introspección

Improvisando decisiones

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“Sólo alguien que está bien preparado tiene la oportunidad de improvisar “, escribe el gran Ingmar Bergman en La linterna mágica, su autobiografía.  

Aparentemente la improvisación surge del apremio, del acorralamiento. De pronto encontramos que el camino que transitábamos termina y, ante nosotros, aparece indistintamente el precipicio o el punto de partida de nuevas rutas. La percepción del lugar en el que nos encontramos dependerá de la forma en que interpretemos ese punto de inflexión. 

Por otra parte, los mecanismos con base a los cuales tomamos una opción en particular son diversos.  Los momentos de profunda decisión raramente surgen del azar.  Siempre hay algo previo en nosotros; una pulsión que se ha ido movilizando, a tientas, intuitiva e inconscientemente mucho antes del momento en que elegimos qué haremos.  

interrogantes, griego
Ilustración-Marco Melgrati.

La forma en que decidimos surge, a veces, desde la desesperación, no del conflicto mismo, sino de la falta de lucidez que nos podría haber permitido estar preparados para lo que nos ocurre.  En otras oportunidades la decisión se toma por descarte, por hastío incluso, sabemos cómo terminará aquello por lo que optamos, pero insistimos en seguir en la misma lógica, “más vale diablo conocido que diablo por conocer” nos decimos y nos mantenemos en la comodidad de la molestia cotidiana.

Decidimos por miedo, rabia y cansancio. También lo hacemos por la tentación de lo que se nos ofrece, por el entusiasmo del momento y porque confundimos deseo con necesidad. Decidimos porque lo que se nos presenta coincide con lo que creemos normal, natural y justo para nuestros intereses; actuamos en base a ello porque pensamos que el poder hacerlo es un acto de libertad e incluso de emancipación.   

Toda posibilidad es una oportunidad y toda decisión es un acto político.  Psicología y política conviven en nuestra cotidianidad de manera mucho más frecuente que la que aceptamos. 

improvisar, decisiones
Ilustración: Scientific American.

Desde siempre, hemos adaptado nuestra ideología a nuestras decisiones y las mismas han ido definiendo nuestro sistema de creencias. Votar, optar, definir, sufragar, elegir, todas las conjugaciones de esos verbos implican un teórico proceso reflexivo. El problema radica entonces, no en la ausencia de un proceso introspectivo y hasta analítico, no, el problema es otro. 

La dificultad mayor de nuestra forma de decidir es que lo hacemos sesgada e ideológicamente; confiamos en nuestra capacidad de objetivar el problema y olvidamos que todos nuestros mecanismos de juicio se sostienen en nuestra experiencia y formación cultural previa.  Pensamos con base a aquello a lo que nos dedicamos y terminamos creyendo que la forma correcta de entender un problema es utilizando los conceptos y herramientas comprensivas con las que enfrentamos nuestra cotidianidad. Es decir, querámoslo o no, estamos condicionados por el discurso que ha justificado todo aquello por lo que hemos optado antes.  

pescador, red
Ilustración: Marco Melgrati.

La ecuanimidad es un atributo muy complejo de alcanzar, es más, no está del todo claro que ello sea posible. Lo que sí se puede y se debería exigir de cada uno de nosotros es que desconfiáramos, ante todo, de todos nosotros mismos, de nuestras parcialidades, de nuestra zona de confort. Que avanzáramos hacia la responsabilidad que supone abrir el horizonte de nuestra experiencia y nos atreviéramos, antes de elegir, a integrar a nuestro discurso elementos que nos generarán duda y disconfort. No nos debería sorprender que lo optado fuera lo mismo que hubiéramos acometido sin el ejercicio previo.  Pero tal vez, sólo tal vez, integraríamos un pequeño matiz a nuestro análisis, el que permitiría abrir nuestra mente a nuevas ideas y perspectivas que podrían, con algo de necesario desasosiego, sacarnos de los habituales esquemas desiderativos que gobiernan nuestras decisiones.

Muchas veces creemos decidir, cuando en realidad lo que hacemos es improvisar.  Lo hacen nuestros gobiernos y lo hacemos los ciudadanos y, a diferencia de Bergman, rara vez estamos preparados.


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Llegar sin saber dónde se está, la era de los mapas digitales

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Google Maps cumple 15 años. Tan distante y tan cercano a la vez aquel 2005 en que apareció, la aplicación celebra sus tres lustros cambiando su logotipo e incorporando nuevas funciones.

Ciertamente, estos 15 años han visto multiplicarse las opciones para quien se mueve entre un punto y otro de una ciudad, que para quien lo hace entre un país y otro, o incluso para quien recorre un centro comercial.

¿Lo común de todas estas herramientas? Una promesa: la rapidez, llevar al usuario tan pronto como sea posible al punto al que quiere ir.

Los mapas, la utilidad que suponen, pero también la pasión que pueden despertar, son creaciones humanas, radical y exclusivamente humanas, se diría, que han acompañado la historia de todas las civilizaciones.

Hace unos años, el inglés Simon Garfield publicó En el mapa, de cómo el mundo adquirió su aspecto. Un libro cuyo título da cuenta ya de lo fascinante que el tema que desarrolla es en sí mismo.

mapas de Simon Garfield
Simon Garfield, periodista británico.

