Innovación, Tecnología y Sociedad

Philips: cuando la nostalgia se llena de futuro, se llama reinvención

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En buena medida, lo que una empresa dedicada a la tecnología vende, antes que objetos, son ideas.

Lo que es más, podría decirse que aquellas que intentan vender objetos por encima de las ideas, acaban sucumbiendo al momento en que esos objetos quedan en desuso.

El ejemplo más paradigmático es Kodak, aunque no el único, desde luego.

Así, por más extraño que suene, antes que al orden material de las cosas, la posibilidad de permanencia de un artefacto está anclado al orden de lo inmaterial; es decir, el de las ideas.

Qué representan las cosas se torna de este modo tan o más importante de para lo que sirven o de lo que están hechas.

kodak
Imagen: iStock.

O, para decirlo de mejor, forma, aun ese “para lo que sirven” y por su puesto ese “de qué están hechas”, se vinculan al universo de lo que las personas y las sociedades piensan.

Y si el ejemplo de un emporio venido abajo en poco menos que un santiamén, el contraejemplo de la capacidad para comprender el tiempo, esto es, para navegar sobre las aguas de las ideas, es la neerlandesa Philips.

Hacia finales del siglo XIX, en un poblado más bien modesto llamado Eindhoven, tres miembros de la familia Philips comienzan con la fabricación de lámparas incandescentes, que luego conoceremos como focos, hechos a base de filamento de carbón.

El puente que media entre ese inicio, su paso por la fabricación de radios y otros enseres electrodomésticos tendrá hacia 1965 un momento estelar: la introducción de los circuitos integrados que abrirían paso a los aparatos electrónicos de transistores.

Una parte central del éxito de la empresa, y su crecimiento, se debió durante el convulsionado siglo XX europeo al trabajo desarrollado desde lo que en neerlandés se denominó el Natuurkundig Laboratorium (Laboratorio de Ciencias Naturales o simplemente Laboratorio de la Naturaleza) de la marca.

Detrás de la prolífica y eficaz labor del Natlab, nombrado de ese modo en su versión simplificada, se hallan desarrollos sin los cuales la historia cultural, en el sentido más amplio, del siglo XX es impensable.

evolucion de philips
Imagen: NIPO.

Al Natlab de Philips debemos el casete, el DVD, el blu-ray, otros productos. Es decir, en el resultado de la investigación que dio paso a la creación de estos soportes se pudo resguardar una parte importante de la historia del siglo anterior.

Llama la atención, asimismo, el propio nombre de este espacio dominado por el espíritu emprendedor, sí, pero sobre todo, centrado en la innovación como un espíritu general.

Llamar “laboratorio de naturaleza” antes que a un juego de palabras, responde a una mirada en la que lo “natural”, lo “social” y lo “artificial” (lo no natural), hallan sitio común en la idea de que la gente viva mejor.  

Llegado el siglo XXI, justo en 2001, Philips decidió cerrar su histórico Natlab y reemplazarlo por lo que entonces denominó su High Tech Campus.

Desde hace unos pocos años, de la mano de una muy reconocida y sólida política de Estado enfocada a promover la innovación, Philips participa de modo destacadísimo del modelo neerlandés de las tres hélices: gobierno-universidades-empresas.

Ícono de un país capaz de inventar tanto el telescopio como el microscopio, de una nación que idea soluciones continuamente para mantener al mar a raya y que ha hecho de la dificultad una forma de probarse a sí misma, Philips corresponde a este relato al tiempo que lo estimula y ensancha.

Líder hoy, entre otras cosas, en sistemas de monitoreo médico a distancia, su perfil dista mucho de un fabricante de “cosas”. Es, en todo el sentido de la palabra, siempre lo ha sido, una empresa cuyo insumo básico y producto principal, a la vez, es la innovación.

innovacion philips
Imagen: Prerequisit Market Intelligence.

Lo que llamamos tecnología, pues, si bien se consuma en la elaboración de un artefacto, un objeto, una cosa del orden material, su capacidad de permanencia está cifrada en la reinvención.

Se trata de una reinvención que, por paradójico que parezca, no se propone como principal fin permanecer, sino justamente cambiar, es el viento del cambio, de un llamado propio a cambiar lo que la impulsa.

Como en pocos casos, en el de Philips se puede mirar con tal claridad, el modo en que operan, entrelazadas, la vida de los objetos físicos, el espacio de las prácticas sociales y el horizonte de las representaciones sociales.

Es en conjunto a esta interrelación a lo que debemos llamar en ultima instancia tecnología y a lo que está asociada la experiencia de la innovación, como cotidianidad, y de reinvención, como traza de futuro.

A partir de 2016, la corporación está dividida en dos divisiones: Philips Personal Health y Philips Health Systems, esta segunda dedicada a la telemedicina y a las soluciones de convergencia tecnológica dedicadas a la salud.

La misma empresa, y que no comenzó fabricando focos como muchos aún la identifican, hoy desarrolla antifaces que usan quienes sufren apnea del sueño para contar con un escaneo de su cerebro en las horas que mal duermen.

El futuro, como los sueños, es una forma de reparar, resarcir, recuperar un sistema para que pueda seguir adelante. La idea de que eso es posible. De que vale la pena.

Reinventándose.


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Ningún año había puesto, a la vez, tantas capacidades de lo humano para comprender y construir formas de adaptación, como lo hizo 2020.

