Innovación, Tecnología y Sociedad

Internet física, un mundo donde la logística lo es todo

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El principio es sencillo. Se trata de hacer una equivalencia. En la forma de razonar. En la manera de resolver el problema. En la concepción del procedimiento.

Parece sencillo hacer llegar un objeto de un punto a otro. Alguien envía. Alguien Transporta. Alguien recibe.

Controlar las rutas. Calcular el tiempo. Controlar cómo pasa de unas manos a otras, requiere, sin embargo, más que buena intención, e incluso, más que lápiz, papel y la versión más reciente del Excel.

En lo que se ha dado en llamar la “Internet física” se lleva a cabo un proyecto de investigación que pretende hacer converger eficiencia y sustentabilidad en la manera cómo las cosas son llevadas de un lugar a otro.

La pandemia ha venido a acelerar lo que era ya una tendencia acelerada de movimiento de paquetes, mercancías y toda clase de objetos de un punto a otro del planeta.

Las cantidades de cajas, sobres, envíos, que a diario se desplazan en el mundo globalizado son simplemente estratosféricas.

internet fisica
Imagen: Mary.

A lo largo de 2019, por ejemplo, sólo por lo que toca a Amazon, la empresa de Jeff Bezos reportó haber entregado tres mil quinientos millones de paquetes.

Ocho años antes, en 2011, la misma Amazon, había reportado, en todo el año, un total de 680 millones de paquetes entregados; el crecimiento en el periodo fue notable.

Y si ya el panorama pintaba para seguir creciendo, la pandemia simplemente volvió exponencial los servicios de Courier, como también se les denomina.

En julio de 2020, Amazon informó haber hecho llegar, solo en ese mes, 480 millones de paquetes. Es decir, en 30 días movió el 42% de todo cuanto reportó en 2011.

Aun antes de que el coronavirus recluyera a las personas en sus casas e impulsara el comercio digital como nunca antes, las predicciones eran ya astronómicas.

En 2019, el cálculo era que para 2022 Amazon entregaría, a través de su propia empresa, además, la friolera de 6 mil millones de paquetes, seguida de los 5 mil que estaría moviendo UPS y los 3,400 de FedEx.

Los 6 mil millones que se esperaban para 2022 fueron alcanzados por UPS en 2020, dos años antes. Cuando el gigante logístico entregó un promedio de 21 millones de paquetes al día.

Se llama logística y es para nuestro tiempo, al modo que Pascal gustaba en proclamar, la palanca que mueve al mundo.

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Imagen: GettyImages.

El desarrollo de la logística implica, por tanto, más que la simple cadena que traslada mercancías o de un punto a otro.

Las conexiones que una adecuada logística tiene con el medio ambiente, las formas de organización del trabajo, la evolución de los combustibles, entre otras cosas, constituyen un vasto y complejo entramado.

Sorprendería, por ejemplo, saber que en un número muy alto, los camiones que parten con mercancía no van llenos o retornan vacíos.

El responsable del proyecto Internet física, el Dr. Kostas Zavitsas, del Imperial College Business of London, señala categórico: “Una tasa de llenado más alta tendría un impacto en los costos y las emisiones y crearía un sistema mucho más sostenible”.

El principio de la investigación, cuenta Zavitsas, fue relativamente simple. “Comenzó con la idea de que podemos mover la carga de la misma manera que los datos se mueven en Internet”.

En ese sentido, el paso decisivo será, en este como en muchos otros casos, la capacidad que el mundo tenga para digitalizar la información disponible.

El análisis de datos, de nueva cuenta, como en tantos otros ámbitos del presente digital, se impone sobre decisiones que aun a estas alturas se toman de manera intuitiva, inercial o personal.

internet fisica
Imagen: Mía Ditmason.

Al explicar el proyecto, Zavitsas dice: “La idea es que cada elemento de la red cuente con un gemelo digital que se pueda actualizar con detalles relevantes, como cuánto espacio hay disponible en un almacén o los horarios de los diferentes modos de transporte”. 

Instalar sensores, estandarizar formas de identificar productos, homogenizar las dimensiones de empaque, entre otros pasos, conforman la cadena de cuestiones a tomar en consideración hacia la Internet física.

La información que las compañías sean capaces de generar, procesar y compartir, serían la base, enumera el académico, para tomar esos datos y que “un algoritmo centralizado enrute un contenedor de manera óptima”.

Dos elementos, prototípicos del mundo contemporáneo sobresalen: el peso de la descentralización y el valor de una cultura colaborativa.

Actualmente, por ejemplo, un producto sale de un punto de distribución primario hacia el punto de venta. La Internet física posibilitaría descentralizar el almacenaje y, con ello, acercar los productos al consumidor.

“Al final, es una actividad colaborativa y también una situación de ingresos colaborativos que es nueva para muchos operadores comerciales”, subraya Marcel Huschebeck, que forma parte del PTV Group, de Alemania, participante de la investigación.

En la capacidad para pensar de modo complejo problemas que son a su vez complejos, estriba una parte cada vez mayor del éxito de cada operación. Incluso cuando, como en Caperucita roja, lo que hay que hacer llegar de un punto a otro parece cualquier cosa.

Incluso.


