literatura

El peso de las palabras

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Año 3,100 a.C., el escriba sumerio Gar Ama redacta un documento y, por primera vez en la historia del hombre, un autor firma un texto; en otras palabras, alguien se hace responsable de una idea. Con la aparición de la autoría, también surge la noción de responsabilidad; el contrato oral se plasma en un documento, el compromiso queda estampado, la voluntad adquiere una significación distinta. Una nueva era ha comenzado, un texto tiene una identidad detrás de sí. 

3,200 años después, el Evangelio de San Juan sostiene “En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios”. La palabra ya no sólo tiene a un humano como autor; es mucho más que eso, es la creación misma. El lenguaje es un acto divino.

Siglo XX, han transcurrido 5000 años desde que Gar Ama le ha puesto identidad a un discurso. Freud primero y Lacan después, describen a la palabra vacía y la palabra plena como los polos de un continuum, en que la primera solamente circunscribe, casi al pasar, algo y la segunda significa, posee un peso específico. Describámoslo en forma sencilla, ante la pregunta —¿Tienes sueño?, la contestación —Sí, opera de un modo muy distinto que la respuesta que el acusado responde frente al juez, —¿Se declara usted inocente del delito del que se le acusa?, —Sí, contesta éste. Las palabras poseen sustancia.

poder de las paabras
Imagen: Klawe Rzeczy.

Desde la aparición de la firma, el lenguaje se hizo más poderoso que nunca. La rúbrica le otorga al autor fama, reconocimiento, distinción, pero también responsabilidad y, por lo tanto, la posibilidad de ser inculpado por ya, no sólo lo dicho en forma oral, sino lo declarado por escrito. 

En definitiva, toda la noción de legado va acompañada de reconocimiento identitario; porque existe el yo existe el y, por ende, existe el nosotros y también el ustedes.  Hacerse responsable de un texto, es hacerse consciente de un lugar en la historia. La firma vincula al conocimiento particular de un sujeto y a su creatividad, con la cadena de saber universal de la que forma parte. 

Nuestro mundo, como cíclicamente ocurre, se encuentra experimentando una sacudida –un terremoto, dirán algunos, un cataclismo, otros– enorme y, como es habitual, una vez que el tiempo haya transcurrido y hagamos el balance de lo vivido, sabremos cómo podríamos haber enfrentado de mejor forma nuestro plazo. 

poder de las palabras
Imagen: Edwin Murray.

En tanto la hora de los recuentos llega, bien podríamos hacernos cargo de nuestro lugar en la historia e intentar ponerle nuestra firma a nuestras acciones y decisiones. Es un acto que requiere de valentía, qué duda cabe. El ejercicio retrospectivo es siempre más sencillo y cómodo que el asumir el riesgo de vivir con mayor consciencia el presente, de utilizar más palabras plenas para actuar y, sobre todo, declarar a los cuatro vientos lo que se nos viene a la mente. No se trata de perder la espontaneidad, ni mucho menos la creatividad; por el contrario, nuestra era nos invita y desafía a entender que estamos frente a una nueva lógica y, por ello, requerimos también de códigos y lenguajes distintos para afrontarla. 

Es cierto, “somos un parpadeo de la historia”, pero dado que éste es nuestro instante en ella, bien vale la pena, encararla, hacernos responsables de nuestro momento, montarnos sobre nuestros miedos y zonas de confort, cabalgarlos, y hacer que nuestro tiempo haya valido la pena para cada uno de nosotros.


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Asesinato en San Francisco

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Desesperado por conservar su modo de vida, David Sorensen ha decidido asesinar a su mujer, una rubia millonaria de piel tostada por el sol y costumbres insoportables. Fingir luego un secuestro y echarse a la bolsa un rescate de millones de dólares parecen cosa fácil para este arribista en quien el engaño se ha convertido, inconscientemente, en una forma de vida.

Pese a los muchos ejemplos de autores de novela policíaca que por sus altos méritos han logrado sacudirse el adjetivo de subgénero –o de plano género menor que tiene esa escuela, no ha sucedido así con el género mismo, que sigue considerándose inferior en términos amplios.

Hay un novelista que podría de una vez y por todas, si la fuerza del mercado no fuese tanta, eliminar cualquier sombra de duda acerca de las enormes posibilidades literarias y de calidad que tiene el género negro al igual que cualquier otra creación artística.

Se trata de Fernando del Paso y su novela Linda 67. Historia de un crimen. “He aquí el punto de partida de una novela que parece, a primera vista, una ‘desviación’ en la carrera literaria de Fernando del Paso”, dice Dolores Carbonell en la presentación de una entrevista que hizo al escritor. 

“Quién hubiera pensado”, pregunta, “que el autor de José Trigo, Palinuro de México y Noticias del Imperio volvería la mirada hacia un género que algunos consideran menor, quizá porque no saben lo tremendamente difícil que resulta tramar un asesinato sin dejar cabos sueltos ni perder la claridad. Por eso, la pregunta resulta inevitable: ¿por qué un thriller ahora?”

Fernando del Paso
Fernando del Paso, escritor mexicano (Fotografía: El Vigía).

Del Paso le respondió:

Desde hace muchos años, particularmente cuando descubrí la existencia de la serie El Séptimo Círculo –colección de novelas policiacas publicadas por Borges y Bioy Casares–, y conocí a Álvaro Mutis, quien me orientó con respecto a ciertas lecturas de autores como Simenon, he sido lector –no fanático, pero sí esporádico–del género. Se me ocurrió entonces emprender yo mismo el reto que significaba construir algo así, aunque lo fui posponiendo a medida que trabajaba en mis novelas. De hecho, fue hace años cuando se me ocurrió el meollo, la anécdota de lo que sería Linda 67. Historia de un crimen”.

