Opciones

En memoria de una mujer admirable: Blanca Esthela Treviño

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Por Blanca Treviño (hija).

Estimados lectores de la columna “Opciones”, en nombre de mi familia quiero agradecerles el haber seguido los artículos que cada semana enviaba mi mamá a diversos periódicos y revistas. Ella llevó a cabo esta labor por más de 30 años de forma altruista ya que sentía la necesidad de aportar su granito de arena para mejorar su mundo y consideró que mediante sus escritos y sus historias, en donde siempre estaba implícito un valor, podía influir en al menos una persona.

Con tristeza les informamos que el pasado sábado 23 de marzo, falleció en su natal ciudad de Piedras Negras, Coahuila, dejando huella con sus letras, pero sobre todo en la vida de las personas con las que convivió.

Dicen que el alumno debe superar al maestro, en este caso el maestro es insuperable, desde su partida se repiten los mismos comentarios de las personas que nos han dado sus condolencias y que nos comparten como marcó sus vidas, su generosidad, su espíritu de servicio, la alegría y el cariño que le demostraba a todas sus amistades, familiares, trabajadores, en fin, a cualquier persona que se cruzara en su camino.

A nivel personal no creo poder alcanzar a describir todo lo que mi mama nos dejó, presenciamos y disfrutamos de una mujer eternamente inquieta, curiosa y ávida de aprender cosas nuevas, estudió su carrera ya siendo mamá y se graduó a los 50 años, tenía mucha capacidad de admiración hasta por las cosas más sencillas lo que le hacía disfrutar mucho de la vida. Sin embargo, su prioridad fue siempre su queridísimo esposo y el tener una familia unida y amorosa, el hogar que formaron para nosotros sus seis hijos, fue muy cálido, muy lleno de música, bailes, juegos, cuentos, siempre tenía alguna historia que contarnos, dependiendo del libro que estuviera leyendo en ese momento.

En su persona siempre pulcra y arreglada, muy comprometida con su desarrollo personal, con mucha autoexigencia, empeño y perseverancia en todo lo que emprendía: matrimonio, maternidad, cocina, costura, ebanistería, decoración, construcción, administración, contabilidad, pintura, escritura, ¡todo a su 110%!

Es a veces hasta que cerramos el último capítulo de un libro, cuando alcanzamos a entenderlo y aquilatarlo en su totalidad, en vida nos dábamos cuenta que teníamos una mamá extraordinaria, pero fue al final cuando se nos hizo más evidente,  aceptando la repentina noticia de su muerte inminente con alegría y gozo, en total congruencia con su gran fe, se despidió de todos sus seres queridos dándonos palabras de aliento, recordándonos nuestras cualidades, animándonos, viéndonos a los ojos con esa ternura, dulzura, y esa gran sonrisa que siempre la caracterizó.

Nuestra ex cuñada, Veronica Lankenau, que viajó de Monterrey para despedirse de ella, describe sus impresiones de forma magistral:

“Cuando llegué, aunque ya lucías un poco pálida, me sonreíste y tomaste mi cabeza entre tus manos para decirme lo mucho que te alegrabas de verme… ¡LA MEJOR SUEGRA de este mundo!, te dije. ¡¡¡La más bella despedida!!!  ¡¡¡La coronación de todo lo construido durante toda una vida!!! ¡¡¡Un premio divino bien merecido!!! Un verdadero testimonio de aceptación al regreso a casa. Increíble haber presenciado tan heroico adiós. ¡Te quiero Wita! Y sé que todos los que alguna vez tuvieron la dicha de conocerte sentirán tu ausencia… nunca esperé presenciar tan hermosa despedida, ni una lágrima, ninguna mueca, ni un quejido… tú sonriendo, tú expresando sólo palabras bonitas, tú esperando el reencuentro con el Wito… y nosotros entre admiración y llanto aprendimos a ver la muerte como amiga… y de momentos un chiste, una broma que nos hacía soltar la carcajada… no se puede describir esa bella forma de partir, no se puede explicar tan acertadamente tu paz, tu fuerza, tu alegría, tu rebosante fe, ¡tu nulo miedo a lo desconocido! Y así, rodeada del inmenso cariño y del dolor indescifrable de hijos, nietos, hermanos, hermanas, bisnietos, yernos, nueras, y ex nueras, ¡así te nos fuiste a bailar con el Wito!… ¡demasiado qué aprender de ti, de tu vida y de tu partida!