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Fue San Jerónimo quien tradujo la Biblia al latín. Prefigurando así, de alguna manera, la luminosa idea con que Steiner definiría, muchos siglos después, la trascendencia de llevar un texto de una lengua a otra: habitar lo extranjero.

En su sentido contrario, de no poder traducir estaríamos condenarnos al ensordecedor mutismo de sólo escucharnos a nosotros mismos. “Sin traducción, sentenció alguna vez Steiner, habitaríamos provincias lindantes con el silencio”.

La mítica imagen de la Babel consignada en la Biblia, la torre derruida por la multitud de lenguas incomprensibles entre sí, habría entonces caído no por el estruendo, sino por el silencio que implica el sólo poder comprender lo propio y con los propios.

En el mundo se hablan unas 7 mil lenguas. Algunas de ellas estrechamente emparentadas entre sí. Pero otras, por supuesto, con lejanías considerables y hasta hace poco casi insalvables para los sistemas de traducción automatizada.

La digitalización de contenidos, a la par de productores y consumidores, prosumidores, para decirlo mejor, que no están dispuestos a limitarse a la lengua propia, ha disparado las posibilidades y retos de la traducción asistida por computadoras.

simultaneidad traduccion
Imagen: Mark Long.

Los sistemas contemporáneos de traducción, conocidos como “neuronales”, reciben, por cierto, este apelativo pues funciona de manera análoga a como lo hacen las redes del cerebro, según explica Antoni Oliver, director del máster universitario de Traducción y Tecnologías Online de la Universitat Oberta de Catalunya.

Hasta hace poco, la calidad de los traductores automatizados era tan deficiente que era más sencillo, a todo nivel, hacer la traducción desde cero. Esto es lo que ha cambiado radicalmente, señala Oliver, los sistemas neuronales actuales consiguen suficiente calidad como para que sea factible post-editar los resultados.

Los sistemas están aprendiendo y sus fallas son cada menos perceptibles, desmenuza el catedrático, aunque siguen implicando la posibilidad de que un error de la máquina sea capaz de cambiar todo el sentido.

Así, lejos de desplazar a las personas, la demanda de una mayor atención y mayor dominio. El reto está ahí. No es que la traducción automatizada vaya a suplantar a la tarea humana.

Dicho de otro modo, la valía del traductor no se cifrará en el grueso del documento, sino en los pequeños detalles que hacen sentido.

En lo central, la traducción seguirá siendo lo que en su sentido más hondo ha sido siempre, un ejercicio de la cultura, consciente e intencional, donde la sutileza reina.

traduccion y cerebro
Imagen: Katie Edwards.

Quién diría, sin embargo, que parte del origen de lo que hoy observamos en el mundo de la traducción, tuviera en la necesidad de juzgar con celeridad crímenes aborrecibles, su punto de inflexión.

Entre el 20 de noviembre de 1945 y el 1º de octubre de 1946, durante los juicios de Núremberg, la traducción, la idea que se tenía de ella y sus alcances, nunca más volverían a ser lo habían sido.

Presente en todos los congresos y convenciones del mundo, parte de la vida cotidiana de los organismos multilaterales, no fue sino en Núremberg que el desarrollo del ingeniero León Dostert, la traducción simultánea, probó su alcance y efectividad.

Aliado con IBM, quien desarrolló la idea, Dostert debemos la imagen de las cabinas y de los que en un principio fueron los cascos en los que se escuchaba de manera prácticamente simultánea lo que el orador en turno decía.

No es necesario, aunque tampoco está de más, retraerse hasta El Aleph, de Borges, para resaltar la fascinación que en lo humano es capaz de suscitar la idea misma de lo simultáneo como algo posible y, aún más, aprehensible.

Hoy, el panorama es más complejo que las cuatro lenguas en las que se desarrolló Núremberg, e incluso de las “lenguas oficiales” de Naciones Unidas. El reconocimiento del valor de las lenguas, de cada una, es parte de la globalización del orbe.

Era de los procesos veloces al extremo, lo digital vive la extraña dualidad de tener una lengua dominante: el inglés, al tiempo de ofrecer con cada vez más precisión herramientas de traducción.

herramientas
Imagen: Pinterest.

Herramientas nacidas de las necesidades prácticas y cuya tarea habrá que dejarlo en claro de una vez, en nada se parece a la traslación cultural que significa el trabajo de traducción literaria. Labor de lo humano, ajena a lo programable y aun lo repetible.

La posibilidad de que se lea un diario editado digitalmente en Macedonia, en Indonesia o en Rotterdam, y cuya lengua no sea de origen el inglés, es un territorio de acercamiento a esas realidad, impensable antes de la evolución de los traductores digitales automatizados.

Fallidas aún en algunas de sus traslaciones, sin duda. Inoperantes para rescatar las sutilezas con las que está hecha cada lengua, desde luego. Experiencia inédita que lo digital ha traído consigo, lo destacable.

Nunca antes las máquinas habían podido traducir tanto y tan rápido. Nunca como ahora, en la sutileza de la comprensión la tarea y dimensión humana del traducir es tan indispensable.

Enriquecer el horizonte de lo propio con lo que no lo es. Ir al encuentro del otro. Habitar lo ajeno. No hay, quizá, acto cultural más radical.

Traducir, comprender.


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El uso no significa integración. No plenamente, al menos. Da una base, desde luego. Pero no es condición suficiente.

