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El relato de los días

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Llegó a la casa, dio unos pasos y sintió algo raro detrás suyo, se dio la vuelta para mirar y vio dos gotitas negras, dio dos pasos más y se volvió a dar vuelta y volvió a ver dos gotitas negras. Iba dejando un reguero de gotitas negras, se asustó. O estaba herido y no se había dado cuenta, e iba dejando gotitas de sangre negra, pensó. O peor, perdía aceite, como los coches, lo que era peor porque él no era un coche. ¿Qué parte de su mecanismo desconocía de sí mismo que llevara aceite, si era una persona?, a las personas no se les pone aceite. Volvió a caminar y a dejar atrás dos gotitas negras, y dos pasos más y dos gotitas negras más. Entonces se congeló en el lugar, se dio cuenta lo que podía pasar, lo que había pasado tantas veces en las películas. Lo estaba siguiendo cabeza abajo, a la altura de él, desde el techo, un monstruo que podía caminar al revés y despedía ese líquido negro, pero cuando miró no vio a nadie.

relato de los dias
Imagen: Joey Guidone.

No, no era eso. Caminó hasta la cocina ya con las gotitas negras haciendo un reguero atrás de él, y él acostumbrado. Fue hasta la heladera, cuando giró la cabeza para abrir la heladera, algo le hizo ruido en el cuello. Un crac-crac, pero como más mecánico. Se sorprendió de nuevo, tan contracturado estaba que le hacía un crac mecánico el cuello. Sí, estaba contracturado, pero no podía ser tanto. Fue hasta el baño, de nuevo giró mal la cabeza y de nuevo le hizo crac-crac el cuello, de modo metálico. ¿Qué sería? ¿Qué andaba mal? De inmediato se puso frente al espejo del baño, se agarró la oreja y se la empezó a girar toda para atrás. En un momento el pabellón auditivo se puso colorado, pareció que se iba a salir, que se iba a arrancar la oreja de un tirón, y fue en ese momento, desde la oreja, que le vino un crac y un mecanismo se destrabó.

Ahora sí, se dijo, y luego de un crac-crac-crac-crac empezó a girar la oreja que se movía con una rueda, y de la parte del medio de la cabeza se empezó a asomar una hoja. Más crac-crac-crac y la hoja de escribir que le salía de su cabeza escrita y legible empezó a subir, cuando estuvo hasta la mitad de sí misma, fue que miró, la escritura estaba manchada de tinta. Ahí se dio cuenta lo que pasaba, el relato que se estaba escribiendo en esa hoja, el relato que llevaba a la calle, el relato que formaba su realidad, el relato con el que se movía como si fuera la verdad, ese relato tenía problemas de tóner. Se tocó atrás, la espalda, donde generalmente nos agarra tensión, metió los dedos en la piel justo arriba de la cintura, al costado derecho, como si se fuese a arrancar la piel, y cuando tiró salió junto con ese pedazo de piel, una palanquita para atrás, la tiró para atrás hacia abajo, y desde la espalda baja, entre la espalda baja y los espinales, se abrió para afuera un compartimento largo que la cubría toda su espalda; quedó colgado, metió la mano hacia atrás, y sacó el tóner del tamaño de todo el ancho de la espalda.

en la cabeza de un escritor
Imagen: Joey Guidone.

Lo puso frente a sus ojos, lo miro, se había agotado, manchaba tinta. ¿Cuánto había hablado que se le acabó el tóner? Un tóner por día. ¿Tanto hablaba? Claro, hablar no era gratis, costaba un tóner. Dejó ese tóner en el mueblecito del baño, sacó uno nuevo, se lo colocó, trabó, tiró para adentro, y después se pasó la mano por la parte baja de la espalda, tersa, la piel perfecta, el tóner había calzado bien. Volvió a mirar de frente al espejo, volvió a mover la oreja, crac-crac-crac, y sacó la hoja por completo. La arrugó con las dos manos y la tiró a la basura. Eso hacía con su relato siempre al final del día, se lo sacaba de la cabeza, lo hacía un bollo y lo tiraba. Digamos que ese movimiento era como un movimiento de mucha autocrítica.

Después, del mismo mueblecito sacó una hoja totalmente en blanco, la calzó en la cabeza, y desde la oreja que giraba la empezó a calzar, crac-crac-crac-crac, hasta meterla completa y hacerla desparecer.

