Elisa Badenes y Friedemann Vogel, bailarines de la compañía de danza alemana Stuttgart Ballet, con la dirección del artista conceptual Florian Mehnert, realizan el performance artístico titulado “Social Distance Stacks” en la escuela de danza John Cranko en Stuttg, Alemania.
Arte y Cultura
¿Quién fue Pepe Faroles?
Mi esposa Lorena Canto está escribiendo sobre mujeres mexicanas y hace unos días me sorprendió cuando me preguntó “¿Conoces a Pepe Faroles?”. Y ustedes saben que un aficionado a los toros una pregunta de esa naturaleza es un reto a la memoria.
Recordé que en alguna Revista de Sol y Sombra de los cuarenta del siglo pasado había visto ese pseudónimo y eso le comenté pensando que ya había resuelto su duda y, sin embargo, me repitió la pregunta y agregó: “¿Sabes cuál es su verdadero nombre?”. Y ahí mejor le dije, lo desconozco.
Ella entonces me lo dio, se trata de una mujer, no de un hombre; fue Josefina Vicens, gran aficionada que comienza su labor como escritora de crónicas taurinas a principios de la década de los 40, y para 1943 ya escribía en su propia revista Torerías.
Su carácter rebelde y de lucha continua la llevó a fundar en sociedad, su propio espacio periodístico, donde con el de nombre “Pepe Faroles” dejaría huella en los lectores de la época, creando controversias, polémicas y disputas, tanto entre los aficionados como entre los empresarios de la época, uno de ellos, Antonio Algara del Toreo de la Condesa.
Curiosamente en el periódico español El Mundo, hace años, el periodista Raúl Rivero apuntó: “Uno de los críticos taurinos del siglo XX mexicano se llamaba Pepe Faroles” –y agregó– “era contemporáneo de un comentarista político que no brillaba demasiado, pero era incómodo y escribía bien”. Firmaba como Diógenes García. En términos taurinos, pinchó en hueso el colega español, pues ése era su pseudónimo de la actualidad política de Josefina, quien dejó dos libros para la posteridad: El libro vacío y los años falsos.
Josefina Vicens solamente acabó sus estudios de primaria, para posteriormente estudiar una carrera comercial de dos años de duración que ella concluyó en uno solo. A pesar de que Vicens considerase no tener cultura académica, no sólo tuvo acceso a los libros en su ámbito familiar; también tuvo una gran voluntad autodidacta para aprender de su experiencia y establecer diversos vínculos con la escritura y con la lectura.
Hija de Sensitiva Maldonado Pardo, maestra tabasqueña, y de José Vicens Ferrer, comerciante español originario de las Islas Baleares, Josefina Vicens nació en Villahermosa (Tabasco) el 23 de noviembre de 1911.
Josefina Vicens firmó con su propio nombre en artículos sobre cine y podía suceder que sus diferentes firmas coincidieran en una misma publicación, averigüé qué otra de sus actividades literarias fue la de los guiones cinematográficos.
Obtuvo el Premio Ariel dos veces, gracias a dos guiones: Renuncia por motivos de salud en 1975 y Los perros de Dios, 1979. Por este último también ganó un reconocimiento de la Sociedad General de Escritores de México, la Diosa de Plata y El Heraldo.
Muy crítica consigo misma, de todo su trabajo en el cine sólo rescataba tres textos: los ya mencionados y el de la exitosa película Las señoritas Vivanco de 1959, cuya anécdota surgió de la colaboración hecha por otros dos sobresalientes escritores, Elena Garro y Juan de la Cabada.
Sin embargo, la autora forjó amistades con no pocos artistas, como los pintores Pedro Coronel, Juan Soriano, José Luis Cuevas y Antonio Peláez, así como con los escritores Sergio Fernández, Pita Amor, Octavio Paz y Juan Rulfo.
Esta interacción con renombrados artistas se vincula también a sus visitas al “Café París”, en el rumbo de Reforma de la Ciudad de México, que era un espacio común de reunión para muchos artistas de la época.
En aquel entonces, en la crónica taurina sobresalían junto a ella, Esperanza Arellano “Verónica” y Carmen Torreblanca Sánchez Cervantes. Es imposible preguntarle por qué decidió usar un pseudónimo masculino en la crónica taurina.
Sirva como anécdota la de Pepe Faroles, mientras que recordamos la fecha mágica del 5 de febrero, en la que se cumplió 75 años de haberse inaugurado la plaza más grande y cómoda del mundo, La Plaza México.
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La Costa Brava: refugio de artistas
La zona costera de Cataluña que va desde la localidad de Blanes hasta el pequeño pueblo de Portbou, junto a la frontera con Francia, recibe el nombre de Costa Brava, por su paisaje escarpado y agreste. Desde hace décadas es un destino turístico muy importante, caracterizado por sus bosques en primera línea de mar y por el “Camino de Ronda”, un sendero que recorre todo este litoral. Localidades, como los anteriormente citados y otros como: Tossa de Mar, Lloret de Mar, Sant Feliu de Guixols, Cadaqués, Palafrugell, Platja d’Aro, Palamós o Roses, son lugares que se han hecho famosos en buena parte del mundo.
Situada en el noreste de la península ibérica, en la provincia de Girona, ha visto a numerosos pueblos. Los íberos estaban asentados en este territorio –se conservan vestigios en Ulastret y Lloret de Mar– cuando los griegos llegaron en el siglo VI a.C. y fundaron la colonia de Empúries; tres siglos después llegaron los romanos. En el siglo VIII d.C. los musulmanes conquistaron buena parte de la zona, pero a mediados del siglo IX, Carlomagno la reconquistó. Unos cuantos siglos después, la Costa Brava fue escenario de batallas contra las tropas de Napoleón. Poco antes del asedio francés de la ciudad de Girona, capital de la provincia homónima, que duró de mayo a diciembre de 1809, desembarcó en Roses el mítico capitán de navío inglés, Lord Thomas Cochrane, en noviembre de 1808. Durante cuatro semanas y con muchos menos hombres, resistió el avance de las tropas napoleónicas en el Castillo de la Trinidad. Finalmente, se retiró con sus tropas al barco, volando por los aires la fortaleza.