Nunca antes ningún flagelo había abarcado todos los confines del planeta. La categoría de “mundiales” utilizadas para conflagraciones u otros calamidades hoy parece corta.

El reciente reporte de un brote de coronavirus en la estación de la Antártida da cuenta del alcance inusitado del fenómeno. No hay punto del orbe libre de lo que hoy vive el resto.

A ese “no hay a dónde ir” se suma, en el plano de la vida inmediata de las personas, el desafío que ha supuesto la ruptura abrupta de su cotidianidad.

No se ha tratado solamente de “no salir de casa” sino del resquebrajamiento de las acciones, lugares, rutinas que daban forma al mapa individual de vida personal.

El esfuerzo psíquico que a todas las generaciones ha demandado la pandemia, y seguirá demandado, según se ve, ha sido colosal.

Aun los negacionistas, aun los irresponsables o los frívolos por conveniencia, se han visto tocados por la demanda que implica vivir en las condiciones que la pandemia ha impuesto.

resiliencia y creatividad
Imagen: Revista Comfama.

Todos los caminos desde todos los lugares conducen a todos los lugares del orbe. Todos los actos de todas las vidas en todos los lugares acabarán tocando todos los actos de todas las vidas en todo en el orbe.

¿Lo sabíamos? Algunos, quizá; quienes hacen de la reflexión su intento por comprender y el mundo que se habita y así transformarlo.

¿Estaban esas mentes preparadas para pasar la formulación del modelo, del traslado de la idea a los actos cotidianos y la constatación de que, ahora sí, “no hay a donde ir”?

Desde luego que no.

Y si no lo estaban quienes desde la reflexión y la conciencia del mundo, buscaban hacerlo sobre la vida en todos su ámbitos, muchos quienes simplemente son arrastrados (o se dejan arrastrar), por eso que Bauman llamó el caudal implacable de lo líquido.

 ¿Se puede quebrar el agua?

La experiencia inédita y de amplia envergadura que ha supuesto el 2020, parece indicar que sí. Que el torrente que con el que la sociedad líquida (Bauman) venía arrastrándolo todo, se ha quebrado.

El punto de ruptura ha sido, es, evidentemente la pandemia y su alcance, de consecuencias en todos los órdenes aún impredecibles a cabalidad.

Mas se ha roto, quebrado, el torrente; no necesariamente el río.

Esto es, de lo que hemos sido, somos, testigos, es de la fractura en la noción de lo imparable y fatal que acompañaba a la imagen de la sociedad de avance y consumo irracional.

El presente torrencial y su aprehensión en la vida cotidiana como vivencia en la sofocación, es a lo que, en medio de los condiciones y consecuencias fatales ha puesto freno la pandemia.

Zygmunt Bauman (1925 – 2017) (Foto: www.caninomag.es).

El restablecimiento de lo frenético y torrencial podrá serlo en cuanto a necesidad humana catártica una vez que pase la emergencia.

Podrá venir luego de que se supere la hora y actúe una especie de “alocados veintes” o “destape” a la española.

Poco probable resulta, sin embargo, una restauración sin fisuras de lo que fue el orden de vida anterior a la pandemia.

Tiempo éste que demanda sentido de lo intrépido tanto como de la capacidad para valorar lo mínimo, la vida después de la pandemia se abre a los alcances de lo que seamos capaces de hacer con ella.

Nos enfrentamos hoy a una experiencia que hasta hace un año resultaba del todo imprevisible: el gran torrente que parecía dominaría el sentido de la vida por muchos años más, se ha quebrado.

Y en su ruptura, observamos, vivimos, bajo un paisaje completamente nuevo. Se ha transformado en un extendido campo de veneros y deltas.

¿Desconcertante?, sí. ¿Oportunidad para detener el tropel y mirar el paisaje inesperado?, también.

En ese horizonte, el de restaurar el aire, renovarle sus naturales bríos para despejar nubes y transportar vientos de renovación, siete palabras que podrían, debería, a mi juicio, acompañar este inicio de ciclo.

resiliencia 2021
Imagen: Howitzer.

Imaginación. Innovación. Integración. Irrumpir. Insistir. Ímpetu. Inspiración

Sin el atrevimiento para imaginar, difícilmente seremos capaces de avizorar una manera distinta ya no digamos de resolver los problemas, sino de organizar la vida que venga de modo distinto.

La innovación, cuyo signo es agregar valor a lo que se hace de modo diferente, ha de encontrar la manera en que la integración de todo cuanto concurre en el planeta, sea valor de un nuevo modelo sustentable de soluciones.

Irrumpir e insistir, estar listos para dotar al pensamiento crítico y la constancia de espacios cada vez más amplios.

Avizorar lo que viene con la fuerza que les es propia al ímpetu, a la capacidad no tanto de ir hacia adelante por ir adelante, sino de comprender que ese adelante es hacia donde nuestros ojos miran y se encuentran con alguien.

Y finalmente, no dejar de recordar que en su origen más remoto la palabra inspirar está emparentada con inhalar, respirar. Una inspiración que sea un respirar con los demás, para los demás.

Respiro común.


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2021, la imaginación al rescate del futuro

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Hasta los días más oscuros tiene haces de luz; cómo no.

