México

Sub-17 de México pone el ejemplo

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Ayer jueves 14 de noviembre de 2019, la Selección Nacional de México Sub-17 volvió a escribir su nombre con letras de oro en su tercera final de la Copa del Mundo, tras vencer en penales (4-3) a Holanda en el Estadio Walmir Campelo Bezerra en Brasilia. Fue un partido mayormente dominado por el conjunto europeo, sin embargo, México tuvo la mayor fortaleza física y mental para salir airoso y ganar su pase al último partido del mundial de Brasil 2019.

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Una historia que debemos recordar   

El Mini Tri poco a poco ha vuelto a demostrar ser favorito, tener un gran nivel y lucir como una potencia del certamen y ahora está a un solo paso de lograr un nuevo triunfo histórico y obtener su tercer título en el máximo circuito de esta categoría.

(foto:mediotiempo.com)

El camino de la Sub-17 es también muy joven. El torneo de la Copa del Mundo en esta categoría inició en 1985 y hasta 2003, México solo tenía dos logros en cuartos de final, momento en el que todavía la fase de grupos accedía a dicha fase. Perdió con Estados Unidos en 1993 y con Argentina en 2003. Fue hasta 2005 en el mundial de Perú cuando llegó a una final proclamándose campeón absoluto por primera vez ante Brasil con una goleada de 3-0.

(Foto:tudn.mx)

En 2007 la Sub-17 no pudo clasificar al mundial y en 2009 cayó en octavos de final ante Corea del Sur. El Tri Infantil volvió a estar en boca de todos por segunda vez al disputar la gran final del mundial de México 2011, en el que se impuso a Uruguay en el Estadio Azteca con un marcador de 2-0 en tiempo regular.   

Ya en 2013, la Sub-17 defendió el título obtenido en casa con otra destacada participación en una final más, que lamentablemente no pudo ser un bicampeonato debido a que la Selección Nacional fue derrotada ante Nigeria en los Emiratos Árabes Unidos con un contundente y doloroso 3-0.

En 2015 el conjunto azteca buscaba sacudirse la malaria del subcampeonato en el mundial que ahora se celebraba en Chile, pero el esfuerzo sólo alcanzó para un cuarto lugar y finalmente; en 2017 el sueño de conquistar la gloria internacional acabaría muy pronto, tras perder con Irán en octavos de final de la copa celebrada en la India.

Foto: @miseleccionmx

Ya en 2019, todo está listo para continuar ganando y México tiene una nueva oportunidad para disfrutar la gloria mundialista. Los contendientes están listos y se espera un encuentro electrizante. Con Brasil inició el histórico de triunfos y con la misma verdeamarela podría escribirse de nuevo otra alegría mundial para el futbol en el semillero de México. Lo sabremos el próximo domingo 17 de noviembre a las 16:00 horas igualmente en el Estadio Walmir Campelo Bezerra en la ciudad de Brasilia, Brasil.

¿Estás listo para apoyar al Tri? Compártenos con quién verás la final y gritemos juntos ¡VAMOS MÉXICO! 

Con información de marca, mediotiempo y los pleyers.       

Opiniones contrastantes

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Justo cuando el gobierno está a punto de hacer públicos los acuerdos de participación empresarial en decenas de obras de infraestructura que pueden iniciar este año, lo cual significaría la reactivación de inversiones, surgen los más alarmantes comentarios sobre la marcha económica del país.

Hace ya algunos meses que corrió la noticia de reuniones de López Obrador con Antonio del Valle Perochena, del Consejo Mexicano de Negocios, y con Carlos Salazar Lomelín, del Consejo Coordinador Empresarial, en relación con el Plan Nacional de Infraestructura.

El plan, según la Secretaría de Hacienda y Alfonso Romo, consta de unos 1,600 proyectos a realizar a lo largo del sexenio, con una inversión total estimada en 424 mil 149 millones de dólares, de la cual el 56 por ciento sería empresarial y el 44 por ciento pública.

A las reuniones que sostuvo el presidente con las cúpulas empresariales siguieron otras con diversas compañías para presentarles proyectos concretos de inversión carretera, aeroportuaria y portuarias, porque la intención es que lo que se informe no sean buenas intenciones, sino el inicio de proyectos contratados para arrancar este mismo año.

