11, y cuando estuve ahí, al verla me provocaba el deseo de gritar, y ahora cuando la visualizó en la mente, digo “¡Olé!” para mis adentros. Cada que tenía la oportunidad de apretar la mano del artista, se lo decía.
A la semana siguiente del triunfo en una gran fiesta, Carlos León inventó el Premio Nobel del Toreo para otorgárselo en medio de grandes honores.
Es pues justo recordar a uno de los cronistas taurinos más importantes de México y más aún que acaba de pasar el aniversario de su nacimiento.
Y así me podría seguir, pero es momento de desear que estén bien y hacer un recuerdo a quien recientemente partió a la Gloria; me refiero a Alejandro Algara, que de muy niño conocí, pues Arenero le dio clases de toreo de salón a uno de los mejores intérpretes de Agustín Lara; se llevaban muy bien según recuerdo. A sus seres queridos, un abrazo con gran afecto.
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La antigua legua y recuerdos de una época taurina con Arenero
Una de las conversaciones de niños con mi padre, José Luis Carazo “Arenero”, era escuchar los mil y un avatares que habían ocurrido en sus años de maletilla en los que intentó ser figura del toreo; fueron de todos sabores y colores en la época de los cuarenta y cincuenta del siglo pasado, cuando prácticamente en todos los pueblos taurinos se celebraban festejos con toros cebús y a veces con toros de lidia.
Distinto desde pasada la década de los setenta, hoy en día en muchas poblaciones como las de Hidalgo, Morelos o las de Jalisco, entre otros, se presentan corridas de toros y muy pocas novilladas, con el modelo actual de que la mayoría de los toreros se forman en las escuelas taurinas.
El llamado toro de once –por a esa hora ser lidiado–, era generalmente de media casta y decían que con piloto, pues iba el toro montado por un jinete; así se formaban los toreros.
La “legua” le decían, por lo que implicaba ir por esos caminos de Dios con su hato, los llamados “maletillas”, donde además de sus viejos avíos, guardaban las ilusiones de llegar a ser figuras y que tenían al “Tupinamba”, el café de la calle de Bolívar como recinto sagrado del toreo y junto al “Cantonés”, más barato, para informarse dónde y cuándo iba a darse la próxima toreada.
El Bardo de la Taurina mantiene vivo el primer nombre y Luis Spota retrata con fidelidad aquél mundo de la legua, inspirado en las vivencias de Jesús “Ciego” Muñoz en su gran novela Más cornadas da el hambre, que concluye con el novillero, listo para partir plaza, en el túnel que conduce a la puerta de cuadrillas de La México.
En fin, recuerdos de niñez y de quien lo vivió a plenitud, por ello me es entrañable aquél mundo de soñadores de gloria y al adelantarse en el paseíllo hace unos días Don Pedro Moreno. Lo recuerdo y platico de quien conocí hace algunos años en las barreras de La México, durante la celebración de un festival donde actúo su hijo Pablo y, entre otros, Sergio Hernández Weber.
Al saludarlo me dijo, “Te voy a platicar algo sobre tú papá que probablemente desconoces”. Intrigado le pedí de favor que me lo contará, y antes de la anécdota me preguntó: “¿Sabes que José Luis toreó mucho en Puente de Vigas?”. Le dije que sí habíamos escuchado de aquella plaza que se ubicaba en el Estado de México y hoy es parte de la mancha urbana extendida de la ciudad capital.
Luego respondió: “entonces oyeron el nombre de Guillermo Martínez ‘El Pilón’”. “Su empresario, Don Pedro”, le comenté. En alguna corrida que se dio en la Plaza Norte cuando escaseaban los festejos en la capital, Pepe San Martín en los ochenta le había organizado un homenaje, y ese día nos lo había presentado “Arenero” con mucho cariño.
Café Tupinamba (tomado de charlasdeltupinamb.blogspot.com). Fotografía: Plitane.mx.
“Pues ahí te va”. Y parece que estoy escuchando sus palabras nostálgicas: “En aquella época no había celulares y cuando me hablaron que toreaba en Puente de Vigas, me vine de Guadalajara el sábado para estar listo el domingo y ese día me presenté en la puerta de cuadrillas, sólo para enterarme que no me tocaba ese día, sino hasta el siguiente domingo”.
Ya te imaginas la cara que puse y en eso tu papá, me dijo: “Venga, te dejo un quite, para que no hayas venido de balde”; detalle que nunca se me ha olvidado, y hoy que finalmente te conozco puedo platicártelo, como uno de la legua”.