En este artículo quiero centrarme en los numerosos artistas que hicieron famoso este territorio o que vinieron para poder inspirarse. El pintor Marc Chagall, el escritor Truman Capote o artistas de cine como Ava Gardner, Elizabeth Taylor o Kirk Douglas, quienes rodaron diversas películas aquí. Pero sin duda, no hay que olvidar, a dos artistas autóctonos que dieron fama a la Costa Brava: Salvador Dalí y el escritor y periodista Josep Pla.
El pintor surrealista era oriundo de la ciudad de Figueres, pero su familia tenía una casa de verano en el pequeño pueblo costero de Cadaqués, en la zona de Portlligat; donde Dalí pasó largas temporadas junto con su pareja y musa Gala. En el transcurso de esa época, la imagen del pintor empezó a estar ligada a la Costa Brava, sobre todo por los numerosos reportajes que le hacían las televisiones nacionales y extranjeras. En su juventud, sus grandes amigos Federico García Lorca y Luis Buñuel habían ido con él a la localidad. A partir de la década de 1950, fueron muchas las personas que empezaron a visitar al pintor en su casa: el artista y ajedrecista Marcel Duchamp –le gustó tanto Cadaqués que se compró una casa–, el fotógrafo Man Ray, los pintores Pablo Picasso, Joan Miró, Richard Hamilton, Maurice Boitel y Joan-Josep Tharrats, quien publicó un libro en 1981, titulado Cent anys de pintura en Cadaquès, (1981). Tharrats afirmó: “Cadaqués es el pueblo con más pintores por metro cuadrado del mundo”.
Josep Pla (1897-1981) es otro personaje que resulta imposible no relacionarlo con la Costa Brava. Este escritor y periodista es considerado el literato más importante de la literatura catalana del siglo XX. Al igual que Dalí, era de la zona del Empordà, la parte norte de la Costa Brava, concretamente del pueblo de Palafrugell. Pla destacó en numerosos campos como el periodístico, la narrativa y la biografía. Su dietario publicado en 1966 con el título de El quadern gris, es quizá su obra magna. Pero este prolífico autor también se destacó en los relatos de viajes y en el ensayo antropológico y costumbrista; teniendo una obra considerable sobre lugares de la Costa Brava: Guía de la Costa Brava (1941), la cual publicó de nuevo en 1976 en catalán, como parte de sus obras completas; Cadaquès (1947) y el libro sobre la gastronomía Empordà: El que hem menjat (1972). Pla y Dalí habían sido amigos en su juventud, aunque se distanciaron un largo periodo, reanudaron su amistad en 1970, elaborando juntos la obra bibliófila Obres de Museu (1981).
Otro lugar donde acudieron muchos pintores fue la pequeña localidad de Tossa de Mar, desde la segunda mitad del siglo XIX hasta mediados de los años 30 del siglo XX. Era un pequeño pueblo de pescadores con una espectacular ciudad medieval amurallada que tenía vistas al Mediterráneo con una luz muy peculiar que llamó la atención a pintores como Jaume Villalonga (1861-1904), Joan Bull (1863-1912), Rafael Benet (1889-1979); pero también a artistas extranjeros como la georgiana Olga Sacharoff (1889-1967), André Masson (1896-1987) o Marc Chagall (1887-1985); el pintor de origen bielorruso pasó algunas temporadas en el pueblo durante la década de 1930, calificando a Tossa de Mar como “Paraíso Azul“. En el Museo Municipal de Tossa, se pueden ver obras de estos artistas: El violinista celeste, del propio Chagall, o La inglesa de George Kars, uno de los fundadores de este museo.
El estallido de la Guerra Civil Española en verano de 1936, provocó que muchos artistas abandonasen el país. Años después, a principios de los años 50, fue la industria cinematográfica estadounidense la que empezó a sentir interés por la Costa Brava. Buñuel y Dalí habían realizado sus filmes surrealistas en este territorio: Un perro andaluz (1928) y La Edad de oro (1930); pero en la década de 1950, grandes cineastas y actores empezaron a llegar a la zona. En aquel momento, España vivía una dura postguerra y los productores podían encontrar un lugar poco masificado y alejado del turismo de masas y mucho más barato.
Una de las primeras películas estadounidenses que se rodó en la Costa Brava, fue Pandora and the flying Dutchman, dirigida por Albert Lewin y protagonizada por James Mason, Ava Gardner y Nigel Patrick. La película era un drama romántico basado en la leyenda del “holandés errante”, que se rodó en las localidades de Tossa de Mar –aunque en la película el pueblo recibe el nombre de Esperanza–, Palamós y S’Agaró. Pero lo que dio fama a la película fue los problemas sentimentales de Ava Gardner con su marido Frank Sinatra. Éste creyó que la actriz tenía un romance con el torero y actor Mario Cabré, quien actuaba en la película, por lo que fue rápidamente al rodaje para comprobarlo. Años después, a la actriz le erigieron una estatua en Tossa.
