literatura

Siempre esperando

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Si guardas lo mejor para el final, y antes de que llegue alguien te lo quita, entonces ¿no hubiera sido mejor disfrutarlo desde el principio y no correr riesgos?

Todos tenemos cosas que guardamos para momentos especiales, como esa botella de vino esperando al cumpleaños, graduación, ascenso en el trabajo; el traje o vestido para una cita o evento importante; el regalo para alguien muy querido para cuando sea mayor; el dulce que nos encanta y que comemos desde pequeños pero que ya dejaron de producir y que estamos atesorando para comerlo en el futuro; el collar o anillo de nuestros abuelos para el día que nos casemos.

¿Qué pasaría si ese día nunca llegara?

siempre esperando esa llamada
Ilustración: Tierra Connor.

El momento perfecto es el que queramos que sea, sin necesidad de que pase algo especial o extraordinario. Puede ser ahora mismo que estamos en casa viendo la televisión, caminando en el parque, tomando una taza de café con un amigo, de visita en casa de nuestros papás, en la oficina leyendo el periódico, en el gimnasio, en nuestro medio de transporte, en una junta virtual de trabajo, o simplemente sentados junto a una ventana viendo cómo llueve.

¿Esperar para celebrar, mejora en algo la experiencia?

¿Vale la pena arriesgar por algo que no sabemos si pasará?

¿Acaso es mejor el futuro incierto que nuestro presente?


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Oscuridad y silencio

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Para JAT.

Una de las leyendas de Santa Teresa se cuenta en voz baja. Se trata del niño enterrado en la presa para que su llanto alerte al pueblo en caso de inundación. Como en otros caseríos que comparten historias semejantes, la gente de Santa Teresa depende de un mito para dormir en paz en la temporada de lluvias. Pero ellos no son los únicos que necesitan asideras. Hay quienes duermen con los dedos índice y pulgar formando una cruz para evitar que el diablo se acerque a ellos o quienes cubren los espejos para que los espíritus no traspasen el umbral mientras ellos descansan. Algunos dejan una luz encendida, otros le rezan al ángel de la guardia.

Mientras la mente vaga lejos de lo que sucede en el plano de la vigilia, nuestro cuerpo es tan vulnerable como el de un recién nacido. En las ciudades de la antigüedad se cerraban las puertas de las murallas. En muchas de las modernas, las casas se cierran con doble llave. En el campo, la oscuridad trae con ella sus propias amenazas. Una silueta que corre frente a nosotros, el grito de una lechuza, una puerta que se azota en el silencio…

oscuridad y silencio
“Night Of Dark Shadows”, Burken.

Gracias a la reclusión por el nuevo coronavirus, la oscuridad en donde nacen leyendas y hace que incluso adultos sigan durmiendo con los dedos en forma de cruz, ha recuperado espacios. Entre las sombras y en el silencio de los humanos, luciérnagas que han sobrevivido al embate de la luz se asoman con timidez y las abejas aumentan el tamaño de sus enjambres. Los grillos mantienen despiertos a los insomnes y aparecen alacranes y sapos ocultos detrás de los muebles. Insectos de un verde fosforescente, chinches multicolores, arañas saltarinas, liebres, zorrillos elegantes que apestan todo a su paso, ocelotes, linces, jaguarundis y un felino semejante a una pequeña pantera conocido como changoleón surgen con la puesta del sol. Hay que estar atentos al movimiento detrás de un árbol o a los ruidos entre la caña. A las sombras olvidadas.

La vida que habíamos dejado de ver necesitaba un respiro; nuestra imaginación, un poco de oscuridad y silencio. Quizás el niño enterrado en la presa de Santa Teresa escuche por fin a los espíritus que lo buscan para llevarlo a casa. Quizá nos acostumbremos a un mundo menos estridente, quizás sea el momento de dejarnos sorprender por el misterio, como niños recién llegados a este planeta viejo y poderoso que, con sólo sacudirse, podría acabar con nosotros y, sin embargo, nos mantiene vivos.


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Escribir en el apando

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Es más largo que la Cuaresma el inventario de escritores y luchadores sociales que a lo largo de la historia han conocido la hospitalidad y el confort de cárceles y sentinas por cortesía de padres de la patria, de hombres fuertes o de indulgentes caudillos preocupados por resguardar la pureza de sus pueblos.

Entre esta pléyade de tanto en tanto encontramos un tipo de prisionero especial: el que encuentra en la paz de la cárcel el ambiente para escribir, ya sea obra literaria, científica o política. Los 27 años de encarcelamiento de Nelson Mandela y su incansable lucha contra el apartheid lo convirtieron en un símbolo que lo condujo de la condición de ex presidiario a la de galardonado con el premio Nobel de la Paz. Su libro autobiográfico El largo camino a la libertad fue concebido entre los muros de su celda.

Desde el gran Galileo, condenado a cadena perpetua por el Santo Oficio en 1633 por apóstata, hasta los cientos de periodistas y escritores que hoy purgan condenas en muchas cárceles del mundo contemporáneo, incontables obras han sido paridas tras barrotes.

Incluso el sanguinario cabo del bigote ridículo dictó al obtuso y cejudo Rudolf Hess su Mein Kampf cuando purgaba prisión de 1923 a 1925, luego del fracaso del golpe de Estado conocido como el “Putsch de Munich”.

galileo en la carcel
“Galileo en prisión”, Carlo Piloty (1870).

En el caso de Galileo, de 1633 a 1642, año de su muerte, su obra se desarrolló técnicamente bajo la condición de encarcelamiento, pues se encontraba en lo que hoy llamaríamos arresto domiciliario. En esos nueve años el pisano escribió su Discursos sobre dos nuevas ciencias donde se ocupa de los fundamentos de la mecánica, piedra angular de los desarrollos posteriores en física.

La Inquisición llevó a la cárcel a Fray Luis de León, el religioso agustino renacentista, poeta y humanista, por traducir a la lengua vulgar el Cantar de los Cantares, arrebatador pasaje que da ñáñaras a la ortodoxia clerical, espantada de la sensualidad que el maligno coló en El Libro. Durante los años que Fray Luis de León estuvo encarcelado escribió De los nombres de Cristo y otros poemas. Se dice que antes de dejar la cárcel consignó a la pared la siguiente décima:

Aquí la envidia y la mentira / me tuvieron encerrado /
¡Dichoso el humilde estado / del sabio que se retira
de aqueste mundo malvado / y con pobre mesa y casa,
en el campo deleitoso / con sólo Dios se compasa
y a solas su vida pasa / ni envidiado ni envidioso!

