Bien se ha dicho que cada presidente mexicano, cada sexenio, impone a su gobierno su propio sello y su particular forma de gobernar.
A lo largo de la historia hubo presidentes serios, responsables, que atendían desde su escritorio los siempre preocupantes problemas nacionales. Después empezaron a viajar tanto en el territorio mexicano como en el extranjero y, como consecuencia, resultó que poco tiempo permanecían en sus oficinas; acordar con sus colaboradores era punto menos que imposible, o bien, lo hacían en el avión o automóvil. Prácticamente diariamente recorrían el país, e incluso hubo casos que por la mañana visitaban algún estado norteño y por la tarde ya estaban en Yucatán; asistían a eventos faraónicos, mismos en los que se les rendía pleitesías; la forma en que recibían al presidente en los estados no tenía paralelo y toda la entidad, o la ciudad por lo menos, se paralizaba para recibir al “monarca”, a quien, por supuesto, únicamente se le mostraba lo que se le quería mostrar, sin que hubiera la más mínima oportunidad de enterarlo de los problemas reales de la población.
De igual manera, su comportamiento era de auténtico “Santa Claus”, y sin moderación, ni prudencia alguna, repartía dinero u ordenaba obras a diestra y siniestra, sin proyecto de por medio y mucho menos se atendían asuntos prioritarios de cada entidad. Al final, el gobernante decidía las construcciones que deberían realizarse o los beneficios a otorgar, dependiendo siempre del afecto que el Presidente de la República tuviera por el gobernante local.
Se recuerda el caso de un presidente que durante un evento en una comunidad, prometió a la población la construcción de un Tecnológico, pero en voz baja un colaborador le aclaró, “señor, aquí no hay prepas…” y sin más, el mandatario agregó: “sin prepa que ingresen a la educación superior…”; o sea, directo de la secundaria. Nótese el alto grado de intransigencia académica, todo para dar paso a un capricho.
Los tiempos y las formas no cambian, el presidencialismo mexicano es imperativo, tiránico y dictatorial. El llamado Jefe de Estado concentra tal poder que domina a los otros, quienes, de una forma o de otra, obedecen ciegamente al Ejecutivo. Recientemente lo comprobamos, seis ministros, sin clase alguna, carentes de dignidad, se sometieron a la consigna que sin duda les dio el Ejecutivo, aprobaron una insensatez jurídica y el planteamiento de una pregunta que más que ello es un galimatías, demostrando un servilismo y aún más, una carencia de talento sobre si procede someter o no a juicio a los expresidentes. Situación que, por cierto, es totalmente legítima sin ese “circo” mediático de la “famosa” consulta.
Es evidente que, en el actual gobierno, por más que se diga que son aires distintos, repetimos, las prácticas siguen siendo exactamente las mismas. El Presidente de la República es quien propone a los Ministros de la Corte, quienes deben ser sus súbditos, obedientes e invertebrados.
En el poder Legislativo sucede exactamente igual, aunque se tiene la ventaja, como también sucedió en otros sexenios de que los diputados y senadores, en su buena mayoría, son del mismo partido y, por tanto, caminan de la mano siempre atentos a la línea presidencial.
Una característica del actual sexenio es impulsar consultas, las cuales no reúnen requisitos formales, pero aun así las promueve el jefe del Ejecutivo, sin que tampoco se omita decir el hecho de que todos los días o casi todos, expresa sus puntos de vista por problemas diversos, donde evidentemente se refiere a conservadores neoliberales y otro tipo de adjetivos, que sin duda tienen un corte político partidista, donde el objetivo es la descalificación.
Las consultas populares que se han realizado han tenido severas fallas, ya que los formatos y los espacios para recabar las opiniones ciudadanas resultan reducidos, pero aún más, suelen ser manipulados y sólo se utilizan como justificación para decisiones ya tomadas, tal ha sido el caso de la construcción del aeropuerto de Santa Lucía, donde cancelar las obras del aeropuerto de Texcoco provocó una gravísima pérdida económica. En el mismo renglón se puede mencionar los proyectos del Tren Maya, la Refinería de Dos Bocas y la cancelación de una fábrica de cervezas en Mexicali, Baja California.
Las consultas han sido algo impactantes y sus resultados fuertemente cuestionables, pero ahora sí se está “cocinando” una consulta histórica que tendrá visos legales, y servirá como punta de lanza para juzgar a los expresidentes de México, empezando por Carlos Salinas de Gortari y todos los que le siguieron, aunque no se incluye y se ignora el motivo, al expresidente Luis Echeverría Álvarez.
El planteamiento –aclaramos mi punto de vista–, es sano y digno de aplauso. México no podrá ser nunca distinto y jamás podrá tener a la justicia como un valor de relieve, en donde la igualdad sea cierta y la impunidad desaparezca, en tanto no se juzgue y castigue a los exmandatarios, quienes por sistema y sin excepción, han abusado del poder y han cometido fechorías sin moderación, son perversos delincuentes, autores de delitos graves como el genocidio, sin olvidar asesinatos y estafas millonarias al país.
Lo que hay que dejar en claro, insisto, desde el punto de vista legal y estrictamente jurídico, no hay ninguna razón ni ley que impida castigar con ejemplaridad a los impresentables expresidentes de México. Para ello sólo falta voluntad política, pero sobre todo, el verdadero cumplimiento de la ley. Por cualquier lado que se vea es ociosa e innecesaria la absurda consulta, la cual, además por los serviles Ministros de la Corte, resulta confusa y fuera de lugar.
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