Mente y Cuerpo

El yo artificial: prótesis, avatares y robots

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“El cuerpo es un concepto”. Cuando hace años escuché esta frase, me pareció chocante y síntoma de un idealismo absoluto que considera la mente como primordial y a la materia, cuerpo incluido, como una derivación de su etérea actividad. Después de años de indagar sobre el problema mente-cuerpo me he dado cuenta de que mi convicción realista de que existe un mundo fuera de las mentes que puedan percibirlo y recrearlo, implica que el cerebro es el órgano dedicado precisamente a percibirlo y recrearlo. En este sentido acepto una variante puntuada de esa frase: “El cuerpo” es un concepto. En efecto la conciencia de uno mismo implica la imagen y representación verbal del propio cuerpo por el sistema mente-cerebro y éstas tienen una realidad psicológica indudable y trascendente que sostiene a un yo dúctil y mudable que exploro en estas secciones.

Recuerde el lector o lectora algún incidente de ir conduciendo su automóvil e involuntariamente rozar o rayar la carrocería con algo externo: ¿no sintió este choque como si la superficie metálica fuera la propia piel? Al conducir un vehículo, la imagen o representación del cuerpo se extiende a todo el coche, porque en su movimiento éste depende de las decisiones del conductor. Pensemos en el bastón de un ciego. Insensible e inerte por sí mismo, el bastón se torna en una extensión, en una prótesis del cuerpo, porque el ciego palpa al entorno con él, descubre obstáculos y lo manipula para apoyarse, remover un estorbo o propinar un bastonazo. El cerebro del ciego realiza un acomodo funcional que Juan González, filósofo mexicano de la percepción, denomina “recalibración prostética”, una adaptación tácita e inmediata de las capacidades funcionales que pone en evidencia la extraordinaria plasticidad cerebral en íntimo juego con la situación.

banco ciego
Banco ciego, ilustración de “La isla del tesoro” (1911) por Newell Convers Wyeth. El bastón del ciego se convierte en una extensión prostética de su cuerpo. (Imagen de Meister D).

En la realidad virtual ocurre una readaptación más patente, pues el ajuste implica una reorganización de los sistemas sensitivo-motores. La identificación con avatares o dobles virtuales muestra la maleabilidad no sólo de la imagen corporal, sino de la agencia y sentido de posesión del cuerpo, capacidades que explota de manera espectacular la película Avatar de James Cameron (2009), aunque la ficción de producir un avatar tridimensional que se desempeñe en el mundo real no tiene por el momento posibilidades. Las técnicas actuales de realidad virtual sí han permitido crear simulaciones del cuerpo del participante en tercera dimensión de tamaño real. Incluso ha sido posible sumergir al sujeto en ambientes virtuales que reproducen situaciones realistas de tal manera que se reconozca en el avatar virtual y tenga la ilusión de poseer ese cuerpo que dista de ser el suyo. Para ello es necesario sincronizar los estímulos sensoriales del cuerpo original y del sustituto, como hemos relatado antes en referencia a la ilusión de la mano de hule. Lo que se produce es una ilusión del cuerpo entero y el participante puede verse a sí mismo sea en primera persona, como si en efecto estuviera en el cuerpo virtual de su avatar, o en tercera persona, como se ve uno entre dos espejos. Estas técnicas se han usado para modificar ciertos trastornos de la imagen corporal, como la anorexia, pues, al cambiar las dimensiones del cuerpo virtual, cambian las actitudes de los sujetos hacia sus propios y “verdaderos” cuerpos.

avatar
Sigourney Weaver y su avatar en la película Avatar de James Cameron (2009) (Imagen de Bolsamania).

Otra cuestión de la maleabilidad de la conciencia corporal y de la autoconciencia se refiere a si será posible generarla en robots capaces de comportarse como seres humanos. Si esto fuera así, el robot debería ser considerado análogo a un ser humano, aunque su cuerpo sea mecánico. He referido antes que en su célebre libro “Yo, robot” (1950) el científico y escritor de ciencia ficción Isaac Asimov inventó a Cutie, un tipo avanzado de robot que desdeña a los humanos, se autoproclama profeta de los robots y no se convence de que es una máquina. El relato asume que un robot tan inteligente como Cutie disfruta de una conciencia de sí, pero se puede pensar que es un sofisticado artilugio parlante que capta el mundo y obra sobre él, pero sin sentirlo ni sentirse.

Portada de “Yo robot” de Isaac Asimov, originalmente publicado en 1950. Abajo: Ilustración de este libro en Loresumo.
Yo robot de Isaac Asimov,

Decidir una cuestión de este calibre parecería requerir el recurso del teatro griego conocido por la expresión latina Deus ex machina (el dios que baja de la máquina), la aparición en escena de un dios para resolver un enigma que está más allá de la capacidad humana. Esta expresión, pero sin intervención divina, constituye el título de la película de ciencia ficción Ex-machina (Alex Garland, 2015), la cual aborda de manera lúcida y fascinante el intento de resolver si una máquina en forma de una figura femenina capaz de habla y conducta humanas, es o no es consciente y, sobre todo, si tiene conciencia de sí misma. Para ello Nathan (Oscar Isaac), su creador, un extravagante potentado y genio de la Inteligencia Artificial que vive aislado en un hogar-laboratorio remoto y paradisíaco, manda traer a Caleb (Domhnall Gleeson), avezado técnico de su empresa, para dictaminar si la robot llamada Ava, tiene o no conciencia. Caleb se da cuenta de que se trata de una avanzada prueba de Turing, la propuesta de que si no es posible distinguir la conducta del robot de la humana, el robot debe poseer no sólo inteligencia, sino conciencia de sí mismo, lo que vendría a constituir, de hecho, un yo artificial.

Ex-Machina
Ava, Caleb y Nathan, personajes de Ex-Machina, película de Alex Garland (2015) que plantea averiguar si una robot construida para comportarse como humana tiene conciencia de sí (Imagen de: World of Movies).

Para ello Caleb entrevistará a Ava durante una semana y deberá dar su dictamen. Cuando Ava (Alicia Vikander) aparece en escena, es claramente una robot, pues partes de su estructura son transparentes y dejan ver la maquinaria interior, pero en su totalidad, en su actitud y en su faz Ava es claramente femenina, atractiva y acaso seductora. Caleb se da cuenta de que Ava no sólo tiene una inteligencia aguda y emociones congruentes, sino que parece tener conciencia de sí. Pero ¿se trata de una simulación magistral o Ava está realmente consciente? Cuando Caleb le pregunta si puede demostrar que es un ser consciente de sí, ella sagazmente le responde: ¿puedes tú probar que eres autoconsciente? Al no haber evidencia demostrable, Caleb debe generar una opinión justificada. Pero vemos que Nathan ya había previsto esto y para él la prueba definitiva consistiría en que Caleb se enamore de Ava, con lo cual se habrá cumplido con creces la prueba de Turing. Caleb, en efecto, se enamora de Ava, pero ella tiene otros planes que demuestran capacidades muy eficaces y elaboradas de manipulación, simulación y planeación de estrategias para satisfacer sus deseos.

En tanto espectador de la película, veo que todas estas son características necesarias de la autoconciencia, pero ¿son suficientes y probatorias? Como no es posible tomar la perspectiva de Ava, la cuestión depende de si se puede atribuir autoconciencia a otro ente con base en su comportamiento y lenguaje. Dado que Ava despliega caracterísitcas que asociamos a la autoconciencia se la concedemos de forma espontánea y razonable como se la concedemos a nuestros prójimos humanos. Pero el asunto tiene implicaciones profundas. Por ejemplo: para crear una humanoide autoconsciente su creador debería conocer el fundamento material de la autoconciencia, implementarlo en el robot y comprobar que se comporte como tal. Pero Nathan ha fabricado una máquina que reproduce o imita a la perfección conductas humanas y se pregunta si Ava en verdad es y está autoconsciente. La inteligencia artificial ha hecho creer que no importa de qué está hecha la máquina, sino lo que hace y ejecuta, pero un neurobiólogo como el que esto escribe está convencido que la conciencia y la autoconciencia requieren de un organismo vivo no sólo dotado de neuronas, sinapsis y neurotransmisores, sino de inscripciones históricas, culturales y simbólicas para que pueda ser consciente del mundo, de sí mismo y poder disfrutar de ese saber que sabe de sí.