Desde entonces le guardo un gran afecto a quien me dio semejante regalo sucedido en una plaza de toros dedicada a Esteban García, novillero rival de Carmelo Pérez, el hermano de Silverio y que trágicamente se fue a la gloria, por una cornada el 2 de noviembre de 1929.
La plaza fue inaugurada el 8 de febrero de 1942 con una novillada lidiada por Miguel Uribe, Alfredo González, Enrique Carreño y Franklin Domínguez “El Yucateco”. Los novillos fueron de la ganadería de Cerro Viejo.
Atraía a la afición por su cercanía a la Ciudad de México y finalmente desapareció, dejando anécdotas como la que me relató Don Pedro, pues también me dijo que ahí había alternado con Joselillo, de quien fue muy amigo. Por cierto, Guillermo Martínez “El Pilón” –empresario del redondel de Cerro Viejo–, fue apoderado de Abel Flores “El Papelerito”. Pero es otra gran historia.
Pedro Moreno debutó en la Plaza México la tarde del 12 de octubre dentro de la decimonovena novillada de la temporada de 1950, cuando alternó al lado de Fernando Brand de Aguascalientes, y el costarricense Rafael Mata, quienes lidiaron ejemplares de Milpillas.
Fue promotor taurino y, sobre todo, una persona de carácter, tuvo diez hijos, con uno de los cuales tengo muy buena amistad, mi estimado Pablo; socio de Casa Toreros. Es un momento duro para todos los que le conocimos y nos tocó la fibra, siempre lo vamos a recordar con su pasión y amor, por la más bella de todas las fiestas.
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Paco Camino, ídolo del toreo mexicano
Si algún torero español atrapó la atención a José Luis Carazo Arenero –después de Domingo Ortega y Manolete–, rotundamente fue Paco Camino; era muy niño su servilleta cuando el camero vino a México en 1962 a sumar partidarios.
Arenero me decía que la sabiduría de su interpretación del toreo era a veces comparable con quien fue su inspiración para hacerse torero, Fermín Espinosa Armillita.
Con el transcurrir del tiempo y ya más maduro Paco, lo vimos actuar en mano a mano con Manolo Martínez, en Querétaro el 18 de diciembre de 1977 cuando la famosa faena que instrumentó a “Navideño” de Garfias, toro que por cierto brindó a Lorenzo Garza.
He tenido el lujo de charlar con Paco en especial cuando con Julio Téllez lo entrevistamos para el programa “Toros y Toreros”; su desparpajo y gracia son únicas, su pasión le lleva a expresarse sin tapujos, y recientemente en una entrevista en España dio muestra de ello, comentó: “Que corren tiempos de adoptar perros y abandonar a los padres en las residencias de ancianos”.
El próximo diciembre cumplirá 80 años el Mozart del toreo y siempre será oportuno recordar momentos inolvidables de su gran carrera, como uno de los toreros más importantes que el mundo ha tenido, nació en Camas el 14 de diciembre de 1940 y debutó de chiquillo, como él mismo dice, a los 14 años en 1954.
Recién cumplió sesenta y un años de alternativa, fue el 17 de abril de 1960 en Valencia, España, llevando como padrino al maestro Jaime Ostos, mientras que como testigo fungió Juan García “Mondeño”, con el toro “Mandarín”, de la ganadería de Carlos y Antonio Urquijo. Esa tarde de su lote obtuvo un trofeo de cada uno.
Es conveniente recordar que de octubre de 1957 a 1961, las relaciones taurinas entre México y España se suspendieron como represalia de los toreros españoles que no veían con buenos ojos que Carlos Arruza, ya torero a caballo, lo hiciera conjuntamente a pie.
Una vez resuelta la suspensión, Alfonso Gaona, empresario de La México y El Toreo de Cuatro Caminos (hoy plaza comercial), lo contrató, y así fue cuando el lunes 1 de enero de 1962 partieron plaza Alfonso Ramírez “El Calesero”, Antonio del Olivar y Paco Camino con toros de Pastejé, dejando grata impresión en su debut mexicano.
En La México rayó a máxima altura la tarde del 27 de enero de 1963 con una grandiosa faena al toro “Novato” de Mariano Ramírez. Máximos trofeos tras brindar al entonces presidente de México, el Lic. Adolfo López Mateos, a través del sabio micrófono de Pepe Alameda, recordando que en aquella época era tradición ver los festejos taurinos por el Canal 2 en todo el país, por lo que la audiencia fue muy alta.