Con este broche de oro cerró el último capítulo de su vida, dejándonos con la paz que nos transmitió con su último adiós, y como forma de despedida elijo unas líneas de su libro “Él y Yo”:  

Un pedazo de cielo asoma por la ventana. Recorro la cortina. Un rayo de luz pinta el mundo con mil colores. A mi mente llega un tropel de recuerdos hoy lejanos en el horizonte, ahora te busco más haya del horizonte en las fases de la luna, en el fulgor de la noche.

Blanca Jáuregui Treviño (hija de Blanca Esthela Treviño).

Blancajau07@gmail.com

Blanca Esthela Treviño.
Blanca Esthela Treviño y su esposo.

El secreto del delfín

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Antes de la tercera operación a corazón abierto, al pequeño José, de escasos tres años de edad, le aseguraron sus padres, médicos y enfermeras que esta operación, aunque muy dolorosa, iba a corregir para siempre su problema cardíaco. Después, sufrió un infarto que le paralizó el lado izquierdo, dejándolo imposibilitado para mantenerse en pie y levantar la cabeza. Veía y hablaba con dificultad, y lo peor de todo, era su depresión: había perdido la fe en los adultos. Sus padres y terapeutas le habían fallado, lo habían traicionado. Ahora, ¿en quién confiar? El mundo de José se hizo añicos. Perdió el deseo de vivir.

Dina, la madre de José, recordó que durante su estancia en el hospital, el niño había mostrado interés en un perrito. También recordó haber oído decir que los delfines se relacionan bien con niños y adolescentes perturbados. Decidió comunicarse al Centro de Investigaciones de Mamíferos Acuáticos en la Florida, en el cual, por una cuota mínima, permitían a los visitantes nadar en una bahía cercada en el Océano Atlántico, con los doce delfines en estudio.

No es costumbre que los delfines hagan proezas para que los visitantes les den de comer. Los mamíferos acuáticos viven en un ambiente natural y son educados a responder a señales. Periódicamente les abren las compuertas para que, si lo desean, puedan regresar al mar. La interacción que surge con los humanos es estrictamente a voluntad y a discreción de los delfines.

Cuando José llegó al Centro tumbado en su carriola, paralítico, silencioso y ensimismado, Fonzie, uno de los delfines, nadó a la orilla. Algo especial surgió entre ellos: amor a primera vista. Los ojos indiferentes del pequeño se iluminaron y, por su parte, Fonzie, cada vez que lo veía llegar, se abría paso a toda velocidad entre sus compañeros delfines para recibir, alborozado, con una enorme cabriola, al pequeño José.

Delfines rehabilitacion
Foto: RC Multimedios.

¿Qué intuyó el delfín cuando vio al niño? ¿Cómo supo de su enfermedad y sufrimiento? Nadie  lo sabe. Pero los delfines poseen tal sensibilidad y tan exquisita comunicación sin palabras que comprenden cuando una persona necesita ayuda. Los mamíferos, tiernos y graciosos, han sido utilizados para ayudar a personas con problemas mentales, a autistas y a perturbados emocionales, quienes han logrado una sorprendente mejoría. Reducen el estrés en los niños de tal manera que, una vez relajados, los pequeños son mucho más receptivos al aprendizaje.

Al principio, al ver el interés que mostraba José por Fonzie, le decían que el delfín sólo comía cuando él le daba los peces con la mano izquierda, pero el pequeño José no podía doblar sus dedos para tomar el pez. Era tal el deseo del niño de alimentar a su amigo que hablaba en el sueño: “Abre los dedos”, “Cierra los dedos”. Al fin, pudo tomar en la mano izquierda el pez y envolverlo con su mano. Dina, dirigiendo su brazo, le ayudó a colocar el bocado en las fauces abiertas de Fonzie.

Fue acelerada la recuperación del niño: toda suerte de juegos se diseñaron para que ejercitara los músculos atrofiados. Se animó a entrar al agua a jugar con el delfín y, poco a poco, con la mano izquierda pudo sostener la pelota y usar la pistola de agua para bañar a Fozie. Éste, lleno de júbilo, emitía sonidos extraños. José decía que el delfín cantaba.

Los delfines tienen 88 enormes dientes afilados. ¿Cómo pudo el niño confiar en él para dale de comer y acariciarlo?  Nadie lo sabe, pero el amor obra maravillas.

