Los seres humanos nos experimentamos arrojados a una existencia que necesitamos resolver sin el instinto propio de los animales, pero con una libertad por mucho mayor a la de ellos. Este gran don que nos acompaña es al mismo tiempo un desafío a nuestro propio bienestar.
En efecto, una parte de la vida nos vive, es decir, otros deciden el camino a seguir: los padres, la familia, la escuela, el trabajo, la sociedad en la que nos encontramos van indicando la ruta a seguir, la cual recorremos frecuentemente de forma automática, cumpliendo las expectativas que nuestro rol de género, de condición socioeconómica o religioso indican. Algunos maestros de espiritualidad llaman a esta forma de existir estar dormidos, porque sólo somos como títeres que se mueven sobre la banda de la vida, hacia donde sea que lleve.
Hay un estado intermedio en donde la persona empieza a tomar decisiones, ha pensado un mundo ideal, pero las situaciones y las personas deben cumplir con ciertas características para que funcione de acuerdo a sus esperanzas. En este caso, si bien la persona empieza a tomar decisiones y el control de su vida, aún se encuentra dormitando, pues pretende que el resto de la existencia se adecúe a sus expectativas. Esta condición es de máximo sufrimiento pues nunca se consigue que el mundo, los/as otros/as y LO OTRO se comporten y se presenten de acuerdo a sus criterios.
Sin embargo, hay una tercera opción: despertar. En esta forma de enfrentar la vida se aprende a soltar el control externo para trabajar en la propia auto-regulación. El movimiento vital deja de estar en función de perspectivas externas, de la misma manera que tampoco pretende que nada se adapte a sus condiciones. En su interior hay una intención que le mueve, pero que no le condiciona. Descubre que su propia libertad sólo tiene sentido cuando las/os otros/as son libres de ser y manifestarse como son.
Entonces su vida toma dirección, con una intención clara y con un rumbo libre de expectativas, que acepta con facilidad el cambio de orientación que toman las situaciones, las cosas y las personas. Acepta que la realidad es simplemente lo que es y no lo que se quiere que sea. Donde la flexibilidad es una característica a desarrollar como virtud porque es el medio que permite adaptarse a los contratiempos que presenta la vida, aprende de ellos, toma lo bello y verdadero que tienen de sí y suelta la oscuridad que manifiestan.
La vida entonces se enfrenta con intención, pero sin expectativas porque la intención dirige, en cambio la expectativa condiciona; la intención abre a la novedad, la expectativa limita opciones; la iniciativa invita al descubrimiento, la expectativa cierra el horizonte a una sola posibilidad; la intención se relaciona con el entusiasmo, la expectativa con la frustración.
Cuando se despierta verdaderamente se mira, se reconoce, se acepta y se aprecia la vida, así precisamente como se presenta…
⋅ Con entusiasmo para descubrir la sorpresa que representa.
⋅ Con sensibilidad para percibir lo dado.
⋅ Con pasión para disfrutar la travesía.
⋅ Con claridad para identificar oportunidades.
⋅ Con fortaleza para superar las adversidades.
⋅ Con criterio para discernir lúcidamente.
⋅ Con agradecimiento por el regalo de la existencia.
⋅ Con respeto para aceptar la diferencia.
⋅ Con responsabilidad para cuidar el entorno y el propio ser.
⋅ Probándolo todo, soltando lo dañino, renunciando a lo innecesario y conservando lo bueno para vivir en armonía.
Despertar es aceptar el dolor que implica la subsistencia sin atarse al sufrimiento que provoca el apego, la aversión y la expectativa. Despertar es decidirse a vivir intencionalmente y gozar la experiencia el tiempo que dure.
En días pasados di una charla acerca de “Cerrar Ciclos” en donde una de las personas participantes resumió la postura hacia el futuro con el título que empleo para esta reflexión. No recuerdo su nombre, pero le estoy profundamente agradecida.
También te puede interesar: Cerrando ciclos.