Antes, mucho antes de que los satélites nos permitieran ver completa la Tierra, y mucho antes, desde luego, que Google nos obsequiara una imagen real de la calle donde vivimos, “los mapas comenzaron como un desafío de la imaginación –dice Garfield apenas comenzando su libro–, y hoy siguen desempeñando ese papel”.

Representar lo que nos circunda, imaginar lo desconocido, trazar las líneas para que otros puedan llevar adelante el viaje que se ha hecho, forman parte de la historia y propósitos de lo que fue durante siglos el arte de hacer mapas.

Camino para dibujar caminos, representación de las representaciones, “el poder de los mapas –señala Garfield–, para fascinar, excitar, provocar, para influir en el curso de la historia, para ser un silencioso vehículo de historias apasionantes sobre dónde hemos estado y a dónde vamos”.

De ahí, justamente, esa capacidad para desplegarse como una suerte de espejo real e imaginario del mundo, de su aspecto constatable, pero también de todo aquello que podemos ensoñar en torno a lo desconocido.

Joseph Conrad lo dice mejor en El corazón de las tinieblas: Cuando era un muchacho, me apasionaban los mapas. Podía pasar horas mirando Sudamérica, África o Australia, inmerso en los placeres de la exploración. En aquella época quedaban muchos lugares desconocidos en la tierra, y cuando veía en un mapa alguno que pareciera particularmente atractivo (aunque todos lo parecen), ponía el dedo sobre él y decía: “Cuando sea mayor iré allí”.

mapas perdidos
Ilustración: INBMKT.

Borges, por su parte, nos ha legado en el cuento “Del rigor en la ciencia”, una visión insuperable del sitio cultural que en la construcción de los afanes humanos ocupa el hacer, seguir, disfrutar, coleccionar, trazar mapas.

Cuenta en su relato, el argentino genial, cómo hubo una época en la que la cartografía alcanzó tal perfección que los dibujantes lograron levantar un mapa del Imperio “que tenía el tamaño del Imperio y coincidía puntualmente con él”.

Capaz de trazar un relato en el que el mapa es la realidad sobrepuesta a la realidad, Borges pareciera anticipar de algún modo a las herramientas que en nuestro tiempo ofrecen imágenes “reales” sobre una realidad a la que se deja de prestar atención.

El trayecto ha dejado de ser la motivación del mapa. Como si imaginariamente se nos hubiese cortado aquel dedo que recorría el papel, y al modo de Conrad, iba ensoñando los sitios por los que se habría de pasar.

Llegar, lo más rápido posible. Llegar, llegar, llegar. Para de ahí ir a otro sitio y luego a otro, sin que el trayecto importe, sin que la ruta y lo que en ella se vaya a encontrar sea de interés.

Si alguna vez lo humano supuso que el sentido de un viaje no era el destino sino el recorrido y lo que en él se pudiera ir registrando, la época de las aplicaciones y sus instrucciones parece haberlo dejado a atrás.

perdidos con mapa
Imagen: Freepick.

La capacidad para descubrir ha sido entregada, sin prenda a cambio, a una herramienta robótica que nos dirá hacia dónde dar vuelta o, ahora incluso, dónde está una tintorería o dónde un monumento que hay que ver porque ella dice que debemos ver.

La paradoja mayor, sin embargo, pudiera estribar no en confiar-obedecer las instrucciones de “toma la segunda salida en la rotonda”, sino un fenómeno propio de esta pulsión por anteponer el llegar lo más pronto posible: el haber llegado sin saber dónde se está.

Llegar sin saber dónde se está significa que alguien ha arribado a un sitio, pero que en realidad no tiene en su cabeza los elementos ni las referencias para lograr descifrar exactamente dónde se encuentra.

Estar sin entender claramente dónde se está, se constituye como una metáfora extendida de una forma de vida, de amar, de andar la existencia.

 Pudiera incluso, por qué no, constituir una suerte de explicación, una más, sobre la propagación de esas formas de gobierno que habiendo encontrado la mejor ruta para llegar a ese sitio que es gobernar, no alcanzan a entender ni qué les rodea ni tampoco en qué punto están parados.

Tampoco.


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Cuando me investigo a mí mismo ¿qué hago y qué encuentro?

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De los escritos de Heráclito de Éfeso, uno de los primeros filósofos de Occidente, han llegado a nosotros sólo unos fragmentos, pero estos han concitado inmenso interés. Estas frases sueltas han sido numeradas y, en el contexto de la introspección, es ineludible referirse al fragmento 101 el cual, de manera justificadamente célebre, dice así: “Me he investigado a mí mismo.” Es una apelación emparentada con el oráculo de Delfos que ya hemos mencionado: el abrumador “conócete a ti mismo.” No sólo parecen demandas de ser consciente, sino de estar consciente de uno mismo, de reflexionar sobre la propia subjetividad como caminos de conocimiento no sólo válidos sino obligatorios si se pretende obtener un saber válido para vivir.

Heráclito, filósofo griego
El lienzo “Heráclito” de Johannes Moreelse, pintado hacia 1630, muestra al pensador griego en una actitud de angustiosa introspección (tomado de Wikimedia).