Utilizar las paredes de la chirona como cuaderno es algo muy extendido. Acá en tierra santa el cura Miguel Hidalgo y Costilla plasmó en los muros del Colegio de los Jesuitas en Chihuahua –habilitado como cuartel y cárcel–, dos décimas dedicadas a sus carceleros Ortega y Melchor por haberle brindado un trato comedido y respetuoso a pesar de órdenes al contrario.

Activistas políticos que realizaron valiosas aportaciones a la teoría social las trabajaron en muchas ocasiones confinados a una mazmorra. Un caso emblemático es el del teórico marxista italiano Antonio Gramsci, quien fue encarcelado en 1926, tomando como pretexto un atentado sufrido por Mussolini.

En el momento de su detención Gramsci era diputado al Parlamento, pero esto a don Benito no le importó. De paso disolvió los partidos políticos de oposición y canceló la libertad de prensa. Por cierto, Il Duce se llamaba Benito en honor a nuestro Juárez, a quien su padre admiró profundamente.

carcel de gramsci
Representación de Antonio Gramsci (Ilustración: Wiaz).

Gramsci era periodista además de teórico. El ministerio público que pidió 20 años de cárcel para él, dijo en el juicio que se debía “impedir a ese cerebro funcionar” por lo menos durante ese tiempo. Casi 24 meses tomó a Gramsci lograr que le dieran papel y pluma, con lo que el creador de conceptos como “bloque histórico” e “intelectuales orgánicos” pudo plasmar su legado a las ciencias sociales en los famosos Cuadernos de la cárcel.

En México, un ejemplo de persistencia periodística al servicio de la lucha política fue Ricardo Flores Magón. Regeneración, el periódico que fundó junto con sus hermanos y con Librado Rivera, literalmente iba a donde iba Flores Magón, incluso la cárcel, lugar que pisó en numerosas ocasiones y que fue también escenario de su muerte.

El escritor ruso Isaac Bábel fue víctima de las purgas con las que el padrecito Stalin intentó acallar a muchos intelectuales que ponían en tela de juicio su particular concepción revolucionaria.

Daniel Defoe, el autor de Robinson Crusoe, estuvo encarcelado por sus actividades políticas y especialmente por haber escrito El medio más eficaz para con los disidentes, un texto irónico, y por ello más leído, sobre el combate a la disidencia. Fue sentenciado a la picota, que en la Pérfida Albión servía para exponer al escarnio público a los condenados. Defoe, lejos del arrepentimiento, escribió un poema llamado “Himno a la picota”, porque cuando estuvo expuesto, los curiosos le arrojaban flores en lugar de piedras como era la costumbre.

Cervantes comienza el Quijote en la prisión de Sevilla en 1597. Miguel Hernández, víctima del franquismo, escribe “Nanas de la cebolla” cuando preso se entera que su mujer y su hijo no tenían más alimento que cebolla y pan. Oscar Wilde escribe De profundis en su celda.

daniel defoe en la carcel
“Daniel Defoe in the pilory”, Crowe Eyre (1824-1910).

El poeta colombiano Álvaro Mutis estuvo encarcelado en México por una acusación que surgió en su tierra natal cuando trabajaba para la petrolera Esso por haber destinado recursos a obras culturales en lugar de hacerlo para obras de caridad. En prisión recurrió a la prosa para escribir Diarios de Lecumberri.

Otros han hecho coincidir el trabajo político con el literario, como el caso de José Revueltas, quien preso por su participación en las movilizaciones del 68, escribió El apando, novela que describe una de las partes más oscuras del sistema penitenciario mexicano.

Ezra Pound, quizá el mayor poeta en lengua inglesa del siglo XX,fue acusado de propagandista de Benito Mussolini. Durante su estancia en la cárcel escribió parte de sus Cantos. Después de la guerra el ejército yanqui lo tuvo seis meses encerrado en una jaula con un foco encendido, una cubeta y dos sábanas. Luego lo declararon peligroso y loco y lo confinaron en el hospital psiquiátrico Saint Elizabeth de Washington D.C. durante 14 años. Es decir, igual que Alexander Solzhenitsyn en su Archipiélago Gulag, el mentor de James Joyce tuvo su propio archipiélago a orillas del Potomac, en donde ondea Old Glory.

El escritor uruguayo Mauricio Rosencof, preso político de 1973 a 1984 narró, en un texto publicado en 1988 en el suplemento México en la cultura de la revista Siempre, la experiencia de crear en la cárcel, donde escribió la obra de teatro Y nuestros caballos serán blancos. Rosencof describe la cotidianeidad de la falta de información que por aquel tiempo padecían los presos políticos y los recursos para suplirla.

Los libros de Ngugi wa Thiongo fueron prohibidos en Kenia en 1977 por el “padre de la patria” Jomo Kenyatta y su vicepresidente Daniel arap Moi, y el escritor fue gentilmente confinado a una celda, en donde sobre pedazos de papel sanitario escribió la primera novela moderna en kikuyu, su idioma materno: Caitaani Muthara-ini (Diablo crucificado). Ecos del Knut Hamsun de Hambre y del Julius Fucik del Reportaje al pie de la horca. 

Esta lista no se agota aquí por desgracia. Todavía son muchos los periodistas y escritores que sufren cárcel por su obra o sus actividades. Ante esta realidad parecen nada los miles de años transcurridos desde que los gobernantes griegos encarcelaron y condenaron a muerte a Sócrates acusado de no creer en los dioses atenienses y corromper a la juventud.

Juego de ojos.

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Retorno a Macondo

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A media tarde del jueves santo de 2014, se apagó la vida de Gabriel García Márquez y arrancó el lento proceso de su canonización literaria. Siempre reportero, Gabo tuvo la cortesía de morir a una hora apropiada para las ediciones del día siguiente –como lo hicieran Marcel Proust y Walt Whitman– aunque supongo que hubiera preferido evaporarse y transformarse en una neblina amnésica para no transitar el camino de Cortázar, a cuya muerte en 1984 escribió: “Si los muertos se mueren, debe estarse muriendo otra vez de vergüenza por la consternación mundial que ha causado su muerte. Nadie le temía más que él, ni en la vida real ni en los libros, a los honores póstumos y a los fastos funerarios”. Creo que al hablar del Gran Cronopio, García Márquez pensaba en sí mismo.

Pero como nadie tiene control de lo que pasa cuando ya no está, aquel viernes santo aparecieron los diarios con extensas crónicas –algunas bastante buenas– en reseña de la vida y obra del aracataqueño, mientras que en la radio y la televisión, los críticos y analistas se disputaban ferozmente el espacio para relatar experiencias, anécdotas y vivencias al lado de quien ya no podía defenderse.

