Filosofía

Fenomenología de la vida: subjetividad en carne viva

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El filósofo y fenomenólogo francés Michel Henry nació en 1922 en Vietnam, pero su familia volvió a París en 1929 donde él completó una maestría en 1943 con una tesis sobre Spinoza, al tiempo que se unía a los maquis de la Resistencia antifascista con el seudónimo de “Kant”. Al acabar la guerra consiguió una plaza como filósofo en el CNRS para publicar en los años 60 una disertación doctoral de 1000 páginas bajo el título de “Filosofía y fenomenología del cuerpo. Ensayo de una ontología biraniana” en referencia al pionero de la filosofía del yo, Maine de Biran. Consiguió una plaza en la Universidad de Montpellier, donde permaneció hasta su muerte en 1982. Además de filosofía, publicó varias novelas.

Michel Henry
Michel Henry hacia 1965.

A lo largo de su extenso trabajo ajustó las doctrinas de Husserl, el padre de la fenomenología, y de Heidegger, uno de sus exponentes más célebres y debatidos. Esta fenomenología clásica ponía énfasis en la intencionalidad, la característica de los actos mentales de ser acerca de algo: aquello que la persona percibe, siente, piensa, imagina, recuerda, sueña, desea o realiza. La fenomenología de la vida cultivada por Henry considera la intencionalidad como una propiedad de la conciencia enraizada en algo más fundamental que indistintamente denomina afectividad, pathos o vida. Ese fundamento previo es una afectividad inmanente y propia de la vida; un tema afín al que en la actualidad se analiza bajo el rubro de autoconciencia mínima y que repasamos en las últimas entregas de esta columna.

Henry consideró que buena parte de la filosofía tradicional se funda en las apariencias o fenómenos conscientes, es decir, en la manera como los objetos ocurren o aparecen en la mente humana. Sostuvo que el fenomenólogo “clásico” se aboca a estudiar cómo es que acontece esta apariencia y se aboca a estudiar algo “exterior” a la conciencia misma: su orientación hacia un objeto, su intencionalidad. La cuestión esencial que intriga y motiva al pensador francés es qué hace posible a la intencionalidad, lo cual concierne a la estructura misma de la conciencia. ¿Cuál es la naturaleza de ese núcleo de conciencia? Su respuesta es directa e inequívoca: la vida misma. La subjetividad humana está enraizada en la vida que es común a todos los seres vivos y los trasciende como su condición inmanente. Lejos de apoyar un idealismo que la considera como evidencia de un espíritu inmaterial, la subjetividad tiene su base concreta en la vitalidad del cuerpo porque la vida es condición de posibilidad de cualquier experiencia.

vida François-Pierre-Gontier de Biran
François-Pierre-Gontier de Biran (Maine de Biran), 1766-1824.

Como Maine de Biran, Henry considera decisiva la apercepción directa e inmediata que constituye la experiencia básica y elemental de un cuerpo viviente. El cuerpo no es un instrumento del yo o de la subjetividad, ni la acción o la conducta sólo un medio por el cual el yo accede al mundo, sino que la subjetividad se identifica con ese sentir fundamental del ser viviente, una forma primaria de sufrimiento y gozo que concibe como pathos. El término pathos se refiere una experiencia que no puede dejar de sentirse, porque la vida no escapa de sí misma. A partir de esta base de subjetividad viviente se origina todo fenómeno consciente e intencional. Así, a diferencia de los fenomenólogos iniciales, Henry basa la intencionalidad de la conciencia en este proceso vital e inmanente de afectividad esencial, lo cual plantea una duplicidad entre un núcleo de la conciencia y las apariciones en forma de contenidos mentales. La afectividad inmanente sería la vida misma como una forma de ipseidad o autoafección que se manifiesta en el poder de la subjetividad y de la agencia. En una entrevista, Henry lo expresó de esta forma:

… aquello que soy en el fondo de mí mismo, mi vida, es algo en sí ajeno a este horizonte de visibilidad del mundo. Mi vida, tal como la experimento originalmente en mí mismo, jamás es un objeto, jamás es susceptible de ser vista en el “mundo”. Su esencia consiste precisamente en el hecho de experimentarse inmediatamente a sí misma, sin distancia, en una “auto-afección” en sentido original.

La conciencia es entonces fruto del despliegue y la evolución de la vida misma, una propiedad que Henry denomina auto-accroissement (auto-incremento), análoga a la autopoiesis que he propuesto en una sección anterior como fundamento o requisito biológico de la autoconciencia. La vida se constituye por su movimiento inherente y su actividad de crecimiento. Vivir es experimentarse a sí mismo y la naturaleza de la subjetividad es la inmanencia trascendental de la vida. Esto atañe de manera central a la corporalidad, al hecho de que la autoconciencia está encarnada en un cuerpo vivo porque éste se experimenta a sí mismo de manera inmediata. Es justo decir “yo soy mi cuerpo” si con esto se implica la vida del cuerpo, esa vida que constituye la identidad diacrónica, el trayecto vital de cada persona en el tiempo.

Fenomenologia de la vida
Portadas de las traducciones al español de “Fenomenología de la vida” y “Encarnación” de Michel Henry.

Henry se adelanta por décadas a la reciente tesis de la simulación situada de Vittorio Gallese cuando afirma que el objetivo fundamental de la danza no es escenificar una historia, sino expresar movimientos para que el espectador los sienta en carne propia de la misma manera que una pintura hace sentir en el espectador fuerzas motrices y afectivas que están larvadas en su interior. Coincide con el pintor Kandinsky: todo arte tiene el efecto de intensificar la vida porque expresa y afecta a la interioridad viviente.

El ser humano no se da la existencia a sí mismo ni la mantiene por sí mismo, es la vida que se mantiene a sí misma a través de cada ser humano. De esta manera, Henry explica la necesidad humana de actuar, de ejercer el poder de la subjetividad. Considera que la idea fundamental de Marx es profundamente cierta: la relación del ser humano con el mundo es una relación práctica; sólo la vida manifestada a través de los individuos posee el poder, la fuerza y la eficiencia para transformar al mundo y adecuarlo a sus necesidades mediante el trabajo. Esto determina la estructura de producción y de consumo de toda sociedad.