Siguieron otros largometrajes notables como: Mr. Arkadin (1955) de Orson Welles, The Spanish Gardener (1956), Chase a Crokked Shadow (1958) de Michael Anderson y Suddenly, Last Summer (1959), una polémica película dirigida por Joseph L. Mankiewicz, basada en una obra de Tennessee Williams y protagonizada por Katharine Hepburn, Elizabeth Taylor y Montgomery Clifft. Otra película fue Nicholas and Alexandra (1971) de Franklin J. Schaffner, “El Hostal de la Gavina”, un hotel de lujo situado en S’Agaró, se convirtió en el lugar donde iban todas las estrellas internacionales cuando visitaban la Costa Brava.
Hasta principios de los años 70 siguieron realizándose numerosas películas, incluyendo algunas adaptaciones de obras de Julio Verne como: Mysterious island (1961) de Cy Endfield o The Light at the Edge of the World (1971), protagonizada por Kirk Douglas y Yul Brynner. También numerosos directores españoles rodaron películas en la Costa Brava: Gonzalo Suárez, Jaime Camino, Juan Antonio Bardem o Josep María Forn.
Muchos escritores encontraron un lugar para vivir o inspirarse en la Costa Brava. El mítico Truman Capote estuvo tres veranos seguidos (1960, 1961 y 1962), en Palamós, donde acabó escribiendo la que se considera su obra maestra: In Cold Blood (1965). El británico Tom Sharpe (1928-2013), autor de la saga de novelas de Wilt, pasó muchos años en la localidad de Llafranc, en Palafrugell. Asimismo, el escritor catalán Terenci Moix tuvo una casa en la localidad de Ventalló, en la comarca del Alt Empordà. Gabriel García Márquez vivió varios años en Barcelona y solía visitar la Costa Brava con frecuencia, dedicando un cuento al fuerte viento típico de la región, La Tramuntana.
Pero quien pasó muchos años fue Roberto Bolaño, el escritor chileno se instaló en 1985 en Blanes, donde vivió hasta su pronta muerte en 2003. Autor de obras, como: Estrella distante (1996), Los detectives salvajes (1998) o la publicada póstumamente, 2666 (2004). Bolaño escribió buena parte de su obra en esta villa y tras su muerte recibió numerosos homenajes en esta localidad. Llegó a decir: “Nunca sospeché que un día llegaría a Blanes, y que ya nunca más desearía marcharme”.
La Costa Brava es un lugar increíble que merece ser visitado. Obviamente es difícil encontrar las mismas características de lo que fue a principios del siglo XX, al haber sido un territorio dedicado a la pesca o a la agricultura. Ahora es un centro turístico con algunos lugares demasiado masificados, pero dentro de su extensión se encuentran muchos otros rincones que son realmente bellos.
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Leonora Carrington: de Inglaterra a México
México se convirtió en un lugar de acogida para miles de refugiados españoles tras la caída de la República en 1939, pero también lo fue para numerosas personas que huían de la invasión alemana de Europa durante la Segunda Guerra Mundial. El cuerpo diplomático mexicano ayudó a mucha gente otorgándoles documentos y protección para que pudiesen empezar una nueva vida. Una de las personas que llegó a México en 1942 fue la pintora y escritora inglesa Leonora Carrington (1917-2011). Fue en su país de acogida donde pudo continuar desarrollando su obra y se convirtió en una de las artistas más importantes del siglo XX. La escritora Elena Poniatowska le dedicó una magnífica biografía: Leonora (2011).
Carrington formó parte del Movimiento Surrealista a finales de la década de 1930. Llegó a París en 1937 cuando el movimiento todavía seguía teniendo mucha fuerza. La artista británica inició una relación con Max Ernst, pero cuando el ejército alemán invadió Francia, Ernst fue detenido debido a su nacionalidad alemana y Carrington tuvo que huir a España donde estuvo ingresada en un sanatorio en Santander. Finalmente, pudo llegar a México, gracias al diplomático y escritor Renato Leduc. Allí obtuvo la nacionalidad y encontró un lugar que le inspiró enormemente para realizar sus obras, ya que Carrington con una inclinación siempre hacia lo onírico y lo imaginario, encontró una fuente de inspiración en la cultura mexica y maya.
Leonora Carrington nació en 1917 en una rica familia dedicada a la industria textil. En la sociedad de entonces, la educación de las mujeres de la alta sociedad consistía básicamente en prepararlas para el matrimonio. Eso es lo que parecía a lo que estaba destinada la joven Leonora, pero ella se rebeló contra esas costumbres sociales. Acudió a numerosas escuelas en Inglaterra, en las que nunca se sintió a gusto y de las que fue expulsada; también asistió a “escuelas de señoritas” y de “buenos modales” en Florencia y en París donde se aburrió inmensamente. A los 18 años de edad fue presentada en sociedad en Buckingham Palace, pero ella estuvo leyendo un libro durante todo el evento, demostrando definitivamente que las rígidas normas británicas no estaban hechas para ella. Poco después convenció a su familia de que pospusieran los planes de su matrimonio y la dejasen estudiar en la Academia de Bellas Artes Ozenfant, fundada por el pintor cubista francés Amédée Ozenfant en Londres.
En 1936 asistió a la Exposición Internacional Surrealista celebrada en Londres; fue ahí donde se sintió enormemente atraída por dicho movimiento, ya que expusieron diversos artistas, entre los que se encontraban: Alberto Giacometti, Salvador Dalí, Joan Miró, René Magritte, Wolfgang Paalen, el escultor Henry Moore y, desde luego, Max Ernst. A Ernst lo conoció en una cena en 1937 y un año después volvieron a verse en París donde iniciaron su relación, misma que su familia no aprobó; Leonora tenía 20 años y Max Ernst 47. La pareja vivió en una casa en Saint-Martin d’Ardèche al sur de Francia. Carrington no se sintió del todo a gusto al lado de los surrealistas, ya que consideraba que eran bastantes machistas pues muchos de ellos concebían a las mujeres como meras musas y no como artistas. En una entrevista de 1983 afirmó: “No tuve tiempo de ser la musa de nadie… Estaba demasiado ocupada rebelándome contra mi familia y aprendiendo a ser una artista”. En aquella época destacó con cuadros como: Autorretrato (1938) o Retrato de Max Ernst (1939).
