muralistas

Manuel Felguérez. In memoriam

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Perteneció a una generación de artistas que se hermanó en torno a lo que consideraba moderno. Dando la espalda a la enunciación artística que privilegiaba la figuración y la búsqueda de identidad, Felguérez optó por otro camino. La geometría, la textura y el color pronto se le revelaron como los vocablos fundamentales para articular una poética visual que sentó precedentes. Como explicó alguna vez Jorge Alberto Manrique con una claridad meridiana, la Ruptura nunca constituyó, de suyo, un movimiento, pero historiográficamente se han construido preocupaciones similares que han agrupado a diversos artistas en el cultivo de un arte que, como pedía José Luis Cuevas, viera más allá de una cortina de nopal.

Con Felguérez se abre una senda compuesta de muchas búsquedas individuales. Una senda que trató de perseguir la luz que independizaba la pintura de las figuraciones que adoctrinaban, que se podían vincular con programas políticos y con teleologías mal compuestas, como lo fue, en sus inicios, el muralismo. En ese desbrozar, Felguérez alzó la voz echando mano de armas como la pintura y la escultura, para continuar explorando con nuevas tecnologías. Resultado de esto es La máquina estética.

Desde lo profundo de su región y heredero de convulsos hitos históricos en México, Felguérez abrazó lenguajes que no correspondían con sus primeros imaginarios. Cuando contaba pocos años, viajó con su familia a la Ciudad de México y se compenetró con el movimiento Scout, en donde trabó una estrecha amistad con Jorge Ibargüengoitia.

Con él realizó un viaje a Europa: su relación no era desde lo artístico, era desde el interés del descubrimiento de nuevas experiencias. Ambos vieron una Europa recién salida de la Segunda Guerra Mundial, viajaron en trenes de carga, visitaron lugares en donde había quien los alojara y, estando provisionalmente en el Discovery, un barco aportado en el Támesis, los jóvenes vieron nacer una vocación pictórica cuando Felguérez hizo un dibujo y proclamó que ya era artista. Lo que comenzó como una locura y una provocación, se convirtió en el inicio de una fructífera carrera que no careció de estudios y sacrificios. Después de tres meses en la Academia de San Carlos, la formación le pareció insuficiente. “En tres meses, dibujé un carrito”, manifestó en entrevista el año pasado, y decidió irse a estudiar a Europa.

Una vez allá, un escultor ruso que se dedicaba al cubismo lo tomó por alumno en 1949. Problemas familiares impidieron que se quedara por largo tiempo, pero el germen ya estaba sembrado y realizó una exposición de terracotas a su vuelta a México. Comenzó a buscarse como escultor, pues sabía taxidermia por una inquietud juvenil: los animales lo conectaron con la anatomía, con la geometría de los cuerpos, con la idea del volumen.

En 1956, una galería mexicana lo aceptó, junto con Lilia Carrillo, como artista legitimado y se asumió como tal. La suma de sus talentos lo llevó a publicar, incluso, ciencia ficción. Como es habitual, hubo temporadas en las que tuvo que hacerse de trabajos fuera del mundo del arte para poder vivir.

in memmoriam
Fotografía: La Silla Rota.

Protagonista fundador del Salón Independiente, Felguérez se irguió como una figura prominente de la abstracción a finales de los 60. Después de hacer artesanías para sobrevivir, su búsqueda plástica despuntó hacia el descubrimiento de sí mismo, es decir, de esa vocación que surgió casi veinte años atrás, pero desde un horizonte mucho más reflexivo y crítico. Se definió como un hombre con una suerte extraordinaria. El mural de 3 x 9 m que pintó para las Naciones Unidas en Nueva York lo enorgullecía muchísimo. Su vida, su carrera y su obra, son un ejemplo de cómo el arte, la apertura a las vivencias y la educación artística formal e informal conducen a cambios significativos.

Felguérez fue un enunciado de los muchos que se pronunciaron por un arte al margen de la “escuela mexicana de pintura”. Péndulos, palancas, trozos de hierro, vidrio o cobre, lo mismo que madera laqueada y trabajada delicadamente, se articularon en su obra con el color y con la luz. El pasado 8 de junio, Manuel Felguérez dejó este mundo y se inscribió en el libro de los nombres de quienes han dejado un gran legado para la historia del arte mexicano y mundial.


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