Una vez más el presidente López Obrador se les adelantó a la gobernadora, a la jefa de gobierno y a los gobernadores. Les pidió crear un acuerdo nacional por la democracia ante las próximas elecciones intermedias. Claro, incluidos todos los alcaldes del país.
El acusado de intimidar en las mañaneras, de utilizar los programas sociales para su beneficio electoral, de ofrecer datos falsos para promocionar su administración, de desviar la atención con “tonterías” en lugar de atender los grandes problemas nacionales y el señalado de vacunar a la población a través de los “servidores de la nación” para que le deban la salud al propio titular del Ejecutivo, les pide ahora a los mandatarios que se porten bien, que no hagan cochinadas en el proceso electoral que viene.
“Los exhorto a que no intervengamos para apoyar a ningún candidato de ningún partido; a no permitir que se utilice el presupuesto público con fines electorales; a denunciar la entrega de dinero del crimen organizado o de la delincuencia de ‘cuello blanco’ para financiar campañas; a impedir la compra de lealtades o conciencias; a no traficar con la pobreza de la gente; a no solapar a tramposos electorales, a evitar el acarreo y relleno de urnas”, dijo.
Los gobernadores de oposición, para decirlo elegantemente, le tienen miedo al presidente, o van 20 pasos atrás de él.
Le tienen miedo porque su expediente es lo suficientemente vulnerable que prefieren convertirse en tapete del tabasqueño, y patear el bote político, para concluir su administración sin broncas. O quizá, para no ir a parar a la cárcel pronto.
Le tienen miedo porque les cierra la llave del dinero, o porque ya se saben lo suficientemente derrotados en los próximos comicios.
Van 20 pasos atrás de él, porque no pueden competir contra sus muy gastados zapatos, que han caminado ranchos, ejidos, pueblos, municipios y estados, varias veces. Porque les falta barrio y empatía.
Van 20 pasos atrás de él, porque son producto de la mercadotecnia política que vendió pastelitos sabrosos, cuando son chatarra alimenticia.
Justo cuando se necesita fuerza y unión, equilibrios de poder, y argumentos sólidos ante los graves problemas que enfrentamos, los mexicanos vemos a los muy temerosos gobernadores que pierden la batalla sin iniciar la guerra.
Claro, salvo honrosas excepciones, algunos han levantado la voz. Pero se quedan callados en unos cuantos días. Tienen una semana de fama de contestatarios, pero pronto les hacen manita de puerco desde Palacio Nacional.
Y claro, después hacen el ridículo tuiteando alabanzas al presidente de la República cuando los visita en su entidad. Con sonrisa fingida lo acompañan a municipios, que ni ellos visitan en sus helicópteros Bell.
No nos hagamos, ahí en la camioneta negocian, a solas con López Obrador sacan su pliego petitorio, transan, ofrecen y agachan la cabeza.
Una cosa es la Alianza Federalista, que en montón distribuye un boletín de prensa, y otra cosa es cada manso mandatario frente al que obtuvo 30 millones de votos.
Y que nadie se llame sorprendido, así es la política. Reclaman, patalean, se muestran muy machos, pero comen de la mano del que distribuye de comer.
Estamos lectores, ante algo similar al Priato, donde todos le dicen “sí señor Presidente” y nadie se atreve a contradecirlo. Y ¿es culpa del presidente que no tenga verdaderos opositores? Algunos malquerientes dirán que sí, que esto es una dictadura. Pero nada más alejado de la realidad. Dictaduras, las monarquías europeas que encarcelan a los raperos criticones.
La culpa aquí es de la oposición timorata. Senadores que bajan la cabeza, diputados que votan a veces con el gobierno, porque ganan bonos políticos para la próxima elección. Alcaldes que esperan buenas noticias de la capital mexicana, y viajan a la gran Ciudad para pescar lo que se pueda. Gobernadores envalentonados frente a los micrófonos de la radio, cámaras de la TV, y tuiteando, pero corderitos bien portados frente al Jefe.
Que nadie se engañe. La culpa de que la Cámara de Diputados tenga otra vez mayoría –de Morena y sus aliados– será de la oposición que se muestra muy “machita” ante los despistados electores, pero muy gobiernista al estirar la mano.
La culpa, pues, no es de AMLO, ni de la 4T, sino de los intereses particulares de cada político que sólo quiere jalar agua para su molino. La culpa es de los dueños de los partidos que metieron con calzador a sus amigos y socios a las listas para competir por una diputación y dejaron fuera a los que sí podían ganar. La alianza no fue completa, como completa puede ser su derrota.
La oposición, entonces, no existe. Es una pantomima bien domesticada y un grupo de políticos temerosos acostumbrados a decirle al presidente, que están a sus órdenes. ¿O no?
Claro, hay honrosas excepciones, pero distan de ser mayoría.
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