 Quizá una de las pocas cosas reprochables a esta novela sea el título tan poco original que, para mi gusto, contrasta notablemente con la riqueza de la novela. Linda 67 es la nomenclatura de las placas del automóvil en el cual muere la esposa de Sorensen, su nombre y año de nacimiento, práctica muy frecuente entre las clases adineradas del estado de California, donde los propietarios de vehículos pueden personalizarlas. En este caso se trata de un Daimler Majestic de colección. El auto y la placa describen al personaje.

Fernando del Paso, quien dejó este mundo hace dos años, no fue un autor de novela policíaca. Es decir, no se dedicó a escribir novela policíaca. Tanto así, que confesó a la Carbonell que la novela fue “un proyecto secreto” durante años, “porque no sabía si [le] iba a salir”. Seguramente para el escritor hacer una novela del género negro representaba un desafío que no podía ignorar.

El resultado es una espléndida obra que se disfruta página a página. En cada palabra, en cada frase, en cada giro, se hace presente la mano de un creador sazonado que juega con el género, aunque no podemos afirmar que se trate de una novela experimental en la técnica narrativa, aunque sin duda se trata de una historia contada con originalidad.

Un narrador omnisciente se encarga de darnos a conocer la trama y desde el inicio nos informa que un crimen fue cometido, quién lo cometió y contra quién. Detalla la historia de David Sorensen, mexicano que vive en San Francisco, casado con Linda, una gringa de quien está a punto de divorciarse porque el padre de ella, un multimillonario, la amenaza con desheredarla si no se divorcia del yerno al que nunca quiso conocer.

A partir de una conversación con cierta persona, David comienza a acariciar la idea de matar a su mujer, a quien odia, para simular un secuestro, pedir quince millones de dólares de rescate y regresar a México a disfrutarlos con Olivia, su amante mexicana.

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Imagen: Simón Prades.

La puesta a prueba del lector, la resolución del verdadero enigma, aparece al final de la novela y es manejada con verdadero ingenio. Los 24 primeros capítulos están dedicados a describir en detalle lo que el lector sabe desde el inicio.

Varios elementos son lo que dan riqueza a la novela. Uno de ellos es la erudita abundancia de información, que no resulta chocante o afectada, sino que fluye de manera natural, que va bien con los personajes y la historia.

David Sorensen es un mexicano rubio, bien educado, hijo de un diplomático retirado y en la pobreza, pero que habituó a su hijo a vivir bien. En ese savoir vivre es que Del Paso da rienda suelta a una gran cantidad de datos y hace gala de conocer relojes, perfumes, pintura, literatura, vinos, autos, plantas, gastronomía, publicidad, cine, marcas de ropa de cama, diseñadores de moda, accesorios y varios etcéteras.

Se trata de la misma característica que lo colocó como un autor intelectualista, sobre todo a partir de Palinuro de México, su segunda novela, aunque, como bien afirma John Brushwood, “para llamarla novela habría que ampliar la definición del género. Palinuro de México es enciclopédica en cuanto a la variedad de información que contiene y es virtuosa en cuanto a la variedad estilística”.

La acción de Linda 67 se desarrolla en la ciudad de San Francisco, lugar donde viven David y Linda. Destaca en la novela el conocimiento de la ciudad de que hace gala Del Paso, lo cual, sumado al hecho de que el protagonista –mexicano– está casado con una gringa y la presencia de una amante mexicana, sirve de marco para confrontar a las dos culturas. Una, la estadounidense, próspera, fría, calculadora y elitista. Otra, la mexicana, alegre, sincera, misteriosa, pobre y enigmática.

david sorense
Imagen: Pinterest.

Esta confrontación la hace un personaje que se dice mexicano, pero que en realidad tiene un serio problema de identidad y que ve a los dos lugares un tanto ajenos y rechazantes, como sucede a prácticamente todos los migrantes, con independencia del status con el que permanecen en latitudes distintas a las de la tierra que los vio nacer.

Esta característica de la novela resulta por demás interesante pues aunque haya un despliegue de conocimientos e información acerca de la vida en Estados Unidos, y en particular en San Francisco, y no obstante estar salpicada de referencias a otras ciudades estadounidenses, no deja de ser una novela muy mexicana. La mexicanidad está presente en la confrontación constante de David con Linda, en un esfuerzo permanente del protagonista por rescatar su identidad, sus recuerdos, sus preferencias y sus ancestros.

Otro elemento que llena pertinentemente muchas páginas de la novela es la vida interior del protagonista, aunque presentada de manera tan acuciosa que se llega a confundir al narrador omnisciente con el personaje. Al adentrarme en la estructura psicológica de David, me resulta inevitable asociar su apellido, Sorensen, con el nombre de pila del filósofo danés Søren Kierkegaard, un teólogo al que acudió con frecuencia Del Paso –cuya obra literaria incluye unos delicados Nuevos Sonetos Marianos– debido a la prioridad que dio a la existencia sobre la esencia, al pensamiento existencial sobre el especulativo.

Linda 67 es una novela negra que cumple con los cánones del género, pero que supera a éste porque es una obra que está a la altura de cualquier otra, con independencia del género, lo cual demuestra que para escribir novelas policíacas no hay que ser aficionado a ellas, sino simple y llanamente hay que ser escritor, y cuanto mejor escritor mejores novelas.

En este sentido no puedo olvidar que Del Paso tuvo un importante antecedente como trabajador de medios de comunicación, concretamente en la BBC de Londres, lo cual, pienso, pudo haberle facilitado estilísticamente esta incursión en el género policíaco. En cualquier caso, Linda 67 puede, sin obstáculo alguno, competir en calidad con el resto de la obra del gran escritor fallecido en noviembre de 2018 y a quien tuve el privilegio de acompañar en la presentación de su ópera La emperatriz de la mentira.