El anuncio, que está previsto para el martes 26 de noviembre, será una prueba de fuego para la relación entre el gobierno y el empresariado, ninguno de los cuales, hasta ahora, ha hecho crecer sus inversiones sino al contrario, la pública ha caído 14 por ciento y la privada en alrededor de 5 por ciento, lo que explica el nulo crecimiento del PIB.

El éxito depende de que el plan haya atraído el interés lucrativo de los inversionistas, de que no habrá cambios sorpresivos y de que la firma de cada contrato les de confianza en que se cumplirá conforme a derecho.

Inversion.
Ilustración: Ismael Angeles.

Los proyectos que se anunciarán son los que están listos para arrancar este año; se trata, en su mayoría, de terminar obras inconclusas.

No figuran, todavía, lo que más pueden interesar al empresariado nacional e internacional, que son los relacionados con petróleo y electricidad.

Justo cuando la desaceleración económica del país pudiera empezar a corregirse a partir del entendimiento entre gobierno y empresarios, se prenden alarmas en el sector financiero transnacional, del que surgen opiniones acerca de que la principal preocupación de los inversionistas (según encuestas) son las decisiones del gobierno, y de que es posible que las agencias de calificación crediticia le quitarán el grado de inversión que actualmente tiene el país.

Analistas de Morgan Stanley, de UBS Group, de Société Générale, de Moody’s Investors Service y de S&P Global Ratings, se han puesto de acuerdo en difundir perspectivas negativas para el crédito soberano de México.

Morgan Stanley inclusive recomendó este miércoles 7 de noviembre tomar las ganancias sobre los activos mexicanos y cerrar posiciones largas; a esa recomendación puede deberse la corrida contra el peso, que valía 19.09 pesos por dólar el 8 de noviembre.

Quizás cuando haya proyectos relacionados con la explotación de petróleo y con energía eléctrica en los que puedan invertir empresas nacionales y transnacionales, se moderen las opiniones hoy alarmistas sobre la economía mexicana.

La tormenta boliviana

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Bolivia enfrenta hoy una de sus más graves crisis habidas en los últimos años, cuyos perfiles se asemejan a los que vivió su vecino Chile en los años setenta, cuando el ejército dio un pérfido golpe de Estado al régimen del presidente Salvador Allende, electo democráticamente, para encumbrar al General Augusto Pinochet, con el apoyo del gobierno estadounidense y las fuerzas del poder económico y financiero nativo. La historia, aunque no se repite, parece entrar en una espiral de excitación que lesiona los procesos democráticos de los países latinoamericanos, donde se hace sentir el poder del intervencionismo norteamericano, cuyo presidente, el camaleónico Donald Trump, anuncia sus alegres intenciones de derribar también los gobiernos de Cuba, Nicaragua y Venezuela.

Apenas se celebraba el triunfo de la izquierda argentina con el presidente electo Alberto Fernández y la liberación de Luiz Inácio Lula da Silva, preso político del régimen brasileño de Jair Bolsonaro, y las manifestaciones populares en Ecuador y Chile, cuando estalló la rebelión en Bolivia alegando fraude electoral en la cuarta reelección del presidente Evo Morales, acreditado política y éticamente porque bajo su mandato se alcanzaron metas positivas en el crecimiento económico y de bienestar social.

La intervención de la Organización de Estados Americanos (OEA) –bautizada por el líder cubano Fidel Castro como el Departamento de Colonias de los Estados Unidos– prendió la chispa al decidir que en el proceso electoral había inconsistencias e irregularidades y debía repetirse, lo que fue rechazado por el ejército y la policía, que “sugirieron” la renuncia al presidente, en medio de un clima de vandalismo y agresiones, incendios contra propiedades institucionales y amenazas y acciones personales a los gobernantes surgidos del partido Movimiento al Socialismo (MAS), fundado por el primer presidente indígena de aquella nación.

Crisis en Bolivia.
Fotografía: Reuters.

