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Las invasiones bárbaras

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En 2003 se estrenó “Les invasions barbares”, la segunda parte de la trilogía de Denys Arcand, precedida por “Le déclin de l’empire américain” –La decadencia del imperio americano– y continuada por “L’Âge des ténèbres” –La edad de la ignorancia–.  En ella, el protagonista, Rémy, hace un racconto de su vida acompañado de su hijo –su némesis más querida–, rodeado de sus amigos; con su hija en medio del océano Pacífico; pagando sus deudas, viendo cómo se derrumban sus utopías y enfrentando sus fantasmas. 

Se trata de un hombre y sus contradicciones, de su profundo amor por la vida, de su coraje y de la muerte; del fin y de la continuidad de lo que más amamos.

Así como a Rémy, el cáncer lo impulsa a enfrentar lo que no pudo hacer, ni ser. El coronavirus, por estos días, nos muestra que lo que está en juego son nuestros dos cuerpos: el físico y el social. Sí, es posible enfermar e incluso morir; pero lo que sí es seguro es que vamos a perder. En esta vuelta de la rueda de la fortuna no saldremos indemnes.

Denys Arcand
Denys Arcand, cineasta canadiense.

Se dice que estamos aprendiendo o recibiendo una lección de la naturaleza. Que los seres humanos hemos sido soberbios y egoístas con el planeta, que si no entendíamos por las buenas, tendría que ser por las malas, que tenemos que vivir de otra manera, que debemos valorar la sencillez, prescindir de lo innecesario. 

Hay tanta grandilocuencia explicativa por estos días, tanto ruido tautológico, será por el confinamiento o por el apuro por encontrar una solución expedita a la incomodidad psíquica que estamos padeciendo por tener al futuro en pausa. Llenamos cuartillas y cuartillas de palabras, buscamos explicaciones; nos tragamos cuanta teoría hay sobre el origen de lo que estamos viviendo e hipótesis sobre lo que nos espera. Se nos pasan los días, las semanas y los meses esperando la vacuna, esperando la medicina que nos saque de esto, para poder así regresar a nuestra bienamada normalidad.

Planeamos resistir “las invasiones bárbaras”, nos rebelamos ante el hecho de sentir trastocada la vida que entendíamos y que, aunque tantas veces desdeñamos, podíamos predecir.  Echamos de menos la cotidianidad, la mano y el abrazo; la posibilidad cierta de la piel y el beso de los otros. No queremos algo distinto, nos repelen los nuevos códigos sociales; nos violenta la idea de la espera. Nos frustra, no la dimensión distinta de nuestra vida, sino lo raro que nos resulta todo esto. 

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Ilustración: Kaan Bagci.

Nuestros bárbaros nos acechan, nosotros los esperamos como en el poema de Kavafis y visualizamos lo que su llegada nos significará. Pensamos en lo que tuvimos y fuimos, nos prometemos no dejarnos vencer. Cantamos canciones a distancia, aplaudimos desde nuestros balcones a los héroes que nos sanan. Imaginamos en lo primero que haremos cuando venzamos al COVID-19, cuando sometamos a la nueva normalidad que la plaga y el miedo nos quieren imponer.

Se dice que, nos cueste lo que nos cueste, saldremos adelante y que incluso podríamos aprender alguna lección de todo esto, que la pandemia podría hacer al mundo un lugar mejor. 

El optimismo no debe dar para tanto, con sentido de realidad se puede afirmar que, como tantas veces en la historia de la humanidad derrotaremos a los bárbaros. Lo haremos no sólo porque tenemos un enorme instinto de sobrevivencia y capacidad de adaptación, no sólo porque podemos ser solidarios y generosos, ni porque somos infinitamente creativos en lo artístico e inventivos en lo científico, sino que, en definitiva, no hay nada más humano que la vocación por el poder, es por eso que nunca nos rendimos.


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La cuarta jornada. El trabajo de las madres en tiempos del COVID-19

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Para todas las madres que día con día
trabajan en la crianza de sus hijos.
Para mi madre.

Hay tantos temas sobre los que, desde mi trinchera de investigadora, quisiera aportar para entender y contribuir en su resolución, pero la vida a veces no nos da para ello. En esta prolongada cuarentena, la cual parece no tener una caducidad definida con certeza, los problemas sociales –por no decir, los económicos y políticos– se nos multiplican.