Ahí estaba, la hoja en blanco, el nuevo día, el relato que iba a construir para salir al otro día a contarle el relato de sí mismo al mundo. “Los días son hojas blancas”, eso  pensó, y luego se fue a dormir.


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La mujer que tenía muchas palabras adentro y otros relatos

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No tiene miedo al arte chiquito

Hay gente que no tiene miedo al arte chiquito, comentaba en el banco de la plaza donde estaba sentada la Chichina, y señaló a diez hinchas que iban a la cancha con trompetitas, silbatos, vuvuzelas. Esas personas son trompetistas, saxofonistas, trombonistas. Es una Orquesta de Cámara, pero lo hace con arte chiquito. Digamos, hacer arte con poquito. Y cuando se hace el arte con poquito “queridaaa” –decía–, es mucho el arte. Y seguía diciéndole a su amiga que la miraba: porque el arte para ser arte no necesita vestirse de gala y grandes estridencias.

“Nooo querida, es lo que nos han hecho creer”. Aquél muchacho que pasa golpeándose rítmicamente el pecho, ¿para qué se va a comprar una batería? La lleva en el alma. Y ese otro muchacho que va allá, el que siempre canta alguna canción y se le olvida la letra y canta algunos pedazos aislados repitiéndolos una y otra vez. No necesita cantar bien para cantar, ni instrumentos, ni siquiera necesita toda la canción, con una sola frase que repite una y otra vez le alcanza para hacer una ópera. Y ni siquiera necesita de su memoria, porque siempre se olvida la frase y la inventa.

También aquella señora que pasa por el negocio, ése que tiene los parlantes con la música, cada vez que pasa por la verada con dos o tres pasos va bailando la música que está sonando. No necesita una discoteca, ni una pista, ni siquiera toda la canción. Y ni hablar de los guitarristas que imitan una guitarra con una escoba y siguen el ritmo de una canción. “Esos son guitarristas querida”, porque tocar con la guitarra lo hacen todos, pero tocar con una escoba que no saca un puto sonido, eso es animarse a tocar la guitarra, o los que tocan la guitarra en el aire, y el violín en el aire, y en el aire hacen la batería, como si le hubiesen sacado los instrumentos hace instantes. Ni hablar de los escritores que escriben en el baño, en los pupitres, o las paredes pequeñas, partes de libros, muy pequeñas frases que, si tuvieran que escribir un libro, así necesitarían todas las paredes de la ciudad, o los baños de todas las casas. Eso querido, también es arte, el pequeño arte que está en todas las cosas. Porque para buscar en lo grande hay que buscar en lo pequeño.

musica y palabras
Imagen: Leonard Peng.

La mujer que tenía muchas palabras adentro

Eso pasaba con esa mujer, tenía muchas palabras adentro, y las quería decir todas, ella no podía dejar de decir las palabras que tenía adentro. Estaba educada desde chica en que las palabras se decían todas, frases completas, bien armadas, bien pensadas, bien trabajadas, en la escuela y la casa. No sabía que de esa manera no se hablaba, que lo que motorizaba a la palabra no era el intelecto sino la emoción, sobre todo la velocidad de la emoción, y que ahí podía salir cualquier cosa, cualquier palabra, menos las que quería decir. Eso estaba muy bien si hablaba sola, pero si hablaba con otras personas, que también hablaban, y casi todas las personas hablaban más que lo que escuchaban; ella estaba lejos de poder decir toda la cantidad de palabras que quería porque era interrumpida, no escuchada, completada, cortada, tapada. Así que sus palabras salían en partes, tapadas, cortadas, divididas, susurradas.

Algunas se perdían saliendo, otras las cortaba por la mitad. Pero más que nada, la mujer no era escuchada. Se encontraba con que los otros, la mayoría, más que incorporar, sacaban. Entonces empezó a buscar quién sí la escuchaba. En su casa tenían dos perros que había criado de chicos, y observaban con atención todo lo que hacía, la seguían con la mirada por toda la casa como si fueran un sistema de vigilancia. Y empezó a hablarles a ellos, y ellos la empezaron a acompañar con movimientos de orejas, leves quejidos, ladridos, movimientos atentos, según cambiaba el tono de voz de ella. Le gustó hablarles a los perros, y se dio cuenta de algo, sus perros hablaban con el tono de su voz, pero no con su voz. Y se dio cuenta de otra cosa, su tono de voz hablaba también.