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En vista de que la corporalidad parece ser literalmente sustancial para la autoconciencia, las experiencias de estar fuera del cuerpo, de ver el propio cuerpo desde fuera (autoscopia) o de verse a sí mismo en el mundo extrapersonal (heautoscopia) son relevantes para analizar la autoconciencia y la naturaleza del yo en referencia al cuerpo. Durante una experiencia fuera del cuerpo el sujeto siente que sale o se encuentra fuera de su cuerpo y puede verlo desde una ubicación externa. En las publicaciones neurológicas y psiquiátricas se describen episodios de este tipo durante los efectos de psicofármacos disociativos, en experimentos de deprivación sensorial, en las parálisis del sueño, en ciertas lesiones de la corteza cerebral, o en situaciones cercanas a la muerte. En muchas tradiciones y culturas se registra la creencia de que una parte sutil se desliga temporalmente del cuerpo en ciertos estados de conciencia, como los sueños, la embriaguez, el orgasmo o el trance chamánico.

experiencia fuera del cuerpo
Ilustración de Robert Blair al poema La Tumba del alma abandonando el cuerpo, una creencia religiosa generalizada y compatible con la idea de que algo similar y transitorio ocurre con las experiencias de fuera del cuerpo (Ilustración tomada de Wikimedia).

El concepto de “experiencia fuera del cuerpo” fue propuesto como out of body experience en 1943 en el libro Aparitions del matemático, ingeniero y parapsicólogo George Tyrrell. Desde entonces ha sido tema de fuerte controversia entre dos enfoques que sostienen premisas opuestas. Por un lado, la tradición ocultista y esotérica, apoyada a mediados del siglo XX por la parapsicología, supuso que un elemento sutil o espiritual concebido como “cuerpo astral” o “proyección anímica” puede separarse del “cuerpo físico”, observarlo desde afuera y moverse a distancia o en otras dimensiones. Por otro lado, la mayoría de los científicos, clínicos y filósofos actuales considera a estas experiencias estados especiales o alterados de conciencia de tipo alucinatorio relacionados al sueño pero que pueden suceder en la vigilia y tienen en común una disfunción cerebral.

proyeccion astral
Ilustración de una experiencia fuera del cuerpo en una página sobre el hinduismo.

Ésta es una querella entre dos posiciones filosóficas aparentemente incompatibles: el dualismo de los primeros que plantea una conciencia descarnada, un ámbito espiritual separable de otro material, y el monismo de los segundos que supone un materialismo incompatible con un alma o una entidad consciente separable del cuerpo, particularmente porque la actividad cerebral se perfila como necesaria para que ocurra la conciencia en general y la conciencia de sí en particular. Algunos académicos que en las últimas décadas del siglo pasado admitían una entidad consciente separable del cuerpo realizaron experimentos en los que durante una experiencia fuera del cuerpo, el sujeto describía objetos distantes. Sin embargo, estos experimentos no llegaron a ser probatorios porque no se utilizaron controles adecuados o porque no ha sido posible replicarlos.

En la neurociencia cognitiva se ha acumulado evidencia de que varios fenómenos autoscópicos, trastornos en la propiedad del cuerpo y experiencias fuera del cuerpo, parecen deberse a una falla para integrar la información sensorial proveniente de los sentidos y la que procede del propio cuerpo en forma de señales táctiles, propioceptivas, viscerales y vestibulares. Esta integración requiere de  la activación de la zona del cerebro conocida como unión temporo-parietal, situada entre los lóbulos parietal y temporal.

Olaf Blanke
El neurocientífico cognitivo suizo Olaf Blanke, en una página que lo califica como “cazafantasmas”.

Uno de los investigadores más conocedores y activos sobre el fundamento cerebral de las experiencias fuera del cuerpo es el neurocientífico suizo Olaf Blanke. En un reconocido experimento del año 2002 su grupo de trabajo demostró que es posible inducir experiencias fuera del cuerpo mediante la estimulación de la coyuntura temporo-parietal de la corteza cerebral. Poco después, el mismo grupo revisó en detalle los fenómenos autoscópicos descritos en 41 pacientes referidos en la literatura neurológica y psiquiátrica del siglo XX y concluyó que ocurre una alteración en el procesamiento de la conciencia de sí atribuible a la unión temporo-parietal de la corteza cerebral.

En otro detallado análisis que incluyó datos fenomenológicos, neuropsicológicos y de imágenes cerebrales de 6 casos de experiencias de fuera del cuerpo, el equipo de Blanke presentó evidencias de que tales experiencias se asocian a sensaciones anormales de posición, movimiento y autoimagen corporal. Las experiencias incluyeron fenómenos o sensaciones de tipo vestibular, como las de volar, flotar o rotar; sensaciones ilusorias del cuerpo, como acortamientos, transformaciones o movimientos extraños de las extremidades, y sensaciones de ver el propio cuerpo desde afuera. En los 6 casos volvieron a encontrar evidencias de daño o disfunción de la unión temporo-parietal y concluyeron que la desintegración en los mecanismos que unifican las sensaciones es un mecanismo decisivo para explicar las experiencias fuera del cuerpo.

lobulos
La zona de unión de los lóbulos temporal y parietal (en el círculo rojo) recibe e integra información de todos los sentidos, tanto del mundo externo como del propio cuerpo, para integrar una representación de uno mismo. Las alteraciones en su funcionamiento se relacionan a experiencias fuera del cuerpo (Ilustración tomada de Wikimedia).

El tema que nos ocupa quedaría trunco si no mencionamos la larga indagación de Susan Blackmore, escritora graduada como psicóloga en Oxford y con un doctorado en parapsicología. En su juventud tuvo una experiencia fuera del cuerpo muy intensa y dramática que la convenció de la existencia de un cuerpo sutil o astral separable del cuerpo físico. A partir de entonces se dedicó a investigar el fenómeno y se convirtió en una especialista muy acuciosa de los relatos, las investigaciones y las controversias teóricas y filosóficas. El hallazgo de Blanke de que es posible inducir este tipo de experiencias mediante estimulación cerebral, la convenció de que no se deben a un espíritu separado del cuerpo material, sino a que el modelo o imagen que el cerebro crea del cuerpo puede modificarse y producir toda una gama de ilusiones y alucinaciones autoscópicas. Es así que su posición ha variado desde un dualismo mente-cuerpo hasta una visión más acorde con la neurociencia actual, aunque actualmente sostiene que estas experiencias cuestionan una visión realista ortodoxa porque el yo habitual se revela como una ficción de ser alguien localizado y fijo que en estos episodios se remplaza por “una vista de pájaro.” Afirma Susan Blackmore:

…tenemos investigación que liga las experiencias fuera del cuerpo con procesos cerebrales medibles, con otras experiencias y con investigaciones sobre el misterio de la conciencia. (…) las experiencias fuera del cuerpo realmente suceden, cambian la vida de la gente y son temas fascinantes de estudio. Pero más que decirnos algo sobre espíritus, almas o cuerpos astrales, revelan algo mucho más interesante sobre la ilusión de ser yo.

Susan Blackmore
Susan Blackmore y portada de su libro sobre experiencias fuera del cuerpo.

