La deriva de los tiempos

Aprender en tiempos de la COVID-19. ¿Telenovela con final feliz?

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¿Quiénes? ¿Dos, tres? No, somos todos. Unos más y otros menos. Pero en el transcurso de estas semanas varios hemos sido testigos de cómo se cancelan o posponen eventos que teníamos programados para el segundo semestre del año. Sí, señores, estamos en agosto y esto no cambia. Los que habíamos programado cosas presenciales para el segundo semestre, las tendremos que hacer en línea o no hacerlas. Quienes teníamos aspiraciones de viajar por eventos internacionales, pues mejor las dejamos ya de un lado.

Más allá de los viajes frustrados, como recientemente dijo García Canclini, hay que desprendernos del autismo del lector enfrascado.

¿A qué se refiere? A las nuevas formas de consumo cultural que impone la pandemia y que no sólo se debe a ella, sino que se ha venido perfilando en ese consumo ávido y fragmentario que implica Internet. Resulta que, más allá de los compromisos académicos que adquirimos si somos estudiantes o profesores, la asistencia a eventos es un ritual de socialización, de paso, de continuidad en una comunidad dada. Asistir a simposios, coloquios, conferencias, ciclos organizados por museos, centros culturales o universidades es una actividad que recrea varios mitos que explican el origen de muchas inquietudes en cada uno.

Para los niños en edad de ir a la escuela, esto todavía no es un ritual quizá, pues se simbolizará más tarde en sus vidas, pero sí es una experiencia cotidiana. O era. Después del anuncio del secretario de Educación, Esteban Moctezuma, el pasado 3 de agosto, las familias mexicanas se encuentran ante muchos dilemas: ¿será suficiente el modelo propuesto por la Presidencia? ¿Quién resolverá las dudas de los niños? El ansiado semáforo verde es una promesa para chicos y grandes… pero sólo eso. La Organización Panamericana de la Salud manifestó que el pico de la pandemia en nuestro país será en agosto, lo que convierte en un escenario prácticamente imposible la vuelta a clases presenciales en este ciclo escolar. Y claro que no es posible ni prudente plantearse volver a ningún modelo presencial ahora. ¿Cómo se medirá el aprendizaje, si quienes no tienen señal de TV tendrán que habérselas con los contenidos que encuentren en la radio y en los libros de texto que el Estado distribuirá?

escuelas y educacion en pandemia
Ilustración: Verónica Montón Alegre (blogs.publico).

Las innovaciones no sólo se darán en el terreno de la forma, gracias a las herramientas que a algunos nos ofrece la tecnología, sino en el del fondo, en el de lo conceptual (García Canclini). Si bien, en muchas regiones del país no hay condiciones garantizadas ni siquiera para que opere el nuevo modelo propuesto por la SEP, los más jóvenes siguen manifestando el deseo de interactuar con compañeros y maestros. Varios artículos hablan ya del impacto que esta crisis originada por la pandemia tendrá en las generaciones afectadas y a varios años. No obstante el deseo de convivencia física, estas circunstancias nos han obligado a pensar en la institucionalidad arcaica que privilegia los procesos administrativos presenciales. Ahí el caso de los estudiantes de Ciencias Políticas de la UNAM, quienes han tocado todas las puertas posibles para saber cómo se llevarán a cabo sus trámites de titulación.

A pesar de que el acuerdo logrado con las televisoras para el nuevo ciclo escolar público en México es “único”, a decir de la presidencia, hay maestros que ya han manifestado su recelo por sentirse excluidos. Si la educación en línea planteaba el desafío de la distancia, la desigualdad de oportunidades tecnológicas (disponibilidad de equipos y anchos de banda), con todo, era el maestro quien estaba a cargo de sus alumnos (en grupos, en ocasiones, inmanejables). Con la propuesta televisiva y radiofónica, los maestros se desvinculan de sus grupos. De los contenidos, mejor no hablamos todavía, pero la tarea titánica de producirlos puede arrojar resultados no tan satisfactorios. La gestión en casa no representa menos complejidad para los padres: si bien a finales del ciclo anterior el confinamiento voluntario todavía implicaba el cierre de muchas actividades no esenciales, en agosto la mayoría de los padres con empleo o actividad económica informal ya salen a las calles para buscarse la vida. Los pocos afortunados que pueden trabajar desde casa tendrán la computadora para ellos y a los hijos viendo TV. ¿Cuánto tiempo? ¿Con cuánta efectividad en el aprendizaje? De nuevo, ¿cómo se evaluará la interiorización de los contenidos? Son muchos los desafíos que representa la pandemia y un sinfín de condiciones sociales que ponderar.

educacion, capsula de cristal, pandemia
Ilustracion: Expansión Política.

La avidez de un consumidor cultural regular (citadino, con acceso a internet y a equipos de cómputo, TV por cable) lo hace pasar varias horas poniendo atención a eso que desea consumir (García Canclini, https://youtu.be/N0X4_e1MRmI). Pero un niño promedio diversifica su avidez: no quiere sólo aprender, quiere convivir, ser retroalimentado, estar entretenido, socializar su aprendizaje, ser una figura reconocible para sus maestros y compañeros y encontrar en la escuela un espacio de posibilidades que no encuentra en casa. Cierto: como país tenemos experiencia en educación por radio y TV, pero habrá que generar acuerdos e indicadores (más allá del presunto indicador de la “felicidad” que le importa tanto a López Obrador) para evaluar la competitividad con la que saldrán estas generaciones que tratan de aprender en tiempos de la COVID-19. No sabemos si esta telenovela tendrá un final feliz.