Con la celeridad del caso, of course, se anunció el imprescindible homenaje en Bellas Artes que, imagino, su familia no tuvo más remedio que aceptar. Y hasta mi hogar medio derruido por el temblor, llegó el siseo de los declarantes profesionales rumiando la mejor sentencia para postular como el encabezado o bite más recordado. Vaya, hasta yo mismo, que por entonces no daba golpe por motivos existenciales, reclamé mi cachito de Gabo, transmutado en un muro de Berlín literario sobre el que se abalanzaban los cazadores profesionales de mementos.

gabo
Fotografía: Paris Review.

Sucede que alguna noche compartí mesa con él y con Fuentes, y tengo fotos para probarlo. Sucede que le mandé ejemplares de mis libros. Sucede que su secretaria se comunicó conmigo para decirme, palabras más, palabras menos, que o los recogía o serían regalados (no dijo a quién). Resulta que eso me encabritó, pero resulta también que recordé que a los autores hay que leerlos, no tratarlos, pues si quisieran ser populares se dedicarían a las telenovelas. Y resulta también que el sepultado por las alabanzas nunca pidió mis libros, aunque uno de ellos sin duda lo hubiera atrapado, sospecha que pude casi confirmar después de leer Vivir para contarla, la extraordinaria memoria que para mi es lo mejor después de la saga de los Buendía.

En aquel libro regalado-a-quién-sabe-quién, doy cuenta de una conversación con Edmundo Valadés en la que confesó con gran remordimiento que cuando García Márquez era un desconocido, le pidió publicar en la revista El Cuento un relato de Los funerales de la Mamá Grande y Edmundo no aceptó, pues creyó que podría ofender el sentimiento religioso del pueblo. “¡Imagínate!”, exclamó entre güisquis, “¡yo hubiera sido el primero en publicarlo en México!” Pero no fue así y la Editorial de la Universidad Veracruzana, cuando era lo que fue, tuvo el honor de sacar a luz el libro… cuyos derechos perdió años después.

Ya famoso el colombiano, coincidió con Valadés en una comida en Cuernavaca, creo que en casa de Garibay. Al saludar al de Guaymas le dijo muy serio: “Veo que ha publicado usted uno texto mío en El Cuento y Carmen lo anda buscando por aquello de los derechos”. Valadés sintió la muerte chiquita. ¡La feroz Carmen Balcells lo tenía en la mira! Estaba a punto de perder el sentido cuando se dio cuenta de que García Márquez estaba chanceando. Siempre se tuvieron aprecio.

Esa fue mi aportación al tsunami memorioso de aquel año. La completé con lo que escribí en ocasión de un cumple de Gabo en donde a la vez retomé un JdO de quince años atrás.

“Dicen los diarios capitalinos, con La Jornada a la cabeza, que muy temprano en la mañana el Gabo salió a la puerta de su casa el día de su 84° cumpleaños y juguetonamente preguntó: ‘¿Por qué tanto alboroto?’, chanza que puso a danzar de gusto a los admiradores, quienes cubrieron de flores al célebre aracatecano y además le cantaron las mañanitas.
Supongo que es obligado unirse a los fastos, aunque debo confesar que si bien Cien años de soledad fue un hito en mi vida de lector, poco más hay en la obra de García Márquez que me mueva, salvo su trabajo periodístico. Así que perdonarán si en vez de fraguar ingeniosos parabienes conmemorativos, recuerdo lo que escribí hace años sobre el mismo autor.
Gabriel García Márquez detesta las entrevistas, según sé. Hace bien. Su oficio es escribir. Más libros y menos declaraciones, eso es lo que queremos sus lectores en todo el mundo.
Viene a cuento lo anterior por los borbotones de tinta que hizo brotar el triple aniversario del escritor. Cincuenta años de periodista, setenta de edad y treinta de Cien años de soledad, no son poca cosa para críticos y analistas. Son fechas mágicas.
Confieso que al ver en las secciones culturales de los diarios espacios conmemorativos brotar como hongos y escuchar en una estación sí y otra también, programas dedicados al
trianiversario, me apenó no estar sumado al homenaje. Después de todo don Gabriel nació al mundo de las letras en pañales de reportero, igualito que yo.


gabriel garcia marquez
Ilustración: @AlexoSteel.

Decidí pues, subsanar la omisión y dedicar ‘JdO’ al tema. Busqué en mi archivo, pedí libros y ensayos, hablé con expertos e intelectuales, medité, reflexioné… y recuperé un sentimiento que creía olvidado desde mi paso por las aulas: así como don Gabriel no simpatiza con las entrevistas yo no tengo maldito gusto por la hermenéutica literaria.
¿Qué es lo que realmente interesa? ¿Leer y disfrutar una obra o descubrir las verídicas o supuestas motivaciones del autor ante la página en blanco?
Con la generosidad que le es característica, Omar Raúl Martínez puso en mis manos una joya de su biblioteca para ilustrarme:
Entre cachacos-1, volumen III de no sé cuantos editados en 1983 para analizar la obra del aracataqueño. En el libro, Jacques Gilard emplea 72 de las 411 páginas, el 17.5% del texto en letra de 9 puntos, para llegar a conclusiones tan asombrosas como que don Gabriel fue en realidad muy mal crítico de cine, o que en numerosísimos textos anónimos en El Espectador de Bogotá y El Heraldo de Barranquilla, pueden detectarse indicios que eventualmente llevarían a suponer que habría altas probabilidades de que el joven Gabriel hubiese intervenido en su redacción.
O joyas como ésta (p. 53): ‘Está claro que la práctica del reportaje le sirvió (a García Márquez) como una forma de preparación antes de emprender la redacción de obras literarias’. ¡Oh!”.

Algún oscuro placer debe entrañar, supongo, el ejercicio de rastrear y recuperar textos reconocidamente menores y llegar a la conclusión de fueron justo 67 en el periodo analizado, número que crecería a 70 ‘si se tienen en cuenta dos reportajes anónimos pero atribuibles a García Márquez’. Que me maten si sé cómo tal muestra de cuestionable erudición beneficie a la obra.

Leo en ‘El Ángel’ de Reforma, el ensayo de Carlos Rubio Rosell titulado ‘Volver a la semilla’: ¿Dónde nace el mundo de Gabriel García Márquez, por qué, de qué manera y cómo se amamantó la imaginación del autor de Cien años de soledad, dónde están las claves que engendraron esa narrativa poderosa, desbordante, alucinada, del hombre?, y me pregunto: ¿tener conciencia de todo eso me haría vivir y disfrutar mejor la obra? Como diría el indeciso, quizá sí, quizá no.

gabo
Fotografía: RTVC.

