Reflexiones

Mis reflexiones del año 2020 (Primera parte)

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#Reflexiones2020

El 2020 será recordado como el año en que el mundo se paró.

Hoy quiero compartirles unas reflexiones que dividiré en dos partes:

⋅ La primera tiene que ver con lo vivido, con los acontecimientos fuera del ser humano, de lo externo, de lo que pasa allá afuera. Lejos de nuestro pensamiento, de nuestra emoción y de nuestro espíritu.
⋅ La segunda es, precisamente, lo intrínseco, de lo íntimo, del ser. Por lo menos lo que yo reflexiono de eso. Lo que está cerca, lo que es de uno.

No hubo un rincón del planeta que no se viera afectado por el covid-19. Ese bicho microscópico que se mete en el cuerpo de los humanos y lo altera de formas tan diversas. Ese bicho que parece diseñado para matar a la gente mayor, con diabetes y con obesidad mórbida. Casualmente, tres de los sectores más costosos para los sistemas de salud del mundo.

Hay quienes, invocando teorías de la conspiración, señalan que el bicho se inventó para generar una “poda” humana, en donde sobrevivan los más dotados, porque ya no alcanza para que todos vivamos en este mundo. Será cierto o no, es difícil de responder. Todo puede ser.

Al final, el bicho –como le digo yo al temido virus– nos tomó a todos por sorpresa, nos doblegó y nos hizo pensar y repensar las cosas que son importantes en nuestra vida, empezando por la vida misma. Mientras que en China esta “enfermedad” se propagó hacia finales del 2019, al resto del mundo fue entrando como una ola que se movía hacia el occidente a Europa y hacia el oriente a América.

A México llega en marzo, y los primeros casos resonaron. Hubo ricos contagiados en Vail, murió el presidente de la Bolsa Mexicana de Valores y hubo un comentario tonto e irresponsable de un gobernador que dijo que ésta era una enfermedad de ricos. Parecía que no duraría mucho. Escuchamos que en España e Italia las restricciones se incrementaban porque la enfermedad y sus consecuencias se les habían salido de las manos, mientras que acá, en nuestro país, no nos preocupaba; o por lo menos a nuestras autoridades no les preocupaba.

México era impenetrable, o así nos lo hacían sentir. Se escuchó al presidente decir, en pocas palabras, que sólo a los malos les daba covid. “No mentir, no robar y no traicionar ayuda mucho para que no dé covid” se atrevió a decir por aquellos días de junio. Por las mismas fechas, López-Gatell, el zar anticovid, dijo que 60 mil fallecimientos por covid sería un escenario catastrófico; y luego ya no supo ni qué decir cuando día a día, mes con mes, el número subía de forma alarmante, a tal grado que ya nadie lo tomaba –ni lo toma– en serio.

El porcentaje de muertos contra el número de contagiados se volvió alarmante y, por muchos meses, nos convertimos en uno de los países con mayor índice de mortandad en el mundo (arriba del 10%). Cuando escucho que ahora hay “un repunte” me pregunto, ¿y cuándo bajó?

La sociedad vio a un país descompuesto entre la ineptitud, la irresponsabilidad, el encono y la polarización, que hasta este día persiste. Veíamos cómo países, con población cercana a la nuestra, tenían niveles de contagios mucho menores, como era y es el caso de Japón. Y una vez más quedó de manifiesto que, la razón fundamental por la que aquí no controlamos la expansión del bicho, fue porque no hubo consciencia social; y desafortunadamente no hubo esa consciencia social porque no somos un país educado.

Entre más reflexiono en mi vida sobre los problemas de México, siempre concluyo que el mayor de todos es la pobreza educativa. La gente pareciera no tener sed de aprender y, por si fuera poco, nuestros sistemas de educación no fomentan que la ciudadanía aprenda. Muchos me dicen que primero hay que alimentar para poder luego educar. Yo creo que en la medida en que pudiéramos educar a más personas, en la misma medida bajaría el hambre, la marginación y la pobreza. El 2020 nos exhibió como un país ignorante y, por lo mismo, vulnerable a una problemática como la pandemia.

