Darle valor principal a la salud física y a la mental debe ser uno de los mejores hábitos que saquemos de esta pandemia. Cuidarnos, procurarnos hacia adentro y afuera, vivir con moderación y en equilibrio será la diferencia para la siguiente emergencia sanitaria que nos toque.
Cualquier enfermedad, por leve que ésta sea, debe tener remedio en más de un sentido, tanto en recobrar la salud plena, como el no quebrar ante los costos que significa atenderse prácticamente del padecimiento que nos afecte.
El sistema privado de salud debe prevalecer y ofrecerlo, es una situación de mercado que, bien conducida, es conveniente para una economía sana; lo que no es posible, es que una enfermedad pueda arruinar a familias completas.
Para eso tenemos que empujar un sistema de salud pública que sea universal, de calidad y gratuito en la mayoría de sus servicios. Uno, el privado, complementa al otro, el público, con el objetivo de que, a partir de los cuidados que nosotros mismos nos debemos aplicar, tengamos vidas sanas y sin padecimientos que deterioren la vida en su último tramo.
Esta consciencia social de que la salud es fundamental (sin ella hablar de otras necesidades personales y comunitarias se vuelve irrelevante) debe comprometernos y hacernos corresponsables para impulsar el equilibrio de un sistema público y privado que no existe desde hace mucho tiempo.
Lo mismo con la información y las campañas de difusión que nos quiten el nada honroso primer lugar en obesidad infantil y uno de los primeros tres en obesidad en adultos, con un problema latente entre los jóvenes que ya llevan más de un año en casa sin actividad física necesaria.
La sabiduría convencional puede hacernos creer que, como la vida no está comprada, disfrutarla es una decisión correcta, pero hay otros datos que contradicen: vivimos más años, aunque en peores condiciones, sobre todo al llegar a la plenitud.
Desentendernos de esta realidad es formarse en una fila que tiene turnos muy ingratos para cuando nos toque recibir cuidados o depender de hijos y nietos (en caso de que ellos decidan hacerlo). Planear hacia un mejor futuro es un remedio poderoso; hacer todo lo posible porque sea con salud y con un conjunto de servicios que puedan asistirnos en el momento óptimo, es una forma de vida que garantiza la tranquilidad.
Estamos precisamente en la coyuntura ideal para que los ciudadanos empujemos esa agenda pendiente para que los gobiernos, en todos sus niveles, inviertan en infraestructura hospitalaria pública y abran nuevos espacios en la competencia privada para que los costos sean mucho más accesibles a quienes recurran a ella.
Reactivar la economía también pasa por apostarle a la inversión de hospitales, clínicas, centros de salud que sean suficientes y estén bien aprovisionados de equipo y medicinas, además de construir la infraestructura que permita a México consolidar un pendiente: producir fármacos y vacunas nacionales.
Esa investigación científica urgente podría ayudarnos mucho para que la siguiente pandemia no nos tome en medio de una feroz negociación por vacunas que, si bien son un avance histórico gracias al conocimiento, hoy son una forma de diplomacia que busca establecer órdenes nuevos entre naciones que ya las concentran para su población y aquellas que no tienen una sola dosis hasta la fecha.
Se trata, en resumen, de la salud de la humanidad y de cómo las naciones se prepararán para nuevos casos de crisis sanitaria. La ciencia nos respondió, hubo colaboración en general, pero se nos olvidó algo que debe acompañar a cualquier remedio que esté dirigido a funcionar: el trapito. Es decir, la propuesta y la acción necesaria para que la cura se administre y funcione, junto con la prevención que es la mejor forma de obtener seguridad y también buena salud.
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