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Disertaciones alrededor de la COVID-19

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No cabe duda que la pandemia de la COVID-19, enfermedad causada por el SARS-CoV-2, ha venido a trastornar la vida de la mayor parte de la sociedad y lo ha hecho en muchas esferas desde el punto de vista social, económico y sanitario. El aislamiento al que hemos visto necesario que toda la población nos sometamos, en un intento de disminuir la dispersión del padecimiento, ha acarreado múltiples y diversas consecuencias; aunque una buena parte de los miembros de la sociedad han entendido la necesidad de hacerlo y la van aceptando de manera disciplinada, otra parte no la ha respetado por no compartir la importancia de la contingencia; también muchos otros no la han podido respetar porque sus actividades laborales no se los permiten.

En general, el temor a la enfermedad y el mismo confinamiento han causado angustia y en ocasiones enojo. La imposibilidad de continuar las actividades de trabajo ha acarreado consecuencias económicas muy importantes y que aún no conocemos sus alcances, pero que se vaticina como enorme. Los daños sobre la salud han sido enormes, con muchos enfermos alrededor del mundo, incluido nuestro país y desafortunadamente con muchos fallecimientos, en México más de 1000 hasta ahora; esto ha sometido al sistema de salud a un reto que va enfrentando.

casos confirmados la covid 19

En mi opinión, la mayor debilidad que enfrentamos es el escaso conocimiento que tenemos sobre COVID-19. Estamos ante un nuevo virus que causa una nueva enfermedad y los primeros casos fueron reportados hace apenas cinco meses en China, donde parece haberse iniciado lo que después se convirtió en pandemia. Quienes tenemos algún tiempo de ejercer en la medicina, ya nos hemos enfrentado a la aparición de padecimientos nuevos, como en el caso del grupo de manifestaciones ocasionadas por el HIV, que a pesar de su severidad y la enorme repercusión social y sanitaria, su forma de extenderse era diferente y permitió ir controlando sus repercusiones, y al cabo de un tiempo se consiguieron enormes logros.

Primero se logró establecer medidas preventivas que han conseguido frenar la extensión de la infección, por otro lado, el padecimiento desencadenó una gran investigación en el área de antivirales y actualmente el SIDA ha pasado de una enfermedad que ocasionaba el fallecimiento de los enfermos en corto tiempo y en condiciones de gran deterioro de la calidad de vida, a un padecimiento crónico que puede ser incluso asintomático y que hasta ahora permite una sobrevida larga; pero para llegar a esto tuvo que pasar mucho tiempo. La infección por virus A (H1N1) de influenza en 2009, fue una variante de una enfermedad ya conocida y en unos meses se había logrado obtener la vacuna que fue permitiendo contender con la pandemia.

La COVID-19 es una enfermedad nueva causada por un virus específico hasta ahora desconocido y nos enfrentamos, además, a que tiene unos mecanismos de difusión o dispersión muy particulares, ya que lo hace de manera muy eficiente para el virus. Se ha ido pudiendo establecer que el periodo de incubación oscila entre 7 y 10 días, el curso de la enfermedad no ha podido ser establecido de manera precisa, aunque ya está claro que son factores de riesgo: la edad avanzada, la obesidad y el sobrepeso, la hipertensión arterial, la diabetes mellitus, el embarazo, entre otros. No conocemos el papel que juegan el volumen de la inoculación, la vía; si realmente el virus tiene características neurotrópicas y viaje, cuando menos ocasionalmente, a través del nervio olfatorio y de los que transmiten el sentido del gusto, lo que puede hacer algunos casos además de curso grave, rápido. No sabemos plenamente si ocasiona, como se dijo inicialmente, un estado de hipercoagulabilidad, que puede ser de mal pronóstico y que puede combatirse con anticoagulación precoz; por cierto, aunque no ha sido plenamente probado, en los esquemas terapéuticos se incluye el uso de heparina desde el inicio.