Hoy todavía estamos en la incertidumbre de qué va a pasar. No se ve aún la luz al final del túnel; y los semáforos rojos y naranjas juegan con el colectivo para convivir un poquito y para cuidarnos un poquito. No hubo una política adecuada en materia de salud. La economía, que de por sí venía desacelerándose antes de la pandemia, se contrajo todavía más. Miles de empresas cerraron, varios cientos de miles de empleos se perdieron y mucha gente enfermó y murió. A tal grado que hoy, el covid, es la causa de muerte más importante.

Lo peor es que, mientras la economía sucumbía, la inseguridad y la violencia no dejaron de crecer. En un país que no crece y, además se empobrece, se pueden tener escenarios de inseguridad alarmantes.

Unos, los malosos, aprovechan el desempleo y la pobreza para reclutar entre sus filas a nuevos colaboradores quienes, ignorantes, se van con el espejismo del dinero fácil, convirtiéndose así en delincuentes.
Otros, los desesperados, delinquen porque no ven opciones. Esas opciones las tendrían, o generarían ellos mismos, si hubieran sido educados en algún momento –¿ven cómo siempre sale el tema de la educación en cualquier rubro?–. El hambre no es buen consejero y puede convertir a un buen hombre en un ladrón.

México no termina bien el 2020. Lo empezó mal y lo terminó peor. Yo, positivo por naturaleza, creo que no por eso los mexicanos estamos peor que antes. Creo que esta pandemia, esta crisis del 2020, nos da cosas muy importantes y buenas para el futuro. Herramientas útiles para la vida y para ser mejores. El verdadero valor de las personas está en lo interno y no en lo externo, y de eso hablaré en la segunda parte.


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Una ola de suposiciones

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Supongamos que hace un poco más de un año, en un mercado de algún país del mundo, mientras una epidemia de influenza estacional asola la ciudad donde está emplazado, los habituales comensales de éste devoran sopas y guisos de murciélagos, cocodrilos pequeños, gatos, puercoespines, perros, ratas de bambú, crías de lobo, patos, carne de camello, marmotas, conejo y pollo. Los pueblos que conocen lo que son las hambrunas, saben, desde siempre, que todo lo que se mueve se come, y la nación en cuestión, bien sabe de ello.

Supongamos que la fórmula influenza estacional, sumada al virus de la gripe animal presente en alguno de los platillos que se consumen traspasan fronteras fisiológicas y, potenciándose, dan origen a una nueva cepa de coronavirus el que comienza a contagiar a velocidad exponencial a los habitantes de la ciudad, de la región y del país.

Supongamos que las autoridades políticas de esa nación deciden ocultar lo que está ocurriendo, forzando a autoridades locales y sanitarias a callar. Supongamos que una cadena de muertes “accidentales” ocurre en esos mismos días, afectando al equipo médico que ha dado la alarma de la nueva enfermedad. Supongamos que el jefe de ellos –el que primero que dio cuenta de un virus que se parecía al SARS, otro coronavirus mortal–, aquel que la policía le dijo que “dejara de hacer comentarios falsos” y fue investigado por “propagar rumores”, muere de la nueva enfermedad a pesar de su juventud.

supongamos el origen del covid
Imagen: Nature.

Supongamos, ahora, que la organización de salud internacional, que agrupa a 193 países, decide acoger las peticiones del Estado donde ha nacido el, ahora llamado, Covid-19, y evita declarar inconveniente viajar y salir de éste, permitiendo que la infección se propague en aviones y barcos por todo el orbe.

Supongamos que diversas naciones presionan a dicho organismo para que no declare la “pandemia”. Supongamos que lo hacen por criterios meramente políticos y económicos, desconociendo las recomendaciones de las sociedades médicas más prestigiosas.

Supongamos que la población mundial se niega a cambiar su estilo de vida, que millones creen que sólo se trata de una estrategia para controlar las grandes explosiones sociales de los últimos meses y años. Supongamos que hay protestas contra las medidas sanitarias y de autocuidado.

Supongamos que la mayoría de los países europeos se demoran en tomar medidas básicas de salud pública. Supongamos que se cree que la nueva enfermedad será controlada en unas pocas semanas o, a lo más, en meses.

supongamos el regreso a la normalidad
Imagen: The Guardian.

