Revolución Mexicana

La muerte de un revolucionario

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Son los días de la zafra. Tequesquitengo está situado a más de 20 kilómetros del ingenio, pero eso no impide que el primer día de la temporada de corte de azúcar lluevan hojas quemadas provenientes del cañaveral en la laguna. Los trabajadores queman esas hojas con el fin de hacer más fácil su labor. De esta forma, todo Tequesquitengo sabe, sin desplazarse, que ha comenzado la recolección. Es una lluvia negra que apenas dura una hora, tras la cual todo queda manchado. Por si fuera poco, al remover los restos con la escoba, la hoja carbonizada se descompone, tiznando así la superficie en la que reposa. El ingenio de Zacatepec había sido mi mayor logro.

Los burguesitos de Tequesquitengo reniegan de nosotros, pues les fastidia su baño en la laguna y ensucia sus casas coloniales, pero para mí esa lluvia negra representa un acto de purificación a través del cual se expurgan los malos espíritus de la tierra. Ya pronto acabarán las cosechas. Ya pronto habrá que volver a pedirle permiso a la tierra para sembrarla y reiniciar la eterna lucha de la vida y la muerte en la que no hay vencedor sino tan solo transcurrir. Pero yo ya no voy a poder disfrutar de ese espectáculo. Mis muchos años de combate me han pasado factura. Desde los 14 años me uní a mi general Zapata en busca de tierra y libertad. Como todos los de mi edad, no sabía bien a bien porque me incorporaba a la bola, pero sí sabía que quería acabar con el estado de esclavitud en el que había nacido. Los pelones eran los verdugos de la casta sagrada; latifundistas a los cuales había que matar para erradicar la mala hierba.

Emiliano fue un padre para mí y le pidió a Montaño que me enseñara a leer y escribir mientras preparaba el famoso plan de Ayala que le dictara el caudillo del sur. Zapata me enseñó una razón para vivir y luchar, pero con la derrota de Villa en Celaya supe que nuestro movimiento había fracasado de momento. Quise convencer a mi general de que escondiese las armas y esperase mejores tiempos como ya había hecho en el pasado con Huerta, pero él nunca contempló tal posibilidad. Para él la revolución debía triunfar y concluir con el reparto de la tierra o no sería tal. Nunca se rindió. Esa palabra no existía en su vocabulario. Quiso Carranza darle atole con el dedo con su quesque reforma agraria que no estaba mal en el papel, pero que no tenía ninguna prisa por hacerla cumplir. 

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Imagen: Nexos.

Yo seguí mi instinto y escondí las armas. Quizá eso me salvó la vida, a diferencia de lo ocurrido a Emiliano en la Chinameca. Eso no impidió que los “carrancanes” me apresaran después del cobarde asesinato del caudillo del sur, atraído con la promesa de que le darían parque. Pero el tiempo me dio la razón. Después de muchos años de espera y de ver desfilar gobiernos que se decían muy revolucionarios, pero que en el fondo poco hacían, finalmente llegó al poder un líder íntegro y cumplidor; tata Lázaro. Primero se deshizo de Calles y luego empezó de a de verás el reparto de la tierra. Con él en el poder sí creí que ya habíamos conseguido nuestro fin. Se hizo el ingenio del cual fui su primer presidente y se consiguieron importantes mejoras para los trabajadores de la zafra. Entre ellas el hospital donde atienden a todos los que invariablemente, año con año, caen fruto de las picaduras de los alacranes que, por más que quememos hierbas antes de la cosecha, no acaban de desparecer. Lo mismo pasa con los oligarcas explotadores. Por más que se les quemen sus haciendas, ellos resurgen de sus cenizas para buscar volver a encadenar al pueblo con formas más sutiles.

Por eso y por el hecho de que esas ratas catrinas intentaron asesinarme, volví a levantarme en armas. No me gustaba nada el giro que tomaba el país con el nuevo presidente Camacho, al que todo el mundo llamaba camocho por lo puritano y beato que era. Pero lo de sus creencias era secundario comparado con sus actos. Se decía, fundadamente, que estaba pensando cederles una base militar a los norteamericanos en Quintana Roo, nomás para que nos defendieran de los ataques de los alemanes como el que supuestamente había hundido El potrero del llano. A saber primero si fueron los hijos de la chingada de los nazis los que lo tumbaron y, en segundo lugar, nosotros que habíamos luchado 20 años, no necesitábamos ayuda fuereña de ningún tipo y menos aún de los gringos que sólo buscan quitarnos tierras. El caso es que entre el atentado que sufrí y lo que veía en el gobierno de mi país, me decidí y me volví a levantar. No podía ganar, pero daría una buena lucha con la esperanza de que otros, en otros puntos de la República, me siguieran. 

Afortunadamente para mí y para el país, aún pesaba la voz de Cárdenas, Secretario de Defensa bajo el gobierno de Camacho. Se negó rotundamente a que hubiera una base militar gringa y consiguió una solución pactada a mi conflicto e impidió que me mataran. Ésa fue la última vez que me reintentaron reenganchar en las filas del Institucional. Me ofrecieron una diputación local y, como para dorarme mucho la píldora, me hablaron de lo lejos que podría llegar. Que si diputado federal, senador o, ¿por qué no?, gobernador del Estado de Morelos. Yo sabía que eso eran puros cuentos chinos, pero chambas institucionales no me habrían faltado si me hubiese calmado ahí y viviría a cuerpo de rey ahora. Bien pensado, lo de gobernador no estaba mal. Así podría, al menos en mi estado adoptivo, vigilar el correcto funcionamiento de las instituciones y encarrilarlo en el camino revolucionario.

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Imagen: Ricardo Figueroa

Era otra forma de presentar la lucha, pero sabía que no podía ser en el PRI. En ese partido había que corromperse para subir. Por eso formé mi propio partido y me presenté dos veces a la lucha por la silla estatal, pero no había nada que hacer con el del carro completo. Sí o sí tenía que ganar el institucional. Los catrincitos de la casta sagrada habían sido sustituidos por unos nuevos rotitos que, en efecto, seguían hablando con bellas palabras de la Revolución, pero que en el fondo sólo les interesaba complacer a los gringos y llenar sus bolsillos. Son una mafia inamovible que sólo por la fuerza pueden ser arrancados del poder. Me levanté por segunda vez y estuve echando bala por las montañas de Morelos. Nuevamente la prensa me tildó de bandolero y me acusaron de toda clase de injurias. Hasta salió un encabezado que decía “El contrarrevolucionario Jaramillo ataca de nuevo”. Sin embargo, esta vez el cuerpo ya no me acompañó. Los años y las friegas de luchas pasadas me pasaron factura. No me quedó otra más que tranzar con el Gobierno.