Pero hay que sopesar esta sentencia, pues acaso podría considerarse una forma de egocentrismo: de estudiar la propia vida y personalidad como fuentes de conocimiento. Aunque no se puede negar la utilidad de reconocer las estructuras, motivaciones, características o facultades de uno mismo para depurar la individualidad y darle un sentido consistente a la propia existencia, el aforismo de Heráclito probablemente va más allá de un sondeo en el yo personal. Oigamos lo que al respecto dice Werner Jaeger, uno de los más dedicados y sólidos analistas de la paideia, la cultura griega clásica, respecto al fragmento 101:

Las palabras que acabamos de mencionar demuestran el alto grado de desarrollo a que había llegado la conciencia del yo. (…) Pero la auto-observación de la que se habla nada tiene que ver con la investigación psicológica de sus peculiaridades e idiosincrasia personal. Significa simplemente que, al lado de la intuición sensible y el pensamiento racional, que han sido hasta aquí los únicos caminos de la filosofía, se revela un mundo nuevo a las tareas del conocimiento mediante la vuelta del alma a sí misma.

Esta idea de la vuelta del alma a sí misma como fuente de conocimiento puede parecer abstracta e indefinida, por lo que conviene compararla con dos tradiciones a las cuales recurrimos en estos escritos: la plenitud mental de la meditación budista y la epojé de la fenomenología. En referencia al budismo, el asunto tiene que ver con la idea y el objetivo centrales de la meditación sostenida y sistemática. El aplicar una forma de atención lo más constante posible sobre lo que acontece y sucede en la propia mente sin juzgar o identificarse con los contenidos permite al practicante acceder a principios universales e incondicionados. En cuanto a la epojé planteada por Edmund Husserl, para llegar a verdades trascendentales mediante una introspección sistemática, es necesario aparcar o “poner entre paréntesis” las creencias y sesgos personales. En secciones próximas escrutaremos un poco más estas dos tradiciones en referencia a la introspección y la conciencia del yo.

Pero hay que sopesar esta sentencia, pues acaso podría considerarse una forma de egocentrismo: de estudiar la propia vida y personalidad como fuentes de conocimiento. Aunque no se puede negar la utilidad de reconocer las estructuras, motivaciones, características o facultades de uno mismo para depurar la individualidad y darle un sentido consistente a la propia existencia, el aforismo de Heráclito probablemente va más allá de un sondeo en el yo personal. Oigamos lo que al respecto dice Werner Jaeger, uno de los más dedicados y sólidos analistas de la paideia, la cultura griega clásica, respecto al fragmento 101:

Las palabras que acabamos de mencionar demuestran el alto grado de desarrollo a que había llegado la conciencia del yo. (…) Pero la auto-observación de la que se habla nada tiene que ver con la investigación psicológica de sus peculiaridades e idiosincrasia personal. Significa simplemente que, al lado de la intuición sensible y el pensamiento racional, que han sido hasta aquí los únicos caminos de la filosofía, se revela un mundo nuevo a las tareas del conocimiento mediante la vuelta del alma a sí misma.

Esta idea de la vuelta del alma a sí misma como fuente de conocimiento puede parecer abstracta e indefinida, por lo que conviene compararla con dos tradiciones a las cuales recurrimos en estos escritos: la plenitud mental de la meditación budista y la epojé de la fenomenología. En referencia al budismo, el asunto tiene que ver con la idea y el objetivo centrales de la meditación sostenida y sistemática. El aplicar una forma de atención lo más constante posible sobre lo que acontece y sucede en la propia mente sin juzgar o identificarse con los contenidos permite al practicante acceder a principios universales e incondicionados. En cuanto a la epojé planteada por Edmund Husserl, para llegar a verdades trascendentales mediante una introspección sistemática, es necesario aparcar o “poner entre paréntesis” las creencias y sesgos personales. En secciones próximas escrutaremos un poco más estas dos tradiciones en referencia a la introspección y la conciencia del yo.

David Hume, filósofo inglés
“Hume” de Allan Ramsey. Pintado hacia 1766, este óleo retrata al filósofo mirando de frente al observador.

Respecto a lo que es posible indagar mediante la introspección, surgen muchas dudas. Heráclito descubre que todo fluye como un río, a lo que Borges replica deslumbrante: “el río me arrebata y yo soy ese río.” Pues bien, una de las cuestiones más debatidas es si es posible investigar la naturaleza del yo y del propio ser adentrándose en uno mismo, como al parecer sugieren el fragmento 101 de Heráclito, la contemplación budista o la epojé fenomenológica. Sobre esto es perentorio citar al empirista escocés David Hume, uno de los filósofos imprescindibles de la era moderna. En “Un tratado de la naturaleza humana” publicado en 1740, Hume describió una de las exploraciones más célebres que se hayan hecho de la propia mente. La traduzco de esta manera:

Por mi parte, cuando entro de la manera más íntima en lo que llamo yo mismo, siempre tropiezo con alguna percepción u otra, sea de frío o calor, de luz o sombra, amor u odio, dolor o placer. Nunca me atrapo a mí mismo sin una percepción, y nunca puedo observar algo más que la percepción… Si alguien más, después de una reflexión seria y sin prejuicios piensa que tiene una noción diferente de sí mismo, confieso que ya no puedo razonar con él. Todo lo que puedo concederle es que puede tener tanta razón como yo, y que diferimos esencialmente sobre el particular. Quizás él puede percibir algo simple y continuo que llame sí mismo; pero yo estoy seguro que en mí no hay tal principio.