Asimismo, hemos ido aprendiendo que el cuadro más frecuente, tos, odinofagia, anosmia y fiebre, de manera frecuente puede ir precedido por otras manifestaciones como diarrea y vómito (8%), o manifestaciones cardíacas (6%), entre otras formas. Desconocemos el número de individuos que han cursado la enfermedad de manera asintomática o con manifestaciones tan discretas que fueron desapercibidas. Esto puede ser de particular importancia porque el número de contagios sólo puede abatirse cuando un porcentaje de la población (de 60 a 75%) sea inmune.

letalidad por cuadro de caso

En México el número de pruebas de diagnóstico ha sido muy bajo, es decir, el valor de pruebas para el diagnóstico agudo en enfermos no graves y la determinación de anticuerpos. En España y en Italia se ha puesto en marcha estudios que intentan determinar esta situación, para ello van a realizar el análisis de varias decenas de miles de individuos para determinar los porcentajes de la población que tienen anticuerpos, y lo van a alargar algunas semanas para saber si la inmunidad es duradera, porque para colmo, hay algunos reportes –si bien es cierto que aislados– de que la inmunidad generada pudiera no ser duradera.

En cuanto al tratamiento la situación también es muy incierta, ya comentábamos lo concerniente a la anticoagulación con heparina. De alguna manera no se ha determinado precisamente el número de enfermos que requieren apoyo respiratorio, los reportes son muy variables, la mortalidad de los que lo requieren es muy alta, aunque los reportes también tienen variaciones que posiblemente tengan relación en la capacidad de las unidades de cuidados intensivos que reportan estos resultados. A los médicos nos causa una gran incertidumbre enfrentarnos a un padecimiento que no tiene un tratamiento específico, esto se incrementa cuando el padecimiento es muy grave. Se han ido haciendo reportes aislados de medicamentos; inicialmente parecía muy esperanzador el uso de cloroquina o hidroxicloroquina con o sin azitromicina; pero el entusiasmo inicial ha ido disminuyendo; se probó con interferón e inmunoglobulina, sin resultados claros.

Se han probado varios antivirales y en este momento los resultados actuales con Remdesivir parecen alentadores, aunque los estudios realizados hasta el momento no permiten saber si realmente puede ser un recurso que disminuya la duración de la enfermedad, el paso de COVID-19 a fases graves y sobre todo la mortalidad. Todos estos medicamentos han podido ser probados porque todos ellos habían sido utilizados en otros casos y, por tanto, habían demostrado su inocuidad o cuando menos su seguridad en el uso humano. No se debe perder la oportunidad de hacer estudios para determinar la eficacia terapéutica de diferentes productos, por tal razón es necesario que se realicen de manera escrupulosa y poder obtener resultados útiles.

Un problema especial es el que constituye la atención de los enfermos –además de lo ya comentado– y los recursos que se requieren. Dejando para otra ocasión muchos de estos aspectos, voy a comentar el riesgo que los trabajadores de la salud enfrentan al contender con la COVID-19. En México no tenemos datos precisos en cuanto a personal infectado ni el número de ellos que ha fallecido como consecuencia de la infección por SARS-CoV-2. En un reciente resumen se hizo saber que más de 43 mil miembros del personal sanitario –como ellos llaman a los trabajadores de la salud– han resultado infectados, y que más del 10% han fallecido. Decíamos que estos datos no son precisos entre nosotros, pero hemos sabido de varios casos de amigos cercanos que han resultado enfermos y que incluso han fallecido. En España se han certificado 43,956 casos de COVID-19 entre el personal de salud con una mortalidad cercana al 10%, los informes destacan muchos casos de médicos y enfermeras de atención de primer nivel. Entre nosotros he sabido de varios casos de médicos enfermos que estando en el hospital no estaban encargados de la atención directa de los pacientes, si no en otras labores dentro del hospital.

la covid 19 en espana

Independientemente de poder atribuir la infección y el diverso nivel de la enfermedad a la polémica de la distribución del equipo protector y su calidad, creo que la falta de conocimiento juega un papel esencial en estos casos, no sabemos muchas cosas del virus y un aspecto importante es el entrenamiento en el manejo del enfermo y el equipo protector. Destaco que el único caso de Ébola en Europa fue consecuencia de errores en el manejo del equipo protector por una enfermera que atendía a un paciente trasladado desde África.