Normalmente las personas tienen su imagen corporal integrada como una unidad estable y coherente, “el modelo de la realidad” que parece verdadero porque es funcional y coherente. Pero ese modelo puede debilitarse o ser remplazado por otros en diversas situaciones. Por ejemplo, la experiencia de percibir el propio cuerpo “desde afuera” ocurre con regularidad en los sueños. Ese yo onírico implica que el cerebro tiene la capacidad de representar el propio cuerpo. La representación que ocurre durante la fase neurofisiológica de movimientos oculares rápidos (MOR) es similar a la vigila, en tanto que la que sucede en otras fases suele ser autoscópica.


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En la psiquiatría actual, la personalidad múltiple se denomina trastorno disociativo de identidad y se caracteriza por la expresión de dos o más identidades en un individuo. Se describe que cada una de estas personalidades vive una historia diferente y con nombres distintos de tal manera que, cuando una de ellas aflora, controla la conducta y no guarda memoria de la otra, un punto muy debatido. Las personalidades pueden ser diferentes u opuestas, como una rebelde, traviesa e irresponsable, en oposición a otra madura y convencional. La naturaleza de este trastorno no está clara; en una revisión se dice que afecta a un 1% de la población general, se presenta como una emergencia psiquiátrica y se asocia a traumas intensos durante la infancia y a estrés postraumático. Sin embargo, otros especialistas opinan que no es una patología definida que se vea en la práctica, sino una actuación más o menos deliberada. Para la neurociencia, también resulta difícil asimilar y demostrar que varias identidades psicológicamente distintas puedan aflorar en el mismo cerebro.

A pesar de esta incertidumbre, la personalidad múltiple ha sido un tema frecuente en la novela y aún más en el cine. Aparece inicialmente en El doctor Jekyll y Mr. Hyde (1886), célebre novela gótica del escocés Robert Louis Stevenson que relata la disociación entre Jekyll, afamado y respetable médico inglés, y su alter ego, Hyde, siniestro personaje cuyo deterioro moral lo lleva hasta el crimen. La novela ha dado lugar a más de una docena de adaptaciones cinematográficas, entre las que destaca la protagonizada por John Barrymore en 1925, lo cual habla del hechizo que ejerce un alter ego oculto y siniestro, el arquetipo de la sombra postulado por Carl Jung como una faceta oscura de la personalidad.

Jekyll y Hyde
John Barrymore como Jekyll y Hyde en la película de 1925 (imágenes tomadas de: C’mon Murcia).

Muchas de las películas sobre personalidad múltiple están bien elaboradas pero presentan el trastorno de manera errónea y confusa, como lo detalla Beatriz Vera Poseck, psicóloga clínica de la Universidad Complutense de Madrid en una detallada revisión del tema. Por ejemplo, a pesar de que hay muy pocos casos de asesinatos cometidos por pacientes, la mayoría de las películas suelen desplegar personajes violentos, lúgubres o criminales. Además, el cine no permite representar los estados subjetivos de la doble personalidad, la esquizofrenia, la psicopatía o la epilepsia del lóbulo temporal, aunque una buena película sí puede sugerir en los actos visibles de los personajes algo de sus mundos interiores.

Dada mi larga afición al cine y a la neuropsiquiatría, recuerdo y comento ahora varias películas sobre personalidad múltiple. La primera es Las tres caras de Eva (1957), escrita por su director Nunnally Johnson, con la colaboración de dos psiquiatras que conocieron el padecimiento de Chris Sizemore, una tímida joven que acudió a consulta por dolores de cabeza. Dado que en las sesiones y en su vida cotidiana surgía otra personalidad muy distinta, revoltosa y descarada, los terapeutas indujeron una tercera para intentar la curación de la paciente. La excelente actriz Joanne Woodward encarnó a la enferma en esta película que se elaboró sin inventar o explotar semblantes tétricos o actos patibularios.

personalidad multiple
Cartel de “Las tres caras de Eva” (1957).

La personalidad múltiple no se restringió al thriller o al terror, sino que pronto incluyó una ingeniosa comedia escrita, producida, dirigida y actuada por Jerry Lewis, desaforado y talentoso comediante norteamericano. El profesor chiflado (1963) trata de un maestro de química torpe y ridículo pero bondadoso, quien, harto de ser objeto de exclusión y burla, desarrolla un brebaje mágico. Al revés de lo que acontece con Jekyll y Hyde, al beber la pócima el profesor se convierte en un guapo, asertivo y aclamado seductor que canta como un forzado crooner, pero resulta un ególatra e insoportable patán. La película contiene gags surrealistas que, a diferencia de los thrillers que supuestamente presentan historias basadas en hechos clínicos, subrayan la naturaleza tan absurda como emblemática de la doble personalidad.

El profesor chiflado
Jerry Lewis como el profesor Julius Kelp y su alter ego Buddy Love en su película ”El profesor chiflado” de 1963.

El caso más famoso de personalidad múltiple en la cultura estadounidense fue el de la joven Shirley Mason, quien en 1954 acudió a la consulta de la psicoanalista freudiana Cornelia Wilbur por padecer pesadillas y alucinaciones. Durante una década de terapia, que incluyó hipnosis y pentotal, la paciente desarrolló una docena de personalidades de diferentes sexos y razas y recordó que su madre la sometió a humillaciones y abusos sexuales. En 1973 la escritora Flora Schreiber publicó el libro Sybil basado en esta terapia relatada por la doctora Wilbur que llegó a ser un best seller y fue filmado en 1976 con Sally Field como la paciente y Joanne Woodward como la terapeuta. La personalidad múltiple, un trastorno muy raro, pasó a ser una moda de consulta en Estados Unidos. Posteriormente, el diagnóstico fue puesto en duda por algunos especialistas arguyendo que la paciente no había presentado otras personalidades antes de entrar en tratamiento y que la terapeuta y la autora exageraron o inventaron incidentes de manera sensacionalista.

Sybil
Carátulas del libro “Sybil” de 1973, de la película “Sybil” de 1976 y de Sybil Exposed en el que se rebate la exposición y la interpretación del caso en los dos primeros.

Una disociación espectacular de la personalidad se representó en una de las películas más aclamadas del cine, Psicosis (1960) de Alfred Hitchcock, donde el protagonista Norman Bates (Anthony Perkins) es un enfermo mental que adquiere el atuendo y la personalidad de su madre muerta para apuñalar en la ducha a una aterrada Marion Crane (Janet Leigh). La película es una fantasía gótica fascinante, cuya trama se aclara hasta las últimas escenas, pero no constituye una representación realista de doble personalidad o de esquizofrenia. Algo más enrevesado sucede con Vestida para matar (1980) de Brian de Palma, director hábil y efectista que recarga el estilo de Hitchcock. Trata de un psicoanalista neoyorkino (Michael Caine) que asesina vestido como una de sus pacientes, una mujer transexual que al final ¡resulta ser la otra personalidad del propio psicoanalista! En estas dos películas se ofrece una rebuscada explicación psicoanalítica para darle credibilidad al relato, pero que difícilmente resulta verosímil. 

personalidad multiple Norman Bates
Dos facetas de Norman Bates (Anthony Perkins) en Psicosis (1960) de Alfred Hitchcock, como Norman Bates y como su madre asesina.

El género cinematográfico de la múltiple personalidad culminó de forma genial en Zelig (1983) de Woody Allen, un falso documental convincentemente situado en los años 20 y 30 donde se explotan y caricaturizan los elementos del género. Muestra y relata que Leonard Zelig (Woody Allen), no sólo manifestaba diferentes personalidades, sino era un “camaleón humano” que se metamorfoseaba física y mentalmente en imitación de quienes tenía al lado y podía resultar un nazi o un rabino, un mafioso o un profesor universitario, un republicano o un demócrata, hablar diferentes lenguas y con distintos acentos. No falta la psicoanalista freudiana Eudora Fletcher (Mia Farrow) que lo trata, lo hipnotiza, lo cura al demostrarle que no es quien dice ser, se vuelve famosa con el caso y… termina como su pareja en un final pseudo-feliz. Tampoco faltan escenas de una supuesta película sobre el caso de Zelig y entrevistas a intelectuales conocidos de la “vida real”.

