El prefijo auto– en español se emplea en múltiples conceptos duales que se escriben con un guion intermedio, como auto-referencia, auto-imagen o auto-estima, equivalentes de aquellos que en inglés ostentan el prefijo self-, como self-reference, self-image, self-esteem. En todas estas nociones el problema es a qué se refiere el auto- o el self-, pues el guion necesariamente implica una relación sujeto-predicado. A través de los tiempos se han propuesto varios candidatos para concretar a ese sujeto o ese self: en estos escritos hemos referido, entre otros, a un self narrativo y autobiográfico, a un self cognitivo y afectivo, a un self sináptico y cerebral, a un self social y cultural. En buena medida la validez de estos conceptos depende de si sus proponentes o sus receptores habitan el ámbito literario, el psicológico, el neurobiológico o los de las ciencias sociales y humanas. Una plataforma transdisciplinaria posiblemente permita una concepción más acabada y específica de un ser de naturaleza compleja, dinámica y cambiante.
El multifacético self usualmente se ha traducido al español como “sujeto” o como “sí mismo”, aunque cada vez se utiliza más la palabra inglesa porque no se encuentra su versión exacta en nuestra lengua. Me parece que en ocasiones la traducción adecuada al castellano de self es la palabra ser, en su forma de sustantivo, para indicar una entidad temporal que tiene existencia, vida y conciencia propias. Por ejemplo: ¿cómo se justifica la creencia de que una persona particular es la misma con el paso del tiempo, a pesar de que sus componentes cambian y sus propiedades se transforman? El criterio tradicional es la continuidad espaciotemporal de un individuo, la duración que define a su self o a su ser. En un extenso trabajo al respecto, Stanley Klein, psicólogo de la Universidad de California en Santa Bárbara, llama “diacronicidad personal” a esta continuidad y para ello aplica el término “diacrónico” en su significado preciso: la evolución de un objeto, fenómeno o circunstancia a través del tiempo. Esta diacronicidad personal sería lo que mejor define y constituye el self.
Un problema central del self concebido como una entidad es que, además de no ser algo objetivo, la persona no la localiza en sí misma, tal y como lo relató de manera célebre David Hume en una autoexploración de su mente relatada hacia 1739 y en la que detecta sensaciones, emociones o pensamientos, pero ningún self. Esto ha llevado a varios pensadores a afirmar que el self es una ilusión o a otros, desde Kant hasta quienes proponen una autoconciencia mínima en la actualidad, a sostener que se requiere una forma elemental de subjetividad para que la experiencia consciente tenga lugar. A partir de William James a finales del siglo XIX, se han planteado dos aspectos del self o del ser, una de ellas es el autoconocimiento en el sentido de la representación que tiene un individuo o una persona de sí misma (de ahí el “sí mismo”), y la otra es la subjetividad en sí, el qué se siente ser esa persona. Kline defiende que estos dos aspectos interactúan, y que su interacción constituye el prerrequisito de la experiencia de uno mismo, es decir, de la autoconciencia. El mismo autor dice que esta propuesta coincide con la idea original de Johann Fichte de que no puede haber objeto sin sujeto ni sujeto sin objeto y que revisamos al inicio de esta obra.
Una de las razones que se han esgrimido para defender la continuidad de la misma persona en el tiempo es decididamente objetiva y corporal. Como el resto de los objetos del mundo, el cuerpo viviente es un objeto espaciotemporal que permanece siendo el mismo por cierto tiempo, a pesar de cambios en su composición y en su forma. Sin embargo, el criterio naufraga si los cambios son demasiado rápidos o modifican la estructura de manera importante o definitiva. Si bien partes de mi cuerpo se pueden perder o ser reemplazadas sin que pierda mi identidad, una de ellas parece crucial para mantenerla y esa parte es, desde luego, mi cerebro. Si se me hace un trasplante de riñón o de corazón sigo siendo yo, pero ya no si se trasplanta mi cerebro, algo imposible de realizar o concebir como técnica quirúrgica. Dado el caso en la ficción o la fantasía, se ha dicho que se trasplanta un cuerpo a un cerebro, pero aún así, estoy seguro de que en otro cuerpo no sería yo porque el yo no es trasplantable y porque mi cuerpo es integrante fundamental de mi identidad.