Con la renuncia del presidente Morales, así como de los miembros de su gabinete y algunos legisladores, se ha provocado un vacío de poder, que no permite encauzar por las vías legales la sucesión presidencial; se ha roto la cadena de mando institucional y los responsables como los miembros del equipo de la OEA, presidido por un mexicano de élite, Gerardo de Icaza, han hecho su tarea a favor de la impugnante derecha. No obstante, la autoproclamación de la ultraderechista Jeanine Áñez (una especie feminista del Juan Guaidó venezolano) ante un pleno vacío en la Cámara de Diputados, en virtud de que la mayoría pertenecen al MAS, apoyada por los escasos miembros de su bancada y sin que rindiera la debida protesta constitucional, fue inmediatamente apuntalada por la oligarquía nativa y las fuerzas militares y policiacas.

A todo lo anterior, hay que agregar que el gobierno del presidente Andrés Manuel López Obrador dio asilo al todavía formalmente presidente de Bolivia, Evo Morales – y digo formalmente porque el Congreso de aquel país no ha resuelto nada sobre su renuncia–, alegando razones humanitarias y la tradición política de recibir a quienes así lo soliciten o acepten. Este hecho, mete de lleno a México en el conflicto y que divide a nuestra comentocracia mediática, que en su mayoría olvida que en tiempos de la hegemonía priista concedió asilo, lo mismo, al Sah de Irán, Mohammad Reza Pahlaví, depuesto de su reinado persa por el islámico Ayatola Jomeini, y muchos años antes a León Trotsky, ideólogo de la revolución bolchevique perseguido por la abyecta y criminal dictadura estalinista; por sólo citar dos casos extremos.

Seremos testigos de una enorme catarata de acontecimientos que sobrevendrán en los próximos meses o años, en torno a este dramático acontecimiento que oscurece los cielos de América, llamada algún día, no sé si irónicamente o de buena fe, “el continente de la esperanza”, que hoy se debate entre el capitalismo depredador de los todopoderosos y la expectativa de establecer gobiernos soberanos y democráticos que atiendan las necesidades prioritarias de sus pueblos. Bolivia vive hoy, indudablemente, un parto doloroso de resultado incierto que dividirá, aún más, estas extenuantes luchas por el poder.   

“El Tri” en la antesala de la Copa Mundial Sub-17

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Su próximo rival a vencer será Holanda

La Selección Nacional de México Sub-17 es semifinalista de la Copa Mundial de la FIFA Brasil 2019, luego de vencer a al equipo surcoreano por la mínima de un gol a cero. El tanto de “El Tri” fue anotado por Ali Ávila, joven sinaloense de 16 años jugador de Rayados de Monterrey al minuto 77.

Un historial de triunfos internacionales que vale la pena recordar

Perú 2005

Foto: futboltotal.com.mx

Fue hace 14 años cuando la Sub-17 probó en Perú por primera vez las mieles del triunfo del mundo, cuando el equipo liderado por Carlos Vela, Giovani dos Santos, César Villaluz y Héctor Moreno levantó su primer campeonato al imponerse con un marcador de 3-0 ante Brasil, apoyado por el entonces director técnico Chucho Ramírez.

México 2011

Foto: lasillarota.com

El “Mini-Tri” obtuvo su segundo título apoyado siempre por la afición nacional. En 2011 la Sub-17 llegó a la final del Mundial celebrado en nuestro país luego de ganarle a Alemania en un partido de alarido en el que Julio Gómez anotó un gol histórico. Ya en la final, México se impuso a Uruguay con un 2-0, con lo que se reafirmó el nivel de efectividad de tan peligroso candidato en esta categoría.

El sueño continúa

Hoy el equipo nacional sueña con el tricampeonato del Mundo Sub-17, luego de su última Semifinal en Chile 2015 cuando fue eliminado ante Nigeria, razón suficiente para poner en alto el nombre de México ante los tulipanes en el siguiente duelo y sacarse la espinita.

El equipo dirigido por Marco Antonio Ruíz jugará el próximo jueves 14 de noviembre a las 13:30 hrs frente a Holanda, escuadra que dejó fuera a Paraguay y será el rival a vencer en Semifinales siendo el Estadio Bezerrao, en Brasilia el punto de encuentro. Los 2 equipos restantes que participarán aún están por definirse.

Foto: google.com.mx

Con información de marca.com y miselección.mx 

Canadá mueve piezas a favor del T-MEC

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Legisladores estadounidenses se reunieron con autoridades canadienses en relación a los avances del T-MEC.