El camaleón humano
El “camaleón humano” que se metamorfoseaba para mimetizarse o camuflajearse con quienes lo rodeaban en el falso documental Zelig de Woody Allen (1983).

Más allá de esta polémica patología, las personas nos comportamos en diversas medidas de acuerdo con quienes tratamos, en un afán de pertenecer y ser aceptados por los otros, y mantenemos tras bambalinas aspectos que nos pondrían en vergüenza si se hicieran públicos.


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Cuando la Oruga de aquel insólito País de las Maravillas urdido por Lewis Carroll pregunta con voz lánguida y soñolienta a una Alicia miniaturizada: “¿Quién eres tú?”, ella le contesta: “Apenas sé, señora, lo que soy en este momento… Sí sé quién era al levantarme esta mañana”. Y cuando la Oruga la apremia, “¿Qué quieres decir con eso? ¡explícate!”, ella responde: “No puedo explicarme, señora… porque yo no soy la misma, ya lo ve”. Como la despersonalización de Alicia surgió por haber experimentado mutaciones en su tamaño al beber de una pequeña botella, el fantástico episodio confirma una realidad cotidiana y patente: el auto-reconocimiento y la conciencia de uno mismo dependen, en buena medida, de la corporalidad.

alicia y la oruga
Ilustración del encuentro de Alicia con la Oruga que fuma una pipa de agua en “El País de las Maravillas” de Lewis Carroll, donde ella no puede responder quién es porque se ha encogido y padece una despersonalización (Tomada de: Society6).

En esta ocasión revisaremos brevemente algunos trastornos que cursan con alteraciones del yo. El síndrome de despersonalización es un desorden muy peculiar de la autoconciencia. Se caracteriza por extrañeza del propio cuerpo, distorsiones somato-sensoriales, des-realización y separación de la persona respecto a sus propias sensaciones, emociones o acciones. El síndrome puede sobrevenir en varios padecimientos mentales, usualmente detonado por un estrés severo, episodios de pánico, de depresión profunda o por el efecto de alucinógenos. Al parecer en este síndrome están involucrados sistemas de neurotransmisores que operan a base de serotonina, de opioides y de glutamato, en tanto que las imágenes cerebrales han mostrado alteraciones en la corteza de asociación, la corteza prefrontal e inhibición del sistema límbico. También ocurre una reducción en la actividad en el cíngulo anterior y la corteza de la ínsula, áreas del cerebro involucradas en las sensaciones cardiacas o viscerales y en la conciencia interoceptiva sobre el propio estado fisiológico y de salud.

Dado que los pacientes con despersonalización mantienen una percepción interoceptiva normal, el problema debe ocurrir en la integración de las percepciones viscerales y propioceptivas a la imagen corporal en la que participan estas áreas del cerebro. Es importante distinguir la despersonalización, el sentirse separado del propio cuerpo con pérdida del control sobre las acciones o los pensamientos, de la des-realización en la que se percibe a uno mismo o al mundo externo como irreal. En un estudio con enfermos de epilepsia, se reportó que la despersonalización se asocia a una disfunción del lóbulo frontal y la des-realización al lóbulo temporal del cerebro.

despersonalizacion
Ilustración de Ron Kurniawan de un artículo sobre estados alterados por Oliver Sacks pulicado en la revista The New Yorker en 2012.

Varias drogas psicoactivas con estructuras químicas diferentes pueden evocar un quebranto del sentido del sí mismo y la pérdida de fronteras entre la persona y su mundo circundante. Esta despersonalización farmacológica puede ocurrir ocasionalmente con alucinógenos como la mescalina, la psilocibina y el LSD, pero surge típicamente bajo los efectos de las llamadas drogas disociativas, como el anestésico fenciclidina (PCP o “polvo de ángel), su derivado la ketamina, y la salvinorina A, un diterpeno psicoactivo de la Salvia divinorum, planta sagrada de los mazatecos. Estas tres sustancias producen distorsiones somato-sensoriales, sentimientos de irrealidad y enajenación de uno mismo que se han considerado similares a las que ocurren en la esquizofrenia. Dado que las dos primeras drogas afectan los receptores NMDA al glutamato y la última es un agonista de los receptores kappa a los opioides endógenos, es posible que todas ellas alteren el sistema de integración multimodal del cerebro que subyace en las experiencias de identidad personal.

En la tradición europea de la psiquiatría fenomenológica que floreció en la primera mitad del siglo XX se puso una atención especial a los trastornos del yo, particularmente la esquizofrenia. Varios autores de esta corriente denominaron a estas alteraciones Ich-Störungen (de Ich = yo, störungen = interferencia, perturbación). La noción señala una falla en el enlace coordinado de elementos que conforman el yo, es decir, una debilidad en la integración o una segregación funcional entre los aspectos cognitivos y afectivos de la mente. Esta divergencia ha prevalecido como el concepto clínico de “disociación ideo-afectiva” que el psiquiatra aplica cuando detecta una falta de correspondencia o coherencia entre lo que el sujeto piensa y siente. Los síntomas disociativos fueron la razón principal para que, en su trascendental libro La demencia precoz o el grupo de las esquizofrenias de 1911, el profesor suizo Eugen Bleuler, figura clave de la psiquiatría del siglo XX, propusiera sustituir el nombre de demenciaprecoz utilizado por Emil Kraepelin, por el de esquizofrenia que significa “mente dividida,” acuñado para enfatizar la escisión o disociación de la personalidad.

Kurt Schneider
Kurt Schneider hacia 1945 y la portada de su Psicopatología clínica traducido al español.
Psicopatología clínica

El concepto alemán Ich-Störungen corresponde a una fisura en la integración de funciones sensoriales, cognitivas, afectivas, volitivas y motrices que le dan a la persona la sensación de ser una unidad personal: un yo. Quizás el término más justo para designar a la capacidad alterada sea ipsiedad, el sentido temporal de ser uno mismo, definido, como hemos visto, por Paul Ricoeur y otros filósofos. A mediados del siglo pasado algunas manifestaciones de Ich-Störungen fueron analizadas y descritas por el psiquiatra alemán Kurt Schneider como síntomas de primer orden del padecimiento o síndrome esquizofrénico. Estos síntomas típicos incluyeron alucinaciones de varias voces conversando, discutiendo o comentando las acciones del sujeto, el experimentar que las ideas o acciones propias están ordenadas o robadas y que el pensamiento es difundido y escuchado. Schneider consideró que estos síntomas característicos revelan una alteración fundamental en la integración del yo:

“Ciertas alteraciones en la experiencia del self son altamente específicas de la esquizofrenia (…) son alteraciones en el sentido de “Yo”, “mí” y “mío” consisten en el sentir que aquello que uno es y hace está bajo la influencia directa de otros (…) en la sensación de robo del pensamiento, y de tener pensamientos, sentimientos, impulsos y voluntades influidos por otros”.

Schneider subrayó también que el paciente esquizofrénico escucha internamente voces que no atribuye a sí mismo y las siente implantadas en su mente. Este extrañamiento del pensamiento, junto con un sentido perturbado del propio cuerpo y de la agencia se han refrendado como indicativos de un trastorno fundamental de la autoconciencia en la esquizofrenia. En un meta-análisis realizado en Corea del Sur por un grupo de neurocientíficos cognitivos y de psiquiatras en 2014 se compararon 690 pacientes diagnosticados como esquizofrénicos con cerca de 1000 controles y en los enfermos se encontraron alteraciones en el sentido de posesión del propio cuerpo, en el esquema o la imagen corporal y una disminución en la autoestima o en el afecto hacia sí mismos.

self despersonalizacion
Portada de “El self en neurociencia y psiquiatría” editado por Tilo Kircher y Anthony David en 2002.