Se habla de una vacuna, ojalá pueda estar disponible pronto, hay varios investigadores notables de prestigiosas instituciones empeñados en encontrarla, pero seguramente pasará un tiempo, que siempre resultará largo, para que esté disponible de manera amplia.

El caso es que estamos ante una pandemia que se ha extendido muy rápidamente, que se propaga con facilidad y que ocasiona una gran mortalidad, que sólo tenemos cuatro meses de haberla descubierto y que al mismo tiempo que la enfrentamos la vamos conociendo, así que seguramente para poderla combatir debemos saber más sobre el virus y la enfermedad.


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Falta de empatía con los enfermos

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Para los que estudiamos medicina al principio de la segunda mitad del siglo pasado, el tercer año resultó fundamental, después de dos años de estudiar las materias básicas, pasabas a un año en que se estudiaban materias introductorias al aprendizaje del ejercicio de la profesión. Una fundamental era la de Propedéutica e Introducción a la Clínica, yo tuve la suerte de llevarla con el Dr. Caraza, un clínico conocedor que se dedicaba muy claramente a tratar de enseñarnos los fundamentos de la Clínica.

Fue especialmente cuidadoso en que aprendiéramos a establecer la Relación Médico-Paciente, destacando siempre que la medicina es una profesión de servicio y que para poderlo hacer era necesario establecer una relación con el enfermo en que se consiguiera la confianza del paciente, por lo que era necesario entender sus problemas, sus necesidades y sus expectativas. Fue una época en que la mayoría de las decisiones las tomaba el médico, y la mayoría de las veces el paciente se sujetaba a seguir las recomendaciones del médico; esto último ha ido cambiando y ahora el médico sugiere y el paciente decide.

Esta necesidad, capacidad de establecer con el enfermo una buena relación, se va volviendo una conducta profesional. Ha sido siempre una preocupación personal establecer una relación empática, de confianza y respetuosa. No estoy plenamente seguro de haberlo conseguido siempre, pero constantemente me preocupo que los estudiantes, tanto de pregrado como de posgrado con los que he interactuado, desarrollen estas habilidades; y puedo decir que en la inmensa mayoría de los casos he logrado transmitirlo bien.

Hay ocasiones que establecer esta relación empática, de confianza, respetuosa y solidaria es sencilla, pero en otras no es tan fácil. La complejidad del problema del enfermo y, en ocasiones sus características, pueden dificultarla; a veces surge de inmediato y en otras tarda en aparecer, pero siempre hay que buscarla. Puede haber situaciones que el conocimiento de los problemas de su paciente y su familia ocasionan dolor y angustia para el médico, pero siempre hay que servir y ayudar al enfermo de la mejor manera posible.

relacion de empatia
Ilustración: Pinterest.

Una de las situaciones que requieren de una muy estrecha relación médico-paciente es la atención de un niño con cáncer y el acompañamiento de su familia. Es una situación que frecuentemente ocasiona angustia y dolor para el paciente, nunca es agradable ver a alguien vulnerable y sufriendo, por eso debemos tratar de ayudar de la mejor manera posible a un niño que antes jugaba, estudiaba, aprendía, crecía de manera absolutamente normal y ahora se encuentra absolutamente abatido, con fiebre, sin poder comer y que tiene hemorragias inexplicables.

La sospecha del trágico diagnóstico surge rápidamente y cuando se comprueba con los primeros exámenes, la noticia cae como una debacle, no sólo para el niño, sino para toda su familia, los padres, los hermanos, sus abuelos y sus amigos empiezan a sufrir temor e incertidumbre. Hay que decir que la mortalidad de las leucemias en los niños, en condiciones ideales, varía entre 10% y 50%, dependiendo de la variedad, tipo y subtipo de la leucemia. Quiero enfatizar con esto que es una enfermedad que además requiere de un tratamiento, largo, doloroso, riesgoso y, para colmo, muy caro. El pronóstico ha ido mejorando al paso del tiempo, por un mayor conocimiento y acceso a esquemas terapéuticos más eficientes.

