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Maradona: pies y mente de barro

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En la antigua Babilonia Nabucodonosor soñó con una enorme estatua, con cabeza de oro, torso de plata, caderas de bronce, piernas de hierro y pies de barro cocido. De pronto, una piedra cae rodando hacia la escultura, chocando contra los pies y la hace desmoronarse debido a la fragilidad del elemento con la que se había hecho la base, por muy fuertes y sólidas que fueran las del resto del cuerpo.   

Maradona tuvo pies de oro, piernas de plata y tronco de bronce. Su mente más que de barro, estaba formada de narcisismo, grandilocuencia e irresponsabilidad. El oportunismo, la viveza y, por qué no decirlo, la trampa, también habitaban esa cabeza. 

¿Se puede ser contradictorio y hasta ruin en la vida privada y genial en otros ámbitos?, desde luego que sí. La historia está llena de ejemplos de héroes imperfectos, crueles y ególatras. ¿Exculpan el talento y la genialidad los errores e incluso los delitos?, para nada.

El ser humano es por naturaleza un animal con caras múltiples, las zonas grises de cada uno de nosotros no evitan que tengamos polos negros y otros luminosos.

Ser incoherente no es una anormalidad, es un hecho cierto de nuestra psique.

muerte de maradona
Imagen: Malena Guerrero.

En tiempos en que lo políticamente correcto se ciñe como un manto autoritario que busca en el purismo y las verdades ciertas redimir los abusos, discriminaciones y horrores que se han cometido desde siempre, resulta fácil derribar al héroe con pies de barro o enjuiciar la mente del jugador habilidoso.

Maradona fue un magnífico deportista, también fue drogadicto y alcohólico, un populista de punta a cabo, un personaje funcional a intereses políticos y financieros. También fue el ídolo de niños y el sueño de multitudes, el símbolo de que se podía salir de la pobreza con un balón y valentía. En definitiva el vivo retrato del caudillo latinoamericano.

La verdad es que había muerto hace ya varios años, el sujeto que pululaba por programas de televisión y estadios de futbol en el último tiempo era la sombra, el lastre de lo que alguna vez había sido: un niño corriendo detrás de una pelota, en una cancha de tierra, queriendo devorarse el mundo. 

Esta imagen no salva al gigante caído, pero le sigue dando esperanzas a millones para soñar y, ojalá, no sólo aprovechar el talento que se tiene, sino que también, a ser mejores personas y hacer del mundo un buen lugar para los niños y niñas que siempre seguirán jugando con un balón.


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Leo Messi o Diego Maradona

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Falso dilema, porque las épocas, los sistemas de juego, los medios de comunicación, el material de los balones, los criterios arbitrales y los propios aficionados somos diferentes. Porque, además, no hace falta contestar la pregunta. Para los que hemos vivido el futbol como una larga avenida en paralelo a nuestros días, la única respuesta posible es Messi y Maradona; y Cruyff, Platini, Zidane, Pelé y Garrincha.

Viví en vivo, a los 10 años, la magia de Pelé elevándose por encima de Facchetti para hacer el primer gol de Brasil en la final de 1970 en el Estadio Azteca. Y después, el genial pase acompasado que dio Pelé a Carlos Alberto para firmar el famoso “gol del presidente”, que sellaba la Copa del mundo a favor de Brasil con un contundente 4-1 frente a Italia.

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Imagen: Footy Fair.

Después, en 1986, la vida me regaló otro momento inolvidable para poder ver, otra vez en el Azteca, el histórico gol de Diego Maradona contra los ingleses, luego de burlar a seis enemigos en el camino. La “mano de Dios” que abrió el marcador, quedó en el terreno de lo anecdótico. Hoy me pregunto si el nefasto “VAR” la habría podido revelar al dominio público o también habría sido burlado.

Como León Gieco, “Sólo le pido a Dios” me conceda ver a Messi en vivo levantando la Copa del Mundo. Como Qatar está lejos, deberá ser en la Copa del Mundo que se celebrará en la tierra del T-MEC en 2026. Aunque Leo Messi ya tendrá 37, si el COVID no tiene planes para mí, espero no faltar a la cita.