Pero la felicidad con Max Ernst no duró mucho, ya que en 1939 Francia y Alemania se declararon la guerra y el pintor fue detenido por ser alemán, a pesar de sus ideas antinazis. Con el ejército nazi invadiendo el país, Carrington se vio obligada a huir hacia España a través de Andorra, acompañada de unos amigos ingleses mediante salvoconductos conseguidos por su padre. En esta situación, sufrió un colapso nervioso, por lo que fue internada en un sanatorio de Santander por mediación de su familia. Estuvo seis meses de 1940, sufriendo un tratamiento durísimo a base de cardiazol; pero lejos de perder la razón, Carrington aguantó este tiempo haciendo uso de su imaginación, creando un mundo mágico que le salvo de caer en la locura. Estas vivencias fueron plasmadas en uno de sus primeros libros: Memorias de Abajo, publicadas en 1943.
Finalmente, se fue del sanatorio y viajó a Madrid con una enfermera; al llegar le informaron de que su progenitor la iba a enviar a una clínica de Sudáfrica. Por suerte en la capital española se encontró con Renato Leduc –a quien conocía desde hacía un tiempo– y después de explicarle su situación, le dijo que le buscara en la embajada mexicana en Lisboa. Leonora ya iba con destino a la capital portuguesa a tomar un barco para su nuevo destino, pero al llegar el tren a la estación lisboeta, se escapó de sus acompañantes, se subió a un taxi y fue directa a la embajada mexicana, donde trabajaba Leduc. Se casaron, así Leonora pudo irse a México, aunque antes estuvieron unos meses en Nueva York, llegando a su nuevo país de acogida en 1942. En la capital portuguesa se había encontrado con Max Ernst, quien había conseguido ser liberado gracias a la mediación de Peggy Guggenheim, con la que se casó poco después de llegar a Nueva York.
Fue en México donde Leonora pudo seguir con su carrera y vivir en libertad, junto con otros tantos artistas surrealistas exiliados, como el poeta Benjamin Péret, la pintora Remedios Varo, el pintor Wolfgang Paalen, el director Luis Buñuel, Alice Rahon, entre otros. Además se les sumaron algunos artistas latinoamericanos influenciados por el movimiento: Gunther Gerzso, Octavio Paz, al igual que el poeta y pintor peruano César Moto. También se relacionó con Diego Rivera y Frida Kahlo. Los surrealistas encontraron en México un país dónde poder desarrollar su obra, influenciadas por el arte indígena y el paisaje del país. André Bretón había considerado a México en 1938: “el país más surrealista del mundo”.
Carrington se divorció de Leduc en 1943, se instaló en la Colonia Roma, obtuvo la nacionalidad mexicana y se casó con el fotógrafo húngaro Emerico Weisz, con quien tuvo dos hijos. En México encontró nuevas fuentes de inspiración, mezclándolas con las historias de su infancia en Inglaterra –incluyendo leyendas celtas–: el esoterismo, el misticismo, la astrología, leyendas, su imaginación y animales; era una gran amante de los gatos y realizó numerosas obras en las que aparecen. Leonora siempre fue por libre como artista y nunca le gustó que lo relacionasen con ningún movimiento artístico oficial, como el Muralismo Nacionalista que había en México cuando ella llegó y, aunque hubiese formado parte del Movimiento Surrealista durante su estancia en Francia, en su país de acogida fue por una vía más independiente.
Leonora Carrington desarrolló una carrera impresionante en México, donde se distinguió en diversas disciplinas, no sólo en la pintura, también en la escultura y literatura. Realizó pinturas tan famosas como: Green Tea (1942), La casa de enfrente (1945), El gato (1951), Quería ser pájaro (1960), o el magnífico mural que realizó para el Museo Nacional de Antropología en 1964, El Mundo mágico de los mayas. Más tarde, empezó a realizar esculturas en bronce –ya había hecho alguna con anterioridad–, muchas de ellas basadas en animales, tales como: El gato sin botas, La barca de las grullas, El gato de la noche o La Dragonesa. En el Paseo de la Reforma, junto al cruce con la Calle Havre, se pude admirar la impresionante escultura Cocodrilo, donada por la artista a la Ciudad de México en 2000.
Muchas de las esculturas de Leonora Carrington, están hoy en el Museo que lleva su nombre en la ciudad de San Luis Potosí, abierto en 2018. En la Huasteca Potosina, en Xilitla, también hay un Museo dedicado a la pintora, muy cerca del Bosque de Las Pozas o llamado Jardín Escultórico Edward James, que lleva el nombre del ciudadano británico que lo fundó, un mecenas de muchos artistas surrealistas. También la obra escrita de la artista inglesa ha sido notable, que va desde: La Mansión del miedo (La maison de la Peur, 1938), a La Invención del Mole (1960) a La Trompetilla Acústica (The Hearing Trumpet, 1974), entre otras.
Lo cierto es que Leonora Carrington fue una artista revolucionaria, que luchó para poder tener su propia vida, libre de las ataduras de la aristocrática sociedad en la que nació. Finalmente lo consiguió muy lejos de su país, en México, lugar donde vivió alternando algunas temporadas en Estados Unidos. Allí siguió mostrando su faceta contestataria al apoyar las manifestaciones de 1968. Durante toda su vida fue una férrea defensora de los derechos de la mujer, diseñando carteles para el movimiento de liberación de mujeres en México. Falleció en Ciudad de México en 2011, dejando un legado magnífico.