Juego de ojos.

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Era un juego, mienten las sombras

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Clara duerme en una habitación llena de veladoras, se lo pidió su padre antes de morir. El brillo ambarino que se cuela por las rendijas forma un manto cada vez más largo y en las mañanas, cuando Clara sopla sobre las mechas, el humo llega a la cocina.

Vive con su madre en una casa donde la madera cruje y las ventanas rechinan. La única persona que las visita es un hombre obsesionado por su piel. Si le permitiera tocarla, si pudiera acariciar su pelo y sus ojos pálidos lo miraran… Clara se apoya en el marco de la ventana para ver a los patos que tanto le gustaban a su padre y soñar con las tardes en que los desplumaban juntos y sus manos se rozaban.

¿Qué buscas, Clara?, la voz del hombre la regresa al mundo donde su padre ha dejado de existir. Se separa con un suspiro del marco y el hombre encuentra una excusa para pasar la mano por la madera donde estuvieron sus brazos. La madre la observa encender una vela y subir con ella a su habitación. Cuando se pierde de vista, el hombre ahueca las manos y huele la cera que recogió del marco.

juego sombras
“A girl sitting by a window”, Carl Vilhelm Meyer (1918).

En la soledad del ocaso, la madre prepara algo de comer. Nada que recuerde el pasado, pan y un poco de queso, aceitunas… pero ha olvidado cerrar la ventana y el graznido de los patos es atroz. Cómo le tiemblan las manos, qué esfuerzo cortar el pan. Extiende el mantel sobre la mesa y el verde la tranquiliza. Cubiertos opacos, que nada refleje la luz. Clara, mi niña Clara… le cuesta pronunciar el nombre que su marido manchó, por eso su voz suena dura cuando la llama a cenar.

En la habitación de las veladoras, las llamas recrean la historia de una joven que esperaba desnuda a su padre en las noches de invierno. Era un juego, les dice Clara a las sombras, ustedes estaban conmigo. El tiempo trascurre sin prisa. Lentamente, Clara se unta cera en el cuerpo, su madre solloza despacio, sin ganas se aleja el hombre obsesionado por la piel sin manchas. Era un juego, mienten las sombras.


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Cuartos vacíos

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El castillo no le pedía nada a los de los cuentos de hadas. Torres, puente levadizo y 40 recámaras. Salón de baile, grandes jardines, bosque, caballerizas, lago. Los empleados eran tantos que sería imposible conocer a todos.

Era famoso por la abundancia de sus comidas, pero, sobre todo, por la generosidad con que los duques acogían a cualquiera que necesitara asilo. Un conde venido a menos ya recibía visitas en sus aposentos. En pleno siglo XXI, un castillo con veinte mozos a la hora de la comida. No iba a desaprovechar la oportunidad.

Los duques se paseaban por los jardines, montaban a caballo, leían y conversaban, ajenos a los milagros que hacía el ama de llaves para mantener el orden entre la rotación de huéspedes. Desde abajo, en el área destinada al servicio, el mayordomo y la cocinera dominaban el resto de la situación.

Y entonces llegó el virus. ¿Cómo luchar contra un enemigo microscópico que, para colmo de males, ni siquiera estaba vivo? El duque llamó al ama de llaves y al mayordomo. Era imperioso organizar la estrategia. Lo primero, abastecerse para el sitio. Lo segundo, levantar el puente levadizo. Cualquiera era libre de marcharse en el momento en que lo decidiera, pero quien saliera del castillo, tendría prohibido regresar mientras el enemigo acechara a sus puertas. Así lo dispuso el duque y todos estuvieron de acuerdo. Ni uno solo optó por irse. Aprovecharían el tiempo para meditar sobre sus vidas y hacer los cambios necesarios. La pandemia sería una oportunidad para demostrar de qué estaban hechos. Faltaba más.

cuartos vacios
Ilustración: @sidedimes.

La vida siguió su curso. En apariencia, poco había cambiado. Los duques desayunaban café y pan dulce en su habitación, paseaban por los jardines, montaban a caballo, leían y platicaban con los huéspedes. Pasaron semanas y el ambiente era casi festivo. ¡Qué aventura! Pasó un mes y los inquilinos, que vivían a costa de los duques, sonreían con gratitud. Al segundo mes, las sonrisas se congelaron. En el tercero, surgieron discusiones acerca de la estrategia del duque. En el cuarto, el conde que se había instalado en el castillo como si fuera suyo, desertó. Su huida abrió posibilidades entre el resto de los habitantes del castillo. Con o sin virus, el mundo estaba afuera.

Y así, poco a poco, el castillo se vació. Primero, los huéspedes, después el servicio. Hasta que un buen día los duques se despertaron solos. Nadie les llevó el desayuno, nadie ensilló a los caballos o alimentó a los perros. Consternados y hambrientos, los duques recorrieron el castillo. Antes de irse, el ama de llaves había ordenado una limpieza profunda y tanto las habitaciones principales como el área de servicio lucían impecables. En el comedor, dos lugares estaban puestos, había café, fruta y una canasta de pan. En la cocina, un platón con comida suficiente para la comida y la cena.

—No está mal —opinó la duquesa—. Será un descanso. ¿Hace cuántos años que no estamos solos? Y será una oportunidad para aprender a valernos por nosotros mismos. Los tiempos están cambiando.

cuartos vacios en pandemia
Ilustración: @sidedimes.