Desde el encierro, los adultos mayores padecen el abandono. La viejecita que diariamente salía al mercado para platicar con la marchanta, o la abuelita que cada miércoles iba a la iglesia para encontrar a su comadre, o bien aquella que esperaba el fin de semana para que alguno de sus hijos la llevara al supermercado, ahora tienen que permanecer encerradas en sus casas… muchas veces, lejos de sus familiares y otras tantas viviendo con ellos, pero soportando el estrés doméstico que se vive estos días.

Este mismo drama lo viven a diario los pequeños. Niños y niñas que desde hace un mes están en una “vacación” obligada, en la cual el tiempo de exposición a las pantallas –de teléfonos, computadoras, tabletas electrónicas o televisores– no es suficiente para agotar la energía que otrora ocupaban yendo a la escuela, saliendo al parque o jugando con sus amigos. Otro drama más fuerte aún es aquel que se vive en hogares con violencia intrafamiliar. Ahí donde el tiempo para estar con el enemigo se ha multiplicado y, con ello, las denuncias por maltrato.

madres y cuarentena
Ilustración: Nathalie Lees.

Todos estos temas, sin duda, llaman la atención de quien quiere contribuir con sus investigaciones y reflexiones. No obstante, y siendo que se aproxima un diez de mayo en el que seguramente por primera vez no se abarrotarán las calles o los restaurantes, en esta columna quiero compartir con ustedes una reflexión sobre el trabajo de las madres durante este encierro.

En México las madres trabajadoras comprenden casi el 73% de la población femenina económicamente activa, lo que representa 15 millones 785 mil mujeres según datos de la Encuesta Nacional de Ocupación y Empleo en 2018. El trabajo de las madres fuera de su hogar ha ido en aumento: los últimos ocho años el número de madres trabajadoras ha incrementado un 25% (Migueles, 2019). Por ello es importante reflexionar sobre el papel que tienen durante esta emergencia sanitaria.

Las mamás que conozco comparten una situación similar, a su triple jornada de trabajo –como madres, amas de casa y empleadas– se les ha sumado una más: el de maestras. Con el cierre físico de las escuelas las mamás tienen que cumplir con sus hijos las tareas escolares. Hay quienes le dedican dos horas diarias, pero también hay quienes tienen que estar toda la mañana tratando de resolver, con los hijos, el reto del aprendizaje a distancia.

Ahí están pues las mujeres despertándose temprano para preparar el desayuno y la computadora o el televisor para que los hijos se conecten y tomen sus clases. Obviamente estas actividades, acompañadas por los docentes del otro lado de la pantalla, deben ser monitoreadas si no es que apoyadas al cien por ciento por las madres. Entonces, después de esta primera jornada, sigue la jornada del trabajo doméstico. Ante la ausencia de apoyo en las familias, las mujeres deben asumir los papeles que antes eran encargados a otras mujeres –u hombres– que ayudaban en estas tareas. Las madres deben limpiar y cocinar al mismo tiempo que entretener a los hijos para que éstos no pasen demasiadas horas frente a las pantallas electrónicas –ya, de por sí, en la mañana pasaron buen rato frente a ellas en su escuela a distancia–. Después las madres deben alimentar a los pequeños y a los maridos.

madres trabajadoras
Ilustración: Getty Images.

En aquellos hogares con repartición de labores, las mujeres reciben apoyo de los esposos y los hijos mayores, pero hay mujeres que no reciben ni uno ni otro. Entonces, en algún momento del día estas mujeres que por la crisis sanitaria debieron dejar sus empleos para hacer home-office, tienen que encontrar algún tiempo para hacerlo. Hay quienes trabajan después de que los demás integrantes de la familia se duermen; las hay quienes sortean el trabajo en casa con las otras labores. También están quienes, pese al encierro de los demás, tienen que salir a trabajar porque no gozan de la posibilidad de hacer su trabajo desde casa. Ellas, después de su jornada de trabajo fuera del hogar, tienen que hacer las otras labores que quedaron pendientes, incluida la educación de los hijos que no van a la escuela. Con un día así, las mujeres exhaustas apenas duermen unas horas para empezar el día siguiente con lo mismo. Así pasan los días y llega un fin de semana, en el cual difícilmente podrán descansar porque en este encierro no hay mucha diferencia entre los días de la semana.