En todo caso, ¿importa? Puedo citar de memoria pasajes enteros de Cien años de soledad, libro que conocí en la primera edición que llegó a México, la de Sudamericana, con la portada azul de las carabelas. El libro me mantuvo sin dormir durante meses. Lo leí y releí como creo ninguno otro desde entonces. Me enamoró fatalmente, al extremo de que no ha habido otro de don Gabriel que me haya provocado ni un pensamiento de infidelidad. ¡Al carajo las oscuras motivaciones del escribidor frente a la hoja en blanco! Choquemos las copas por la existencia de la obra entre nosotros y todo lo que ella nos dio.

El mismo Rubio Rosell nos convida con otro espléndido ejemplo de cómo se puede retroalimentar y enredar hasta que la materia del análisis quede irreconocible incluso para el autor que la parió: ‘El germen, el humus de todo ese portento (García Márquez, of course) está en sus primeros diez años de vida. Y su mundo literario no podía venir de otra cosa sino de ahí, de esos años que fueron decisivos para que surgiera el escritor que es, dice Dasso Saldívar’, quien, nos informa un poco más adelante Rubio Rosell en el artículo citado, invirtió nada menos que 20 años de su vida en una biografía de don Gabriel. Lástima que nadie le haya informado al señor Dasso que no sólo García Márquez, sino todos los humanos, tenemos el germen de nuestro humusen ese periodo crítico de la vida. En fin. Yo regreso a leer Cien años…y me vale que el mentado humushaya surgido en los diez, veinte o treinta primeros años de GGM. El libro, la obra, ya es mía.

Saludos, Gabo, en donde quiera que te encuentres. Tengo en mi despacho la foto que nos tomamos con Fuentes al salir de aquella cena en casa de Pepe Carreño. Joder, algunos de mis alumnos no los reconocen.

Juego de ojos.

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Morir de amor

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En El Lencero, muy cerca de Xalapa, se encuentra el casco de una hacienda que fue de Santa Anna. Es una casona bella y fresca, rodeada de jardines y un lago en el que se deslizan cisnes negros altivos y ausentes. A un costado, la capilla que El Generalísimo levantó para una de sus bodas.

El visitante que pasea por los prados o toma asiento a la sombra de una higuera centenaria, si es sensible y de espíritu abierto, puede escuchar el murmullo de voces del pasado y sentir cómo, en pequeñas pulsaciones, un efluvio de cantos apenas perceptibles le penetra e ilumina.

La alegría resultante no se explica bien a bien, pues difícilmente esa magia podría conectarse con el “seductor de la Patria”. Se sigue, entonces, que otra presencia hay entre la verdura de la comarca. Y esa otra presencia, señoras y señores, es nada menos que la de Gabriela Mistral, cuya efigie en bronce se alza al oriente del conjunto como un sentinela en perpetua contemplación de un paisaje que amó profundamente.

gabriela mistral
Gabriela Mistral, poeta chilena (Fotografía: Milenio).

Muy pocos mexicanos serán los que no hayan oído hablar de Gabriela Mistral y disfrutado su deliciosa poesía. Quizá no tantos sepan que nació en Chile como Lucila Godoy Alcayaga, quien fue la primera latinoamericana en recibir el Premio Nobel, que se sentía mexicana y que, en un sentido poético, murió de amor. Los veracruzanos y en particular los xalapeños deben celebrar que la efigie de la poeta vigile su comarca y su mirada esté siempre en ellos.

Su fama como poeta comenzó en 1914 con un premio en los Juegos Florales de Santiago por sus Sonetos de la muerte, inspirados, se dice, en el suicidio de Romelio Urieta, su primer amor. En el concurso se presentó con el seudónimo que desde entonces la acompañaría y que es un homenaje a Gabrielle d’Annunzio y Frédéric Mistral, por quienes tenía una profunda devoción. (Eso de adoptar un nom de plume es algo maravilloso, pero asusta a los espíritus chatos y a las almas pequeñas. El enorme compatriota de la Mistral, quince años menor que ella, Pablo Neruda, de quien fue mentora, había nacido como Ricardo Eliécer Neftalí Reyes Basoalto y adoptó el apellido de Jan Neruda, uno de los fundadores de la lengua literaria checa, entre cuya obra se encuentra el delicioso tomo Historias de la Malá Strana, publicado en español allá por los años setenta en la desaparecida Editorial Sudamérica.)

La vida de la Mistral fue de una intensidad alucinante. A los catorce años comenzó a publicar en periódicos de su natal Vicuña, como El Coquimbo, La Voz de Elqui y La Reforma y desde el principio de su carrera se refugió en distintos seudónimos. “Alma”, “Soledad” y “Alguien”, fueron algunos con que la niña Lucía firmaba sus colaboraciones y que hoy nos hablan de la naturaleza de aquellos primeros artículos, pues esta mujer fue desde siempre un ser que vivía en y para el amor.

El padre de Gabriela era un modesto profesor rural y su hija a los 18 años abrazó esa profesión. Fue directora de varias escuelas y obtuvo reconocimiento como educadora.

gabriela mistral
Imagen: FM2.

Las aulas dejaron muchas cosas a la joven: el amor a los niños, traducido en una vasta obra poética que hoy continúa recitándose en salones de todo el continente. El amor a la educación y el amor por Romelio Urieta. Romelio se suicidó y la leyenda dice que Gabriela vivió el suicidio como una pérdida irreparable. Su propia obra sugiere tal cosa, aunque ella misma lo desestimó.

En “Ausencia” creemos adivinar el dolor profundo de la mujer que ha perdido el amor y la razón de vivir. Un fragmento:

Se va de ti mi cuerpo gota a gota. / Se va mi cara en un óleo sordo; / se van mis manos en azogue suelto; / se van mis pies en dos tiempos de polvo. // ¡Se te va todo, se nos va todo! // Se va mi voz, que te hacía campana / cerrada a cuanto no somos nosotros. / Se van mis gestos, que se devanaban, / en lanzaderas, delante de tus ojos. / Y se te va la mirada que entrega, / cuando te mira, el enebro y el olmo. // Me voy de ti con tus mismos alientos: / como humedad de tu cuerpo evaporo. / Me voy de ti con vigilia y con sueño, / y en tu recuerdo más fiel ya me borro. / Y en tu memoria me vuelvo como esos / que no nacieron ni en llanos ni en sotos. // (…) ¡Se nos va todo, se nos va todo!

En una “autobiografía” publicada en la revista Mapocho en 1988, Gabriela se encargaría de precisar el tono de su amor con Romelio:

[…] digo con la franqueza ruda con que hablo a los propios, que me cuesta un mundo entrar en un comentario amoroso de mí misma. […] se han hecho disparates tan descomunales a este respecto, que esta vez tengo que hablar y no por mí sino por la honra de un hombre muerto. […] Romelio Ureta no era nada parecido, ni siquiera era próximo a un tunante cuando yo le conocí. Nos encontramos en la aldea de El Molle cuando yo tenía sólo catorce años y él dieciocho. […] Había en él mucha compostura, hasta cierta gravedad de carácter bastante decoro. Por tener decoro se mató.