Esta historia de amor tuvo un desenlace feliz: al año de su enamoramiento, José logró caminar y correr, Y todas las tardes llevaba una cubeta llena de sardinas, con la mano izquierda, a su amigo delfín. Y dice aún entre risas: “Yo amaba a Fonzie, y Fonzie me amaba a mí.”

¿Qué vio José en el delfín que no había visto en los ojos de los humanos? Algo que todavía no se escribe en los textos de medicina y que los delfines ya lo saben.

El oficio más antiguo de las mujeres

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Dicen que el oficio más antiguo de las mujeres es la prostitución. Pero no. Las mujeres han desempeñado desde tiempos inmemoriales el oficio más antiguo: el de cuidar las palabras.

En la historia de la humanidad millones de generaciones de mujeres han enseñado a hablar a sus hijos y han cuidado las historias. Los  hombres salían a cazar o a buscar aventuras más allá de la aldea, el río, el mar, el continente. Los acontecimientos que los hombres relataban a su regreso tal vez sucedieron, tal vez no, pero las historias han sido preservadas por las mujeres hasta nuestros días.

Los cuentos se gestaron en tiempos primitivos en torno a la hoguera: las narraciones mantenían despiertas a las mujeres encargadas de cuidar el fuego. Desde entonces las historias han ejercido un gran impacto en las civilizaciones. Junto a la chimenea del hogar las palabras continúan transmitiendo la pasión y la alegría de vivir. Las palabras siguen comunicando la información contenida en cada relato, la realidad escondida en cada cuento.

La gente sencilla del campo conserva un amor especial por las palabras, por el placer de contar historias. Comparten la puesta de sol con los vecinos para luego ir perdiendo poco a poco los rostros en la oscuridad, absortos en las voces que relatan pedacitos de vida de personas en otros tiempos, lugares y circunstancias.

Los cuentos, como las verdaderas obras de arte, poseen una riqueza y profundidad trascendentales. La tarea más importante y a la vez más difícil es ayudar al niño a encontrar el sentido de la vida. Las madres y abuelas desde tiempos remotos han sido narradoras excelentes. Sobre todo cuando su realidad es incierta, inquietante, el niño tiene necesidad de creer en la magia: personas y animales, plantas y objetos que palpitan en un ambiente inundado de una atmósfera de belleza y bondad: el lugar imaginario que transforma el dolor de la amarga y dura situación presente, y lo convierte en un himno de alegría y confianza en el Ser Supremo.

mujer con niño
Fuente: Pinterest.

El niño siempre ha gustado de historias que alimenten la imaginación y estimulen su fantasía. A través de los cuentos, de manera placentera imagina sus propios conceptos sobre el origen y la finalidad del mundo, los ideales sociales, los héroes justos, generosos e invencibles que él tratará de imitar.

El mundo subjetivo de los niños muchas veces está plagado de terror. Las explicaciones científicas a los problemas existenciales pocas veces logran clarificar sus temores y pueden, en cambio, abrumarlo con nuevas incertidumbres. Los egipcios, inclusive los faraones, temían la oscuridad del firmamento y la idea de un espacio ilimitado. Las sacerdotisas recurrieron a una historia para dispensar tranquilidad: ‘Nut’, el símbolo de una madre etérea y dulce que extiende su cálida transparencia en el firmamento solitario y frío, cubriendo serenamente a la Tierra y a todas sus criaturas para protegerlas.

Privar al niño de la seguridad que necesita en sus primeros años es impedir que se inicie el proceso de amor a la vida, indispensable para confiar posteriormente en sí mismo y en los demás. La vida, a pesar del conflicto, puede ser hermosa: imágenes, o semillas, depositadas tiernamente en la mente infantil, tienen el poder de transformación por excelencia, del terror a la alegría.

Las historias que cuentan las mujeres han sido llamadas regalos de amor porque lejos de exigir nada, dan seguridad y esperanza en el futuro, manteniendo la promesa de un final feliz. Hasta el más sencillo cuento, convertido en canción de cuna tiene un enorme valor terapéutico: “Wipsy Wipsy Araña / tejió su telaraña.  Vino la lluvia / y se la llevó.  Salió el sol / y secó la lluvia.  Y Wipsy Wipsy Araña / otra vez tejió”. Vencer dificultades y tener fe en un futuro luminoso puede aprenderse desde la cuna.

