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La inmutabilidad británica en las novelas de J.G. Farrell

Lectura: 3 minutos

El escritor británico James Gordon Farrell decía que lo más interesante que le había pasado en la vida era el declive del Imperio británico. Sus novelas reflejan este interés. Disturbios, ganadora del Man Booker Perdido, habla de la Guerra de Independencia Irlandesa. La trama transcurre en un imponente hotel derruido, metáfora del imperio en decadencia. Mientras afuera el pueblo irlandés se rebela contra la Corona británica, en el hotel Majestic las raíces invaden los cimientos, las tuberías estallan, los techos se derrumban y las habitaciones están cada vez más sucias. Ya nadie cambia las sábanas antes impecables; la comida se ha vuelto apenas comestible y las excentricidades del dueño aumentan cada día. Afuera, los disturbios se incrementan por segundos. Adentro, los huéspedes se empeñan en vivir como si nada hubiera cambiado. Se arreglan para cenar, platican de banalidades y juegan a las cartas, haciendo caso omiso de los gatos que han invadido el bar. En medio de las turbulencias, son un ejemplo de civilización. Los bárbaros son los otros, esos irlandeses belicosos que deberían estar agradecidos con quienes intentan educarlos. La ironía de Farrell es tan sutil que en ocasiones el lector duda si en verdad piensa lo anterior.

James Gordon Farrell
James Gordon Farrell (Fotografía: National Portrait Gallery).

Al igual que en Disturbios, en El sitio de Krishnapur las críticas de Farrell son elegantes, incluso cariñosas, lo que no significa falta de agudeza. Sus personajes están llenos de prejuicios acumulados durante generaciones. Se sienten superiores y no dudan en emitir comentarios condescendientes sobre cualquiera que sea distinto. En menor o mayor grado, cada uno de ellos lleva el racismo grabado en los genes. Puesto de esta manera, cualquiera pensaría que son odiosos. El don de Farrell radica en cómo los va dibujando. Intransigentes, excéntricos o sensibles, son seres humanos complejos. En su obra no encontraremos a los “buenos” y a los “malos” ni leeremos historias de odio a individuos o de enaltecimiento a los pueblos subyugados. El peso de sus críticas al colonialismo se debe a esta capacidad de diferenciar entre personas y país. Puede estar en contra de las invasiones y, al mismo tiempo, ver a las personas en su totalidad, con las limitaciones impuestas por la rigidez de una educación de la que no resulta fácil liberarse.

El sitio de Krishnapur nos muestra a un grupo de gente llevada al límite durante un encierro forzoso. Vemos a las mujeres enflacar y perder los dientes, sus vestidos convertidos en harapos; a los hombres sin fuerza para empuñar un arma. Lo único que conservan es esa educación obsesiva a la que se aferran para sobrevivir, como otros se aferrarían a un dios. La forma en que Farrell se mantiene fiel a cada uno de ellos, en que los sigue y los pone a actuar en situaciones trágicas o realmente divertidas, sería suficiente para hacer de sus novelas obras maestras. Pero el autor británico no se conforma con esto. Cuando creemos que todo está resuelto, hay una fina vuelta de tuerca. Es en las últimas líneas en donde el planteamiento cobra mayor fuerza. Si tuviéramos duda de la postura de Farrell frente a las conquistas de su pueblo, ahí nos quedaría clara.

Salman Rushdie opina que, de no haber muerto tan joven, sin duda Farrell hubiera sido uno de los más grandes escritores en lengua inglesa. Yo creo que lo fue. Sus historias siguen siendo un punto de referencia que nos permite acercarnos al pueblo británico desde el carácter de su gente y, al mismo tiempo, disfrutar de una lectura divertida, ingeniosa y crítica.


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Los apóstatas, retrato conmovedor de una familia

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En esta ocasión ocuparé este espacio para comentar el libro más reciente de don Gonzalo Celorio, director de la Academia Mexicana de la Lengua. Se trata de una obra dedicada a reseñar la vida de dos de sus hermanos. Forma parte de la saga familiar: El metal y la escoria, Tres lindas cubanas y ahora Los apóstatas.

Es un placer leer a don Gonzalo, su prosa fluida, interesante e ingeniosa, lo conduce a uno por un torrente de emociones y, en mi caso, de recuerdos.

Lo que más me agradó del libro fue la narración de cómo se vivía en la Ciudad de México cuando Gonzalo Celorio era niño, pues yo también pertenecí a esa generación. En ambas familias había una gran apreciación por la cultura, muy en particular el arte colonial. Miguel Celorio, hermano mayor del autor de Los Apóstatas, entre otras muchas obras, estuvo a cargo de la construcción del Museo del Hombre de Tepexpan y del Museo Nacional del Virreinato. En el primero alberga la osamenta de una mujer, pues como ha quedado comprobado, no fue un hombre sino una mujer la que se encontró en ese lugar.

Tepexpan
Osamenta de la mujer de Tepexpan.

Don Gonzalo de niño durmió muchas noches con esa osamenta, lo cual no deja de ser extraordinario. Ya de joven, y como “el maestro Celorio”, ayudó a colocar objetos dentro de las vitrinas del Museo dedicado al arte colonial en Tepotzotlán y estuvo a cargo del registro de las fotografías de la restauración del altar de la capilla. Mi padre llevaba a sus hijos a los “Paseos Coloniales” dominicales. Recuerdo con emoción la visita a ambos museos y a otros sitios donde también trabajó el hermano del autor, como el convento de Huejotzingo en Puebla. La narrativa impecable de la pluma de Gonzalo me ha hecho revivir los recuerdos de la riqueza artística mexicana.

Museo Nacional del Virreinato, Tepotzotlan
Capilla de Novicios, Museo Nacional del Virreinato, Tepotzotlán (Fotografía: Pinterest).

Los apóstatas es un libro difícil, ya que como señala el título, trata sobre personas que han renunciado voluntariamente a la religión. Relata el dolor que sufrió su familia por adultos que abusan sexualmente de niños y las marcas que dejan de por vida. Don Gonzalo tuvo que armarse de valor para narrar lo tremenda que resultan esas experiencias. Sin embargo, gracias a su pluma inteligente, se logra seguir y revivir recuerdos similares con interés y consuelo, pues alivia reflexionar ante las vivencias dolorosas y admirar a quienes tienen el valor de narrarlas de manera magistral.

Las injusticias y los abusos a menores están a la vista de todos, si no hay leyes que las eviten y personas que tengan la fortaleza de denunciarlas, seguiremos viviendo en un mundo colmado de dolor evitable.

Gonzalo Celorio
Gonzalo Celorio (Fotografía: Global UNAM).

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