Henry caracteriza la “búsqueda de uno mismo” como algo típico de la modernidad y argumenta que esta tendencia sin rumbo o éxito posibles sólo puede ser rebasada mediante el “abandonarse a sí mismo en la vida”, olvidarse del ego que se cuida y se acrecienta a sí mismo en el mundo para descubrir algo esencial y relegado: la vida misma y el amor que despliega al mantenerse y expresarse. Este reconocimiento escapa a toda intencionalidad, es decir, a toda representación mental, y sólo puede conseguirse a través de una mudanza de la acción y la praxis hacia la misericordia y la compasión. La búsqueda de uno mismo, característica de la modernidad, paradójicamente sólo puede lograrse mediante la renuncia de uno mismo.

libros filosofia
Portadas de las traducciones al español de “Ver lo invisible. Acerca de Kandinsky” y “La fenomenlogía radical, la cuestión de Dios y el problema de mal” de Michel Henry.

Coincidió con Kierkegaard en considerar que el yo aparente de la subjetividad humana no es su propio fundamento, sino la vida que no escapa de sí misma y que implica una liga entre cada ser vivo y la vida absoluta. La religión (re-ligare) es el ámbito donde se actúa la autotransformación de la vida, la expresión subjetiva de esa propiedad y su reciprocidad entre los vivientes, algo que no se conoce racionalmente o por el pensamiento, sino por sentir directamente la vida misma. En sus últimas obras, Henry encontró en la enseñanza de Cristo una correspondencia con sus conceptos de afectividad inmanente y de entrega a la vida. En su visión, el cristianismo llama Dios a la vida, llama Padre a su feraz proceso de autogeneración y llama Hijo al ser viviente surgido por la autogeneración de la vida, donde se cumple su ipseidad o mismidad fenomenológica. La fenomenología de Michel Henry implica valorar y comprender a la vida como el verdadero ser de la persona, más que su relación con los objetos del mundo.

Saber y tiempo

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La noción de posteridad apela a personas y futuro. Por una parte, la posteridad denota al conjunto de personas que vivirá después de cierto tiempo y, por otro, hace referencia a lo que vendrá. 

En general, los seres humanos, en nuestro antropocentrismo, exaltamos nuestra importancia hasta alturas desmesuradas. Es por ello por lo que la conciencia de límite que supone el sabernos mortales nos hace tan bien; saber que somos finitos nos obliga a aprovechar al máximo nuestro tiempo, buscarle sentido a la existencia y pensar siempre con un ojo puesto en el pasado y otro en el futuro. Es cierto, este ejercicio puede hacer que descuídenos el presente, que en verdad es lo único cierto, pero ¿qué es el aquí y el ahora?, de pronto estamos con toda nuestra lucidez en el hoy y un instante después ese mismo momento no es más que pasado.

Es interesante lo que produce la noción de tiempo en nuestra especie. Le damos una dimensión, unidad de medida, intentamos asirlo, pausarlo o incluso congelarlo, pero no podemos, él siempre gana. Camina más rápido que nosotros, no se detiene y, por tanto, no tiene fin y, tal vez, tampoco comienzo. En el sentido en que nosotros entendemos nacimiento y muerte, el tiempo responde a una lógica distinta, irritante y absurda, dolorosa, deslumbrante, fugaz y eterna.

ilogica del tiempo
Imagen: Sugarman.

¿Tiene sentido molestarle por darle forma y comprensión a un fenómeno en permanente movimiento y transformación?, absolutamente, el conocimiento teórico explica el devenir y éste le abre las puertas al asombro y, por tanto, a la creatividad, es decir a la mejor faceta del ser humano.   

Saber y tiempo, ambos infinitos, ambos actuando como remolinos o laberintos por los que transitamos, y en los que, inevitablemente, nos diluimos. El dejar de ser, más que una tragedia constituye una oportunidad para hacernos responsables y asumirnos parte de una cadena, de una lógica que nos excede, pero que también nos hermana, en nuestra fragilidad e ignorancia, y de la misma manera en nuestra ambición y triunfo. 

La transformación que recorre el planeta, desde el cambio climático a la política contingente, de la que somos testigos, protagonistas, víctimas y victimarios, abre un abismo de dudas e incertidumbres. ¿Cuándo terminará todo esto? (tiempo), ¿cómo hacemos para vivir de una forma tan disímil a la que conocíamos? (saber). Un cúmulo de preguntas se apila frente a nosotros mientras vamos transitando día a día, momento a momento, por el filamento histórico en que nos encontramos hoy, siete mil ochocientos millones de cerebros y corazones que piensan y laten buscando respuestas.


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Una vida maravillosa

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Es posible que Ludwig Josef Johann Wittgenstein haya sido el más influyente filósofo del siglo XX. Hay quien lo considera el mayor pensador después de Emmanuel Kant. Este hombre impar, que se me antoja un personaje de Buñuel, publicó en vida un solo libro… pero eso sí, El libro, el Corpus definitorio, el crisol de las respuestas a todos los problemas de la filosofía. ¡Ni más ni menos!

He aquí una estrella rutilante en el cosmos del sophós poblado por espíritus superiores. Figura de culto, despreciaba lo público y construyó en Noruega una cabaña aislada para vivir en total seclusión.

Fue un niño brillante y tartamudo, vástago de una de las familias más acaudaladas del Imperio Austro-Húngaro. Sus tres hermanos mayores, Hans, Kurt y Rudolf, se suicidaron. Inicialmente se inclinó por la ingeniería aeronáutica y las matemáticas lo llevaron a la filosofía. Fue el más brillante alumno de Bertrand Russell. Se enlistó como voluntario en la primera guerra mundial, peleó valerosamente en Rusia y en Italia y fue internado en un campo de concentración en Cassino.

