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“Leer la mente”: inferir lo que otros piensan y sienten

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Adivinar, inferir y comprender las emociones, creencias o intenciones de los demás es una capacidad de la cognición social muy desarrollada en los seres humanos. Recientemente en las ciencias cognitivas se conoce a esta facultad como “teoría de la mente”. El término puede parecer extraño pero tiene su razón de ser, porque, para poder colegir lo que otros piensan y sienten, el ser humano va conformando un sistema conceptual tácito sobre qué esperar de los demás y por medio del cual se les atribuyen estados mentales.

Se han debatido dos explicaciones de la capacidad humana para suponer y adjudicar estados mentales a los otros. Una de ellas se denomina “teoría-teoría” y asume que existe una disposición o representación psicológica supuestamente innata y basada en el sentido común que establece relaciones causales entre estímulos del entorno, estados mentales y comportamientos. La otra explicación se basa en la simulación y postula que la atribución de estados mentales a otros es producto de observar los recursos afectivos y cognitivos de uno mismo para explicar el comportamiento del prójimo sin la necesidad de una teoría tácita. El observador genera predicciones basadas en haber registrado y comprendido las apariencias, las actitudes, la conducta y la expresión verbal de uno mismo para entonces atribuirlas a los otros o, como dice el conocido dicho, para “ponerse en sus zapatos”. Esta experiencia es necesaria para predecir lo que el otro piensa o es probable que haga y para alcanzar la empatía –sentir lo que siente– y, como secuela, sentir compasión: el apremio de abolir su pena y desventura.

leer la mente
Portada del libro “Leer la mente. Un modelo integral de la pretensión, la conciencia de sí y la comprensión de otras mentes” de Shaun Nichols y Stephen Stich, en el que se subraya el papel de la imaginación para entender la mentalidad ajena. A la derecha Stephen Stich, filósofo de la mente y el conocimiento de la Universidad Rutgers.

La aproximación teórica y metodológica a la teoría de la mente difiere entre disciplinas. Por ejemplo, la neurociencia social está interesada en las zonas del cerebro involucradas o “encargadas” de la teoría de la mente, mientras que la psicología cognitiva y del desarrollo se preocupan por analizar cuándo y cómo se adquiere. En referencia a la neurociencia social, hay docenas de experimentos que analizan como se implementa en el cerebro la capacidad para atribuir estados mentales a los otros y a uno mismo. Si bien los diseños experimentales difieren en los procedimientos para evocar la atribución, los resultados tienen en común la activación de una red neuronal del cerebro que incluye a la corteza medial prefrontal, el cíngulo posterior, la unión temporo-parietal y la cicunvolución posterior del lóbulo temporal. Dado que estas áreas son requeridas en diversas actividades cognitivas, no está claro su rol específico en la teoría de la mente. Es factible que esta compleja función se logre por las interacciones de estas regiones con otros sistemas cerebrales, según las demandas de la tarea en proceso. Por ejemplo, observar experiencias de dolor físico en personas allegadas activa varias partes de la matriz del dolor en el cerebro del que observa lo cual implica que el sujeto siente verdadero dolor empático al ver sufrir a alguien cercano. Sin embargo, este resultado no favorece alguna de las dos opciones en disputa porque es compatible con ambas. La tendencia actual es la de considerar que hay componentes innatos y adquiridos en la capacidad de atribuir estados mentales a los otros y que esta tiene una relación estrecha con la conciencia de uno mismo, como veremos ahora.

redes neuronales
Redes neuronales involucradas en el entendimiento de otros. Áreas involucradas en la teoría de la mente en azul y la empatía en rojo. MPC, corteza prefrontal medial; ACC, corteza anterior del cíngulo; AI, ínsula anterior; SII, corteza somatosensorial secundaria; TP, polo temporal; STS, surco temporal superior; TPF, unión temporo-parietal (tomado de Tania Singer: Neuroniorganizzativi).