Seguramente, quien lea esta columna y sea madre, asentirá con la cabeza a lo que describo, pero también pensará… ah, pero le faltó decir esto o aquello que también hago durante el día. Asimismo, quien lea esta columna y no sea madre dirá: qué bueno que no tengo hijos porque ahora tengo tanto tiempo libre que ya no sé qué hacer con él. No obstante, aquellas mujeres que deben cubrir esta cuarta jornada también dirán: a pesar de todo este esfuerzo, soy feliz de ver a mis hijos contentos y protegidos aún frente a la incertidumbre que nos rodea.

Por el esfuerzo de esas madres, seguramente, pasaremos venturosos esta cuarentena obligada. ¡Feliz Día de la Madre!


Referencias:
Migueles, Rubén, “Madres trabajadoras, 15.8 millones en México: Inegi”, El Universal, 10 de mayo de 2019.


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Calidad de vida en aislamiento: 2ª Parte

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En este artículo, la Sociedad Mexicana de Estudios de Calidad de Vida comparte algunos hallazgos que han demostrado mejorar el nivel de satisfacción con la vida en el hogar. Acciones sencillas al alcance de todos. Como diría mi abuela “Vivir bien no es cuestión de dinero, es de orden y trabajo, principalmente”.

1. Evalúa la luz. La luz es vida, energía y alimento. Las casas lúgubres no le gustan a nadie. Es fundamental que tu casa tenga luz para respirar vida. También es muy importante que la cantidad y tonalidad de la luz sea la adecuada para la atmósfera que buscas generar según la hora y lugar. Un exceso de luz también puede perjudicar tu descanso.

2. Orden y limpieza. El desaseo y el desorden generan caos, dispersión y fatiga. Si tu hogar está desordenado, sucio o abarrotado no te queda más remedio que tirar o donar aquello que ya no te es útil. Piensa que, si tienes algo que no has usado en seis meses o más, probablemente no lo necesitas. Déjalo ir. Seguramente a alguien más le servirá.

vivir en cuarentena
Ilustración: Michal Makowski.

3. Ventilación. Las casas necesitan respirar, sobre todo cuando se notan muy densas. Todos los días es necesario ventilar, ventila por la mañana para que el aire se renueve y cierra al medio día para evitar la entrada de insectos o que se enfríe demás. El aire renovado está más oxigenado y mejoran tu estado de ánimo. No olvides que naturalmente exhalamos bióxido de carbono, cuya concentración se incrementa si el aire no se renueva.

4. Plantas naturales. Las plantas y animales son vida y salud. Incorpóralos según el espacio de tu casa. Si tu casa es grande o dispones de patio o jardín puedes poner mayor cantidad de plantas y mascotas más grandes. Para ambientes pequeños mejor plantas y mascotas más pequeños. Mejor si optamos por plantas verdes con hojas de forma redondeada porque suavizan el ambiente. Claro, plantas y mascotas implican trabajo y gastos; sin embargo, está demostrado su impacto terapéutico en tu calidad de vida

5. Juega con los colores. Los colores ayudan a romper con la rutina y dan muchas oportunidades a la hora de crear ambientes, más aún con los nuevos materiales texturizados y acabados con apariencia de entornos naturales. Utiliza la gama de los colores pastel para los dormitorios o zonas de descanso y los más energéticos para zonas donde hay más movimiento como el comedor o las áreas de convivencia.

EN PERSPECTIVA, limpiar, organizar y decorar tu hogar no sólo es crear un ambiente más bonito sino también formar un entorno confortable para la recarga de la energía vital. Espero que estos consejos te orienten para adecuar tu hogar de manera que contribuya a mejorar tu calidad de vida.

¡Inténtalo! ¿Y nos cuentas si te funcionan?


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De la violencia criminal al altruismo humanitario

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Absortos en el tema de la peste y en las repercusiones inmediatas que están teniendo en el ánimo social el temor desbordado, justificado o no, la prolija difusión de información cruzada, el escepticismo sobre los datos oficiales, la confrontación entre grupos de poder de índole diversa, con visiones y versiones divergentes de la realidad económica, política y social respecto de las prioridades y potenciales consecuencias, apoltronados en los espacios de confinamiento y reducidos al papel de simples receptores, se ha dejado de lado la atención de situaciones que, antes de que la enfermedad apareciera, ocupaban el primerísimo lugar en la agenda de las preocupaciones ciudadanas y, alarmantemente, siguen vigentes y en aumento.