El joven trabajaba con un hermano que era el jefe de los ferrocarriles. En su ausencia, Romelio tomó un ingreso fiscal, “suma infeliz”, diría Gabriela, con la idea de restituirlo en breve. Pero…  

g mistral
Fotografía: Duna.

 […] vino un arqueo impensado de caja: el hermano andaba en Ovalle o en otro punto de la provincia y no pudieron comunicarse de ningún modo. Romelio Ureta era hombre tan pundonoroso como para matarse, antes de sufrir vivo una vergüenza. […]

Gabriela Mistral llegó a ser directora de varios liceos. Fue una destacada educadora y desde muy joven visitó México, país al que amó al grado de sentirse mexicana. Aquí fue una decidida militante de la reforma educativa de José Vasconcelos. En Estados Unidos y Europa estudió las escuelas y métodos educativos. A partir de 1933, y durante veinte años, desempeñó el cargo de cónsul de su país en ciudades como Madrid, Lisboa y Los Ángeles, entre otras.

Los poemas para niños de la Mistral se recitan y cantan en muchos países. En 1945 se convirtió en la primera latinoamericana en recibir el Premio Nobel de Literatura. Posteriormente, en 1951, se le concedió el Premio Nacional de Literatura de su país.

A su primer libro de poemas, Desolación (1922), le siguieron Ternura (1924), Tala (1938), Lagar (1954) y otros. Su poesía, llena de calidez, emoción y marcado misticismo, ha sido traducida al inglés, francés, italiano, alemán y sueco, e influyó en la obra de muchos escritores latinoamericanos posteriores, como Pablo Neruda y Octavio Paz.

Se le ha llamado escritora modernista, pero como la verdad no tengo idea de qué sea eso o cómo se lea, transcribo lo que de su obra leí en algún texto académico: su modernismo no es el de Rubén Darío o Amado Nervo, ya que ella no canta ambientes exóticos de lejanos lugares, sino que se sirve de su estética y musicalidad para poetizar la vida cotidiana, para “hacer sentir el hogar”.

Pero yo, sentado a la sombra de la higuera en El Lencero y muy cerca de su efigie en bronce, lo único que siento es que haya muerto de amor.

Juego de ojos.

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Ahora también tenemos borregos

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Una mujer con un vestido de flores azules se desliza por la ventana de una habitación. Es la única salida a un techo ideal para poner a secar yerbas. Ya antes había lanzado por esa misma ventana grandes manojos. Un sombrero de alas caídas le cubre la cara y la nuca. Desata la alfalfa y la tiende a secar sobre los ladrillos calientes por el sol de mayo. La acompañan dos gatos negros. A sus más de sesenta años, Margarita sigue siendo guapa. Es muy vanidosa.

Llegó a trabajar a la ciudad sin saber que se quedaría para siempre. Recuerda que cuando vio acercarse al tren que la alejaría de su pueblo, salió corriendo, no iba a meterse a ese animalote. Su mamá la atrapó. Tenía quince años. Entonces no se imaginaba que no se casaría ni tendría hijos, con lo que le gustaban los niños. Mucho menos que les cogería tanto cariño a los animales. En esa época, le sobraban pretendientes, era cuestión de escoger. Pero, uno a uno, los buenos se alejaron de ella y sólo quedaron los que no valían nada. Eso piensa Margarita mientras esparce la alfalfa por el techo.

Cuando acaba de tenderla, salta de nuevo por la ventana, ahora a la habitación. Baja por la escalera principal, entra a la cocina, se lava las manos, cuelga el sombrero de un clavo y se pone un delantal sobre el vestido de flores. El olfato le avisa que el puerco al horno está listo. Los gatos se han ido a pasear por su cuenta, en su lugar están dos perros viejos. Uno artrítico, el otro ciego de un ojo. Antes de acomodar el puerco en una bandeja, le sirve un buen trozo a cada uno. Con consomé de res, para que no esté seco, y papitas y zanahorias, porque hay que comer verduras. Los perros le agradecen con la mirada.

cocina y cocinando
Pintura: Pinterest.

En el comedor, la familia espera. La madre en la cabecera donde se sentaba su marido antes de morir, los hijos desperdigados con los nietos. Se habla mucho, se entiende poco. Sólo la madre guarda silencio. Está concentrada en el jardín.

Detrás de las bardas que delimitan la propiedad, los noticieros hablan de una pandemia. Los analistas comentan las repercusiones en la economía; los religiosos exhortan a la gente a rezar. El fin del mundo se abre como una posibilidad real, eso dicen los profetas. En el comedor de la casa, se discute lo difícil que se ha vuelto comer a una hora decente. 

Pero el puerco ya está listo en la bandeja. Margarita no tuvo tiempo de preparar sopa ni ensalada, la alfalfa requiere de muchos cuidados. Hay que quitarle la basura y fijarse que no venga revuelta con yerbas malas. Tenderla al sol también lleva tiempo. No es cuestión de aventarla como caiga, no, se tiene que esparcir de manera adecuada para que se ventile y seque pareja.

mujer y ventana
“La Ventana de Goldfish”, Frederick Childe Hassam, 1916.

La familia espera con impaciencia. Por fin, alguien se levanta a ver qué sucede en la cocina. Regresa con noticias. No habrá ensalada ni sopa y las verduras les tocaron a los perros, pero hay lomo de puerco y sobra pastel de ayer.  

La madre sigue observando el jardín. En el exterior, la epidemia ha hecho cundir el pánico. Han cerrado escuelas, los hospitales no se dan abasto. El mundo ha cambiado de la noche a la mañana, eso aseguran los periódicos. En algunos países, han abierto las iglesias para acomodar a los muertos.

La madre lanza un suspiro. Ahora también tenemos borregos en casa, dice, ahora me explico por qué hay alfalfa en el techo. Nadie la oye, los hijos y los nietos discuten sobre la pandemia que hay afuera, del otro lado de la barda que protege la casa de todo mal. Eso creen los nietos pequeños. Cuando llega la comida, se hace un silencio. Huele bien.

borregos y ventana
“The Sheep Window”, Ditz (Reprodart.com).

Un borrego negro asoma la cabeza entre las plantas. Había estado oculto detrás de un macizo de hortensias. Margarita sale corriendo a guardarlo y la madre desvía la mirada hacia el platón de comida para darle tiempo. Uno de los hijos habla en voz muy alta, quiere establecer un punto sobre la epidemia. La madre baja el volumen del aparato para la sordera y murmura: “coronavirus”, qué bonito nombre. Es la única que vio al borrego negro, también la única que sabe que, pase lo que pase, no pasará nada.