De Maradona sólo puedo decir que su figura embelesó mi juventud con sus destrezas, pero aún más, su personalidad estridente no dejaba lugar para la duda. Siempre echado para adelante, siempre desafiante. Cuando escucho a sus detractores decir “mira nomás como acabó”, me repito en silencio que “como quiso”, “como pudo”, y que de hecho “no ha acabado”. Su lucha contra las adicciones es una más de sus gambetas extraordinarias. A veces, hay que claudicar ante la eficacia en beneficio de la estética. Lo dijo en una entrevista: “meter un gol así no sirve”. Tener la humildad de venir a dirigir a un equipo de división de ascenso en México y hacerlo con la misma pasión que el día de su debut como profesional “a los 14 años”, habla de la verdadera grandeza de un corazón que es más poderoso que dos piernas en estampida. Diego Maradona es para mí un amigo que nunca conocí, pero al que siempre quise.

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Imagen: Dribbble.

Y de Messi, qué decir. Si el juego ha alcanzado en una sola persona su mejor versión, su mejor justificación y su mejor promotor, es con este prodigio que no deja de entregarnos belleza en cámara lenta. Para los que hemos jugado este deporte, no hay forma de ignorar la exquisitez de cada decisión de Leo, basada en la intuición más infantil. La pelota es mía y primero la disfruto yo. Después, un perfecto pase al hueco demuestra que tiempo y espacio son los dos insumos que integran la ecuación, recordando que es un juego en equipo. Pero claro, meter de a 3 goles por jornada es también jugar en equipo.

Lo más memorable de Leo Messi es aquel día en que a una pregunta inquisidora de una periodista acechándole por sus nervios antes de una final de Champions, se limitó a decir: “al final, esto no deja de ser un juego, y yo un pibe con un balón”.

Hoy que las nuevas estrellas rutilantes inundan las ligas del mundo, en un intercambio de jugadores de todas las nacionalidades y orígenes, y que la globalización de la imagen nos alcanza en cualquier rincón, me pregunto si no será esta la esperada “diáspora del mundo”.


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El número 2 que fabricaba haikus futbolísticos

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El número 9 se quedó congelado con la pelota en los pies, no se movió un centímetro más como si el réferi le hubiese pitado un penal. El 2 sacó la pelota mansita de los pies, como quien saca una pelota que queda enganchada en un alambrado. La corrió muy despacio hacia atrás con la puntita del botín, la enderezó y empezó el ataque. El 9 se había encontrado con el defensor existencial, un particular 2 del futbol local que le hacía preguntas existenciales y filosóficas a los delanteros. Allá, casi contra el banderín del córner, cuando lo había ido a marcar, le había preguntado:

—¿Existe la realidad o es algo que se forma en la mente?

Muchos consideraban esa jugada un haiku futbolístico, una acción que desconcentraba a la mente, cortaba el flujo de los pensamientos, los detenía, y los obligada a encontrarse con el presente. Una especie de meditación japonesa, del budismo zen, pero adaptada al futbol. A todos los delanteros les pasaba lo mismo, dejaban de concentrarse en el partido y se quedaban pensando largos minutos en la pregunta.

Mucho habían hecho los técnicos de los equipos rivales para frenar la estrategia del defensor existencial, pero el que más se había ocupado de eso era el técnico del Atlas, un tipo también sabio, que había jugado la final del campeonato con Deportivo Archinda. Había estado meses preparándolos, había llevado a sus jugadores a los mejores filósofos, politólogos, sociólogos, para que les enseñaran las respuestas básicas a algunas preguntas filosóficas. Ante la pregunta del número 2, el delantero iba a responder de manera más o menos automática e iba a seguir la jugada.

futbol y haikus
Imagen: Ross Bruggink.

La primera oportunidad de esto se vio empezado el partido, cuando el 9 de Atlas se fue sólo contra el dos, y el 2 se le pegó cuerpo a cuerpo y le dijo:

—¿Hay matemática en el universo o es una creación de los hombres?

Esperando el detenimiento, el haiku, la maduración para el delantero, una ampliación de conciencia, y quitarle la pelota, como quien le quita un helado a un niño. Pero el 2 le respondió de manera automática.

—Todas las respuestas a esa pregunta son válidas.

Y después tiró la pelota por un costado del defensor y la fue a buscar el otro.

No entendió qué había pasado, primera vez que sus preguntas socráticas eran respondidas de manera automática y desactivadas. No había logrado generar un haiku en la mente del rival, sino todo lo contrario, el haiku se produjo en él, que se quedó quieto en el lugar, como si se hubiera lesionado. Algunos compañeros se acercaron a preguntarle si estaba bien. Asintió con la cabeza y se puso a pensar qué pudo haber pasado. Miró el banco de suplentes del equipo rival, vio a su técnico riendo y se dio cuenta que él estaba atrás de todo. No tuvo mucho tiempo de acomodarse, enseguida le tocó cruzar a la derecha a encerrar al número 7 que se le había escapado al 3.

