Mariana, 24 años, recién egresada de medicina, fue abusada sexualmente, lo denunció y la asesinaron. ¿Qué más se puede decir en un país donde asesinan en promedio a diez mujeres al día? ¿Y qué mencionar cuando se es una de cada diez que sí se decide a denunciar? La cultura del “para qué denuncio si luego no pasa nada”, nos ha sumido en un abismo. Así como escribo sobre el caso de Mariana, pude haber expuesto sobre Fátima, Ingrid, Claudia, Esmeralda, Laura, Janette y la lista es interminable. ¿Quién recuerda cuando la colectiva SJF escribió el nombre de más de 3 mil víctimas de feminicidio en la plancha del Zócalo capitalino? En aquella ocasión, esos nombres de mujeres víctimas fueron dados por la organización Data Cívica y representaban los asesinatos contra mujeres registrados solamente en 2019.
No murieron, las mataron. Y ya ha corrido mucha tinta en leyes, códigos, tratados, convenciones, pero este cáncer parece nadie pararlo y sigue carcomiendo a nuestra sociedad desde sus pilares, que somos las mujeres.
Es célebre el triste caso González y otras vs. México, mejor conocido como “Campo algodonero” cuya sentencia fue emitida por la Corte Interamericana de Derechos Humanos (IDH) el 16 de noviembre del 2009, y representa un antes y un después para el Estado mexicano cuando de violencia de género se habla. La insoportable situación de las muertas de Juárez no podía seguir sufriendo de la indiferencia de las autoridades mexicanas y se recurrió a las instancias internacionales. En dicha sentencia la Corte IDH condena al Estado mexicano como responsable en la desaparición y ulterior muerte de las jóvenes Claudia Ivette González, Esmeralda Herrera Monreal y Laura Berenice Ramos Monárrez, cuyos cuerpos fueron hallados en un campo algodonero de Ciudad Juárez el 6 de noviembre de 2001. El análisis y estudio de esta sentencia cobra relevancia jurídica y social, ya que en los argumentos esgrimidos por la Corte IDH se determina lo que debemos entender por violencia de género, sus causas, características, consecuencias y las medidas que el Estado mexicano debe adoptar para evitarla y castigarla.
En México, nuestra Constitución, máxima ley, expone que mujer y hombre somos iguales en el artículo cuarto, mas esto no nos libra de muertes injustas que se siguen día tras día. Hemos llegado a tener una Ley General de Acceso de las Mujeres a una Vida Libre de Violencia, pero no disminuyen los feminicidios.
Falta mucha información para que podamos vislumbrar cuando el peligro nos acecha de cerca. No siempre se anuncia, pero en la gran mayoría de casos, los perpetradores son gente cercana a la víctima, lo que nos permite aseverar que con mayor información, las mujeres podemos detectar cuando estamos en riesgo. Y para ello, el Instituto Politécnico Nacional elaboró inteligentemente un violentómetro en el que se nos despliega toda la gama de actitudes y hechos que dan testimonio fehaciente de la violencia que se puede ejercer contra la mujer: bromas hirientes, chantajear, mentir, engañar, ignorar, ley del hielo, celar, culpabilizar, descalificar, ridiculizar, ofender, humillar en público, intimidar, amenazar; controlar o prohibir: celular, mails, redes sociales, amistades, familiares, dinero, lugares, apariencia, actividades; destruir artículos personales, manosear, caricias agresivas, golpear “jugando”, pellizcar, arañar, empujar, jalonear, cachetear, patear, encerrar o aislar, amenazar con armas u objetos, amenazar de muerte, forzar a una relación sexual, abuso sexual, violar, mutilar, asesinar.
Ayer caminaba por calles de Iztacalco y vi un hombre corpulento jugando a las “luchitas” con una joven quien le seguía la corriente en actitudes. No pude evitar acercarme y comentar que ni de broma se debía agredir a una mujer; hizo como que me pegaba y soltó una carcajada mientras yo seguí mi camino. La verdad me dio tristeza que vemos nuestra situación mexicana de un machismo exacerbado, y la mayoría de las veces, no hacemos nada por detener esa costumbre.
Mujer que me lees, padre de mujeres, hermano de mujeres, habla del tema. Ejemplifiquen para que se entienda bien. Muchas cosas que hemos vivido tantas veces, no son cosa normal, por más veces que ya se hayan repetido. Tenemos que identificar todo aquello que debemos erradicar y luchar por desaparecerlo; sean hechos o actitudes. El caso campo algodonero debe constituirse como un recordatorio constante y permanente de la existencia de la violencia de género en nuestro país y de las irreparables consecuencias de no adoptar a tiempo las medidas necesarias para su erradicación.