Es patente que Hume niega un yo, un self, o un yo mismo como un objeto visible o discernible mediante la introspección, pero tambien parece claro que en su discurso el pensador escocés se identifica como capaz de realizar esta observación o al menos como el flujo de percepciones que advierte en su mente. Como se puede colegir al leer esta cita, cuando su autor habla de percepciones no se refiere a las escenas del mundo que mira o escucha, sino a aquello que observa en sí mismo, es decir, a percepciones de su cuerpo y de sus contenidos mentales. En pocas palabras, Hume no es un objeto que Hume perciba cuando penetra “en la intimidad de sí mismo”: es en todo caso el observador y relator del flujo de procesos mentales que percibe en su mente. 

Tratado de la Naturaleza Humana de David Hume
Portada del original de Hume “Un tratado de la naturaleza humana” de 1739-1740 en el que relata su célebre introspección.

Ahora bien, las observaciones derivadas de una introspección no son del todo similares a la percepción de acuerdo a las nociones actuales de percepción. La metáfora de un ojo interior que mira lo que acontece en la propia mente no es exacta porque la observación y sus productos son bastante distintos de la percepción propia del sistema visual. Algunos pensadores han propuesto la palabra “detección” para significar lo que sucede cuando un sujeto realiza una introspección sistemática; otros han sugerido que se trata de un monitor peculiar del sistema cognitivo. En cualquier caso, es conveniente hacer varias distinciones, quizás inevitables. Por una parte, se perfila un objeto de la introspección, equivalente al contenido que cualquiera detecta en su mente, por otra, está el instrumento mismo de la introspección y, finalmente, se plantea un mecanismo o proceso observador que ejecuta la introspección. Tomemos el caso de una persona observando a través de un microscopio en el que es posible distinguir el tejido que observa, el instrumento que emplea y al propio observador. Esta distinción de entidades separadas se borra cuando se realiza la observación, una función que las unifica en un campo dinámico y complejo de información.

la vision interior, introspeccion
La “visión interior” atribuida a la introspección puede ser sugerida en rostros serenos y con los ojos cerrados (tomada de https://www.flickr.com/photos/jay_defehr/8392172424).

Este camino de reflexiones desemboca en considerar que el mecanismo de la introspección no es similar a un ojo interior, sino que depende de la atención, una facultad mental primaria y medular, que puede dirigirse hacia objetos del mundo externo o bien hacia los procesos de la propia mente. En particular, conviene analizar con mayor detalle la forma de atención que se enfoca hacia los procesos y los contenidos de la propia mente de manera deliberada, pues todo indica que este mecanismo cognitivo es la herramienta central de la introspección. En efecto, en contraste con la atención automática y espontánea, el control deliberado de la atención constituye una de las principales características de la agencia, de la introspección y del conocimiento de sí mismo. Esta atención auto-focalizada es la condición peculiar de un sujeto cuando se toma a sí mismo como objeto de su indagación. Todo esto subraya la importancia de la atención deliberadamente dirigida hacia uno mismo y que pronto abordaremos con mayor detenimiento.

El requerimiento científico de la introspección

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La mayoría de las disciplinas científicas emplean procedimientos cuyo objeto de investigación puede ser observado públicamente por cualquier investigador. En la filosofía de la ciencia se dice que este tipo de escrutinios y mediciones constituyen “métodos en tercera persona” implicando que pueden ser corroboradas por otros. De acuerdo a la doctrina positivista, este es uno de los requisitos obligados del método científico. Ahora bien, desde los orígenes de la psicología y la psiquiatría, la introspección se ha utilizado en la clínica y en experimentos de varios tipos. Estos estudios se catalogan como “métodos en primera persona” porque el procedimiento y el objeto en estudio son privados y accesibles directamente sólo para quien realiza la introspección. Ejemplos de métodos en primera persona son las experiencias de sufrimiento o dolor que expresan los enfermos en protocolos de investigación médica o los estudios sobre la experiencia sensorial, como la diferencia en la intensidad de una sensación que se obtiene en experimentos de psicofísica.

Wilhelm Wundt
Wilhelm Wundt hacia 1898 (tomada de Wikimedia).

La introspección metódica fue utilizada en el primer laboratorio de psicología por Wilhelm Wundt y sus alumnos en la segunda mitad del siglo XIX. Los sujetos entrenados fueron considerados aptos para informar sobre sus procesos mentales en protocolos que usualmente incluían la resolución de un problema y se analizaban los procesos mentales empleados, tal y como eran reportados por los sujetos experimentales. Es interesante considerar porqué la técnica introspectiva prosperó durante una era científica muy influida por el positivismo que desdeñaba todo lo subjetivo. La respuesta estriba en la confianza que se otorgaba a la capacidad de los científicos entrenados para informar sobre sus procesos mentales en forma objetiva porque habrían dominado la esencia misma del método científico positivista y que consistía en poder realizar una observación imparcial libre de prejuicios y de sesgos en uno u otro sentido.