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Reportan robo de arte de Galería Oscar Román
A través de su cuenta de Facebook e Instagram, la Galería Oscar Román, ubicada en Polanco, en la Ciudad de México, reportó el robo de nueve piezas de arte, en hechos que se desarrollaron el pasado 22 de diciembre.
Las obras, publicadas en imágenes por la Galería, son las siguientes: “Alitas Miniatura”, escultura de bronce de Javier Marín; el busto de un gladiador de barro, sin título, también de Marín; “Dos Pericos”, gouache sobre papel china, de Chucho Reyes; “El Bop de Mallorca” y “Viva la Pintura”, óleos sobre tela, de Jazzamoart; “Barca con Chango”, “Luna Muda” y “El Nahual del Mono (Híbrido con ave)”, esculturas de bronce de Leonora Carrington; y un dibujo sin título de tinta sobre papel de Jorge Marín.
“Queridos amigos de la Galería Oscar Román, en esta ocasión queremos compartirles que lamentablemente el martes 22 de diciembre de 2020 ocurrió un incidente en donde robaron las siguientes obras de arte. Si se las llegan a ofrecer, les pedimos nos lo hagan saber, ya que están reportadas como ROBADAS”, fue el mensaje con el que acompañaron sus imágenes en redes sociales.
Las piezas están valuadas en 250 mil dólares. Fueron robadas el 22 de diciembre, alrededor de las 11:30 horas, durante su transporte para una posible compra, detalló Oscar Román en entrevista con Excélsior.
Román explicó que ya hizo la denuncia. Todo comenzó cuando una persona visitó la Galería para posteriormente hacer una cita en un domicilio en Lomas de Chapultepec, a donde llevarían las obras. Ahí, sujetos armados se llevaron el vehículo con las piezas.
Hasta el momento, no han recibido respuesta de las autoridades. Román, dijo a Excélsior que primero difundieron la información en otras galerías, para luego hacerla pública en redes, donde pidieron apoyo para difundir el mensaje y buscar información que pudiera ayudarlos.
El cine y las letras: escritores en la cinematografía mexicana
Durante mucho tiempo, la figura de los guionistas fue poco considerada en la industria del cine. Eran vistos como los simples creadores de los diálogos; los cuales después podían ser cambiados o quitados por el director y el productor. Incluso, el libreto podía ser reescrito sin el consentimiento del guionista original. Muchos escritores pensaban que trabajar en la industria cinematográfica era algo poco atractivo, pero también un lugar donde podían ganarse la vida mientras intentaban triunfar en la literatura. William Faulkner, quien ganó el premio Nobel en 1949, fue un claro ejemplo en los años 30 y principios de los 40. El autor trabajaba en Hollywood para directores como Howard Hawks o George Stevens, mientras se publicaban algunas de sus grandes obras maestras, Santuario (Sanctuary, 1931) o ¡Absalón, Absalón! (Absalom, Absalom, 1936).
No fue hasta las nuevas vanguardias en el cine, con la Nouvelle Vague en Francia, el Neorrealismo en Italia, la Generación de los 70 en Estados Unidos o el Nuevo Cine Latinoamericano, surgido en los años 60, donde la figura del guionista y, sobre todo, al ser también director, adquirió un nuevo respeto y prestigio. También durante un tiempo, el trabajo de los escritores de series de televisión era poco valorado, a pesar del enorme éxito que tenían y los espectadores que iban ganando a la industria fílmica. No ha sido hasta hace pocos años cuando los creadores de series han empezado a ser bien considerados; sumado a que son muchos los intérpretes y directores que encuentran proyectos más interesantes en la pequeña pantalla que en el cine. Canales, como: HBO, Showtime o Netflix, son claros ejemplos.
Pero en este artículo me quiero centrar en los escritores que trabajaron en la industria cinematográfica mexicana. Muchos de ellos no tuvieron ningún problema en incursionar en ella, incluso ya siendo escritores consagrados. Un caso reciente es Guillermo Arriaga, quien publicó su primera novela en 1991, Escuadrón Guillotina, a la que siguieron: Un dulce olor a muerte (1994) y El búfalo de la noche (1999); la primera llevada al cine en 1999 por Gabriel Retes y la segunda en 2007 por Jorge Hernández Aldana. Después de algunos cortometrajes, Arriaga debutó en la escritura de guiones para largometrajes con la ópera prima de Alejandro González Iñárritu con Amores Perros (2000) y las siguientes obras del director en Estados Unidos, 21 Gramos (21 grams, 2003) y Babel (2006). También fue guionista de Los tres entierros de Melquiades Estrada (The Three Burials of Melquiades Estrada, 2005) de Tommy Lee Jones y escribió y dirigió Lejos de la Tierra Quemada (The Burning Plain, 2009).
Pero si miramos hacia el pasado, podemos encontrar también la huella de grandes escritores en el cine azteca, que no solamente escribían guiones originales o sobre sus propias obras, también adaptaban obras de otros autores. El escritor Juan de la Cabada (1899-1986) participó en la elaboración del guion de unos 15 largometrajes, entre los años 50 y 70, en algunos de ellos sin aparecer en los créditos. Sus dos primeras colaboraciones fueron en dos obras de Luis Buñuel, Subida al cielo (1952) y La ilusión viaja en tranvía (1954), en la que junto con José Revueltas fue el responsable de incluir diálogos y el argot típico de los barrios capitalinos, al guion escrito por Mauricio de la Serna y Luis Alcoriza.
