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Un triste cuervo azabache: Edgar Allan Poe

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Quien no comprende el fracaso está perdido.
Jean Cocteau.

Edgar Allan Poe ha sido uno de los pocos poetas en la historia que se ha dado el lujo de dejar plantado al mismísimo presidente de Estados Unidos en turno, prefiriendo quedarse en la cantina que se le atravesó camino a su cita en la Casa Blanca (¡aplausos!).

Corría el año de 1843 y entonces Poe gozaba de cierta fama como escritor y crítico de literatura en periódicos importantes, pero pasaba por uno de sus periodos, digamos, “traviesos”, de harta pachangüela que lo había dejado sin trabajo. Entonces los amigos le consiguieron en Washington, D.C., una cita personal con el entonces presidente John Tyler, que en deferencia con los conocidos ofrecía un puesto en la secretaría de aduanas, en Filadelfia, donde lo único por hacer era sentarse tras un escritorio por ocho horas al día y recibir un pago mensual a cambio, algo totalmente desconocido para el bohemiazo de Poe. Además, conocería en persona al presidente. Sin duda le contaría sus planes literarios, entre ellos la publicación de una revista de literatura nunca antes vista, su sueño dorado. Algunos dijeron que el lánguido poeta sí trató de llegar a la entrevista, pero al pasar por recepción con el abrigo y los ojos al revés, la camisa de fuera y cantando a todo pulmón La Despeinada, ja-ja ja-ja, se le regresó por donde venía.

Edgar Allan Poe es sin duda uno de los pilares fundamentales de la literatura, pero también ejemplo de una de las vidas más tristes de su época. ¿Cuál es la importancia de esta sufrida alma? Pues ser el creador de uno de los géneros más reeditables hoy en día no sólo en la literatura, sino en el cine y la televisión: la novela policíaca, la de detectives. Ninguna película o serie de misterio existiría sin Los crímenes de la calle Morgue (1841) de Poe. También fue maestro indiscutible del cuento de horror y uno de los principales contribuyentes a la ciencia ficción, además de ser el primero en convertir al cuervo, esa inteligente ave negra y solitaria (Corvux Corax), el símbolo de los decadentes y románticos que asumieron el color negro como insignia de todo lo que hoy nos gusta aducir como underground.

Me detengo tantito en este color, porque su connotación psicológica es interesante. En el antiguo Egipto el negro era símbolo de crecimiento y fertilidad; muchas tribus africanas, como los Masai, lo relacionan con la vida y la prosperidad, mientras los japoneses con la feminidad. En China era considerado el rey de los colores y en algunas épocas la gente se teñía los dientes de negro como algo cool (hacer esto aquí significaría un exceso de huitlacoche en la quesadilla).

edgar allan poe
Imagen: Beisbook.

Una de las características que más llaman la atención de este color es que crea la sensación de protección. Sin embargo, ha tenido muy mala prensa (en color y en personas), pues normalmente se le vincula con lo desconocido, aterrador, oscuro, maligno y la muerte. También con la tristeza, el sufrimiento, la soledad y ya echados a andar con la crueldad, la mentira, la manipulación, la traición y el ocultamiento. ¡Pobre negro! (en las dos acepciones). Sin embargo, psicológicamente, dice los expertos, “genera sensación de elegancia y suele sugerir seguridad y fuerza, así como distintividad. Su uso práctico suele desembocar en los demás la apreciación de una mayor confiabilidad e incluso atractivo” (leer aquí). ¿Qué pintor famoso fue el que dijo “el negro es el único color que dice: no te molesto, no me molestes”?

Pero volviendo a nuestro cuervo azabache: durante su vida Allan Poe fue el rey de los saleros, una vida marcada por la serie de leñazos que doña Fortuna no dudó en propinarle no una, sino cien veces, ¡aún después de muerto! Por ejemplo, en la década de los ochenta del siglo pasado, a más de cien años de su muerte, los admiradores neoyorkinos de Poe presionaron al alcalde de la ciudad para que levantara una placa conmemorativa en el lugar donde el afamado poeta había escrito su incomparable poema El Cuervo, en 1845 (el cual sólo le dio nueve dólares de ganancia). El alcalde no tuvo objeción, Poe había vivido en una mugrienta granja en medio del bosque en la zona donde hoy se encuentra la calle 84 y Broadway. Se nombró una corta vía en su honor y todos contentos. Días después alguien notó que en la reluciente placa el apellido del escritor estaba mal escrito: Allen, en vez de Allan. Entonces los jijosdesú, en vez de arreglar la errata, prefirieron quitar la calle (emoji encabronado).