Por razones de edad, por constituir el segmento poblacional que nació y ha crecido rodeada de dispositivos, los jóvenes son quienes, por mucho, mayor uso hacen de las tecnologías digitales.

Conocidos como nativos digitales, hoy podemos hablar de toda una generación que ha visto transcurrir toda su vida entre videojuegos, celulares y computadoras.

Se trata de jóvenes habituados a los tutoriales, la valoración positiva de lo aleatorio, la multidentidad, la intuición como recurso y la indistinción entre consumir y producir contenidos, entre algunas de sus señas particulares.

El uso masivo, transformadas en formas de vida y en miradas del mundo, no son condiciones suficientes, sin embargo, para garantizar su plena integración a la sociedad del presente y el futuro.

Estamos frente a la posibilidad, por extraña que pueda parecer la paradoja, de que quienes más utilizan los dispositivos queden excluidos de los beneficios que la economía digital.

nativos digitales
Imagen: Pinterest.

La Cuarta Revolución Industrial, caracterizada por la economía digital, ciertamente acarrea oportunidades, particularmente para los jóvenes; pero no menos riesgos.

No se trata del uso de las tecnologías, sino del papel que esa generación jugará en materia de empleo; de la manera en que se integrará a los nuevos procesos marcados por la digitalización.

Mantenerse simplemente como usuarios de las nuevas tecnologías, supondría, en ese caso, condenar a toda una generación a participar de la economía digital desde la precariedad como condición insalvable.

Aun hoy, en mayor o menor medida, no hay nación que no tome parte de la economía digital, hacia la década siguiente esta circunstancia global se ampliará todavía más.

La pregunta no es, entonces, si los jóvenes del presente tomarán parte de la economía digital. Ya lo hacen, de hecho. La cuestión es si tendrán vías de acceso a empleos que no estén atados a la precarización.

El riesgo de seguir engrosando el ancho espectro de la economía informal, forma parte de una posibilidad más que latente en países de ingreso medio y bajo.

inclusion digital jovenes
Imagen: 38 Consumer.

La experiencia es tan apabullante como alertadora. La inmensa mayoría de los jóvenes que en economías débiles comienzan su vida laboral en el sector informal, jamás lo abandonan.

En ese sentido, cuatro condiciones se imponen para lograr que la expansión de las tecnologías digitales, como eje de la vida económica, deriven en un proceso inclusivo, en el que prive la generación de empleos estables, dignamente remunerados.

Si lo que se pretende, pues, es que los jóvenes se integren plenamente a la economía digital, es preciso que el esfuerzo público se aboque en cuatro direcciones:

a) Acceso a bienes y servicios digitales de calidad; b) fortalecimiento de la seguridad y confianza de los entornos digitales; c) incorporación amplia del aprendizaje de herramientas y habilidades en un horizonte drásticamente dinámico; y, d) estímulo de una mejor y más digna oferta de empleo digital.

La accesibilidad ha de referirse, así, no solamente al consumo de ciertos gadgets o a una Internet cara e inestable, sino a políticas que desde lo público, dirijan el esfuerzo hacia esta generación y sus necesidades en específico.

Hablamos aquí de un Wifi más barato, por supuesto, pero también del desarrollo de aplicaciones (apps), de la generación de contenido específico, de software y dispositivos especialmente diseñados para los jóvenes.

Tal como señala un informe de cooperación internacional para la inclusión digital de jóvenes en África: “En definitiva, el desarrollo de la innovación digital depende del tiempo; de si la innovación satisface las necesidades del grupo específico; del lugar (la ubicación geográfica y cómo se puede utilizar); y de los requisitos del exosistema, es decir, de las condiciones existentes”.

economia digital
Imagen: La Tercera.

En segundo lugar, los gobiernos tienen frente así el desafío de hacer de Internet un lugar más seguro y confiable, particularmente para quienes desean emprender iniciativas productivas.

Datos y libertades protegidas son esenciales para conseguir que los jóvenes vean en las plataformas digitales entornos donde se pueden mover, explorar sus talentos y desarrollarse laboral o productivamente.

La formación escolar tradicional, e incluso, aquella que se caracteriza por colocar el énfasis formativo en las habilidades para el trabajo, se enfrentan a un escenario en extremo cambiante.

Más allá de lo que pudiera significar un entrenamiento meramente técnico, queda clara la necesidad de avanzar en la mezcla entre competencias como capacidad para resolver problemas y creatividad, a la par de habilidades digitales para emprender y trabajar en el marco de una economía digital.

 A contracorriente de la precarización, los trabajos de bajo impacto tecnológico o de altas cargas de estrés e inestabilidad, asoma como cuarta condición la capacidad para potenciar la creación de mejores trabajos ligados a un ingreso digno.

El impacto de las tecnologías digitales en relación con la creación de empleo y bienestar puede y debe extenderse a todos los ámbitos.

Representa, además, una oportunidad tanto para reclamar el respeto a los derechos de los jóvenes que participan de la economía digital, como para alentarlos a emprender sus proyectos con ánimo y confianza. Por difícil que parezca.

Y lo sea.


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Tres años tardaron en darse cuenta. Sucede. Más frecuentemente de lo que uno pensaría. Elementos que pasan desapercibidos, cobran de pronto relevancia inusitada.