Yo ya había hecho suficiente. A otra generación le tocaba plantear la lucha. Además, cómo que eso de pegar tiros ya la gente no lo veía bien. Prolongué la guerrilla para que se cansaran de andarme siguiendo por el cerro y se sentaran a negociar. Y así fue como el nuevo presidente López Mateos, que se las daba de muy campechano y dialogante, mandó a sus licenciados para llegar a un acuerdo con respecto a la viabilidad del ingenio y a mi persona. Negocié lo justo para que me dejaran volver a con mi vieja y los chamacos. De hecho, pude comprobar que no estaba tan cascado como imaginaba. Al cabo de un tiempo en casa, descansando y con la rica comida de Epifania, conseguimos contra todo pronóstico encargar un nuevo chilpayate. Después de todo, ¿por qué no iba a poder ya descansar y vivir tranquilamente, viendo crecer a mi prole como maíces tiernos bajo la luz del sol? Se me llenaron las ideas de ilusiones y, quizá, porque estaba tan contento no desconfíe de los militares que vinieron el otro día, en la madrugada, a mi casa.

Según eso requerían de mi presencia para un acto con el gobernador donde se me concedería la medalla azteca y ya de paso llevarían a mi familia para que me viesen homenajear. También me dijeron que el gobernador me quería consultar unos planes de inversión que tenía para el ingenio. Yo alegué que mi esposa no podría venir dado su estado, pero ellos para convencerme prometieron todo tipo de comodidades, desde darle sombrita hasta atención médica si se requería. Ella, que siempre fue mi principal valedora en todos estos años, fue la primera en apuntarse al carro. Quería verme en el cenit de mi gloria. Cuando llegamos a lo alto de las ruinas de Xochicalco y me encontré con que no había nadie, supe que había caído en una burda celada. La otrora gentileza de los militares tornó en crueldad despótica. No se conformaron con querer matarme, sino que primero me obligaron a ver cómo quebraban a toda mi familia sin importarles que Epifanía llevase una vida dentro.

muerte de zapata
“Canción de la esperanza” de Jorge González Camarena.

Después de la descarga, cuando el cobarde capitán se acercaba para darles el tiro de gracia, no sé cómo logré zafarme y trepar entre la pared hasta llegar al aro del juego de pelota y pasarme al otro lado de la construcción prehispánica. A partir de ahí, corrí monte abajo escondiéndome entre matojos, esperando a cada rato que aparecieran los militares con sus jeeps para aprehenderme y ajusticiarme, pero los únicos carros que pasaron iban con bastante prisa, yéndose de las ruinas como almas perseguidas por el diablo. Una vez sí sentí que ya me habían detectado, y fue cuando el último coche del convoy se detuvo para que meara el capitán Martínez. Pero éste hizo sus necesidades sin notar mi presencia a un par de metros.

Esperé hasta la noche y entonces proseguí mi camino. Me costó mucho llegar ya que por más que hice señas, ningún conductor quiso darme aventón.  Fue al llegar a mi casa que entendí por qué no me habían perseguido los nuevos pelones. Yo, al igual que la revolución, ya estaba acabado. Ambos habíamos perdido. ¿Pa’ qué ensañarse conmigo si me acababan de quitar aquello por lo que vivía? Ahora sólo siento un cansancio de siglos de cadenas oxidadas, mas no rotas, mientras percibo que todo a mi alrededor es atrapado por una niebla impenetrable de la cual yo no puedo salir.


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Gonzalo N. Santos: vergüenza y deshonra para el Ejército Nacional y para México

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Mucho agradezco a Don José Antonio Aspiros Villagómez y a Don Carlos Ravelo la atinada corrección que hicieron a mi escrito en donde erróneamente aparece el nombre “González N. Santos” en lugar de Gonzalo N. Santos, mismo que fue debido a la autocorrección que realizó la computadora. El nombre correcto y completo de ese hombre era Gonzalo Natividad Santos Rivera.

Independientemente de la corrección que mucho agradezco, debo señalar que el número de comentarios que he recibido por la referencia que hice acerca de este individuo, ha sido enorme, y siempre hablando de su conducta delincuencial y lo nocivo que fue para México, pues sus acciones lo convirtieron en un auténtico estereotipo de lo que ha sido la corrupción de la política y la administración pública mexicana durante más de 90 años. La foto que presento a continuación muestra su enorme frivolidad y la poca seriedad del individuo que fue una vergüenza para la política y la milicia mexicana, pues aparece como un remedo de militar usando la gorra oficial como un “pachuco con mucho estilo”, como muchos de los característicos seguidores de Álvaro Obregón y Calles.

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Gonzalo Natividad Santos Rivera, ex político y militar mexicano

Incluyo a continuación algunos comentarios sobre su nefasta participación en la política mexicana. Al igual que Abelardo L. Rodríguez, fue otro de los consentidos de Obregón y Calles, considerado como el primer presidente mafioso por un reportaje de History Channel, pues se dice que en su rancho “El Gargaleote”, dedicado a la ganadería, también cultivaba mariguana y amapola.

Sin embargo, el régimen priista, para aprovechar sus conocimientos de ganadería y fortalecer a las instituciones corruptas que creó y tanto cacareó Calles, lo nombró Subsecretario de Pesca y, para que conocieran las finezas y exquisitos modales de los “políticos mexicanos” en el exterior, Santos también fue nombrado Embajador de México ante el reino de Bélgica.

De Gonzalo Santos se puede decir cualquier cosa, empezando porque fue un líder corrupto, asesino y sanguinario que en sus memorias, con enorme y sorprendente cinismo, hizo un recuento de algunas de sus raterías y hasta de algunos de los asesinatos que cometió, sosteniéndose como cacique del Estado de San Luis Potosí gracias al apoyo que todos los presidentes de México hasta 1978, año en que el gobierno Federal con López Portillo a la cabeza, decidió acabar con sus privilegios y le confiscó su latifundio, dos meses después de lo cual falleció.