El primer ministro canadiense, Justin Trudeau, encabezó la series de reuniones con legisladores demócratas estadounidenses en relación al proceso de ratificación del tratado entre las tres naciones de América del Norte, mismo que fue firmado hace casi un año, pero aún no ha sido avalado en Estados Unidos, por la resistencia de los demócratas, quienes desean introducir modificaciones en el texto para aplicar mecanismos de protección laboral.

México es el único miembro del anteriormente conocido como Tratado del Libre Comercio de América del Norte ya que los congresos de Canadá y Estados Unidos se encuentran aún analizando los términos del Tratado entre México, Estados Unidos y Canadá  (T-MEC).

Aunado a esto Canadá ha señalado que lo ratificará a la vez que Estados Unidos. Al finalizar el encuentro Trudeau aplaudió “el impulso positivo” que parece que se está produciendo en el proceso de ratificación.

Por su parte el demócrata Richard Neal, presidente del Comité de Medios y Arbitrios de la Cámara de Representantes de Estados Unidos, expresó que la presidenta de la Cámara Baja, la demócrata Nancy Pelosi, “está comprometida” con la aprobación del acuerdo.

Durante la reunión Trudeau y Neal estudiaron “el progreso efectuado para la ratificación del nuevo acuerdo de libre comercio de Norteamérica y los esfuerzos de Canadá para apoyar las reformas laborales en México”, señaló la Oficina del Primer Ministro en un comunicado.

Tras esta cita, la delegación estadounidense se entrevistó con la ministra canadiense de Asuntos Exteriores, Chrystia Freeland, y con otros miembros del Gabinete de Trudeau, como la titular de Trabajo, Patty Hajdu.

Hajdu viajó a principios de este año a México para tratar la aplicación de estándares laborales en el país latinoamericano. En julio, la ministra se reunió con su homóloga mexicana, la secretaría de Trabajo y Previsión Social, Luisa María Alcalde, para revisar los alcances de la recién aprobada reforma laboral en México.

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Con información de EFE.

Culiacán, Sinaloa… ¿y ahora qué?

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Estaba escribiendo un largo artículo analizando las propuestas de regulación para el nuevo etiquetado en alimentos procesados, cuando de pronto me quedé sin ideas. La relevancia del tema se desvaneció cuando empecé a recibir información, videos y comentarios sobre los sucesos del pasado jueves en Sinaloa. Me quedé expectante, esperando saber qué explicaba los hechos, y más aún, qué pasaría con los presuntos capos detenidos.

Las escenas de camiones incendiados, de armas letales manejadas por civiles, de extrañas escenas de convivencia entre soldados y civiles armados, me puso en alerta. A pesar de que nuestra capacidad de asombro en temas de violencia ha sido neutralizada progresivamente por la constante exposición a situaciones de extrema violencia, éstas, rebasaban los límites.

Nadie culpa al actual gobierno de la situación imperante. Todos sabemos que es una herencia de décadas enteras de corrupción, negligencia y complicidad de gobiernos de todos los niveles con el crimen organizado, y que cualquier solución requiere tiempo, estrategia, inteligencia, recursos y determinación. Lo que asusta son las decisiones atropelladas, ingenuas o inexistentes que parecen propiciar la agonía definitiva del estado de derecho en nuestro país.

Liberar a un criminal horas después de ser detenido ante las amenazas de ataques a la población civil, evidenciando al mismo tiempo las enormes carencias de organización, estrategia y armamento de nuestros soldados, es absolutamente perturbador. Y al correr de las horas, escuchar las explicaciones de parte de las autoridades alegando la falacia de evitar el “mal mayor”, quita el aliento.

¿Puede haber mal mayor que rendirse ante la delincuencia? El monopolio de la violencia, postulado del Estado como orden coactivo de la conducta, nos fue arrebatado, ¿cuándo?, seguramente desde hace mucho tiempo, pero el jueves pasado se hizo burdamente manifiesto. A esto ya lo podemos denominar como insurrección. Ésta es, posiblemente, la jornada de mayor violencia en nuestro país desde la Revolución, o que sólo compite con la matanza de Tlatelolco.

He revisado todas las columnas periodísticas que tuve a mi alcance sobre el tema y parece haber una coincidencia plena en que el operativo fue improvisado e ingenuo. Hay algunas discrepancias sobre lo que se debió o no hacer una vez que la violencia estaba desatada. Son más quienes opinan que bajo ningún escenario se debió soltar a Ovidio Guzmán, aún a costa de vidas de civiles. La escena, transportada a la delincuencia común, es mirar a un gobierno pagar rescates para resolver un secuestro.