El oficio más antiguo de las mujeres no es el de la prostitución, sino el de contar historias. Aunque narrar cuentos es un oficio humilde, poco reconocido, y no remunerado, encierra en sí mismo un valor incalculable de socialización. Transmitir los valores universales de generación en generación ha sido una de las aportaciones más valiosas de la mujer a las civilizaciones desde el principio de los tiempos.

El hombre muy bien puede vivir sin casas de prostitución, pero no sin cuentos.

El sueño de Poseidón y Prometeo

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Hace muchísimo tiempo en una tierra ya olvidada vivieron dos hombres que eran íntimos amigos. Uno se llamaba Poseidón, y era inmensamente rico; el otro sólo poseía sueños y su nombre era Prometeo.

Poseidón era dueño del oro y tenía en su poder todos los medios, pero era ciego para los fines. Prometeo, cavilando siempre, siempre soñando, creía ver lo que nadie ve, pero no veía lo que podían ver todos.

Sus respectivas cegueras fueron de naturaleza opuesta. Poseidón caminaba por la sombra y percibía muy bien la tierra que pisaba, pero jamás supo que sobre su cabeza brillaban las estrellas. Prometeo, como los antiguos filósofos, avanzaba extasiado contemplando los astros y no reparaba en los hoyos abiertos bajo sus plantas; cayó muchas veces en los baches del camino, esto es, antes de que fuera amigo de Poseidón. Infinidad de veces oyó la burla a su paso: “¿Cómo quieres saber de los astros si ignoras lo que tienes en el suelo, ante tus mismos pies?”.

Prometeo no veía la tierra que pisaba, pero en el brillo de los mundos celestes distinguía cuándo las estrellas le sonreían y cuándo lloraban con él. Poseidón no las vio nunca, jamás las buscó ni le importaron, mas su paso fue siempre seguro sobre el polvo y no hubo hoyo que no lograra evitar, ni zanja que no consiguiera salvar.

Prometeo era rico en arte y en ciencia; encarnaba todo lo bueno y lo bello que existe en el mundo. Su riqueza era espiritual y fluía en un río sin fin que lo hacía uno con todo y con todos. Con frecuencia se detenía en el camino y, cavilando siempre, se perdía en el mundo maravilloso de su interioridad -el lugar donde se gestaban sus sueños- para ser renovado: fijaba de nuevo el rumbo y proseguía en su andar sin límites y sin medidas.

Poseidón

Poseidón no soñaba nunca y no conocía el deleite de la espiritualidad, pero estaba siempre atento a las necesidades materiales de Prometeo: su mente fija en salvar los obstáculos del camino para llegar a la meta fijada por su amigo, cuidando a la vez celosamente de la imagen ‒importante en la realidad social de esos tiempos‒ porque temía el rechazo de los demás, y le aterraba hacer el ridículo.

Mientras el uno soñaba, el otro todo lo planeaba, todo lo organizaba. Prometeo, en cambio, iba por la vida sin advertir las humillaciones de quienes no le comprendían; no conoció la inseguridad, y sus ojos jamás perdieron el brillo de la sabiduría y de la bondad. Embriagado por el elixir de la libertad interior, caminaba tarareando melodías que le arrancaba al cielo y que después fácilmente olvidaba. Sin embargo, Poseidón era precavido: anotaba con suma fidelidad con tinta china cada nota que salía de los labios de Prometeo: éste cantaba para el amigo el ritmo que existe en todo el universo, pero jamás pudo regalarle el oído que capta la melodía, ni la voz que la repite.

Poseidón, versado en la ciencia de los números, hablaba del mundo de los pesos y de las medidas, pero no logró acercar a él a Prometeo. Dicen que la visión de un hombre no presta sus alas a otro hombre. Cada persona tiene su propia comprensión y su propia interpretación de las cosas de la Tierra.

Poseidón respetaba a Prometeo y era correspondido. En su amistad compartían aún sin palabras los deseos, ideas y esperanzas en alegría silenciosa. Dejaban volar libremente sus pensamientos y, por la intuición que generaba esa amistad, lograron una profunda comprensión de sus respectivos anhelos. Entre música y sueños, planeación y organización, le arrancaron los secretos a la vida, los compartieron y llegaron muy lejos. Uno sabía por qué y hacia dónde caminar, y el otro conocía el cómo, y el con qué. Así nació el primer equipo de trabajo.