A Santos le cabe el nada agradable honor de ser reconocido como un paradigma de la corrupción en la política mexicana.

En 1927 Santos encabezó a la fracción parlamentaria que promovió la modificación a la Constitución para permitir la reelección de Álvaro Obregón en 1928, señalando que iba a darle un sacudida a la Constitución y, muy probablemente como agente de Estados Unidos, ya que después de las enormes concesiones que Obregón realizó a través de los Tratados de Bucareli, mucho convenía a Estados Unidos tener otra vez a un hombre maleable y dispuesto a seguir traicionando a su país como lo hizo Álvaro Obregón cuando era presidente de México.

Durante su gestión como presidente de la República entre 1920-1924, Obregón se ganó la reputación de egocéntrico, megalómano, prepotente, abusivo, cínico, ambicioso, corrupto, perverso, traicionero y asesino.

Gonzalo N Santos
Gonzalo N. Santos rindiendo protesta como Secretario General del Partido Nacional Revolucionario (Fotografía: Colección Archivo Casasola-Fototeca Nacional).

Para julio de 1927, la actitud frívola y aires de grandeza de Obregón se habían convertido en una actitud demencial acelerada por la avanzada sífilis que padecía. (Informe de M. Lagarde, Ministro de la Embajada de Francia, al Quai d’Orsay, Ministerio de Asuntos Internacionales de Francia, el 1º de Julio de 1927).

Afortunadamente, Obregón no llegó por segunda ocasión al poder a pesar de los esfuerzos de Santos, de Calles y de la corrupta y conservadora reacción mexicana que los rodeaba, pero la escuela que creo junto con Plutarco Elías Calles obliga a decir que estos tipos son una vergüenza para el Ejército Nacional y para México; y que casi seguramente, por esa pérfida relación con el gobierno norteamericano, Santos pudo mantener su latifundio intocable y fuera de la ley durante más de 50 años. Su idea sobre la política, la ética y la honradez se basaba en los “ierros” que presumía que aplicaba a sus enemigos (encierro, destierro y entierro), y se reflejaba con precisión en muchas de sus frases “célebres” en las que incluía sus “principios y valores”totalmente distorsionados pero acordes a las ideas y acciones características de Álvaro Obregón, Plutarco Elías Calles, Joaquín Amaro, etcétera:

La moral es un árbol que da moras o sirve para una chingada.
No me gustan los bandidos porque para bandidos, basta conmigo y mi gente.
Indio, gachupín o gringo, al que se me atraviese, lo chingo.

Gonzalo Santos era verdaderamente un hombre despreciable en todos los sentidos y a continuación narro una anécdota de, afortunadamente, mi único encuentro con ese individuo.

En el año de 1973 yo estaba becado en París por CONACYT y por la Agencia de Cooperación Técnica, Industrial y Económica del Gobierno Francés (ACTIM), y mi padre me envió un paquete con un amigo que se hospedaría en el Hilton Torre Eiffel el día 13 de julio, mismo día en que pasé a recogerlo.

Al llegar al mostrador de la recepción había una chica guapísima atendiendo a un viejo que al final me di cuenta de que la estaba tratando de ligar invitándola a cenar y, como el individuo insistía en sus pretensiones, la chica le dijo “usted está muy viejo para mí” y, cortando abruptamente su incómodo intercambio de palabras, se dirigió a mí preguntándome qué deseaba.

Gonzalo N Santos
(Fotografía: Colección Archivo Casasola-Fototeca Nacional).

Cuando ella se retiró para hacer la llamada al amigo de mi padre, me llamó mucho la atención la facha del viejo, pues iba vestido con traje, botas vaqueras, camisa y corbata todo en color blanco, y tras cavilar un momento, me di cuenta de que era Gonzalo N. Santos y se lo pregunté, a lo que respondió, “sí, ¿tú quién eres?”. Mi respuesta fue “Yo soy Arnulfo R. Gómez”, y Santos replicó “¿Qué eres del General?” […]

En ese momento interrumpió la chica señalando que en un momento bajaría el Sr. Albert, amigo de mi padre.

 […] Le respondí “soy su nieto”, respuesta que lo desconcertó momentáneamente, a lo que yo aproveché para decirle “viejo ridículo” y, aunque quiso decirme algo, me retiré sin hacerle caso, para esperar al amigo de mi padre en un sillón de la recepción. 

La realidad es que Santos daba pena con su aspecto de payaso y el ridículo que hacía tratando de ligar a su edad a una veinteañera, sin embargo, lo peor fue que, como ente verdaderamente nefasto, lo identificaban como mexicano.

Posteriormente, un muy apreciado amigo mío me comentó esta situación de una manera muy realista señalando que, un ex-todo activo ancestral de la política mexicana le dijo que, el secreto para andar con chavas guapas en la tercera edad era “darles más dólares que asco”… sin duda, una realidad que encarnaba perfectamente Gonzalo N. Santos.

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Gonzalo N. Santos, acompañado de hombres, durante una reunión en un salón (Fotografía: Colección Archivo Casasola-Fototeca Nacional).

Aprovecho la ocasión para comentar que mi estancia en París, en el año de 1973, fue como becario de CONACYT y el ACTIM, y que fue en ese año que inicié el estudio del mercado del aguacate en Europa, por lo que posteriormente, en 1984, siendo Cónsul en Rotterdam y Consejero Comercial de México para el BENELUX y Países Escandinavos, creé el Proyecto de Promoción y Exportación de Aguacate a Europa, mismo que permitió iniciar la exportación continua y sistemática de aguacate a Europa de forma tan exitosa que actualmente, el aguacate, es el principal producto agrícola de exportación mexicana y, nuestro país, el principal productor y exportador de este producto a nivel mundial.

En 1987, sin todavía haber iniciado la implementación del proyecto de exportación de aguacate, las ventas mexicanas al exterior totalizaron 1,675 toneladas; en 1988, primer año de implementación del proyecto de aguacate, la exportación fue de 13,100 toneladas, es decir, un incremento de 682% en sólo un año.