Hay que mencionar que en México, especialmente en la Ciudad de México, el número de casos se ha venido incrementando, sin que se tenga una explicación suficiente y que si bien se ha mejorado la sobrevida, no se ha conseguido al ritmo que lo han logrado en países europeos y Estados Unidos. Esto puede tener como explicación, primero, un déficit en las instalaciones hospitalarias, el niño enfermo va a requerir durante su largo tratamiento varios internamientos para solventar los episodios de infecciones, anemia, hemorragias y otras causas que se presentan por el tratamiento y la misma enfermedad. Durante estos internamientos se va a requerir de antibióticos y otros medicamentos sofisticados y de sangre y sus derivados, todos deben estar rápidamente disponibles. Esto aunado a que los niños deben recibir periódicamente los esquemas terapéuticos con los antineoplásicos necesarios.

La experiencia nacional e internacional determina cuál es el esquema ideal para cada caso según la variedad y tipo de leucemia, edad, etc. Pero todo es muy caro, complicado, difícil, y siempre con un pronóstico incierto. Por tal razón es necesario resaltar la importancia que tiene la relación que se establezca entre el grupo de salud con el niño y su familia, además de la empatía, el respeto, la solidaridad y la confidencialidad, que ayudarán a solventar los embates de la enfermedad y su tratamiento.

relacion y solidadridad
Ilustración: Nexos.

Me parece que las autoridades de salud no han respetado estos principios básicos de la relación médico-paciente, ellas son las primeras responsables de establecerlas, pero también lo son para que todo el equipo lo hagan, con compromiso y vocación. Han permitido que, en ocasiones, los padres tengan que salir públicamente en manifestaciones para solicitar y exigir que sus hijos tengan disponibles los medicamentos necesarios para el tratamiento. Más grave aún me parece que a veces lo hayan hecho, o tenido que hacer, con los niños enfermos.

El peregrinar ha sido largo y difícil, los responsables de la Secretaría de Salud no han podido solucionar nada, y los papás de los niños han sido enviados, o tenido que asistir, al Congreso, donde tanto los padres como los niños enfermos fueron muy mal tratados, e inexplicablemente después fueron enviados a la Secretaría de Gobernación, en donde primero fueron atendidos por la secretaria Olga Sánchez Cordero, quien parece una mujer sensible. Sin embargo, poco después fueron enviados con el subsecretario Peralta, quien está ahí para negociar y llegar a acuerdos con líderes sindicales, movimientos campesinos, etc. Pero, lamentablemente, parece que trató muy mal a las familias y a los pacientes con cáncer infantil. Por eso, el caso es que el problema no está resuelto.

Desde luego que uno no puede estar de acuerdo en la deshonestidad que concierne a la compra de medicamentos, tampoco en que existan monopolios u oligopolios en la producción y distribución de medicamentos, pero la solución no puede incluir la falta de abasto de las necesidades de los enfermos.

Respecto a la intención de este artículo, lo que a mí me parece más grave es que el Dr. Jorge Alcocer, la Dra. Asa Cristina Laurel y el Dr. Hugo López Gatell, no hayan tenido la empatía, el respeto, la solidaridad y la confidencialidad necesaria con los niños enfermos y sus familias. Me llama mucho la atención que el Dr. López Gatell se haya convertido en el portavoz de todos los problemas de la Secretaría de Salud, cuando la subsecretaría responsable del problema es a la que pertenece la Dra. Laurel, quien, por cierto, me parece que es la ideóloga y creadora del sistema de salud que se intenta establecer, y no ha dicho nada.

doctores
Dr. Jorge Alcocer, el Dr. Hugo López Gatell y la Dra. Asa Cristina Laurel.

El Dr. Alcocer poco aparece y menos habla, su última aparición pública fue en la visita previa al Instituto Nacional de Neurología que culminó hace unos días, después en la destitución de su director que, ciertamente, en ella la voz cantante la llevó la Secretaría de la Función Pública. La subsecretaría que se encuentra a cargo de López Gatell es la de prevención, por lo que muy pronto enfrentará un reto que esperamos, de verdad, pueda superar.

Es indispensable que todos tengamos conciencia, primero, de la terrible experiencia personal y familiar que se enfrenta cuando un niño padece cualquier variedad de cáncer, y lo menos que se puede ofrecer es seguridad y tranquilidad.