Supongamos que se gastan miles de millones de litros de tinta y neuronas tratando de decidir si vale la pena o no implementar el uso de mascarillas. Supongamos que hay naciones latinoamericanas que declaran cuarentenas totales de más de nueve meses y supongamos que hay otras que nunca lo hacen.

Supongamos que hay Jefes de Estado que “compiten” a través de masivas ruedas de prensa con otros primeros mandatarios para ver cuál de sus naciones tiene mayor o menor cantidad de fallecidos.

Supongamos que el presidente de la primera potencia del mundo decide abandonar la principal organización de salud internacional en plena pandemia y que, además, ridiculiza todo el gigantesco trabajo que hace el personal sanitario de su país y del planeta, exponiendo su salud a diario, por salvar a los millones que enferman, declarando que la pandemia es una exageración construida por la prensa. Supongamos que ese mismo sujeto cree y fomenta la creencia en “teorías conspirativas”.

Supongamos que se desata una monumental crisis económica, supongamos que millones de puestos de trabajo se pierden, supongamos que la industria aeronáutica y del turismo se paraliza. Supongamos que los Estados, para paliar la crisis, generan la mayor deuda pública de la historia; en el caso de Latinoamérica dejando a sus principales economías con deudas en torno al 62% del PIB.

crisis economica
Imagen: The New Yorker.

Supongamos que el verano del hemisferio norte del 2020 transmite una falsa sensación de confianza y, por ello, la segunda ola es mucho peor que la primera, en términos de tasa de contagios y letalidad. Supongamos que, además, durante el curso de la pandemia las muertes asociadas al Covid-19 es muchísima más alta que lo que las cifras oficiales admiten.  

Supongamos que creemos que por el hecho de contar con vacunas a fines de 2020 el problema está resuelto. Supongamos que el invierno de 2021 del norte del planeta y el verano del hemisferio sur resultan ser uno de los períodos más complejos, desde el punto de vista sanitario, de los últimos 100 años.

Supongamos que las fronteras se abren antes de tiempo potenciando rebrotes del virus por doquier. Supongamos que la producción y distribución de las vacunas toma mucho más tiempo del imaginado, supongamos, entonces, que muchos países viven una tercera ola de la enfermedad.

Supongamos que, debido a todo lo descrito, la tecnología se transforma, en forma vertiginosa, y nuestro modo de vida cambia como no lo habíamos soñado. Supongamos que surgen múltiples focos de conflicto de origen político, social y económico y, con ello, que los ejes del poder se alteran en forma dramática. Supongamos que nuevos códigos culturales dan inicio a una profunda transformación societaria. Supongamos que el siglo XXI ha llegado definitivamente y que nos espera una nueva era desde todo punto de vista.

Supongamos que aprendemos algo de todo esto.


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¿Río de felicidad?

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¿Existe algún secreto para ser feliz? ¿Cuándo fue la última vez que sonreímos?

Probablemente cuando hayamos tenido una gran alegría, como el nacimiento de un hijo, la boda de alguien cercano, un éxito profesional o cualquier otro evento por el estilo.

Pero qué pasa con los otros momentos en los que pensamos que son normales y rutinarios, ¿somos felices? Pocas veces lo somos.

¿Nos hemos puesto a pensar cómo llegamos a donde estamos ahora?

En el transcurso de nuestras vidas pasamos de ser bebés a empezar a aprender todas las maravillas que existen. Nos quedamos incrédulos y sorprendidos al escuchar sonidos, al descubrir de lo que somos capaces; al dar nuestros primeros pasos, decir nuestras primeras palabras, aprender a leer –lo que nos abrió un mundo nuevo lleno de imaginación–, tener nuestro primer amigo –esa persona que fue la primera con la que compartimos nuestro ser por completo–.

Ahora, muchos años después, pareciera que hemos olvidado todo eso y que ya nada nos sorprende. Y de la felicidad ni hablar, es como si cada vez fuera más difícil y necesitáramos más cosas para ser felices. Ignoramos y damos por sentado todo aquello que en su momento nos bastaba para sonreír.

felicidad
Imagen: Hao Hao.