En el año 2016, la exportación total de aguacate ascendió a 1 millón 22,210 toneladas, es decir, 2,314 millones USD, lo que convirtió al aguacate en el primer producto agrícola de exportación mexicana al desbancar al tomate (1,905 millones USD), y se ubicó como el 30º producto más importante de la exportación total de México.

Para el año 2019, el aguacate se consolidó como el principal producto agrícola de exportación mexicana con un valor total de 3,104 millones USD (1,280,930 toneladas), y ascendió al 22º lugar en la exportación total de México, consolidando a nuestro país como el principal productor y exportador mundial de aguacate.


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Kingo Nonaka, el médico casual de Madero

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Con su hermano mayor y un tío salió a los dieciséis años de su querido Japón. Tras meses de travesía llegó a Salina Cruz, Oaxaca, para trabajar en el campo. Oaxaca no le funcionó y decidió caminar durante tres meses por las vías de tren hasta Ciudad Juárez, Chihuahua, de donde quería saltar al otro lado. Sin embargo las cosas se complicaron y terminó de mil usos en un hospital, donde a puro buen ojo aprendió el oficio de menear el bisturí. Después cayó la Revolución, y como había más heridos que doctores, le tuvo que entrar de cirujano, trabajando jornadas de dieciséis horas, hasta que un día pidió permiso para descansar en casa de un compadre. Mientras descansaba se soltó una balacera y entre los balazos llegó alguien cargando a un herido; lo curó sin miramientos y después se enteró que era nada menos que don Francisco I. Madero.

Se cayeron bien y se sumó a sus filas. Después se fue con Villa tres años, quien lo ascendió a capitán y lo nombró jefe del batallón de salud. Cansado del trote revolucionario regresó a Ciudad Juárez a ser director del hospital que lo vio crecer. Se casó y después de cinco hijos se mudó a Tijuana buscando nuevos horizontes. En “Tiyei” (TJ) primero fue barbero, después comerciante y de pasada se convirtió en el primer fotógrafo en documentar la historia de la ciudad y su gente por más de dos décadas, inmortalizando con sus cromos el lado “blanco” de Tijuana. Con la Segunda Guerra Mundial tuvo que irse a la capital, donde fue de los fundadores del Instituto Nacional de Cardiología; y así un largo etcétera, hasta que murió en 1977.

Así fue la maravillosa vida del japonés Kingo Nonaka, naturalizado mexicano y bautizado como José Genaro Kingo Nonaka.

Hacia finales del siglo XIX el gobierno de Díaz promovió leyes y facilidades para que tanto mexicanos como extranjeros colonizaran las remotas tierras del país. Fue así que, en 1888, México se convirtió en el primer país occidental en firmar un tratado con un país asiático, Japón.

 A los hijos del Sol Naciente les cayó de perlucas la invitación, pues entonces sus cuatro islas comenzaban a sobrepoblarse: cuando Benito Juárez murió, en 1872, México contaba con nueve millones de habitantes, mientras Japón –cinco veces más chico que México–, tenía treinta millones (de los conejos después hablamos).

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Fotografía: Kingo Nonaka (Archivo Histórico y la Sociedad de Historia de Tijuana).

En México prácticamente no se sabía nada de los japoneses, ya que estuvieron literalmente aislados del mundo por mucho tiempo. Los primeros mexicanos en visitar formalmente la tierra de los samuráis, fue una curiosa expedición de astrónomos y científicos, encabezada por el científico jalapeño José Francisco Díaz de Covarrubias, que en 1874 se aventuraron hasta allá con la finalidad de observar el tránsito del planeta Venus frente al Sol (de la travesía después hablamos). En sus memorias de viaje, Díaz de Covarrubias escribió de los japoneses: “Son casi siempre afables, corteses, valientes y dóciles para aceptar todo género de cultura, mientras que en los chinos raras veces se encuentran cualidades semejantes”.

Kingo Nonaka nació en Fukuoka, al noroeste del país, en 1889. En busca de mejores oportunidades, Kingo, su hermano mayor y su tío se unieron a la migración japonesa a México. Venían ilusionados y con muchos planes. Desgraciadamente el hermano enfermó de gravedad y lo bajaron del barco en Hawái.

En diciembre de 1906, Kingo y su tío llegaron a Salina Cruz, Oaxaca. A los cuatro días ya estaban macheteando de sol a sol en Santa Lucrecia, un cañaveral donde también trabajaban más de mil japoneses junto a quinientos mexicanos. Otro mal golpe del destino cayó sobre Kingo cuando al mes su querido tío murió de paludismo. Pronto en Oaxaca las cosas se volvieron insoportables y Kingo, junto con varios compatriotas, decidieron emigrar a Estados Unidos, vía Ciudad Juárez, que entonces era la ciudad con el mayor número de japoneses en el país. Según censos de la época, entre 1895 y 1909, había ocho mil quinientos de ellos.

Después de caminar dos mil seiscientos kilómetros por las vías del tren, Kingo llegó a la ciudad fronteriza. Como no era tan fácil la cruzada, muchos de los compatriotas se desesperanzaron y desistieron. Kingo siguió necio, pero sin un peso y sin hablar nada del idioma las cosas se pusieron extremas. Haciendo señas vivía de limosna y dormía en la banca de un parque frente a la iglesia. Siendo bajito de estatura y más flaco que pantorrilla de canario, parecía un niño harapiento y abandonado a la buena de Dios.

Fue cuando apareció su ángel de la guarda, en la figura de Bibiana Cardón, una señora que iba a misa todos los días y que se lo llevó a su casa. La familia Cardón, de posición acomodada, lo adoptó con cariño, le enseñaron el idioma, lo bautizaron y pronto José Genaro Kingo Nonaka comenzó a trabajar en el negocio familiar, que era un gran almacén de forrajes para ganado y semillas.