La historia de dos hombres cuya amistad naciera de la diversidad y del respeto ilustra la forma en que lograron grandes descubrimientos y enormes satisfacciones en su peregrinar por el mundo: un valioso legado para las sociedades excesivamente conflictivas de nuestros días.

Nos hemos enamorado de los conceptos de pluralidad,  globalización, tecnocracia, pero urge trabajar en equipo: compartiendo nuestros respectivos dones en un marco de respeto, justicia y armonía. Unos podemos proponer y soñar con un México próspero, justo, generoso, y otros pueden aportar sus talentos, recursos y compromiso personal para lograrlo.

La Teoría del Bombón y las emociones

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¿Qué cualidades de la mente o del espíritu determinan quién triunfará en la vida? ¿Por qué algunas personas parecen haber nacido con estrella y otras “estrelladas”?

Hace más de un siglo los científicos han prácticamente idolatrado el cerebro humano y los poderes de la mente, y han dejado los embrollos del corazón a los poetas. Sin embargo, sus diversas teorías cognoscitivas no habían dado respuesta los siguientes enigmas: ¿Por qué el chico más brillante del salón no resulta ser el más exitoso o el más afluente? ¿Por qué unas personas se mantienen optimistas aún en las peores catástrofes mientras otras sucumben ante cualquier dificultad? ¿Por qué nos caen bien ciertas personas al instante, mientras que por otras sentimos aversión o desconfianza?

Los científicos han podido predecir el futuro de una persona con sólo observar a infantes de cuatro años interactuar con un malvavisco, sí, un bombón. Descubrieron que, al invitar a cada niño a pasar a una habitación completamente vacía, debía permanecer en solitario con la consigna: “Puedes comer ese bombón ahora mismo, pero si lo guardas hasta que yo regrese, podrás comer dos bombones en vez de uno”.

niños en experimento
Fuente: Neurocog.

Algunos niños comieron el bombón tan pronto como salía el investigador de la habitación. Otros decidieron esperar para comer dos. Unos cuantos se cubrían los ojos para no verlo, mientras que otros agachaban la cabeza, o cantaban para distraerse, brincaban y jugaban en la soledad de la habitación, inclusive algunos durmieron en el piso. Cuando el investigador regresó, les daba el segundo bombón de premio a los que habían logrado abstenerse de comer el bombón.  Después los científicos esperaron con paciencia algunos años.

Los estudios realizados utilizando La Teoría del Bombón formulada por Walter Mischel hace tres décadas arrojaron resultados interesantes aún para nuestra era presente. Los niños –hombres jóvenes en la actualidad‒ que decidieron esperar para recibir el segundo bombón tienen una mayor fortaleza de carácter, son mejor adaptados al ambiente, más populares, arriesgados, seguros de sí y confiables. Los niños que sucumbieron a la tentación, hoy muestran una tendencia a la soledad, se frustran con facilidad, son obstinados, se doblan fácilmente ante el estrés y evaden los retos.

Los datos obtenidos muestran que las emociones, no el Cociente Intelectual, pueden ser una mejor medida para clasificar la inteligencia humana. Cuando pensamos en una persona brillante nos imaginamos a un Einstein distraído, de mirada profunda. Suponemos que los grandes personajes desde su nacimiento ya vienen equipados para ser extraordinarios. Sin embargo, las investigaciones revelan que la inteligencia innata parece desarrollarse en algunas personas, mientras que en otras se apaga. Los estudios basados en la Teoría del Bombón indican que la habilidad para diferir la gratificación es la llave maestra del éxito: indica el triunfo del cerebro que razona, sobre el cerebro que se deja llevar por los impulsos. A la capacidad de autocontrol se la llama Inteligencia Emocional.

Daniel Goleman
Daniel Goleman (Fuente: Streamline Projects).

Daniel Goleman, doctor en psicología graduado de Harvard, autor del libro Inteligencia Emocional, recopiló investigaciones sobre el comportamiento humano durante más de diez años que redefinen lo que significa ser inteligente. Su tesis se basa en que para predecir el éxito de una persona generalmente se utilizan pruebas que miden su cociente intelectual, pero éstas no detectan las cualidades de la mente, consideradas como ‘el carácter’, el cómo responde la persona a los estímulos y las emociones: enojo, ansiedad, estrés, temor. Dentro de las complicadas relaciones personales, comerciales y políticas, ser amable y eficiente es más importante que ser sabio. Entender esto es el principio de la sabiduría.