La complejidad del momento, caudaloso y turbulento río, donde confluyen al infortunio sanitario, tiempos e intereses políticos, ambiciones personales, confrontaciones y reclamos, ha despertado toda clase de apetitos y tentaciones, de alguna manera esperadas, por parte de los sempiternos pillos, embaucadores y especuladores que hacen de la incertidumbre ambiente propicio para la fechoría y de la tragedia botín.

Altamente preocupante es, sin duda alguna, y de primer orden en la agenda nacional, la emergencia sanitaria y los impactos inmediatos en la actividad económica que ya extiende su no menos mórbido abrazo sobre cientos de miles de mexicanos que vienen quedando en el desamparo.

crimen organizado en Mexico
Imagen: Plaza Pública.

El río revuelto, reza el refrán, otorga ganancias a los pescadores que, ante la actual crisis, obviamente, abundan. A la oportunidad la pintan calva, señala otra conseja y siempre habrá –condición humana– quien busque aprovecharla. Jugosos negocios pueden surgir a la sombra de la catástrofe, grandes fortunas pueden construirse con los detritos de la calamidad y, desde luego, nuevos paladines pueden erigirse como benefactores del pueblo, mientras el entramado social se resquebraja.

En tanto el gobierno está concentrado y ocupado en el asunto de la salud, la sociedad confinada para no contaminarse, los espacios públicos cancelados y algunos gobernadores colocando esposas a los peligrosos violadores de la norma que no usen cubrebocas, los criminales se regocijan mostrando músculo y retando al Estado una vez más, si bien de una forma diferente, no menos preocupante.

Las organizaciones criminales ostensible y abiertamente han adoptado un papel altruista y se han dado a la tarea de repartir despensas en diversas comunidades con logotipos publicitarios del respectivo cártel.

delincuencia en politica y discurso
Ilustración: Oldemar González (Nexos).

No se entiende este carácter “humanitario” de los grupos que violentan la paz pública con miles de asesinatos y ejecuciones de extrema crueldad, sino bajo la pretensión de consolidar su control territorial, generar simpatía y robustecer su base social como estrategia de protección a sus actividades delictivas, aprovechando los espacios que brinda la emergencia.

Ciertamente, no es novedad el reparto de obsequios entre la población por parte de la delincuencia, lo que sí resulta novedoso es la simultaneidad, la concurrencia de la temporalidad y el método que emplean los diferentes grupos en regiones diversas, lo que evidencia su coordinación para penetrar en el ánimo social como sus bienhechores.

El riesgo que entraña la circunstancia no es en absoluto despreciable, no debe perderse de vista el constante incremento de homicidios dolosos –sólo en marzo la cifra oficial contabilizó 2,585 víctimas– y el ambiente generalizado de inseguridad en todo el país. La capacidad de control territorial, la movilidad e impunidad con que actúan los grupos delincuenciales es bien sabida y si a ello se suma el apoyo comunitario, la amenaza se potencia.

A la crisis sanitaria que será seguida por la económica se sumará, según los pronósticos, la crisis social, escenario que puede resultar caótico si desde luego no se perfilan las medidas mínimas para contenerlo.

Muchos frentes se han abierto en la dinámica nacional, todos de gran relevancia y atención inmediata que amenazan, en su complejidad, con rebasar la capacidad de respuesta institucional y si a ello se adiciona la estructura criminal como un poder paralelo, con arraigo y empatía entre la sociedad y gran capacidad corruptora, el riesgo alcanza la estabilidad y seguridad misma del Estado.


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La necesaria frecuencia de la anormalidad

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Normalidad, ¿qué es eso?, ¿qué fue de ella?, ¿existió?, ¿era mejor que lo que tenemos hoy y lo que se nos viene? Hay tantas preguntas qué hacerse en estos días, se supone que tenemos tiempo –en las cuarentenas que recorren el planeta–, podría incluso sobrarnos, pero muchas veces sentimos que no tenemos ni la fuerza, ni la claridad mental para poder contestarlas.

Aturdimiento le dirán algunos, perplejidad otros; lo cierto es que la niebla mental o cognitive fog, fue bien descrita por Georg Greiner ya en 1817, él la llamó Verdunkelung des Bewusstseins: oscurecimiento de la consciencia. Un velo de ideas tan pesado que impide ver lo que tenemos entorno a nosotros y en nosotros. Es tanta la información, son tantas las olas de incertidumbre, esperanza, miedo, teorías explicativas y agotamiento con las que se nos bombardea a diario que resulta particularmente difícil hacer esa distinción fundamental consistente, entre lo que entendemos por real, con lo que visualizamos y anhelamos como posible. 

confinamiento y normalidad
Ilustración: Tea Jurisic.