¿Cuándo fue la última vez que sonreímos? Pero sonreír en serio, de esas sonrisas verdaderas que se ven reflejadas en los ojos.

¿Existe la felicidad natural y la felicidad inducida?

Nuestros organismos producen sustancias químicas que son responsables de nuestro estado de ánimo (dopamina, serotonina, oxitocina y endorfinas). Las podemos producir de distintas maneras, como haciendo ejercicio, tomando sol, riendo, comiendo, abrazándonos… recordando.

Ver fotos de años anteriores es regresar por unos instantes a esos momentos, es como si nunca te hubieras ido de esos lugares. Las emociones vuelven y puedes sentir el aire, el agua, el frío, el sol… vienen a tu mente los pensamientos que tenías y eres capaz de escuchar lo que decías.

Para no olvidar quiénes somos y de dónde venimos, deberíamos ver un álbum de fotos todas las mañanas antes de empezar el día.

Si estamos tristes o preocupados, nos serviría para recordar que en otro momento fuimos más felices y despreocupados.

Si es tan fácil ser feliz, ¿entonces por qué no lo logramos?

¿Será que no queremos ser felices o que simplemente se nos olvida serlo?


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El extraño caso del Estado de México

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Por Roberto Abraham Pérez González.[1]

Son un alma de fuerza y amor.
Himno del Edomex.

El Estado de México es una cosa rara, no es un Estado “normal” como Jalisco o Chiapas. Me explico, si uno piensa en Quintana Roo, por ejemplo, es inevitable mencionar a Cancún y la Riviera Maya, Chiapas es el Cañón del Sumidero y San Cristóbal de las Casas, Jalisco es el tequila, el mariachi y tal vez las Chivas.

Pero ¿el Estado de México? Para el resto del país es sólo Cuautitlán y Ecatepec, con una identidad diluida en las torres de Satélite, algo así como las “delegaciones perdidas” de la CDMX o el vecino incómodo. Esto es un poco injusto para un Estado que tiene la diversidad e historia de un pequeño país.

Los mexiquenses no tienen una fuerte identidad que presuman en todo el país, pueden pasar la vida sin conocer otras ciudades de su propio Estado. ¿Cuántos habitantes de Chalco conocerán Atlacomulco? ¿Cuántos vecinos de Lomas Verdes habrán ido a Tejupilco? ¿Sabrán que existe Tejupilco?

No tendrían por qué, la vida diaria de un mexiquense de Naucalpan o Tlalnepantla tiene mucho más en común con el resto del Valle de México que con algún lejano municipio, llámese Tejupilco o Acambay. “El Estado de México es como el Bronx” dicen en el sur de la Ciudad, “lo único que hay es cemento”. Circulan memes del Edomex como el de Lisa Simpson diciendo “No soy un estado, soy un monstruo”.

Toluca, la flamante capital del Estado, no corre con mejor suerte, a diferencia de otras capitales como Guadalajara y Monterrey, Toluca vive eternamente a la sombra de la Ciudad de México, a pesar de ser la quinta zona metropolitana del país y alguna vez haber sido llamada “Toluca la Bella” por su arquitectura colonial. Tal vez sea la cercanía con la capital del país, que está a punto de absorberla, pero lo cierto es que la capital mexiquense no tiene una fuerte identidad a nivel nacional más allá de las tortas de chorizo.

El Edomex aporta el 10% del PIB nacional, sólo por detrás de la Ciudad de México, tiene 42 parques industriales y 17 pueblos mágicos, pero a pesar de ser uno de los Estados más importantes del país, tal vez el más importante, no cuenta con una identidad homogénea, el gran orgullo mexiquense simplemente no existe.

No debería ser así.

El Estado de México es mucho más que una torta de chorizo. Es la Ciudad Sagrada de Teotihuacán que nos contempla desde hace 2000 años, es la laguna de Valle de Bravo y la arquitectura virreinal de Tepotzotlán.