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No más alto que los zopilotes

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Me preocupa tanto la situación de mi país, que no sé por dónde abordarla. Reflexiono en torno a algunas líneas publicadas en El colmillo público, en octubre de 1903, en donde aparece un breve relato, que no voy a contextualizar por falta de espacio (“Yo quiero ser diputado”).

Don Anacleto llegó a la estación de San Lázaro, una de esas mañanas de esos albores del siglo XX. Quería ser diputado. ¿Por el bien común? ¿Por hacerle un bien al país? Lo dudo. El texto dice al inicio: «Y bien, Anacleto, tú ya sabes leer en carta y contar, aunque sea con ayuda de los diez mandamientos de arriba y los otros diez de abajo; sabes hablar con el señor cura que nos acaba de venir de España y con el señor “Prefeito”, que nos acaban de mandar de Oaxaca. Ya puedes, pues, soltar el azadón, pelarte la chamarra y el jorongo y largarte á ese México tan hermoso, haciendo la lucha, como aquí la hace el señor Alcalde con el señor Gobernador, para colarte en la Cámara de Diputados…» Y así llegó a la Ciudad de México, sin una maldita idea de lo que era la política, idea que se formó en cinco minutos de conversación con algún metiche que le hizo plática y le dijo que había que allegarse a los que ya estaban allegados.

no mas alto que los zopilotes
Ilustración: Darío Castillejos.

Anacleto –quien compartió un cigarro de hoja de maíz con su interlocutor– quería y se sentía capaz de trascender una condición campesina de pobreza, de marginalidad y de medianía. «¿Pues de dónde viene usté? Uno que quiere ser presidente», le dijo el más experimentado; quien instruyó rápidamente a Anacleto en las artes de «pegarse primer a un candidato a la presidencia» y quien ostenta un conocimiento cosmopolita, que no mella la actitud de nuestro protagonista, mismo que se asume como «conservador». ¿Suena?

A ver: no voy a decir nada nuevo. Pero me martiriza cotidianamente el hecho de escuchar (sin atención, porque no la merece, ni de refilón), fragmentos de los discursos de López Obrador en las consabidas «mañaneras». Ya lo dijo Soledad Loaeza: el estatismo fue una línea de fractura decisiva cuando se construyeron las identidades nacionales. Eso duró mucho tiempo, algo así como siglo y medio, en diferentes regiones del planeta, sobre todo, en el mundo occidentalizado (“Izquierda y derecha en el México de hoy”, Nexos, 1 de enero de 2020). Hace varios sexenios que deploramos el desmoronamiento de un Estado. Del Estado. Y que denunciamos –sin hacer nada más– el papel de saltamontes de aquellos que, al parecer, sirven para la Secretaría de Salud en un periodo, tanto como para la de Energía en el otro; es decir, el de los muchos que buscan reconocimiento político de aquellos a quienes se allegan, como para servirles un puesto de escaño para llegar a otro y no dejar la administración pública federal o local.

Los principios que, de inicio, parece que invaden a todos los que tienen las patotas bien listas para saltar, son morales. La moralidad es un terreno peligroso. En 1734, el Diccionario de Autoridades define moral como «Facultad que trata de las acciones humanas, en orden a lo lícito o ilícito de ellas.» (Aut. Sub voce,). La moralidad es, paradójicamente, lo que ha ostentado y lo que le ha faltado al subsecretario López-Gatell… y qué decir del que ostenta fallidamente el título de presidente de la República, pues no admite acomodo para perfilar el salto al siguiente escaño.

salto de escalño
Ilustración: Darío Castillejos.

Una estrategia tildada de “conservadora” es el esgrimir la moral ante todo. ¿Les suena? López Obrador ha hecho del concepto de moralidad lo que ha querido. Ni mencionar ya el manido episodio de la Cartilla de Alfonso Reyes. Pero no puede haber licitud en el acto de voltear la mirada a la miseria de un pueblo, cuando se ostenta el título de presidente. No la puede haber en el acto de falsear cifras ante la opinión pública, nacional e internacional, ni ante el hecho de fingir que los resultados funestos de una pandemia han terminado en el país. No puede ser moral un discurso divisorio, contradictorio y entimemático basado en dichos populares, porque conlleva la simpatía del “pueblo”, mientras se expone a ese “pueblo” a su propia extinción por negligencia, ignorancia y mala entraña. Si Anacleto quería ser «diputao»; López Obrador aspira a ser un dirigente «moral» sin una directriz más que su afán de poder y dando la espalda a quienes tienen una trayectoria profesional –que no política– y que han desoído a sus propias voces interiores por el ruido que hacen los gritos de la voz más estridente de un interés político.

Frente a una pandemia y a la situación económica, política y social que conlleva, no hay «liberales y conservadores». No debería haber opositores ni «adversarios», pues un gobernante, con toda la altura moral que eso implica, ve por el bien común y no por sus intereses políticos.

Soledad Loaeza argumentaba: «[…] el referente central de la oposición izquierda-derecha ya no era el estado de la Revolución mexicana, sino la democracia pluralista, los derechos ciudadanos y el freno al poder presidencial. Hoy, la división izquierda-derecha nace de la poderosa fractura que opone a quienes defienden el hiperpresidencialismo en construcción, que es la esencia del proyecto de Andrés Manuel López Obrador, y quienes se aferran a los principios del equilibrio de poderes y a las instituciones que fueron diseñadas para acotar el poder presidencial.» (“Como anillo al dedo”, abril 3 de 2020).

no mas alto que los zopilotes
Ilustración: Víctor Solís.