Ahora bien, una cosa es clara, hoy el presentismo gobierna con mayor fuerza que nunca.  El pasado ha quedado perdido entre lo que era la supuesta normalidad, que no es más que la dictadura de las mayorías, y su eterna confusión con la noción de frecuencia; más claro aún: morir es normal, saberse mortal no es necesariamente habitual. 

El presentismo, la inmediatez con su vocación por avanzar irreflexivamente, huyendo del camino, pensando siempre en la siguiente meta, ha dejado al futuro en una posición absurda: se le quiere alcanzar, pero nunca éste será suficiente. El presentismo lo quiere todo aquí y ahora. El pasado es una sombra, un eco que, bueno o malo, le resulta inútil.  En el imperio de la niebla cognitiva, lo que ya fue no alcanza a ser historia, pues no se le da tiempo para ello; pero tampoco es memoria, ya que la confusión mental mezcla recuerdo con información. Es “lo psicológicamente esperado”, la maldita tiranía de las expectativas lo que pareciera, más que nunca, mandar hoy.

normalidad de la muerte
Ilustración: Ula Sveik.

La búsqueda del retorno a la supuesta normalidad es esencialmente torpe. Se trata de un proceso en tránsito permanente que, aspirando a vivir fuera del inconsciente, como si eso, en este caso, sirviera para algo, busca rescatar un escenario conocido y transformarlo en algo distinto a lo que fue. Así como, algo doloroso, por frecuente que sea, no deja de ser terrible, el haber experimentado o vivido en una supuesta normalidad no nos dará control alguno sobre lo que nos pueda ocurrir. En definitiva, es ese saber, abarrotado de palabras y supuestas nociones, que nunca alcanzan a filtrar lo que en verdad nos está ocurriendo, lo que termina por distorsionarlo todo.  

La cuarenta social y sobre todo la cuarentena mental en la que estamos envueltos han transformado a los domingos, como a los feriados, en días cualesquiera. La imago[1] de la normalidad hace rato que se nos fue entre los dedos.

Octavio Paz nos lo describe con la exactitud de un vidente:

Nada soy yo,
cuerpo que flota, luz, oleaje;
todo es del viento
y el viento es aire
siempre de viaje.[2]


Notas:
[1] Imagen, concepto psicoanalítico.
[2] Poema “Viento” de Octavio Paz.


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Calidad de vida en aislamiento: 1ªParte

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El universo y la naturaleza están diseñados para funcionar con cierto orden. Desde diferentes puntos de vista, el orden es condición para la calidad de vida de las personas y la armonía social. Incluso, a escala familiar, organizacional y comunitaria, está demostrado que el rediseño del espacio impacta en los niveles de tranquilidad, armonía y seguridad, incrementando así la percepción de la calidad de vida a nivel personal.

Ahora, el aislamiento forzoso al que nos ha sometido la pandemia del SARS COV2 (COVID-19). Nos brinda la oportunidad de experimentar y comprobar cómo al organizar nuestro hogar y hacerlo más confortable, nos sentimos más dispuestos a arreglar nuestra persona, relacionarnos con otros y emprender nuevos proyectos.

La realidad es que nuestro hogar es una extensión de nosotros mismos. De tal manera que es importante brindarle atención, porque condiciona nuestra percepción de la calidad de vida que tenemos.

calidad de vida en aislamiento
Ilustración: Xin Sun.

Cuanto más abarrotada, desordenada y sucia se encuentra nuestra casa, más fatiga y falta de energía sentimos, porque la casa es un reflejo de nuestro estado de ánimo y, a su vez, condiciona nuestra disposición psicológica, generando así un círculo virtuoso, o vicioso, según lo veas.

Si por tanto aislamiento te encuentras un tanto deprimido, disperso, cansado, apático o simplemente no se te antoja hacer espacio para nuevos proyectos, te invito a ocuparte en poner en orden tu casa para poner en orden tu vida.

EN PERSPECTIVA, así lo demuestran los más recientes estudios de la Sociedad Mexicana de Estudios de Calidad de Vida, nuestro entorno inmediato condiciona de manera fundamental nuestra calidad de vida.