Cuando se cansó de hablarle a los perros, todavía le quedaban palabras por sacar y se fue a hablar con una oveja que tenía afuera, que de lejos hacia como que no la escuchaba, pero la escuchaba con atención, como si ella fuese un ser que acababa de ser concebido y sus palabras algo que acababan de ser lanzadas al mundo. La escuchaba como si la descubriera. Cuando se cansó de la escucha curiosa de la oveja, aun le quedaban más palabras, entonces se puso a hablar con las plantas; parecía que no escuchaban, pero escuchaban todo y mucho, sólo aparentaban como si no lo hicieran. Después de esa escucha gentil, amable y suave de las plantas, se quedó sin una sola palabra pero se sintió contenta de la experiencia. Y se dijo que que a partir de ahora le iba a hablar a los animales y las plantas, que ellos lejos de interrumpirla, cuando lo hacían era de manera tan suave que se volvía una conversación entre ellos.

mujer de las palabras adentro
Imagen: Anja Susanj.

Corrientes de aire

Todo cambió cuando en ese lugar empezaron a comprender las corrientes de las cosas. Todo empezó con una profesora de escuela le dijo lo que nunca le habían dicho: las personas están en corrientes, las cosas tienen corrientes y en los lugares hay corrientes, por eso existen cosas con corrientes de las cosas. Por ejemplo, cuando alguien está enojado no es porque está enojado, está en una corriente de enojo, que es algo muy diferente, decía la profesora. Hay que pensarlo como un accidente climático, es como si estuviera en un huracán. No nos llega él, sino el huracán en el que está. Uno ante un huracán se manejaría con prudencia. Y cuando alguien está deprimido está en una sequía, no hay que ver a la persona deprimida sino a la corriente de sequía en la que están las cosas. Uno ante una sequía se manejaría con paciencia y espíritu constructivo.

Y así, aprendimos de la profesora a tratar a las personas como accidentes climáticos, corrientes que van por el aire, parte de un sistema de corrientes. Por ejemplo, el vecino, que siempre estaba alegre, se manifestaba como un día de campo, o una temporada de vacaciones en la playa con días templados. Siempre se manejaba como si estuviera en un día templado, hasta en invierno, si hasta andaba descalzo todo el día.

Así, la vecina de más allá que llegaba y te contaba sus desastres llorando y llorando sin parar, era un tsunami. Llegaba como un tsunami porque te revolvía todo, y te arrastraba como éste y luego se iba. Si sabíamos tratarla como un tsunami, o como una marejada alta los días más tranquilos, sabíamos que teníamos que encontrarnos con ella sobre alguna tabla de windsurf. El vecino de más adelante era una pedrisca, hablaba y caían piedras, y lo seguían las piedras. Encontrarse con él era como encontrarse con una tormenta de granizo, mientras él se quejaba y se quejaba, y criticaba y criticaba todo, recibía su pedrada. Hasta él mismo que se sentía mal haciendo eso, y el que lo escuchaba que se iba como cagada a palos.

Y otros vecinos, por ejemplo, o los mismos vecinos, pero en otro momento del accidente climático de su espíritu, era un amanecer con rocío y los pájaros cantando. Después de que uno hablaba con ellos, salía levemente mojado, con pequeñas gotas de rocío con olor a los más exquisitos perfumes, porque eran de los que se ponían en sí mismos esencias de flores para agradar a los otros. Así que hablar con ellos era como hablar con un bosque.


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Del perfume. Las nuevas esencias. Parte III

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El Mediterráneo oriental es escenario del resurgimiento del perfume cuando el imperio bizantino está en su apogeo. La entonces Constantinopla, es sede de una civilización árabe sumamente refinada y que, además de aportar nuevas esencias al repertorio (ámbar gris, almizcle o agua de rosas), agrega una nueva forma de procesar las fragancias: el alambique. Los perfumes y los aromas son tan importantes en esta cultura que en el Corán se hace referencia al almizclado olor del paraíso. Además Mahoma era conocido como un apasionado de los perfumes.

Mientras tanto, las consecuencias de las Cruzadas y de los viajes de Marco Polo y las misiones comerciales de Italia propiciaron el aporte de nuevas técnicas y materias primas que vendrían a enriquecer el panorama de los aromas en Europa. Evidencia de ello queda en pinturas y grabados donde parte del ajuar de cuidado personal de los ricos de la época incluía unas figurillas de arcilla que se denominaban “pajaritos de Chipre” o, en su defecto, pequeños sacos con polvos aromáticos que, al quemarse, desprendían las esencias de su contenido que bien podía ser musgo, roble o almendra. El humo, al liberarse por los pequeños hoyos en la figura de barro, aromatizaban el ambiente dosificando la cantidad de fragancia.