Sin embargo, las técnicas introspectivas de Wundt y sus colaboradores fueron criticadas y no se generalizaron. Esto sucedió a partir de una controversia entre dos grupos de investigadores en referencia a si la solución de problemas requiere o no el uso de imágenes mentales. Esta falta de coincidencia de los datos obtenidos con la misma técnica fueron las razones que John B. Watson, el padre del conductismo en la psicología, empleó desde 1913 para catalogar a la introspección como un procedimiento no científico. Este ataque se apoyó también en una posición teórica antimentalista muy propia del conductismo y que lo condujo a proclamar a la psicología como la ciencia de la conducta y no la ciencia de la mente.

Espiral
La espiral suele asociarse con la introspección al sugerir un procedimiento de concentración e inmersión (Imagen: https://bit.ly/2OWaqA3).

A pesar del éxito de esta crítica en la psicología experimental, la introspección se siguió utilizando de varias maneras. La psiquiatría clínica continuó explorando las mentes y las conciencias de otros mediante el “examen mental,” consistente en una entrevista sistemática, que no es solamente introspectiva sino un “método en segunda persona,” en el cual un psiquiatra o psicólogo entrenado interroga a un sujeto para detectar y evaluar sus procesos y estados mentales. La introspección es necesaria por parte del sujeto de exploración quien, en respuesta a las hábiles preguntas de su interlocutor, examina y declara procesos de su propia mente. Este procedimiento sigue constituyendo la base del diagnóstico en psiquiatría, en psicopatología y en varias instancias en la medicina clínica que dependen en alguna medida de la anamnesis, es decir de la introspección y la memoria por parte del paciente recabadas con fines diagnósticos por un especialista. El uso de la introspección ha sido abundante en la investigación de la mente no sólo para desarrollar teorías o hipótesis, sino para obtener datos y realizar interpretaciones de cómo funciona el aparato psíquico. Es cierto que estos procedimientos no se han ajustado a un método definido o riguroso y que los académicos lo practicaron de maneras muy variables según su destreza, entendimiento, perspectiva teórica y expectativa doctrinaria. En tiempos recientes han ocurrido intentos de lograr una aproximación más sistemática a la introspección que incluye un análisis de los problemas inherentes a su ejercicio.

Anamnesis
Portada de la revista filosófica Anamnesis del Colorado College de 2016. La figura sugiere la duplicidad de un observador sobre la propia mente (https://bit.ly/2DrNBiA)

Una objeción tradicional a la introspección es su carácter privado. Aunque esta característica es indiscutible, las investigaciones actuales intentan compensarla con la aplicación de protocolos estrictos y la comparación de los resultados entre muchos sujetos experimentales. El replicar y verificar los datos no resulta más difícil para estos estudios que para otros procedimientos de la psicología experimental. Otra crítica se refiere a que la introspección interfiere con el proceso básico y habitual de la mente, de tal manera que no se supone posible realizar una observación de los contenidos y procesos mentales sin modificarlos. En alguno de sus momentos de gran lucidez el poeta y pensador francés Paul Valéry escribió lo siguiente: “Estos pensamientos que escribo no son los pensamientos que tengo”. La brillante noción plantea que el pensamiento primario, el que tiene lugar espontánea y directamente en la mente, no es necesariamente de naturaleza verbal o bien que, aun si implica palabras en la mente, no se presta a ser correctamente detectado y expresado por el sujeto. Esta posibilidad no se puede rechazar empíricamente y es necesario conformarse con la expresión verbal de quien realiza la introspección, pero con salvedades y requisitos. Diversos autores han analizado reportes introspectivos y han concluido que la vida mental privada se presta a la expresión verbal sea en forma espontánea o en sujetos entrenados en la introspección a la manera de la fenomenología.

Paul Valery
Paul Valéry en actitud introspectiva. Óleo de 1923 por Jacques-Emile Blanche. Se evoca en este capítulo su siguiente reflexión: “Estos pensamientos que escribo no son los pensamientos que tengo” (tomado de Wikipedia).

Hace unos lustros en mi libro La conciencia viviente, abordé el tema de la introspección como herramienta para investigar los procesos mentales conscientes y llegué a la idea de que los informes introspectivos en primera persona no son científicos cuando se profieren en la vida diaria, como sucede cuando una persona le expresa a otra sus pensamientos, emociones, sueños o intenciones. Pero pueden llegar a ser de un valor científico variable dependiendo de los métodos que se utilicen para obtenerlos y analizarlos. De esta manera, los recuentos en primera persona sistemáticamente estructurados y obtenidos en condiciones controladas constituyen datos crudos que pueden someterse a codificación sistemática, análisis cuantitativo, acuerdo entre evaluadores, tratamiento estadístico, representación gráfica y divulgación por los medios habituales de la ciencia.

Este tipo de informes se utilizan para llevar a cabo experimentos en las ciencias cognitivas, la psicobiología o la neurociencia. Más aún: tales métodos constituyen fuentes de información y datos para elaborar modelos de la estructura no sólo de ciertos procesos conscientes, sino de la autoconciencia, pues los informes verbales de lo que acontece en la propia mente requieren que el sujeto realice una introspección deliberada, es decir de una reflexión de la mente sobre sí misma. En suma, si bien las metodologías en tercera y primera persona se han considerado incompatibles, desde hace unos lustros se tienen como complementarias, en especial cuando se combinan en protocolos y procedimientos en segunda persona. En la próxima entrega examinaremos con mayor detenimiento los requisitos y los problemas metodológicos que surgen al emplear los informes introspectivos en primera persona, en particular en términos de la autoconciencia necesaria para producirlos.