Flaco, frágil, ojeroso, pálido verdoso, cabezón de frente amplia y siempre vestido de negro con los rulos del pelo, también negros, enmarañados, Poe fue el clásico Sísifo solitario atragantado en su perenne ya casi. La muerte se encargó de espantarle cualquier momento de alegría durante su vida: su querida madre murió de tuberculosis cuando él era un niño; su único hermano murió alcohólico y tuberculoso antes que él; su adorada esposa murió en sus brazos también de tuberculosis; sólo le sobrevivió su hermana, retrasada mental, quien terminó sus días paupérrima deambulando por las calles de Baltimore, vendiendo estampitas con la cara de su famoso hermano cabeza de melón.

No en balde nuestro etílico poeta hace del abismo el personaje principal de su escritura. De ahí su mórbida fascinación por lo sobrenatural, la locura y el asesinato, por la epilepsia, la catatonia, la inquietud de saber qué se siente ser enterrado vivo y un entusiasmo por todo lo que pusiera al hombre en trance (incluyendo drogas y alcohol).

La relación entre el alcohol y Edgar Allan Poe fue contradictoria. Realmente no le gustaba beber, sino él buscaba el efecto y la euforia. Por lo mismo, cuando tenía enfrente el trago, lo tomaba de un jalón, feroz, como si “quisiera matar algo adentro de él, un maldito gusano que no se moría con nada” (Charles Baudelaire). Julio Cortázar dio su versión: “Se ha dicho que Poe, en los períodos de depresión derivados de una evidente debilidad cardíaca, acudía al alcohol como un estimulante imprescindible. Apenas bebía, su cerebro pagaba las consecuencias”. Su tolerancia para el chupirul era cero, dos copas y comenzaba a buscar el plano horizontal. Además, era sabido lo terrible que la pasaba en las crudas con unas cefaleas de terror que lo tiraban en la cama por días. Además, sus borracheras eran intermitentes: a las rachas báquicas venían periodos de seria sequía, ya sea por semanas o meses. Cuando sobrio Edgar era un gentleman, educado, trabajador puntual, escritor prolífico y cortés hasta la exageración.

edgar allan poe
Imagen: Pinterest.

Eso sí, que quede claro: ninguna de sus historias o poesías fueron escritas bajo la influencia del alcohol. Pero cuando rompía su promesa nuestro cuervo tostado y solitario echaba vuelo en picada al tormentoso torbellino de su existencia y entonces lo despedían del trabajo en turno, agredía e insultaba a la gente que lo ayudaba, se peleaba sin sentido con seres imaginarios y terminaba cargando el doloroso costal del arrepentimiento por mucho tiempo.

Mucha gente que lo conocía decía que había salido igualito a su padre biológico, un chico bonito de familia acomodada, que mandó a freír espárragos la carrera de abogacía para dedicarse a ser actor, profesión en la que era malísimo. Para colmo padecía la némesis del histrión: pánico escénico. Por eso para darse valor bebía, y para cualquier otra cosa seguía bebiendo. De este borrachín intemperado Edgar heredó tres cosas: su flaqueza por el juego, la manía de pedir prestado a los demás y, por supuesto, la manera de beber ya sin vaso.

La madre, de ascendencia irlandesa, fue una actriz de cierto prestigio que comenzó su carrera a los cinco años y nunca paró. Era una mujer talentosa y profesional que a las tres semanas de parir ya estaba en el tablado. La familia vivía en una maleta, y cuando el padre vio nacer al tercer hijo, Edgar, prefirió convertirse en mago desapareciendo para siempre.

Elizabeth Arnold Poe tenía veinticinco años cuando soltó la primera flema sanguinolenta frente a sus hijos. Edgar la había visto tantas veces morir en el escenario que pensó se trataba de otra puesta de escena, hasta que es separado de sus hermanos y adoptado por una bondadosa pareja de Virginia, John y Frances Allan, quienes no podían tener hijos.