El duque estuvo de acuerdo. Con una nueva estrategia, estarían bien. Lo primero fue soltar a pastar a los caballos. Ocuparse de ellos les llevaría demasiado tiempo. Los perros eran menos problema, con que tuvieran los platos llenos de comida y agua, sería suficiente. Hacer la cama no debería tener ningún grado de dificultad, tampoco barrer, sacudir, limpiar el baño, cocinar, lavar y planchar la ropa… Los problemas surgieron cuando les fue imposible encontrar las herramientas necesarias para llevar a cabo los trabajos. Gracias a Dios, la cocinera había dejado lo suyo en la alacena.

El duque descubrió que le divertía experimentar con los alimentos y la duquesa que era una artista para poner mesas y hacer floreros. El quehacer podía esperar, ¿qué tanto podrían ensuciar dos personas? Lavar los platos sería suficiente. En cuanto a los blancos, había de sobra como para usar nuevos durante meses. Claro que eso no sería necesario. El virus se debilitaría en cuestión de semanas, pensaban.

Pero los duques han visto a los árboles perder las hojas, retoñar y perderlas de nuevo y el virus sigue a las puertas del castillo. Los caballos mantienen el pasto corto y abonado, han nacido una variedad de legumbres en la hortaliza, los perales han dado fruto y las gallinas ponen diez huevos diarios. El duque ha descubierto mil formas de prepararlos. Hay tal cantidad de flores que la duquesa ahora las usa también en el pelo. Para ordeñar, se disfraza de campesina. Para poner la mesa, de mayordomo. Al duque le ha crecido el pelo y la barba. Cuando cocina, los ata con una cinta de su mujer. Ella lo encuentra muy guapo con el gorro y el delantal de la cocinera. En cuanto al quehacer, es cuestión de organizarse. El castillo tiene 40 habitaciones. La nueva estrategia es fácil de implementar: una vez que una de ellas se ensucia, se cierra la puerta y se utiliza la siguiente. Para cuando todas sean inhabitables, el enemigo se habrá cansado del sitio… y quedan los cuartos de abajo, las caballerizas y el granero.


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Sueño dickensiano

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Entré en la mansión a través de una pequeña ventana a nivel del suelo que aportaba una luz espectral al sótano del señor. Desafortunadamente, en su interior, la ventana se encontraba a más de 2 metros del suelo, por lo que tuve que emplear las baldas de una estantería a modo de escalera para llegar hasta abajo. Cometí la imprudencia de descender por la parte central de la estantería, en lugar de aprovechar ambos lados de la esquina para hacer un contrapeso. Iba a medio camino cuando sentí que el mueble se venía hacia mí. Afortunadamente, con mis 17 años de edad era bastante ágil y, antes de quedar sepultado bajo el peso de la estructura, di un salto felino para caer de pie, convenientemente, en una mesa de trabajo.

Sin embargo, las ollas y demás enseres culinarios alertaron a los moradores de la casa. Cuando volteé la cara, distinguí a escasos metros al mayordomo. Nuevamente brinqué y me encontré de frente, como por arte de magia, con una puerta que conducía a unas escaleras. Subí tres pisos raudo y veloz, siempre perseguido por el incansable sirviente. Cuando llegué al último piso, abrí la primera puerta a mi alcance que resultó ser la de la biblioteca. Curiosamente tenía una mesa de billar en el centro y a los lados muebles lleno libros que se veían a través de puertas enrejadas. Sólo la pared del fondo estaba desnuda y en su centro se encontraba una ventana circular. Del lado derecho, también había una pequeña mesa con una lamparita encendida y, al lado, un sofá individual donde estaba sentado una persona vestida con una bata y que, al tiempo que leía, fumaba una pipa.

Pareció no advertir mi presencia, pero cuando el mayordomo abrió la puerta, decidí no arriesgarme y correr a la ventana por el lado izquierdo. Del otro lado del cristal, se distinguían las ramas de un árbol que, si lograba alcanzar, me permitiría descender al jardín con facilidad y recuperar la libertad. El mayordomo creyó que me tenía rodeado por lo que se detuvo un momento para recuperar el aliento, mientras veía como me acercaba a la ventana y la abría. Iba a saltar cuando, por pura intuición, me di cuenta de que me convenía más entregarme y aceptar mi castigo por muy desagradable que éste pudiese ser.

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Ilustración: Robert Romanowicz.

Agaché la cabeza, me dirigí a la mesa y puse mis manos a ambos lados de la misma.

—Proceda Stevens —dijo con su flema británica Lord Bunbury.

Me di cuenta de que tenía que impresionarlo. La única forma era creciéndome al castigo. Iba a ser muy desagradable, pero era el único medio.

Stevens cogió de la biblioteca un bate de cricket con la mano derecha, mientras que con la zurda asió mi cuello y me obligó a doblar mi tronco hasta ponerlo en posición paralela a la mesa. Antes de empezar me ofreció un pañuelo para que lo mordiera mientras que me apaleaba. Empezó el tormento y, pese a que me concentraba en no mostrar debilidad alguna, no podía impedir que de mi garganta emanara un sonido gutural que fácilmente podía ser interpretado por una flaqueza de espíritu. Además, mi cuerpo se estremecía en cada golpe.

Después de ver los primeros azotes, el señor de la casa se aburrió y continuó con su lectura. Había que hacer algo distinto. Escupí el trapo y empecé a hablar.

—¿Esto es todo lo fuerte que puedes golpear Stevens? Mi abuela, que en paz descanse, lo haría mucho mejor.

Continúe soltando mis bravuconadas que exasperaban al mayordomo, quien me golpeaba tan fuerte como podía. Por un momento sentí que las fuerzas me flaqueaban y que me encontraba cercano al desmayo. Fue entonces cuando oí la voz providencial del amo.

—Es suficiente, Stevens. Prepárele un baño a nuestro joven invitado el cual nos complacería se quedara con nosotros en esta humilde morada. Habrá que mudar sus vestimentas.

sueno dickensiano
Ilustración: Anna Fadeeva.