La introspección depurada, técnica de la fenomenología

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Abordaremos ahora a la introspección desde la perspectiva de una orientación filosófica muy particular que, con el nombre de fenomenología, se desarrolló en Alemania y Francia, a fines del siglo XIX y principios del XX. Esta escuela de pensamiento afirmó la posibilidad de explorar la conciencia mediante un riguroso método de análisis que su propio fundador, Edmund Husserl (1859-1938), intentó distinguir de la psicología académica y de la técnica de la introspección utilizada en esa época en el laboratorio de Wundt, quien fue su maestro en la etapa formativa.

En las ciencias cognitivas actuales ocurre una revaloración del enfoque planteado por la fenomenología para estudiar la conciencia y la autoconciencia que se basa precisamente en sus requerimientos introspectivos. En efecto, el estudio de la experiencia interna no puede evadir la introspección y Husserl concedió que era indispensable, pero razonó que la introspección sólo podría afirmar eventos individuales y privados, en tanto que él pretendía aproximarse a verdades universales sobre la vida mental. En un amplio análsis de este asunto, Christopher Gutland argumenta en 2018 que la fenomenología, lejos de oponerse a la introspección, intenta refinarla para hacerla sistemática o incluso científica. Por su evidente relevancia a la autoconciencia, a continuación resumiré y comentaré este tema.

Edmund Husserl.
Edmund Husserl, el promotor de la fenomenología, hacia 1910. (tomada de Wikimedia).

El término de introspección evoca de entrada y por etimología la inspección que un sujeto lleva a cabo de su mundo interno, literalmente un “mirar hacia dentro”. Esta metáfora conjetura a la mente como un espacio, una morada en la que se puede dirigir una linterna que corresponde a la luz de la atención. Husserl reafirmó que la experiencia siempre le ocurre a un sujeto de manera particular y privada, lo cual constituye su carácter subjetivo; aquello relativo a un sujeto. Mediante la introspección se conocen los procesos mentales no como postulados, inferencias, deducciones o hipótesis, sino de forma directa e intuitiva. De igual forma, la introspección genera conocimientos, juicios o creencias acerca de los procesos o eventos que ocurren en la propia mente.

Husserl asume tres principios para fundamentar su fenomenología: (1) la existencia de leyes implícitas que gobiernan los estados y procesos conscientes de todos los seres humanos, (2) esos estados y procesos le ocurren a un sujeto y (3) estas condiciones pueden ser detectadas y analizadas por una introspección sistemática. En referencia a esta última premisa, Husserl establece un requerimiento técnico necesario para que la introspección se convierta en un instrumento apto para revelar leyes universales. El método demanda que el observador se pueda distanciar de consideraciones sobre lo que es el objeto y poner sus creencias sobre el mundo “entre paréntesis,” un procedimiento que bautiza como epoché o epojé (del griego ἐποχή: suspensión del juicio). Se trata de adoptar un punto de vista extenso y profundo para considerar el objeto y el proceso de la auto-observación. No es que el sujeto se olvide de sus creencias sobre los objetos de su experiencia y sobre la conformación del mundo, sino de localizarlas para tenerlas presentes y así deslindarlas de las observaciones. De esta manera, la epojé consiste en tomar consciencia de los elementos que condicionan la observación, factores de los que el sujeto usualmente no se percata o no toma en cuenta, pero que determinan las formas y los contenidos de la conciencia. Con la práctica en la epojé, el fenomenólogo entrenado podrá no sólo aparcar o poner entre paréntesis sucesivamente al objeto, a la totalidad de sus procesos mentales o incluso a toda su concepción del mundo, lo cual desemboca en lo que llama fenomenología trascendental.

El Pensador.
Detalle de “El pensador” de Rodin. La actitud evoca un estado de introspección deliberada.

Aunque la fenomenología de Husserl asume que mediante la introspección no es posible observar y reportar todo lo que ocurre en la conciencia, afirma que la introspección metódica y sistemática permite detectar las condiciones en las que ocurren los fenómenos conscientes. El fenomenólogo desea y pretende experimentar sus procesos concientes de una manera más clara, precisa y detallada para lo cual no sólo debe percatarse de los objetos que ocurren en su mente, sino de las condiciones que hacen esto posible, por ejemplo del papel que juegan el tiempo, el espacio o la causalidad. Este requerimiento plantea dos condiciones a la auto-observación: la dirección deliberada de la atención y la reflexión consciente. Ambas condiciones requieren de autoconciencia, pues la introspección no es un estado habitual de la mente, sino una forma peculiar de detección. En este punto parece existir una coincidencia entre la epojé de la fenomenología y la contemplación del “objeto desnudo” de la tradición budista, es especial del zen. El concepto budista de sunyata significa literalmente el vacío o la vacuidad de una percepción que se alcanza sin los prejuicios, creencias o nociones que normalmente se ligan al objeto. En tales condiciones se percibe lo que está allí, tal y como está dado. No se trata de una representación mental, sino más precisamente de una presentación directa en la mente. La re-presentación, en todo caso, ocurre al recrear la imagen del objeto con los ojos cerrados o al evocarlo en la memoria, como lo indica el prefijo re-. En suma: la epojé es una puerta de entrada a las cosas, una deliberada contención de las creencias y conceptos para penetrar en significados nuevos y más auténticos.