La madre adoptiva fue amorosa y protectora, pero cuando Edgar por fin comenzaba a saberse amado murió. El padre adoptivo, inmensamente rico, se convirtió en un cabroncete terco, macho y borracho boyante, quien lo trató con la punta del zapato toda la vida. Su relación con él fue siempre funesta. De él Edgar sólo heredó el apellido, que hasta nuestros días es una y otra vez mal escrito.

El único año ligeramente feliz en la vida de Edgar Allan Poe fue 1836, cuando por fin consiguió su primer trabajo como escritor en una revista neoyorkina y se enamoró perdidamente de su prima hermana, Virginia, de 13 años, con quien se casa. Por fin tiene una familia, un hogar donde lo quieren, respetan y de regreso de su trabajo le tienen la pantufla a buena temperatura y su ajenjo bien frío. Pero cuando las cosas comenzaban por fin a tomar su cauce la huesuda asesta nuevamente el tortazo, arrebatándole a la esposa, en 1847, detonante que llevó a Edgar a abandonar cualquier tipo de esperanza y a dejarse llevar por los delirios del artificial stimulus, como él mismo llamaba a la bebida.

edgar allan poe
Imagen: Dr. Verawat.

Jamás se repuso. Dos años más tarde de la muerte de su amada se le vio deambulando por las calles de Baltimore en estado delirante, alucinando, sucio y vestido con ropas de otro hombre. Sería el compositor Joseph W. Walker quien lo reconoció tirado en la banqueta. Murió cinco días después, a los 40 años, en una triste mañana de domingo del 7 de octubre.

Durante su vida Poe sobrevivió gracias a su crítica literaria, donde era famoso por despiadado. Le decían Tomahawk Poe, por dar certeros golpes sin miramientos a quien fuera. Sus cuentos, poemas e historias nunca lo sacaron del apuro en el que siempre estuvo sumergido. Sin embargo, un dato curioso es que hubo un libro a su nombre que logró verdadero éxito en las librerías, aunque la idea original no fuera suya. Se trata del Primer Libro de Conquiliología, texto ilustrado y dedicado a las conchas de los moluscos. La idea era de un Thomas Wyatt, autor del primer Manual de Conquiliología en el mundo, quien pidió a Poe hiciera una nueva versión con su nombre, rearmando el material para una edición más pequeña y barata, pues el original valía $8 dólares, mientras que la de Poe $1,5. La primera edición se vendió en dos meses.

Por otro lado: ¿Qué hubiera dicho cuando en el 2009 se vendió una primera edición de sus poemas (sólo imprimió 50 copias), en $662,500 dólares?

Edgar Allan Poe (Jorge Luis Borges):

Pompas del mármol, negra anatomía
que ultrajan los gusanos sepulcrales,
del triunfo de la muerte los glaciales
símbolos congregó. No los temía. 

Temía la otra sombra, la amorosa,
las comunes venturas de la gente;
no lo cegó el metal resplandeciente
ni el mármol sepulcral sino la rosa. 

Como del otro lado del espejo
se entregó solitario a su complejo
destino de inventor de pesadillas. 

Quizá, del otro lado de la muerte,
siga erigiendo solitario y fuerte
espléndidas y atroces maravillas.

La mejor antología de sus cuentos es la traducida por Julio Cortázar, que Alianza Editorial reimprimió en el 2012. Con humilde opinión, su mejor biografía es la de George Walter, Allan Poe, poeta americano, Editorial Anaya, Madrid, 1995.

Moraleja: Todo lo que vemos o parecemos es solamente un sueño dentro de un sueño (Edgar Allan Poe).


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Tiempo al tiempo

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¿Por qué venimos a esta vida con tiempo limitado?

Desde temprana edad, cuando ya somos conscientes, sabemos que algún día vamos a morir. Si lo pensamos, cada día que pasa estamos más cerca de morir.

No pedimos nacer, pero igual nacemos y nos encontramos en una realidad en la cual viviremos por un breve periodo de tiempo, y que después de éste, inevitablemente moriremos.

Cuando se nos acaba el tiempo y morimos, ¿es el fin del juego?

De no ser el fin, ¿a dónde vamos después?, ¿esta vez podemos escoger?, ¿depende en algo de cómo nos hayamos comportado?

Y si no decidimos nacer ni tampoco morir, ¿hay algo que decidamos por nosotros?

En el tiempo limitado que tenemos, crecemos, nos reproducimos –si tuvimos “suerte”– y morimos. En el inter de esto, sufrimos accidentes, enfermedades… pérdidas, que tampoco decidimos.

