De repente, el enojo ante la imbecilidad es completo y a la veces inútil. ¿Qué hacer ante lo dicho por el obispo de Ciudad Victoria, Tamaulipas, de que usar cubrebocas es no tener confianza en Dios?
Como siempre se acostumbra aquí, empezaremos por el principio. Hoy es menos fácil.
Pero aquí va: los lectores, si los hay, deben saber que el escribidor se declara creyente.
¡Vamos! Creyente, bautizado y por lo tanto miembro de la Iglesia Católica, Apostólica y Romana, desde que más o menos nació y de la que nunca ha renegado.
Eso sí, pecador un poco más allá de lo estándar. Tampoco se trata de presumir.
El escribidor debe decir también que tuvo y tiene amigos curas, que ha creído en sus enseñanzas y en las indicaciones de algunos obispos. E ignora si recibirá su absolución. Confía en que sí. No dice nombres para no comprometerlos, nada más por ello. Ellos no tienen la culpa, de ninguna manera.
No es ésta la primera ocasión en que está en contra de lo que dicen algún jerarca de su Iglesia ni será la última.
Confía en el perdón de los pecados y, por supuesto, en el perdón de las equivocaciones, que son de menor calaña.
Hace algunas semanas murió de Covid alguien quien fue conocido de muchos años. La misa de su muerte fue transmitida vía internet, y la escuchó y la vio con el respeto correspondiente en los momentos últimos. Le sorprendió, contra lo que creía, ver el féretro envuelto en un plástico como el de las maletas cubiertas así en los aeropuertos para evitar que les introduzcan drogas u otras cosas.
La sorpresa fue para bien por los protocolos de sanidad, pero nada comparable, para mal, con la declaración de hace unos días de Antonio González Sánchez, obispo de Ciudad Victoria, Tamaulipas, quien afirmó que usar cubrebocas para combatir al coronavirus “es no confiar en Dios”.
Arriba el escribidor confesaba su creencia religiosa. No va a renegar de ella, a pesar de la jerarquía eclesiástica.
Hace muchos años los viejos de la comarca enseñaron al escribidor que Dios ayuda a los que por sí mismos se ayudan; que Dios tiene muchos problemas en el universo y está muy ocupado resolviéndolos y, por lo tanto, no tenemos por qué exigirle la resolución de nuestros problemas personales, sino que muchas veces es necesario echarle una mano… sin blasfemia alguna.
Hoy, está seguro de que Dios anda muy ocupado con la pandemia. Debe andar ayudando a quienes buscan las vacunas y los medicamentos para la curación del Covid, y con los médicos, enfermeras y personal sanitario de todo el mundo que se rompen su madre para salvar vidas y muchos otros más que andan en las mismas.
Entonces, con humildad propongo que le echemos una mano: usemos cubrebocas, gel antibacterial; lavémonos las manos, guardemos la sana distancia, quedémonos en casa y no hagamos caso a las tonterías de un quien se dice represente de Dios en la tierra o cuando menos en Ciudad Victoria.
Y también el escribidor le pide a Dios que no reconozca a esos que se asumen como sus voceros, como el obispo Antonio González Sánchez, quienes lo exponen al escarnio público.
Fieles, por favor, usen cubrebocas. Dios se los agradecerá. En serio. La fe salva, pero el fanatismo mata.
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