—Lo que verdaderamente cambia la mente de las personas es la voluntad, está comprobado por neurólogos –dijo casi llegando a él y poniendo el pie para que la pelota le rebotara y estuviera afuera–.

—La neurología es el paradigma actual, ley de Kuhn. Todos los paradigmas se justifican solos y dominan el saber de una época. Los investigadores sólo seleccionan los datos que sirven al paradigma.

—Pensamos en paradigmas, pero ésa no es la realidad –le dijo el 7, después de levantarle la pelota y esquivarle el pie en toda la carrera que hizo hasta el arco, con el 2 “existencial” corriéndolo de atrás–. Después de escuchar el remate de la frase los paradigmas de Kuhn, escuchó el grito de “¡goool!” de todo el estadio.

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Imagen: Tolga Akdogan.

Las sensaciones eran distintas, le molestaba que su método ya no funcionara, le molestaba ya no quitar pelotas, le molestaba más no poder fabricar haikus en las cabezas de los delanteros. Pero le gustaba que todo el equipo rival hubiese tenido que ir a estudiar epistemología para neutralizarlo.

Con un vendaval, de esos equipos que hacen todo enseguida, en los primeros 20 minutos, de inmediato le tocó salir a cubrir la subida al campo de juego del 5 que había rebasado la línea de los mediocampistas y avanzaba derecho a él. Probó con lo que prueban todos los sabios cuando se ven rebasados en su filosofía: el latín. Se le paró de frente y le dijo:

Vini vidi.

Vici –respondió el delantero y le empaló la pelota de sombrero, que le pasó por arriba de la cabeza y la mirada, le cayó adelante al 11 quien había tirado una diagonal al área, y la acarició ante la salida del arquero. Dos a cero. Mientras el griterío ensordecedor del estadio bajaba hasta los oídos de ellos. El 5 le completó.

Vini vidi vici es el mensaje que mandó Julio César en latín a Roma después de haber vencido en una de las batallas en tierra neutral. Quiere decir: Vine vi venci.

Y eso era lo que estaban haciendo los rivales con él, yendo, viendo y venciendo. Era un tipo demasiado inteligente para no darse cuenta de que iba a ser vencido en toda su extensión, y que su método, adaptado y con variantes, ya no iba a funcionar. Aun así, siguió probando.

A los 30 minutos del partido, en una esquina, contra el 8, probó la comprobadísima: “Te están llamando”. Señalándole a un costado de él, para buscar no ya un haiku sino una leve distracción que le permitiera pasarlo, pero el tipo ni se inmutó. Así fue cayendo en la calidad de sus métodos distractivos. A los 40 minutos probó la de atar los cordones para que todos pararan y él se fuera solo hacia el arco, método de campito que había dejado de funcionar, no por malo, sino por tanto usarse. Hacía de eso ya unos 50 años. Había tenido un leve éxito a los 42, el de honor, con un “dámela”, habiéndole gritado al 11 rival que sin mirar y pensando que era un compañero, le había pasado la pelota. Pero fue una tormenta de verano, se dio cuenta enseguida que ya no era su tiempo cuando el 10 le amagó para ir para un lado, se fue por el otro, y el agarrado del primer amague salió corriendo para el lado contrario en dirección contraria.

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Imagen: Ahtapot.

“¿Vas al kiosco?”, le preguntó de pasado el 10. Y el colofón final de su debacle fue el final de esa misma jugada que terminó en penal, pero antes de tirarlo, como siempre se le acercó al pateador rival a distraerlo, cosa que hacía recurriendo a dichos de Lévi-Strauss, planteos de Freud, reformas de Gramsci. Él –y eso le encantaba– en ese momento del penal usaba portulanos de los pensadores reformistas de doctrinas para peguntar si estaban bien. Cosas como: ¿La revolución es cultural? ¿La economía decide las relaciones en la superestructura o la superestructura puede afectar a la base económica? O más simples para el pensamiento deportivo, pero no por eso no dotadas de una compleja profundidad: ¿Aristóteles o Platón? ¿Hobbes o Rousseau? Y algunos leves conocimientos del taoísmo, y palabras aisladas del chino mandarín.