Tal vez la tarde más representativa en su trayectoria mexicana fue la de los berrendos de Santo Domingo, en el Toreo de Cuatro Caminos el 31 de marzo de 1963. Faenas vibrantes que se pueden apreciar en las imágenes que existen en las redes sociales, con la voz emocionada de Pepe Alameda, celebrando la manera de interpretar el toreo del andaluz y del “romance” con la afición mexicana.
“¡Torero, torero!”. Retumbó con gran fuerza en el abarrotado coso mexiquense.
Y un dato que no es menor resaltar es que esa tarde era en la que decía adiós de su campaña mexicana, la faena de su segundo, “Traguito”, un toro al principio complicado pero muy emotivo –como ninguna otra vez antes o después–, y fue aderezada por la banda de música con Las Golondrinas cuando reiteró que él acababa su campaña mexicana pero no se retiraba de los ruedos.
Tal obra de arte fue merecedora de máximos trofeos y de siete vueltas al ruedo en hombros de la afición; sus compañeros de cartel fueron Juan Silveti y José Ramón Tirado.
“Recordar es vivir” y por eso lo traigo a cuento, cierro con una frase que nos dijo a Julio Téllez y un servidor hace ya varios años: “Hay que ponerle más alma al toreo, que aquí ya van todos de maestros y eso no es bueno para la Fiesta”.
Genio y figura del que siempre es una alegría recordar, sabiendo que actualmente goza de cabal salud en tiempo de coronavirus. Paco Camino es y será uno de los ídolos más importantes de la historia del toreo de México, como también lo fue en su país y en todo el planeta taurino. Dios lo bendiga.
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Saludos Bardianos, recordando charlas con El Bardo de la Taurina
En una columna reciente, El Bardo de la Taurina tuvo la amabilidad de mencionar la fraternal charla en los salones taurinos de su casa, con la muy agradable compañía de la cantante Magia.
Como no será posible repetir la visita pronto –hasta que la pandemia lo permita– seguiré el hilo de la conversación, incluyéndote a ti, que te tomas el tiempo de leerme y sabes bien, que lo agradezco.
Ahí me comentó El Bardo que recién había tenido una opípara comida con varios colegas, entre otros, Julio Téllez, impulsor del inolvidable programa de Toros y Toreros de Canal 11, en el que por muchos años mi señor padre José Luis Carazo “Arenero”, participó y su menda también, en épocas más recientes, bueno, a finales del siglo anterior y a principios del que corre.
Pero siguiendo la conversación con base en su colaboración que tituló “¡A leer!”, mencionó en la misma a Fernando Vinyes Riera, autor del libro de la colección Espasa Calpe, “México, diez veces llanto”, que junto con las caricaturas que ilustran el libro “Torerías” de Camilo José Cela, son obras maestras de la bibliografía taurina.
Con Fernando tuve el gusto de compartir una deliciosa comida en Madrid –como hoy no se puede hacer– en compañía de Miguel Ángel Moncholi y Heriberto Murrieta, en 1993 durante la Feria de San Isidro.
Época aquella de la empresa de los hermanos Lozano, en la que actuaron por México en diferentes carteles: Miguel Espinosa Armillita y Mariano Ramos, el primero precedido por una salida en hombros de Las Ventas a finales de 1992, por su gran actuación en el festival benéfico, para Julio Robles.
Entendí en aquella comida memorable el amor por México de Fernando, nos relató que vivió un tiempo en nuestro país y sus aficiones por el circo, así como la lucha libre y el box, recordando entre muchos otros nombres como “El Santo” y “El Cavernario Galindo”, le comenté que el asistente de El Santo, Carlos Suárez, intentó ser novillero y de ahí la plática se enderezó un buen rato hacia ese tema, con el entusiasmo de Fernando por conocer más datos.
Fernando se nos adelantó en el paseíllo de la vida, el 8 de Octubre de 1999 y al recomendar su libro, El Bardo, aquella charla se me vino a la memoria, como ahora que escribo me ocurre, había trabajado en Radio Miramar de Barcelona y colaboró en TVE, RNE y Canal Plus.
Su gran amigo Fernando del Arco me contactó desde Barcelona y me hizo el favor de enviarme una baraja de la autoría de su tocayo.
Me comentó con admiración: A Fernando, no le costaba ningún trabajo, le salía fácil, dibujar a las personas y describir la idiosincrasia de cada una de ellas. Fueron dos grandes cualidades que desarrolló a lo largo y ancho de su vida artística. Afirmó también: De existir un Premio Nobel para Caricatos, seguro que se lo hubieran concedido a él.