Recientemente, 30 intelectuales firmaron una escueta carta, titulada “Contra la deriva autoritaria y por la defensa de la democracia”, que buscaba atraer la atención del presidente (y bien que la atrajo) y demandarle recobrar el pluralismo político que, si bien, en sexenios anteriores tampoco era artículo del cual enorgullecerse, en este momento está absolutamente soterrado por las pretensiones de un Anacleto de nuestros tiempos. Lo cierto: el gobierno de López Obrador está deteriorando a pasos acelerados las instituciones. Tal vez lo más desastroso (y el desmantelamiento institucional ya lo es bastante) es la insensibilidad, como decía líneas arriba, a la situación de la población. No de gratis el presidente municipal de Motul lanzó su video, del cual, rescato la frase “Nos está llevando la chingada”.

¿Más claro, Anacleto? Las esferas científicas, artísticas, culturales no tienen esperanza contigo. «¿No hay tantos figurines y figurones en la arena política? ¿Pos por qué no ha de figurar él?», preguntaba el cándido Anacleto a su interlocutor. Claramente más experimentado, él le respondió: «Pero nada más como el “Vulcano” de trapo, sin poder volar más alto que los zopilotes». ¿De veras, no se puede aspirar a más? ¿Estamos condenados al autoritarismo, al teatro de pésima calidad y a la ficción estúpida? Para mi gusto, la demanda intelectual (la cual suscribo) se quedó corta al encerrarse en el peligro que representa la presente administración de hacer retroceder los avances democráticos. Por supuesto que es indispensable recuperar el pluralismo político más allá de la división pueril, que es lo que le funciona a López Obrador. No podemos conformarnos con la victoria pírrica que representan los benditos corajes de nuestro Anacleto. Ni tampoco con quienes busquen un proyecto personal fundado en la capacidad elástica de sus patas.


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Música de fondo

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Una realidad es que todos tenemos que trabajar, ya lo sabemos. Y otra realidad es que, en este periodo de confinamiento, quienes hemos podido quedarnos en casa no dejamos de luchar contra los sonidos del exterior que “invaden” nuestras videoconferencias. “Se compran colchones…”; “bísquetes calientitos”, “la patita de pollo, señora” y el nunca ausente “tamales oaxaqueños” componen el fondo sonoro de nuestras reflexiones de la tarde noche. ¿Y antes? Antes no falta que hagamos espacio y logremos la privacidad requerida para un examen, una reunión importante, porque enseguida uno puede contar con que abajo surgirá el ruido propio de un aserradero, taladrarán la banqueta o bien, vendrá la marimba, la tambora, la trompeta o cuando menos, la tímida vocalización de alguien en un estudio cercano.

La realidad es que ésta es nuestra música de fondo ahora. A muchos nos alegró la marimba en alguna tarde taciturna de sábado; a muchos nos dio pesar ya no tener monedas para arrojarle (por enésima vez) al cilindro que trascendió sus céntricas fronteras y llegó a colonias en donde nunca antes había sido escuchado. Todos estos sonidos entrañan para mí una paradoja: por un lado, representan lo perentorio de nuestra condición; por otro encarnan la lucha por la subsistencia (y vaya que el sonido de la tambora subsiste aun cuando uno cierre todas las ventanas para poder hablar). Son sonidos que me remiten al egoísmo (de unos, de otros), a la fragilidad de la frontera entre el espacio público y el espacio privado y a la encarnizada batalla que se puede representar en la frase: “el que grita más fuerte, gana”.

musica de fondo
Ilustración: Slack.

La realidad es que en la oficina no se oía tanta alharaca… ¿O sí? ¿O sería que el peso de nuestra cotidianidad de aquel entonces nos hizo sordos a los sonidos del entorno? La contingencia nos hizo redescubrir nuestro espacio en casa que, parece mentira, pero para muchos no era tan cotidiano como el de trabajo. En la oficina idealmente no éramos interrumpidos por el ladrido del perro o el grito del niño del vecino. Eso es lo que redescubrimos: a los que habitan alrededor, incluidos los músicos callejeros que llenaron el espacio público con sus notas. Recuerden esto: si están a punto de comenzar una reunión virtual, en cualquier momento el cilindro les puede traer las notas de “Las mañanitas”.

Si la vez pasada decía que los fondos virtuales salvaron a los desordenados o a los de paredes desnudas o descascaradas, contra los sonidos del exterior no hay blindaje: aunque se pueda silenciar el micrófono, tarde o temprano tendremos que hablar. Si damos clase, la experiencia resulta en suplicio. Hace poco una amiga compartió un artículo sobre el cansancio que implican las reuniones virtuales porque, como decía hace quince días, no podemos “leer” ese lenguaje que no es el oral, sino que es el perlocutivo. Si el otro se rasca, si me mira de frente, si voltea para todos lados, está emitiendo señales que estoy preparada para decodificar. Pero cuando veo un minúsculo cuadrito con una imagen de alguien muy compuesto en su fondo virtual y ocultando todo lo que pasa debajo de la línea del busto, lo único que puedo es hacer suposiciones. Si ve hacia abajo, probablemente esté anotando o quizá esté comentando lo que digo, con algún amigo, en WhatsApp. O quizá se esté durmiendo.