Por supuesto, con la Revolución los pillastres malnacidos saquearon y quemaron el almacén de los Cardón y todo se fue al traste. Viendo que José no se hallaba, la señora Cardón se lo llevó al Hospital Civil y Militar de Ciudad Juárez, donde era jefa de enfermeras. Ahí comenzó a trabajar de “jardinero”, sin sueldo. A los tres meses pasó a encargarse de la limpieza de ciertas áreas del hospital, con un sueldo de 7 pesos. Un año después ganaba 25 pesotes; su trabajo, dice él mismo en sus memorias, “consistía en llevar medicinas a los enfermos, material de curación a los enfermeros o enfermeras, hacer curaciones sencillas y poco tiempo después, curaciones más complicadas. Al año recibí el nombramiento de enfermero de primera categoría; exactamente el 2 de diciembre de 1910, el día que cumplí 21 años de edad, con un salario de 75.00 pesos al mes y haciendo solemnemente el juramento hipocrático”.

Con la Revolución a todo mecate, José Nonaka no le quedó otra más que entrarle a meter cuchillo a destajo: “(…) a falta de personal médico y de estar observando el trabajo de los cirujanos, aprendí como usar el bisturí. (Lo hacía) sin descansar, sin dormir o dormir unas horas, (…) razón que me obligó a pedir al doctor administrador del hospital un permiso de unos días para descansar; concediéndomelos, sin saber que ese permiso cambiaría el rumbo de mi vida.”

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Fotografía: Archivo Histórico y la Sociedad de Historia de Tijuana.

La noche del 4 de marzo de 1911, el ejército de Madero llegó a Galeana, Chihuahua, para de ahí planear un ataque a Casas Grandes, precisamente donde Kingo Nonaka visitaba a su compadre y compatriota, Ricardo Nakamura. La casa de adobe era grande, aireada y estaba a pie de la plaza. El 6 de marzo Madero atacó el pueblo. La batalla duró más de cuatro horas, de la cual Madero salió perdiendo y herido. José Genaro cuenta el hecho:

Estábamos platicando largo rato, hasta que nos interrumpió un fuerte tiroteo acompañado de cañonazos y el estallido de granadas durante varias horas. Después, un poco de calma y silencio. (…) en la calle se escuchaba gente llorando, gritos, rezos (…).

“En eso estábamos cuando tocaron la puerta fuerte y con mucha insistencia, me asomé por la ventana y vi que eran los vestidos con sombrero tejano y que hablaban en voz alta. Abrió la puerta mi compadre y uno de ellos preguntó:

—¿Tienen alcohol o petróleo?, lo necesitamos para un herido.

Vi que traían a un señor herido de la mano derecha, me dirigí a él, que estaba sangrando abundantemente, le dije:

—Veo que viene herido y si usted gusta, yo lo curo, soy enfermero diplomado.

“Al examinarlo me di cuenta que no era una herida grave, que solamente fue el roce de una esquirla de granada la que produjo la herida. Hasta ese momento, yo no sabía quién era ese señor. Solamente me fijé que era una persona de baja estatura, bien vestido, con sombrero tipo tejano, polainas, con bigote y barba estilo francés, comúnmente llamada ‘piochita’. Cuando terminé de curarlo, me dio las gracias y quería pagarme con un billete de 10.00 dólares; yo me negué, argumentando que yo no cobraba por ese servicio, que era mi deber y me contestó:

—Tome el dinero, y además, usted, doctor, se viene con nosotros, y será nuestro doctor, así es que póngase su saco y su sombrero, vámonos.

“Volteé hacia la puerta y vi a los acompañantes del señor, uno llevaba el veliz de mi ropa y otro llevaba mi estuche médico, inmediatamente le dije:

—Señor, yo no puedo ir con ustedes porque estoy trabajando en el Hospital Civil y Militar de Ciudad Juárez, y si no me presento a trabajar, me tornaran como desertor y posiblemente, a la cárcel voy a parar.

Y el señor que curé me contestó:

—No te preocupes, yo respondo de ti.

Lo más curioso fue que no me preguntó mi nombre, ni de qué origen era o déjame ver tu pasaporte, solamente me dijo:

—Vámonos, la Patria necesita gente como usted, doctor.

Me despedí de mi compadre y de su familia y me llevaron hasta la colonia Juárez, que es de mormones. Al día siguiente supe que el señor que curé era el jefe revolucionario Francisco I. Madero, ¡vaya Sorpresa!”.

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Francisco I. Madero (Fotografía: Kingo Nonaka, Archivo Histórico y la Sociedad de Historia de Tijuana).

Así comenzaron las andanzas revolucionarias de este médico a palos. Participó en catorce batallas importantes, dos con Madero y doce con Villa. Cabe mencionar que por órdenes de Villa, Kingo Nonaka conformó el mejor servicio sanitario de la Revolución mexicana.

Ahora bien, la amistad entre José Genaro K. Nonaka y Francisco I. Madero tuvo una trascendencia importante. Esto lo documenta el licenciado Sergio González Gálvez, quien comenta que de alguna manera la amistad de Madero con Nonaka abrió la relación con el personal de la Legación japonesa en México:

“Un episodio no muy conocido de los vínculos entre Japón y México es la defensa que hizo el encargado de negocios de la Legación japonesa en México de la familia de Francisco I. Madero, a los que salvó de ser asesinados, como ocurrió con Madero. La valentía del encargado de negocios japonés, de nombre Kumaichi Horiguchi, llegó al grado de poner la bandera japonesa en la puerta para frenar la intromisión de las fuerzas del usurpador Huerta; de este modo, más de treinta personas, entre ellas la esposa del presidente Madero, sus padres y sus hermanas junto con sus hijos, en compañía de todos sus sirvientes, salvaron la vida por la intervención del citado diplomático japonés” [i]

¡Salchichas!, el espacio se me termina y se podrían escribir varios libros sobre José Genaro Kingo Nonaka, así que resumo:

Después de la Revolución, el capitán Kingo Nonaka regresó a trabajar al hospital de Ciudad Juárez, donde conoció a su esposa, la enfermera Petra García Ortega. En 1921 se mudaron con todo y cinco chilpayates a Tijuana. Tres años después, el presidente de la República, Plutarco Elías Calles, firmó su carta de naturalización como ciudadano mexicano.

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Carro alegórico de la colonia japonesa en Tijuana, 1925 (Fotografía: Kingo Nonaka).