No se puede decir que se conoce a este Estado si no se han caminado las calles empedradas de Malinalco, si no se ha ido al pueblito minero de El Oro o subido a la cima del Xinantécatl, todos lugares dignos de conocerse y, aun así, sólo es parte de la identidad de esta región del país. La grandeza de esta tierra es en realidad su gente.

El Estado de México es el maestro José María Velasco haciendo un paisaje del Valle de México, es un hombre saliendo de una fábrica en Atizapán, un artesano haciendo un árbol de la vida en Metepec o un par de amigas desayunando en Interlomas, es un festival de música en Toluca con Beck y Bomba Estéreo, es Fernando Platas ganando una medalla olímpica, es el Deportivo Toluca celebrando sus 100 años de historia jugando contra el Atlético de Madrid, es la voz de Isidro Fabela denunciando ante el mundo la ocupación de Austria por la Alemania Nazi en 1938. Son los doctores y doctoras luchando todos los días contra un virus desconocido en 2020.

Éste es el extraño caso del Estado de México, un Estado con lugares magníficos, personajes ilustres y una historia grandiosa, pero del que extrañamente pocos parecen estar orgullosos. Tal vez por sus problemas, que parecen igual de grandes: la inseguridad y la contaminación, la nula planeación urbana, la corrupción y las carencias en transporte público.

Puede ser abrumador, al día de hoy el Edomex encabeza las listas de fallecidos por Covid-19 en México, son momentos difíciles particularmente para nuestro país y para ese Estado, pero no podemos perder el optimismo, por cada asalto en el transporte público hay miles de mexiquenses honestos que salen a trabajar cada día, hay nuevos proyectos de desarrollo públicos y privados, nuevas ciclovías, fundaciones mexiquenses que ayudan a los más necesitados, la esperanza de un tren interurbano que puede reordenar el transporte público.

Podemos creer que nuestros hijos podrán tener aquí más oportunidades que las que tuvieron nuestros abuelos. Isidro Fabela una vez dijo: Somos una nación joven que lucha por la conquista de grandes principios, no tenemos sed de sangre, tenemos ansias de libertad.

Si eres mexiquense puedes entonces sentirte orgulloso, si no, no te preocupes, siempre serás bienvenido en esta tierra que no, no es “el Bronx”, y no, tampoco es la periferia de la ciudad.

Es el alma misma de México.


Notas:
[1] Roberto Abraham Pérez González es consultor de Estrategia y Operaciones, Emprendedor, MBA por IPADE Business School (Instituto Panamericano de Alta Dirección de Empresa).
Twitter: @robertoabraham


La fórmula de la felicidad del siglo XXI

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Hace algún tiempo pregunté a mis alumnos acerca de la felicidad, si sabían qué era, cómo se llegaba a ella, y sólo un 20% fue capaz de responder adecuadamente. Nos preguntamos si otras personas de más edad y experiencia sabrían lo que este término significaba y salieron a hacer entrevistas a otros profesores, familiares, amigos, etc. El resultado fue que sólo un porcentaje muy bajo fue capaz de responder bien el cuestionamiento y esto es ¡increíble! porque la pregunta por la felicidad es tan antigua como el ser humano, y aunque quizá muchas personas no se han preguntado qué es, todos los hombres y mujeres sin excepción vamos tras ella, es la causa de muchas de nuestras actividades, por ejemplo, elegimos una carrera porque pensamos que eso nos hará feliz, tenemos novio porque pensamos que él es la felicidad, compramos, compramos y compramos porque pensamos que esa sensación es la felicidad, lo terrible es que no es así y lo hemos comprobado.

Es importante señalar que no es lo mismo felicidad que alegría o placer, la diferencia es que el primero es perdurable, no así el placer o la alegría que duran sólo un tiempo muy corto. Muchas veces la confusión entre estos términos es lo que nos lleva por caminos equivocados, de modo que por esa razón primero tenemos que definirla: “la felicidad es ese sentimiento glorioso cuando todo parece estar bien, cuando todos los giros y vueltas de la vida y los bordes irregulares parecen encajar perfectamente. En esos destellos a menudo demasiado breves de genuina felicidad, cada pensamiento en tu cabeza es agradable, y no te importaría si el tiempo se detuviera y el momento presente se extendiera para siempre” (Gawdat, 2018). ¿Cómo conseguimos esto?, con 5 reglas simples:[1]

pequeno momento llamado felicidad
Imagen: Alvaro Cardozo.