En el análisis de Goleman, el conocerse a sí mismo es la habilidad más importante porque permite ejercer autocontrol. No significa reprimir las emociones, sino, como afirmaba Aristóteles: “efectuar el duro trabajo de la voluntad”. Cualquier persona puede enojarse, eso es fácil, pero enojarse con la persona adecuada, en un grado adecuado, a una hora adecuada, por un motivo adecuado, en la forma adecuada… eso no es fácil.

Disciplinar las emociones es el reto de nuestros días. El autocontrol requiere un arduo entrenamiento. Urge ejercitar a niños y adolescentes en el dominio personal.

¡Ojalá los adultos no hayamos comido todos los bombones!

¿Qué es el odio?

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Hablar de odio es hablar de un tema difícil porque el odio está hecho de una materia amorfa, misteriosa, desordenada. Para definirlo, Elie Wiesel, Premio Nobel de la Paz, presidió en una ocasión una conferencia internacional sobre la Anatomía del Odio que reunió en Oslo, durante tres días, a un selecto grupo de profesores, rectores y escritores –muchos ganadores de premios Nobel‒.

Los participantes de la conferencia se dividieron en dos grandes grupos: Los subjetivistas ‒poetas y moralistas‒, buscaban las semillas del odio dentro del corazón del hombre, mientras los Objetivistas ‒ecónomos, historiadores, abogados‒, contrariamente, citaron como principal causa del odio las condiciones de la vida humana. Éstos afirmaban que las circunstancias, duras y visibles, definen nuestra realidad y, aunque los conceptos morales son muy bonitos, requieren ser plasmados en leyes, y que los gobernantes sean los primeros en acatarlas. Aseguraban que de la extrema pobreza nace el conflicto.

La meta de la conferencia era ambiciosa: desentrañar la obscura fuerza del odio en la especie humana, con el objeto de neutralizarlo. Había qué definirlo. No faltó quién dijera que el odio tiene mucho en común con el amor, en el sentido de que trasciende a la persona para instalarse en otra y, para alimentarse, crea una dependencia enfermiza de la persona a quien odia. El odiador se consume, y llega al extremo de ceder hasta su propia identidad en el proceso de odiar.  Alguien describió a la persona que odia: tiene cara seria, agria, se ofende con demasiada facilidad, usa palabras ásperas y malsonantes, maldice, grita, y es incapaz de tomar distancia para darse cuenta de sus propias tonterías.

La segunda parte de la conferencia versó sobre “Cómo resolver el conflicto a través del diálogo y la democracia”, pero ni el uno ni la otra fueron considerados como solución definitiva al problema del odio: Adolfo Hitler y la Alemania nazi nacieron precisamente a consecuencia de elecciones libres y democráticas, y el odio que engendraron perdura aún en el corazón de los neonazis.

Después de mucho deliberar, los grandes llegaron a la conclusión de que, para que las democracias no se corrompan con la fuerza destructiva del odio entre las facciones, es necesario obtener un antídoto. Declararon que el antídoto para el odio se obtiene al reunir cinco elementos: educación, ley, justicia, responsabilidad y amor.

Con definición o sin ella, el odio está muy presente en las relaciones internacionales: ojo por ojo, misil por misil. El virus del odio enferma al planeta.

En México, a pesar de las serias deficiencias en los cinco elementos que constituyen el antídoto del odio, éste todavía no se instala en la gente castigada por las circunstancias duras y visibles. Hay muchos mexicanos con hambre, sí. Pero todavía queda una brizna de esperanza en la gente de la ciudad y del campo. No hay odio en los ojos de los niños que cada día se alimentan de limosnas al lavar los cristales de los coches. No se percibe aún el odio en la gente que regresa fatigada de fábricas y maquiladoras, aunque saben que el salario no es suficiente para mantener a la familia. Tampoco en los desempleados. Ni en los deportados. Tal vez cuando fueron perseguidos por las patrullas fronterizas, el corazón les dio un vuelco al sentir una mirada helada, vacía de todo calor humano. Pero sus caras no reflejaban odio, sino una enorme pesadumbre del alma.