En Tijuana, y por azares del destino, comenzó a tomar fotografías de gente común y corriente. Esto gustó mucho y lo llevó a poner un estudito fotográfico que rápidamente se hizo famoso. Ya como fotógrafo profesional, el gobierno lo contrató para tomar fotografías de los detenidos y presos en la cárcel pública. Siendo policía y fotógrafo y siempre buscando superarse, estudió por correspondencia un diplomado en Fotografía, Dactiloscopia, Criminología Grafología, graduándose en 1933 del Institute of Applied Science, de Chicago:

“Entre 1923 y 1942, Nonaka tomó con su cámara Graflex cientos de imágenes de la Tijuana de los años veinte, treinta y principios de los cuarenta, en especial de las actividades cotidianas de sus habitantes. Por ello, este personaje japonés fue un pionero de la fotografía de la ciudad, ya que sus imágenes se han constituido en clásicas para conocer la Tijuana de ese periodo”, comenta José Gabriel Rivera Delgado.[ii] En 1934 creó una escuela mecánica automotriz para dar oportunidad de estudios a los jóvenes que andaban de malandros.

En 1942, en plena Segunda Guerra Mundial, se desató en México una fuerte segregación contra japoneses y alemanes. José Kingo Nonaka y familia tuvieron que mudarse a la Ciudad de México, donde fue uno de los fundadores del Instituto Nacional de Cardiología. También vivió en Monterrey donde siguió trabajando hasta su muerte, a los 88 años.


Notas:
[i] Sergio González Galván, “Eventos históricos de la relación México-Japón”, Revista Mexicana de Política Exterior, marzo-junio, 2009.
[ii] Genaro Nonaka García (comp.), Kingo Nonaka: Andanzas Revolucionarias, Editorial Artificios, Mexicali, BC, 2014.


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La sombra del revolucionario

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Martín Luis Guzmán pertenece a ese reducido círculo de seres que desde muy temprana edad ofrecen muestras irrefutables de inteligencia viva y extraordinaria. Originario de Chihuahua (1887), a los trece años editó en Veracruz un periódico escolar quincenal, Juventud, donde publicó un artículo sobre Víctor Hugo y otro sobre “El contrato social” de Juan Jacobo Rousseau. Esto se anota como dato curioso en su biografía, pero creo que en verdad se trata de la primera confirmación de su vocación y amor entrañable por las letras y por el periodismo.

El propio Guzmán dijo a Emmanuel Carballo que aunque escribía para sí mismo, publicó a los 21 años un discurso pronunciado en una jornada organizada por estudiantes para conmemorar la Independencia. El tema del discurso fue “Morelos y el sentido social de la guerra de Independencia” y gracias a su publicación, Jesús T. Acevedo lo descubrió y lo llevó al Ateneo de la Juventud.

Atrapado en esta era de nuevas tecnologías, siento nostalgia por la época en que la comunicación interpersonal era la forma de relación por excelencia, porque además de la inteligencia e información que era menester llevar a cuestas para realmente integrarse a esas convivencias, había que ejercer una cualidad que la sociedad moderna anestesió: la capacidad de escuchar a la persona y al grupo. Guzmán cuenta de las largas, larguísimas conversaciones que sostenía con Julio Torri, con José Vasconcelos, con Pedro Henríquez Ureña, con Antonio Caso, con Alfonso Reyes, y de la energía intelectual que chisporroteaba en esos prolongados intercambios.

Pero Martín Luis Guzmán no sólo fue hombre de libros y de ideas. Su interés por la política y una clara visión revolucionaria lo llevaron a unirse a las fuerzas de Francisco Villa con el grado de coronel. Al triunfo de Carranza sobre Villa, Martín Luis partió al exilio y escribió su primer libro, La querella de México, en el que narra su percepción de la Revolución mexicana. Después vendrían muchos más. Esta dualidad pudiera explicar la gran ambivalencia que en los ambientes intelectuales se percibe sobre este autor.

pancho villa
José Doroteo Arango Arámbula “Francisco Villa” (Fotografía: Farenheit).

El águila y la serpiente apareció en Madrid en 1928. Originalmente se llamaría A la hora de Pancho Villa, mas por fortuna este título no fue del agrado del editor, Manuel Aguilar, y se cambió al que conocemos. Los críticos han dicho de ella que “recrea con precisión un acontecimiento histórico, la revolución hecha gobierno, configurando una estética cercana a la tragedia griega para determinar cuáles son los usos y abusos del poder”.

¿Y el escritor qué pensaba de esta obra? Escuchemos: “[…] yo la considero una novela, la novela de un joven que pasa de las aulas universitarias a pleno movimiento armado. Cuenta lo que él vio en la Revolución tal cual lo vio, con los ojos de un joven universitario. No es una obra histórica como algunos afirman; es, repito, una novela. La sombra del caudillo […], al mismo tiempo que una novela, es una obra histórica en la misma medida en que pueden serlo las Memorias de Pancho Villa. Ningún valor, ningún hecho, adquiere todas sus proporciones hasta que se las da, exaltándolo, la forma literaria”.

Martín Luis Guzmán incursionó en varios géneros. Además de novela escribió ensayo, biografía, crónica histórica y, por supuesto, textos periodísticos. Su cultura desbordante, su estilo pulcro y pulido, y un gran sentido del deber para consigo mismo como escritor, hacen de los textos de Guzmán una lectura fluida y apasionante.

Pero si debiera elegir una característica de mi predilección en la escritura de Martín Luis ésta es la mexicanidad. A este hombre que declaraba haber abrevado en Tácito, Plutarco, Cervantes, Quevedo y Rousseau, le preocupaba el status alcanzado por la literatura mexicana, y de ahí seguramente su inquietud por contribuir al ensanchamiento de lo mexicano.

No resulta así extraño que Martín Luis Guzmán identificara al movimiento revolucionario como el impulsor por excelencia de las letras mexicanas, aunque aseguraba que la llegada de una literatura nacional había sido tardía. Sobre el punto dijo: La Independencia de México la consumó la clase opresora y no la clase oprimida de la Nueva España. Los mexicanos tuvimos que edificar una patria antes de concebirla puramente como ideal y sentirla como impulso generoso; es decir, antes de merecerla. En estas condiciones no podíamos crear una auténtica literatura nuestra. La Reforma trató de realizar la verdadera Independencia, de romper interiormente el orbe colonial. No hubo tiempo: apareció Porfirio Díaz.

martin luis guzman
Ilustración: Carreño.