En la neurociencia cognitiva se han realizado progresos sustanciales para definir zonas, redes y mecanismos cerebrales correlacionados con operaciones cognitivas de auto-reflexión y auto-referencia: se trata de aspectos objetivos del self estudiado y considerado en su nivel reflexivo y de auto-representación. ¿Constituyen estas partes funcionales mi self o mi ser? Si bien el cerebro parece ser una fracción fundamental de la identidad personal, se ha dicho que su actividad es más definitiva que su morfología y se ha destacado a la información manejada y procesada por este órgano como la función identitaria. Esta idea conduce a la identificación del self o del ser con sus funciones cognitivas, en particular con la memoria, llanamente expresada por Borges como “somos nuestra memoria”. Sin embargo, al ponderar esto, pronto caemos en un razonamiento circular: si la memoria episódica presupone que el objeto del recuerdo es la propia persona, entonces decir que la identidad es la memoria de la persona no lleva a ninguna lucidez. Sin embargo… no puedo negar que mis recuerdos constituyen piedras miliares que identifican mi trayecto vital y por ello a mi ser.
Aparte de mis recuerdos, hay otras características que me hacen sentir el mismo a través del tiempo. Los conocimientos que he aprendido y utilizo en mi vida también son parte de mi ser e indican que mi identidad no se restringe a la memoria episódica e incluye a la memoria semántica. Pero no sólo esto: siento que soy el mismo porque si bien mi carácter y personalidad han variado, los reconozco diacrónica o históricamente como propios: yo he cambiado y sigo cambiando. Por ejemplo: mi rostro ha variado bastante a lo largo de mi vida, pero me identifico precisamente con esa evolución que mantiene un patrón reconocible. En el trabajo mencionado arriba, Klein describe casos clínicos de pacientes que han perdido su memoria episódica y semántica, pero mantienen un sentido de ser las mismas personas en el tiempo.
Debe haber algo central y básico para mantener la identidad personal y parece inescapable concluir que la conciencia es ese fundamento temporal porque a pesar de que cambien el cuerpo, las creencias, los objetivos o las circunstancias objetivas se mantiene una identidad subjetiva. No necesito razonar o deducir que soy el mismo, simplemente lo siento así, es algo dado por mi experiencia en todo momento y que últimamente se ha denominado “autoconciencia mínima”. Hace poco más de 300 años, en el libro II, capítulo 29, sección 9 de su Ensayo sobre el entendimiento humano, John Locke lo formuló de esta manera: “consciousness alone (…) constitutes the inseparable self” y que traslado de esta manera: “la conciencia por sí misma constituye el ser inseparable”. Entonces, cuando digo que ahora y antes soy yo mismo, me baso en un sentir directo, intuitivo y pre-reflexivo: no tengo dudas de que me siento subjetivamente el mismo: mi self o mi ser se basa en ese sentir y no necesariamente en una representación o saber proposicional.
La identidad temporal de ser uno mismo es una sensación vital básica o primaria y por eso es sólida y segura; es algo fenoménicamente dado, una certeza inmediata y subjetiva sobre la que se construyen representaciones, ideas y creencias sobre uno mismo. Este sentimiento prereflexivo de existir es lo que determina la intuición de que el self o el ser tiene una duración temporal; un sentimiento que no requiere evidencias. El ser o el self no es un contenido de la experiencia, sino una experiencia elemental. Revisaremos ahora que las tradiciones budista en Oriente y fenomenológica en Occidente afirman que existen estados de conciencia sin objeto.
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