Wittgenstein de niño
Ludwig de niño en el campo.

Heredó una fortuna a la muerte de su padre y la regaló. Trabajó como ayudante de jardinero, maestro de primaria, autor de un diccionario para niños, portero de un hospital, escultor, técnico de laboratorio y arquitecto.

Curioso currículum vitae para un hombre que puso su impronta en la ciencia “que trata de la esencia, propiedades, causas y efectos de las cosas naturales”. Al repasar su vida, pienso que Ludwig no era de este mundo. Por lo menos no permitió que ninguna atadura social lastrara su inteligencia y sin miramientos se deshizo de prácticamente todas las convenciones para dedicar su tiempo a lo que para él era trascendente.

Su preocupación con la perfección moral llevó a Wittgenstein en algún momento a confesar varios pecados, entre ellos uno asaz curioso: haber inducido que se subestimara su judaísmo. Ludwig fue atormentado durante su vida por el problema religioso. Nieto de judíos conversos al protestantismo e hijo de una católica, fue bautizado en la fe romana y su funeral fue asimismo católico, pero entre un momento y otro no fue ni creyente ni practicante.

familia Wittgenstein
La familia Wittgenstein.

Hubo en su vida, como telón de fondo o música de acompañamiento, una espesa angustia que hoy apreciamos en su permanente fascinación con todo lo religioso, al grado de que en una época pensó en tomar los hábitos.

Se oponía a las interpretaciones religiosas que enfatizan la doctrina o los argumentos filosóficos diseñados para probar la existencia de Dios, pero le atraían las ceremonias y símbolos religiosos. Equiparaba el ritual a un gesto, como cuando se besa una fotografía: no se cree que la persona en la fotografía sentirá el beso o lo corresponderá, ni el beso es sucedáneo de un sentimiento o frase en particular, como “Te amo”. Como el beso, el ceremonial religioso traduce una disposición, una postura ante el más allá.

Los Wittgenstein eran una numerosa y acaudalada familia. Karl Wittgenstein fue el más exitoso empresario siderúrgico del Imperio Austro-Húngaro y su casa atraía a personalidades de la cultura, en particular a músicos, entre ellos el compositor Johannes Brahms, quien era amigo de la familia.

familia Wittgenstein
La familia Wittgenstein en Viena en 1917 (Fotografía: Hyperbole).

Ludwig estudió ingeniería en Berlín y en Manchester. Su interés en la ingeniería lo llevó a las matemáticas, lo cual a su vez lo llevó a reflexionar sobre los problemas filosóficos de los fundamentos matemáticos. El filósofo y matemático Gottlob Frege le recomendó estudiar con Bertrand Russell en Cambridge, en cuyas aulas deslumbró tanto a Russell como a G. E. Moore

En 1929 comenzó a enseñar en el Trinity College, y en 1939 fue nombrado ahí mismo profesor de filosofía. Después de la guerra volvió al magisterio universitario pero renunció a su cátedra en 1947 para concentrarse en su obra, gran parte de la cual culminó en Irlanda, pues prefería lugares rurales y aislados para su trabajo. Para 1949 había escrito todo el material que sería publicado después de su muerte con el título de Investigaciones filosóficas.

Sus últimas palabras en el lecho de muerte fueron: “Díganles que he tenido una vida maravillosa”.

El punto de vista de Wittgenstein sobre lo que la filosofía es o debiera ser cambió muy poco a lo largo de su vida. En el Tractatus sostiene que “la filosofía no es una de las ciencias naturales” y que ésta “tiene como meta la clarificación lógica de los pensamientos”. La filosofía no es descriptiva sino elucidatoria. Su meta es clarificar lo oscuro y confuso.

Wittgenstein dijo que en filosofía el ganador es el que llega al último. Pero no podemos escapar a la lengua o a las confusiones a que da lugar, salvo mediante la muerte. En 1931 escribió: “La lengua pone a todos las mismas trampas; es un enorme mapa de vueltas equivocadas. Así que vemos a un hombre tras otro deambular por los mismos caminos y sabemos de antemano en dónde se desviará, en donde caminará en línea recta o sin prestar atención a las salidas laterales, etc., etc. Lo que debemos hacer entonces es colocar señales en todos los cruceros en donde hay vueltas equivocadas para ayudar a la gente a librar esos peligros.

“Pero tales señalamientos son todo lo que la filosofía puede ofrecer y no hay ninguna certeza de que serán vistos o atendidos correctamente. Y debemos recordar que una señalización tiene sentido en el contexto de una zona peculiar. Podría no servir de nada en otra parte, y no debiera ser considerada como un dogma. Así que la filosofía no ofrece verdades, ni teorías, ni nada excitante, sino principalmente recordatorios de lo que todos sabemos. Éste no es un papel deslumbrante, sino difícil e importante.”

Los positivistas lógicos del Círculo de Viena, esa escuela que tan grande influencia ha ejercido en el pensamiento occidental, se declararon impresionados por lo que encontraron en el Tractatus, particularmente la idea de que la lógica y las matemáticas son analíticas, el principio de la verificación y la idea de que la filosofía es una actividad enfocada a la clarificación, no al descubrimiento de hechos. Wittgenstein dijo, sin embargo, que es lo que no está en el Tractatus lo que más importa.

Bertrand Russell recuerda un pasaje de su encuentro con Wittgenstein: “Al final de su primer período de estudio en Cambridge, se me acercó y me dijo: ‘¿Sería usted tan amable de decirme si soy un completo idiota o no?’ Yo le repliqué: ‘Mi querido compañero, no lo sé. ¿Por qué me lo pregunta?’

“Él me dijo: ‘Porque si soy un completo idiota me haré ingeniero aeronáutico; pero, si no lo soy, me haré filósofo’. Le dije que me escribiera algo durante las vacaciones sobre algún tema filosófico y que entonces le diría si era un completo idiota o no.

“Al comienzo del siguiente período lectivo me trajo el cumplimiento de esta sugerencia. Después de leer sólo una frase, le dije: ‘No. Usted no debe hacerse ingeniero aeronáutico’.”