Pero los sonidos de fondo que la calle en tiempos de pandemia nos trajo, a diferencia de este nuevo régimen de visualidad, son absolutamente sinceros: nada los tapa, nada los disimula ni vela sus intenciones… aun cuando apaguemos el micrófono, nosotros los escuchamos, invaden nuestro campo auditivo, nos quitan la atención y puede que nos estresen más o, en todo caso, nos relajen. Los sonidos de fondo de la pandemia conquistaron, ciertamente, nuestro imaginario; poblarán nuestro recuerdo, desatarán otros tantos y evocarán los conceptos de lucha, pervivencia y, a veces, hasta solidaridad.


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Fotos de pantallas. Las nuevas formas de sociabilidad

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Enfrentamos todos los escenarios: desde el “a mí no me va a pasar” hasta el “Fulanito tiene COVID”. Estos escenarios, en la medida en que la cercanía de la amenaza se diluyó para convertirse en realidad, nos hicieron pensar muchas cosas. Desde qué tan sano es ver a alguien, aun con todas las precauciones, hasta el temor a que ese alguien se sienta discriminado si le decimos que mejor esperamos dos o tres semanas para encontrarnos. Para quienes han podido guardar el confinamiento en lo más posible, desde trabajo hasta relaciones con amigos, plataformas como Zoom Teams, Webex, Facetime o Facebook Halls han representado el único medio de contacto con sus seres queridos y no tan queridos.

¿Cómo se replantea día con día nuestra sociabilidad? La sociabilidad es una tendencia de la vida (Maurice Agulhon). Sociabilidad y socialización no son lo mismo; como nos explica Willian Chapman Quevedo, …la sociabilidad estará atada a una relación innata, algo muy espontáneo, mientras que la socialización se presenta como la forma en que los individuos se relacionan en busca de sus intereses. Así, la sociabilidad es “la forma lúdica de la socialización” (Rivière). Las formas en que la sociabilidad se aborda se imbrican con las de la socialización, sin embargo, la sociabilidad, en tanto necesidad humana, plantea maneras diversas y un tanto líquidas de manifestarse, de lo cual es prueba esta etapa que estamos viviendo. Por ejemplo, los códigos y etiquetas de interacción en todas las plataformas que nos han permitido trabajar en línea se caen cuando las usamos para socializar con amigos. Sacamos el vino, no importa estar ostensiblemente en pijama, no importa que familiares o mascotas se inmiscuyan en la reunión… Es decir, que los tipos de sociabilidad se definen a partir de las plataformas existentes y éstas dependen, como hemos visto, de las circunstancias, la tecnología, las posibilidades económicas, etcétera.

sociabilidad digital
Ilustración: Matteo Farinella.

Los códigos de actuación en el trabajo a distancia, decíamos, están cada día mejor planteados: se levanta la mano, se comparte pantalla, se plantean preguntas en el chat, se procura un escenario ordenado y neutro (dependiendo de la actividad a la que uno se dedique). Los fondos virtuales salvaron a los desordenados o a los que viven en un entorno más castigado materialmente: se puede ver una biblioteca, la torre Eiffel o una nebulosa, pero nunca un muro descascarado, un librero escueto o el desorden de la sala cuando se tiene hijos. Asimismo, los fondos virtuales ocultan a los otros miembros de la familia que, aun cuando respeten en todo el derecho a la privacidad del que trabaja a distancia, deben ir al baño o pasar a la cocina por agua.

Esta contingencia abrió nuestras casas –o incluso el espacio más íntimo, nuestras recámaras– a los ojos del público (salvo que se use un fondo virtual). Expuso nuestro desorden o nuestra manía de orden excesivo, dejó a la vista de otros a nuestras mascotas, hijos, padres o hermanos; abrió la posibilidad a otros de echar un ojo a nuestros gustos y posibilidades en la decoración de interiores, permitió a los padres escuchar las clases de sus hijos.

Mucho se ha escrito en torno a esta violación a la privacidad, que lo es en todos sentidos: para muchos, “el que nada debe, nada teme”; pero otros no tienen la situación tan sencilla. Vetar el video durante un webinar no es de mala educación (lo digo con sorna, nadie fue educado para esto), pero estar en una reunión de trabajo con pocas personas implica el dejarse ver, aun cuando uno no quiera. Escuchar la clase, la junta o la conferencia del otro porque se está en la misma casa no es lo habitual, como tampoco lo es pensar que el orador, del otro lado de la pantalla, no está pensando en dirigirse a públicos tan amplios ni tan variopintos.

Caras vemos, circunstancias no sabemos: “… la esfera cultural es considerada por el sociólogo francés Pierre Bourdieu (2000) como una esfera autónoma del ámbito social, que no está determinada por las directrices económicas sino dominada por el ámbito simbólico cultural. Ahora bien, lo innegable es que la desigualdad reconocida por Bourdieu (…) entre capital económico y cultural estará presente en las formas de sociabilidad. Por lo que es necesario preguntarnos si el capital social entra a mediar dichas desigualdades, es decir, si las relaciones sociales equilibran la balanza entre los capitales” (Chapman Quevedo, op. cit.).

sociabilidad digital
Imagen: Mladen Penev.

Hablamos de capitales culturales, sociales, económicos e intelectuales, sino es que de otros más. Las pantallas negras durante una clase o una sesión de algo no necesariamente revelan desinterés o falta de compromiso: muchas veces revelan circunstancias sociales, económicas y familiares que no estábamos preparados para desvelar ante nuestros públicos virtuales. Estas desigualdades se hacen más patentes en ámbitos de mayor tensión, como reuniones de trabajo o clases y se distienden cuando se trata de reuniones de amigos o familiares.

