Estoy en condiciones de garantizar a mis lectores que la revolución palaciega encabezada por los simpáticos duques de Sussex, doña Meghan y don Harry, no pone en peligro a la civilización occidental ni amenaza el Mexican way of life.
No dudo que en algunos caserones herederos del porfiriato o entre las damas de la Perpetua en donde se guarda celosamente la memoria de doña Carlota y don Maximiliano, algunas lágrimas habrán de derramarse por la infausta noticia de la valiente y, diría yo, patriótica decisión de los duques: renunciarán a sus privilegios en la casa real británica y buscarán una vida normal de trabajo en algún rinconcito de la Gran Bretaña (a punto de convertirse en la pequeña Inglaterra post-Brexit), en los United States de Mr. Trump o en alguna acogedora comarca canadiense.
¿Estará en peligro el Trono de San Jorge? ¿Qué consecuencias tendrá para para la paz mundial tan atrevida como insólita decisión? Ya SGM la Reina Madre anunció medidas de emergencia que serán analizadas en asamblea familiar.
En mayo del 2002 un prestigiado académico londinense sugirió que la Reina debía embarcarse en una gira mundial “para ofrecer disculpas por los pecados imperiales” y así revitalizar a la comunidad inglesa de naciones. Tal extravagancia cayó en oídos sordos. Ya se sabe que la realeza no sabe mirar pa’bajo, como nos recordó en un divertido texto en Crónica Rafael Cardona.
Nadie piense que soy un resentido social. Dios salve a las clases dominantes. Pero el caso es que ni la BBC cree en las bondades del Imperio. En el 2003 subió a su web infantil una lección de historia: “El Imperio se hizo grande asesinando a muchos pueblos pobremente armados y saqueando a sus países; después el método cambió: asesinar pueblos con ametralladoras fue la táctica favorita del ejército [misma que fracasó] gracias a personajes como Mahatma Gandhi, heroico revolucionario cercano a las necesidades de su pueblo”, según nos recuerda en su libro Niall Ferguson.
El escritor nigeriano Chinua Achebe respondió a la chocarrera sentencia de que “en el Imperio nunca se pone el sol”: “¡Eso es por que Dios no confía de ningún inglés en la oscuridad!” Y harto conocido es el lamento del mal poeta, buen cuentista y supremacista Ruyard Kipling sobre “la carga del hombre blanco”:
Llevad la carga del Hombre Blanco, / Y cosechad su vieja recompensa / La reprobación de vuestros superiores / El odio de aquellos que protegéis, / El llanto de las huestes que conducís / (¡Tan laboriosamente!) hacia la luz: / “Oh amada noche egipcia, / ¿Por qué nos librasteis de la esclavitud? /
A los mexicanos nos ha tocado ser ese pesado fardo en más de una oportunidad. Me vienen a la memoria en este momento dos episodios.
En 1913 el cónsul del Imperio en México, Francis William Stronge, un anciano confuso y desaseado que acostumbraba llevar a todas partes un loro en el hombro que le picoteaba los pelos de las orejas, estuvo en la conjura encabezada por el embajador gringo Henry Lane Wilson para asesinar al presidente Francisco I. Madero. No tuvo una participación menor en este crimen y cierto estoy de que no obró sin el consentimiento de Whitehall. ¡Pesada carga para el hombre blanco británico!
En 1938, Sir Owen St. Clair O’Malley, un incivil sujeto quien en sus memorias, The Phantom Caravan, confesó haber transcurrido su estancia en México “en un estado de confusión mental”, llevó el reclamo contra la expropiación a niveles de ordinariez nunca antes vistos en el trato entre naciones civilizadas. Fue tanta la zafiedad de este hijo de la pérfida Albión, que el general Cárdenas, de ecuanimidad y serenidad legendarias, rompió relaciones con la Gran Bretaña y expulsó del país a su representante diplomático.
¡Dios bendito! Lo nunca visto. Hoy da ternura leer en la Enciclopedia Británica que “fue el Reino Unido el que rompió relaciones con México” después de la Expropiación. ¿No fue Orwell en su obra 1984 quien inventó el “Ministerio de la Verdad” en donde se rescribía la historia?