1. Debes comprender que el éxito no te lleva a la felicidad, sino que la felicidad contribuye al éxito. Muchas veces pensamos que debemos tener un puesto muy importante en el trabajo, tener mucho dinero para poder comprar todo lo que queramos, sin embargo, esto no es así. El éxito real tiene que ver con ser feliz, con tener una estabilidad en todos los sentidos. Si conseguimos esto, lo demás es lo de menos. El dinero, el poder, el tener, ha destruido a mucha gente y esto nos muestra que la felicidad no puede ir por este camino.

2. Haz una lista de momentos que te han hecho felices. Te darás cuenta que la mayoría de ellos no tienen que ver con el dinero, sino con tu familia o tus amigos. Te reto a que hagas tu lista en este preciso momento, no tienes nada qué perder y sí mucho qué ganar. Escribe al menos cinco cosas que te han dado esa felicidad que buscas, ¿qué te dice tu lista?

3. Elimina los pensamientos negativos: éstos sólo traen otros pensamientos negativos, mejor cámbialos por pensamientos positivos que traerán más positivos. ¿Te has dado cuenta de esto?, los pensamientos de odio, rencor, frustración, sólo traen dolor y desesperación, éstos te llevan a pensar más cosas negativas y se convierte en un círculo vicioso del cual no podemos salir. Es por ello que necesitamos cortar con estas ideas desde la raíz, si cambias ese pensamiento negativo por uno positivo, todo mejorará porque esas ideas traerán más elementos positivos que poco a poco subirán tu estado de ánimo, te harán sentir mejor y la felicidad llegará a ti. Con esto podemos darnos cuenta que los pensamientos son esenciales para la felicidad, son capaces de motivarnos o llevarnos al estrés o a imaginar cosas irreales, en una palabra, eliminar la posibilidad de ser felices. Deberíamos tratar de ser como niños, si te das cuenta, ellos no se preocupan por el pasado o por el futuro y son felices. Si nosotros intentáramos de concentrarnos sólo en los momentos positivos y no preocuparnos por el futuro, inmediatamente llegaríamos a este estado natural en el que todos fuimos felices. Aprende de ellos.

positividad
Imagen: Jaen.

4. Recuerda siempre que ser feliz implica una elección consciente, el placer, la alegría, no son la felicidad, son parte de ella, pero a veces se convierten en un escape que nos aleja de la felicidad. Nosotros somos los responsables de nuestros actos y de nuestros pensamientos, somos capaces de dominar a nuestro cerebro para que piense lo que nosotros queremos, de esta manera, el cerebro también impactará en nuestro ser biológico, todo es cuestión de tomar la decisión, ¿tú ya la tomaste?

5. La felicidad es estar en armonía con la vida que tenemos, exactamente como es. Algún filósofo señalaba que la vida es como una obra de teatro, y cada uno de nosotros representa un papel en esta obra, lo que debemos hacer es representarla de la mejor manera posible, la vida perfecta es la nuestra, sólo tenemos que reconocerlo, no importa dónde vivas, qué puesto tengas, cuánto ganas, lo que importa es estar en armonía con lo que hacemos, que tengamos claro que cada uno de nuestros actos han sido reflexionados cuidadosamente y elegidos de acuerdo al bien. Pero en caso de que no haya sido así, no importa, estoy segura que a partir de ahora seremos más cuidadosos porque la felicidad nos espera, es nuestra meta en la vida, sería terrible tener una meta innata que no logremos alcanzar porque no la hemos elegido.


[1] Esta lista ha sido tomada del libro Solve for Happiness de Mo Gawdat.


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La utilidad de los fracasos

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El aprendizaje es un largo camino de ensayos, pruebas, hipótesis, expectativas, errores, fallos, frustraciones, creatividad, cansancio y fracasos, muchos fracasos.