Si antes, cuando se daba la oportunidad de reunirse con amigos, clausurábamos la sesión con una foto de grupo y un abrazo, hoy las formas de sociabilidad que nos impone la pandemia implican la foto de la pantalla con todos los participantes. Hacemos constar que nos vimos, que compartimos, que socializamos. Lo cierto es que nadie quiere convertir su monitor en la ventana para toda expresión de la sociabilidad, de manera permanente, pues el mismo escenario que tenemos al reunirnos con seres queridos es el del trabajo, muchas veces, el del estudio y el de las compras en línea.

Lo que hay que reflexionar es que nadie nos dijo cómo actuar ante esto. Lo fuimos aprendiendo día a día durante estos meses de confinamiento y, para algunas cosas, nos resultó funcional. Protegemos al otro, a costa de exhibir nuestros espacios y circunstancias más íntimos. En cuestiones laborales, se entiende que los equipos se mantienen unidos a partir de muchas motivaciones que provienen del líder o cabeza, pero también a partir de complicidades horizontales que se extienden en el terreno del lenguaje perlocutivo, y ése sólo se manifiesta para el otro en lo visual y en lo táctil: es necesario vernos. Los guiños entre colegas se han sustituido por mensajes de WhatsApp comentando lo que sucede en una reunión. Cierto, la forma es nueva y surgió de la necesidad de cercanía y de comunicación. Así sucede también con las tomas de fotos de pantalla en donde un grupo de amigos se despide después de un rato. No hay abrazos, no hay besos, pero hay rostros cercanos y queridos, formados en una cuadrícula, esperando el momento de volver a las formas de sociabilidad de antaño.


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Manuel Felguérez. In memoriam

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Perteneció a una generación de artistas que se hermanó en torno a lo que consideraba moderno. Dando la espalda a la enunciación artística que privilegiaba la figuración y la búsqueda de identidad, Felguérez optó por otro camino. La geometría, la textura y el color pronto se le revelaron como los vocablos fundamentales para articular una poética visual que sentó precedentes. Como explicó alguna vez Jorge Alberto Manrique con una claridad meridiana, la Ruptura nunca constituyó, de suyo, un movimiento, pero historiográficamente se han construido preocupaciones similares que han agrupado a diversos artistas en el cultivo de un arte que, como pedía José Luis Cuevas, viera más allá de una cortina de nopal.

Con Felguérez se abre una senda compuesta de muchas búsquedas individuales. Una senda que trató de perseguir la luz que independizaba la pintura de las figuraciones que adoctrinaban, que se podían vincular con programas políticos y con teleologías mal compuestas, como lo fue, en sus inicios, el muralismo. En ese desbrozar, Felguérez alzó la voz echando mano de armas como la pintura y la escultura, para continuar explorando con nuevas tecnologías. Resultado de esto es La máquina estética.

Desde lo profundo de su región y heredero de convulsos hitos históricos en México, Felguérez abrazó lenguajes que no correspondían con sus primeros imaginarios. Cuando contaba pocos años, viajó con su familia a la Ciudad de México y se compenetró con el movimiento Scout, en donde trabó una estrecha amistad con Jorge Ibargüengoitia.

Con él realizó un viaje a Europa: su relación no era desde lo artístico, era desde el interés del descubrimiento de nuevas experiencias. Ambos vieron una Europa recién salida de la Segunda Guerra Mundial, viajaron en trenes de carga, visitaron lugares en donde había quien los alojara y, estando provisionalmente en el Discovery, un barco aportado en el Támesis, los jóvenes vieron nacer una vocación pictórica cuando Felguérez hizo un dibujo y proclamó que ya era artista. Lo que comenzó como una locura y una provocación, se convirtió en el inicio de una fructífera carrera que no careció de estudios y sacrificios. Después de tres meses en la Academia de San Carlos, la formación le pareció insuficiente. “En tres meses, dibujé un carrito”, manifestó en entrevista el año pasado, y decidió irse a estudiar a Europa.

Una vez allá, un escultor ruso que se dedicaba al cubismo lo tomó por alumno en 1949. Problemas familiares impidieron que se quedara por largo tiempo, pero el germen ya estaba sembrado y realizó una exposición de terracotas a su vuelta a México. Comenzó a buscarse como escultor, pues sabía taxidermia por una inquietud juvenil: los animales lo conectaron con la anatomía, con la geometría de los cuerpos, con la idea del volumen.

En 1956, una galería mexicana lo aceptó, junto con Lilia Carrillo, como artista legitimado y se asumió como tal. La suma de sus talentos lo llevó a publicar, incluso, ciencia ficción. Como es habitual, hubo temporadas en las que tuvo que hacerse de trabajos fuera del mundo del arte para poder vivir.

in memmoriam
Fotografía: La Silla Rota.

Protagonista fundador del Salón Independiente, Felguérez se irguió como una figura prominente de la abstracción a finales de los 60. Después de hacer artesanías para sobrevivir, su búsqueda plástica despuntó hacia el descubrimiento de sí mismo, es decir, de esa vocación que surgió casi veinte años atrás, pero desde un horizonte mucho más reflexivo y crítico. Se definió como un hombre con una suerte extraordinaria. El mural de 3 x 9 m que pintó para las Naciones Unidas en Nueva York lo enorgullecía muchísimo. Su vida, su carrera y su obra, son un ejemplo de cómo el arte, la apertura a las vivencias y la educación artística formal e informal conducen a cambios significativos.