Además del uso de las fragancias para el placer de los sentidos, en los conventos se cultivaba una farmacopea de los aromas para utilizarlos de forma medicinal que eran colocados en vasijas perforadas que se portaban en el cuello o la cintura, y se les introducía la esencia y plantas aromáticas que se consideraran necesarias para el tratamiento del enfermo. Estas vasijas, denominadas “pomander”, fueron realizadas en todo tipo de materiales para todo tipo de bolsillos, es así que algunas eran rústicas y manufacturadas en madera, mientras que otras eran verdaderas piezas de joyería fabricadas en oro y plata con incrustaciones de piedras preciosas.

pomander

En este devenir del perfume por Europa, es Felipe II quien reconoce en Francia la profesión de perfumista lo que permite el surgimiento de las primeras escuelas con el sistema de maestros y aprendices.

Para el siglo IV, se genera una derivación importante en el desarrollo de los perfumes. Esto sucede en la corte húngara cuando la Reina Isabel de Hungría, que sufría de dolores reumáticos y otros varios problemas de salud a sus más de setenta años, recibió un elixir compuesto de aguardiente y flor de romero que la rejuveneció de manera tan notable que esta “Agua de Hungría” se volvió un referente, no sólo por los beneficios que proporcionaba, sino porque por primera vez se utilizó un alcohol como base para la manufactura de perfumes.

Los siglos XV y XVI llegan con un resurgimiento de las artes en una añoranza de la cultura grecoromana. Es el Renacimiento en el que las ciencias y la estrecha observación de la naturaleza toman especial relevancia convirtiendo a Florencia en cuna del movimiento que se extiende por toda Europa. En estos siglos se abren nuevas rutas marítimas, se agregan nuevos ingredientes como el alcanfor, las pimientas, el jengibre, el aloe. Es, adicionalmente, el momento de la invención de la imprenta. El cambio es paradigmático porque ahora las diferentes recetas, preparaciones y mezclas pueden ser impresas y difundirse con mayor facilidad.

El gusto italiano es reconocido y valorado por los grandes perfumistas que marcan tendencia desde Venecia donde, además de elaborar fragancias, se comienza a perfumar la marroquinería para quitar el apestoso olor de las pieles. Asimismo, la peste se hace presente y la importancia de la higiene en la ropa utilizando al perfume como complemento.

perfumes y fragancias en el renacimiento
Imagen: Media Science.

Entre la moda y la salud, el desarrollo de los perfumes con base de mirra, rosa o lirio se vuelven poderosas armas de seducción. Las técnicas como el enflorado o el alambique de vidrio son más y mejor conocidas, así como las cualidades de los componentes. De esta manera, el perfumista se especializa y es cada vez más calificado. De Florencia y Venecia, los Medici van llevándolos a Francia y España. Muchos se instalan en París y se ponen de moda los guantes perfumados en toda la región. Estos guantes eran objeto de deseo y símbolo distintivo de la época.

La perfumería sigue triunfando y es emblemática en la época del Barroco en Versalles y las cortes de Francia y el resto de Europa en los siglos XVII y XVIII. En la época de oro de la corte de Luis XV, se le identificaba como “la corte perfumada”, ya que se encomendaba a los criados bañar de perfume a palomas que se soltaban a volar durante las fiestas para que dispersaran los aromas que humedecían su plumaje.

Dada la inclinación a la ciencia iniciada en el Renacimiento, y ya durante el Barroco, el florecimiento de las profesiones reguladas como los perfumistas, guanteros o botanistas, generan métodos de trabajo que, en el caso particular de la perfumería, permiten el desarrollo de las primeras clasificaciones de olores de acuerdo con sus propiedades. Esto, sumado a la mejora de pureza en los grados de alcohol, permite la creación de fragancias más delicadas que se consiguen a través de mejores técnicas de extracción y destilación. Por supuesto que estas técnicas tenían aplicación en el desarrollo de otros productos como medicamentos, licores y bebidas varias que dieron, a su vez, crecimiento a otras áreas de la producción y de la creatividad humana. Es así que las bebidas, los vinos, cognacs, hasta el café, se clasifican también por sus cualidades aromáticas. Y bueno, éste ha sido hasta el momento un largo recorrido por la historia del perfume. ¿Les parece bien si continuamos en la próxima edición y mientras decantamos un buen vino o nos tomamos un delicioso cafecito? Hasta la próxima.