Juego de ojos.

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El canto jubiloso de los ángeles

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“Estaba por terminar el siglo diecinueve cuando Nietzsche recibió la visita de Lou Andreas-Salomé. ‘El siglo ya va a terminar’, comentó el filósofo loco a la vieja amiga. Se cuenta que entonces Lou tomó su mano y le respondió: ‘Tu siglo, mi querido Friedrich, apenas comienza’. Friedrich Nietzsche murió entre el ocaso del siglo que le tocó vivir y la aurora del siglo que le reconocería como uno de los más grandes y polémicos pensadores de todos los tiempos. El hombre que inspiró más de 300 composiciones musicales, entre las que destacan las conocidas obras de Strauss, Orff, Wolf y por supuesto Gustav Mahler, consideró que ninguna forma de expresión podría ser comparable con la música”.

Tal comienza la espléndida presentación de Paulina Rivero Weber al libro-disco Nietzsche: su música,editado por la UNAM con motivo del centenario de la muerte de una de las cúspides del pensamiento del siglo XIX, un hombre que en algún momento de su vida llegó a soñar en México como el país ideal para vivir; esto no se concretó, pero su filosofía dejó huella entre nosotros.

portada disco Nietzsche y su musica

Rivero nos dice quedetrás de la asimilación del pensamiento de Nietzsche en México se encuentra una singular y significativa historia de la situación cultural de nuestro país a partir de que Gabino Barreda implantó el sistema positivista para la educación de la nación. “Fue de la mano del pensamiento de Nietzsche que en 1907, Antonio Caso introdujo la filosofía de Nietzsche en México: a partir de ese momento, Nietzsche ha tenido un papel fundamental en la cultura de este país.”

En el 176 aniversario de su nacimiento el 15 de octubre de 1844 en Röcken, un villorrio alemán de Sajonia-Anhalt, me honra compartir con mis lectores el texto de la doctora Rivero:

“La faceta […] del Nietzsche músico, es fundamental para comprender al hombre y al filósofo. Y así lo consideró él cuando al referirse a su Oración a la vida expresó: ‘Deseo que esta pieza musical permanezca como un complemento a la palabra del filósofo que en el ámbito de las palabras, tuvo que quedar por fuerza oscuro. El pathos de mi filosofía encuentra su expresión en este himno’. Nietzsche fue siempre consciente de la oscuridad de su obra, o más bien de lo poco accesible que ésta resultaba para la mayoría. En una carta a Gersdorff, preguntaba: ‘¿Son mis escritos tan oscuros e incomprensibles? Yo pensaba que cuando uno habla de la angustia, aquellos que sienten la angustia entenderían.’ Si su música puede ser el ansiado complemento a la palabra es algo discutible, pero sin lugar a dudas conocerla a fondo y gozar de ella nos acerca más tanto al hombre como al filósofo.

Nietzsche en el piano
Fotografía: El Vuelo de la Lechuza.

“La obra musical nietzscheana comprende más de 70 piezas de diferente tipo: composiciones vocales, instrumentales, coros a capella, música sacra -entre la que encontramos partes de una misa- música de cámara y música orquestal. Hasta muy recientemente muchas de estas composiciones habían permanecido desconocidas.

“Nietzsche nació en Röcken, un pequeño poblado a menos de una hora de Leipzig. Los primeros años de su vida transcurrieron armoniosamente en ese pequeño pueblo. La casa, aún hoy en día rodeada por jardines, se encuentra junto a la pequeña iglesia del pueblo en donde su padre oficiaba como pastor. Al morir éste en 1849, el resto de la familia se mudó a Naumburg, en donde pocos años más tarde surgirían los primeros intentos de composiciones musicales. El primer apunte musical es un fragmento melódico escrito en una hoja de papel secante, que data de 1852. Hacia 1854 Nietzsche escucha el Aleluya de El Mesías de Händel, lo que le produce una fuerte impresión. Enseguida decide componer música: ‘Me sentí embriagado por completo, comprendí que así debía ser el canto jubiloso de los ángeles… Inmediatamente tomé la determinación de componer algo parecido…’

Nietzsche avanza notablemente en su educación musical: a los dos años de estudiar piano (1854-1856) toca ya viarias sonatas de Beethoven, así como la segunda sinfonía del mismo compositor en arreglo para cuatro manos. Es en estos mismos años que entabla una profunda amistad con Gustav Krug –que años después musicalizaría algunos textos del propio Nietzsche–. Gustav era hijo de un virtuoso amante de la música, que llegó a componer piezas musicales que en su momento fueron bien valoradas. A veces, ante la casa de Krukg, Nietzsche llegaba a permanecer inmóvil escuchando sublimes melodías de Beethoven que surgían de las reuniones del selecto círculo de melómanos.

Nietzsche fue un intempestivo en todos los sentidos. Es notable cómo en plena juventud musicalizó el poema de Friedrich Rückert Aus der Jugendzeit (De la juventud) que añora la lejana y perdida juventud, y divide su obra poética en tres etapas diferentes; fue un genio precoz. No fue un niño ni un adolescente común; su seriedad y retraimiento eran causa de comentarios y bromas constantes. Este aspecto taciturno de su alma parece expresarlo en la melodía So lach doch mal (Ríe ya). Según Nietzsche, esa melodía pretendía expresar los aspectos taciturnos en la belleza de la naturaleza. Ya hacia 1862 escribe Da geht ein Bach (Por ahí pasa un río).

“Hacia fines de 1864, cuando Nietzsche comenzó sus estudios en la Universidad de Bonn, compuso durante los meses de noviembre y diciembre una serie de 12 canciones, de las cuales hoy en día sólo se conocen nueve. La presente grabación ofrece dos de ellas: Beschwörung (Conjuración), y Das Kind an die erloschene Kerze (El niño a la vela extinguida) que es la musicalización de un poema de Adalbert von Chamisso. Al parecer estas melodías se escribieron para Marie Deussen, hermana de un amigo de Nietzsche.