Felguérez fue un enunciado de los muchos que se pronunciaron por un arte al margen de la “escuela mexicana de pintura”. Péndulos, palancas, trozos de hierro, vidrio o cobre, lo mismo que madera laqueada y trabajada delicadamente, se articularon en su obra con el color y con la luz. El pasado 8 de junio, Manuel Felguérez dejó este mundo y se inscribió en el libro de los nombres de quienes han dejado un gran legado para la historia del arte mexicano y mundial.


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De cara a la apertura gradual de la actividad, es decir, al extraño e inquietante regreso a esa “nueva normalidad” (el par de términos me cae pésimo: si es nueva, pues simplemente no es normal), ¿quién va a ser del primer contingente de aventados que se anime a ir a un cine, a un bar, a una función de teatro? Por mucho deseo que tengamos de reactivar la economía por el bien de todos, hay que enfrentar una idea: quienes puedan, se mantendrán a distancia todavía un tiempo largo, al menos en todo lo que antiguamente implicaba convivencia y, a raíz de la pandemia, se considera ahora “no esencial”.

Ya alguna vez había traído el punto sobre la mesa: para quien vive del arte, o para el dueño de un bar, su actividad es esencial. Pero venimos de pasar una temporada en la que no sólo experimentamos miedo e incertidumbre, sino que estos sentimientos se acrecentaron a medida en que las declaraciones fueron cada vez más imprecisas, que la prensa nacional e internacional cuestionó cifras y procedimientos, que oímos del recorte del 75% al presupuesto de los recintos culturales. En resumen: perdimos la confianza.

Un sector vapuleado desde diversos frentes, además del presupuestal, pues sus actividades se han tachado de prescindibles, ha ganado, sin embargo, una batalla: la del Fidecine. Y no podemos olvidar que la creación cinematográfica es una de las que más permiten la generación de industrias culturales creativas. Como plantea Gerardo Jaramillo en su columna del 23 de mayo, todas las instituciones culturales deben estar en estos momentos preparándose para enfrentar la coyuntura de un regreso gradual a las actividades, sin embargo, sabemos que las necesidades presupuestales e infraestructurales (agravadas, paulatinamente, desde los sismos de 2017) no permitirán demasiado en estas circunstancias, en las que incluso el financiamiento del sector privado se ha canalizado, necesariamente, a otros menesteres por obvias razones, esto aunado la falta de certeza jurídica (Jaramillo, op. cit.) en el destino de los donativos.

El pasado 18 de mayo se celebró el Día internacional de los museos, como se ha hecho desde 1977. En una atmósfera ciertamente extraña impuesta por la pandemia, el tema de este año fue la diversidad y la inclusión. Ciertamente, al margen de lo que tradicionalmente impondría reflexionar en estas materias, la coyuntura que vivimos en el mundo obliga a reflexionar en la diversidad que el juicio crítico sobre las historias de nuestras instituciones culturales demanda: la diversidad de los públicos, pero también de las historias que se cuentan; la diversidad de concepciones de cultura y de acciones que los gobiernos deberían emprender para rescatar a un sector que se ha estimado como “no esencial”.

El miércoles 26 de mayo, la Organización de Estados Iberoamericanos para la Educación, la Ciencia y la Cultura publicó un decálogo en el que se insta a sensibilizar al público sobre la importancia que tiene la protección del sector cultural frente a los embates de la pandemia. El primer postulado es “la cultura debe ser considerada como bien de primera necesidad, incluyéndola entre los beneficiarios explícitos de todas las políticas y ayudas públicas.” Bien leído por nuestro gobierno, es una frase palmaria para borrar de tajo la impresión que, incluso la propia Secretaria de Cultura Federal, Alejandra Frausto, ha dejado al afirmar que el sector será de los últimos en volver a sus actividades, claro, en vista de que no se trata de algo esencial. Si, como plantea el comunicado, las industrias culturales y creativas generan entre el 2% y el 6% del PIB en América Latina y el Caribe, debemos inferir de aquí que las actividades, si bien exigirán adaptaciones imaginativas para realizarse en cumplimiento de las medidas sanitarias que no podremos relajar en un buen tiempo, representan también oportunidades de empleo que, en estos momentos, no son escatimables.

Desde dentro, una iniciativa que va por el mismo tenor, pero que se concentra en el sector de los museos, se hizo llegar esta semana al Ejecutivo federal: la del Frente ProMuseos, quien demandó el pasado 24 de mayo contemplar a los museos en su plan de emergencia, pues “la gran mayoría de museos del país, al igual que los trabajadores culturales, artistas y gestores, confrontan pérdidas económicas significativas que ponen en riesgo el derecho a la cultura de todos los ciudadanos”. Entre las peticiones, figura también la redirección de los recursos que se pensaba destinar al proyecto del Espacio Cultural de los Pinos y Bosque de Chapultepec y la construcción del Pabellón de Arte Contemporáneo; dado que esta administración parece no advertir que carga con un exceso de recintos y con dos instituciones históricas y monumentales que requieren de atención inmediata, sería útil que se repensaran las prioridades.