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Cuatro relatos cortos sensoriales

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Lo que se ve

No se veían, se hablaban pero no se veían, en ese lugar las voces habían empezado a venir desde la nada, desde el aire, desde el silencio. ¿Cómo había pasado? No saben si de golpe o paulatinamente. Hacía años que ellos no se miraban a sí mismos, sino que miraban a los otros. Era algo más raro porque miraban a los otros, pero no los miraban ni los veían, en realidad miraban lo que querían. Y así, de no mirar sino mirar lo que querían, ya no veían, ni a los otros ni a sí mismos. Y en cierto momento se dieron cuenta de que ya tampoco miraban nada, y como no miraban nada, no veían nada. Y así fue como se encontraron con que no se veían, eran voces que iban al aire, y cuando profundizaron un poco más se percataron de que como no escuchaban después de un rato, ni su propia voz ni la de los otros, no se escuchaban más. Eran sensaciones en el aire. Fue el sabio que al pasar por la ciudad les tuvo que decir, pues nadie sabía lo que ocurría ni cómo les había sucedido eso.

Un día juntó todas las voces en la plaza y les dijo que no se veían ni se escuchaban, porque lo único que hacían era mirar a los otros, y mirando a los otros se miraban a sí mismos, miraban lo que querían de los otros.

La verdad era que habían dejado de ver a los otros y a sí mismos; habían dejado de ver todo. Y en poco tiempo el sabio empezó a escucharlos, y como los escuchó se escucharon, y al escucharse, por eso escucharon a los otros, y así, todos se volvieron a ver.

ojos relatos sensoriales
Imagen: Julian Ardila.

Los ojos

Increíble, de los ojos les habían salido unas especies de lentes enormes, tipo largavistas, mezcla con telescopio, microscopio y mira telescópica; mezcla también de anteojos infrarrojos y lentes de sol. Estaba el cuerpo de ellos, los ojos, y adelante todo un aparato que era del tamaño de ellos mismos pero un poco más adelante. Y esos aparatos que le habían salido de los ojos, mezcla con todas esas cosas, tenían patas mecánicas y podían caminar. Los llevaban donde querían. Así que ellos iban a donde querían ir esos aparatos que les habían salido de los ojos. Y también tenían unas manos mecánicas y agarraban lo que querían. Así que las personas que habían quedado atrás de esos ojos gigantes ya no tenían acción ni voluntad, se dirigían en dirección de donde querían ir esos súper ojos que todo lo veían a la distancia y a la cercanía. Las cosas muy grandes y las muy pequeñas, lo muy visible y poco visible.

Empezó como todo lo que se pasa a sí mismo, aumentando poco a poco sin que nadie se dé cuenta, y terminó mal como todo lo que se excede. Las personas ya no tenían a esos súper ojos a su servicio, ahora ellas estaban al servicio de esos súper ojos. Era un mundo que tenía pares de súper ojos gigantes con una persona atrás que andaba por todos lados. La gente todo lo miraba, todo lo veía, pero ya no vivía. Y quienes habían pasado por otras ciudades decían que habían visto todavía ojos más grandes, de 10 o 15 metros, que arrastraban una pequeña persona atrás. Y así, habían empezado a mirar demasiado a los otros.

ojos
Imagen: Leslie Rosique.

Bochinche

Lo decía claro y lo decía siempre, tenía bochinche en la oreja, en la oreja le habitaban ruidos, onomatopeyas, gritos, frenadas, puteadas, corridas, murmullos, llamadas, señalamientos, ruidos tecnológicos, ruidos de computadoras y teléfonos. Le habían entrado de tanto hablar, y se le habían quedado ahí. No podía escuchar a nadie porque lo único que escuchaba era el bochinche que tenía en la oreja. Y cuando alguien lo veía tampoco podía escuchar nada porque lo único que se escuchaba era el bochinche que llevaba sobre sí.

Le salía de la oreja y se escuchaba cuadras y cuadras. Parecía una fonola esa oreja, un bafle, un viejo grabador de escuela con el himno sonando. Se escuchaba venir a lo lejos porque se escuchaba el sonido que le salía de la oreja, y parecía que venía una manifestación con bocinazos, pero era él, con su bochinche. Todos le huían porque con ese bochinche no se podía escuchar nada ni hablar tampoco.

oreja relatos sensoriales
Imagen: Ricardo Mapurunga.