Todo cambia entonces. Lo que antes era una señal mínima, acaso incidental, se torna en una pieza central del entramado. Y de ahí para delante.

Entre 1962, año de la primera entrega, y 1965, en que se estrenó la tercera película de la saga, los autos de James Bond eran, por decirlo así, una parte más entre muchas.

Ni el razonablemente sencillo Sunbeam Alpine MkV de 1961, que aparece en “007 contra el Dr. No”, ni tampoco el resabio de aristocracia que significaba el Bentley 4.5 Sport Tourer, que se mira en “Desde Rusia con amor”, estaban pensados para ocupar un lugar central en el imaginario de los espectadores de la época.

Y si bien para el año siguiente, 1964, “Goldfinger” presentaría, gracias a un auto con aditamentos especiales, un adelanto de lo que en la siguiente entrega sería el vuelco definitivo.

automovil 007
Imagen: Taringa.

Es a partir de 1965, que nada volvió a ser igual. Los autos de Bond marcarían cada una de sus cintas. Defensas que se extendían, navajas que salían de las tuercas de las ruedas, ametralladoras escondidas.

A partir de “Thunderball”, los autos de 007 significarían, además, en el imaginario del gran público, muestras fehacientes de los portentos de la tecnología, los aditamentos, puesta al servicio de la tecnología (el automóvil en sí), puesto al servicio del bien (Bond).

Es posible que caminar sea mitológicamente el gesto más trivial y por lo tanto el más humano, escribe Roland Barthes, unos años antes de que comenzaran a aparecer las películas de Bond.

Con una preclara idea del lugar icónico que el automóvil tendría para el espíritu moderno del siglo XX, asevera Barthes en su Mitologías: “Todo ensueño, toda imagen ideal, toda promoción social, suprime en primer lugar las piernas…por el automóvil”.

Máquina entre las máquinas, el automóvil reaparece —es un decir, nunca se ha ido— desde la modernidad hasta el siglo digital, el nuestro, con una promesa que, siguiendo la metáfora de Barthes, promete ahora ya no sólo suprimir las piernas, sino brazos y manos, también.

Vehículos autónomos los llama la nueva era. Coches que no requieren de conductor. O liberan a este, se apunta, de la molesta tarea de ir concentrando, tener alguna destreza o conocimiento de las reglas básicas de tránsito.

automovil tesla
Imagen: Tesla.

De los autos eléctricos, ambientalmente amigables, cuya multiplicación exponencial puede darse por un hecho a consumarse en menos de una década, a los vehículos autónomos, hay sin embargo un salto cualitativo adicional.

No se trata sólo de un asunto que concierna a la muy poderosa aún y globalmente omnipresente industria automotriz y sus interminables reacomodos y fusiones, lo que hoy está en juego representa más que la simple entrada de nuevos jugadores.

Ya de algún modo, o muchos, el perfil poco convencional de las apuestas de Elon Musk y sus incursiones inusitadas, lo mismo en patrocinar viajes al espacio que en comprar miles de millones en bitcoins, había removido la representación del “fabricante de automóviles”.

¿Cómo será el coche del futuro?, se preguntaba hace poco Marc Hijink. Pregunta que bien podría invertirse, ¿Cuál es futuro del coche?, para seguir el curso de lo que plantea este conocido analista de tecnologías neerlandés.

Entre juego, y no, Hijink lanza: “¿Será un iPhone sobre ruedas?”, escribe a propósito de los rumores de negociaciones entre Apple y la coreana Hynduai, para completar la chanza cuestionando: “¿O será que podremos pagar nuestro Tesla autónomo con bitcoins?”.

El sólo dato de que para 2030, la industria automotriz gastará 221 mil millones de dólares, el doble de lo que gastó en 2018, sólo en chips para sus unidades, da una idea clara de la manera en que se halla entrelazada la producción de automóviles y el sector tecnológico digital.

automovil del futuro
Imagen: Shutterstock.

Pantallas táctiles, sensores, softwares, los multicitados chips o semiconductores, constituyen hoy el núcleo central de aquello que alguna vez entendimos como una máquina movida por un motor de combustión interna.

No está claro si Apple finalmente concretara su I-Car o no. Pero de lo que no cabe duda, es que el emporio fundado por Jobs está más cerca de lanzar un auto que Ford un teléfono inteligente.

Resulta por demás curioso recordar, en ese sentido, que de los muchos implementos que se idearon para aquel legendario Aston Martin DB5 1964 que Sean Connery, inigualable James Bond, conducía en “Thunderball”, pocos funcionaban realmente.

Lo importante entonces, empero, no era que, por ejemplo, el dispositivo de rastreo, ancestro de nuestros geolocalizadores actuales, funcionase, sino la idea misma de que aquello era posible.

Cuarenta años, y poco más, en 2006, Bond recupera y vuelve a manejar aquel (ahora) viejo DB5 en “Casino Royale”. Es el futuro reinventando al pasado. O, si se prefiere, el pasado llegando al futuro en automóvil.    

Porque ni duda cabe que los prometidos autos voladores que poblarían las décadas del siglo XXI, según los visionarios del XX, se van tornando, cada vez más, en el gadget digital más caro del mercado.

Siri maneja.