En la próxima entrega de esta columna, compartiremos sencillos tips para mejorar tu entorno inmediato. Mientras tanto, ve haciendo una lista de posibles mejoras a realizar en esta oportunidad que nos brinda el aislamiento.

Nos vemos en la siguiente entrega.


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El poder de la contingencia

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Según Aristóteles, lo contingente se contrapone a lo necesario. Es lo que puede ser y puede no ser. Parece mentira, pero somos seres contingentes desde el momento en que vamos a morir. Estamos en una situación que nos impele a quedarnos en nuestras casas; ya hemos hablado de que esto no significa lo mismo para todos. No obstante, la experiencia de permanecer confinados y salir para lo esencial nos hace notar lo que normalmente nos pasa desapercibido. Cuando tenemos oportunidad de salir, la belleza está en prácticamente todos los detalles: un gato en una ventana, las jacarandas en flor, el cielo despejado, el color de las flores en el parque… Notemos que esta coyuntura nos obliga a estar apercibidos para recuperar lo que nos hace sentir normales y eso, para algunos privilegiados, no cuesta extra.

Más de uno nos hemos sentido lentos e improductivos, a pesar de que tenemos la oportunidad de trabajar a distancia, a nuestro aire y con todas las comodidades que la tecnología nos brinda. El internet funciona, las plataformas funcionan… ¿Qué es lo que no funciona, entonces? Porque hay algo que no está bien. No sé si es el sonido –cada vez más acuciante– de las ambulancias a la distancia o, quizá la desazón de no saber “qué va a pasar”. ¿Cuándo hemos sabido eso, cuándo hemos tenido certezas? Pues nunca. Quienes sean propietarios de bienes inmuebles seguramente tuvieron más de una noche de insomnio en 2017, pensando en la “estabilidad” de su patrimonio. Quienes tenían inversiones y perdieron en una crisis, saben de lo que estoy hablando. Entonces, qué, ¿esta desazón es nueva? Sí, lo es. Es nueva porque es una contingencia, pero es distinta de las anteriores porque, como en las anteriores, no sabemos qué va a pasar con nuestra vida y no sólo con nuestros bienes. Habrá quienes se imaginen muertos mañana. La escucha de las conferencias del Dr. López Gatell, por bien que maneje a la prensa, no es motivadora. Porque lo que las preguntas de la prensa revelan es que no sabemos qué esperar.

Durante diversas pestes, la gente moría en su casa, con el consiguiente contagio de familiares, pero en compañía. Hoy, la capacidad del Estado está en riesgo y, con ella, la nuestra de soportar “lo contingente”. Que la decisión sobre la vida de un ser querido esté en las manos de alguien más y que no se pueda uno despedir, o que no se le consulte a uno sobre los pasos a dar porque existe una guía de bioética para tratamiento de pacientes que ya plantea los que hay que hacer nos enfrenta con el hecho de que somos contingentes.

poder de la contingencia
Ilustración: Pierre Kleinhouse.

Esta pandemia nos encara con nuestra propia muerte, es decir, con nuestro carácter prescindible, pero también, con las múltiples situaciones de salida de control que debemos contemplar respecto de nuestros seres queridos. Si bien, nunca hemos sabido qué va a pasar con nosotros, la circunstancia que ahora vivimos nos hace sentir que la guadaña cae cerca.

Al igual que, en tiempos de la peste negra, hay quienes mantienen una posición vitalista y hay quienes ven a la muerte al acecho en cada esquina, en cada estornudo fortuito, en cada ser que se cruza en el camino. Estamos en una encrucijada que nos obliga a confrontarnos con el reconocimiento simbólico de nosotros mismos y de los otros, tanto de los otros otros, como de los otros que amamos. Por eso es tan acuciante la lectura de la guía de bioética. El otro se concibe en múltiples dimensiones: no sólo el que está fuera de nosotros, sino al cual nos acercamos por alguna razón. La guía de bioética, asimismo, implica una sistematización de lo que Paul Ricœur denomina el agape, es decir, el brindarse en el amor a otro (Caminos del reconocimiento, Madrid, Trotta, 2005). No sólo una sistematización, sino una contraposición. ¿Cómo y cuándo puedo decidir por la vida de otro? ¿Qué importancia tiene su edad o sus expectativas de vida-por-completarse? La guía nos dice que, el hecho de ser cabezas de familia –entre otras cosas– no es un factor definitorio para recibir atención médica crítica. ¿Entonces?