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Memoria de Los heraldos negros

Lectura: 5 minutos

A más de cien años de que César Vallejo diera a la poesía universal su impronta inmortal, su obra sigue igual de vigorosa y vigente, quizá más porque escasos han sido los grandes bardos que puedan opacar su legado. Esto lo apunto como dato y con cierta tristeza.

¿Habría quien dijera de Vallejo, a su muerte, lo que Pope de Newton? También los poetas dispersan las tinieblas y crean la luz con la palabra. Espero que esto no sea una exageración. Creo que con un alud de imaginación y originalidad, el peruano le torció definitivamente el cuello al cisne modernista, de muy engañoso plumaje, para dar a luz la poesía vanguardista y comprometida que causó escozor en la sociedad peruana de su época, como habría de suceder en otros lares en donde surgió, incluso en aquellos “más desarrollados”.

Pienso en Archibald MacLeish, contemporáneo de Vallejo, quien desde la capital del imperio postuló que la poesía y la revolución política encuentran terreno común en un mundo cambiante: “Hay una muy buena razón por la que la relación de la poesía con la revolución política debiera interesar a nuestra generación. La poesía, para la mayoría, representa la intensa vida personal del espíritu único. La revolución política representa la intensa vida pública de una sociedad con la cual el espíritu único debe, pero no debe, hacer su paz. La relación entre ambas contiene un conflicto que nuestra generación entiende: el conflicto entre la vida personal de un hombre, y la vida impersonal de muchos hombres.”

Vallejo comenzó a escribir muy joven y tuvo una vida literaria productiva de sólo 22 años, pues murió a los 46. En su mundo los intelectuales se formaban en la aurora, los hechos transcurrían de manera vertiginosa y quienes sentían el llamado de la reflexión y de participar activamente en la vida social y política, eran impelidos a crecer al ritmo de un mundo que parecía correr.

vallejo y los heraldos
Fotografía: CDN.

Comienza a publicar en 1916, en la convulsión de la Primera Guerra Mundial. Poco más tarde vivió la primera revolución socialista del mundo, aquella que transformaría no sólo a la Rusia zarista sino al mundo entero a lo largo del siglo XX, porque dio lugar a tesis sociales, políticas y económicas que polarizaron al planeta: sus consecuencias se resintieron independientemente del lado que se estuviera.

Una de las repercusiones más interesantes fue la aparición de propuestas estéticas que latían al compás de movimientos sociales mundiales, regionales y locales. No se trata de una explicación simple que asimile las formas literarias a tal o cual ideología o al misterio del arte, sino de una gran complejidad artística que acompañaba a un mundo complejo.

Al analizar la producción literaria latinoamericana de esa época, José Carlos Mariátegui distinguía tres periodos: uno colonial, otro cosmopolita y otro nacional. El primero era el que se explicaba por la supeditación social y política que significó la Colonia; en el segundo se podían percibir elementos provenientes de la producción literaria de otros países y el tercero es en el que se logra un lenguaje propio.

Mariátegui no era sólo un acucioso teórico social sino también un excelente analista literario. Las páginas de la revista Amauta, que fundó en 1926, fueron visitadas por las plumas más creativas de la época. Borges, Martí, Unamuno, André Bretón y muchos más publicaron en Amauta. Por supuesto, también César Vallejo, quien gozaba de la admiración de Mariátegui. En Siete ensayos sobre la realidad peruana, uno de los textos clásicos de la teoría latinoamericanista, Mariátegui describe a César Vallejo como el precursor de una nueva conciencia y una nueva poética peruana.

retrato de cesar vallejo
Retrato de César Vallejo, Pablo Picasso.

No estaba equivocado Mariátegui. Sin embargo, Vallejo sintió pequeño el patio literario en el que se movía y buscó nuevos aires literarios en Europa, donde encontró el ambiente creativo que buscaba… y también la intolerancia política.

Los heraldos negros fue el primer poemario que publicó Vallejo, en 1919, cuando aún vivía en Perú. La fuerza expresiva de estos poemas los ha mantenido a salvo del paso del tiempo. Puedo decir que el poema introductorio, que lleva el mismo nombre del libro, es quizá uno de los más lúcidos, inteligentes y desafiantes que se hayan escrito. Una ayuda de memoria para los poco aficionados a la poesía:

Hay golpes en la vida tan fuertes…¡Yo no sé!
Golpes como del odio de Dios; como si ante ellos
la resaca de todo lo sufrido
se empozara en el alma…¡Yo no sé!
Son pocos, pero son… Abren zanjas oscuras
en el rostro más fiero y en el lomo más fuerte.
Serán tal vez los potros de bárbaros atilas
O los heraldos negros que nos manda la Muerte.

La obra de Vallejo no está en el preciosismo apolítico, sino que nos ofrece una sustancia telúrica. Y ahí encuentro una paradoja hechicera, pues como dice mi amigo, el perdido en los Alpes:

 “[…] Dice [MacLeish] y en tiempo futuro, que para los poetas ‘American as well as English … the time is near’. Pero a esa altura del partido unas cuantas decenas de poetas ya habían dado la vida en América Latina por causas políticas; y ni hablar de las centenas de políticos que en algún momento de su vida incursionaron por la poesía. Pero digo mal; en Nuestra América no hay políticos por un lado y poetas por otro. Es todo una ensalada maravillosa de luces y sombras que a mí me presentan un poeta más humano que el purista de academia o biblioteca. Lo que para MacLeish fue una posibilidad de generaciones futuras, para gente como César Vallejo fue un rito de pasaje tan natural como hacer el amor en un cementerio. La mezcla de periodistas, poetas, políticos todavía aterra y fascina en algunos antros académicos euro-yanquis”.

los heraldos negros
Fotografía: Diario UNO.

Yo a mi vez cito otro fragmento del estadounidense: “La verdadera maravilla no es aquella que los diletantes literarios dicen sentir: la de que la poesía deba ocuparse tanto de un mundo público que tan poco le concierne. La verdadera maravilla es que la poesía se ocupe tan poco de un mundo público que le concierne tanto”.

La lectura de la obra de Vallejo y de muchos otros escritores latinoamericanos que contribuyeron a darle brillo a las letras de nuestro continente hoy, es sólo material para quienes tienen interés específico en la poesía o en la literatura. Entre las limitaciones de los programas de estudio –por ejemplo, del bachillerato, que intentan abarcar una gran cantidad de contenidos para que los estudiantes aprueben los exámenes de evaluación–, nuestros jóvenes han perdido la oportunidad de conocer a poetas que nos han dado sentido de pertenencia y momentos luminosos de la experiencia poética.

Recuperemos, pues, a César Vallejo.

Juego de ojos.