El escritor de Campeche, Juan de la Cabada, fue nominado a un Premio Ariel al Mejor Guion Adaptado, por Canasta de cuentos mexicanos (1956) y trabajó con directores como Luis Alcoriza y Alfonso Arau. Por otro lado, José Revueltas (1914-1976), que tras los hechos de 1968 había estado preso durante dos años en la prisión de Lecumberri, participó en algunos guiones, varios de ellos con Roberto Gavaldón. De hecho, el autor de El apando (1969), colaboró con el director y guionista hasta en cuatro ocasiones durante la “Época de Oro” del cine mexicano: La otra (1946), La diosa arrodillada (1947), En la palma de tu mano (1950) y La noche avanza (1951), estas dos últimas basadas en un argumento de Luis Spota. También participó en el guion de Perdida (1950) de Fernando A. Rivero y tras su fallecimiento algunas de sus obras fueron llevadas al cine.
Luis Spota (1925-1985) tuvo una prolífica carrera artística y periodística, escribió casi treinta novelas, incluida la que ganó el Premio Mazatlán en 1984: Paraíso 25 (1983). Incluso fue presidente de la Comisión de Boxeo y Lucha Libre Mexicana durante más de 25 años; pero también trabajó en la industria cinematográfica. Varias de sus novelas fueron llevadas al cine por directores como Ismael Rodríguez en El Hombre de Papel (1963), una adaptación de su cuento, El billete, o por Arturo Ripstein, quien dirigió Cadena perpetua (1978), adaptando la novela Lo de antes (1968). Creó el argumento de muchas obras –aparte de sus colaboraciones con Roberto Gavaldón– y escribió guiones como el de la película Donde el círculo termina (1956) de Alfredo B. Crevenna, y La culpa de los hombres (1954) de Roberto Rodríguez. Algunos guiones en los que participó fueron escritos bajo los seudónimos de José Walter y Oscar Ayala. Pero, además, Spota dirigió una decena de obras fílmicas, incluido cortometrajes, películas y documentales. Su primer largometraje fue Nadie muere dos veces (1953), a la cual le siguió Amor en cuatro tiempos (1955), protagonizada por Arturo de Córdoba, Marga López, Silvia Mistral y Jorge Mistral; una obra formada por cuatro historias distintas que trataban sobre el amor y las relaciones. Realizó también el documental La Revolución Mexicana en sus murales (1957) y filmes como La tumba (1958) o El anónimo (1965).
También el gran Juan Rulfo laboró en el cine. Después de la publicación, de sus dos novelas El llano en llamas (1953) y Pedro Páramo (1955), el escritor de Jalisco se dedicó a la creación de guiones a petición de Emilio “El Indio” Fernández; con el que colaboró en el filme Paloma Herida (1963), protagonizada por Patricia Conde y Andrés Soler. Además, fue el guionista del extraño y experimental cortometraje de Antonio Reynoso, El despojo (1960), que trataba sobre la dura vida de un campesino que vive sometido a un cacique en un apartado lugar del campo mexicano. También trabajó como asesor histórico en algunas películas. Muchos de los cuentos que fue escribiendo Rulfo, acabaron convertidos en guiones de películas, Talpa (1956) de Alfredo B. Cravenna y El rincón de las vírgenes (1972) de Alberto Isaac, quien adaptó dos cuentos del escritor. En estas dos no participó en la escritura del guion; algo que también sucedió en una de sus obras más conocidas: El Gallo de oro. Escrito a finales de la década de 1950, fue primero un argumento para el cine, ya que no se publicó hasta 1980 como novela corta; en 1964 se realizó una película dirigida por Roberto Gavaldón, también escrita por él mismo y por dos escritores que años después se convertirían en exponentes del “boom” de la literatura latinoamericana: Carlos Fuentes y Gabriel García Márquez.
Estos dos escritores han tenido varias adaptaciones de sus obras, pero también trabajaron como guionistas. García Márquez participó como guionista en Lola de mi vida (1965) de Miguel Barbachano-Ponce, 4 contra el crimen (1968) de Sergio Véjar y El año de la peste (1979) de Felipe Cazals. Un cuento de García Márquez, En este pueblo no hay ladrones, fue llevado al cine por Alberto Isaac en 1965 y otra historia suya fue llevada al cine por Arturo Ripstein y adaptada por Carlos Fuentes en 1966: Tiempo de morir (1966), basada en el cuento El charro. Años más tarde, Ripstein adaptó y dirigió una película sobre una de las novelas más célebres del escritor, El Coronel no tiene quien le escriba (1961), en 1998. El escritor colombiano trabajó en el cine mexicano antes de adquirir fama mundial con la publicación de Cien años de soledad (1967).
Por otro lado, Carlos Fuentes también trabajo en el cine, en las películas anteriormente citadas y en otras como Las dos Elenas (1964), basada en un cuento suyo, Los caifanes (1967) de Juan Ibáñez, y además participó en una de las adaptaciones de Pedro Páramo, dirigida en 1967 por Carlos Velo.
Arturo Ripstein también colaboró con otro de los escritores mexicanos más importantes del siglo XX, José Emilio Pacheco, en algunas de sus películas más famosas: El castillo de la pureza (1973), El santo oficio (1974), Foxtrot (1976) y El lugar sin límites (1978); la primera película mexicana que abordaba la homosexualidad y la represión sexual en México de una manera seria. Este filme adaptó una novela del escritor chileno José Donoso.