La partición del yo más profunda y categórica se manifiesta en la denominada personalidad múltiple, una patología mental infrecuente y poco comprendida que ha sido extensamente representada (¡y tantas veces deformada!) por la literatura y el cine, como veremos a continuación.


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“Narcisismo” fue un término utilizado por Freud para designar un rasgo temprano del desarrollo de la psique, cuando el mundo de un infante preverbal está delimitado y centrado a lo que percibe y siente. Lo tomó del médico y sexólogo inglés Havelock Ellis, quien refirió la atracción que el humano siente hacia su persona como “Narcissus-like.” En la psicología del yo de Heinz Kohut, se consideró un rasgo en buena medida necesario, aunque Otto Kernberg lo trató como una falla en la estructuración del self. Las teorías derivadas o afines al psicoanálisis plantearon que los infantes en un ambiente de abandono o negligencia desarrollan un mecanismo de defensa exagerado contra estas condiciones adversas que resulta en una personalidad narcisista.

En la actualidad, al revisar la literatura académica de la psicología clínica, los conceptos de egolatría y personalidad narcisista suelen usarse por separado, pero los rasgos de una y otra son bastante similares. Una persona ególatra y narcisista se tiene a sí misma como su prioridad y devoción más elevada, en detrimento del aprecio y cuidado a los demás. Esta persona mantiene un concepto muy crecido de sus cualidades y su valía personal y no tolera la crítica; siente que le esperan cosas excelsas y muestra gran apego a indicadores de grandeza y éxito, como el dinero, el poder y la fama. Su confianza personal suele ayudarle a alcanzar sus propósitos y ganar en estatus, sobre todo en un medio donde se valoran las actitudes seguras y asertivas, sin distinción entre las pródigas y las egoístas.

narcisismo
Obra de Claudio Zulián sobre narcisismo, publicada en: Avilabierta18.

Ahora bien, el Manual Diagnóstico y Estadístico de Padecimientos Mentales (DSM), caracteriza una patología psiquiátrica, el “trastorno narcisista de la personalidad,” en la cual la confianza personal del afectado llega a la soberbia y el desprecio a quienes percibe como inferiores y no ejercita la empatía por sufrimientos ajenos. El narcisista patológico muestra una perpetua necesidad de atención y admiración, depende de las opiniones aprobatorias de los demás y siente que no recibe el homenaje o los privilegios que merece. Reacciona con altanería, impertinencia, ira, o incluso con violencia a las restricciones a sus deseos y a opiniones adversas a su persona. De acuerdo con el Manual, el trastorno narcisista se diagnostica cuando el psiquiatra detecta cinco o más de las siguientes características: pensamientos e imágenes persistentes de grandeza personal; creencias de ser único y especial; fantasías persistentes de éxito rotundo e interminable, de poder, de belleza y de amor; necesidades y exigencias intensas de admiración; conductas arrogantes y soberbias; expectativas irracionales de recibir un trato especial; falta de empatía y reconocimiento a las necesidades ajenas. En años recientes, estos componentes del trastorno han sido difundidos en muchos medios para ser aplicados a Donald Trump.

El término “narcisismo” ha pasado de ser una palabra técnica del medio psicoterapéutico y psiquiátrico a un término coloquial de uso popular. La palabra ha perdido precisión al ser aplicada a sectores amplios y poco definidos de la población como los supremacistas blancos, los novios “tóxicos” o los adolescentes contemporáneos. Se dice que vivimos en una “era narcisista” no sólo porque muchos sectores utilizan y aplican esta voz, sino porque suceden dos fenómenos contradictorios: por una parte se valora el éxito personal, el satisfacer los propios deseos y el salirse con la suya, rasgos de la personalidad narcisista, pero por otro las personas no quieren calificarse a sí mismas como narcisistas, sino como gente empática y atenta a los demás.

hipertrofia
Hablar de la “hipertrofia” del yo en el narcisismo y la egolatría es una metáfora que remite a la gran hipertrofia muscular de algunos fisicoculturistas y que perciben como insuficiente ante el espejo cuando padecen dismorfia corporal (fotografía: Musculación).

José Antonio Marina, pensador español interesado en la inteligencia y la educación, publicó en 2003 un ensayo bajo el título de “La hipertrofia del yo”. Detecta allí un cariz negativo en la evolución de la sociedad occidental desde la reforma protestante que fortaleció la conciencia individual frente a una autoridad dogmática, la afirmación por Descartes del yo pensante como elemento central de la persona humana y el protagonismo del individuo o del artista creador en el romanticismo. Agrega que la tendencia se exacerbaría en el siglo XX como una reacción a las ideologías totalitarias y las dictaduras que marginaban o eliminaban la importancia del individuo en aras del partido, del estado, de la doctrina o del caudillo. El arte resonó también con la necesidad de liberarse de la realidad externa para reafirmar a un yo desligado, emancipado y poderoso. Propone Marina que, si bien esta afirmación del yo era necesaria en la defensa de la autonomía personal, habría al mismo tiempo engendrado una obsesión en el cuidado e imagen de uno mismo y una glorificación del yo: “comenzó entonces el gran festival de las palabras que comienzan por “auto”: autorrealización, autosuficiencia, autoconciencia, autoestima, autoayuda.” Marina cita el siguiente pasaje del libro La cultura del yo de Helena Béjar: “la preocupación por el Yo ha usurpado el papel de la religión como núcleo de la vida espiritual o moral del hombre moderno. A dicha religión autocentrada corresponde la psicoterapia como vía de salvación”.

Jean Twenge
La psicóloga de San Diego, Jean Twenge, y la portada de su libro sobre la epidemia narcisista.

La psicóloga Jean Twenge de la Universidad Estatal de San Diego afirma que lejos de producir individuos satisfechos y exitosos, esta “epidemia narcisista” fomenta la actitud de creerse merecedores de todo y de sentirse en desgracia por no obtener los satisfactores necesarios. El comportamiento narcisista se extiende como plaga fomentando el consumismo rampante, la búsqueda de fama a cualquier precio, el uso creciente de las cirugías estéticas y la autopromoción. En el medio a la vez ilimitado y enrarecido de las redes sociales, los sujetos se presentan con lo que consideran su mejor aspecto y publicitan sus fotos y selfies en todas las circunstancias: “yo comiendo”, “yo con X” (persona conocida)”, “yo en Y” (lugar de moda). La notoriedad, la aceptación o el impacto “viral” en las redes, pesan más que las capacidades y los valores en la conciencia de sí. Más que atribuir este narcisismo al abandono temprano, Twenge y otros psicólogos actuales consideran que se ha fomentado por una educación que alaba y sobrevalora a los hijos o a los alumnos sin pedirles deberes o ponerles límites. Los padres narcisistas ven y tratan a sus hijos como genios. Dombeck aplica el término de “narciesfera” a la colección creciente de blogs, seminarios, libros y artículos que cultivan una aversión a ser narcisista y pregunta si será posible reconocer su propio narcisismo para una persona con esa aversión.

antidotos del narcisismo
Dos antídotos posibles del narcisismo: el arte de “vanitas” y la risa de uno mismo (izquierda: Vanitas. Retórica visual de la Mirada; derecha: Joseph Ducreux, Autorretrato del artista bajo el aspecto de un burlón, 1793, Musée de la Révolution Française, Vizille, Francia).

