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¿Quién es quién? Identidades sociales fluidas y espinosas

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El tema de la identidad personal es vasto y tiene muchas facetas. En capítulos anteriores ya advertimos que el término identidad surge en referencia al propio cuerpo, a la situación del individuo en el mundo, la introspección, la agencia, el uso del término “yo” y otros pronombres, las posesiones, la sensación de ser la misma persona desde los primeros recuerdos hasta las experiencias más recientes, o al certificar que uno es alguien único entre los demás. En el capítulo sobre la alteridad encontramos que la sociedad y la cultura juegan un papel central en la individualidad e influyen directamente en la autoimagen y el comportamiento. Los sistemas cognitivos y afectivos de identidad y auto-reconocimiento personal no sólo constituyen fenómenos biológicos y subjetivos, sino que afectan de manera decisiva la vida social y son afectados por el lugar y el rol que desempeñan las personas en el seno de la familia, el trabajo, la institución o la cultura. Se trata de una identidad ampliada y extendida que se forja durante el crecimiento y la educación del sujeto en interacción con reglas, costumbres y requerimientos sociales.

identidad indio americano
Una fotografía como ésta evoca una serie tentativa de descriptores de identidad biosocial, por ejemplo, en este caso: hombre, maduro, indígena norteamericano, jefe de comunidad, chamán, etcétera.

En ésta y las próximas columnas trataré sobre la identidad social de la persona, el concepto de sí mismo que el individuo deriva por identificación y contraste en el colectivo de sus semejantes. En efecto: además de los procesos cognitivos que identifican al individuo para sí mismo como un ente psicobiológico único –el propio cuerpo, dinámico y consciente, que perdura mientras vive–, la identidad se establece socialmente en contraste con otros por diferencias observadas e incorporadas con base en creencias, ideas o tradiciones. El sujeto llega a “ser alguien” adoptando ciertos rasgos, rechazando otros y elaborando un constructo de sí que juega un papel importante y muchas veces rotundo en sus actitudes y conductas.

Cuando preguntan a una persona quién es, o busca en Wikipedia quién es quién, se retrata o encuentra descriptores de sexo, genealogía, raza, educación, profesión, nacionalidad, consecuciones, creencias o relaciones que, en su conjunto, constituyen su identidad social. Ahora bien, los conceptos con los que las personas se identifican constituyen categorías complejas y en muchas ocasiones escurridizas o problemáticas porque fundan y negocian sus identidades en forma de constructos surgidos de los fortuitos contextos históricos y culturales en los que les toca vivir. Sin embargo, a pesar de su variabilidad e incertidumbre, la identificación personal mediante estas categorías conceptuales tiene efectos notables y muchas veces contundentes sobre la autoestima, el bienestar psicológico o la adaptación social.

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Portadas de los catálogos Who’s who 2020 y Quién es quién. Son listados de identidades biosociales.

La identidad definida en los términos mencionados es a la vez personal y social. Es personal porque el sujeto determina en alguna medida quién es y quién le gustaría ser, y es social porque decide esto en el contexto público al conocer, recoger, adoptar e incorporar actitudes, modelos o costumbres que le ofrece o le atribuye la sociedad vigente. Si bien la persona adquiere identidad a lo largo de su crecimiento y desarrollo, es en la adolescencia cuando busca y establece con mayor ímpetu quién es y quién quiere llegar a ser. Ahora bien, lejos de constituir una entidad homogénea y consolidada, la identidad es un crisol de identidades, donde algunas son nucleares y otras subsidiarias. No se trata de entes cristalizados y estables, sino permutables, cambiantes y anulables, pues la persona adopta, afina y desecha identidades a lo largo de su vida, como sucede con la conversión o la decepción religiosa o política.