La esmerada combinación entre ciencia, tecnología, por un lado, e imaginación, constancia y atrevimiento, por otro, arrojan, en la hora actual, esperanza al planeta.

Azotado el mundo por una pandemia de alcance nunca antes visto, un punto brillante asoma en ese horizonte aciago con el advenimiento de las vacunas contra el COVID.

A mirar con los ojos de la imaginación, invitaba hace poco el gran escritor indio bengalí Amitav Ghosh, como una forma de resistir la fuerza casi arrolladora con que la realidad, la hiperrealidad, de los azotes del mundo ataca por doquier.

2021 será quizá el año en que comience a construirse el camino que lleve a lo humano a un tiempo posterior al azote que ha representado este 2020 que termina.

Si ese futuro comienza a edificarse, si el tiempo se abre como propicio, si las vacunas son la primera señal y hemos comenzado a colocar las primeras piedras del edificio del nuevo tiempo, es aún incierto.

creatividad imaginacion futuro
Imagen: Lufthansa.

De lo que no cabe la menor duda, empero, es que 2021 será como tal vez ningún año antes, camino en el que frente a lo sombrío salga al rescate la imaginación.

La imaginación individual como energía vital de los sujetos; la imaginación pública, como prueba obligada de la capacidad para gobernar; la imaginación colectiva, como espacio de creación de las sociedades en colaboración.

Pensamiento analítico y de innovación. Aprendizaje activo y estratégico. Resolución de problemas complejos.

He ahí las tres principales competencias que aun antes de la pandemia se habían abierto paso entre las de mayor valoración social.

Las tres habilidades guardan entre sí, por otra parte, una relación de deuda, si puede llamarse así, con un elemento que les es común: la imaginación.

Bajo el título de “La imaginación nos salvará”, como parte de su recuento de lo que ha sido este 2020, la científica neerlandesa Rosanne Hertzberger, colocaba hace unos días, en una colaboración periodística, la capacidad de imaginar como el detonante central de lo que seremos capaces de edificar como futuro.

Escribe Hertzberger: “el punto brillante en estos días oscuros proviene de la tecnología y la ciencia: las vacunas. Los mecanismos biológicos en los que se basan estas vacunas son cualquier cosa menos imaginarios. Por el contrario, son evidencia física. Y sin embargo, las vacunas existen sólo gracias a una enorme dosis de imaginación humana”.

futuro brillante
Imagen: Herman Miller.

Microbióloga reputada, Hertzberger tira una cuerda larga, pero no difícil de seguir, dice: “un denominador común en las historias de los premios Nobel es que fueron regularmente ridiculizados, ridiculizados o simplemente ignorados… a menudo, la ciencia también comienza con castillos en el aire, una conjetura, una hipótesis, una visión, una ilusión, un experimento”.

Detrás las palabras de Hertzberger, aparece pronto, la historia de otra mujer brillante de este tiempo aciago: Katalin Karikó, bioquímica, húngara, y hoy por hoy una de las personalidades que mayor atención suscita.

Hace apenas un par de años Karikó tomó la decisión de marcharse de la Universidad de Pensilvania para aceptar una oferta de trabajo en los laboratorios alemanes de la empresa BioNTech.

Durante tres décadas la científico húngara había trabajado en lo que al principio parecía una idea descabellada: producir vacunas para distintos padecimientos a partir de conseguir que las propias células produjeran proteínas.

El trabajo de Karikó enfrentó durante todo ese tiempo el escepticismo de sus colegas de la Universidad, quienes consideraron por mucho tiempo, difícil que la bioquímica pudiera tener éxito al experimentar con las moléculas ARM, que son las que trasladan la información del ADN a la parte de las células encargadas de producir proteínas.

El resultado de las indagaciones de Karikó no podía haber llegado en mejor momento. Hoy, las vacunas ARM, que es justo el tipo de vacuna que son tanto Pfizer/BioNTech como Moderna, son aquellas que cuentan con los mayores registros de eficacia contra el COVID.

vacuna imaginacion
Imagen: Med Page.

En una entrevista reciente concedida al diario holandés Volkskrant, la científica húngara explica por qué fue tan complicado el comienzo de sus investigaciones.

“La molécula de ARNm fue descubierta ya en 1961. En aquel entonces, la idea era que no habría muchas aplicaciones terapéuticas porque es tan inestable: después de que se transfiere la información del ADN, desaparece de nuevo. Vi oportunidades en eso, pero fue extremadamente frustrante por otra razón: el ARNm externo es atacado por el sistema inmunitario, causando reacciones inflamatorias, desechándolo demasiado rápido”, cuenta Kairó.

Más adelante, entre avances, retrocesos, dudas, perseverancia y fortuna, la investigadora húngara encontró el camino para descifrar el enigma.

La imaginación, individual, pública y colectiva da a la luz hoy la vacuna que ideó Kairó, a la luz de su capacidad para idear soluciones desde lo no pensado, para trazar rutas desde lo no andado, para ser capaz de mirar en lo invisible, lo que sigue. 

Lo hizo, ciertamente, con cierta dosis de fortuna, porque no hay a quien habiéndose atrevido a imaginar, el destino no le recompense con dosis de fortuna.

Se retira 2020, asoma 2021. Entre las lecciones que se atisban, una: sólo a quien sea capaz de imaginar, le vendrá por añadidura fortuna.

Sólo.