Sin embargo, los conferencistas aseguraron que de la extrema pobreza nace el conflicto.

El pueblo aún espera un cambio.

Definiendo el amor verdadero

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Un grupo de jóvenes participaron en un proyecto de Relaciones Humanas cuyo objetivo era definir el amor. No se trataba de una definición del amor tipo “montaña rusa”: atracción-placer-satisfacción-apego-aburrimiento-cansancio y vuelta a empezar… con otra pareja, sino definir el amor que dura para siempre.

Estuvieron todos de acuerdo que el verdadero amor es lo único que da sentido a la existencia humana, pero ¿cómo definirlo?  Empezaron por enumerar cualidades del amor. El amor es incondicional: acepta a la persona como es, sin ponerle etiquetas. El amor es gratuito, fluye porque sí; goza en darse. El amor es espontáneo: disfruta de tal modo amando que no tiene la menor consciencia de sí mismo. El amor es libre: escapa a las coacciones, controles, manipulaciones.

El coordinador pidió a los jóvenes que representaran esas cualidades del amor en forma gráfica. Los símbolos más sugestivos fueron: la rosa, la lámpara y el árbol. La rosa se da en fragancia en todo momento, sin condiciones. La lámpara no niega sus rayos a quien camina bajo su luz. El árbol ofrece su sombra indiscriminadamente. La bondad absoluta de la rosa, de la lámpara y del árbol son imágenes fieles de lo que sucede con el amor.

encrucijada amor real

La rosa difunde su fragancia simplemente porque disfruta dándola, independientemente de que esté o deje de estar quien reciba su perfume. Lo mismo ocurre con la lámpara: brilla sin pensar si su esplendor iluminará al ser amado. O como el árbol, que siempre ofrece su sombra.

La rosa, el árbol y la lámpara dejan al amado en completa libertad de recibir los dones que le ofrecen. La rosa no obliga a quien ama a aspirar su perfume, el árbol no lo arrastra hacia su sombra aunque corra el riesgo de sufrir una insolación, y la lámpara no ensancha su haz de luz para evitarle que tropiece en la oscuridad. La rosa, la lámpara y el árbol responden al amor en plenitud en todo momento, al mismo tiempo que respetan la opción de correspondencia del ser amado.  El amor sólo da de sí: ni posee, ni se deja poseer.

En una cultura en la cual estas cualidades del amor son raras, también ha de ser rara la capacidad de amar.  Los jóvenes insistían en que la necesidad más profunda del hombre es la de abandonar la prisión de su soledad. Expresaban que la actividad sexual constituye una solución parcial al problema del aislamiento: el acto sexual sin amor nunca elimina el abismo que existe entre dos seres humanos.  Coincidieron en que la cualidad por excelencia del amor era el dar y el darse.

amor de pareja

¿Qué le da una persona a otra? Preguntó el coordinador. Las respuestas fueron interesantes, da de sí misma, de lo más precioso que tiene en su propia vida: su alegría, entusiasmo, interés, compromiso, e incluso su tristeza. Comparte sueños, proyectos, ideas: expresiones de lo que está vivo en su interior y que enriquece a la otra persona.  Dar produce más felicidad que recibir, porque no dar de sí a la persona amada resultaría doloroso.

Con motivo de la celebración del Día de los Enamorados, comentaron el cuento de O. Henry, en el cual una pareja de recién casados veía acercarse el día de su primer aniversario y, azotados por la crisis económica de los tiempos, no disponían para comprar regalos. Ella vende su cabellera para comprar un extensible para su reloj, y él, sin saberlo, vende el reloj para comprar una peineta para su hermosa cabellera.

Cuando abren los regalos, ella quita su pañoleta y descubre la cabeza que ha quedado sin su preciosa melena, y él siente nostalgia por el reloj heredado del abuelo: ambos se llenan de pena. Se hace un silencio hondo, pero después, una lucidez penetrante les permite ver la realidad de su amor más allá de aquellos regalos. Sonriendo desde la otra orilla del éxtasis, se miran con ojos luminosos.  Hay un nuevo brillo en sus pupilas. Aturdidos por la revelación de que no sólo se puede ser feliz en la opulencia, ese instante marca un peldaño más en la historia de su amor: se aman también en la adversidad.