“Poco después, en julio del mismo año, escribe Die junge Fischerin (La joven pescadora). Ésta es la única canción de la cual tenemos la certeza de que Nietzsche escribió el texto, y curiosamente no se trata de un texto filosófico. En él habla la voz de la pescadora que añora y reclama la presencia de su amante. Por su parte, Herbstlich sonniege Tage (Días soleados de otoño), composición para piano y cuatro voces, nos remite a abril de 1867: en esta composición aparecen seis de las nueve estrofas del poema de Emanuel Geibel; parece ser que la musicalización del mismo la llevó a cabo para sus compañeros de Leipzig.

Lou Andreas-Salomé, Paul Rée y Nietzche
(De izquierda a derecha) Lou Andreas-Salomé, Paul Rée y Nietzche, en 1882 (Fotografía: Getty Images).

“Muy pronto el joven Nietzsche fue llamado a ser docente en Basel, en donde hacia 1870 conoció al profesor de teología Franz Overbeck, quien sería un amigo de por vida, y a quien tanto debieron Nietzsche y su familia durante los difíciles últimos 11 años de vida del filósofo. Con él tocaría constantemente el piano a cuatro manos, y esa amistad lo motivó a escribir, entre 1871 y 1874, varios duetos para piano. Es ésta la época en que Nietzsche entabla una profunda amistad con Richard Wagner y su esposa Cósima, lo que le acercó aún más al mundo de la música. Por siempre el filósofo recordaría estos días como días de fiesta, de amistades profundas y vivencias plenas en compañía de los Wagner. A decir de Curt Paul Janz, 1871 fue el año más feliz en la vida de Nietzsche. Es cuando termina de dar forma a lo que será su primer libro, El nacimiento de la tragedia, y paralelamente logra la más profunda amistad con Wagner y con Cósima, a quien acompaña a conciertos dirigidos  por el gran compositor. Para esos momentos, aún no publicaba nada que le enemistara con nadie, y su salud era todavía buena.

“Hacia 1873, Nietzsche compuso una melodía para hacer un obsequio: ‘…los últimos días he hecho un regalo de bodas para la señorita Olga Herzen, quien se casa en marzo con el señor Monod: una composición para cuatro manos, pensada para el matrimonio, con el título Monodie a deux (Lob der Barmherzigkeit).’ Se trataba de la boda de la hija adoptiva de Malwida von Meysenbug, la maternal amiga de Nietzsche, con el historiador francés Gabriel Monod. El título es un juego de palabras que incluye los nombres de los contrayentes (Monod y Herz). Realmente ésta es una especie de réplica de la Introducción a la Anunciación de María, un proyecto para un oratorio de Navidad que había escrito en 1861.

Nietzsche y Wagner
Nietzsche y Wagner (Imagen: El Vuelo de la Lechuza).

“El último de los duetos compuestos por Nietzsche, fue también su última composición. Es el Himno a la amistad, que como versión para piano data del 29 de diciembre de 1974. Sin embargo, el primer bosquejo venía de la Navidad de 1872 en Naumburg. Nietzsche nunca dedicó a una composición tantos años como los dedicó a ésta. Es esta misma melodía la que trabajaría ocho años más tarde, en 1882, para musicalizar el poema de Lou Andreas-Salomé, titulado Gebet an das Leben (Oración a la vida). La transcripción para piano, así como la orquestación de esta obra, fue llevada a cabo en 1887 por Heinrich Köselitz, a quien Nietzsche siempre llamó Peter Gast. En los momentos en que Köselitz llevaba a cabo esta instrumentalización, le resultaba inimaginable pensar que pronto su amigo y maestro estaría sumergido en la noche más oscura. Ya en la locura, el alejamiento inicial de Köselitz contrasta con la actividad incansable de Overbeck, quien se hizo cargo del viejo amigo y de su familia. El mismo Köselitz confesó después que ese alejamiento se debió a que, ante la noticia de la locura del amigo, primero estuvo a punto de suicidarse, y luego a punto de enloquecer. Heinrich Köselitz (Peter Gast) nunca se perdonó no haber acudido a Turín a pesar de las constantes invitaciones, que eran ya casi una súplica del amigo para acompañarlo. Pero gracias a él la ‘Oración a la vida’ (para piano y voz) y el ‘Himno a la vida’ (para coro y orquesta) fueron las únicas obras musicales que Nietzsche llegó a ver publicadas. En cuanto al texto, en el poema de Lou Andreas-Salomé, Nietzsche encontró la expresión de su propia actitud hacia la vida. Porque su obra filosófica es un canto de amor y aceptación a la vida en su finitud. Él enaltece la vida, la ama como un amigo ama a otro: con su amor y desamor, con su dolor y su alegría. Para él la muerte no es algo ajeno a la vida; es la vida misma la que nos arranca hacia la muerte; la muerte es parte de la vida, es la forma de ser de la vida humana; la vida es finita, y somos el ser con plena conciencia de lo que esto implica.

Nietzsche, musica
Imagen: Método.

“Este ‘Sócrates musical’ que fue Nietzsche, dejó por escrito un deseo respecto a su última obra. En una carta a Hans von Bülow, habla de su Himno a la amistad ya transformado en la Oración a la vida y dice: ‘En algún momento del futuro cercano o distante, debe cantarse en mi memoria, en memoria de un filósofo que no tuvo presente, que ni siquiera quiso tenerlo’. Ni Hans von Bülow, ni el mundo filosófico o musical prestaron atención a esa indicación.”


Juego de ojos.