Hizo muy buenas amistades con toreros mexicanos, que encontraron en él a un amigo y un admirador, lo que le llevó a explorar entrañas del toreo de México, que culminó con la publicación en 1991 de su libro y al que El Bardo sabiamente nos recomienda leerlo en tiempos de aislamiento.
Sus dibujos y escritos se imprimieron en la revista francesa “Corrida”, cuyo director fue Simón Casas.
En la revista “6 Toros 6” que generosamente hoy se ofrece sin costo en Internet, colaboró Vinyes asiduamente durante toda la década de los noventa, escribiendo la crónica de los festejos celebrados en Barcelona desde hace varios años sin toros, firmando “Kabaretero”.
Todo eso seguramente hubiera surgido en la charla con El Bardo, pero mientras lo escribo; ya surgirá la ocasión para platicar en vivo, así que cierro entonces con el deseo para cada uno de poseer el más valioso tesoro de la vida, la salud. “Visto lo visto, lo demás, es lo de menos”.
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Al borde de la pandemia, se suspenden las corridas de toros
El modelo de negocios de los toros depende principalmente de la asistencia del público a las plazas y, a diferencia de los deportes profesionales, el toreo obtiene muy poco dinero de los patrocinios por diferentes motivos, lo cual hace más compleja la continuidad en el momento que vivimos en el planeta, con el toro del coronavirus embistiendo descompuesto.
Por ello fue muy significativa la corrida que se celebró el domingo 15 de marzo en la plaza El Pinal, en la serranía poblana en la bella población de Teziutlán, Puebla, organizada por la empresa de los López Lima, padre e hijo, y Óscar Sierra, y que el propósito fue celebrar 478 años de fundación de la población que muchas veces convive con las nubes.
En ese lugar se recuerda a hombres ilustres como los Ávila Camacho y a Antonio Espino, mejor conocido como “Clavillazo”; Maximino Ávila Camacho fue socio de Neguib Simón Jalife en la construcción de La México, ganadero y empresario taurino; por su parte, “Clavillazo” fue torero cómico y dueño de un cortijo La Movida en la zona de Satélite.
La plaza es muy bella y tiene como cada una su sello, a la cual acuden de lugares circundantes como es el caso de muchos ganaderos tlaxcaltecas que asistieron a la que sería la última corrida antes de la cuarentena que debemos guardar para protegernos.
La plaza es techada y fue hasta principios de los años 60 cuando para cubrirla se colocó una lona, teniendo como atractivo principal de cartel al matador español Manuel Benítez “El Cordobés”, alternando con el mexicano Raúl García. El nombre de la plaza, El Pinal, se debe a que la zona donde fue construida predominaban los árboles de pino.
En la corrida del 15 de marzo de 2020, en la suerte suprema arriesgó Diego Silveti y como premio le otorgó el juez de plaza dos trofeos, mientras que por la misma “El Zapata” solamente obtuvo uno, y Luis Ignacio Escobedo puso voluntad sin que le acompañara el éxito.
La corrida se celebró con astados de la ganadería hidalguense de Torreón de Cañas y uno de Las Huertas que sustituyó al primero de la ganadería titular que me pareció emotivo. Los de Julio Uribe resultaron en conjunto potables y de pintas variadas; destacándose por sus cualidades de embestida, el segundo de pelaje y nombre Carbonero, muy bien toreado, especialmente con la mano izquierda por Diego Silveti.
Sin embargo, falló en la suerte suprema con “Carbonero”, pero en su segundo, supo enderezar una faena con tandas largas emocionando a la concurrencia, que asistió en buen número. Cuando al encuentro, realizó en corto y por derecho la suerte suprema, logró una gran ejecución, aun con el riesgo inminente de una cornada; el público emocionado demandó dos trofeos y el juez los otorgó, para que al finalizar del festejo se fuera cubierto por su capote guadalupano en hombros de los aficionados del bello coso de la sierra poblana.
“El Zapata” demostró gran variedad en su toreo y por la suerte suprema no compartió la salida en hombros con Diego. En su segundo se prodigó en los tres tercios hasta lograr entusiasmar a la parroquia y solamente por la suerte suprema su premio fue uno.
Luis Ignacio Escobedo esforzado, sigue en busca de continuidad en sus actuaciones que son escasas y, a punto estuvo de sufrir un grave percance del que se libró, a Dios gracias.