Lo supe en ese momento. Mi vida había dado un giro de 180 grados. Nunca más volví a usar mi camisa andrajosa y mis zapatos llenos de agujeros. En cambio los suéteres de Cashmere, bufandas de seda y sombreros galoneados pasaron a ser mi atuendo cotidiano.

Días más tarde, nos subimos al Rolls-Royce para ir a la cámara de los lores. Sin embargo, el chófer, que había sido contratado pocos días atrás, dobló a la izquierda en una bifurcación y nos perdimos. Finalmente, desembocamos en un túnel donde se encontraban unos mendigos bebiendo cerveza. Mi protector y yo bajamos para preguntar como volver sobre nuestros pasos, cuando ocurrió lo inesperado. Mi protector fue herido mortalmente con un balazo en el estómago y yo recibí otro en el hombro. El chófer huyó cobardemente, dejándonos a la mereced de esos despiadados.

Lord Burnbury se encontraba tumbado en la acera desangrándose. Yo estaba a su lado sentado y apoyado a  la pared. No sé porque, pero pese a lo comprometido de la situación, sabía que yo iba a sobrevivir. Veía morir a la única persona que se había interesado en mí, pero no sentía nada cuando me desperté en plena mañana del 25 de diciembre de 2010. Había sido visitado por el espíritu de Dickens el cual no me había mostrado mi verdadero ser. No sabía si me regocijaba en el sueño de la muerte de Lord Bunbury porque iba a ser millonario o, si por el contrario, lloraba su pérdida. Para compensar esa carencia, el espíritu me dejó este pequeño cuento.


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“Un hombre ha muerto de muerte natural”

Lectura: 6 minutos

Una de las más recias e imponentes personalidades literarias del siglo pasado fue sin duda Ernest Hemingway, Papa, el poderoso escritor estadounidense cuya obra y vida siguen deslumbrando a lectores en todo el mundo.

Reportero, chófer de ambulancia en la Primera Guerra Mundial, taurófilo irredento, pescador, soldado, mujeriego… pareciera que la vida de este brillante y atormentado autor fue una novela en permanente construcción. Como muy pocos, Papa, así, sin acento, vivió su propia obra, y creo que ello contribuyó a que muchos de sus libros estén considerados como clásicos de la literatura en lengua inglesa.

Hace unos días conmemoramos el 59 aniversario luctuoso de este integrante de la generación perdida que nació el 21 de julio de 1899 en Oak Park, Illinois y se quitó la vida el 2 de julio de 1961 en Ketchum, Idaho. Dicen que el brutal tratamiento de electrochoques a que fue sometido en la Clínica Mayo para curarle su neurosis lo llevó a meterse el cañón de una escopeta en la boca y jalar el gatillo. Yo creo que Papa sencillamente decidió darse un final de novela… de novela de Hemingway. Tenía 62 años y dejó sin publicar tres mil páginas de manuscritos.

En homenaje a la memoria del autor de Por quién doblan las campanas, es un honor compartir con mis lectores la espléndida crónica sobre “las muertes” del escritor publicada tiempo ha por mi colega Michel Porcheron en Granma Internacional:

muerte de Hemingway
Ilustración: Chad Hagen.

Con algo de retraso en menos de 24 horas, las redacciones del mundo entero recibían el mismo télex: había muerto el escritor estadounidense Ernest Hemingway. Se desencadenaba la ola de artículos necrológicos. El Coloso de Illinois, obsesionado por la muerte, había encontrado finalmente la suya.

 “En el mundo entero, Hemingway fue enterrado con bombo y platillo”, escribía entonces el diario francés Le Monde. En “Hemingway vs. Fitzgerald”, Scott Donaldson escribe que Hemingway “alcanzaba la cumbre de la gloria cuando se anunció su muerte por todos los periódicos del mundo”.

 La conmoción fue considerable e intensa para todos, de Pamplona a La Habana, pasando por Oak Park y París. No fue así, sin embargo, para el propio interesado… quien, en aquellos días finales de enero de 1954, se enteró de su propia muerte al leer, con cierto divertido placer, la prensa nacional y extranjera en Entebbe y Nairobi. “Aquello le provocó el extraño placer de leer sus propias notas necrológicas. En buena parte de las mismas se subraya que, durante toda su vida, él había ido deliberadamente al encuentro de la muerte”, escribió en mayo de 1982 el periodista y escritor cubano Lisandro Otero. “Sus heridas fueron lo suficientemente graves como para echarle a perder el placer de leer su propia necrología”, dice por su parte Scoot Donaldson. Durante el segundo accidente, en efecto, “estuvo a punto de sucumbir de numerosas lesiones”. “Se dio el lujo de salir vivo de dos accidentes aéreos seguidos”, comentó con humor Gabriel García Márquez, premio Nobel de Literatura y autor de “Hemingway, el nuestro”, convertido en texto de referencia como prefacio del libro-reportaje “Hemingway en Cuba” del cubano Norberto Fuentes, especialista de Hemingway en los años 80, antes de dejar a Cuba para radicarse en Miami.

 Durante más de tres días, “Hem” o “Papa”, como lo llamaban sus amigos, fue dado por muerto en algún lugar de la región donde nace el gigantesco río Nilo, en la zona de los Grandes Lagos de África Oriental. Lo acompañaba su esposa, la periodista Mary Welsh. No era la primera vez que la noticia de su muerte daba la vuelta al mundo. En mayo de 1944, mientras estaba en Londres, Hem había perecido, según la prensa, en un accidente automovilístico.

muerte de hemingway
Ernest Miller Hemingway, escritor y periodista estadounidense (Fotografía: Reddit).