Descubren que el amor hace que en la memoria del corazón se eliminen los malos ratos y se magnifiquen los buenos. Gracias a este artificio, los que se aman viven eternamente enamorados.

De países pobres y países ricos

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Cuentan las abuelas que hace muchísimo tiempo, en unas tierras ya olvidadas, había dos ciudades gemelas separadas por un intrépido río. Las aguas marcaban la frontera de las ciudades hermanas. Dicen que hace todavía más del muchísimo tiempo, estas dos ciudades eran hermanas de verdad, separadas por el mismo río, sí, pero hijas del mismo país.

Una de ellas se fue haciendo más rica y la otra más pobre. La gente de ambas ciudades se siguió queriendo igual que cuando ambas eran hijas del mismo país, pero no pudieron hacer nada para remediar las condiciones de vida del lado pobre: decían que el problema era de administración, de educación, de políticas económicas y… ¿cómo podían solucionar eso?

La Ciudad Rica seguía generosa en extremo con su hermana necesitada, pero llegó un momento en que ya no pudo más. El gobierno prohibió que cruzaran los pobres a vivir en la Ciudad Rica: ya estaba completamente saturada. Pero ellos tenían hambre, y empezaron nadar al otro lado para evadir la autoridad.

La Ciudad Pobre buscaba afanosamente fuentes de trabajo para sus hijos y, después de mucho batallar, logró que se establecieran a lo largo del intrépido río una serie de industrias pertenecientes al País Rico, sí, pero montadas en el lado pobre para proporcionar empleos de maquila. Sólo que los salarios eran bajos y empleaban a puras mujeres, casi, y los niñitos se quedaban solos, vagando por las calles pidiendo tacos. Las mamás trabajaban nueve horas diarias y no podían estar en casa para darles de comer. Muchos niños dejaron la escuela: andaban descalzos y sucios.

Desigualdad pobreza y riqueza

Los desempleados padres, en su desesperación, se atrevían a cruzar a nado el río en busca de trabajo en el País Rico. Hasta que se enojó el poderoso gobierno y mandó a un ejército a patrullar la frontera. Muchos de los padres morían ahogados, otros balaceados por las eficientes patrullas fronterizas. Algunos lograban evadirse, pero luego morían asfixiados en vagones de ferrocarril.

Aun así, la astucia de muchos lograba burlar la vigilancia, y cada vez más y más llenaban las ciudades y los campos para trabajar en condiciones de esclavos, en ranchos, granjas, restaurantes, construcciones. Al menos tenían qué comer.

Muchos pobres de todos los países del mundo empezaron a hacer lo mismo. Llegaban en autobús, en barcos, en botes. Llegaban por todos lados y a todas horas. Cada vez el País Rico necesitó un ejército más grande para vigilar sus fronteras. Cada vez se escabullían más y más a pesar de la estrecha vigilancia.

¿Por qué no trabajan en su propio país, que tiene infinidad de recursos? les preguntaban. Es que anda mal la economía, respondían. ¿Cómo es eso? Es que vendemos la materia prima muy barata y compramos los productos terminados muy caros. ¿Por qué no fabrican ustedes mismos la maquinaria? Es que se necesita mucha educación, tecnología, y dinero.  Lo que pagan harto bien es la coca, pero está prohibido producirla y distribuirla: acaba con la gente y con la tierra.

suburbios de ciudades, pobreza

Los habitantes del País Rico empezaron a tener mucho miedo de tanta gente pobre que venía de muchas partes del mundo. Sentían horror cuando en las noches, en las sombras, los miraban desde sus propios jardines. Entonces levantaron altísimos muros e instalaron sofisticados sistemas de alarma. Tenían miedo salir: eran prisioneros en su propia casa.

Una noche, el único hijo de un alto funcionario de la milicia del País Rico regresaba del campo de entrenamiento. Quiso sorprender a su padre con su recién adquirida pericia y, burlando el sistema de seguridad de su propia casa, entró por una ventana. En la oscuridad, el militar supuso que era un pobre y mató en el acto a su propio hijo.  El incidente se convirtió en drama nacional: la psicosis se apoderó de todos.

El País Rico convocó a una Cumbre de las naciones más poderosas del mundo entero, y desde entonces, hasta nuestros días, han celebrado juntas y juntas y Cumbres y Cumbres, y los países ricos siguen gastando más y más en muros, policías y armamentos y los países pobres tienen más y más personas con hambre.