Referencias:
~ Arturo Fajardo–Gutiérrez. Mortalidad por cáncer en niños. Bol. Med. Hosp. Infant. Mex.  2005 ;62 (1).
~ Juan Manuel Mejía-Aranguré, Juan Carlos Núñez-Enríquez, Arturo Fajardo-Gutiérrez, (et al.), Epidemiología descriptiva de la leucemia mieloide aguda (LMA) en niños residentes de la Ciudad de México: reporte del Grupo Mexicano Interinstitucional para la Identificación de las Causas de la Leucemia en Niños. Gac Med Mex. 2016;152:66-77.
~ Carlo Egysto Cicero-Oneto, Guadalupe Mata-Valderrama y Edith Valdez-Martínez. La mortalidad en adolescentes con cáncer: características clinicoepidemiológicas de muerte y aspectos éticos emergentes; Gac Med Mex. 2018;154:8-15.
~ María Moliner. Diccionario del uso del español. Gredos Madrid. 2000.
José Antonio Marina, Marisa López Penas. Diccionario de los sentimientos. Anagrama. Barcelona 1999.
~ Ramiro, M. “Profesionalismo”, en Ramiro M, Halabe J, Lifshitz A, López-Bárcena J., El Internista. Medicina Interna para Internistas. México. McGraw-Hill Interamericana. 2002:20-22.
~ Ramiro, M. Profesionalismo médico. Compromiso del Médico. Med Int Mex 2003;19:41-42.


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Necesitamos la comunicación del médico para elegir el mejor final

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Aunque no sabemos cómo nos va a tocar llegar al final de nuestra vida, es muy probable que nos toque vivirlo en un contexto de atención médica, a menos que tengamos una muerte repentina, causada por un accidente, un acto violento o una condición médica, en la que no se haya podido hacer nada para morir mejor o peor. Por el contrario, si el final llega cuando estamos recibiendo atención médica para atender una enfermedad, las complicaciones que causa la edad avanzada o las secuelas de un accidente, hay mucho que se puede hacer para que la última etapa de nuestra vida y el mismo momento de morir sea mejor. Esto significa que también se pueden hacer mal las cosas con la consecuencia de que las personas tengan un final de vida indigno y con un sufrimiento innecesario. En muchas ocasiones esto sucede porque los médicos, a veces por solicitud de los familiares, no tienen con el paciente la necesaria comunicación (cuando éste está consciente y tiene la capacidad para decidir) y se le oculta que ya no hay forma de evitar su muerte. Sin el conocimiento que necesitaría, aprueba o simplemente sigue recibiendo tratamientos que se supone que le van a curar hasta que llega un momento en que la situación se hace insostenible.  

El documental Consider the Conversation: A Documentary on a Taboo Subject fue realizado en 2009 por Michael Berhagen y Terry Kaldhusdal con la idea de ayudar a las personas a darse cuenta de lo importante que es hablar sobre lo que queremos para el final de nuestra vida. Este documental está organizado en capítulos que presentan diferentes aspectos del tema a través de entrevistas, tanto de pacientes que están en una situación terminal, como de médicos, psicólogos, trabajadores sociales y personas especializadas en cuidados paliativos. Al principio también vemos entrevistar a personas que están caminando por la calle. Sin escuchar la pregunta, podemos adivinarla: “¿cómo le gustaría morir?”. Después de recuperarse de la sorpresa, hombres y mujeres de diferentes edades van contestando y, con algunas variantes, todos dicen que querrían morir en su casa, acompañados por sus familiares y sin dolor. En realidad, ésta no es una respuesta que nos sorprenda.

morir
Fotograma del documental “Consider the Conversation: A Documentary on a Taboo Subject”.