 En ese fin de enero de 1954, hacía ya varios meses que Hemingway se encontraba en África, proveniente de Marsella. El 21 de enero, después de un safari, Hemingway alquila un monoplano Cessna de cuatro plazas pilotado por Roy Marsh, un estadounidense establecido en África, para realizar un paseo de exploración sobre el lago Tanganica, Kenya y Uganda, con el Kilimanjaro como telón de fondo, según el relato del francés Pierre Dupuy en “Hemingway et l’Espagne”. Pasa la noche con sus acompañantes en Bukavu, antiguo Congo belga. Al día siguiente, sobrevuelan el Sur del lago Victoria y, más tarde, los lagos Eduardo y Alberto. El día 23 siguen el Nilo Blanco hasta su nacimiento en el lago Alberto y sobrevuelan después las cataratas Murchison, entre los lagos Kyoga y Alberto, pero, a causa de una mala maniobra de Marsh, el avión choca con unos viejos cables telegráficos al sobrevolar la garganta y el piloto se ve obligado a hacer un aterrizaje forzoso a 5 kilómetros de las cataratas. Los pasajeros logran salir de los restos del aparato. Como el radio está averiado, precisa P. Dupuy, pasan la noche en el lugar del accidente. A la mañana siguiente, logran atraer la atención de una lancha de recreo que navega por el lago Victoria (se trata, al parecer, de la lancha que se utilizó en 1951 en el legendario film “The African Queen”, de John Huston). Llegan a Butabia donde Hemingway alquila otro avión, un De Havilland Rapide de doce plazas, pilotado por un tal Regie Cartwright. Pero el avión ni siquiera llega a despegar sino que se estrella y se incendia al final de la pista… Y de nuevo todo el mundo sale ileso… aparentemente. Un equipo de ayuda, después de llegar al lugar, los lleva en auto a Masindi, entre Butavia y Entebbe. Al día siguiente llegan a la capital ugandesa y, más tarde, a Nairobi. Es allí donde Hemingway lee en la prensa la noticia de su muerte y, ulteriormente, la de su… resurrección. Aunque se salvó dos veces, Hemingway quedó seriamente afectado y, durante el resto de su vida, sufrió algunas secuelas de las lesiones sufridas.

 Según uno de los biógrafos de Hem Carlos Bake–, además de una fuerte conmoción cerebral, el escritor sufrió serias lesiones “del hígado, del bazo, en un riñón, pérdida temporal de la visión del ojo izquierdo, pérdida de la audición del oído izquierdo, aplastamiento de una vértebra, esguince del codo derecho, del hombro izquierdo y de la pierna izquierda, incontinencia esfinteriana y, para terminar, quemaduras de primer grado en el rostro, los brazos y la cabeza”.

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Ilustración: Nicolas Aznarez.

 El 26 de enero de 1954, Le Monde señalaba que, después del primer accidente, “la búsqueda comenzó inmediatamente, un avión de la línea Argonaut describió y sobrevoló el avión accidentado y comprobó que estaba vacío. El piloto anunció su descubrimiento, sin más comentario, y prosiguió su ruta hacia El Cairo. Su mensaje desencadenó la tempestad… La jungla, el gran río y las cataratas vecinas, las incontables fieras que merodeaban… ¡Qué marco para la muerte de un gran novelista de la aventura! Pero, qué reportaje también, o qué noticia, para el escritor que se encontraba a salvo”. El autor del artículo, que no estaba firmado, tenía toda la razón. La revista Look publica el 20 de abril y el 4 de mayo “El regalo de Noel”, artículo que relata los dos accidentes, firmado por… Ernest Hemingway. Una pequeña obra maestra, al estilo de su ilustre autor, entre falsa ingenuidad y verdadera burla.

 “En su habitual pose de hombre invulnerable, le dijo a los periodistas que nunca antes se había sentido tan bien. En realidad, nunca había estado tan mal”, escribe Carlos Baker.

 No por ello dejó a África. El 22 de marzo está en Venecia. Y es el 28 de octubre de 1954 que Hemingway se entera de que le ha sido otorgado el Premio Nobel de Literatura. Para entonces, se encuentra ya en Cuba, en su Finca Vigía y decide no asistir a la ceremonia de entrega del premio, en Estocolmo.

 Gabriel García Márquez escribió que, aquel día de enero de 1954, “la muerte no podía ser cierta. El equipo de socorro lo encontró alegre y medio borracho, en un calvero, cerca del cual merodeaban varios elefantes. La obra misma de Hemingway, cuyos héroes no tienen derecho a morir sin haber sufrido durante cierto tiempo la amargura de la victoria, había desacreditado por adelantado ese tipo de muerte, más propia del cine que de la vida”. Después del suicidio de Hem, el domingo 2 de julio de 1961, en Ketchum, Idaho, Gabo, el periodista, escribió: “Esta vez parece de verdad: Ernest Hemingway ha muerto (…) Ha muerto de verdad (…) Esta vez, las cosas sucedieron como tenían que suceder: el escritor ha muerto como el más común de sus personajes, empezando por los suyos”. El artículo de García Márquez, publicado el 9 de julio de 1961, se intitulaba: “Un hombre ha muerto de muerte natural”.

Juego de ojos.

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120 años de Antoine de Saint-Exupéry

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La historia de un escritor y piloto que dejó huella en la literatura. Se cumplen 120 años del nacimiento de Antoine de Saint-Exupéry

Antes de ser escritor, Antoine de Saint-Exupéry se convirtió en aviador, profesión que ejercería hasta el último día de su vida.

Nacido en Lyon, Francia, el 29 de junio de 1900, Saint-Exupéry sin duda tenía algo de ave, pues desde niño se sintió atraído irresistiblemente por la posibilidad de volar.