Llevamos años, muchos años, diciendo y oyendo que basta ya de omisiones con la delincuencia. ¡NO más! Pero no sólo no hay avances, la situación, mes con mes, se agrava hasta niveles brutales. La búsqueda de soluciones nos convoca a todos, no es suficiente con seguir enjuiciando a los torpes o a los omisos, necesitamos un plan de rescate, un programa de reconstrucción y muchos líderes que los conduzcan.

Ojalá el gobierno federal reconozca que con mercadotecnia o justificaciones no se evitarán más fosas clandestinas; ojalá la sociedad entienda que con “memes” únicamente encubrimos con humor una realidad asfixiante. Como primer paso debemos exigir al gobierno que, contra las viejas costumbres arraigadas, nos hablen con la verdad.

Días de muertos

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La muerte tiene una especial y añeja relación con la cultura nacional que se expresa cotidianamente en su folclor, en los rituales religiosos, en su comicidad y en sus conflictivos intercambios sociales.

El culto a la Parca tiene múltiples connotaciones que funden nuestro pasado precolombino con las tradiciones importadas durante la colonia y se traducen en nuevas expresiones que hoy trascienden las fronteras y son recibidas en otras geografías con extrañeza e incomprensión, aunque innegablemente con gran curiosidad, como algo surrealista o macabro.

A la tradición de los altares, las catrinas de Posadas, las pernoctas familiares en los cementerios, se suman ahora desfiles alegóricos, muestras pictóricas, espectáculos y parques de diversiones con temáticas alusivas a la temporada de los santos difuntos. Los mexicanísimos días de muertos parecen recuperar, paulatinamente, su espacio original que en décadas pasadas fue invadido silenciosamente por el importado Halloween, desplazando a la ancestral calaverita.

De una celebración religiosa popular, de reflexión, remembranza y culto a los que ya han partido, a quienes se ofrenda aquello que más gustaron en vida, se ha transformado en una fiesta periódica donde hacen gala el jocoso ingenio, la escenografía y la diversión.

Pero no todo es altar con cempasúchil, mole, tequila y pachanga en honor de los difuntos. La cultura de la muerte en México tiene, paradójicamente, una expresión terriblemente real, que aterra y sobrecoge, que dista diametral y dolorosamente de la tradición festiva de nuestra raza. La violencia que se desparrama desde hace más de una década en prácticamente todo el territorio nacional (incluido el corazón estratégico del país), nos ubica como uno de los lugares más peligrosos del planeta, en el que se suceden cotidianamente espectáculos macabros que evidencian una crueldad y un barbarismo inusitados y dan cuenta del nivel de vulnerabilidad y riesgo a que está expuesta la sociedad de la decimoquinta economía del mundo.

Según datos del INEGI, en los últimos 10 años (2009-2018) se registraron más de 255,000 homicidios, a los que deben sumarse, tentativamente, los miles de desaparecidos, de los cuales no hay datos certeros, así como la cifra negra que se antoja amplísima. Los datos oficiales son espeluznantes, sólo comparables con situaciones de conflicto bélico, escenarios de guerra en los que el empleo de armas e implementos diseñados para la destrucción del enemigo se estiman naturales, pero que en un país que se asume en paz, resultan dramáticamente preocupantes.

Escenas dantescas, cuerpos mutilados, cadáveres colgados, tumbas clandestinas multitudinarias descubiertas, asesinatos difundidos en redes sociales, forman parte de una cotidianidad a la que parece nos vamos ajustando como costumbre. El asombro y la indignación ante estas circunstancias es cada día menor.

La Santa Muerte se ha incorporado, informalmente claro, al santoral y su culto se extiende y consolida como característico de un segmento social identificado con la violencia y el crimen. Se ha dado personalidad a una condición inherente al ciclo natural de la vida y se ha erigido como una santa patrona protectora que va adquiriendo gran popularidad.