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La enfermedad como nombre propio

Lectura: 8 minutos

Incontables son estos niños, innumerables los padecimientos. Los han alejado de la calzada que conduce al parque; también de la escuela del barrio. Ahora, habitualmente, los dirigen a consultorios y hospitales, comprimiendo su infancia y juventud.

Todos ellos son muy diferentes a pesar de que hoy, en el registro, comparten el mismo nombre y apellido: Enfermedad Crónica. En la actualidad, así son clasificados. Ellos cuentan sus historias en el grupo al que asisten cada martes, a partir de las 11 de la mañana. De a poco avanzan sus procesos. Comienzan negando que les pasa algo, se enojan, regatean y después llegan a la aceptación. Ríen, expulsan frustraciones y encuentran astucias y destrezas donde otros ven puertas cerradas. Siguen buscando con atrevimiento. Finalmente… son niños.

Pepe nació con los pies torcidos. Sus primeros años transcurrieron entre operaciones y aparatos ortopédicos. Sus piernas fueron muy tocadas. Le dijeron que probablemente no podría correr.

Natalia, la “gordis”, ha nacido sin el botón para apagar el apetito. Su cerebro no manda señales de saciedad. Llora de hambre y lidia con la obesidad y dificultades escolares. En casa guardan la comida bajo llave. Sus hermanos se roban los chocolates de la despensa y juntos los engullen. Su mundo infantil no conoce restricciones.

Paco tiene la cadera frágil. Se desgasta incluso con movimientos normales. Como resultado, no lo dejan subir escaleras, jugar futbol o asistir a paseos donde podría caminar o correr más de la cuenta. Su mamá lo lleva en brazos a la escuela. Ella no entiende de humillaciones; ni él comprende la preocupación de ella. Paco anda rebelde y malhumorado, se escapa a jugar al patio de los vecinos. Ahí nadie lo vigila o reprende. No hay árbitros con silbatos enseñándole la tarjeta y sacándolo del juego. Puede estar a sus anchas.

enfermedad en niños
Imagen: Physicians Weekly.

Leo, “Despelucado”, se despelleja la piel porque no siente dolor. Lo tienen vendado como momia. Sufre infecciones y moretones, pero él ni las toma en cuenta.

Santi, el “niño cristal”, ya no asiste a la escuela. Entre cirugías y yeso se aburre en su casa. Ahora no tiene agenda propia. Como es la enfermedad quien dicta horarios y necesidades, sus deseos yacen dormidos. Santi describe su cuerpo como un títere. Los hilos los controlan la mamá y su médico especialista. Ellos dictaminan qué es adecuado para su salud y conveniente para él. Son sus salvadores. Él, apenas un observador pasivo del tratamiento.


Teo también está en el grupo. Como nació con bajo tono muscular, la debilidad lo domina. Su cuerpo es semejante al de un muñeco de trapo. Cada movimiento se le resiste: comer, tomar el lápiz, brincar. No obstante, sus padres me contaban:

Nadie que lo hubiera visto caminar lo habría notado. Tenía ese aspecto de descuido, la camisa siempre afuera de los pantalones, los hombros echados hacia delante cuando se sentaba, parecía que la gravedad lo empujaba hacia el piso y la tierra se lo fuera a tragar. Le decíamos ‘Hilito’. Esa palabra mágica le recordaba un hilo unido a su cabeza, que lo jalaba para estar derechito y ser alto: el wonderful wonderful you, como lo llamaban sus abuelos que vivían en Texas.

Teo jugaba en el barrio con todos los niños aunque le costara un gran esfuerzo. Al verlos, se levantaba y corría torpemente a jugar. Nunca le dijimos que no podría correr tan bien como los otros, ni le explicamos que era distinto. Por eso él, aunque lo sentía en su cuerpo, ignoraba en qué consistía esa diferencia. Entró a una escuela donde avanzaba a su propio ritmo. Cuando decía que le costaba trabajo le decíamos que era cuestión de repetirlo con frecuencia. Como admitimos su dificultad como parte natural de su crecimiento, siguió tratando hasta conseguirlo. No lo comparábamos. Nunca hablamos de incapacidad sino de posibilidades y logros.

En cuarto primaria, decidió participar en el equipo de futbol de la escuela. Le dieron su uniforme y él planeaba las jugadas de los compañeros. Todos estaban fascinados con su desempeño de estratega. Nunca le dijimos que no podía estar en el equipo. Entrenaba todos los días con el grupo. Se esforzaba más que ninguno. Quizá percibía que ciertas facultades, naturales en tanta gente, no lo eran para él. No le dijimos que, si acaso podía jugar, sería torpe y estaría en la banca, que no debía hacerse ilusiones de integrarse el equipo. Nunca hablamos de no poder. Como no se lo dijimos, él se reconoció y aprendió y… simplemente pudo.

enfermedad
Imagen: El Periódico.

Tony va al mismo grupo. Las alergias hacen que se hinche como pez globo con casi todo lo que come. Se le cierra la garganta y se asfixia; termina en urgencias un día sí y otro también.

Pero le va peor a Sabina, “la niña burbuja”, cuyo sistema inmunológico ataca indistintamente. Imagina el sistema inmunológico como un ejército de soldaditos que rastrea, rodea y le impide el paso a todo lo que pueda lastimar al organismo; es un amigo que vigila para protegerlo. Por desgracia, su ejército está confundido. Ataca lo que se le acerque. Por eso tiene que vivir protegida en una burbuja artificial con oxígeno limpio, sin olores fuertes o picantes, colorantes rojos, bizcochos rellenos de crema batida, luz o sol excesivo. No madruga ni se desvela. Defiende un equilibrio casi perfecto para que su sistema inmunológico se tranquilice y aletargue. Sabina hablaba con el grupo por Skype: He tenido que aprender a vivir sintiendo dolor, mareo, debilidad. No sé si me quejo por lo que siento o por imaginarme cómo sería una vida normal. ¡No puedo salir de mi cuarto esterilizado porque me muero! Cada mes recibo tratamientos para mejorar mis defensas. Siempre estoy cansada. Parezco la Bella Durmiente; entre sueños despierto en el encierro del palacio real.


A todos ellos la enfermedad crónica se les ha impuesto como un déspota que irrumpió de repente, y ha llegado para quedarse. Se apropió de la casa, sin permiso ni consideración, exigiendo la completa rendición de su víctima y de su familia. Se ha infiltrado en espacios, tiempos y objetos. El panorama no deja duda de su dominio: medicinas y aparatos sustituyen adornos y bicicletas.

Las conversaciones cotidianas se mezclan con términos científicos, preguntas cautelosas, respuestas vagas y confusas. La familia, perpleja y desorientada, la confronta con impotente fragilidad.