La capacidad para atribuir estados mentales a los demás tiene un vínculo necesario con la aptitud para reconocer los estados mentales propios, es decir, con la autoconciencia. En 1983 el prolífico psicólogo británico Nicholas Humphrey propuso que atribuir estados mentales y experiencias a otros durante la hominización fue uno de los orígenes de la autoconciencia. Esta capacidad hizo de aquellos lejanos ancestros “psicólogos naturales” en el sentido de que las capacidades de evaluación de la mente propia y la ajena fueron cada vez más necesarias para convivir, cooperar y trabajar en grupo. De esta manera, la autoconciencia se habría facilitado en circunstancias sociales cada vez más demandantes, un nicho cognitivo que favorecería ganancias encefálicas y del conocimiento de uno mismo. En su estilo claro y directo Humphrey lo pone de esta manera:

La solución que la Naturaleza dio a este problema (el de predecir el comportamiento ajeno) fue la de dar a cada miembro de la especie humana tanto la inclinación como el poder para usar la privilegiada representación de sí mismo como modelo de que se siente ser otra persona.

psicologo
El psicólogo británico Nicholas Humphrey hacia 2006 y su libro sobre el desarrollo de la mente humana en su traducción al español en el que argumenta sobre los seres humanos como “psicólogos naturales”.

La investigadora de la metacognición, Joëlle Proust, ha detallado que la práctica usual de una conversación entre dos personas constituye un ejemplo corriente y palmario de la manera como la conciencia de uno mismo y la del otro se entrelazan. En un diálogo usual cara a cara los agentes que interactúan toman el rol de hablantes y de escuchas alternadamente, aunque con frecuencia se interrumpen o a veces hablan al mismo tiempo. Para comunicarse y darse a entender, los interlocutores monitorean tanto sus propios procesos cognitivos como los de la otra persona y, al evaluar la expresión verbal y no verbal del otro, toman decisiones sobre la marcha sobre que decir, de que manera y cuándo hacerlo. Estas operaciones no se pueden emprender deliberadamente, pues el intercambio es muy rápido, de tal forma que las reglas de la conversación deben ser metacognitivas porque son normas implícitas de procedimiento y conformadas por certezas y estrategias seleccionadas y depuradas en la práctica cognitiva y en la práctica social.

Hay evidencias de que la autoreflexión y la adscripción de actividades mentales a otros involucran regiones distintas del cerebro; sin embargo son funciones fuertemente ligadas. Un grupo de psicoterapeutas cognitivos italianos ha encontrado que el grado de auto-reflexión y la memoria autobiográfica desarrollados por una persona influyen sobre su capacidad para inferir y conceptualizar el pensamiento y las emociones ajenas. Es muy posible que el inverso también funcione y que la capacidad de “leer la mente” ajena facilite la introspección.

volpi mente
El escritor y pensador mexicano Jorge Volpi y su libro de 2011, “Leer la mente. El cerebro y el arte de la ficción”.

La noción de leer la mente ajena (mindreading en inglés) ha sido objeto de atención y análisis no sólo para la ciencia. Hay evidencias de que la lectura de novelas y cuentos ficcionales que exploran la personalidad, el comportamiento y la vida mental de diversos personajes facilita las funciones de reflexión y de atribución de estados mentales. En su estupendo libro sobre “Leer la mente” de 2011, el escritor y pensador mexicano Jorge Volpi hace un vigoroso análisis del efecto que tiene leer ficción sobre la capacidad de reflexión del lector en referencia a sí mismo y a los demás. Leer ficción es una experiencia que coloca virtualmente al lector en la piel de diversos personajes y constituye un ejercicio literal de empatía, atribución y lectura de la mente ajena. Además, la revisión que realiza Volpi de estas facultades en términos cognoscitivos y de neurociencia es tan aguda como informada y pertinente para demostrar la enorme utilidad real que tiene el leer ficción. Dice el autor:

Leer una novela o un cuento no es una actividad inocua: desde el momento en que nuestras neuronas nos hacen reconocernos en los personajes de ficción –y apoderarnos así de sus conflictos, sus problemas, sus decisiones, su felicidad o su desgracia– comenzamos a ser otros.


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