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Credos: la certeza y el delirio, la duda y la fe

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Los niveles de certeza varían mucho y proporcionan diversos grados de validez y de impacto a una creencia. Kant distinguía tres clases: la opinión, la fe y la ciencia; pero esta distinción no sólo implica niveles de certidumbre, sino diferencias más generales de sentido. Quizás sea más sencillo distinguir grados crecientes de certidumbre entre la sospecha, la impresión, la opinión, la convicción, la obstinación, el dogmatismo y el fanatismo. El máximo grado de convicción ocurre en esta última y siniestra condición, pues el fanático se adhiere y se identifica tenazmente con sus creencias, rechaza cuestionarlas y por ellas puede exponer su vida o llegar a matar. Un polo opuesto del fanatismo podría ser la indecisión, la cual también suele engendrar dificultades, pues si el obstinado y el fanático se encuentran muy dispuestos a entrar en acción por sus creencias, el indeciso vacila. Aunque no determina a la creencia, la voluntad interviene desde la deliberación, hasta la decisión de actuar o no hacerlo.

Contra el fanatismo
Portada del libro “Contra el fanatismo” (2003) del escritor, periodista y pacifista israelí Amos Oz, Premio Príncipe de Asturias 2007.

En algún modo, la creencia entraña una inferencia de probabilidad y podría argumentarse que el opuesto del fanático no es precisamente el indeciso sino el escéptico (del griego skeptesthai: examinar), un calificativo del agrado de muchos pensadores, académicos y eruditos, en especial cuando se trata de la divinidad y de otras creencias religiosas. El escéptico no afirma ni niega: se abstiene de enjuiciar, duda y descree de algunas proposiciones que desde su perspectiva no tienen o no admiten demostración empírica. Pero también tenemos al agnóstico, término acuñado por el anatomista británico Thomas Henry Huxley, llamado “bulldog de Darwin” por su militancia evolucionista. El agnóstico (de a privativa y gnosos, conocer) es un escéptico especializado y radical, pues cree en verdades científicas pero niega que las proclamadas por la religión, la magia, el ocultismo y sus derivaciones tengan o puedan tener validez. Se ha dicho con frecuencia que el agnóstico es un ateo de clóset.

Los filósofos de la mente difieren en su concepción de la creencia como posible objeto de estudio, y, según el Diccionario de Filosofía de Stanford, se pueden distinguir tres posturas distantes o incluso incompatibles entre ellos. La primera, avalada por Jerry Fodor, es que el entendimiento de sentido común o de psicología popular es básicamente correcto en el sentido que las creencias son entidades mentales definibles y analizables, susceptibles y dignas de estudio empírico. La segunda tesis considera que, si bien la psicología puede probar causas de la conducta sin necesidad de postular creencias, este concepto, según Stephen Stich, tiene utilidad para hacer predicciones o para entender mejor las causas de las acciones, como lo propone Daniel Dennett. La tercera es la posición más severa, pues defiende que el concepto mismo de creencia es equívoco e imposible de analizar empíricamente, por lo que Patricia Churchland argumenta que debe ser evitado en todo proyecto científico que pretenda entender la mente y el comportamiento.

escepticismo
Ilustración de la página Skeptic (escepticismo en el sentido etimológico de análisis o indagación.

Ahora bien, la discusión filosófica ha ocurrido al margen de los métodos y análisis científicos que han logrado definir, inducir o medir creencias en la psicología cognitiva y analizar sus correlatos neurobiológicos mediante imágenes cerebrales. Por ejemplo, se conoce que cuando un sujeto afirma creer en un predicado particular, sea religioso o no, se activa su corteza cerebral prefrontal ventromedial. En la actualidad es posible mantener que la creencia es una categoría y capacidad cognitiva que puede ser abordada por diversas disciplinas, como la psicología, la lingüística, la narrativa, la religión comparada, la neurociencia o la fenomenología, de tal manera que esta amplia plataforma transdisciplinaria hace posible su abordaje y mejor comprensión. Michael Shermer, historiador de la ciencia y escéptico autoproclamado, ha analizado cómo las creencias nacen, se refuerzan, se retan y se extinguen en la política, la economía o la religión. Concluye que el cerebro humano está evolutivamente diseñado como un “motor de creencias,” de tal forma que las personas primero albergan una creencia y luego la respaldan con evidencias. Arguye que en el curso de la evolución esto fue ventajoso para detectar pautas previsibles de todo tipo y éstas, una vez determinadas, fueron insufladas de significados.

libros de escepticismo
Portada de “El cerebro creyente” y de “Cómo creemos” del estadounidense Michael Shermer, historiador de la ciencia y fundador de la Sociedad de Escépticos.

Por su parte, la psicopatología ha proporcionado nociones muy valiosas para el entendimiento de la creencia. El delirio es el caso más relevante, pues se ha definido como una falsa creencia y la literatura psiquiátrica ha descrito detalladamente delirios de control, de referencia, de persecución, de grandeza, de infestación o de celos. El gran psiquiatra y fenomenólogo existencialista Karl Jaspers consideraba a los delirios como patologías del sistema de creencias por estar enraizados de manera anómala y constituir certezas impermeables a la evidencia. Las cuatro alteraciones cognitivas del delirio serían la convicción sólida, la incorregibilidad, la imposibilidad y la ininteligibilidad. El o la paranoide cree firmemente que es acechado y perseguido, aunque se le pueda probar objetivamente que no es así, o demostrar la incoherencia o imposibilidad de la amenaza que siente. Algunos estudios indican que los pacientes delirantes presentan un sesgo en el razonamiento probabilístico consistente en buscar menos información para llegar a una inferencia. La relación entre el contenido de la creencia como un juicio consciente y la naturaleza de la realidad es relevante para el peliagudo tema de la verdad y que no corresponde elaborar en este momento.

libro
Portada de el libro “The God delusion” (“El delirio sobre Dios”) y su traducción al castellano como “El espejismo de Dios” del biólogo evolutivo Richard Dawkins, donde propone que creer en Dios es un delirio; ¿es acertada esta idea?