Pero fue en ese penal en el que se dio cuenta de su decadencia, volvió a su más tierna infancia, a sus comienzos en las confusiones y las tretas de los campitos, a su esencia. Se le acercó y le dijo: “No vale fundir”. Le salió de adentro, eso significaba que había llegado hasta el fondo y no quedaba nada de todo lo otro que había ido descartando en el debacle, que se había ido despojando de todo lo aprendido, de todas sus ropas, de sí mismo, y que había llegado hasta volver a ser niño, a su más tierna infancia. Al engaño más dudoso y más llorón, pero más incomprendido de todos. Porque ése, no vale fundir, si bien escondía la mezquindad de que el delantero pateara despacio y errara el gol, también escondía el altruismo del cuidado de la humanidad del arquero rival, el gesto caballeresco del futbol. Y, hasta una enseñanza para el propio pateador; las cosas pueden ser más suaves, más simples. Cuando se escuchó decir eso, se le vino a la mente “No vale tomar carrera”, y que por suerte no lo había pronunciado, sobre todo porque la carrera que tomó el delantero fue exagerada para arriba. Se dio cuenta que había sido deconstruido totalmente, y que había sido, ya no lo era.

Él solo, sin mirar el penal, en silencio, pero tranquilo, se fue de la cancha, con el vaciamiento de lo que era empezó el lleno de lo nuevo. No se quedó a escuchar el penal, se fue pensando si, en la derrota, como le había escuchado decir a un técnico cierto día, era donde más aprendía uno.


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Alegría del futbol para mitigar tensión pandémica

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En distintas partes del planeta se han reiniciado competiciones futbolísticas con la continuación de distintas ligas domésticas, después del “parón” forzado por la pandemia de la COVID-19. México se une a la danza deportiva con la denominada “Copa por México”, con cuatro clubes –Tigres, Cruz Azul, América y Chivas del Guadalajara– que buscan a media semana llegar a la gran final que se disputará el domingo 19 de julio.

En un principio, es importante destacar que tanto las actividades religiosas intramuros y recintos religiosos se han realizado a través de circuitos de plataformas digitales, además del arte y las diversas manifestaciones culturales fueron observadas a través de millones de pantallas electrónicas-cibernéticas interconectadas. Estas prácticas han mitigado durante este 2020, el sufrimiento humano producto de la “furiosa tormenta” a la que sea visto expuesta la humanidad debido al coronavirus que ha sembrado zozobra, confusión e incertidumbre a escala global.

En segundo lugar, el hecho de que se retomen las actividades deportivas progresivamente en los distintos escenarios –aunque sin público y claramente con estrictas medidas de bioseguridad– es un indicativo de que el deporte del futbol funciona como una especie de analgésico que canaliza las sensaciones que inquietan a muchedumbres que ven en él un sano entretenimiento para afrontar agobiantes rutinas socio-laborales.

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Ilustración: Nick Iluzada.

Ya lo patentizó el extinto escritor español José Luis Sampedro, al afirmar que “el culto hispánico religioso ha cedido paso a una nueva fe, en la que los sacerdotes emergen desde una cavidad subterránea y ofician con el pie”. En ese sentido, pienso que la sana distracción proporcionada por el futbol ha servido y puede ayudar a “desconfinar” viejas rivalidades tanto entre personas como entre países, así como todas aquellas nocivas prácticas de segregación y racismo (de ahí que en este tercer milenio haya recurrencia en los estadios de promoción y fomento antirracismo, etcétera).

Es loable ver que a través del movimiento e impulso de un balón y las distintas destrezas y habilidades demostradas en las canchas por futbolistas, ávidos por producir emociones, se puede regenerar de una u otra forma el entusiasmo de un pueblo –aficionado a este deporte– como el mexicano, que lastimosa y tristemente se ha visto en este en este mes de julio entre las naciones más afectadas por esta contingencia sanitaria, que ha “desnudado” sin lugar a dudas, la fragilidad y vulnerabilidad de nuestra raza humana.

Ya lo había reconocido en el reciente mayo Tedros Adhanom Ghebreyesus, director general de la Organización Mundial de la Salud (OMS), en el escenario del cónclave internacional de la salud al aceptar que “a pesar de todo el poder económico, militar y tecnológico de las naciones, hemos sido humillados por este pequeño microbio. Si #COVID19 nos está enseñando algo, es humildad”.

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Ilustración: Ben Jennings.

Por otra parte, es importante que la labor deportiva futbolística se reactive gradualmente porque es una fuente sustancial de micro y macro ingresos para importantes núcleos y segmentos poblacionales en donde se practica este deporte (ya sea desde la mercadotecnia deportiva, hasta los trabajadores del sector informal que se ven “bendecidos” en tiempos de gestas futbolísticas).