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Para Inés, mi amada hija de 14 años, quien me contó esta historia,
y quien, al igual que Remy: ama cocinar, ama los sueños, ama jugar.

El juego es el tiempo de cada tiempo. Su memoria ejecutada como acto, su simbolización anticipada.

Hace un par de semanas se ha oficializado lo que comenzó como una ocurrencia, luego tomó forma de juego y, finalmente, es un proyecto “serio” en marcha.

La era digital, caracterizada por numerosas formas de la colaboración y la horizontalidad, ha dado a luz, en plena pandemia, con teatros y cines cerrados, una adaptación a teatro musical de Ratatouille, la cinta de Pixar.

Sobre la plataforma TikTok, caracterizada por la extrema rapidez sus contenidos –15 segundos–, la adaptación anunciada de Ratatouille será nada menos que el resultado de miles de videos subidos por personas de todo el mundo.

ratatouille musical
Imagen: Xoer.

Entre la amenaza del coronavirus y las energías creativas buscando sus propios caminos, la invitación a jugar a subir a TikTok fragmentos en homenaje a la cinta de Pixar prendió rápidamente.

Según consiga el New York Times, Emily Jacobsen, una joven y desconocida profesora norteamericana de 26 años, habría sido la punta de la hebra, de este fenómeno de juego, creatividad y redes.

La joven Jacobsen, fanática de la cinta y del teatro, leyó un día cualquiera sobre los planes de Disney de abrir una atracción dedicada a Ratatouille el próximo año en su parque de Florida.

Acto seguido, cuenta el New York Times, “mientras limpiaba su apartamento, empezó a cantar una canción sobre Remy. Adoptando un tono alto, grabó lo que describió como “una balada de amor” para la rata – “Remy, la ratatouille / La rata de todos mis sueños / Te alabo, mi ratatouille / Que el mundo recuerde tu nombre” – y publicó un video de la melodía en TikTok”.

El juego de Jacobsen no tardaría en ser el juego de miles. Cantar, recitar, actuar; grabar un video de 15 segundos; subirlo a una plataforma sin fronteras; erigir una nueva comunidad global: la comunidad que juega el juego de (re)hacer Ratatouille.

En lo más profundo de lo humano está el juego. Quizá no seamos la única especie que juega, otras lo hacen. Pero sí la única que además de jugar, imagina.

Muy probablemente somos la única que al acto de jugar le introduce un elemento esencial: imaginar. Y con ello, dotamos al juego de un sentido trascendente.

Jugar es, así, la base sobre la que se erige la cultura, en su sentido más amplio. A través del juego simbolizamos y aprendemos; nos hacemos parte de una comunidad.

Los animales también juegan, se argumentará.

Y no se falta a la verdad. Subyace, sin embargo, un elemento clave: la construcción de rituales y capacidad para transmitir de generación en generación los juegos aprendidos.

Nacido en Leiden, Países Bajos, el historiador neerlandés, Johan Huizinga, alcanzó celebridad mundial con su libro Homo Ludens, un ambicioso y original ensayo sobre los alcances civilizatorios del acto de jugar.

En cierto modo, Huizinga abre el universo de lo no serio, el juego, al examen por parte del ámbito de lo (siempre) serio, el estudio y la reflexión académicas.

Si el neerlandés va a introducir la noción de orden lúdico, al hacerlo, sin proponérselo quizá da paso, a través de este concepto, a nuevo orden en relación a cómo el acto de jugar va a ser asumido.

Cada juego indica algo, será otra de las aportaciones centrales que Huizinga heredará a los estudios lúdicos posteriores a él.

Cada juego, completa, constituye su propio sentido de territorialidad, un propio mundo dentro del mundo físico del tiempo y espacio comunes.

Johan Huizinga
Johan Huizinga, filósofo e historiador neerlandés (Imagen: Wikimedia).

Cuanto juego se ejecuta “son todos, por forma y función, áreas de juego, es decir, terreno desterrado, aislado, cercado, áreas santificadas, dentro de las cuales las reglas propias especiales son válidas. Son mundos temporales dentro de lo ordinario”, dice Huizinga.

Resulta notable, sin duda, por eso, que la cinta tenga en el centro cocinar, y estando el acto de cocinar tan estrecha e internamente ligado tanto a la creatividad como al sentido de colaboración, el resultado sea esta suerte de ensalada de colaboraciones que hoy luce original y apetecible.

Su fin, se ha decidido, será además noble.

La compañía de producción teatral Seaview ha anunciado que la adaptación se presentará el próximo 1 de enero y estará disponible durante tres días más. El propósito es recaudar fondos para el Actors Fund.

Si la pandemia, ese flagelo que ha ensombrecido para siempre este año, ha traído desolación y encierro, el juego, la imaginación, las energías para simbolizar están ahí, más allá de cualquier calamidad.

Si te centras en lo que dejas atrás, no podrás ver lo que tienes delante, dice Remy, en algún momento de Ratatouille.

Las cosas son así. No se puede cambiar la naturaleza, pretende por su parte desanimarlo Django, su padre, con lo que intenta ser una dosis de realismo.

El cambio es la parte de la naturaleza en la que podemos influir. Y comienza cuando decidimos, rebate finalmente Remy, y sigue adelante.

El cambio comienza cuando decidimos. También cuando jugamos. Y al jugar somos más que cada uno; somos más que todos juntos.