Desde pequeños se nos ha enseñado que la meta y el triunfo son aquello que debemos siempre poner en primer lugar al momento de iniciar cualquier camino. Nada más lejos que el goce que supone transitar de un lugar a otro.

Hace unos años, el gran físico chileno Andrés Gomberoff me dio una lección de la importancia de los procesos de aprendizaje. Hacía un tiempo que no lo veía cuando me lo encontré en un café en Santiago; me contó que venía llegando de Japón, donde había pasado unos pocos días; un viaje que toma cerca de 36 horas desde Chile.  El motivo de su periplo al otro lado del planeta fue la invitación de un colega suyo quien lo había desafiado a trabajar en un problema de física teórica que lo tenía complicado. ¿Y cómo les fue?, pregunté. —No llegamos a nada –me dijo–, pasamos cerca de una semana encerrados desarrollando fórmulas y no lógranos resolver el acertijo. ¡Qué frustración más grande!, exclamé. —¡No! –me contestó con firmeza–, la mayor parte de las veces, los físicos no somos capaces de probar nuestras hipótesis, y eso es lo que, justamente, hace que, el hacer ciencia valga la pena. Porque es difícil, porque casi siempre nada resulta, eso es lo que permite que, cada problema inconcluso abra nuevas preguntas y posibilidades para seguir avanzando, para ir más allá, mucho más allá de lo que imaginábamos cuando nos preguntamos por primera vez aquello que intentamos entender.

aprender del fracaso
Imagen: Red Badget.

De alguna manera esa noción de aprendizaje desde el fracaso y la frustración se puede equiparar a otro ámbito, muy distinto, de la condición humana: el amor.

¿No es ese también uno de los campos más lleno de ilusión y dolor por los que transitamos a lo largo de nuestras vidas? ¿Quién no ha perdido en el amor? ¿Quién no se ha sentido derrotado y no se ha prometido que nunca más lo volverá a intentar, que nunca más volverá a confiar, para estar, al poco tiempo, nuevamente deslumbrado por la posibilidad que esta vez sí resulte la apuesta? 

Es importante el fracaso porque gracias a él celebramos los triunfos. Agradecemos la salud porque conocemos la enfermedad y amamos porque sabemos lo que es el desamor.  La derrota nos es necesaria, nos alimenta, da fuerza y coraje, bien lo escribió Teresa de Ávila hace 500 años:

Tengo una grande y determinada determinación,
de no parar hasta llegar,
venga lo que viniere,
suceda lo que sucediere,
trabaje lo que trabajare,
murmure quien murmurare,
siquiera me muera en el camino,
siquiera se hunda el mundo.


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La vida que viene y yo me voy

Lectura: < 1 minuto

Si supieras que vas a morir pronto, ¿qué harías a partir de ese momento en adelante?

Obvio…haríamos todo lo que siempre quisimos hacer.

Probablemente renunciaríamos a nuestro trabajo (si aún tenemos uno), para dedicarnos tiempo a nosotros mismos, a nuestras familias y amigos.

Venderíamos muchas cosas que tenemos y que no usamos.

Usaríamos el dinero que tenemos para viajar y conocer el mundo, ya que antes no teníamos tiempo para hacerlo.

Pasaríamos más tiempo buscando información y leyendo para intentar comprender qué sigue después de la muerte.

Probaríamos aquellas cosas que no habíamos hecho porque nos daban miedo.

Buscaríamos ser felices y apreciar los pequeños detalles y momentos que nos regala la vida.

Y si supieras que vas a morir mañana, ¿qué harías hoy?

Pues no mucho, más que otra cosa el tiempo nos alcanzaría únicamente para despedirnos de nuestros más cercanos.

Entonces, ¿sería más satisfactoria nuestra vida si la viviéramos pensando que pronto moriremos?

¿Viviríamos realmente el tipo de vida que siempre quisimos?

¿Existe algún impedimento para empezar a vivir de esa manera a partir de hoy?


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¿Cómo será el mundo en dos o tres años?

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Aún no tengo idea alguna de lo que será la vida cada día, ¿cómo aprenderemos a vivir con la pandemia? ¿Se perderán los saludos de mano, los abrazos, besos entre amigos, compañeros de trabajo, parientes?, ¿seguirá persistiendo el saludo tipo oriental, sólo una caravana?, o ¿el clásico toque de brazos y pies?, ¿esto nos marcará como humanidad entera?