Fue en Teziutlán, en un mano a mano con Manolo Martínez el 13 de agosto de 1987, cuando Miguel Espinosa “Armillita” obtuvo una pata, además de los máximos trofeos de un toro de La Venta del Refugio. Vale la pena, por tanto, acudir a su feria que se celebra entre julio y agosto de cada año, en una plaza de prosapia.
En fin, así las cosas, se cierra el toreo, mientras capeamos el temporal de la pandemia, deseamos que al regreso, todos gocemos de salud y nos congratulemos. Que así sea.
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El revuelo de José Tomás
En este año, el 10 de diciembre próximo, se cumplirán 25 años de la alternativa que recibió José Tomás en La México de manos de Jorge Gutiérrez y con el testimonio de Manolo Mejía con los toros de la ganadería de Xajay, momento en el que dejó las filas novilleriles para convertirse en matador de toros y desde aquel (ahora lejano) día, mucho se discute sobre lo que representa su tauromaquia.
Después de la gravísima cornada de “Navegante” en Aguascalientes –en la que corrió grave peligro su vida después del 25 de abril de 2010–, sus actuaciones han sido esporádicas pero casi todas rotundas, cada una fue un acontecimiento en expectación y luego en el desarrollo de la corrida.
En su libro Diálogo con ‘Navegante’, escribe: Unos días después de despertar de la cornada de Aguascalientes empecé a recibir la visita de ‘Navegante’, el toro que me la dio. Al principio, la verdad, no me hizo mucha gracia. Pero con el paso de las semanas olvidé el rencor, agarré confianza con él, empezamos a conversar y nos llegamos a hacer colegas; al fin y al cabo, me di cuenta de que aquella cornada, más allá, de enemistarnos, nos había unido para siempre.
Ahora que se anuncian las tardes de mayo y septiembre para las actuaciones de este año, primero con Pablo Hermoso y luego con Lea Vicens, ambos en la ciudad francesa Nimes, ha provocado el movimiento de aficionados de todo el mundo, que a su conjuro se preparan para acudir a su encuentro. Por ello el caché del torero es astronómico.
Su estadística en La México acumula diez actuaciones, la más reciente la de 2017 en beneficio de los damnificados del temblor. Fue la décima, casualmente una más que la de un torero de su misma cuerda, Manuel Rodríguez “Manolete”, quien el 9 de diciembre de 1945 toreó ocho en la Plaza de Toros de la Ciudad de México, que se ubicaba en la calle de Durango de la Colonia Condesa (hoy El Palacio de Hierro). La segunda vez y última que el matador cordobés vino a la Ciudad de México, fue el 5 de febrero de 1946, para inaugurar el Coloso de Insurgentes, la Monumental Plaza de Toros, y en esa ocasión, toreó nueve.
El 4 de noviembre de 2007, José Tomás dejó el imborrable recuerdo lances de recibo a un toro de Barralva al caminar de un tercio al otro del ruedo, ejecutando en su tránsito una decena de verónicas lentas y tersas, acompañando en todo momento la embestida del toro que remató con una media, una rebolera y soltando una a punta de capote, dejando embelesados a los presentes, que vivimos uno de los momentos más bellos de la historia del capote en La México.
La faena más rotunda en su historia capitalina fue la del 12 de diciembre (el día de la Guadalupana) de 2017 al toro “Brigadista” de Jaral de Peñas; y si bien no hubo los máximos trofeos por la suerte suprema, a muchos nos dejó la impresión de ser, hasta hoy, la más plena del torero de Galapagar, en nuestro coso máximo.
La discusión inútil de que, si para ser torero de época es necesario campañas largas, me parece fútil, pues cuando cada que aparece en la puerta de cuadrillas, el público que acude demuestra lo que le significa y ante la situación el torero generalmente corresponde con unas formas de torear, que alcanzan por momentos cotas de perfección, en terreno de alto riesgo.
Así pues, llegarán las fechas comprometidas en el aniversario de plata de su alternativa y lo veremos en la búsqueda del sentido de su vida que constituye su fuerza primaria que lo impulsa a torear; con la quietud, entrega y cercanía que le conocemos; encarando el compromiso con la gallardía y seriedad que acostumbra.
Y entonces demostrará en unas cuantas tardes, quién es el que parte el bacalao desde hace ya muchos años en el toreo y todos querrán ser testigos.
En mi modo de entender el toreo, eso constituye ser figura y José Tomás lo es de época, no me cabe ninguna duda y aquellos que sí la tengan, pues que lo refuten y esgriman sus argumentos.