Día de la Raza

El pedestal vacío

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Ya en otras ocasiones he reflexionado en torno a la apropiación de los monumentos: claro, me ocupa ahora el tema de la escultura de Cristóbal Colón, que en días recientes desapareciera como por arte de magia del Paseo de la Reforma. No es la primera vez que externo mi posición respecto del cuidado del patrimonio, pero de eso que verdaderamente sentimos como patrimonio, no lo que no conocemos o no nos apela. Y en que si hay grupos que se manifiestan con pintas y violencia, es porque sus reclamos son igualmente violentos y sus causas poderosas.

No me escapé de ver en redes sociales el pasado fin de semana la imagen que convocaba a (¿o amenazaba con?) derribar la escultura de Colón ante la inminente llegada del “horriblemente llamado Día de la Raza”, como dice Claudio Lomnitz. No pude evitar comentarlo con mis alumnos el mismísimo lunes 12 de octubre, cuando hablábamos de la resignificación de los productos culturales y de las “capas” (como de cebolla) que implica el recubrimiento de significados que le vamos agregando a un objeto, a una idea, como si fuera la pátina del tiempo. No me sentí ajena a los cuestionamientos formulados por la jefa de gobierno cuando planteó que, ahora que se había bajado a la escultura de su pedestal para restaurarla, quizá valdría la pena reflexionar si queremos que vuelva a su sitio. La polémica es de sobra conocida. Lomnitz resume muy asertivamente la problemática en su columna “¿Quitar estatuas del pedestal?”, máxime cuando hace referencia al temor que invadió a las autoridades que decidieron adelantarse a los hechos y retirar la escultura para prevenir que la vandalizaran. Si el reclamo por la presencia ominosa de Colón fuera de los grupos indígenas, algo más tendríamos que saber:

Más allá de tanta politiquería, valdría la pena pensar y discutir los monumentos públicos del país. Valdría la pena pensar juntos nuestros valores históricos. Todavía no ha habido una discusión histórica abierta, respetuosa y democrática en México. Es verdad que el ejercicio puede parecer estéril: ¿a quién le importa la historia hoy? ¿Acaso sus personajes no forman parte de un imaginario mitológico y caricatural? Sin duda es así, pero también es cierto que la incorporación mesoamericana a la economía mundial, a través de su sujeción a España, marcó el principio de la historia moderna de México, y nuestra sociedad –con sus mitologías– no se explica sin esa historia (Vid.).

retiro estatua Cristobal Colon
Fotografía: Entérate México.

Llamar a una reflexión sobre la significación actual e importancia de los monumentos sí me parece una urgencia: quizá muchos piensen que no son más que oropel, quizá muchos otros se sientan agredidos por ver alterado el paisaje patrimonial de su ciudad; quizá, para otros pocos, el Colón haya sido una referencia entrañable. Lo cierto es que como sociedad estamos acostumbrados a reaccionar, pero no a pensar críticamente en nuestra herencia. En el filme Vita Nova de Vincent Meessen (2009) se recuperan textos de Roland Barthes para elaborar una reflexión en torno a la memoria, al sentido histérico de la historia y al pasado: recibimos conceptos hechos, dice el narrador, como “imperialismo”, como “colonialismo”, yo agregaría. Lo histérico de la historia radica, en este planteamiento, en que uno la construye, la construimos entre muchos, pero para construirla y observarla tenemos que estar fuera de ella. Nuestra observación recurrente de la historia encuentra cabida en la reflexión sobre nuestros monumentos. Que no nos lleguen como “dados”. No son “testigos”, son objetos que reciben significados y por eso el anhelo de una sociedad democrática está estrechamente ligado a cómo construimos y rearticulamos nuestra historia. Por eso pensar en el desaparecido Colón no es baladí.

Detrás de Vita Nova de Vincent Meessen (2009) (Cortesía del Museo Universitario de Arte Contemporáneo).

En el filme de Meessen se dice que nadie puede rechazar su herencia. ¿Qué hacemos con una herencia? No podemos simplemente dejarla de lado como un fardo, no podemos no aceptar un legado pero sí podemos transformarlo de acuerdo con lo que necesitamos y moldearlo conforme a lo que creemos. Ni para qué entrar en el asunto de las “peticiones de disculpas”, que me parece absolutamente fuera de registro. No sirve de nada, como no sirve de nada asumirnos como parte de un bando oprimido y conquistado, cuando hablamos español y muchos creen en la Virgen de Guadalupe. No sirve de nada seguir diciendo que Colón, Cortés y quién sabe cuántos más “nos conquistaron” como si fuéramos indígenas originarios (mexicas, totonacas o mayas). No sirve lamentar la pérdida de un hipotético paraíso exótico cuando el reclamo indígena en torno sus derechos culturales no tiene que ver con esa “ruptura” que representó el final del mundo prehispánico, sino con demandas muy actuales que redundan en la autodeterminación, en la adecuada administración de la justicia, en el reconocimiento de derechos, en la extinción de la violencia sistémica.

Cuando Lomnitz llama la atención sobre cómo la historia puede contribuir a producir una sociedad más justa, se refiere a eso: a saber gestionar nuestras cargas, nuestras tradiciones y a entender que la polarización y los radicalismos no nos llevan a nada, más que a vivir en ciudades cuyas avenidas emblemáticas ostentan vallas de protección o pedestales vacíos, tan vacíos de personajes como de sentido crítico.

Cristobal Colon
Imagen: Pinterest.

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