Este excesivo afán de atención y admiración confiere un rictus actual a la bíblica admonición “vanidad de vanidades, todo es vanidad” tema que, con el nombre de vanitas, fuera el motivo de obras del arte gótico y del barroco que subrayaban lo efímero y fútil de la opulencia y la gloria ante la inevitabilidad de la muerte. Esto bien puede ser un revulsivo contra el narcisismo, pero también se puede recomendar el tónico más ligero de la autoironía y el autoescarnio porque el narcisista sólo ríe cuando se burla o desprecia a alguien más. Cito unas líneas de Genealogía de mi autoescarnio de Daniel Saldaña París en las que el yo inflado adquiere dimensiones despóticas:

El que practica el autoescarnio, concedo, no pone su humor al servicio de los oprimidos, como hace el noble satirista. Pero cebarse en uno mismo, hacer fuego con el árbol caído de la propia vanidad también es subversivo. Para burlarse de sí hay que derrocar a un tirano.


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Los niveles de certeza varían mucho y proporcionan diversos grados de validez y de impacto a una creencia. Kant distinguía tres clases: la opinión, la fe y la ciencia; pero esta distinción no sólo implica niveles de certidumbre, sino diferencias más generales de sentido. Quizás sea más sencillo distinguir grados crecientes de certidumbre entre la sospecha, la impresión, la opinión, la convicción, la obstinación, el dogmatismo y el fanatismo. El máximo grado de convicción ocurre en esta última y siniestra condición, pues el fanático se adhiere y se identifica tenazmente con sus creencias, rechaza cuestionarlas y por ellas puede exponer su vida o llegar a matar. Un polo opuesto del fanatismo podría ser la indecisión, la cual también suele engendrar dificultades, pues si el obstinado y el fanático se encuentran muy dispuestos a entrar en acción por sus creencias, el indeciso vacila. Aunque no determina a la creencia, la voluntad interviene desde la deliberación, hasta la decisión de actuar o no hacerlo.

Contra el fanatismo
Portada del libro “Contra el fanatismo” (2003) del escritor, periodista y pacifista israelí Amos Oz, Premio Príncipe de Asturias 2007.

En algún modo, la creencia entraña una inferencia de probabilidad y podría argumentarse que el opuesto del fanático no es precisamente el indeciso sino el escéptico (del griego skeptesthai: examinar), un calificativo del agrado de muchos pensadores, académicos y eruditos, en especial cuando se trata de la divinidad y de otras creencias religiosas. El escéptico no afirma ni niega: se abstiene de enjuiciar, duda y descree de algunas proposiciones que desde su perspectiva no tienen o no admiten demostración empírica. Pero también tenemos al agnóstico, término acuñado por el anatomista británico Thomas Henry Huxley, llamado “bulldog de Darwin” por su militancia evolucionista. El agnóstico (de a privativa y gnosos, conocer) es un escéptico especializado y radical, pues cree en verdades científicas pero niega que las proclamadas por la religión, la magia, el ocultismo y sus derivaciones tengan o puedan tener validez. Se ha dicho con frecuencia que el agnóstico es un ateo de clóset.

Los filósofos de la mente difieren en su concepción de la creencia como posible objeto de estudio, y, según el Diccionario de Filosofía de Stanford, se pueden distinguir tres posturas distantes o incluso incompatibles entre ellos. La primera, avalada por Jerry Fodor, es que el entendimiento de sentido común o de psicología popular es básicamente correcto en el sentido que las creencias son entidades mentales definibles y analizables, susceptibles y dignas de estudio empírico. La segunda tesis considera que, si bien la psicología puede probar causas de la conducta sin necesidad de postular creencias, este concepto, según Stephen Stich, tiene utilidad para hacer predicciones o para entender mejor las causas de las acciones, como lo propone Daniel Dennett. La tercera es la posición más severa, pues defiende que el concepto mismo de creencia es equívoco e imposible de analizar empíricamente, por lo que Patricia Churchland argumenta que debe ser evitado en todo proyecto científico que pretenda entender la mente y el comportamiento.

escepticismo
Ilustración de la página Skeptic (escepticismo en el sentido etimológico de análisis o indagación.

Ahora bien, la discusión filosófica ha ocurrido al margen de los métodos y análisis científicos que han logrado definir, inducir o medir creencias en la psicología cognitiva y analizar sus correlatos neurobiológicos mediante imágenes cerebrales. Por ejemplo, se conoce que cuando un sujeto afirma creer en un predicado particular, sea religioso o no, se activa su corteza cerebral prefrontal ventromedial. En la actualidad es posible mantener que la creencia es una categoría y capacidad cognitiva que puede ser abordada por diversas disciplinas, como la psicología, la lingüística, la narrativa, la religión comparada, la neurociencia o la fenomenología, de tal manera que esta amplia plataforma transdisciplinaria hace posible su abordaje y mejor comprensión. Michael Shermer, historiador de la ciencia y escéptico autoproclamado, ha analizado cómo las creencias nacen, se refuerzan, se retan y se extinguen en la política, la economía o la religión. Concluye que el cerebro humano está evolutivamente diseñado como un “motor de creencias,” de tal forma que las personas primero albergan una creencia y luego la respaldan con evidencias. Arguye que en el curso de la evolución esto fue ventajoso para detectar pautas previsibles de todo tipo y éstas, una vez determinadas, fueron insufladas de significados.

libros de escepticismo
Portada de “El cerebro creyente” y de “Cómo creemos” del estadounidense Michael Shermer, historiador de la ciencia y fundador de la Sociedad de Escépticos.

Por su parte, la psicopatología ha proporcionado nociones muy valiosas para el entendimiento de la creencia. El delirio es el caso más relevante, pues se ha definido como una falsa creencia y la literatura psiquiátrica ha descrito detalladamente delirios de control, de referencia, de persecución, de grandeza, de infestación o de celos. El gran psiquiatra y fenomenólogo existencialista Karl Jaspers consideraba a los delirios como patologías del sistema de creencias por estar enraizados de manera anómala y constituir certezas impermeables a la evidencia. Las cuatro alteraciones cognitivas del delirio serían la convicción sólida, la incorregibilidad, la imposibilidad y la ininteligibilidad. El o la paranoide cree firmemente que es acechado y perseguido, aunque se le pueda probar objetivamente que no es así, o demostrar la incoherencia o imposibilidad de la amenaza que siente. Algunos estudios indican que los pacientes delirantes presentan un sesgo en el razonamiento probabilístico consistente en buscar menos información para llegar a una inferencia. La relación entre el contenido de la creencia como un juicio consciente y la naturaleza de la realidad es relevante para el peliagudo tema de la verdad y que no corresponde elaborar en este momento.

libro
Portada de el libro “The God delusion” (“El delirio sobre Dios”) y su traducción al castellano como “El espejismo de Dios” del biólogo evolutivo Richard Dawkins, donde propone que creer en Dios es un delirio; ¿es acertada esta idea?

En The God delusion (“El delirio sobre Dios”) de 2008, el conocido biólogo evolutivo y analista de la ciencia, Richard Dawkins, aventuró que las creencias religiosas son delirantes pues no existen pruebas de la realidad de sus contenidos, empezando por la existencia de Dios y otros entres sobrenaturales. Sin embargo, no hay mayor similitud entre el delirio del psicótico y la convicción religiosa. Pareciera ser que Dawkins equipara toda creencia religiosa con la superstición, un tipo de creencia mágica, pero ésta tampoco podría siempre etiquetarse como delirante, porque no suele encuadrarse en una psicopatología personal, sino en una conseja compartida. A diferencia del delirio que invade la conciencia de quien lo padece, el creyente sincero de alguna religión organizada se adhiere voluntariamente y por medio del insight o la esperanza a creencias de amplio y largo arraigo que suelen estar argumentadas y debatidas por sus teologías. También en contraste con el delirio individual y subjetivo, la fe es comunal e intersubjetiva y se expresa en ceremonias públicas de rito y culto. Por lo demás, la duda es frecuente en la fe y, para algunos teólogos y pensadores, el estado de duda, preocupación e indagación sobre cuestiones trascendentales, es la actitud que mejor caracteriza a la fe.