Verdad y falsedad.
El artículo de Jorge Romero Gil sobre la epojé se ilustra con esta escultura que representa a la verdad y la falsedad, una alegoría de la actitud mental que al aparcar los juicios y opiniones desentraña la naturaleza de los objetos y de los procesos de la propia mente por una introspección sistemática (fotografía de Iza Bella: https://bit.ly/2s4zcpX).

Un elemento de la experiencia subjetiva desafía una comprensión cabal por parte de la neurociencia: el quale mental (plural: qualia); el cómo se siente ver un color, escuchar un timbre, intuir un significado, sentir un dolor o una emoción. Conocer y entender el fundamento físico y neurológico de las cualidades mentales conscientes sería, ni más ni menos, que resolver la dualidad entre “las cosas mismas” y sus “apariencias” que Kant bautizó respectivamente como noúmeno y fenómeno. Este último es precisamente el término que adoptó la fenomenología como el objetivo central de su investigación. Si la introspección es la detección de cómo se presentan los contenidos en la conciencia, según Kant esto sería todo lo que podemos saber del objeto, pues su naturtaleza real permanecerá siempre oculta a la mente y al conocimiento. Husserl, en cambio, propone que el mundo realmente se presenta en los fenómenos mentales, aunque estos varían mucho de acuerdo a cómo son experimentados. Como acabamos de ver, una introspección sistemática se supone capaz de detectar no sólo la apariencia de un objeto, sino las condiciones, circunstancias y marcos en los que ocurre. Esto último sólo sería posible mediante la aplicación de una atención dirigida y sostenida, de una reflexión deliberada y, en suma, de una epojé que puede llegar a ser trascendental. En este estado de introspección, será posible alcanzar a la cosa misma –o sea percibir su verdadera naturaleza– mediante una “reducción” de la descripción de un objeto a la experiencia exacta de ese objeto.

Labyrinth of the mind
“Labyrinth of the mind”, óleo de Erik Pevernagie (100 x 100 cm).

En suma, la fenomenología inicial de Husserl requiere una introspección entrenada y elaborada que pone a la conciencia y sus características como el objetivo de la investigación. Veremos a continuación cómo evolucionó la introspección en la fenomenología del siglo XX, en especial en el existencialismo, y cómo se valora actualmente por la neurofenomenología o el método narrativo para determinar si puede emplearse para el estudio científico de la autoconciencia, en especial de sus caracterísitcas cognitivas y sus fundamentos neurológicos.

Introspección: definiciones, mecanismos, posibilidades

Lectura: 6 minutos

La conciencia de sí, que en estos escritos identificamos como autoconciencia, se ha tomado históricamente como una especie de “mirada interior” de la que disponen los seres humanos para observar, identificar y evaluar lo que ocurre en su propia mente. La única forma de ejercer esta capacidad es mediante la introspección, y tanto en este como los siguientes ensayos, exploraremos sus características, las posibilidades de analizarla con recursos de la ciencia y sus implicaciones para los seres humanos. Para ubicar mejor el tema de la introspección, empecemos con un ejemplo ilustrativo; un fragmento del periodista y escritor español Juan José Millás, publicado en mayo de 2019 en El País, y el cual constituye un ejemplo de la capacidad introspectiva por la cual se detectan y expresan los eventos que surgen y suceden en la propia conciencia:

Me acuerdo, sin venir a qué, de la revolución cubana. Voy en el autobús, por ejemplo, observando los tristes edificios de la periferia de Madrid, y de súbito me viene a la memoria la revolución cubana. Vigílate, me digo. Me vigilo, espío mi cerebro para descubrir qué rayos ha desatado esa memoria sin hallar nada que lo justifique. Rarezas de la masa encefálica, pienso, que creemos que es nuestra, aunque tiene zonas que no nos pertenecen.

Autoconciencia.
La facultad de introspección sugiere que el sujeto es capaz de voltear hacia sí mismo y explorar el interior de su mente y su cerebro. Esta dicotomía es equívoca y puede ser evitada con la idea de que existe una función reflexiva del propio sistema mente-cerebro.

Un momento clave de este proceso de auto-observación es ese “vigílate, me digo” pues expresa de manera inequívoca la aparición de un proceso reflexivo, lo que comúnmente se concibe como un yo capaz de observar su propia mente. El “me digo” consiste en la utilización especular del pronombre en primera persona “yo”, de tal manera que en la conciencia ocurre un curioso desdoblamiento entre dos instancias propias y privadas, una es un yo lingüístico que se dirige al propio sujeto, que se toma como si fuera otra entidad. Como veremos con mayor detenimiento, el hablarse a sí mismo es un recurso característico de los hablantes humanos. Volvamos al texto de Millás: ¿en qué consiste este “espiar mi propio cerebro”? Es una imagen significativa porque implica la emergencia de un observador capaz de voltear hacia el mecanismo o al órgano que se asume responsable de la cognición, que muchas veces opera de manera espontánea y automática, como es el recuerdo de la revolución cubana. El narrador de este parlamento asume varias nociones propias de su época cultural y científica. Una es que todo contenido mental debe tener un estímulo desencadenante en el medio y que intenta ubicar sin mayor éxito en personas y objetos alrededor. También asume que el cerebro es el órgano de la cognición y que al tomar autoconciencia el narrador genera y asume una identidad más propia, equivalente al sí mismo (para traducir el self en inglés) y que supuestamente puede someter al propio cerebro a escrutinio.