Entonces.


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La máquina, esa gran metáfora. Al lado del árbol, la máquina es esa otra gran metáfora con la que la Edad moderna ha intentado definirse a sí misma.

Como con el árbol, las partes que componen una máquina se han desplazado a través de un vasto mundo de significaciones.

De larga data e intenso trayecto es el recorrido que la historia del occidente moderno ha hecho a través de su fascinación (y contra fascinación) por las máquinas.

No hay campo de la vida productiva en el que la carrera hacia la construcción de máquinas cada vez más eficientes, silenciosas, útiles, no haya sido un acicate de la continua transformación que la propia condición de lo moderno implica.

Al lado, su correlato. De Frankenstein a Tiempos modernos de Chaplin, pasando por esa palabra de origen checo, Robot, que justamente significa servidumbre.

robot
Imagen: Pinterest.

Las distopias son el engrane dentro del engrane mayor. Fascinación y terror. Sensación de dominio y delirio de acechanza.

En su versión de expoliadoras de la voluntad, de seres que alguna vez cobrarán vida por sí para revertirse a sus creadores, se remece la advertencia de que la Inteligencia cibernética se dirige a arrebatarle a lo humano justamente su condición de seres pensantes.

Sobre el sendero opuesto, se constituyen los esfuerzos de científicos y desarrolladores para consolidar los avances en materia de computadoras controladas directamente desde el cerebro humano.

Una persona sin movimiento atada a una silla de ruedas de manera permanente, y con movilidad reducida en las manos, podría encender el televisor, hacer una llamada o controlar su silla de ruedas, sin requerir de la voz como interface.

No sólo eso. Aunque se vea hoy un tanto lejana, está ahí la posibilidad de que estos desarrollos impacten sobre las capacidades cognitivas del cerebro de una persona que ha sufrido un accidente cerebrovascular o con capacidades motoras severamente restringidas.

Recupero en este contexto, partes de un largo trabajo que ha preparado la Consejería para la Innovación, de la Comisión Europea.

Tres elementos se constituyen como ejes centrales de este proceso de mejora continua de las interfaces entre cerebro y computadoras: entrenamiento de usuarios, procesamiento de datos y la relación entre cráneo-cerebro-computadoras.

cerebro interfaz
Imagen: Guo Mong.

“Hay dos tipos principales de BCI: no invasivos e invasivos”, explica el Dr. Fabien Lotte, director de investigación de Inria Bordeaux-Sud-Ouest en Francia.

Durante no poco tiempo nos hemos acostumbrado a ver esa suerte sombreros de nodos y cables, las versiones no invasivas más comunes, diseñadas para medir la actividad cerebral y llevar esos datos al cerebro.

Las BCI invasivas, en cambio, son desarrollos más delicados y, en cierta medida, más fascinante, pues se trata de sensores colocados dentro del cráneo; ámbito que está explorando, entre otras, Neuralink, iniciativa a cargo del conglomerado del que forma parte Tesla.

En cualquier caso, advierte Lotte, “no sólo necesitamos buena tecnología, también necesitamos usuarios bien capacitados”, expresa el también líder del proyecto de investigación llamado BrainConquest, que diseña una mejor capacitación para usuarios de BCI no invasivos.

La idea de Lotte, su originalidad, encuentra en otro planteamiento novedoso, el del Dr. Aaron Schurger, un complemento por demás interesante.

Profesor en la Universidad Chapman en Estados Unidos, a Schurger le gusta subrayar las enormes cantidades de datos que usa la meteorología, con la necesidad de modificar la manera en que se trabaja en las interfaces cerebro-computadora.

Lo que Schurger propone es pasar de una recopilación de datos centrada en el momento justo antes de que el usuario haga un movimiento, a una recopilación mucho más amplia que incluiría cuando el cerebro está “en reposo”.

Aaron Schurger
Doctor Aaron Schurger, académico miembro del The Brain Institute (Imagen: Chapman).

Aun así, el investigador considera que la ciencia ha pasado demasiado tiempo estancada y que es momento de dar un salto cualitativo de grandes proporciones, entrar al cerebro.

Las consideraciones que implica la perforación del cráneo y la instalación de dispositivos dentro de las personas son claramente aún muy amplias, y la tecnología poco desarrollada aún.

No obstante, lo que queda claro es que tarde o temprano llegaremos a una etapa avanzada de las interfaces llamadas invasivas; es decir, a contar dentro del cráneo con dispositivos como los que ahora se tienen en el corazón, por ejemplo.

Hoy es posible ya que pacientes que han sufrido accidentes cerebrovasculares con solo pensar un acción vean mejoras en las zonas dañadas de su cerebro.  

Mucho más pronto de lo que podemos imaginar, se anuncia, profesiones con altas cargas de tensión, como cirujanos o pilotos, podrán tener información sobre el grado de cansancio de su cerebro y regularlo.

El desarrollo de interfaces cada vez más precisas entre cerebro y máquinas, nos coloca, de paso, frente a la posibilidad de reivindicar un viejo y sabio axioma filosófico: pensar es un hacer.

Pensar no es la antinomia de hacer; sino una forma del hacer específica, un hacer que, además, como todo hacer, transforma la realidad física del mundo.

Lejos de estar en riesgo, el pensamiento, esa cualidad radicalmente humana, tiene, frente a las interfaces entre cerebro y computadoras, un horizonte brillante.