Dado que toda creencia es provisional y tentativa, la disposición a revisar las propias creencias de acuerdo con nuevas observaciones, razones y evidencias es un signo de madurez. Es necesario el desapego o el desprendimiento de la persona en referencia a sus creencias para facilitar su valoración, verificación, rectificación o su cancelación. Esta actitud crítica e inquisitiva es propia de la labor científica para procesar las conjeturas metódicas denominadas “hipótesis de trabajo,” las cuales son creencias justificadas por la lógica y la evidencia para explicar una incógnita que deberán ser sometidas a pruebas, validaciones o refutaciones mediante la investigación y la experimentación empíricas.


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Las emociones morales y sus fundamentos cerebrales

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Una de las mayores desgracias y oprobios de nuestro país es tener una de las más altas y ascendentes tasas de feminicidios del planeta. Se trata de una forma brutal de violación y asesinato que atropella y destruye a una persona por ser mujer. Al conocer casos particulares de este crimen es posible sentir vivamente muchas formas de emoción moral: compasión por la víctima, empatía con sus familiares, indignación y cólera hacia el perpetrador, desprecio a la mentalidad que lo fomenta, clamor de justicia a las autoridades supuestamente abocadas a prevenirlo y solucionarlo, condena a quienes solapan o atenúan los hechos, admiración y respeto por quienes investigan y denuncian, vergüenza y culpa por no hacer algo para remediarlos. Las emociones morales conforman fundamentos del conflicto social y político que se deriva no sólo de estos actos abominables, sino también de todo quebrantamiento de normas, valores y leyes morales que se consideran válidos.

feminicidio
El feminicidio constituye un quebrantamiento de normas morales de tal magnitud que suele evocar la mayoría de las emociones morales en quienes toman conciencia de las víctimas y las circunstancias en las que ocurre.

La empatía es un sentimiento fundamental para el desarrollo de comportamientos morales y éticos. Deriva de la alteridad, la noción que los demás seres humanos son otros yo y tienen estados mentales como los propios. Al motivar el cuidado por los otros, inhibiendo la agresión y facilitando la cooperación y la ayuda, la empatía condiciona aspectos importantes de la vida social y se considera una fuente crucial y ancestral del comportamiento moral y de la justicia. Además de la empatía, la compasión implica el deseo de ayudar a quien sufre y, cuando se identifica al causante del daño se suceden la indignación, el desprecio y la aspiración de remedio y justicia. Pueden también ocurrir otros tipos de emociones morales como son los sentimientos de admiración, gratitud o devoción a quienes muestran cualidades y conductas, así como la culpa, el pudor o la vergüenza en referencia a uno mismo cuando se siente que ha quebrantado o evadido una norma. Ahora bien, las emociones morales por sí mismas no son suficientes para integrar la conciencia moral, pues ésta requiere la incorporación de principios y valores que pueden ser aplicados en las acciones de protección y cuidado.

La edad de la empatia
Portada de “La edad de la empatía” de Frans de Waal, un estudio sobre los orígenes evolutivos de la empatía y otras emociones morales.

Gracias a múltiples estudios de imágenes cerebrales se han logrado visualizar ciertas áreas y procesos que subyacen a las percepciones, emociones, juicios y comportamientos morales. De estos estudios experimentales se desprende que la moralidad requiere de la participación de zonas y redes cerebrales de orden perceptivo, cognitivo y afectivo pues, como ocurre con prácticamente todos los sistemas de autoconsciencia, no hay un soporte neuronal único de las capacidades éticas y morales. Las investigaciones recientes reafirman la existencia de una red cerebral que responde a los dilemas morales y que este sistema está vinculado con los de identificación del sujeto con sus congéneres. También se ha encontrado que las cortezas orbital y ventromedial situadas en las zonas prefrontales del cerebro están implicadas en decisiones mortales con un fuerte contenido emocional. En algunos estudios sobre razonamientos o decisiones morales se ha detectado la participación de la parte anterior del cíngulo o la ínsula que se involucran durante estados de empatía.

Los estudios de las funciones cerebrales que ocurren durante las emociones morales tienen relevancia para precisarlas, pues revelan cuáles redes cerebrales se enganchan o se activan para cada una de ellas. Además, estos estudios no sólo ponen en evidencia los sustratos cerebrales de la cohesión social humana sino también los de sus contrapartes, las actitudes y comportamiento antisociales. En efecto, se ha encontrado que las redes neuronales implicadas en la empatía y la valoración moral presentan deficiencias en individuos con personalidades psicopáticas, quienes se caracterizan por tener poca o nula conciencia moral. Tanto la investigación como la teoría en la neurociencia social y la neuroética apoyan que la autoconciencia, en reciprocidad complementaria con la conciencia de otros, es un requisito indispensable de la moralidad y la ética.

libros sobre moralidad
Portada (izquierda) del libro sobre el cerebro moral acerca de los fundamentos neurobiológicos de la moralidad (2014), y (derecha) de otro volumen sobre el mito del cerebro moral (2016) que afirma lo que la moralidad implica pero no se limita a las funciones cerebrales ni se explica totalmente de esa manera. Trata este último sobre las propuestas de fomentar la moralidad mediante estimulación cerebral.

En un escrito de 2016 sobre el cerebro y la moralidad, el filósofo Jesse Prinz analizó y comentó los estudios de neuroimagen que muestran estructuras cerebrales que se activan y utilizan cuando las personas hacen juicios morales. A pesar de que Prinz aboga por un “sentimentalismo moral” en el sentido de que ciertas emociones se constituyen como juicios morales, propone que ambas, razones y emociones, intervienen en las decisiones morales humanas. El psicólogo social Jonathan Haidt, que ya hemos citado, ha recopilado experimentos propios y de colegas afines para proponer que gran parte del pensamiento político es un tipo de instinto moral envuelto o adornado por racionalización ideológica. Según esta tesis, cuando alguien dice que “el estado del bienestar es justo” o que “el aborto atenta contra la persona humana” está usando un lenguaje prestado para expresar sus actitudes viscerales orientadas a una o varias de las seis esferas morales: mal, justicia, lealtad, autoridad, libertad o santidad.

Si hemos de dar crédito a estas tesis, la identidad política no empieza con opciones ideológicas razonadas, sino con mutaciones genéticas y alambrados cerebrales de tal forma que la contienda política puede no ser tanto una batalla de ideas como una contienda darwinista. Pero ya hemos repetido que los intentos de reducir las capacidades sociales o mentales de los seres humanos a factores neuronales y estos a elementos genéticos es una forma sumaria de excluir las propiedades que emergen en cada nivel de organización de los organismos y sistemas naturales. No se puede dudar de la influencia que tienen los elementos genéticos y evolutivos en todas las manifestaciones de la vida humana, incluyendo la conducta ética y la ideología política, pero sabemos que estos fundamentos y tendencias que operan de abajo hacia arriba (desde las bases moleculares y celulares hasta la mentalidad y la conducta) se complementan con influencias inversas de arriba hacia abajo como los múltiples cambios cerebrales que condiciona la experiencia, el aprendizaje y el comportamiento.

adagio etico
Cartel sobre el adagio ético de la medicina “primero no dañar” (primum non nocere) (tomado de: EMS Solutions International).

Termino esta vista a las emociones morales recordando el principio de la ética médica primum non nocere, (lo primero es no dañar) atribuido a Hipócrates, pero mejor documentado como recomendación del médico inglés del siglo XVII, Thomas Sydenham. Si se toma literalmente, el principio sería en muchas ocasiones incompatible con la práctica médica que suele entrañar daño o sufrimiento, por lo que se ha reformulado como la necesidad de la medicina de evitar o paliar los efectos y secuelas indeseables derivadas de la práctica médica. Esto hace de la prudencia la virtud ética más necesaria del médico.