En 1921, su sueño se concretó: mientras cumplía su servicio militar en Estrasburgo, se hizo piloto. Por esa época comenzó un noviazgo con la escritora Louise de Vilmorin; sin embargo, como ésta no quería que se dedicara a la aviación, abandonó todo lo que tuviera que ver con vuelos y aviones…, hasta que rompió con Vilmorin.

La compañía Aéropostale lo contrató como piloto del correo para que cubriera la línea de Toulouse a Dakar. Posteriormente fue nombrado jefe de la base aérea de Cabo Juby, en el protectorado español de Marruecos, donde permaneció un año y medio.

En 1929, luego de publicar su novela Correo del Sur, viajó a Buenos Aires para asumir la dirección de la Aeropostal Argentina, filial de la compañía francesa donde trabajaba.

Allí, en esa ciudad, conoció a la millonaria salvadoreña Consuelo Suncin, con quien se casó en 1931. Ese año también publicó su segunda novela: Vuelo nocturno, con un prólogo de André Gide.

A partir de 1932, como consecuencia de las dificultades financieras por las que atravesaba la Aeropostal Argentina, Antoine de Saint-Exupéry se entregó al ejercicio del periodismo (escribió reportajes sobre Indochina y España, entre otros), sin dejar de volar, con cierta frecuencia, como piloto de pruebas.

El 30 de diciembre de 1935, a bordo de un monoplano Caudron Simoun con el que buscaban romper el récord de tiempo de vuelo entre París y Saigón, Antoine de Saint-Exupéryy y su amigo André Prevot se vieron en la necesidad de hacer un aterrizaje forzoso en el desierto del Sahara. Ambos sufrieron una severa deshidratración y estuvieron a punto de morir. Basado en esta experiencia, Saint-Exupéry escribió su novela Tierra de hombres, la cual se publicó en 1939.

Ese mismo año, ante el avance de las tropas nazis, se integró a una escuadrilla de reconocimiento aéreo del Ejército del Aire. Y tras el armisticio del 22 de junio de 1940, firmado por el Tercer Reich alemán y el gobierno francés del mariscal Pétain, él y Consuelo cruzaron el Atlántico y se instalaron en Nueva York.

Entonces, Saint-Exupéry se puso a escribir y a ilustrar la que sería su obra más aclamada: El principito. No obstante, la idea de retornar a Francia para combatir a los nazis no lo dejaba en paz de día ni de noche.

Finalmente, a principios de 1944, Saint-Exupéry le comunicó a Consuelo su decisión de sumarse a los Aliados en Europa.

En sus Memorias de la rosa, Consuelo recuerda los días anteriores a su partida: “Tonio quiso que también el bulldog se acostumbrara a su marcha. Hacía pompas de jabón y el perro las aplastaba contra las blancas paredes de la casa de Greta Garbo [la actriz les había alquilado la casa que tenía en Nueva York].

–Cuando regrese –decía–, cuando vuelva a verte con tu perro, si no me reconoce no le pegaré, haré pompas de jabón y él sabrá que su amo está de regreso.”

Pero Saint-Exupéry nunca regresaría.

El 31 de julio de 1944, a las 8:45 de la mañana, a bordo de un caza bimotor Lockhedd Lightning P-38, el escritor francés despegó de una base aérea en Córcega para llevar a cabo una misión de exploración y ya no se supo de él.

El 1 de agosto, una mujer dijo haber visto un día antes la caída de un avión cerca de la bahía de Carqueiranne. Y días después, al este del archipiélago Frioul, al sur de Marsella, se halló un cadáver con insignias francesas que no pudo ser identificado.

Es posible que, entre sus innumerables lectores, no haya uno solo que no recuerde cuando, en el más famoso de sus libros, el zorro le revela su secreto al principito: “Sólo con el corazón se puede ver bien; lo esencial es invisible para los ojos.”

Fuente: Gaceta UNAM

Murió Carlos Ruiz Zafón

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El pasado 19 de junio falleció en Los Ángeles, California, Carlos Ruiz Zafón. Él había nacido en Barcelona en 1964, Ruiz Zafón fue un escritor extraordinario, exitoso y diferente. El camino hasta llegar a ser el escritor admirado es heterodoxo. Después de estudiar en su ciudad natal con los jesuitas, se hizo profesionalmente publicista, tuvo éxito y llegó a ser director creativo de varias agencias publicitarias, entre ellas algunas internacionales. En 1993 escribió El príncipe de la niebla, con el que obtuvo un premio. Pero decidió emigrar a Estados Unidos, específicamente a Los Ángeles, donde se desempeñó con cierto renombre como guionista y musicalizador de películas, en tanto escribió El palacio de la medianoche (1994) y Las luces de septiembre (1995), que después fueron agrupadas como Trilogía de la niebla, y Marina (2000), todas fueron consideradas como de literatura infantil y juvenil. Pero en el año 2000 acabó La sombra del viento, la que presentó sin resultados al Premio Fernando Lara de Novela. A mucha insistencia de uno de los jurados, Terenci Moix, la obra fue publicada (2001) a regañadientes por Planeta y así de repente empezó a ser aceptada por los lectores, llegándose a vender 15 millones de ejemplares, siendo además traducida a muchos otros idiomas, y desde luego, una edición en catalán.