En The God delusion (“El delirio sobre Dios”) de 2008, el conocido biólogo evolutivo y analista de la ciencia, Richard Dawkins, aventuró que las creencias religiosas son delirantes pues no existen pruebas de la realidad de sus contenidos, empezando por la existencia de Dios y otros entres sobrenaturales. Sin embargo, no hay mayor similitud entre el delirio del psicótico y la convicción religiosa. Pareciera ser que Dawkins equipara toda creencia religiosa con la superstición, un tipo de creencia mágica, pero ésta tampoco podría siempre etiquetarse como delirante, porque no suele encuadrarse en una psicopatología personal, sino en una conseja compartida. A diferencia del delirio que invade la conciencia de quien lo padece, el creyente sincero de alguna religión organizada se adhiere voluntariamente y por medio del insight o la esperanza a creencias de amplio y largo arraigo que suelen estar argumentadas y debatidas por sus teologías. También en contraste con el delirio individual y subjetivo, la fe es comunal e intersubjetiva y se expresa en ceremonias públicas de rito y culto. Por lo demás, la duda es frecuente en la fe y, para algunos teólogos y pensadores, el estado de duda, preocupación e indagación sobre cuestiones trascendentales, es la actitud que mejor caracteriza a la fe.

Dado que toda creencia es provisional y tentativa, la disposición a revisar las propias creencias de acuerdo con nuevas observaciones, razones y evidencias es un signo de madurez. Es necesario el desapego o el desprendimiento de la persona en referencia a sus creencias para facilitar su valoración, verificación, rectificación o su cancelación. Esta actitud crítica e inquisitiva es propia de la labor científica para procesar las conjeturas metódicas denominadas “hipótesis de trabajo,” las cuales son creencias justificadas por la lógica y la evidencia para explicar una incógnita que deberán ser sometidas a pruebas, validaciones o refutaciones mediante la investigación y la experimentación empíricas.


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El número 2 que fabricaba haikus futbolísticos

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El número 9 se quedó congelado con la pelota en los pies, no se movió un centímetro más como si el réferi le hubiese pitado un penal. El 2 sacó la pelota mansita de los pies, como quien saca una pelota que queda enganchada en un alambrado. La corrió muy despacio hacia atrás con la puntita del botín, la enderezó y empezó el ataque. El 9 se había encontrado con el defensor existencial, un particular 2 del futbol local que le hacía preguntas existenciales y filosóficas a los delanteros. Allá, casi contra el banderín del córner, cuando lo había ido a marcar, le había preguntado:

—¿Existe la realidad o es algo que se forma en la mente?

Muchos consideraban esa jugada un haiku futbolístico, una acción que desconcentraba a la mente, cortaba el flujo de los pensamientos, los detenía, y los obligada a encontrarse con el presente. Una especie de meditación japonesa, del budismo zen, pero adaptada al futbol. A todos los delanteros les pasaba lo mismo, dejaban de concentrarse en el partido y se quedaban pensando largos minutos en la pregunta.

Mucho habían hecho los técnicos de los equipos rivales para frenar la estrategia del defensor existencial, pero el que más se había ocupado de eso era el técnico del Atlas, un tipo también sabio, que había jugado la final del campeonato con Deportivo Archinda. Había estado meses preparándolos, había llevado a sus jugadores a los mejores filósofos, politólogos, sociólogos, para que les enseñaran las respuestas básicas a algunas preguntas filosóficas. Ante la pregunta del número 2, el delantero iba a responder de manera más o menos automática e iba a seguir la jugada.

futbol y haikus
Imagen: Ross Bruggink.

La primera oportunidad de esto se vio empezado el partido, cuando el 9 de Atlas se fue sólo contra el dos, y el 2 se le pegó cuerpo a cuerpo y le dijo:

—¿Hay matemática en el universo o es una creación de los hombres?

Esperando el detenimiento, el haiku, la maduración para el delantero, una ampliación de conciencia, y quitarle la pelota, como quien le quita un helado a un niño. Pero el 2 le respondió de manera automática.

—Todas las respuestas a esa pregunta son válidas.

Y después tiró la pelota por un costado del defensor y la fue a buscar el otro.

No entendió qué había pasado, primera vez que sus preguntas socráticas eran respondidas de manera automática y desactivadas. No había logrado generar un haiku en la mente del rival, sino todo lo contrario, el haiku se produjo en él, que se quedó quieto en el lugar, como si se hubiera lesionado. Algunos compañeros se acercaron a preguntarle si estaba bien. Asintió con la cabeza y se puso a pensar qué pudo haber pasado. Miró el banco de suplentes del equipo rival, vio a su técnico riendo y se dio cuenta que él estaba atrás de todo. No tuvo mucho tiempo de acomodarse, enseguida le tocó cruzar a la derecha a encerrar al número 7 que se le había escapado al 3.

—Lo que verdaderamente cambia la mente de las personas es la voluntad, está comprobado por neurólogos –dijo casi llegando a él y poniendo el pie para que la pelota le rebotara y estuviera afuera–.

—La neurología es el paradigma actual, ley de Kuhn. Todos los paradigmas se justifican solos y dominan el saber de una época. Los investigadores sólo seleccionan los datos que sirven al paradigma.

—Pensamos en paradigmas, pero ésa no es la realidad –le dijo el 7, después de levantarle la pelota y esquivarle el pie en toda la carrera que hizo hasta el arco, con el 2 “existencial” corriéndolo de atrás–. Después de escuchar el remate de la frase los paradigmas de Kuhn, escuchó el grito de “¡goool!” de todo el estadio.

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Imagen: Tolga Akdogan.

Las sensaciones eran distintas, le molestaba que su método ya no funcionara, le molestaba ya no quitar pelotas, le molestaba más no poder fabricar haikus en las cabezas de los delanteros. Pero le gustaba que todo el equipo rival hubiese tenido que ir a estudiar epistemología para neutralizarlo.

Con un vendaval, de esos equipos que hacen todo enseguida, en los primeros 20 minutos, de inmediato le tocó salir a cubrir la subida al campo de juego del 5 que había rebasado la línea de los mediocampistas y avanzaba derecho a él. Probó con lo que prueban todos los sabios cuando se ven rebasados en su filosofía: el latín. Se le paró de frente y le dijo:

Vini vidi.