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Tiempo sin espacio. Los museos frente a la pandemia

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Hace tiempo que la literatura especializada sobre museos habla de ellos como espacios de transformación. Gradualmente fue modificándose su concepción de espacios de conservación y resguardo de objetos curiosos o de memoria, a escenarios donde se despliegan discursos que redundan en la transformación del visitante a partir de diversos detonantes. Sin importar si es de ciencia, de arte o de historia, el museo como institución se ha visto envuelto en discusiones que involucran su función social, su pertinencia, su presupuesto y que, sin duda, se han agudizado de cara a los efectos económicos de la pandemia y del confinamiento.

Prácticamente todo, todo lo que conocemos como estructura de vida y socialización se está transformando a raíz de la pandemia, y han salido varios artículos que reflexionan en torno a la situación de los museos y al sector cultural en términos generales en el marco de las decisiones económicas que esta administración federal ha tomado. No me propongo bordar sobre el mismo punto, pues el lector que desee conocer un panorama pormenorizado se puede remitir al excelente artículo de Graciela de la Torre que publicó El país el pasado 2 de mayo, “Cómo acabar con la creación, los museos y el andamiaje cultural de México”.

museos frente a la pandemia
Fotografía: France 24.

Además de contar con una larga, próspera e intachable trayectoria en el ramo de la gestión de instituciones públicas y privadas, así como de estar familiarizada con las discusiones contemporáneas en torno a la ontología y funcionalidad del museo, De la Torre ha sido una impulsora activa de la construcción de mecanismos para apoyar el desarrollo de estos recintos desde el punto de vista curatorial, mercadológico y presupuestal. Si en otros países se encara ya la coyuntura de reabrir los recintos conservando las máximas normas de seguridad para el público que recién sale a sus actividades de nuevo, en México los museos públicos enfrentarán un drama adicional: no es sólo abrir y garantizar la “sana distancia”, es abrir con un recorte presupuestal abrumador, abrir sin garantía de pago para el personal de capítulo 3000, abrir sin oferta atractiva de exposiciones, abrir sin la expectativa de que haya largas filas de visitantes impacientes: el mundo que construyeron personajes como Graciela de la Torre ha cambiado drásticamente. ¿Cómo imaginaremos los museos en el tiempo que viene?

Ya vimos en esta cuarentena que la generación de contenidos en línea no es lo fuerte de los museos mexicanos. El ICOM (International Council Of Museums) ha recomendado crear exposiciones y recorridos virtuales, hacer exposiciones en Pinterest e Instagram, crear historias con hashtags e, indudablemente, muchos recintos han logrado sostener su oferta aún con el confinamiento. ¿Qué viene después? Ingresos escalonados y regulados, toma de temperatura a los visitantes, gel y distancia sana en los museos que albergaban grandes oleadas de visitantes nacionales y extranjeros. Pero ¿cuál es el escenario real de museos menos favorecidos que, si de por sí ya enfrentaban crisis presupuestales, ahora han recibido el tiro de gracia con la solicitud de recortar su gasto en un 75%?

museos frente a la pandemia
Fotografía: NBC.

Los museos son espacios de transformación, decía al inicio, y justamente por ello, son espacios físicos que proporcionan estímulos y ambientes propicios para la sanación, para el encuentro del visitante con su dimensión trascendente. El problema de la oferta en línea es que, en mucho, proporciona información, mas no afectación estética. Se trata del carácter aurático de las colecciones, tal y como lo define Walter Benjamin en La obra de arte en la época de su reproductibilidad técnica (1936): “Todo el ámbito de la autenticidad escapa a la reproductibilidad técnica”; el carácter histórico de los objetos exhibidos encuentra una nueva dimensión en la medida en que se consumen a distancia, mediados por una pantalla.

En el consumo virtual, la vinculación afectiva se diluye en pro de un ánimo de coleccionista: se pueden formar galerías, compartir, hacer grandes las fotografías para apreciar detalles de las piezas, pero el aura de los objetos permanece en ellos y en sus recintos. “¿Qué es propiamente el aura? Un entretejido muy especial de espacio y tiempo: aparecimiento único de una lejanía, por más cercana que pueda estar” (Benjamin, La obra de arte…, p. 47). Ese entretejido de espacio y tiempo se desarma si falta, naturalmente, una de las variables: el espacio. El consumo virtual merece ser analizado con detenimiento, desde luego, pero la experiencia está condicionada por el espacio y el encuentro con la historicidad y la tradición que comportan los objetos exhibidos.

Los museos también son sitios para la investigación: no sólo para los profesionales que ahí laboran, en contacto con colecciones, con objetos reales, con su materialidad y enfrentando cotidianamente el drama de su preservación; sino también para el público visitante: recorrer, discurrir a través de lo que un curador ha propuesto; es una labor investigativa: los detalles que revelan las piezas, más allá de los discursos, reportan una experiencia de conocimiento. ¿Volveremos a tener esa experiencia? En mi fuero interno, quiero responder que sí. Lo que seguramente cambiará serán los modos de aproximación, la gradualidad o administración de las afluencias ante propuestas que, tímidamente, reclamen de nuevo territorio: su espacio.


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Tiempo de cuarentena

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Según la Real Academia Española, el término cuarentena no necesariamente hace referencia a cuarenta días en sentido estricto. Designa un periodo de tiempo en que, por razones de prevención, se mantiene aislamiento; probablemente, la cuarentena, en origen, sí duró cuarenta días en recuerdo de los que pasó y ayunó Cristo en el desierto. En el texto bíblico, son numerosas las referencias a los cuarenta días, más como un tiempo de prueba que como un retiro preventivo. En el Génesis (7:17), por ejemplo, se relata que Dios hizo que lloviera cuarenta días y cuarenta noches; en el Éxodo, donde se relata la salida del cautiverio del pueblo judío, se menciona que Moisés entró en una nube y que fueron cuarenta días y cuarenta noches las que permaneció en el Monte Sinaí (Ex. 24:18); Jonás recorrió la ciudad de Nínive y proclamó que dentro de cuarenta días, la ciudad sería arrasada (Jonás, 3:4). Todas las menciones a los cuarenta días, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento, refieren a un periodo de probación, de desafío, de resistencia.