Rápidamente recibió múltiples ofertas para que la obra fuera llevada a la televisión o al cine, lo que nunca aceptó a pesar de su relación con el medio cinematográfico; siempre dijo que era mejor que el lector hiciera una película de cada una de sus obras. Para la segunda parte de la saga de El cementerio de los libros olvidados, El juego del ángel (2008), las cosas fueron diferentes y la editorial apostó fuerte y el primer tiraje de la primera edición tuvo un millón de ejemplares y obtuvo nuevamente un gran éxito entre los lectores, y ahora sí ya de la crítica.En 2011 apareció El prisionero del cielo y en 2011 El laberinto de los espíritus, las cuales también fueron ampliamente aceptadas por los lectores. Todas las obras de El cementerio de los libros olvidados tienen por personaje central a los libros y su guarda, y vemos transcurrir a sus guardianes, los Sampere, en diferentes generaciones, así como a Lain Coubert el guardián físico del cementerio en ese laberinto; el otro “personaje” es la misma ciudad de Barcelona, la que es descrita a la perfección y en diferentes épocas por Ruiz Zafón.

ruiz zafon

El gran premio del autor fue obtener una cantidad desmesurada de lectores, quienes compraban los libros impresos cuando se hablaba de la caída de la publicación física. Ruiz Zafón obtuvo reconocimientos en otros países, Noruega, Portugal, Italia, pero en España sólo obtuvo reconocimientos por “El libro más vendido” –¡faltaba más!–. Pero nunca fue plenamanete aceptado por el “mundillo literario” o establishment, no aparecía mucho en tertulias ni programas literarios, aunque de vez en cuando era mencionado en la prensa como un personaje muy vendedor de libros. Quizá también contribuía el que –decían– era tímido y retraído, aunque las pocas veces que yo lo vi en vivo y en televisión, era un personaje cordial, jovial, sencillo, y yo diría que muy simpático; gran defensor de su obra y su ciudad.

Sin embargo, los grandes vendedores de libros (best sellers) nunca son muy bien aceptados en el ámbito literario. La única explicación racional de un miembro destacado del establishment es que se convirtió en un escritor muy bueno y reconocido, de los que publican una obra destacada cada tres o cuatro años y que en la primera edición imprimen de 5 a 10 mil ejemplares, y van consiguiendo nuevas ediciones cada tanto; y, claro, resulta indispensable que las editoriales tengan escritores de grandes tirajes, porque de lo contrario no podrían publicarle a los demás autores.

En un “Día de San Jorge” cuando en Barcelona se celebra el “Día del libro”, Ruiz Zafón nos regaló Rosa de fuego (2012), un relato corto en el que nos cuenta el origen de la fantasía del laberinto del cementerio de los libros olvidados; se publicó en un periódico y en una revista, no se consigue en papel, pero se tiene libre acceso en la red. Es una pena que, entre otras muchas cosas, Ruiz Zafón haya fallecido tan joven, porque seguramente nos hubiera dado a leer más obras, producto de su maestría literaria, aunque su técnica fuera diferente, rompedora, nueva e innovadora.

Al leer las notas sobre Ruiz Zafón, me enteré que Ildefonso Falcones también está muy enfermo. Falcones es también un escritor a contracorriente del mundo literario, no sé si ambos piensan que éste tiene más de mundillo que de literario como decía Carlos Monsiváis. Pero ha tenido un éxito enorme en un género más difícil y competido que el de Ruiz Zafón –como fue el de la imaginación y la ficción–, ya que el de Falcones es la novela histórica, que tiene muchos competidores y buenos, actualmente, y por los que diversas editoriales apuestan fuertemente. Falcones dice que siempre quiso ser escritor pero al quedarse huérfano a los 17 años tuvo que cambiar sus planes y estudiar una carrera más convencional; estudió derecho, al mismo tiempo que era un deportista destacado en equitación y hockey sobre pasto –¿habrá algo más inaceptable para el establishment literario?–.

Ildefonso Falcones
Ildefonso María Falcones de Sierra, abogado y escritor español.

Falcones alcanzó una carrera destacada como letrado –así le llaman en España a los abogados–,  pero decidió buscar su metas literarias y en 2006 publicó La catedral del Mar que rápidamente fue publicada por Grijalbo y alcanzó récords de ventas y fue traducida a varios idiomas, y por supuesto con ediciones en catalán; es una obra grandiosa, perfectamente estructurada con personajes y situaciones creíbles y entrañables, todo alrededor de la Barcelona del siglo XII y la construcción de una de sus catedrales. Su segunda obra (2009), La mano de Fátima, a mí me parece incluso mejor lograda y trata de la dificil integración de musulmanes, judíos y católicos en la España del final de la Edad Media. En 2013 aparece La reina descalza y en 2016 Los herederos de la tierra, que es una continuación de La catedral del mar, de cómo las catedrales tardaban tanto en construirse; ésta se sitúa muchos años después. Para 2019 publicó El pintor de almas, que no he leído por esto de no poder ir a las librerías.

Así, Ildefonso Falcones es otro escritor de formación heterodoxa pero sumamente exitoso, porque además de dominar su técnica literaria tiene una gran imaginación, una amplia cultura y una seguridad que le permiten acceder a los más destacados niveles. Ojalá que Falcones supere su problema de salud y nos pueda brindar más obras de su autoría. Falcones sí acepto que su Catedral del mar tuviera una versión televisiva, que al parecer también ha alcanzado gran aceptación, aunque no tanta como la versión literaria. Con motivo de esta nota la vi y Ruiz Zafón tenía razón, “la versión cinematográfica que yo filmé en mi imaginación es mejor que la consiguió TV3 española”, a pesar que no se puede negar que es entrañable, que tiene una fotografía con una luz grandiosa, y muchos de los personajes están logrados muy cercanamente.

Leer es uno de los grandes placeres de la vida y hacerlo en libros de papel tiene un disfrute aún mayor. Recientemente escuché a un experto literario que mencionaba que los libros conseguirán reproducir las obras que ya no puedan ser leídas por haber sido hechas en versiones electrónicas, que para entonces resulten obsoletas.


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