La fijación del mexicano por la muerte parece estar en su ADN, desde el Mictlán fusionado con el cristiano paraíso. En su evolución, el culto es ya no solo ritual, conmemoración o remembranza, la sociedad de hoy vive estrechamente conectada con la muerte, con la real, la cotidiana, la física, resultado de la crítica situación ante el crimen que parece no tener freno, limitación ni humanidad.

La ferocidad con que se expresan los delincuentes con hechos de sangre y fuego, haciendo amplia difusión de su crueldad, a manera de propaganda, raya en actos de terror, que también tienen alcance global en medios.

En fin, gran paradoja: por una parte, nuestras tradiciones, entre festejos y conmemoraciones a los muertos y por la otra una situación cotidiana de muerte, amenazante y caótica, que nos enfrenta, un día sí y otro también, a una realidad macabra.

La venida de los muertos: el altar como eje del mundo

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Estructuras que tienden a lo piramidal y a lo ascensional. Altas estructuras, cada una en su proporción. Ningún altar de muertos se queda por lo bajo, ni en forma ni en simbolismo, ni en el entusiasmo prodigado por sus hacedores. Estamos por entrar a esa época del año en que México se vuelve tan ajeno a los ojos de los extranjeros: pueden entender que tengamos corrupción y que contemos con una burocracia hiperinflada (otros países europeos y latinoamericanos las tienen) pero no pueden entender que celebremos la muerte. Parte de esos recursos de celebración son las estructuras que tienden a lo piramidal: el referente inmediato son los altares de muertos, escalonados, que exhiben frutas, flores, mole y pan junto con fotografías de los finados y algunas velas. Antaño, estructuras similares –pero que se podían circular– se constituyeron como túmulos funerarios, representativos de la presencia ausente. El pan de muerto es un mini testigo de ese recuerdo tumular cuyas hipotéticas aristas se coronan con huesos y un fingido cráneo azucarado. Y por más que les extrañe a los indigenistas de libro, no, esas manifestaciones que se realizan en noviembre poco tienen que ver con el mundo prehispánico. La celebración de los fieles difuntos fue instituida por San Odilón, abad de Cluny, en el año 980 d.C.

Las estructuras ascendentes que le prestan su esencia al altar de muertos de los siglos XIX y XX tienen su origen en el siglo XIV, no en México, sino en regiones como Valencia y Cataluña, aunque también se vieron en otras zonas de Francia. Se llamaron capelardentes o capillas ardientes, y no eran escalonadas, pero sí ascensionales: se construían como estancias temporales para el cuerpo de un príncipe, rey o reina que iba de camino a su sitio de reposo final: el cortejo paraba a descansar, a reabastecerse y se aprovechaba para exhibir el cuerpo real y dejar por momentos la pesada parihuela en lo que los locales iban a satisfacer su curiosidad y a observar al despojo. Pensar en esas lejanías temporales y en un cadáver peregrino, que estaba a merced constante de la descomposición, puede resultar repulsivo hoy en día. Lo cierto es que las agencias funerarias siguen ofreciendo el mórbido paquete del maquillaje y el féretro abierto, o sea que algo nos sigue gustando de esa contemplación.

Algunos investigadores plantean que para evitar el riesgo de corrupción y para llevar el preciado cadáver del personaje destacado a regiones que el cortejo no tocaría en su itinerario normal hasta la sepultura, se desarrollaron símiles (muñecos, maniquíes) del cuerpo del rey, por ejemplo, en zonas de Francia e Inglaterra. En España, que yo sepa, esto no sucedió o está escasamente documentado, pero sí sabemos que los capelardentes, túmulos o capillas ardientes se comenzaron a popularizar en el siglo XVI, sobre todo, a la muerte del emperador Carlos V.

¿Qué hacer para llevar la presencia del real cadáver sin pasear el cuerpo real? Representarlo mediante sus insignias. Pero claro que esa representación no podría estar desprovista de otros aliños, como telas negras (hachones) que cubrirían parte de la arquitectura falsa y de la real; esculturas de muertes y figuras que daban cuenta de la importancia de los hechos del monarca en vida, etc. Fue así que se configuró una iconografía propia de la casa reinante y que permitió a diversas ciudades de los reinos mostrar su lealtad y preeminencia en la elaboración de fiestas que, muchas veces, excedían las posibilidades del gasto público.