Haciendo a un lado cualquier postura filosófica, la guía de bioética es clara y se aprecia como una solución coherente a un problema inminente: somos muchos y somos seres contingentes en una contingencia. Eso implica que hasta el amor hay que sistematizarlo.


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Lo único urgente es esperar

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¿Qué es lo urgente hoy y qué es lo importante para mañana? Cada persona y cada sociedad podrá hacer una lista de lo que parece crucial en estos tiempos. En principio, en lo que probablemente todos coincidamos es en que frenar al COVID-19 y todos sus satélites consecuenciales aparece como una tarea común para toda la humanidad. Ahora bien, el enclaustramiento en que nos encontramos, que no es, desde luego, sólo espacial, sino también mental, nos ha venido mostrando cada semana que transcurre, con mayor nitidez, nuestra falta de capacidad para estar solos, de suspendernos y observar. 

Salir del ritmo cotidiano de acontecimientos y procesos en que las sociedades se desenvolvían, está resultando particularmente complejo para la mayoría de la población. Durante décadas se funcionó con un movimiento relativamente constante. Más allá de los diversos eventos que aparecían en el camino, el tren en que nos encontrábamos sostenía su paso. Claramente existía un ritmo, una cadencia subyacente que permitía que la actividad continuara, se tenía la percepción que las distintas metas que nos proponíamos se iban alcanzando de un modo u otro y, que, si no se podían lograr, podían ser reemplazadas por sucedáneos que nos otorgaban una sensación de contentamiento parcial. Desde luego, esto no significaba que no existiera una frustración asociada; de hecho, una buena parte del manto de malestar, insatisfacción y rebeldía que venía cubriendo a cada vez más naciones en los últimos años daba cuenta de ello. 

urgencia de esperar
Ilustración: @giuliajrosa.

Pero todo lo anterior se daba desde el movimiento y en movimiento. En cierto sentido, vivíamos y funcionábamos en modo gerundio. Estábamos y no estábamos en la acción al mismo tiempo, teníamos percepción de lo que hacíamos y nos ocurría, pero no nos sentíamos en control real de nuestro devenir. Sin embargo, nos desplazábamos y transitábamos de estación en estación; eso nos calmaba ya que reconocíamos normalidad en esa cotidianidad

El momentum lineal (momento lineal) o ímpetu es una magnitud física que describe el movimiento de un cuerpo en cualquier teoría mecánica. El momentum, que es un número definido, es el producto de una masa por su velocidad en un instante determinado. Este valor se mantiene constante debido a una ley de conservación que indica que la cantidad de movimiento total en un sistema cerrado no puede ser cambiado y se mantiene constante en el tiempo, a no ser que se ejerza una fuerza externa o fuerzas internas disipadoras lo alteren. 

Si aplicamos este concepto a la forma en que vivíamos hasta hace algunos meses, nos damos cuenta de que el COVID-19, actuando como una fuerza externa, ha obligado al tren de nuestra cotidianidad a alterar su marcha y a detenerse de un modo completamente imprevisto, lo que nos está haciendo percibir de pronto y sin previo aviso todo el peso de lo que hemos venido cargando en el tiempo. Como pasajeros nos hemos resistido, sintiendo el empuje de la inercia que quiere mantener su movimiento, arrojándonos hacia adelante. Aturdidos, desorientados y hasta agobiados, buscamos respuestas y fórmulas para recuperar la normalidad, para volver a estar en movimiento pronto. 

urgencia en esperar
Ilustración: Raquel Feria Legrand.

No reconociéndonos en esta suspensión, algunos se declaran esperanzados que algo nuevo y mejor surgirá cuando volvamos a entrar en actividad; otros plantean que estamos obligados a repensar la globalización y el capitalismo liberal, que estamos en un punto de inflexión histórica; hay también quienes suponen que esto es sólo un paréntesis, como el producido tantas veces en la historia de la humanidad por guerras y grandes pestes y que, más allá del esfuerzo y dolor que suponga, el sistema se reorganizará y volverá a ordenarse y a autoconservarse.  

Llevamos semanas tratando de entender qué pasó y haciendo cálculos de cuándo y cómo esto terminará. Las respuestas están aun construyéndose. ¿Qué es lo urgente hoy y qué es lo importante para mañana?, no está muy claro; tal vez pese a lo arriesgado que nos pueda parecer, vale la pena aceptar el quiebre de nuestro momentum y aceptar que, por ahora, lo único urgente es esperar.


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