En definitiva, pienso que el relajamiento producido por el futbol es una necesidad en nuestro momento histórico, en un mundo devastado por la soledad y ansiedades, pero que con base en la esperanza de un porvenir brillante, se mantiene y mantendrá en pie, a pesar de los nubarrones que han ensombrecido el horizonte.

Posdata: Para dimensionar el impacto socioeconómico del llamado “deporte rey”, de acuerdo al artículo “El futbol: una industria que mueve”, publicado en junio 2017 en el portal Identidad 21, América Latina representaba en ese entonces el 6% del mercado de eventos deportivos a nivel mundial, equivalentes a 4.5 billones USD, “de los cuales 4 billones USD se encuentran conectados con el futbol”.  


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La corrida del Mundial 1970

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Al mediodía del 21 de junio de 1970, ante un lleno rotundo se celebró en el Estadio Azteca la final de la novena edición de la Copa Mundial que inició el 31 de mayo, un total de 16 selecciones contendieron para llegar a esa cita. Al final, Brasil venció a Italia 4 a 1 con un público mexicano volcado a favor de los sudamericanos, encabezados por un genio del futbol, Pelé.

Hace 50 años del partido y como si fuera ayer, recordé que el mismo día por la tarde en La México se presentó una corrida de toros con un mano a mano entre dos grandes toreros, Manolo Martínez y Curro Rivera con toros de Torrecilla y Garfias.

Los nombres de los astados, entre otros, fueron (como se acostumbra en México) dedicados al suceso por los ganaderos; también estuvieron “Brasileño”, “Italiano”, “Campeón” y “Goleador”.

Manolo Martínez acabó por lidiar 4 astados porque el cuarto, de nombre “Italiano”, le pegó una cornada al torero capitalino y en el quinto, “Brasileño”, Manolo como reconocimiento a la faena, dio la vuelta al ruedo.

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Izquierda: Manolo Martínez, matador de toros mexicanos. Derecha: Edson Arantes do Nascimento (Pelé), exfutbolista brasileño.

Comento que como se acostumbra en México porque aclaro que en España la nomenclatura es con relación a la madre del toro, esto es, si la madre se llama “Pardita”, su hijo se le llamaría “Pardito”.

En nuestro país es distinto, el ganadero define cuál será el nombre del astado y, por ejemplo, es muy sabido que Don Alberto Baillères construye una frase con los nombres, cuando se lidia una corrida de sus distintas ganaderías en México.

Ya en la Gloria, en La México, por muchos años fue Don Luis Corona quien fuera autoridad en diferentes posiciones a quienes le encargaban les asignará el nombre y su habilidad era grande para fijarse en detalles que permitirían denominarlos.

Regresando a la efeméride, es patente que hace cincuenta años los toros y el futbol iban de la mano, de ahí la costumbre de los partidos a mediodía que permitían el traslado de los aficionados del estadio a la plaza y, además, como en los Juegos Olímpicos de 1968, el toreo no dejó de hermanarse con un gran acontecimiento deportivo.

Desde luego, por la tarde en la plaza abundaron los gritos oportunos celebrando que Brasil, al ser campeón por tercera vez, se había convertido en propietario del trofeo Jules Rimet, como se había estipulado por la FIFA.

curro rivera mundial 1970
Francisco Rivera Agüero (Curro Rivera), exmatador de toros mexicano (Fotografía: De sol y sombra).

Tiempos idos que extrañamos con nostalgia al estar a punto de arrancar la Liga MX sin asistencia del público y tener la interrogante de cuando se pudiera, y bajo tales condiciones, pudieran celebrarse los festejos taurinos; algunas localidades como Tijuana ya se apuntan para alzar la mano, y cumpliendo con las reglas sanitarias, ponerlo en marcha.

Por lo que ha implicado, por ejemplo, la cancelación de La Feria de San Marcos que se estima representa alrededor de 8 millones de asistentes en sus tres y pico de semanas que se celebra, y con un impacto económico para el estado de alrededor de 500 millones de dólares, de los cuales 50 pudieran ser efecto de las corridas de toros.

Nos percatamos de la importancia que tienen no solamente desde el punto de vista cultural y lo que están padeciendo los profesionales sin poder ejercerlo, sino lo que significan para miles de personas que participando de diferentes maneras y que ahora no pueden hacerlo.

El recuerdo, pues, lo lleva a uno irremediablemente al presente, en el que deseamos pronto se encuentre el camino que permita –conviviendo con la pandemia– que se ejercite, y celebrarlo como parte del vivir como sucedía en 1970 y los años posteriores. Que así sea.


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