Ha habido muchos grandes escritores que no tuvieron problema en trabajar para la industria cinematográfica mexicana. No se veía como un paso atrás en su carrera, sino como un trabajo que podía añadir versatilidad a su profesión. He pensado en los escritores, de los que conozco más en su aportación al cine mexicano, pero hay otros nombres que se deben mencionar como: José Agustín, Vicente Leñero, Inés Arredondo –aunque sólo escribió dos películas– y Laura Esquivel quien adaptó su exitosa novela Como agua para chocolate en 1992, dirigida por su marido Alfonso Arau.
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El señor de la mosca
El poder encuentra sus límites ante lo mínimo, en lo insignificante habita el inesperado enemigo. Ahí estaba, contundente, ligera, ágil, con la libertad de quien no se debe a ningún dueño. Se posó encumbrando su impecable naturalidad sobre ese compendio de vulgar artificialidad, el maquillaje bronceado de spray, la corbata roja, frontera estranguladora entre el cerebro y el cuerpo, y sobre ese casco de pelo sintético, teñido de blanco de zinc: la reina del debate, una preciosa e indolente mosca. “El león tiene la garra, el mosco tiene el número” decía Manuel Gutiérrez Nájera, y aquí la mosca, ella sola, derribó la garra del vicepresidente del país más poderoso del mundo. ¡Al ataque! ¡Los misiles y las armas de destrucción masiva! ¡Acaben con la invasora que aterrizó en la cabeza vacía del poder! El escenario de su lúdico vuelo fue durante el debate de Mike Pence y Kamala Harris, es el vaticinio de una revelación que no podrán vencer.
Las abejas bordadas en el manto de armiño de Napoleón, pintado por François Gérard, señalan su obsesión con el trabajo. Los escarabajos, sabios, conservan la voz de los ancestros. Las arañas en los sueños son intrigas. Los investigadores del Barroco llevaban consigo dibujantes que recreaban detalladamente esos exoesqueletos, pequeñísimas maquinarias capaces de crear túneles, viajar grandes distancias, reproducirse, fabricar alimentos, devorar árboles completos y morir después de unas semanas de actividad incesante. Retratar un ser que no deja de moverse, que se queda el tiempo justo para quebrantar nuestra ególatra paciencia.
El Caravaggio y su Canasta de Frutas, uvas moradas, manzanas, duraznos, hojas de roble, uvas verdes, hojas de parra, la plenitud se encuentra con los colores de la putrefacción, y en la parte de abajo, dos moscas golosas.
La Madonna y el Niño de Carlo Crivelli, obra del Renacimiento, el Niño ve a la mosca con curiosidad, ella también lo mira, diálogo entre la realidad y la metafísica.
La psique, es ficción y es excusa, es invención y es pose, los surrealistas y las hormigas de Buñuel. El ejército de moscas aplaude el traje de luces del Torero Alucinógeno, proyección homosexual de Dalí, que da rostro a la Venus del Nilo.
El misterio de nuestra existencia contenido en una mosca sobre el cráneo del Vanitas de Barthel Bruyn, el Viejo, 1524, paciente, acompaña esa bóveda hueca, y en la esquina, un pergamino con la inscripción en latín, “Todo se va con la muerte. La muerte es el último límite de todas las cosas”. Los insectos, las moscas, pretexto estético, símbolos de una fatalidad más grande que nosotros. Ser abeja, grillo, araña, gusano, mariposa, avispa, mosca, escarabajo, ser más insecto y menos humano, ser más libre y menos esclavo, ser como ellos, para el instante, para el presente, que brilla con el sol, y deambulan gozando hasta que su organismo ordene. Ellos, en su belleza y suficiencia, no necesitan a la humanidad para existir.
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El Volcán Solitario
En este mes de octubre la República de las Letras recuerda a uno de sus hijos predilectos. Dulces notas anunciarán los fastos que Calíope y Terpsícore regirán en honor de la memoria de Ezra Pound en el 135 aniversario de su nacimiento.
Es de esperar que en los cuatro rincones de la tierra, jóvenes y viejos, e incluso periodistas y políticos, esparzan al aire la cadencia de Los Cantos, como anuncio de la derrota de Hugh Selwyn Mauberley. Mas si ese no fuera el caso, JdO ofrece, desde la modestia de su espacio, un recuerdo del Gran Poeta:
“Hay a orillas del río Potomac un encantador conjunto de edificios de ladrillo rojo que en los atardeceres resplandece con los últimos rayos del sol y, si el viajero se aproxima desde Arlington, ofrece la extraordinaria visión de una brasa enmarcada en el rosa pálido de las flores de cerezo que en la primavera adornan a Washington”.
Se trata del hospital Saint Elizabeth, un manicomio fundado en 1855 que además de miles de huéspedes legítimos, ha dado hospitalidad a otros, digamos, menos ortodoxos. Por ejemplo, los “marielitos”, declarados psicópatas cuando, asustados y monolingües, llegaron a la tierra de su sueño después de abandonar su patria con riesgo de la vida. Y alguno que otro diferente… como Ezra Pound, quizá el mayor poeta en lengua inglesa del siglo XX.
Permítame el lector que lo ponga al corriente: Ezra Loomis Pound nació el 30 de octubre de 1885 en Hailey, Idaho, y creció en Wyncote, Filadelfia. Asistió a la Universidad de Pennsylvania y al Hamilton College. Muy joven viajó a Europa en donde ejerció el periodismo. Su primer libro fue publicado en Venecia en 1908. Durante su vida publicó más de noventa volúmenes de poesía, crítica y traducciones –sobre todo traducciones de poesía–.
Era un hombre de pensamiento independiente y crítico que estaba en contra de la intervención de su país en Alemania durante la Segunda Guerra Mundial y así lo dijo en una serie de programas radiofónicos, la verdad francamente fascistas, transmitidos desde la Italia del Duce… sí, el mismo que fue bautizado en honor del Benemérito, como recién se nos recordó.
