La vida es una aventura que sólo nosotros podemos adjetivar. Buena, mala, regular. O, excelente, suprema y excepcional. En la vida en realidad el adjetivo lo decidimos nosotros, y además considero que es nuestra responsabilidad hacerlo. Podemos pasar la vida en blanco, (por cierto un adjetivo) sin emociones, sin aventuras, sin recuerdos que contar. O bien, podemos adjetivarla y cargarla de amor, adrenalina, aventuras y color.
El sustantivo (en este caso la vida) nos es dado por el azar, el adjetivo por el contrario, depende de nosotros, de nadie más.
Ciertamente que la vida te provee de tragos amargos, (adjetivo) de sinsabores, (también adjetivo) sin embargo, como todo en la vida, hay adjetivos negativos y positivos, nuestra responsabilidad, única y exclusiva es asirnos de los adjetivos con los que queremos colorear nuestras vidas. Respecto de aquellas características con las que nacemos, es decir, aquellas que nos son dadas, nada podemos hacer, por ejemplo, ser feo (como el que esto escribe) o ser calvo (también como el que esto escribe), salvo contrarrestarlos con sus equivalentes positivos. Soy feo pero agradable (adjetivo) o soy calvo pero, tengo una pelona bonita (adjetivo).
Analicémoslo, la vida está llena de sustantivos, como precisamente la palabra “vida”, que así sola, así a secas, no dice nada o dice muy poco, el color, el sabor, el adjetivo (insisto) es algo que sólo nosotros podemos decidir.
Es por eso que no podemos darnos el lujo de vivir en el mundo de los sustantivos, que son incoloros, insípidos, ñoños e inexpresivos. La vida entonces, debemos cargarla de adjetivos (de preferencia positivos) ya que como es evidente, sólo éstos tienen el color, la fuerza o la vitalidad necesaria para hacer de nuestras vidas; vidas buenas.
El adjetivo representa todo, lo bueno y lo malo, el amor y el desamor, la valentía o la cobardía, la felicidad o la tristeza. De ahí la necesidad de elegir bien en cuál mundo de los adjetivos queremos vivir.
Por todo lo dicho y en mi caso particular, estoy convencido que debemos vivir en el mundo del adjetivo y no en el del sustantivo.
La frase “mi amigo” o “mi amiga” no dice nada, es inexpresiva, insulsa, anodina, hasta que la adjetivamos. Por ejemplo, mi amigo entrañable, mi amiga admirable, sólo así, esas frases adquieren color, textura y significado.
Hagamos de nuestro mundo uno de adjetivos positivos, pro-activos, admirables, no dejemos que el sustantivo nos gane. Esto lo aprendí de la frase de una amiga, mi editora, mi estimada Mariana Ruiz que un día me dijo: “A la vida nosotros le ponemos el adjetivo”.
Vivamos pues, atrevámonos a colorear nuestras vidas, a adjetivarlas y, por ende, a hacerlas interesantes, atrevidas e inolvidables.
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