No habría conciencia moral o conducta ética si la persona humana no fuera capaz de entender que sus prójimos sufren y gozan, desean y se frustran, son libres o están sometidos. No sería posible sentir cuidado o responsabilidad por los demás sin un sentido de conexión y preocupación por otros seres sintientes y por los recursos necesarios para su vida y bienestar. Tampoco habría conciencia ética ni sentimientos morales sin la capacidad de observar, evaluar y modificar los propios estados mentales, pues la ética implica una conexión empática de la conciencia de sí con la conciencia del otro.


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El bien o el mal, lo noble o lo indigno, lo lícito o lo prohibido, lo justo o lo indebido, la virtud o el vicio, la lealtad o la traición, el honor o la infamia, cuidar o dañar… En su recorrido vital, la criatura humana atraviesa un campo minado por dilemas morales. Hemos visto que viene pertrechada de una proclividad natural para emprender conductas éticas, pero también que esta ingénita tendencia requiere ejercitarse, madurar y consolidarse para forjar y normar su conciencia y conducta moral. Su autoconciencia e identidad se construyen poco a poco y en buena medida con arreglo a las valoraciones o los deberes que tantas veces rebasan y desplazan sus deseos y placeres en favor de otros; tal es el amor que purifica el pensamiento y engrandece el corazón, como dijo John Milton en El Paraíso Perdido.

En la segunda mitad del siglo XIX el alemán Max Weber, un pionero de la sociología, desarrolló una noción de moralidad basada en un consenso tácito entre los miembros de una sociedad que funciona para impulsar la creencia en un mundo moral unificado y acabado. A partir de Weber ha quedado claro que, cuando controla sus acciones tomando como guías principios éticos, jurídicos o religiosos, el sujeto se comporta como agente moral porque considera las consecuencias que pueden tener sus actos en los otros, en la vida comunitaria y en el entorno. A veces el sujeto se siente obligado a actuar de cierta manera porque ha dado su palabra o prestado juramento a alguien, a una institución, a una figura interna de autoridad. En una forma de obediencia que prevalece en las organizaciones jerárquicas, como el ejército o la iglesia.  

Max Weber
Max Weber, uno de los pioneros de la sociología, hacia 1918.

Ahora bien, una persona con autonomía moral no sólo actúa de cierta forma “porque así debe ser” o “porque así actúan las personas buenas” o “porque si no, se hace reo de castigo,” sino porque ha asumido que la norma es válida. Tener este deber significa sujetarse a un requerimiento, a la obligación de actuar de una u otra manera, no por acatar órdenes, normas o mandatos, sino porque la persona las ha aceptado y valorado como plausibles y convenientes. Esta persona actúa de acuerdo a una norma que ha introyectado e incorporado como parte de su ser, de su self. Por ejemplo, muchas personas sienten el deber de ser generosas porque han aceptado que la benevolencia es un valor digno de ser observado. El concepto psicoanalítico del súper-ego parece corresponder en buena medida a esta forma de conciencia moral, una instancia que censura o delimita no sólo las acciones del individuo, sino que evalúa sus propios pensamientos, emociones o intenciones.

En su libro de 1989 sobre los orígenes del yo en la modernidad, Charles Taylor, filósofo de la política oriundo de Montreal, ha argumentado que la época moderna ha favorecido una noción de bondad humana que ha sido trascendental para modular la subjetividad en sus dimensiones políticas, estéticas y de conocimiento. Esta conexión entre el self o yo contemporáneo y la ética habría tenido sus orígenes en un giro histórico hacia la interioridad y hacia la vida ordinaria que vino a sustituir una escala de valores provista por una jerarquía encarnada en la aristocracia, en la autoridad de la iglesia o por el hecho de pertenecer a una clase o a otra. Taylor argumenta que la identidad personal y la identidad moral están necesariamente entretejidas porque los orígenes y consecuencias de la autoconciencia son inseparables de la proclividad humana de tomar una actitud ética hacia los demás.

Charles Taylor
Charles Taylor hacia 2010 y portada de la traducción al castellano de su libro sobre los orígenes del yo (self) en la época moderna.

Las circunstancias de la vida muchas veces nos enfrentan a dilemas morales, situaciones conflictivas que no tienen solución clara en referencia a principios éticos universales. En estas condiciones las personas eligen de acuerdo con criterios personales y se reconocen responsables de sus actos. Cuando logra establecer una consonancia o integridad entre sus valores admitidos y las acciones emprendidas, la persona normal siente un tipo de satisfacción referida como congruencia, honestidad o conciencia clara, mientras que si no lo hace siente culpa y remordimiento. Más aún: cuando la persona se compromete a tomar un curso de acción y una cierta forma de estar en el mundo se comporta de forma autónoma, auténtica e íntegra; es fiel a un modelo deseable de su propio ser, a un yo ideal.

La autorrealización o la individuación dependen de establecer un balance entre los anhelos y objetivos personales reconocidos por introspección y las normas sociales del entorno cultural. La persona moral atiende las demandas que surgen del diálogo y la convivencia con otros seres humanos y construye su propia identidad e historia de acuerdo con las normas que considera válidas logrando una transparencia entre sus actos y sus valores. Pero por desgracia hay quienes cultivan formas de ser y emprenden comportamientos que causan sufrimiento y daño a los demás, al tiempo que muchas otras actúan o se ven obligadas a proceder dolosamente en ciertas circunstancias. Se trata del tema del mal y la perversidad, pero no en forma de terremotos y catástrofes naturales, ni tampoco de demonios y engendros sobrenaturales, sino como formas nocivas de ser y de actuar de los seres humanos, asunto aún más aterrador que volveré a rozar más tarde, aunque me parece necesario atisbar los temas de la discordia moral y del honor.

Guernica
El famoso cuadro monumental “Guernica” pintado por Picasso en 1937 recrea el bombardeo a esa población vasca y constituye un símbolo del sufrimiento y del mal engendrado por los seres humanos a través de la guerra.

Al abordar el tema de la conciencia ética y el comportamiento moral surge necesariamente el hecho del desacuerdo como factor relevante de la identidad personal y como elemento, tantas veces trágico, de desavenencia social y política. Las discrepancias entre personas, grupos o culturas respecto a la moralidad o inmoralidad de procedimientos como la eutanasia, el aborto o la pena de muerte, entre muchos otros,  hacen surgir la cuestión de si existen o no criterios objetivos de moralidad. En este punto es interesante anotar que, además de múltiples desacuerdos morales, la etnología han encontrado que en la mayoría de las culturas estudiadas se observan ciertas convergencias significativas, como es la relevancia universal del honor. Es así que, en la ofensa que causa un insulto personal y la necesidad de responder a él, entra en juego un factor a la vez primario y complejo que se puede identificar como reputación. En las culturas analizadas ocurre el mandato o la expectativa de que quien insulta debe ser forzado a retractarse o, en caso de rehusar, deba ser severamente castigado, acaso con violencia o incluso con la muerte. La obligación del hijo de matar al asesino de su padre es una especie de ley no escrita pero perentoria en muchas culturas, muy patente en las tradiciones mediterráneas e iberoamericanas.

psicologia moral los duelistas
Fotograma de “Los duelistas” (1977), película clásica de Ridley Scott sobre una pareja de húsares franceses a principios del siglo XIX, cuyas peleas por el honor ofendido de uno de ellos a causa de una bagatela se prolongaron por décadas.

La construcción de esta identidad moral de orden público, llamada reputación, surge muy temprano en la infancia, como lo ha analizado el psicólogo del desarrollo Philippe Rochat y hemos mencionado antes. En los últimos tiempos ha quedado claro que el progreso en el campo de la ética requiere de la investigación empírica proveniente de la psicología moral, de cómo funcionan los seres humanos y de cómo consideran que deberían funcionar en contextos morales. En este proyecto inciden campos como la etnología, la evolución biológica, la maduración en el desarrollo humano a lo largo de la vida o la neurociencia cognitiva. Las emociones morales son un excelente ejemplo de esta demanda interdisciplinaria, como veremos a continuación.


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