Ahora que prácticamente todos tenemos la percepción de que el gobierno nos engaña, especialmente tratándose de los números relacionados con las personas contagiadas y muertas con motivo del coronavirus, conviene adentrarnos en el libro sobre la mentira, “Lying” de Sam Harris, que se ha convertido en un clásico sobre la materia. Este famoso autor de la Universidad de Stanford y con varios best sellers del New York Times, afirma que una de las muchas paradojas de la vida humana consiste en que con frecuencia hacemos cosas aunque nos provoquen infelicidad; tal es el caso de mentir. Aunque en su libro trata de encontrar ejemplos de mentiras virtuosas o justificadas, muy pronto llega a la conclusión de que casi siempre vale la pena decir la verdad.
Mentir, aún en el caso de las llamadas “mentiras piadosas” o pequeñas mentiras sin mayor importancia, acarrea daños a las relaciones interpersonales y a la confianza pública. El sufrimiento causado por mentir se resuelve fácilmente, simplemente diciendo la verdad. El autor aclara que aunque los límites no son del todo claros, no todas las formas de engaño son mentiras y que, aun diciendo la verdad, se puede engañar. Mentir es engañar intencionalmente a otros cuando esperan una honesta comunicación y entienden algo ajeno a la verdad. También esclarece los conceptos de “verdad” y “veracidad”. Hablar con veracidad implica decir con claridad lo que pensamos, lo cual no significa que nuestros pensamientos sean verdaderos, ni que estamos diciendo toda la verdad. Expresar nuestro grado de incertidumbre es una forma de “honestidad”. El intento de comunicarse con honestidad es la medida de la veracidad.
Entonces, si sabemos que mentir lleva necesariamente a la infelicidad, ¿por qué mentimos? Para tratar de evitar ridículos, para exagerar los logros personales o disfrazar los errores, para hacer promesas que no pensamos cumplir, para ocultar defectos o para tratar de proteger los sentimientos de las personas a las que queremos. En ocasiones mentimos con eufemismos, con palabras suaves para evitar ofender si somos demasiado francos, o como táctica de silencio, pero la mentira surge cuando comunicamos a otro algo distinto a lo que pensamos. Erróneamente se piensa que quien miente queda libre si el engañado no detecta la mentira, pero hay que considerar que nos sentiríamos traicionados si los papeles de mentiroso y engañado fueran los contrarios.
La confianza retribuye mucho a quien goza de ella, y el engaño y la desconfianza es el otro lado de la misma moneda y daña a quien la padece. La gente honesta es refugio de otros ante la certeza de que no dirán una cosa frente a nosotros y otra a nuestras espaldas, y que nos dicen lo que piensan cuando cometemos errores. La honestidad es un regalo para los demás y una fuente de poder y de simplicidad, pues nos permite ser siempre nosotros mismos y actuar con libertad. Es absurdo que por pretender evitar una incomodidad instantánea, mintamos y provoquemos problemas de largo plazo por ocultar la verdad. Se puede ser honesto y amable simultáneamente, diciendo la verdad sin ofender. La clave está en compartir a nuestro interlocutor la información con la que contamos y que le puede ser de utilidad, lo que permite a ambos crecer.
En cuanto a los tipos de mentiras, Sam Harris distingue las transgresiones éticas, entre actos de comisión y actos de omisión, y reconoce que son generalmente más criticados los primeros, pues tal como mentir implican una acción negativa, y los segundos suponen dejar de corregir una impresión falsa en los demás, pero afirma que desde la perspectiva ética una mentira causada por omisión tiene que aclararse. Se refiere a las “mentiras blancas” que pretenden evitar incomodar a otros, pero asegura que dañan la sinceridad, autenticidad, integridad y entendimiento mutuo, que son fuente de riqueza moral y que se destruye en cuanto contradecimos deliberadamente lo que pensamos.