Una segunda ola de nuevos brotes nos impacta. Según datos y reportes de la Universidad John Hopkins del 26 de octubre, nos indica la preocupante cifra de 43´238,481 de casos confirmados de Covid-19, aparece nuevamente el mapa del mundo en  “rojo” y los países con serios problemas son:

Estados Unidos con 8´661,917 casos y 225,379 defunciones.
India con 7´909,959 casos y 119,014 defunciones.
Brasil con 5´394,128 casos y 157,134 defunciones.
Rusia pese a su vacuna 1´520,800 casos y 26,092 defunciones.
Francia con 1´182,373 casos y 34,789 defunciones.
Argentina con 1´090,589 casos y 28,896 defunciones.
España con 1´045,132 casos y 34,752 defunciones.
Colombia con 1´015,885 casos y 30,000 defunciones.

mundo y covid
Imagen: Global Times.

Nuestro país, México, con 891,160 casos pero destacando en el cuarto lugar en defunciones con 90,000, aunque en el periódico Reforma de esta misma fecha, el director de la SSA reporta 193,170 más defunciones y asocia a las ocasionadas por Covid-19, 139,153, es decir, muy lejos de las cifras oficiales y las mismas que publica la propia Universidad John Hopkins, lo que nos confirma el deficiente desempeño de nuestras autoridades de salud ante la pandemia y cómo las cifras, por más que las quieran disfrazar, ocultar, salen a la luz de cualquier forma.

Retomando el tema toral, ¿cómo será la vida, nuestra vida en los próximos años?, la verdad no creo que nadie tenga la respuesta, ya que la realidad nos supera. El mundo en su totalidad cambió (no sabemos si para bien o para mal, pero cambió) y seguirá cambiando mientras sigan los nuevos brotes de la llamada “segunda ola del Covid-19, continuará el típico “quédate en casa” y tendremos que seguir acostumbrándonos al confinamiento, quienes puedan y se les permita seguir con el home office. Los niños continuarán tomando clases por internet, y nadie sabe hasta el momento si están siendo efectivas y de calidad. Seguiremos haciendo nuestras compras del súper por las plataformas de cada una de las tiendas que lo ofrecen, seguir con nuestras adquisiciones vía la plataforma más importante del momento o de la de nuestra departamental de confianza, las de comida que están muy en uso,  pero evitar al máximo salir y exponerse, ya que mientras no esté la vacuna comprobada y efectiva para esta enfermedad, todos nos tenemos que cuidar, los unos a los otros, recordar aunque suene muy trillado el “tú te cuidas, nos cuidamos todos”.

cambiar al mundo
Imagen: Strategy Business.

Las empresas cambiarán como lo han venido haciendo su forma de trabajo, ya no habrán los viajes o visitas a otros países o sucursales, dado que en la actualidad con las plataformas de video conferencia todos esos viajes salen sobrando, con los ahorros que esto conlleva. Pero aquí entran varias preguntas cruciales como: ¿qué pasará con las líneas aéreas al ya no tener esa afluencia de ejecutivos, que normalmente viajaban en primera clase?, ¿se tendrán que adaptar a sólo viajes de placer?, ¿de vacaciones?, ¿familiares?, ¿cubrirán sus costos con esta poca demanda?, ¿habrá despido masivos de sus empleados?, ¿mayor desempleo? Y con esto, toda la cadena que los mismos generaban, es decir, sus estancias en hoteles, sus comidas normales o de negocios en restaurantes de todas las gamas, la renta de autos o servicios de limusinas con chofer incluido, en otras palabras, un panorama totalmente inimaginable y desconocido, pero que con el paso del tiempo nos obligará a adaptarnos, convivir y seguir en la medida de nuestras posibilidades, con nuestro ritmo de vida, sólo que cambiado casi al 360%.

Y, ¿ustedes qué opinan?, ¿tienen en mente alguna respuesta a la pregunta?

Nos seguimos leyendo si gustan.


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