Eso sí, hay que estar dispuesto a pensar.

Y no todos; no siempre.


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Color y geometría. La reivindicación del verde como símbolo de una nueva concepción planetaria, primero. La asunción de que había que pensar a través de nuevas figuras geométricas, después.

Prácticas, objetos, ideas, símbolos, el orden del mundo, se ha ido cifrando en los últimos 40 años a partir de una suerte de cartografía cromo-geométrica.

Para los habitantes, en cuerpo y alma, del mundo actual y actuante, el morado guarda una irrenunciable relación con la legalización del aborto, tanto como el naranja en favor de la no violencia hacia las mujeres.

Ni qué decir, desde luego, del lugar que en el horizonte de los imaginarios colectivos representa el arcoíris o el llamado al autocuidado corporal y la lucha contra el cáncer que entraña el rosa.

Herederos legítimos del ímpetu transformador del 68 europeo, los verdes, alemanes, por supuesto, representan el punto obligado de referencia.

ecnomia ecologista
Imagen: La Izquierda Diario.

El 12 y 13 de enero de 1980, en Karlsruhe, un puñado de convencidos ecologistas se reunieron para dar vida a la primera agrupación partidaria que tomó como nombre un color, y a éste, como referencia de su programa.

No se trataba sólo de elegir qué color representaría al partido y cuál sería la cromática con la que los electores se identificarían.

La decisión estaba vinculada a un trasunto de mucho mayor calado. Es Jutta Ditfurth, fundadora de aquel Partido Verde y luego una de sus críticas más implacables.

“Los Verdes no querían ministerios, sino que querían cambiar la política de manera definitiva: clausurar las centrales nucleares de inmediato, impedir el estacionamiento de misiles en Alemania, salir de la OTAN, limitar el crecimiento económico cuantitativo, viviendas humanas, jornadas de trabajo más cortas, equiparación salarial”.

No se trata ahora, no en este texto al menos, de entrar al fondo del asunto sobre los alcances y derivaciones de la apuesta que un millar de alemanes hicieron en el invierno de 1980, nueve años antes, un poco menos, de que cayera el muro.

La cromática como ideología, de eso sí que no parece haber ninguna duda, se abrió camino hasta instalarse como un elemento tan natural como el verde lo es a la naturaleza.

Hasta antes de que la pandemia se cerniera sobre el planeta y obligara a una amplia redefinición sobre prioridades y caminos, la Europa unida tenía perfilado en un amplio pacto de cromática definición su apuesta de futuro: el Green Deal.

green deal
Imagen: Production.

De parte de la irrupción de los referentes del presente tamizados por figuras geométricas, hasta su normalización, el tránsito entre el mundo anterior y el actual, puede bien cifrarse en el paso de la línea ascendente al círculo.

Planteada inicialmente como una estrategia de carácter meramente industrial, centrada en la vida útil de los materiales, la economía circular, abreva de la figura geométrica para subrayar sus virtudes.

La muy brillante economista inglesa Kate Raworth es una de las figuras de nuestro tiempo que mejor lo ha entendido.

Incluso, Raworth ha ido más lejos para transformar la idea de la economía circular hasta llevarla a un tipo específico de circularidad: la dona.

Profesora en el muy prestigiado Instituto de Cambio Ambiental de la Universidad de Oxford, Raworth reprocha acremente a la economía tradicional su incapacidad para prever crisis, tanto como para reducir consistentemente los alarmantes índices de desigualdad y pobreza en el orbe.

En el corazón de esta doble falencia por parte de la economía tradicional, sostiene Raworth, está la obsesión por la linealidad, por aquella linealidad de carácter ascendente, señala, representada por la idea del crecimiento incesante.

Es tiempo de pensar de nuevo, repite Raworth en las muy exitosas conferencias que imparte, en un llamado para dejar atrás la noción de que el progreso económico está necesariamente asociado con una línea ascendente de evolución.

Kate Raworth
Kate Raworth, economista inglesa (Imagen: Atlas of the Future).

Es tiempo de volver a imaginar el progreso, invita Raworth.

Crecer y prosperar, advierte la economista inglesa, deberán ser entonces dos conceptos que, si bien debemos aspirar a mirar entrelazados, no lo están de origen ni por sí mismos.

A nivel de humanidad planetaria, señala Raworth, enfrentamos dos grandes desafíos.

Satisfacer las necesidades de alimentación, sustento, esparcimiento, educación, salud de los habitantes de todo el orbe, por un lado.

Y, por otro, debemos ser capaces de emprender esta tarea colosal, agigantada aún más por el impacto de la pandemia, dentro de lo que la propia Raworth llama: “Los límites del planeta”.

Dos límites, entonces, que se pueden ver como medios círculos, si se quiere, o como un círculo dentro de otro, se engarzan: el límite de las necesidades sociales-el límite de los imperativos medioambientales.

En términos generales es a esto a lo que Kate Raworth ha llamado el Modelo Económico de la Dona.

“El desafío de la humanidad en el siglo XXI es satisfacer las necesidades de todos dentro de los medios del planeta. Los límites sociales y planetarios es un nuevo marco de ese desafío y actúa como una brújula para el progreso humano de este siglo”, ha dicho en repetidas ocasiones Raworth, segura de que humanidad y planeta son una sola y redonda cosa.