Aunque quizá la afirmación encierra una injusticia para autores como Fernández de Lizardi, Justo Sierra, Payno, Ireneo Paz, Riva Palacio y otros, lo cierto es que, en conjunto, ningún movimiento había cimbrado a la sociedad mexicana hasta el punto de ser recurrentemente motivo de interés y reflexión en la expresión artística de un pueblo.

En el caso de Martín Luis Guzmán esta veta le costó ser víctima de un abierto acto de censura desde la cúspide del poder político. La sombra del caudillo, novela en la que Guzmán elabora un cuadro preciso sobre la presidencia de Plutarco Elías Calles, apareció en 1929.

De esa obra, John Brushwood apunta que “Es un elocuente comentario sobre el régimen de Calles el hecho de que cuando Guzmán necesitó un hombre honrado tuviera que inventarlo”, en referencia a Axcaná González, el único personaje de ficción en las páginas del libro. Así, cuando La sombra del caudillo llegó a México –pues primero se publicó en España– enfureció al presidente Calles.

Permitamos a don Martín Luis decirlo con sus propias palabras:

Cuando llegaron a México los primeros ejemplares de La sombra del caudillo, el general Calles se puso frenético y quiso dar la orden de que la novela no circulara en nuestro país. Genaro Estrada intervino inmediatamente e hizo ver al Jefe Máximo de la Revolución que aquello era una atrocidad y un error. Lo primero, por cuanto significaba contra las libertades constitucionales y lo segundo, porque prohibida la novela circularía más.

El gobierno y los personeros de Espasa-Calpe (editorial que publicó la obra), a quienes amenazó con cerrarles su agencia en México, llegaron a una transacción: no se expulsaría del país a los representantes de la editorial española, pero Espasa-Calpe se comprometía a no publicar, en lo sucesivo, ningún libro mío cuyo asunto fuera posterior a 1910. En Madrid, la editorial se vio obligada a cambiar el contrato en virtud del cual yo tenía que escribir cierto número de capítulos al año, y el cambio se hizo de acuerdo con el requisito impuesto por Plutarco Elías Calles.

la sombra del caudillo
Derecha: Francisco Plutarco Elías Campuzano, militar y presidente de México.

Pero la implacable pareja don Tiempo y doña Historia habría de poner las cosas en su lugar –como siempre– y derrotado el régimen callista y triunfantes la inteligencia y la tolerancia, Martín Luis Guzmán fue acogido con honor y respeto por el presidente Lázaro Cárdenas y los gobiernos subsecuentes. Ingresó a la Academia Mexicana de la Lengua en 1940 y en 1958 ganó el Premio Nacional de Literatura y el Premio Manuel Ávila Camacho.

También combinó su incansable tarea de escritor con la de servidor público. Fue Senador de la República. A principios de los sesenta se hizo cargo de la presidencia de la Comisión Nacional de Libros de Texto Gratuitos. Desde 1942 y hasta el día de su muerte, el 6 de diciembre de 1976, estuvo al frente de la revista Tiempo, que fue en la década de los cuarenta un atisbo de modernidad en el periodismo mexicano, siempre con las limitaciones que imponía el sistema político.

Ahora bien, es durante su desempeño como funcionario y como periodista que Martín Luis Guzmán se forja su mentada leyenda negra. Y valga decir que en esto, como en otras facetas de su vida y obra, tampoco puede uno sugerir accidentes o medianías. En primer lugar se cuestiona la postura de Tiempo ante el movimiento estudiantil de 1968 –calificó a los estudiantes de agitadores y justificó la acción del régimen diazordacista– y se le tacha de reaccionario sin, me parece, tomar en cuenta las circunstancias del momento. Francamente, quienes vivimos aquel año tendríamos serios problemas para separar la paja del grano en cuanto a la actitud de los grandes medios frente al conflicto, si olvidamos las correas de control que el régimen ejercía sobre los medios impresos y los incipientes informativos electrónicos.

medios del 68
Imagen: El Ceo.

Emmanuel Carballo dice del asunto: La leyenda negra de don Martín, en el México de ayer y hoy, de tan común y corriente deja de ser negra; cuando mucho es gris. Como hombre cometió deslealtades, errores y desviaciones ideológicas que empequeñecen su figura; de escasos escritores mexicanos se puede afirmar lo contrario. Como Reyes, supo ser medroso por conveniencia, y como Vasconcelos (hombre también con el orgullo herido) no pudo conservar en la edad adulta y la vejez las ideas generosas y progresistas de los años mozos.

Variantes de esta afirmación han menudeado y de manera arbitraria se ha confundido su actuación política con su valor como escritor, como si la primera disminuyera al segundo. Este caso mexicano recuerda al argentino Jorge Luis Borges, a quien se reprochaba su posición de derecha. Era frecuente que a continuación de los reconocimientos a la gran calidad de su literatura se añadiera el lastimero “¡pero es tan reaccionario!”, en un tono que no admitía refutación y como si tal inclinación política degradara al artista.

¿No le parece al lector que es temerario mezclar estas consideraciones? A mi sí. Es un camino desafortunado para descubrir revolucionarios y lo es más para apreciar la obra de un creador.

En Martín Luis Guzmán encuentro imaginación, trabajo, persistencia. La ideología puede ponerse a debate, pero su ejercicio periodístico, sobre todo en Tiempo, no lo realizó en la soledad. Colaboraron con él Xavier Villaurrutia, Germán List Arzubide, Francisco Quijano y Leopoldo Zea. Y, como muchas obras que proponen y caminan, la suya estuvo desde siempre sujeta a la polémica, y aún sigue allí, para enfrentar y desmentir las críticas ideologizadas y hacer frente a la prueba del tiempo.

Juego de ojos.