En una emisión sugirió que debía emprenderse un pogromo contra los judíos, así que al fin del conflicto fue arrestado y el ejército yanqui lo tuvo seis meses encerrado en una jaula con un foco encendido, una cubeta y dos sábanas. Después fue declarado loco peligroso y confinado en Saint Elizabeth durante 14 años.
¿Hay alguna diferencia con el Archipiélago Gulag de Solzhenitsyn? Si esto padeció uno de los más altos poetas en lengua inglesa, ¿qué podían haber esperado los infelices prisioneros de Abu Dabi, que ni poetas ni cristianos eran?
A Pound se le ha llamado el “poeta de poetas”, responsable de la definición de la estética poética modernista y la promulgación del imaginismo, escuela cuya técnica sigue la propuesta de la creación clásica china y japonesa que pone énfasis en la claridad, la precisión y la economía del lenguaje para “componer en la secuencia de la frase musical y no del metrónomo”.
Ernest Fenollosa recuerda que como ensayista “Pound escribió sobre todo acerca de la poesía. A partir de mediados de los veinte se propuso examinar cómo los sistemas económicos promueven o aniquilan a la cultura. Sostenía que la poesía no es un “entretenimiento”, y como elitista que era no tenía aprecio por el lector común. Pound consideraba que la cultura de Estados Unidos estaba aislada de las tradiciones que sustentan el arte y caracterizó a Walt Whitman como “una píldora extremadamente nauseabunda”.
El 3 de febrero del 1909, Pound escribe a William Carlos Williams desde Londres: “Estoy a punto de caer en el centro de la turba que hace las cosas aquí.” Por esa época conoce a Olivia Shakespear, amante de Yeats, a quien Pound admiraba por encima de todos los poetas del momento. Fue gracias a ella que Pound llegó al salón en donde Yeats oficiaba sobre una congregación de admiradores y discípulos.
A comienzos de 1910 llegan a Pound rumores de que Yeats comienza a hablar bien de él. Conoce una expresión de Yeats y presuroso escribe a sus padres: “No hay una generación de poetas jóvenes. Ezra Pound es un volcán solitario”.
Donald Hall entrevistó a Pound para The Paris Review en 1960. La entrevista es larga y erudita y en ella el bardo habla sobre la estética de la creación y revela detalles de su sistema artístico. Sus respuestas me confirman que tanto para las artes como para el trabajo no creativo, es decir, el que cotidianamente desempeñamos la mayoría de los mortales, la disciplina, la constancia y el estudio son fundamentales:
—¿Cree usted que el verso libre es una forma particularmente estadounidense?
—A mí me gusta el apotegma de Eliot: “¡Ningún verso es libre para el hombre que quiere hacer un buen trabajo!”.
Pound y Hall se encontraron en Roma a principios de marzo en el apartamento de Ugo Dadone: “El autor de la entrevista se sentó en una gran silla mientras Pound se desplazaba, intranquilo, de otra silla a un sofá y de nueva cuenta a la silla. Las pertenencias de Pound en la habitación consistían en dos maletas y tres libros: la edición de los Cantos publicada por la casa Faber, un Confucio y la edición de Chaucer de Robinson, que Pound estaba releyendo.”
La obra poética capital de Pound, Los Cantos, empezó a publicarse en 1917. Sus poemas más breves fueron recogidos en Personae (1926). Love Poems of Ancient Egypt, una traducción fue publicada en 1962, y From Confucius to Cummings, una antología de poesía compilada por Pound y Marcella Spann, en 1963.
Aldo Mazzucchelli nos obsequia un sensacional recuerdo del poeta:
“En el año 1961, a los 76 años de edad, después de, entre otras cosas, haber estado un mes expuesto al clima en una jaula de acero, haber descubierto y promovido a unas diez de las principales figuras de la literatura de este siglo, no haber poseído nada que no se pudiera guardar en dos valijas de viaje, haber convivido con dos mujeres a la vez durante décadas, haber pasado 14 años encerrado en un manicomio, haber tratado de cambiar las ideas económicas de Roosevelt y de Mussolini, haberse comido dos tulipanes de los adornos de la mesa de una cena para llamar la atención más que William Butler Yeats, haber cambiado –tal vez inventado– la poesía del siglo XX, haber fracasado esplendorosamente en su propósito de escribir una nueva Divina Comedia, y haber retado a duelo en Londres en 1912 a un rival poético –quien le propuso, al elegir las armas, que se bombardearan mutuamente con los ejemplares no vendidos de sus respectivas obras en verso–, Ezra Pound estaba profundamente deprimido. Le dijo a un visitante, de los que ya por esa época iban a contemplar a la leyenda viviente: soy un hombre reducido a fragmentos”.
Termino con dos sonetos de Pound en versión de Javier Calvo.
El desván
Ven, apiadémonos de los que tienen más fortuna que nosotros.
Ven, amiga, y recuerda
que los ricos tienen mayordomos en vez de amigos,
y nosotros tenemos amigos en vez de mayordomos.
Ven, apiadémonos de los casados y de los solteros.
La aurora entra con sus pies diminutos
como una dorada Pavlova,
y yo estoy cerca de mi deseo.
Nada hay en la vida que sea mejor
que esta hora de limpia frescura,
la hora de despertarnos juntos.
Un pacto
Haré un pacto contigo, Walt Whitman.
Te he detestado ya bastante.
Vengo a ti como un niño crecido
Que ha tenido un papá testarudo;
Ya tengo edad de hacer amigos.
Fuiste tú el que cortaste la madera,
ya es tiempo ahora de labrar.
Tenemos la misma savia y la misma raíz.
Haya comercio, pues, entre nosotros.
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