Una sola.


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Gaia. Como la diosa madre. Así le han llamado. Con plena conciencia, ni para qué dudarlo, de que se recupera, en el apelativo del proyecto, el de la diosa primigenia. 

Gea, también nombrada así. La madre de todo lo que después del caos emerge.  Gaia/Gea, representación última y primera, a un tiempo, del nuevo comienzo de las cosas, del surgimiento de un orden mínimo donde lo que está por venir encuentra condición de posibilidad.

Gaia X es el nombre con el que la Europa unida cifra uno de sus proyectos tecnológico-digitales más ambiciosos: contar con una Nube propia para resguardar los datos de sus instituciones y ciudadanos.  

Esa información, sensible y estratégica a cuál más, se encuentra hoy mayoritariamente al resguardo de grandes plataformas como Google, Microsoft, Amazon, las tres norteamericanas, o Alibaba, que oferta su servicio desde China.

Datos bancarios, récords de salud, intercambio de mensajes entre gobiernos, y un sinnúmero más de datos se hallan bajo el cuidado de estos gigantes cibernéticos.

datos gaia x
Imagen: Panorama Audiovisual.

Si no fuera real, costaría trabajo pensar, empero, que incluso el órgano ejecutivo, el gobierno de la Unión Europea, tiene sus datos en estos también llamados centros de hiperescalamiento, también llamados “servicios en la nube”.

La pandemia, de proporciones globales, sí, pero de impactos locales, también, ha venido a asentar, aún más, un principio básico: datos y soluciones a los problemas caminan férreamente de la mano.

Si el primer tramo de la Era digital dibujó en su centro a la información como el elemento, a un tiempo, dislocador y organizante de la nueva realidad, hoy los datos ocupan ese sitio.

En buena medida, justamente, en ello recae el paso entre la tercera y la cuarta Revolución Industrial.

Mientras la tercera, surgida a mediados de los noventa, señaló a la información como la pista sobre la que debían repensarse herramientas y procesos, la cuarta, en plena marcha en el presente, obliga a dirigir la mirada hacia los datos.  

Leerlos de modo correcto se torna así en la condición superior para cifrar cualquier intento de compresión de los fenómenos multifactoriales y ampliamente interrelacionados que nos rodean.

En una mirada de Longue durée, resulta más que ilustrativo plantear el tránsito entre las cuatro revoluciones industriales apuntando la mirada hacia lo que fue el combustible esencial de cada una de ellas.

datos abiertos
Imagen: Matt Chinwort.

El vapor para la primera; los combustibles fósiles para la segunda; la información (puesta en computadoras y en el Internet) en la tercera; y, finalmente, hoy, la cuarta, en la que Inteligencia Artificial, Fintech, Internet de las cosas, Blockchain, se soportan sobre la base de los datos, de su calidad, oportunidad, robustez y pertinencia.

Cualquier ruta que menosprecie o relegue aquello que entre los datos reluce, estará condenada a un trazo entre palos de ciego o el caminar en círculos; cuando no, el abierto extravío.

De ahí que el asunto sobre quién posee esos datos, dónde los almacena, bajo qué medidas de seguridad, de acuerdo con la legislación de qué país, se torne en un asunto que rebasa lo meramente cibernético, para insertarse en la lógica de la seguridad soberana.

Unas semanas atrás, el presidente francés, Emmanuel Macron, hablaba de “un tener peso por nosotros mismos”, aludiendo a la Europa unida, y a sus acciones en materia de tecnología digital.

En lo que fue una larga charla con la revista Le grand continent, Macron hace énfasis sobre la idea de “autonomía tecnológica y estratégica”, como pivote de la capacidad para que Europa, dice, sea capaz de “construir sus propias soluciones”.

Si dependemos de las tecnologías norteamericana o china, aseguraba el mandatario francés, “no podemos garantizar a los ciudadanos europeos el secreto de la información ni la seguridad de sus datos privados”.

Tan importante es ello, como lo que concierne, a la manera en que en la actualidad se escurren, territorialmente hablando, responsabilidades jurídicas.

datos digitales
Imagen: Andrei D.

Macron lo planteaba en estos términos, “Europa debe ser capaz de proporcionar soluciones en materia de ‘cloud’; de lo contrario, sus datos se almacenarán en un espacio no sujeto a su derecho, que es la situación en la que nos encontramos”.

De cara a la complejidad del presente y a la necesidad de replantear las rutas preconcebidas hacia el futuro común, los datos tienen, pues, un valor incalculable e insustituible.

Insumo preciadísimo, no es que de quien sean los datos y los sepa organizar y descifrar, será el futuro; pero casi.

De naturaleza titánica, la Europa unida no ha podido elegir mejor resonancia onomástica para pensar en su cloud que Gaia.

Cuenta Georg Jünger acerca esta diosa de cuyo vientre todo volvió a iniciar, Homero la llamaba la Gloriosa y también la que dispensa frutos y vida.

El poder de Gaia, advierte Jünger, abarca lo lumínico, pero también lo subterráneo. Indagadora de lo que está en el orden del cielo, tanto como de lo que está enterrado. Figura tutelar a la le rinden culto los magos y los buscadores de tesoros.

Tesoro inestimable para el presente del futuro, son los datos. No pueden tener mayor dueño que lo público.

