En tiempos de anormalidad bien vale la pena recordar e imaginar. Se sube usted entonces a la máquina del tiempo y comienza a volar hacia atrás y hacia adelante en búsqueda de mejores momentos, instantes más livianos y libres que aquellos por los que transita hoy.
Lunes, después de desayunar en el magnífico Buvette huevos pochados, tostadas con salmón y yogurt picante, una copa de champagne y un magnifico café doble, se va usted por Grove Street para empezar un largo paseo matinal por el West Village. Recorre las pequeñas calles del barrio, no necesita un mapa, se deja llevar por el colorido de las casas, explora las galerías de arte y las boutiques que florecen por todas partes. Se zambulle en el corazón de la comunidad LGBT; pasa por la Jefferson Market Library y luego mientras se come un helado que compró en Magnolia Bakery, se va tranquilamente, perdiendo el tiempo, gozosamente, hacia Chelsea. Horas después, el viejo Montreal le abre sus puertas; sus calles zigzagueantes lo llevan hasta la orilla del río San Lorenzo donde toma una bicicleta y se va pedaleando hasta el Mont-Royal para, después de pasear por sus senderos y admirar la ciudad desde las alturas, se sienta entre varios cientos de personas a ver una obra de Shakespeare que se representa esa tarde allí, al aire libre. A la noche el restaurante Damas lo deslumbra con sus sabores sirios acompañados de buen vino francés.
Como casi siempre, está nublada Lima este martes. Callejea sin rumbo por Barranco, las buganvilias de todas las tonalidades caen por los muros de piedra y juegan con las puertas de distintos colores. Aguanta la respiración, cruza el Puente de los suspiros, pide el deseo de rigor y llega a Dédalo a sorprenderse con sus joyas, artesanías y muebles; se toma un café de aroma intenso en el patio de atrás y continua su camino en busca del mar. El almuerzo es un festín de sabores en la Rosa Naútica; luego del pisco sour catedral, el arroz negro con langostinos, los ceviches y los postres lo empujan a la calle con nueva energía para gozar con los sonidos y voces de La Paz y su Mercado de Brujas. Llega la puesta de sol, usted se va caminando por La Rambla de Montevideo, tomando mate, al tiempo que los tambores de candombe lo invitan a bailar imaginando el “chivito” con el que terminará el día.
Miércoles en Sao Paulo, los millones de corazones que laten en la ciudad se sienten, pero en Vila Madalena el tiempo tiene un ritmo distinto. Cientos de artistas muestran sus trabajos en cada esquina y recodo; la música es una banda sonora permanente que no molesta, sino que muy por el contrario da ritmo a todo lo que allí se exhibe. Rato después en el Mercado Municipal se devora un sándwich de mortadela gigante (el más famoso de la ciudad) bañado por una mostaza picante impactante, no sólo por su sabor, sino porque su efecto, que, como un rayo, se abre camino desde su boca hasta su cerebro. Afortunadamente tiene una cerveza muy helada a mano que le permite animarse a uno y otro y otro bocado. Llueve ligeramente en Quito hoy en la tarde, pero eso no impide que llegue al Cerro del Panecillo a ver desde la altura su Centro Histórico, para luego irse por la Calle de la Ronda conversando de todo y de nada, recordando otras caminatas que ha hecho, por ejemplo, por Guadalajara, lo que le permitió llegar por casualidad esa tarde de diciembre, después de visitar la FIL, a La Fuente, la cantina con los mejores tacos de lengua que podrá comer en su vida acompañados de tantos tequilas que el resto del menú quedará guardado en un delicioso y nebuloso rincón de su memoria.
En Santiago de Chile, nadie se pierde nunca ya que la cordillera de Los Andes lo acompaña a usted de norte a sur, siempre. No importa el punto de la ciudad en la que se encuentre, las montañas están ahí, donde se vayan sus ojos. Hoy jueves, va usted caminando por el Barrio Lastarria, sube luego por Providencia hasta llegar al restaurante Liguria y se da cuenta que ha llegado al paraíso si es que le gustan la historias de amor atormentadas y las buenas discusiones políticas acompañadas de los mejores sándwich, los que en este país son una institución nacional. Chemilico, Chacarero, Barros Luco, de Mechada, Barros Jarpa, Ave palta…, pensará usted que necesita un diccionario, pero rápidamente se dará cuenta que lo mejor es probarlos todos mientras el carmenere hace de las suyas. Casi sin darse cuenta está ahora en Bogotá en La Candelaria admirando el arte urbano, luego de haber visitado el Museo del Oro, que lo ha dejado boquiabierto tal como lo hará el Museo Antropológico de Ciudad de México cuando lo visite este sábado. El realismo mágico existe y se vive en Andrés carne de res, la locura de un continente ebulle allí entre arepas, bandejas paisas, ballenatos y cumbia, todo muy bien hidratado con ron y cerveza.
Hoy es viernes en Buenos Aires y su cuerpo lo sabe. Pasa la mañana de librería en librería, visita Libros del Pasaje, Clásica y Moderna, El Ateneo y Cúspide; cada cierto rato charla con amigos y desconocidos en los pequeños cafés que quedan por allí, las medialunas y facturas desfilan frente a usted, al igual que capuchinos, cortados y americanos. Sabana Grande en Caracas lo invita a caminar en el tiempo, en búsqueda de la arquitectura moderna del siglo XX venezolano, come una barquilla de chocolate y luego se marcha a refrescarse al Parque Los Chorros y pasea, simplemente pasea por la naturaleza y el agua. Entonces, cayendo la tarde, usted pasa por La Habana y se va directo al Floridita y después de cargar “combustible” en la “cuna del daiquirí”, sale por la calle Obispo y redescubre las callejuelas de La Habana Vieja a ritmo de son, dejando que la brisa tibia de la tarde le alegre el corazón y lo deposite a la noche nuevamente en Buenos Aires para cerrar el viernes en Misheguene celebrando un Shabat gastronómico inolvidable, allí, en pleno Palermo, mientras los mozos bailan y cantan, usted devora Bureka de hongos y huevo, Guefiltefish, Meorav yerushalmi, muy bien aterciopelados con malbec.
Bazar del sábado en Ciudad de México, Plaza San Jacinto, todos los colores, todas las voces, el sol de la mañana, las artesanía, las joyas, el laberinto de pequeñas tiendas, los mazahuas que bordan estrellas y sueños en sus paños blancos, un poco más allá pintores y músicos exponen su arte en las calles empedradas, niños comiendo tortas de jamón y tomando agua de jamaica. Sale luego por Galeana y luego Magnolia hasta llegar al San Ángel Inn donde lo esperan Escamoles a la mantequilla y Huachinango a la veracruzana. Reposa los tequilas en la terraza, contemplando el jardín; ya con renovado entusiasmo parte al Museo Antropológico a reencontrarse con el origen de todos nosotros. Por la noche mientras camina frente a la playa en Copacabana, mira la luna en Río de Janeiro y piensa en rematar la semana explorando las calles de San Juan o de Ciudad de Panamá.
Es domingo, sea en Chicago, San José, Córdova, Monterrey, Viña del Mar o Ciudad de Guatemala, usted comienza a tararear “vagando por las calles, mirando la gente pasar el extraño del pelo largo sin preocupaciones va” y se pierde en el placer cotidiano que vive en nuestras ciudades.
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