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Tan pequeñas como su propio país. Manzanas. Diminutas manzanas brotando de un árbol nacido en un tubo de ensayo. Un manzano en flor en miniatura.

Ésa fue la idea que a sus escasos 18 años llevó hace unos años al lituano Mata Navickas a ganar el premio europeo para jóvenes promesas de la ciencia.

El experimento, exitoso, consistió en hacer germinar, en un tubo de ensayo, un manzano capaz de producir rojas manzanas de más o menos un centímetro de diámetro.

Era el mundo de antes de la pandemia. Aquel en el que no solo nadie hablaba de enfermedades contagiosas que podían expandirse por todo el orbe, sino en el que nadie imaginaba siquiera que una cosa fuera posible.

Claro que en ningún momento el joven Navickas habla de la correlación, sutil y quizá solo figurada, entre su fascinación por lo pequeño y la trágica disparidad de tamaños entre Lituania, una de las tres repúblicas bálticas, su país, y el vecino siempre acechante, la Rusia de afanes imperiales.

Pero la curiosidad, al igual que los árboles minúsculos del lituano, encuentra su propio modo de germinar y rendir sus frutos.

ciencia y curiosidad
Imagen: Andrew Kolb.

El propio joven aspirante a científico, investido del optimismo de sus 18 años, se lanza a proponer a la curiosidad como la semilla de todo lo demás.

En el siglo en donde todo por hacerse de nuevo, y qué bueno, como gustaba de pregonar el gran filósofo francés, Michel Serres, el joven lituano da en el clavo.

La curiosidad es la estrella del norte en el mar de lo incierto que se cierne sobre lo que resta de esta centuria. La historia, empero, no siempre ha estado del lado de la curiosidad como un valor a enaltecer.

Por el contrario, por largo tiempo, ser (demasiado) curioso mató al gato, para recuperar el adagio que quiere advertir, con toda su carga didáctico moralizante, la curiosidad como un signo contrario a la fortaleza de carácter.

El muy brillante divulgador de la ciencia británico, Phlip Ball dedica las páginas de su libro Curiosidad: por qué todo nos interesa, justamente a analizar cómo ha ocurrido ese tránsito entre el denuesto y la exaltación.

En ese camino, Ball traza una ruta que toca el corazón mismo de la manera cómo esta época se mira a sí misma. Un tiempo en el que la competencia tiene como motor de éxito a la innovación, según se sostiene ampliamente.

innovacion
Imagen: Lea Vervoort.

No obstante, muchos de los adelantos de los que la sociedad goza, dirá siguiendo a Stephen Hawking, se basan en realizaciones científicas cuyos resultados prácticos no estaban previstos, y cuyo impulso antes que al lucro se debió al aliento creativo de una curiosidad ilimitada.

A contracorriente de todo dogma, ya fuese religioso o ideológico, Michel Foucault se sumará pronto a este sumario de elogios a la curiosidad que Ball recoge.

Me gusta pensar en la curiosidad, asevera Foucault (porque) “evoca intranquilidad; la preocupación que se tiene por lo que existe y por lo que podría existir; la disposición a encontrar extraño y singular lo que nos rodea; una cierta ansiedad por desligarnos de nuestras familiaridades y ver los objetos cotidianos bajo otra luz…”

Una fuerza radical, un impulso por entender, la nombra Ball, él mismo físico y químico formado en las universidades más prestigiadas de Gran Bretaña. Y al centro de esa fuerza radical, la capacidad para preguntarse por el mundo, escribe.

El estudio de Ball es tan fascinante como extenso. Va de Hobbes a Leonardo da Vinci y de este a la Revolución industrial pasando por el Acelerador de partículas. Un tour de forcé por la historia misma de nuestra relación con esa extraña pasión (Hobbes, dixit) que es tratar de comprender.

Acepción ambigua y acaso hasta contradictoria en autores claves en la historia del pensamiento, reconoce Ball, la curiosidad se avala en algunos casos, pero en otros, cuando se ha de cuestionar las visiones únicas, se condena o francamente se proscribe.

curioso
Imagen: Sébastien Thibault.

Si bien el punto de inflexión se puede ubicar en el boyante siglo de la “revolución científica” del XVII, Ball admite que la fisura es más profunda que el simple recuento de las muchas realizaciones científicas de una época en particular.

Galileo, Newton, Boyle, Hooke, Van Leeuwenhoek, y el sistema heliocéntrico, la teoría de la gravedad, el fin de la alquimia, la invención del microscopio, y la indagación de los microbios, acompasados por “la innovación fundamental de la época: el método científico”, dice Ball, es apenas el síntoma.

“El puntal de todo ello fue el cambio profundo que experimentaron las preguntas que cabía formular. Nada era demasiado insignificante ni banal para ser tomado en cuenta…”.

Nada que no pueda ser indagado, puesto en duda, que no merezca la atención, tomarse el cuidado de preguntarse por su fundamento.

Nada es suficientemente pequeño ni pueril, nada escapa a quien esté dispuesto a formular preguntas, como el joven Navickas, bajo el impulso vital de la atención y el cuidado, de la puesta en duda del pensamiento o camino único.

En ello, la innovación se rehace, autoregenera; se renueva y vuelve a ser.

Curiosidad.


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¿Cuánto puede durar un año? ¿Y en ese tiempo, en ese lapso incierto, cuántas cosas pueden cambiar?