Vici –respondió el delantero y le empaló la pelota de sombrero, que le pasó por arriba de la cabeza y la mirada, le cayó adelante al 11 quien había tirado una diagonal al área, y la acarició ante la salida del arquero. Dos a cero. Mientras el griterío ensordecedor del estadio bajaba hasta los oídos de ellos. El 5 le completó.

Vini vidi vici es el mensaje que mandó Julio César en latín a Roma después de haber vencido en una de las batallas en tierra neutral. Quiere decir: Vine vi venci.

Y eso era lo que estaban haciendo los rivales con él, yendo, viendo y venciendo. Era un tipo demasiado inteligente para no darse cuenta de que iba a ser vencido en toda su extensión, y que su método, adaptado y con variantes, ya no iba a funcionar. Aun así, siguió probando.

A los 30 minutos del partido, en una esquina, contra el 8, probó la comprobadísima: “Te están llamando”. Señalándole a un costado de él, para buscar no ya un haiku sino una leve distracción que le permitiera pasarlo, pero el tipo ni se inmutó. Así fue cayendo en la calidad de sus métodos distractivos. A los 40 minutos probó la de atar los cordones para que todos pararan y él se fuera solo hacia el arco, método de campito que había dejado de funcionar, no por malo, sino por tanto usarse. Hacía de eso ya unos 50 años. Había tenido un leve éxito a los 42, el de honor, con un “dámela”, habiéndole gritado al 11 rival que sin mirar y pensando que era un compañero, le había pasado la pelota. Pero fue una tormenta de verano, se dio cuenta enseguida que ya no era su tiempo cuando el 10 le amagó para ir para un lado, se fue por el otro, y el agarrado del primer amague salió corriendo para el lado contrario en dirección contraria.

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Imagen: Ahtapot.

“¿Vas al kiosco?”, le preguntó de pasado el 10. Y el colofón final de su debacle fue el final de esa misma jugada que terminó en penal, pero antes de tirarlo, como siempre se le acercó al pateador rival a distraerlo, cosa que hacía recurriendo a dichos de Lévi-Strauss, planteos de Freud, reformas de Gramsci. Él –y eso le encantaba– en ese momento del penal usaba portulanos de los pensadores reformistas de doctrinas para peguntar si estaban bien. Cosas como: ¿La revolución es cultural? ¿La economía decide las relaciones en la superestructura o la superestructura puede afectar a la base económica? O más simples para el pensamiento deportivo, pero no por eso no dotadas de una compleja profundidad: ¿Aristóteles o Platón? ¿Hobbes o Rousseau? Y algunos leves conocimientos del taoísmo, y palabras aisladas del chino mandarín.

Pero fue en ese penal en el que se dio cuenta de su decadencia, volvió a su más tierna infancia, a sus comienzos en las confusiones y las tretas de los campitos, a su esencia. Se le acercó y le dijo: “No vale fundir”. Le salió de adentro, eso significaba que había llegado hasta el fondo y no quedaba nada de todo lo otro que había ido descartando en el debacle, que se había ido despojando de todo lo aprendido, de todas sus ropas, de sí mismo, y que había llegado hasta volver a ser niño, a su más tierna infancia. Al engaño más dudoso y más llorón, pero más incomprendido de todos. Porque ése, no vale fundir, si bien escondía la mezquindad de que el delantero pateara despacio y errara el gol, también escondía el altruismo del cuidado de la humanidad del arquero rival, el gesto caballeresco del futbol. Y, hasta una enseñanza para el propio pateador; las cosas pueden ser más suaves, más simples. Cuando se escuchó decir eso, se le vino a la mente “No vale tomar carrera”, y que por suerte no lo había pronunciado, sobre todo porque la carrera que tomó el delantero fue exagerada para arriba. Se dio cuenta que había sido deconstruido totalmente, y que había sido, ya no lo era.

Él solo, sin mirar el penal, en silencio, pero tranquilo, se fue de la cancha, con el vaciamiento de lo que era empezó el lleno de lo nuevo. No se quedó a escuchar el penal, se fue pensando si, en la derrota, como le había escuchado decir a un técnico cierto día, era donde más aprendía uno.


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¿Quién creó a quién?

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¿Fue Dios al hombre, o el hombre a Dios?

Si pensamos que Dios creó el universo, entonces es lógico pensar que Dios creo al hombre después. Podríamos ir más allá y creer que, además, lo creo a su imagen y semejanza.

Pero, y si Dios no creo el universo, y la teoría del Big Bang es cierta, ¿entonces seguiríamos pensando que Dios creo al hombre?

¿Sería posible que en su afán de creer en algo a lo que no encuentra una respuesta simple, el hombre haya creado a Dios?

Pensemos por un momento, ¿quién es Dios?

el hombre y la creacion del mundo
Imagen: Getty Imagen.

Para responder a esa pregunta dependerá de la persona a la que le preguntemos.

Para algunos de nosotros Dios es el creador, el salvador, el rey de reyes, el que le da sentido a la vida, el guionista de nuestro destino… el amo supremo.

Para otros de nosotros, Dios no existe.

Las diferentes respuestas pueden depender del enfoque científico o religioso que se le de a la pregunta, o de la forma en la que la vida nos ha tratado.

Sin duda, resulta complicado creer en un Dios que permite que pasen cosas malas, o bastante sencillo, si creemos que es destino y que todo pasa por algo –aunque sea imposible de entender–.

creacion, origen de todo
Imagen: Getty Images.

Los seres humanos tenemos una inteligencia limitada y somos frágiles, por lo que a veces lo que no podemos entender con la razón, lo dejamos en manos de la fe.

La fe nos permite vivir más tranquilos y nos da esperanza de algo mejor. La esperanza, a su vez, se convierte en el motor que impulsa nuestra vida.

Si es que la esperanza es lo que nos mantiene vivos y es lo último que se muere, ¿entonces existe la posibilidad de que los hombres hayamos creado a Dios para darle sentido a nuestra existencia?


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