Atendamos entonces al tiempo, que es un no tiempo, de los relatos fundacionales: 40 días o 40 años designan una cantidad necesaria para probar que alguien es capaz de hacer frente a una o varias pruebas arduas. Aunque nuestro confinamiento relativo y semivoluntario es una prueba difícil, otros países se las han visto peores. Si queremos ver este tiempo como tiempo de productividad, considero que habremos caído en un grave error. Porque las pruebas no nos permiten la productividad en los términos en los que la demanda el capitalismo de la modernidad. No basta con ver el meme –por cierto, nada inspiracional– de “el que no salga de la cuarentena con un nuevo proyecto, un libro leído o sabiendo un idioma… bla, bla, bla” para ponerse los pantalones y comenzar la acción. Yo soy de las que ingenuamente pensó en el tiempo que tenía por delante como el ideal para escribir artículos, terminar todas esas lecturas pendientes, arreglar los clósets y ponerme a dieta. En realidad, el pensamiento de un tiempo indefinido que pasaría en un lugar indefinido me tenía bastante angustiada.

cuarentena y angustia
Ilustración: Sebastiano Monti.

Tampoco se trata de un tiempo de ocio, es decir, de un tiempo que podemos dedicar, por suspensión voluntaria de labores, a otras que no realizamos como actividad productiva. No es un tiempo para especular tranquilamente, porque lo último que tenemos es tranquilidad. Este tiempo es un tiempo de excepción y, a diferencia de cuando vivimos un desastre, un atentado o un cataclismo, este tiempo no tiene una duración que se marque a partir de una crisis, pues no sabemos en qué momento enfrentaremos la verdadera crisis.

Fernand Braudel en La historia y las ciencias sociales hablaba del acontecimiento como algo éclatant, brillante, como un fulgor que, de pronto, se extingue pero deja trazas de haberse encendido y es entonces cuando los historiadores despejan el humo para asomarse a conjeturar qué fue lo que sucedió allí. En este caso, no hay un acontecimiento fulgurante: tenemos una epidemia que, al cabo de los meses, se convirtió en pandemia y un cúmulo de teorías en torno a ella. Tenemos una construcción diaria de un proceso que, en cada país, va tomando proporciones distintas, que se politiza, que se extrema y que causa pánico en muchos.

El enemigo es, en ocasiones, una pequeña esfera crestada, presumiblemente de color verde, que se ha hecho ver a fuerza de los mass media y de la imaginación popular. Otras veces, el enemigo es el que tiene que salir a la calle a trabajar y representa un riesgo de contagio. Otras, es la autoridad sanitaria, de cuyos números se duda porque hay razones para hacerlo. En esa construcción diaria de la pandemia, hay días en que el protagonista es el virus, otros en que los villanos son quienes agreden al personal médico y otros los “irresponsables” (algunos sí, desde luego) que salen a la calle y que ponen en riesgo el encierro que “yo religiosamente he llevado”.

aislamiento y cuarentena
Ilustración: Tea Jurisic.

Vean cómo en estas narrativas, el verdadero protagonista soy yo y mi entorno amenazado, lo cual revela que en nuestro país no existe el concepto de responsabilidad social, no al menos como en otros ámbitos. Vean cómo en estas narrativas, lo que está en juego es la calidad del montaje para producir emociones, generar obediencia o bien, rechazo abierto a las medidas, ya por ignorancia, ya por negación, ya por ambas.

 ¿Y qué pasa después de la cuarentena? No sé; no sé lo que pasa al franquear esa barrera, porque cabalmente, y como la estemos llevando, nadie puede cantar victoria todavía. Sabremos que tuvimos relativo éxito una vez que las autoridades sanitarias declaren que podemos volver poco a poco a salir, y conste que no digo a nuestra vida normal, porque eso ya es diferente y la vida que teníamos antes no volverá. Después de los cuarenta días, Noé abrió la ventana del arca que había construido por instrucción divina; una paloma le trajo una vara de olivo. Tuvo que esperar varios días más hasta entender que el agua que inundaba la tierra se había secado y podía salir. Se tardó, pero hubo un después. Tras los cuarenta días que Moisés permaneciera oculto a la vista de su pueblo, bajó con las tablas de los mandamientos y un rostro tan resplandeciente que Aarón y los suyos tuvieron miedo de que se les aproximara. No era el mismo, pero hubo un después.

Lo que sabemos es que la vida no va a ser igual. Que muchas de nuestras prácticas sociales y en privado se van a modificar; que tendremos que construir sobre una economía en contracción, pero que eso es, a la vez, una oportunidad. A cada quien le llegará, a su tiempo, su paloma con una vara de olivo: nadie tiene que hacerse vegano, ni yogui, ni bajar 10 kg, ni obtener un grado en línea en esta cuarentena. Tampoco es obligación hornear pasteles ni hacer mandalas. Hay que resistir y sobrevivir de la mejor manera que podamos, con lo que tenemos y quienes tenemos a la mano, y esperar el fin de la prueba. Habrá un después.


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