Tal parecía el tono con el que comenzó su discurso en el Foro Económico de Davos, celebrado hace unos días, la presidenta de la Comisión europea, Ursula von der Leyen.

Así, habló de cómo, hace apenas un año, Trump se robaba la atención y también sobre cómo una valiente adolescente, Greta Thunberg, hacía un llamado urgente a la acción climática.

Nos llegaban también en ese momento, evocó Von der Leyen, palabras más, palaras menos, algunas noticias desde China a las que, a decir verdad, nunca imaginamos la magnitud que tendrían.

Y de pronto, ese recuento parece situado en una línea del tiempo que supone más de 365 días, parece como si hablara de un lapso de tres, cinco, siete años.

Si la pandemia ha exhibido las vulnerabilidades de la era global, tal y como fue concebida, al desafío se suma la rapidez con que pueden aparecer riesgos que no estaban en el horizonte, sino hasta que son catastróficos.

Como ha sido costumbre en ediciones anteriores, el Foro presentó la 16 edición de su Informe de Riesgos Globales. Un muy bien documentado y editado estudio que se ha vuelto referencia obligada en los últimos años.

vulnerabilidad global
Imagen: Nexos.

Una parte importante del informe presentado por Davos se vale de una encuesta que ubica lo que quienes participan del Foro creen que serán riesgos en el corto, mediano y largo plazo.

Aquí, el recuento de los riesgos, repercusiones y amenazas identificadas en el Informe Davos 2021.

Corto plazo (lo inmediato y hasta dos años), de mayor a menor: enfermedades contagiosas; crisis en calidad de vida; catástrofes medioambientales; fallas en la ciberseguridad; inequidad digital; estancamiento prolongado; terrorismo; desilusión juvenil; fragmentación social; deterioro de los entornos para la vida humana.

Mediano plazo (entre tres y cinco años), repercusiones de mayor a menor: crisis en precios de activos, colapso de la infraestructura TICs, inestabilidad de precios, crisis de materias primas, crisis de deuda, fractura en relaciones bilaterales entre Estados, Conflictos entre Estados, deficiencias en ciberseguridad, fracasos en sistemas de cibergobernanza, geopolitización de los recursos.

Largo plazo (entre cinco y diez años) amenazas de mayor a menor: armamento de destrucción masiva, colapso de los Estados, biodiversidad perdida, avances tecnológicos mal empleados, crisis de recursos naturales, colapso de la seguridad social, colapso del multilateralismo, colapso industrial, fracaso de la acción climática, ataque al conocimiento científico.

riesgos globales 2030
Imagen: Pacifista.

Como se ve, cada una de estos ámbitos, riesgos, repercusiones y amenazas entraña, en sí mismo, un amplio catálogo de asuntos que merecería cada uno la mayor prioridad por parte de gobiernos y sociedad.

En apenas un año, el lugar que en la percepción de riesgo ocupaban algunos de los ámbitos planteados arriba se reformularon, y otros que no habían aparecido, o al menos no con esa determinación, se colocaron en los primeros lugares de la lista.

Al hacer una revisión sobre cómo se ha movido la percepción de los riesgos, repercusiones y amenazas en los últimos nueve años, se observan tanto continuidades como irrupciones notables, la principal, la que tiene que ver con la salud.

Veamos cuál fue considerado el principal riesgo mundial por probabilidad. En 2012, 2013 y 2014, disparidad de ingresos; 2015, conflictos entre Estados; 2016, migración involuntaria; y de 2017 hasta este 2021, cambio climático.

Más que interesante resulta ver la mayor movilidad, o volatilidad, si se prefiere, que surge cuando se enlistan los principales riesgos de esos mismos años, pero ahora siguiendo el criterio de su impacto global.

2012 y 2013: financiamiento fallido; 2014: crisis fiscal; 2015: crisis de agua y acción climática fallida; 2017, 2018 y 2019: armas de destrucción masiva; 2020: acción climática fallida; 2021: enfermedades infecciosas.

La rapidez y a la vez la sensación de lentitud con que ha transcurrido el primer año de la pandemia, pone de manifiesto que si ya sabíamos que los riesgos cambiaban, más o menos, de un año a otro, esta vez, pueden cambiar de un mes a otro.

riesgos globales
Imagen: @cuyo003.

Cómo moverse entre riesgos que se mueven. Cómo prepararse para lo que no existe aún o para las disrupciones sistémicas como las de coronavirus.

La década que se avecina estará marcada por el esfuerzo que implicará la reactivación económica post-COVID, pero no menos por una ecuación resultado del compromiso climático y la transición digital.

Por una parte, la agenda de París, con el doble componente de mitigación y adaptación climática, con la mira puesta en 2030.

Por otra, la urgente necesidad de encarar la concentración del poder digital, la brecha de acceso y alfabetización digital y la no consolidación, aún, de un sistema global altamente confiable en materia de ciberseguridad.

En la convergencia de reconocer que el planeta ha llegado a su límite, o mejor dicho, lo hemos llevado a él, y el paso decisivo hacia la década digital, estará la capacidad para encarar vulnerabilidades.

Moverse entre riesgos que se mueven. Moverse con rapidez de manera forma integral, coordinada y simultánea a nivel nacional, regional, local y globalmente. Tal como las amenazas se mueven.