Nos llamaría la atención (aunque éste termine siendo un escenario frecuente) que dijeran que quieren morir en una unidad de cuidados intensivos que mantenga la función de sus órganos vitales con todo tipo de aparatos, encontrándose aislados y desorientados o inconscientes. Pero el documental inicia así para invitar a la reflexión: si las personas tienen una idea de cómo quieren morir, de cómo no querrían vivir y de lo que sería una buena muerte para ellas, ¿en qué momento nos perdemos como para que haya tanta gente que muere como no hubiera querido? ¿Cómo es que hay pacientes que reciben tratamiento tras tratamiento que los obliga a permanecer en el hospital o a tener que ir a él con mucha frecuencia, a pesar de que los médicos (y en ocasiones también los familiares) saben que no les van a beneficiar y que su muerte no se va a poder evitar? Al menos parte de la respuesta es que para muchos médicos es más fácil seguir haciendo cosas (indicando tratamientos o estudios) que tener una conversación (“una” es un decir, serán todas las conversaciones necesarias) a través de la cual el paciente pueda conocer su condición médica, así como las probabilidades de éxito de los tratamientos que le ofrecen (muchas veces nulas) como para poder elegir si los quiere o no y decidir cómo y dónde desea vivir el final de su vida. Mientras el médico no comparta con el paciente el conocimiento que tiene sobre su enfermedad, deja al enfermo sin el poder para decir qué quiere y son los otros, médicos y familiares, quienes deciden por él. ¿Querríamos vivir así los últimos días, semanas, meses de nuestra vida, desinformados de algo que los demás conocen?

Hay otro capítulo en este documental en el que se habla de la esperanza, la cual, hay que decir, ha sido sobrevaluada o, al menos, mal entendida. Para ejemplificar su mal uso, se recuerda lo que sucedió cuando se sabía que el huracán Katrina se dirigía a Nueva Orleans. Se escuchaban cosas como “ojalá que se desvíe”, “ojalá que disminuya de fuerza”, expresiones de lo que se deseaba que pasara, pero nadie se ocupó de planear qué hacer si esos deseos no se cumplían. Esto sirve para pensar en lo que muchas veces se hace en la atención médica de pacientes que están en el final de su vida. Se desea tanto que se puedan curar, que se actúa como si eso pudiera conseguirse sólo porque se desea y se deciden tratamientos que sólo se basan en la esperanza. Pero es claro que no es suficiente desear cuando hay datos objetivos que indican que los tratamientos no pueden cambiar el desenlace. Otra cosa es que muchas veces los datos sean inciertos, lo cual puede dificultar tomar las decisiones, pero eso es algo que también tendría que saber el paciente para decidir si quiere apostar sobre un tratamiento que, aunque mínimas, tiene algunas posibilidades de éxito, pero también efectos indeseables.

En su libro Cómo morimos. Reflexiones sobre el último capítulo de nuestras vidas, Sherwin Nuland trata el tema de la esperanza y recomienda a los médicos revisar eso que aprenden muy pronto en su formación: que ellos nunca deben quitar la esperanza a un paciente. El problema es entender que mantener la esperanza es hacer creer a sus pacientes, sea cierto o no, que pueden curarse. Seguramente es lo que querría el paciente que fuera verdad, pero si no lo es, quizá la esperanza consista en ofrecer al enfermo algo que el médico sí pueda cumplir. Decirle, por ejemplo, la verdad sobre su situación al mismo tiempo que le asegura que va a acompañarlo en todo momento y a aliviar su sufrimiento todo lo posible.

morimos

¿Será suficiente para el paciente? Sin duda, para una persona que pensaba que tenía años de vida por delante, esto le parecerá una catástrofe, pero si ya no tiene esos años, no se le debe mentir porque se le quitaría la oportunidad de apropiarse de su final de vida, pasar por el proceso que puede llevar a aceptar su situación y decidir qué quiere y qué no quiere hacer. No es responsabilidad del médico que el paciente logre reconciliarse con lo que le sucede, pues esto dependerá de muchos factores, algunos relacionados con el tipo de enfermedad, el sufrimiento y desgaste que le cause, pero también van a influir la personalidad del enfermo, qué tanto pensó en su muerte a lo largo de la vida y el apoyo familiar y social con que cuente. Lo que sí es responsabilidad del médico es dar el primer paso para que el paciente sepa en qué situación se encuentra para que sus decisiones sean realistas. A menos, claro, que exprese con toda claridad que él no quiere saber nada de su situación y delegue a otra persona todas las decisiones.