Podría extenderme casi al infinito, pero me limitaré a recordar que durante el infame comercio de esclavos, de los diez millones de seres humanos que cruzaron el Atlántico rumbo a los mercados de nuestros cristianísimos vecinos allende el Bravo, tres millones lo hicieron en naves británicas; que las corporaciones inglesas no sólo se apoderaron y saquearon a la India y parte de China, sino que organizaron con eficacia teutona el comercio internacional de estupefacientes.
Tiempo ya en que The Guardian publicó una nota titulada “Gran Bretaña destruyó huellas de sus crímenes coloniales” firmada por Ian Coban, Owen Bowcott y Richard Norton-Taylor. Ofrezco a mis lectores un extracto de la traducción de S. Seguí:
Miles de documentos que registraban en detalle algunos de los actos y crímenes más vergonzosos cometidos durante los últimos años del Imperio Británico fueron destruidos sistemáticamente para evitar que cayeran en manos de los gobiernos surgidos de la independencia, según ha demostrado un estudio oficial.
Los documentos que sobrevivieron a la purga fueron trasladados discretamente a Gran Bretaña donde fueron escondidos durante 50 años en un archivo secreto del Foreign Office, más allá del alcance de los historiadores y público en general, en violación de la obligación legal de ponerlos a disposición de la opinión pública.
El archivo salió a la luz cuando un grupo de keniatas detenidos y supuestamente torturados durante la rebelión Mau Mau obtuvo el derecho de demandar al gobierno británico. El Ministerio de Asuntos Exteriores se comprometió a liberar los 8,800 expedientes de 37 ex colonias escondidos en el centro de comunicaciones gubernamentales de alta seguridad de Hanslope Park, en Buckinghamshire.
El historiador designado para supervisar la revisión y la transferencia, Tony Badger, master del Clare College de Cambridge, afirma que el descubrimiento del archivo pone al Foreign Office en una posición ‘de vergüenza y escandalo.’ Estos documentos deberían haber estado en los archivos públicos desde la década de 1980, ha señalado. ‘Han retrasado este asunto por mucho tiempo.’ Los primeros documentos estarán a disposición del público en el Archivo Nacional de Kew, en Surrey.
Los documentos de Hanslope Park incluyen informes mensuales de inteligencia sobre la ‘eliminación’ de los enemigos de la autoridad colonial en la década de 1950 en Malasia; registros que demuestran que ministros británicos estaban al corriente de las torturas y los asesinatos de insurgentes Mau Mau en Kenia, incluyendo el caso de un hombre que afirman que fue ‘quemado vivo’; y documentos que detallan hasta qué extremos llegó el Reino Unido para evacuar por la fuerza a los habitantes de la isla de Diego García en el Océano Índico.
No obstante, entre los documentos hay un puñado que muestran que muchos de los documentos más sensibles de finales de la era colonial de Gran Bretaña no fueron escondidos sino simplemente destruidos. Estos documentos incluyen las instrucciones para la destrucción sistemática dadas en 1961, después de que Iain Macleod, secretario de Estado para las colonias, emitiera directivas según las cuales los gobiernos posteriores a la independencia no debían recibir ningún material que ‘pudiera poner en aprietos al gobierno de Su Majestad’ o que pudiera avergonzar a ‘miembros de la policía, fuerzas militares, funcionarios públicos u otras personas, por ejemplo informantes de la policía’, que pudieran poner en peligro las fuentes de inteligencia, o que pudieran ‘ser utilizados de manera poco ética por ministros de los gobiernos sucesores.
Pienso que los simpáticos y juveniles duques de Sussex, doña Meghan y don Harry, lo que quisieron fue poner tierra de por medio antes del derrumbe de la casa imperial, desmoronamiento que pudiera ser acelerado cuando los plebeyos comiencen a sufrir las consecuencias del Brexit puesto en marcha por el mentecato de Cameron, hijo en línea directa de Chamberlain, primo hermano de Boris y pariente de Donald.
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