Así.


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Fui. Sin dudarlo. Por ir con quien iba, claro. Porque la invitación vino de ella. Y era a ella a quien yo en realidad quería escuchar, y ver, y con quien estar.

El pretexto fue la presentación de un disco.

Mi recuerdo señala vagamente algunas cosas, como el clima, pero marca con precisión inusitada el perfume que se desprendía de ella.

Al poderoso influjo de las misteriosas leyes de la memoria debo, pues, de nuevo, la certeza plena de que toda aquella tarde fue deslumbrante; también el disco.

En la combinación de ambas cosas, que el disco es muy bueno y mi propio recuerdo teñido de alegría, fragmentos de las letras de las canciones me han acompañado durante décadas.

Tuvo que pasar mucho tiempo, sin embargo, para que pudiera yo reparar que en realidad aquella tarde había escuchado poemas convertidos en canciones. Al nombre de Carmen Leñero, la intérprete, se sumó entonces el de Fabio Morábito, el autor de los poemas convertidos en canciones por ambos.

carmen lenero
Carmen Leñero, poeta, ensayista, narradora y cantante (Foto: El Universal).

Casas en el aire, se llama ese disco que, a manera de aventura colectiva, resultó del talento de Carmen, Fabio, Luis, el hermano de Carmen, y tantos otros.  

Una aventura, una nave de viaje incierto, pero ahora sabemos perdurable, al que nos sumamos, entre destellos, yo mismo y quien embellecida me hizo parte de ella.

Cantar poemas de otros es habitarlos, ha dicho alguna vez la propia Carmen Leñero, en cuya voz sigue habitando, a su vez, el recuerdo vivo de la vivencia que antes he narrado.

Una sucesión de lugares, que no son lugares, en el sentido espacial, sino formas de la experiencia, de un modo que se contrae y expande en una dimensión diferente a lo mensurable.

¿Habitamos del mismo modo el mundo? ¿Habita él, el mundo, de esa manera también en nosotros? ¿Como tiempo, en la memoria; como espacio, en la experiencia?

Habitar, pues, sobre tiempos y espacios, palabras y sensorialidades que se expanden, se contraen, distorsionan y rehabilitan.

El habitar, la experiencia de habitar al mundo y sus seres, y de ser habitado por este mundo y esos seres, sostenido, a final de cuentas, por el puente delgado y recio de una palabra: adaptación.

adaptacion y habitar
Imagen: The Conversation.

Habitar es adaptarse.

No sólo porque, en muchos sentidos, habitar es habilitar, tanto como es habilitarse uno mismo respecto a eso que va a habitar o por lo que, lo sepa o no en ese momento, será habitado.

Sino porque en esa habilidad, doble, nos va la posibilidad real de alcanzar, en grado alguno, en el trayecto vital, el único éxito sustancial: habitar el mundo a través de los otros; ser habitado por el mundo a través de los otros.

Como si se tratara de la legítima y urgente preocupación por el deterioro de la vida del planeta, hemos puesto tal vez más energía en mitigar que en adaptar(nos).

No se trata desde luego de conceptos encontrados ni mucho menos irreconciliables. Pero sí de dos formas de proceder y de habitar (y habilitar) el horizonte vital.

Las crisis, las de grandes proporciones, como la que el planeta padece ahora mismo, ponen de relieve ambas condiciones.

Son el resultado de un largo proceso cuyas consecuencias emergen con inusitada claridad; pero no menos, es un llamado sin posibilidad de renuncia a actuar en el plazo tan corto que no admite posposición alguna.

La expansión acelerada e inclemente de la pandemia tomó a la humanidad en medio de varias crisis previas cuyo grado de acumulación era ya evidente y más que preocupante.

La desigualdad en el ingreso, la violencia de género, la inequidad en el acceso a las oportunidades de la era tecnológica, la concentración de la gobernanza son algunos de los elementos que tanto a nivel nacional como global formaban parte del paisaje de serias problemáticas que urgían atención aun antes de la pandemia.

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Imagen: Notirasa.

Ello sin contar con que 2021 se ha convertido en el año con mayor aumento de la temperatura en la historia del planeta, y evidencia del deterioro creciente de las posibilidades del medio ambiente para seguir soportando la imprudencia humana.

La pandemia radicaliza las crisis preexistentes y nos coloca en un punto de inflexión en el que los riesgos del futuro se convirtieron de súbito en la urgencia del presente: sobrevivir.

En el antes y después que la pandemia ha instalado, pues, debe leerse, debe ubicarse, la necesidad de equilibrar nuestra preocupación por mitigar y nuestra ocupación por adaptar(nos).

Habilitar para habitar; ésa es la habilidad urgente. Rehabilitar, si es preciso, para rehabitar.

No se trata de comprender la revaloración de nuestras capacidades de adaptación como una derrota, como la resignada respuesta frente a lo que no se puede cambiar.

Por el contrario, adaptarse es una fortaleza de futuro. Porque la adaptación no es una condición dada, sino una capacidad construida, con tanta rapidez como efectividad.

Habilitar, adaptar casas en el aire, no castillos, para ser habitados por la gente que en la vida de todos los días, que en la memoria del pasado y en la del anhelo de futuro, recuerda y se entusiasma de poder seguirlo haciendo.