El problema es que muchos médicos no se sienten preparados para comunicar la verdad a sus pacientes cuando ésta se refiere a no poder impedir su muerte. Comparten con el resto de la sociedad una actitud que niega y evita la muerte y con la que hemos aprendido a no hablar de la muerte, a ocultarla, disfrazarla y hacer lo posible porque no se note mucho cuando ya es inminente. Como un efecto más de esta negación, a lo largo de su formación los médicos no reciben un entrenamiento que los prepare para hablar de la muerte con sus pacientes. Así, aunque aprenden de las enfermedades que llevan a la muerte, no se incluye en ese aprendizaje el hecho de que serán personas que ellos van a atender las que padecerán esas enfermedades. Esta dificultad para enfrentar la muerte en su práctica es una de las conclusiones encontradas en un artículo recién publicado en que se estudió cómo viven un grupo de médicos residentes de oncología las situaciones relacionadas con la muerte de sus pacientes: “Los participantes (los residentes de oncología) enfrentan la muerte diariamente sin la capacitación necesaria, lo que parece impactarlos más de lo que están dispuestos a aceptar. Tampoco logran sus objetivos manejando situaciones relacionadas con la muerte como suponen que lo hacen. A pesar de reconocer la necesidad de más capacitación y apoyo para enfrentar mejor la muerte, prefieren continuar aprendiendo de su experiencia”.[1]

Cuando los médicos, en muchos casos con el apoyo de los familiares de los pacientes, deciden ocultar al enfermo que va a morir, lo hacen respondiendo a una buena intención de protegerlo de una verdad que consideran imposible de asimilar (seguramente también se protegen a sí mismos para no tener que hablar de algo tan difícil). Esta percepción de que nadie podría soportar saber de su muerte, es una idea culturalmente determinada que se ha ido instalando en la medida en que las personas se fueron desentendiendo de la muerte para dejarla en manos de los médicos, a quienes toca atenderla y, sobre todo, evitar. En otras épocas en que los médicos podían hacer tan poco para curar enfermedades y la esperanza de vida era tan corta, la muerte era un acontecimiento familiar y entonces se consideraba de la mayor importancia que uno supiera que iba a morir para poder prepararse y dirigir el último acontecimiento de su vida.

Lo indeseable, nos cuenta Philippe Ariès en su obra El hombre ante la muerte, era morir en forma repentina sin darse cuenta; tanto era así, que una forma de maldecir era desear al otro una muerte repentina. Todo lo contario de lo que sucede hoy en que muchas personas consideran que ésa es la “muerte bendita”, la que ocurre sin que uno se dé cuenta. Pero una cosa es morir estando dormido sin ningún dolor, una muerte que algunas personas (pocas en proporción) tendrán, y otra cosa es pretender que una persona, cada vez más enferma, no se dé cuenta de que va a morir. Que no se hable de eso no significa que no lo sepa o lo sospeche, únicamente significa que el enfermo, sus familiares y su médico no pueden hablar de lo que está pasando y acompañarse en lo que todos están viviendo.

Philippe
Philippe Ariès, historiador francés.

El médico sólo en parte es responsable de la forma en que pacientes mal informados viven el final de su vida. Los médicos podrían comunicarse mejor con sus pacientes si estos han reflexionado sobre la muerte, no necesitan negarla y, de alguna manera, se han preparado para aceptar que un día la enfermedad o el simple desgaste de la vida los acercará a ella. Por eso, todos necesitamos aprender a hablar y a pensar en nuestra muerte a lo largo de la vida. Ésta, la vida, adquirirá mucho más valor al ser conscientes de que es finita, pero además podremos prepararnos para cuando llegue ese momento en que la medicina ya no pueda hacer nada para evitar nuestra muerte. Entonces, podremos expresar a quienes nos acompañen, a los médicos y familiares, que no queremos que nos oculten nada, pues necesitamos conocer con toda claridad nuestra situación para aprovechar, como queramos y dentro de las limitaciones que la enfermedad imponga, el tiempo que nos quede de vida. Así le podremos dar el mejor cierre a esa obra que fuimos construyendo a lo largo de los años vividos y que merece el mejor final.


Notas:
[1] Álvarez-del Río A, Ortega-García E, Oñate-Ocaña L, Vargas-Huicochea I. “Experience of oncology residents with death: A qualitative study in México”. BMC Medical Ethics, 2019 doi: 10.1186/s12910-019-0432-4