“El arte de la fiesta, envilecido en casi todas partes, se conserva intacto entre nosotros”, dice Octavio Paz en El Laberinto de la soledad (https://bit.ly/2N0MVGF); la fiesta tiene un largo camino en nuestras comunidades y el calendario litúrgico, engranado con el civil, hacen mella en nuestra productividad desde el siglo XVI en forma continuada. Está mal que lo diga pues, en lo que se refiere a los siglos previos al XIX, la idea de productividad no existía: existía la de comunidad. Y la comunidad encontraba una de sus mejores expresiones en la fiesta.

Tal vez en México tengan verificativo como en ningún otro lugar las implicaciones medievales de las carnestolendas: el carnaval, la inversión permitida, el mundo al revés, el exceso gastronómico, excesos todos que nos llevarán al descanso de fin de año: como sea, una válvula de escape a presiones, inconformidades y opresiones sociales. Pero en México esto no se ve previo a la Cuaresma, sino en los días comprendidos entre el 12 de diciembre y el 6 de enero. El famoso Guadalupe-Reyes es un puente formado por una sucesión de festejos que nos vuelven al seno de lo familiar encarnado en la comida. Antes de ello, un último periodo de recogimiento. El Día de Muertos es una conmemoración que ha ido tomando terreno rápidamente en la esfera de lo comercial. Desde el recientemente inventado desfile de catrinas gigantes y de carros alegóricos, residuos de la filmación de Spectre, parece que hemos dado en el clavo del efectismo festivo que permite salir a las calles a festejar “una tradición” y que deja en lo privado el altar doméstico, la añoranza de que los que se fueron, vuelvan sobre sus espectrales pasos a comer lo que los vivos prepararon para ellos.

Parece que, en la deriva de los tiempos, olvidamos los aportes culturales que se produjeron en los siglos XVI y XVII: cuando las festividades asociadas con la muerte y resurrección de Cristo nunca apuntaron a la construcción de altas y fastuosas estructuras que se cubrieran de velas y se emplearan para significar la presencia de los fallecidos. Los altares de muertos de la actualidad, más que una relación con el mundo prehispánico, la encuentran con las piras funerarias o túmulos construidos mientras estos territorios formaron parte de la Monarquía Hispánica.

“Nuestra pobreza puede medirse por el número y suntuosidad de las fiestas populares” (https://bit.ly/2qOaDwS) Decíamos antes que, siglos atrás, las ciudades no reparaban en gastos durante sus festejos (mortuorios o de otra naturaleza). Esos gastos, temidos por las autoridades, prohibidos en reales pragmáticas y aborrecidos por el que tenía que asumirlos en total o en parte, eran la oportunidad de reclamar más adelante, en un sistema de precedencias y clientelismos, la posibilidad de obtener algo a cambio. Lo mismo sucede en la actualidad, por contradictorio que parezca. Ni la modernidad, ni el republicanismo, ni la “democracia” han logrado extinguir el dispendio: ahora, no es una oligarquía (¿o sí?) la que auspicia los festines que se han de dar al público, sino las propias autoridades, otra vez, con la intención de ganar voluntades que, en nuestros días, se llaman votos.

Como cada año, nos encanta evocar al Mictlán. No entendemos por qué, pero nos encanta evocarlo. Octavio Paz hablaba de una dualidad continuista que en nada se parece a nuestra concepción católica de la muerte. En el mundo prehispánico, muerte y vida eran dos etapas sucesivas de un continuum infinito, con lo que la angustia por la condenación eterna y la visión de separación de una y otra vida nos vinieron con el catolicismo. Lo que resulta maravilloso todavía es esa capacidad, incluso en los grandes centros urbanos, de conectarnos con lo arquetípico: eso es lo que hace a muchos evocar presencias espectrales que comen mole y toman tequila, lo que hace acomodar escalones decorados con papel picado para disponer los platillos –la ofrenda– que los muertos van a comer, lo que hace levantar una estructura ascensional –un axis mundi– en un sitio prominente de la casa (como hasta el siglo XIX cuando alguien moría o en la celebración de los Fieles Difuntos) y lo que hace levantar en los hornos la harina del pequeño túmulo funerario azucarado que, desafortunadamente, hoy se comienza a vender en los supermercados desde octubre. Sin embargo, ese cráneo espolvoreado de azúcar que se come los primeros días de noviembre, no ha perdido su rigor como memento mori.