Miquel Rodrigo y Pilar Medina proponen que, en vista de que uno se reinterpreta a lo largo de su vida, la “fluidez identitaria” es crucial, pues una identidad inmutable no permite la adaptación y una demasiado voluble o indecisa desorganiza la voluntad, la agencia y el comportamiento. En el mismo artículo, estos autores catalanes rescatan un pasaje relevante en el libro de aventuras Capitán de mar y guerra de Patrick O’Brian publicado en 1969:

“¿Identidad?””, preguntó Jack sirviéndose tranquilamente más café. “¿Acaso la identidad no es algo con lo que uno nace?”. “La identidad a que yo me refiero es algo variable que existe entre el hombre y el resto del universo, un punto medio entre el concepto que éste tiene de sí mismo y el que tienen los demás de él, pues influyen el uno sobre el otro constantemente. Se trata de un flujo recíproco, señor. La identidad de que le hablo no es algo absoluto…”.

El arte de vivir implica saber y decidir el grado de transformación y consolidación posibles o necesarios para la mayor satisfacción y el mejor desempeño de la persona.

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Viñeta del poeta León Felipe, autor de “Romero solo”: “Ser en la vida romero,/ romero sólo que cruza siempre por caminos nuevos/…/ ligero, siempre ligero” (imagen tomada de Iñaki Anasagasti).

El definir cierta identidad y que ésta sea reconocida por los demás proporciona al sujeto un anclaje de arraigo y pertenencia que cumple cuando menos dos cometidos psicológicos fundamentales. Por un lado, aporta orden a la existencia, tanto sobre las acciones presentes como los objetivos futuros, y por otro, neutraliza o aplaca el miedo ancestral a la exclusión, la soledad y el aislamiento. Estos dos factores están fuertemente ligados. La identidad creada o asumida da sentido a la vida porque responde, así sea provisionalmente, a preguntas existenciales del tipo ¿quién soy?, ¿de dónde vengo y a dónde voy?, ¿a dónde pertenezco? Las repuestas a estas preguntas, así sean parciales o transitorias, parecen dar al sujeto una pertenencia y colocarlo en un sitio de su mundo y su tiempo. Sin embargo, se trata de un lugar problemático en referencia a la libertad, porque el individuo asume o acata normas y conductas, aunque no necesariamente las apruebe en su totalidad. Al definir su identidad social, el individuo acepta una mayor o menor limitación de su libertad porque pende sobre su cabeza la amenaza de la exclusión, del desarraigo y el aislamiento.

Una parte importante y a veces crucial de la vida se debate en la definición de la identidad personal en el contexto de las restricciones que la sociedad le impone. Cuando una persona narra su vida destaca las interacciones –a veces en afinidad y otras en oposición– con personajes, instituciones, comunidades, costumbres o valores que configuran las escenas y experiencias que dan sentido a su autobiografía. Más aún: el panorama de la libertad individual versus la imposición social, marca una de las dimensiones fundamentales de la opción política, la que transcurre entre los extremos libertario y autoritario.

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Portada de Identidad (Editorial Trotta, 2017) de la catedrática de ciencias políticas Montserrat Guibernau, donde se destaca la pertenencia como factor inherente a la identidad social. A la derecha, la autora.

Termino esta introducción a la identidad pública con una reflexión existencial. La identidad sexual, racial, étnica o profesional reviste elementos genuinos y placenteros de filiación, adhesión, orgullo, celebaración o cooperación. Desgraciadamente suele verse opacada, perturbada y muchas veces desquiciada por factores históricos y sociales ligados al poder, al rango y la discriminación que suelen desembocar en odio y violencia. Además de la indispensable lucha histórica para disminuir o paliar estos factores, cada invidividuo requiere solventar y neutralizar en su fuero interno los sesgos de machismo, racismo, desprecio de clase y otras formas de discriminación que no desaparecen por la adopción de una ideología igualitaria, pues están arraigados más allá de la racionalidad.

De esta manera la identidad constituye una dimensión o faceta de la autoconciencia y la existencia humana que penetra desde lo más personal e íntimo hasta lo más comunitario y político.


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