Hacia delante.


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CES 2021, ¿todo se desvanece al aire?: una feria de objetos sin objetos

Lectura: 4 minutos

¿Qué es hoy un hogar?, se preguntó con genuino sentido de indagación la primera frase con la que Samsung abrió su esperada presentación en la CES (Consumer Electronics Show), la feria más importante del mundo en productos tecnológicos.

Asidua asistente a la CES, Samsung, igual que todas las empresas participantes, se vio orillada por la pandemia a reinventar lo que en un mundo físico estaba compuesto por stands, edecanes, bocinas, música y bocadillos.

La feria misma, un evento centrado en objetos, en cosas sorprendentes que los visitantes van encontrando mientras caminan, se vio obligada a enfrentar el reto mayor en su historia: reinventarse.

Del DVD a la televisión HD, de la videograbadora a los celulares desplegables, del reproductor de CDs a los automóviles autónomos, la lista es tan extensa como la influencia del evento, desde 1967, la CES ha visto pasar a lo largo de más de 50 años a los más importantes productos tecnológicos de consumo masivo.

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Imagen: Expresso.

Hace apenas un año, llegaron en legión más de 150 mil visitantes que se perdían, gustosos, entre los cerca de 270 mil metros cuadrados que se usaron para albergar a casi 4 mil quinientos expositores.

¿Cómo trasladar la vivencia masiva, tumultuaria se diría, de los pasillos atestados, las luces, voces, encuentros y todo lo que de suyo ofreció la CES durante más de 60 años, a la imagen y el audio de las computadoras conectadas en todo el mundo?

¿Cómo, además, sustituir, si ésa es la palabra que vale, todo lo que conlleva mirar un objeto que está ahí, presente, ver sus detalles, casi tocarlo, o, quitemos el casi, tocar su superficie, sentir sus contornos?

Es cierto que a lo largo de muchos años, la presencia de personajes con un alto grado de influencia para el desarrollo de las tecno innovaciones digitales fue una parte importante del programa.

Pero no menos cierto es el hecho de que el show, como gusta de decir los americanos, se centraba en los objetos que se desplegaban a través de ese interminable territorio más cercano a tomorrowland que a una convención común.

Por eso, a mi modo de entender, lo que ha resultado más sobresaliente de esta edición del evento, es esta suerte de revaloración de la palabra, y con ella, de las ideas en un espacio centrado en la materialidad de los objetos.

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Imagen: Medium.

Incluso tratándose de estos, con los refrigeradores con reconocimiento de voz, las pantallas flexibles enrollables o los robots para tareas del hogar, el sitio central lo ocuparon las presentaciones y no los objetos mismos.

Estas presentaciones, como es de suponerse, dadas las condiciones de esta CES, se tornaron en piezas cuidadosa y costosamente producidas. La calidad visual de cada una de ellas fue, por decir lo menos, impecable.

¿Se trató entonces de una sucesión de “comerciales caros” mezclados con entrevistas y discusiones entre expertos, desarrolladores y analistas?

No. Y ahí radica, quizá, el mayor punto de inflexión de esta CES, pase lo que pase con la siguiente.

Una CES virtual en la que al aire, todo lo sólido se desvaneció.

Parafraseo la famosa frase de Marx, “Todo lo sólido se desvanece en el aire”; recuperada luego por Marshall Berman en su legendario ensayo sobre la modernidad capitalista tardía, no porque el esfuerzo de la CES virtual se hubiera desvanecido en el sentido de perderse.

Ha ocurrido, en cambio, que al aligerar el excesivo peso de la presencia de los objetos materiales, abrió camino a otro tipo de experiencia: pensarlos, vivirlos desde otro tipo de sensorialidad: la del pensamiento.

Plantear la presentación virtual de sus objetos les situó en el horizonte de la palabra, del pensamiento.

Baste regresar, en este sentido, a la manera cómo Samsung decidió comenzar su segmento. ¿Qué es hoy el hogar? ¿Qué entendemos por ello?

Tal pregunta, lejos de situarse en la invitación a tocar los impolutos contornos de un refrigerador, una televisión o un celular, objetos todos, es una pregunta que invita a acercarse a otro clase de contorno: el de las ideas.

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Imagen: Ken Research.

Pensar no como un ejercicio narrativo en pos de una respuesta única y uniforme, sino como indagación que busca hallar en su camino otras preguntas.

Si ya la sospecha de que los objetos son ideas materializadas estaba extendida, el show virtual que la CES ha desplegado en este inicio de 2021 la confirma plenamente.

No debe extrañar a nadie, pues, que asuntos como las “fronteras del hogar”, el sentido de la aseveración “estar presentes”, y, desde luego la salud, hayan ocupado tanto tiempo, esfuerzo y dedicación por parte de empresas que nunca son “sólo fabricantes de cosas”.

¿Detrás de la manera en que Samsung construyó su narrativa estuvo (está) uno o varios filósofos o pensadores? Me atrevo a pensar que sí. Uno o más.

Sin proponérselo así del todo, la CES cumplió con la promesa que la ha llevado hasta lo que es hoy: invitar a asomarse al futuro.

Nada mal si en ese futuro el pensamiento, la capacidad para hacer preguntas de las que surjan nuevas preguntas, se vuelve la gran novedad.

Nada mal.


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