La enfermedad crónica se mete entre papá y mamá, entre los hermanos. Derroca autoridades y destruye las creencias que solían sostener a la familia. Todos entran en crisis, incapaces de ser los que eran. Resignado, cada uno hace los cambios necesarios para acoplarse a la nueva situación.

familia estresada
Imagen: The Spinoff.

Las relaciones se transforman: un hermano es el papá; una hermana la mamá; el menor madura a la fuerza. Ya no hay tiempo para juegos en familia. El ambiente es sombrío. No entra el sol en la casa, ni amiguitos ni visitas. ¡Con la tirana que domina sus vidas es más que suficiente!

—¿Cómo sacarle una sonrisa a mamá? –me dijo en una ocasión Tony–. ¿Podríamos distraerla? Su cansancio va de la mano al mío, pero no nos atrevemos a confesarlo. No es necesario. Se percibe en el silencio que va sofocando la música de mi casa poco a poco, como la niebla hace con el paisaje. A mi mamá se le ve el dolor en los temblorines de sus labios, en cómo se le están formando líneas profundas en la frente. Su cuello se pone rojo, rojo cuando el doctor le habla. No llora, no platica, no ríe. Mira la nada con sus ojos vacíos. Se pregunta si fue su culpa. Distribuye las dosis en las diferentes cajitas de colores que están regadas por toda la casa. Las verdes y azules encima del hornito en la cocina, las naranja en la mesa de noche de su recámara, las marrón en el librerito que está en la entrada… Ellos rompieron la regla de que las medicinas no deben estar al alcance de los niños. Es la enfermedad la que toma la batuta: se convierte en prioridad, más que el recital de mi hermano, el partido de domingo de mi hermana o la comida familiar.

El abuelo de Sabina se ha mudado con ellos. Porque los papás se ocupan de cuidados y urgencias. Entonces, ¿quién llena los espacios vacíos? Sabina es una niña enferma pero no es tonta, continúa el abuelo. Se da cuenta que sus hermanos están irritados. Algunas veces se encelan, otras se enojan, quizá tienen miedo a enfermarse ellos también.

En alguna ocasión, Natalia se quejó sin grandes dramas: Tengo varias batallas que recorrer. Una con mi cuerpo, una con mi mente, la otra con las caras aterradas de los que vaticinan, con cada suspiro, mi muerte.

—Para mis amigos soy “el Cristal” –relata Santi–. Se burlan o me tienen lástima. Estoy cansado de que nadie me vea diferente al cristal que se rompe fácilmente: no estoy en el chat del grupo porque no me puedo comprometer. No se cómo voy a sentirme al día siguiente. El miedo a empeorar hace que me cuide y no me arriesgue.

En verdad no es intocable, sólo que la gente se ha acostumbrado a no contar con él. Sollozando, expresa cómo le lastima la manida frase: “¿Cómo te sientes hoy?”, que lo marca con la etiqueta del enfermo. ¿Por qué no logran imaginar otra? Un día ya no aguantó que lo compadecieran. Se levantó de su pupitre en el salón de clases y les gritó: ¡No lo soporto! Si tan sólo pudiera decirles… Si nadie te ve realmente, ¿estas ahí? ¿Creen que la enfermedad es un estilo de vida? ¿Una elección? La persona no es la enfermedad. SOY alguien común y corriente que, además, TIENE una enfermedad. Eso no me define como persona. Me gustaría que, en vez de esa pregunta, que sabe a sentencia, me preguntes qué me gusta, qué dibujo, qué como; me invites a jugar, quizás a pasear…

Sabina nos relató cómo al descubrir los libros, encontró su salida del palacio enclaustrado:

No recuerdo de dónde se me ocurrió tomarlo la primera vez. Era muy pequeña y no sabía qué me esperaba al abrirlo. Parecía un objeto extraño, no muy atractivo. Sólo era de blancos y negros, como una caja fuerte. ¿Que tendría adentro? Además, ¡era tan diferente a todos mis juguetes! No creo que mi madre me lo obsequiara. No lo sé, es una incógnita. Quizás éste se rodó en mi cuarto a propósito, como si tuviera voluntad propia. Tal vez un ángel de la guarda lo deslizó para jugar con mi destino. Ya sabes, en una de esas repisas que llenan paredes enteras y los guardan de tal forma que sus lomos se ven de colores disparejos. He estado en uno de esos lugares inmensos donde subes las escaleras de caracol con rueditas movibles para buscar los que quieres, infinitos estantes, rodeada por un silencio total. Sólo se oye la respiración y el movimiento del torbellino interno de las personas refugiadas ahí. Abrí, deslicé las hojas como un abanico, me eché a reír a carcajadas. Pensé que el aire que recibía al moverlas era una bocanada fresca de brisa que me aturdía. Lo interpreté como una caricia, un “te procuro”.

osito enfermo
Imagen: Agenda menuda.

Desde entonces y siempre, ha sido para mí una relación muy personal, un gran amigo. Para muchos el libro representa entretenimiento, información, diversión, imaginación, y mil cosas más, qué sé yo. Para mí fue la salida. Alguna vez le pedí a papá una colección de cuentos de hadas. ¡Era maravillosa! Historias que la imaginación tomaba y sin precaución, las adoptaba para recrear múltiples historias. Claro, son historias que se originaron antes de que yo naciera, con países y personas que yo nunca conocí. Sí, como fantasmas que habitan y se mueven libremente por mi cerebro. Cada vez que abría un libro me encontraba en estaciones de tren, parques, lugares extraños o personajes que afectan a quien los lee. Además de la bocanada de aire fresco, conseguía un boleto para viajar. Los personajes se apoderaban de mis sentimientos e imaginación, me invitaban a vestirme con trajes espectaculares para llegar a momentos inciertos y situaciones que abrían puertas, pues los cuentos son universales. La vida cambia de libro a libro, pero la humanidad se pregunta siempre lo mismo.


Preguntas narrativas:
~ Cuando Sabina lee uno de esos libros, ¿qué le pasa a la enfermedad, al dolor y la incapacidad?
~ Si antes del descubrimiento de los libros, la enfermedad lo ocupaba todo, ¿cómo es la proporción ahora?
~ ¿Qué crees que ocupa ese lugar?
~ ¿Ahora qué Sabina tiene a los libros como grandes aliados, ¿en quién se ha convertido?
~¿Cuáles son tus propias salidas?
~ ¿Que ideas, mitos y creencias tiene tu familia sobre la enfermedad?
~ ¿De qué manera se aborda la enfermedad?
~ ¿De qué manera se practica la salud?
~ ¿De qué manera se cultiva la alegría?
~ ¿Cómo ves a alguien qué está enfermo?
~ ¿Qué tan verazmente se maneja la información sobre las enfermedades en la familia?


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