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La gripe española durante la Revolución mexicana

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Ante la pandemia de COVID-19 que en este momento se enfrenta, quizá valga la pena recordar y revisar la epidemia de gripe que se abatió sobre el mundo, incluido México, hace un poco más de 100 años. La epidemia a posteriori se denominó como “la gripe española”, no porque se iniciara en España, al parecer la epidemia se inició en Estados Unidos, en donde la mortalidad por influenza se elevó súbitamente en 1915-1916 por un elevado número de casos, pero poco después por un incremento en la mortalidad que ocasionaba. Se desarrolló, especialmente, en los campamentos militares que en Estados Unidos estaban en ese entonces establecidos a lo largo de todo el país. El incremento de las fuerzas del Ejército en esa época fue notable ante el desarrollo de la “Gran Guerra” en Europa, la Primera Guerra Mundial (1914-1918).

El destino de la gripe y de la guerra estuvieron interconectados, a pesar de saberse de la epidemia entre sus tropas, el gobierno estadounidense decidió enviar un gran número de soldados especialmente a Francia, para combatir a Alemania. Desde el punto de vista bélico esto fue un acierto porque la guerra se terminó; puede que no sólo por haber vencido, sino que también por el desastre que entre todos los combatientes se desencadenó por las consecuencias de la enfermedad. Por supuesto que dadas las condiciones de la época y por las circunstancias en que esto se desarrolló, las cifras de los enfermos y la mortalidad por influenza son muy imprecisas y variables. Se acepta que fallecieron unos 50 millones de personas en Europa, se dice que en China murieron alrededor de 30 millones, y en Estados Unidos se registraron entre 750 mil y un millón de defunciones.

gripe espanola

El destino de la Gran Guerra pudo estar marcado porque en corto tiempo murieron entre un millón y millón y medio de alemanes, en muy corto tiempo. Una de las razones de la denominación de gripe española es que fue el único país europeo en que se manifestó la tragedia sanitaria y, entre otras causas, porque España no estaba involucrada en la Primera Guerra Mundial; fallecieron aproximadamente 600 mil españoles, cuando la población total rondaba los 20 millones –anoto que en Estados Unidos la población era cerca de los 100 millones–.

Ante esta situación, México se había mantenido relativamente apartado de la pandemia, hasta que en 1918 un barco que ingresó por Veracruz, desatando varios casos de manera inusitada. Diversas circunstancias hicieron que el crecimiento de la epidemia resultará exponencial. Primero, el hecho de que Venustiano Carranza encabezara un gobierno débil emanado de enormes luchas internas y que se vivía una gran inestabilidad que culminó con su asesinato en 1920. Segundo, las limitaciones para el tratamiento en la época eran enormes, por supuesto, no existían los recursos con los que ahora se cuentan; el Jefe del Departamento de Salubridad, antecedente de la Secretaría de Salubridad, era el Dr. José María Rodríguez y Rodríguez, un distinguido médico, que además tuvo una participación notable en la política de ese periodo.

politicos mexicanos
Venustaino Carranza, político y estratega mexicano, y Dr. José María Rodríguez y Rodríguez, médico y militar mexicano.

Fue diputado del Congreso Constituyente, donde defendió el establecimiento de instituciones sanitarias; ya había participado en algunas emergencias sanitarias, una notable fue la epidemia de salmonelosis que no tuvo mayores consecuencias. Aunque por las mismas causas que comentaba más arriba, la información es imprecisa; se menciona que fallecieron entre 500 y 600 mil mexicanos a consecuencia de la gripe española, cuando el número de habitantes en México era de 15 millones, lo que quiere decir que resultó absolutamente devastadora, y la respuesta de las instituciones sanitarias fue muy deficiente aun comparando con los resultados obtenidos en la época. Muy probablemente porque el gobierno era una institución débil, y pobre porque en diferentes fases y, en diferente intensidad, la Revolución mexicana se había extendido por ocho años ya, y todavía le faltaban unos años por culminar, algunos autores piensan que muchos años más.

El número de muertos durante la Revolución es sumamente impreciso, además de las dificultades administrativas y de información propias de ese entonces, la inconstancia se agravó porque el censo de 1920 se llevó a cabo de manera muy irregular e imprecisa. El presidente Felipe Adolfo de la Huerta, quien gobernó unos meses en 1920, luego del asesinato de Carranza y posteriormente del general Obregón, no pudieron o no quisieron darle la importancia al análisis demográfico, resultado del censo que desorganizadamente hicieron. Se dice que algunos resultados estatales fueron recogidos hasta 1922. A tal grado que algunos expertos piensan que los resultados emanados no son dignos de ser tomados en cuenta. No se ha analizado mucho la mortalidad y sus causas durante la Revolución mexicana.

Robert McCaa tiene un trabajo (2003) que a los inexpertos nos ayuda a imaginar el fenómeno cuantitativa y cualitativamente, Garciadiego ha escrito y dictado conferencias al respecto. La cifra de fallecimientos extraordinarios durante el periodo revolucionario se ha establecido entre uno y dos millones. Atreviéndonos a establecer una división de causas, podríamos decir que entre 500 y 600 mil fallecieron por gripe, entre 600 y 700 mil murieron por causas violentas originadas de la guerra, y varios expertos comentan que el resto, al realizar análisis demográficos, fueron a consecuencia de una disminución notable del número de nacimientos, cifra que se establece en unos 700 mil. Insisto que todo esto en un contexto poblacional de 15 millones, es decir, más de 10% de la población perdió la vida por causas innecesarias y en una edad productiva.

gripe en la revolucion mexicana
Fotografía: Wikimedia.

La emergencia sanitaria que vivimos actualmente por supuesto que no es la primera que enfrentamos, hace sólo 11 años lo hicimos por una gripe probablemente parecida a la gripe española, y lo pudimos hacer de forma más o menos adecuada. Nunca será la ideal porque la gente se enferma y algunos fallecen, pero se aprendió mucho, científica, médica y socialmente.

Un problema extra ante la COVID-19 es que se trata de una enfermedad nueva, sólo se conoce hace tres o cuatro meses; los que piensan que ya saben cómo es el nuevo virus y la nueva enfermedad, incurren en soberbia. Entiendo las dificultades de las decisiones, pero hay que irlas tomando con el conocimiento y la evidencia existente en el momento.


Referencias:
Javier Garciadiego. “No todo el millón de muertos de la Revolución pereció en batalla”. Crónica.com.mx, 21-10-2016.
Robert McCaa. “Los millones desaparecidos: el costo humano de la Revolución mexicana”. Estudios Mexicanos. 19:2:367-400.


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