Atrapados por la “infodemia” –este término que ahora se utiliza para definir el exceso de información, no siempre útil, sobre un tema específico–, surgió hace unos días una medición sobre la forma en que percibimos la realidad y si ésta es congruente con los hechos que ocurren. El nombre del estudio, conducido por la empresa Ipsos, es peculiar: “Los peligros de la percepción”. Desde 2012 miden la coincidencia entre lo que realmente sucede, contra lo que interpreta una muestra de la población –200 mil personas– en más de 40 países.
Este estudio refleja las ideas que los encuestados tienen acerca de temas tan cruciales como el cambio climático, el número de migrantes en sus naciones, causas de fallecimientos más comunes, la sobrepoblación en las prisiones, entre otros tópicos de interés.
Esta prueba de esfuerzo a la “sabiduría convencional” que nos hace opinar de muchas cosas, aunque no tengamos suficiente información o datos confiables al respecto, exhibe el origen de nuestras decisiones a través de presunciones que no siempre están apegadas a la verdad, no sólo de las cifras, sino de la realidad cotidiana.
Es, por definirlo de alguna manera, la forma en que decidimos interpretar lo que nos sucede, la manera en que nos convencemos de esa imagen y cómo tomamos decisiones con base en lo que parece que es.
Por lo tanto, si recientemente hemos visto a alguien con un cubrebocas mal puesto o de plano sin uno, hemos leído en redes sociales teorías diversas sobre todo tipo de conspiraciones –la última el descubrimiento de reliquias mayas que comprobaban la existencia de vida extraterrestre–, o conocemos a una persona que asegura el peligro que hay en ponerse una vacuna, entonces hablamos de lo que explica este análisis.
Este año, el indicador de “percepción errónea” abarcó cuestionarios en 32 naciones y versó sobre las causas de mortalidad que existen y las que la gente cree que existen; un asunto muy relevante en un difícil año como éste.
Saber qué piensa la gente sobre casi cualquier cosa permite entender las razones por las cuales se preocupa de algunos temas y no de otros, por qué rechaza o adopta soluciones o los motivos que provocan una reacción tardía o una respuesta rápida y comprometida.
Son esos datos, que se transforman en ideas, que cambian hasta hacerse verdades y convertirse en costumbres, los que permiten mover a amplios sectores de la población para, por ejemplo, guardar una cuarentena ante un virus desconocido, altamente contagioso y con una tasa de letalidad relevante. ¿Suena conocido?
Si la mayoría comparte o rechaza, con base en esa certeza general, una conducta o un hábito, será mucho más sencillo corregir o fomentar cambios que permitan resolver problemas como la contaminación, el uso de combustibles fósiles, el lavado de manos, el uso de gel antibacterial o la prohibición de fumar en lugares cerrados.
De regreso al estudio de Ipsos, las enfermedades del corazón y el cáncer son las dos causas por las que se pierden más vidas al año en los países encuestados, seguido de los desórdenes neuronales, la neumonía y las enfermedades respiratorias crónicas. La diabetes y las afecciones renales continúan en la lista, así como los padecimientos digestivos, accidentes como ahogarse y las lesiones en el transporte.
A pesar de que, en promedio, las dos primeras causas representan alrededor de la mitad de los fallecimientos en esos países, sus poblaciones las desestiman casi en la misma proporción, mientras que sobreestiman el riesgo de morir por lesiones, terrorismo, violencia y adicciones.
Estoy seguro que el estudio no significa que hay razones menos importantes que otras, simplemente que la realidad y los números señalan que existe un riesgo enorme de morir por una falta de cuidado de nuestro corazón o por algún tipo de cáncer, antes de por un accidente o abuso de sustancias, en promedio.
Esta subestimación generalizada podría coincidir con nuestros hábitos alimenticios, nuestra tendencia al sedentarismo y hasta la manera en que pensamos que nos relajamos, dormimos y descansamos. No por nada, México pelea los primeros lugares mundiales de obesidad, falta de ejercicio y consumo de calorías por habitante.
En un rango de 15 a 49 años, el cáncer es la primera causa de muerte, seguido de enfermedades del corazón y del suicidio. No obstante, la mayoría de los encuestados no relacionan a ese segmento de edades con esos padecimientos y se preocupa mucho más por la pérdida de vidas que resulta de la violencia, el VIH o una sobredosis de alguna droga –que en el caso de México no es menor en lo que toca a los homicidios o al uso de algún estupefaciente–.
Esta percepción hace, por increíble que se lea, que las personas no consideren alarmante el número de decesos anuales por cáncer y por afecciones cardiacas, lo que en sí se traduce en una sociedad que no ve ambas causas y por ello no toma medidas comunitarias para corregirlas.
Empatar la percepción que tenemos sobre nuestros problemas, con la realidad de los mismos, es indispensable para corregir y mejorar. No hacerlo es vivir con una venda en los ojos y tapones en los oídos.
En el ranking, México ocupa los lugares de media tabla –sitio 16 de 32 en general– y el denominador común de esa desinformación nace en lo que vemos diariamente en los medios de comunicación y en las redes sociales, lo que nos conduce a llegar a conclusiones que coinciden con nuestras propias explicaciones sobre las principales causas de decesos en nuestro país.
Aunque hay ciertos consensos en nuestra percepción, que se moldea de la información que recibimos todo el tiempo, quienes sufren de una enfermedad o pierden a un ser querido por suicidio, son menos propensos a especular o a suponer sobre el lugar que ocupan en las causas que provocan una muerte. Es decir, tenemos una opinión, más o menos general que coincide con la de la mayoría, hasta que sufrimos en carne propia algún padecimiento o tragedia, ahí hacemos tristemente conexión con la dura realidad.
Ahora que nos enfrentamos a vivir en medio de la pandemia, a la espera de una vacuna, y con un mar de datos parciales, cifras puestas en duda y una desconfianza abierta hacia muchas instituciones, vale la pena estudiar, reflexionar, analizar y pensar en la información que nos llega y en la que compartimos. Todos tenemos derecho a emitir nuestra opinión, es la base de la libertad de expresión, pero no sin antes investigar un poco, documentarnos lo más que podamos, y teniendo la certeza de que estamos haciendo lo necesario para ayudar a mejorar a la sociedad a la que pertenecemos. De lo contrario viviremos siempre de espejismo en espejismo.
¿Cuántos de nuestros líderes y políticos harían lo mismo?
También te puede interesar: Y ahora qué sigue para México.