Implica arrogarnos la facultad de juzgar, qué tanto el otro debe entender de su propia vida, pretendiendo decidir por él. Significa no proveer información útil o ayuda honesta al otro. El pretender dar al otro confianza sobre bases falsas, significa robarle tiempo, energía y motivación que podría utilizar en otros propósitos de manera más eficiente. En estos casos, la honestidad exige comunicar nuestras propias dudas sobre nuestras opiniones, a efecto de limitar su impacto en los otros, porque desde luego podemos estar equivocados.
Respecto de los secretos, especialmente cuando otro nos pide confidencia, el autor deja en claro que la honestidad no obliga a revelarlos y que ante preguntas indiscretas y directas al respecto, es válido decir que se prefiere no contestar. Desde luego el secreto profesional de abogados, psicólogos, terapeutas y confesores, entre otros, en forma cotidiana los guardamos, con pleno derecho a ello. Sobre mentiras in extremis, nos recuerda la posición radical de Kant en el sentido de que mentir siempre implica una violación a la ética, aun en caso de pretender evitar con ella la muerte de un inocente, lo cual pone el autor en tela de juicio, aunque reconoce que sólo en casos excepcionales que raramente se presentan en la vida real, la mentira pudiera justificarse, en cuyo caso produciría de todos modos un daño en la comunicación honesta y sugiere una frase para una posible salida en esos casos: “No te lo diría, aun en el caso de que lo supiera”. Tal sería el caso de que un nazi nos preguntara si estamos escondiendo a algún judío, si alguien ha realizado algo ilegal pero no inmoral y que por nuestra contestación pudiera ser castigado gravemente conforme a una ley injusta, o en casos de guerra en donde se aplica la llamada ética de emergencia.
La dificultad de mentir estriba en que obliga al mentiroso a llevar la cuenta de sus mentiras para no contradecirlas en el futuro, en cambio, decir la verdad nos libera y nos permite ser nosotros mismos. El decir algo y contrariarlo con el actuar nos vuelve vulnerables. Eso es lo que suele pasar a los políticos con las grandes mentiras con las que pretenden engañar al pueblo con reportes falsos o informes a medias con el propósito de engañar, lo que reflexivamente provoca desconfianza y erosiona la autoridad. Aunque generalmente los políticos mienten para manipular o para evadir responsabilidades, en ocasiones lo que se pretende es evitar generar pánico, como es el caso de la pandemia que padecemos, durante la cual se tratan de recortar los números de personas infectadas o muertas por el coronavirus. Harris es contundente al señalar que nunca se puede justificar que un gobierno engañe a su población y que el daño que causa es irreparable.
Algo poco común es que el libro incluye multitud de ejemplos prácticos de eventos en los que solemos estar tentados a mentir, una sección en la que transcribe una conversación con Ronald A. Howard, el profesor de ética, sistemas sociales y toma de decisiones del autor, así como conversaciones con sus lectores en las que cuestiona sus principios teóricos a la luz de casos prácticos que ofrece la realidad. Allí se reconoce la dificultad de ser honesto en sociedades como la nuestra, en la que existen incentivos perversos que premian la deshonestidad, se cuestiona la supuesta justificación moral para mentir a los niños y se pone en tela de juicio la conveniencia de esconder una enfermedad por piedad, en las que se reitera la importancia de contar con normas universales que prohíban mentir e impongan la honestidad.
El autor concluye que tal como en Anna Karenina, Madame Bovary y Otelo, en la vida tanto pública como privada, la mayoría de las tragedias derivan de mentiras. Mentir implica negarse a cooperar con los demás, desconfiar de ellos. Es un fracaso para entender a otros y para convencer. Significa destrozar las relaciones humanas y condena nuestro futuro a tratar de mantenerlas. En materia pública la mentira provoca la pérdida de confianza en los gobiernos y las empresas, y queda como basura tóxica que sigue causando daño en el tiempo. Sam Harris deja un llamado a permanecer abiertos a los poderes de la conversación, para considerar siempre nuevas evidencias y mejores argumentos, lo cual es esencial desde la perspectiva de la racionalidad pero también desde la del amor. Se trata de un libro de enorme actualidad que no se puede dejar de leer.
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