Zumbidos

Todo empezó con un zumbido y hasta la oreja le llegó un zumbido, él cree que de un mosquito porque le prestó demasiada atención, de modo que éste se dirigió hasta su oreja. Por eso aumentó el sonido hasta convertirse en un zumbido de una abeja, y como ahora la atención se volvió en preocupación, intensificándose más la atención hacia él, el zumbido incrementó tanto que se transformó en el zumbido de un abejorro.

Después, cierto zumbido desperfecto de otro planeta, percibido por un alguacil que le prestó una atención extraña, bajo tensión crítica, aumentó mucho más hasta volverse el zumbido de un ruido de motor de un avión. Y como miró para arriba y no lo vio, pero vio que se movían las hojas, entonces se convirtió en el zumbido del viento.

Finalmente, cuando miró bien, ese zumbido de avión, del viento, y que estaba saliendo del mosquito que se encontraba parado al lado de él, del que venía el primer zumbido, pensó que todo eso no podía estar en el mosquito sino adentro de él, pero que él se lo había adjudicado al mosquito. Entonces se concentró en el mosquito y ese tenue zumbido, el inicial, el primero, volvió a sentirlo en el mosquito.


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El joven viejo José

Lectura: 2 minutos

El viejo José fue viejo desde chico, esos chicos que son ancianos desde que nacen. Cuando los chicos jugaban él los miraba. Cuando empezaron a comprar juegos, él no jugaba pero los guardaba. Y de vez en cuando les cambiaba uno por otro, o les compraba alguno. Era el dueño de las cosas, pero no por riqueza, sino por actitud. Cuando las cosas se fueron perdiendo en el crecimiento de la infancia, en el salto de etapas, que son como superficies superiores en una montaña, a todos les iban quedando las cosas de la etapa anterior en la etapa anterior, José, las guardaba todas. Se metía en las etapas bien vividas, porque una etapa para ser saltada tiene que ser bien vivida, y recogía el bochinche de cosas que habían dejado los que acababan de pasarla.

Así fue que el viejo José llegó a viejo y se quedó ahí, en la vejez con que había nacido, y en la etapa de guardar etapas. Andaba el viejo José con un guardapolvos por las plazas, en una época había sido placero, cosa que también desapareció, y también ayudante de una carpintería, y andaba con sus guardapolvos de trabajo, con los bolsillos gigantes de los costados. Y los bolsillos del viejo José estaban vivos, se movían, como si tuvieran un ratón adentro, una pequeña lagartija. Y cuando uno le preguntaba “José, ¿qué tiene en el bolsillo?” Nada importante, decía, unas bolitas. Y sacaba unas cuantas bolitas. Y si le preguntaban “¿cuántas tiene?”, José se ponía a sacar, sacar y sacar, haciendo una pila de bolitas delante de él, como si estuviese trayendo algunas bolitas del pasado.

pintura, oleo, James Coates
“Old”, James Coates (Etsy).

Sí, se decía que el viejo José tenía un bolsillo mágico que guardaba todo lo que añorábamos. “José, ¿tiene pelotitas saltarinas?”, le preguntaban. Y él sacaba diez, veinte, miles de pelotitas saltarinas, haciendo desaparecer en el bolsillo el brazo hasta el hombro. Se decía que el viejo José tenía un bolsillo mágico, pero además tenía cierto ritmo lento que le permitía no dejarse llevar por lo urgente que se iba presentando, y quedarse en el ritmo normal de las cosas. Eso decía José, en el ritmo normal de las cosas sigue habiendo bolitas, bomberos locos, bucaneros, sólo que en la velocidad con la que vamos, no la vemos. No se ve nada de los costados a esa velocidad, sólo el frente de un mundo que se hace más pequeño.

Frenen un poco y van a ver que todo lo que buscan está en algún lugar, decía José, y metía la mano en el bolsillo y sacaba un TEG, un Ludo Matic, una Pileta Pelopincho tres veces más grande que él, y hasta un día lo vieron sacar un metegol completo, del pequeño bolsillo de centímetros. Eso sí, revolviendo y buscando con la mano en el pequeño bolsillo, y pegando unos cuantos tirones hasta que salió.


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