Capacidad de escritura.
La auto-manifestación implica la capacidad de detectar los propios contenidos mentales y expresarlos en palabras (Figura: https://bit.ly/2NO1vS1).

Finalmente, Millás sugiere gráficamente que “hay zonas de la masa encefálica que no nos pertenecen,” lo cual implicaría que la autoconciencia está localizada en algunas regiones del seso y que otras andan por su lado sin el control de las primeras. Hay en esto último un modelo implícito del aparato mental que el narrador da por válido, pero que es cuestionable en varios puntos, en especial la dicotomía entre un observador con el que se identifica personalmente y los contenidos que surgen y cursan por sí mismos en su mente. En épocas pasadas un auto-explorador podría realizar un esfuerzo similar atribuyendo a su “alma” lo que Millás atribuye al observador de su cerebro. Estas ideas pueden suponerse como metáforas, pues no es necesario asumir un self como un ente cartesiano que pueda inspeccionar a su cerebro, aunque sí puede concebirse una función cerebral de mayor jerarquía capaz de escrutar otras funciones del mismo órgano, como veremos ahora.

Desde un punto de vista fenomenológico, la conciencia consiste en un flujo de funciones mentales explícitas tales como percibir, sentir, pensar, creer, imaginar, soñar, recordar, desear, pretender, atender, actuar y otras tantas. Tales actividades y experiencias subjetivas están usualmente dotadas de un contenido, aquello que se percibe, piensa, cree, etc. Ocasionalmente, como ocurre en la narración de Millás, surge un observador o un yo con el que el sujeto se identifica. Para evitar la falacia del homúnculo –la idea de que hay una instancia observadora de las propias actividades mentales o cerebrales– el observador de la propia mente puede considerarse un punto de vista reflexivo conformado por la operación de un vector de atención que opera sobre los contenidos de la mente. Bajo este marco, la introspección consiste en la capacidad perspicaz y reflexiva de la mente para observar e identificar sus condiciones, contenidos y dinámicas; o bien, de manera aún más verosímil, la habilidad de los individuos humanos para observar y reconocer sus estados o procesos mentales y albergar pensamientos sobre sí mismos.

Karl Jaspers
Karl Jaspers hacia 1913, cuando escribió sobre la introspección en su libro clásico Psicopatología (Imagen tomada de Wikipedia).

Esta propiedad de introspección ha sido analizada en el pasado por varios filósofos e investigadores de la mente. Uno de los más meticulosos y certeros fue el psiquiatra y filósofo existencialista Karl Jaspers en su clásico texto de psicopatología de 1913. Jaspers distinguió tres niveles o facetas de la introspección. Llama a la primera auto-observación y esta ocurre cuando el sujeto está consciente de sus propios procesos mentales. La segunda instancia es el auto-entendimiento, cuando el sujeto no sólo observa, sino también interpreta lo que pasa en su mente. Finalmente, la auto-manifestación acontece cuando el sujeto logra expresar los contenidos de estas operaciones, usualmente mediante el lenguaje sea verbal o escrito. Iremos abordando cada una de estas propiedades fundamentales de la mente autoconsciente y para empezar vale la pena considerar a la auto-observación de la propia mente. ¿Cómo opera esta extraordinaria capacidad?

Hacia finales del siglo XX varios filósofos de la cognición y del lenguaje abordaron esta cuestión. William Lycan sostuvo que la introspección involucra la operación de un monitor o un dispositivo de auto-escrutinio cognitivo y David Rosenthal argumentó que estar consciente de un estado mental consiste en disfrutar un pensamiento de nivel superior sobre ese estado. Si conjuntamos estas dos propuestas en una teoría de la auto-observación es posible explicar la aparente división entre un contenido mental y un observador como la operación de un factor o un procedimiento de auto-escrutinio, consistente en una organización cognitiva de mayor jerarquía. En consecuencia, la introspección es un estado mental encubierto, avanzado y privilegiado, y no el acceso misterioso de un yo trascendental y etéreo a los contenidos mentales.

Other theories.
Portada de la colección de artículos sobre las teorías de alta jerarquía sobre la conciencia y la conciencia de sí en un libro editado por Rocco Gennaro en 2008.

La capacidad humana de hacer introspección y reportar verbalmente los contenidos y los estados conscientes permite la auto-manifestación y con ella la comunicación de estados y contenidos mentales entre los seres humanos. En este sentido debemos tomar a estas capacidades como potencialmente fidedignas para expresar lo que ocurre en la mente, en especial si se utiliza un procedimiento estricto de introspección. Como veremos pronto, los métodos narrativos para estudiar a los informes en primera persona de los propios procesos conscientes sacan provecho de la capacidad humana para producir dichas expresiones verbales de observaciones y reportes introspectivos. Aunque por el momento parezca una idea de neurociencia ficción, se puede vislumbrar una posible neurofenomenología de la introspección basada en grabaciones de informes verbales producidos por personas entrenadas en realizar introspección durante la adquisición de imágenes funcionales de su cerebro.