Como las nubes; así.


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Pensamiento creativo y ciencia de los datos en la Era digital

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Leonardo da Vinci. No hay, quizá, mayor personaje que encarne la idea que durante siglos se tuvo del hombre dotado de un pensamiento creativo sin límites, que la del genio renacentista.

Recreado en la imaginería durante más de cinco siglos, Leonardo representa la figura del pensamiento genial.

O, para decirlo de una manera más precisa, de una genialidad que además de serlo, lo es de manera solitaria.

Un cerebro portentoso, una sensibilidad única, son concebidos como aquellos que, en lo individual, representan los puntos más altos de lo que entendemos por pensamiento creativo.

A costa de las tradiciones colectivistas, acusadas a tabula rasa como “primitivas”, el proceso de institucionalización de la ciencia y la cultura, a finales del siglo XIX, consolidado en el XX, implantan la noción de los individuos sobresalientes, únicos y geniales.

datos y tecnología
Imagen: Bratislav Milenkovic.

El arribo de las computadoras, sin embargo, y la manera cómo en pocas décadas se ha expandido su rol en todos los ámbitos, ha supuesto una amplia modificación de esta concepción.

Con gran rapidez las computadoras complejizaron sus funciones, trastocando así aquello que se entendió durante siglos como ejemplo de una forma de pensar original, asertiva, innovadora ligada esencialmente a la tarea individual.

En esta dirección, años antes de que el enigma rodeara su desaparición a bordo de un velero, en las aguas del Pacífico, cerca de las islas Farallón, Jim Gray, ya había propuesto la idea del cuarto paradigma en la historia de la ciencia.

Gray imaginó un periplo histórico de la ciencia signado por tres estadios: lo empírico, lo teórico y lo computacional.  

A estas tres fases, también concebidas como paradigmas, Gray aportó la idea de un cuarto paradigma: la ciencia de datos.

El impacto de la tecnología, pensaba Gray, modificará todo el entorno científico, de manera sustancial. Ello y, claro, eso que no dudaba en nombrar como “el diluvio de los datos”.

Si en el siglo XX y en al menos sus tres antecesores la cuestión sobre quién tenía acceso a la información constituía la palanca primordial de muchas realizaciones, el siglo actual tiene que lidiar con su contraparte: una abundancia que raya en el ahogo.

ahogo de datos
Imagen: Matt Chinworth.

El problema no estriba más en hacerse de tal o cual información, sino de un desafío que en buena medida resulta más complejo: cómo seleccionar (curar, gústese de decir ahora) es información, cómo ordenarla, cómo relacionarla y cómo interpretarla.

Sistemas y procesos se han visto alterados de manera esencial el modo de construir problemas, tanto, por supuesto, como la forma de resolverlos.

El lugar que hoy ocupan, en ese sentido, los modelos o la capacidad para evaluar resultados, es tan distintiva de este nuevo paradigma centrado en los datos, como el carácter interdisciplinario que conlleva.

El efecto de este modo de proceder es, digámoslo así, de ida y vuelta. El carácter metodológicamente interdisciplinario y dinámico, se torna en un acicate para lo propios procesos de innovación que se suceden en el objeto de estudio de la ciencia de datos: la sociedad.

Para ponerlo en otras palabras, la expansión y transversalización de esta disciplina propia de la Era digital, acarrea consigo procesos de polinización del pensamiento creativo.

Hace unas semanas, la Universidad de Ámsterdam (UvA) anunció la puesta en marcha de su nuevo Centro de Ciencia de Datos, dirigido a promover la innovación, desde luego.

Pero no menos importante, según lo que se ha declarado al respecto, será la difusión y propagación hacia todas las facultades del enfoque que implica la Ciencia de Datos.

De tal suerte que, la Universidad de Ámsterdam, además de los fines esperados que tiene todo centro similar, ha decidido dotar a su Centro de Ciencia de Datos, de una presencia que se extenderá a todas las carreras.

Nada extraño debiera resultar, en este marco, que como ubicación del nuevo Centro se haya elegido la Biblioteca de la Universidad, pensada ya no como almacén de conocimiento inerte, sino como pivote de nuevas formas del pensar colectivo.

ciencia de los datos
Imagen: Motion Story.

El Centro estará dirigido por Paul Groth, profesor de Ciencia de Datos Algorítmicos en el Instituto de Informática de la UvA, quien señala: “la universidad está en una posición única para realizar investigaciones pioneras que aprovechen la riqueza de datos que se están creando”.

Groth abunda: “Como una universidad de investigación integral arraigada en un ecosistema de ciencia de datos de vanguardia… este centro proporcionará una plataforma potente para ayudar a mis colegas a acelerar su investigación basada en datos”.

 La misma universidad está persuadida de que “la investigación está siendo impulsada cada vez más por la tecnología digital”.

Los usos son múltiples, cada vez más amplios, cada vez entreverando a mayores campos del saber y el hacer humanos.

El análisis de texto para entender los debates parlamentarios, el seguimiento GPS para medir la biodiversidad o las simulaciones para predecir la eficacia de las intervenciones de salud”, dice la UvA, son algunas de las formas en que la ciencia de datos está cambiando la forma en que se está investigando.

Investigando, viendo el mundo, actuando en él; transformándolo, también. Pensamiento y acción, transdisciplinario, horizontal, colectivo.

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