Lo que sí decidimos fue casarnos –cada vez menos de nosotros–, tener hijos –ya sea que hayamos podido o no–, abrir un negocio, estudiar una carrera o un oficio, viajar…

¿Seguro que lo decidimos nosotros?

¿Tiene sentido vivir sabiendo que pronto vamos a morir?


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Paul Deschanel: ¡Amárrenme pa’ la próxima!

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Siempre será raro que el presidente de un país se caiga fuera de un tren a media noche. Pero para todo hay una primera vez.

Aunque duró poco como Presidente de Francia (de febrero a septiembre de 1920), Paul Deschanel fue quizás el presidente que más disfrutó del vagón exclusivo que disponía como jefe de gobierno, que no era decir poco, pues se trataba de un vagón con el exquisito lujo que caracterizaba los trenes del periodo, esa época que seguía blandiendo el triunfo de la Revolución Industrial, la máquina como un Zeus moderno con patas de bola que bufando vapor llevaba progreso (léase explotación) al rincón más escondido del mundo.

Era el momento dorado de los trenes lujosos, como el mítico Orient Express, conocido como el rey de los trenes y el tren de los reyes. Éste unía París con Estambul, llevando a la crema y nata de la sociedad europea entre rutas llenas de matices románticos: de Londres a la antigua Constantinopla, pasando por las exóticas Budapest y Bucarest, rodando como si no abandonaras tu palacete, confort y lujo en movimiento. Claro, el Orient no sólo transportó reyes en exilio y jefes de estado, también artistas, turistas con bolsillo desahogado, escritoras(es) célebres y trotamundos chic queriendo desaburrirse.

Hace unos años se trató regresar a la nostalgia del Orient Express, restaurándose 18 vagones de los años veinte y treinta, mismos que componían el convoy. Las cabinas (cuartos), constan de un gran sofá, un asiento y una pequeña mesa plegable, para transformarse en cómodas habitaciones durante la noche, mientras los viajeros disfrutan de una exquisita cena en uno de los tres vagones restaurante. Para mayor confort, la gran suite está equipada de una enorme cama doble, sala de estar, baño privado y ducha. Hay un mayordomo por coche encargado de atender cualquier requerimiento a bordo. Por lo mismo hay que animarse a pagar un promedio de $120 mil morlacos mexicanos por los dos días y una noche a bordo del espléndido Orient Express.

Pero vamos de regreso al viejo Deschanel:

El vagón oficial del líder galo no se quedaba atrás en suntuosidad. Se trataba de un carromato espléndido forrado de maderas preciosas, baños de mármol, biblioteca y sobre todo, lo más importante para Deschanel, un exclusivo vagón provisto de un bar que le daría envidia al mismísimo Baco y su pandilla.

Hijo de un senador exiliado por oponerse a Napoleón III, Paul nació en Bélgica, en 1883, lo que lo convierte hasta ahora en uno de los dos presidentes que han nacido fuera de Francia (Valéry Giscard el segundo). Estudió filosofía, derecho y literatura y a lo largo de su vida escribió libros sobre política y literatura. Deschanel se destacó como gran orador entre los republicanos y por su carácter recatado y bonachón, era una persona muy querida hasta por sus enemigos, que en realidad eran pocos. Fue elegido miembro de la Cámara de Diputados, donde ocupó dos mandatos como presidente y en 1899 entró a la prestigiada Académie Française.

Sin embargo, tenía un comportamiento un tanto excéntrico. Por ejemplo, podía quedarse horas trepado arriba de un árbol en los Campos Elíseos, o firmaba documentos oficiales como “Napoleón”. Otro dulcesito de este tipo fue cuando en abril de 1920, Deschanel andaba de gira por el sur de Francia. Durante un banquete servido en la sala del casino de Niza, cuando llegó el momento de responder a los discursos, el presidente se paró, caminó lentamente alrededor de la mesa principal colocada en una plataforma, se detuvo frente al público, y con actitud teatral dijo su discurso en el que expresaba su gratitud a la gente de Niza, de lo próspero de aquel hermoso punto de la Riviera Francesa y de los grandes planes que la nación tenía para ellos. A continuación recibió un feliz aplauso ensordecedor por varios minutos. Deschanel, embargado por la emoción y una sensación de triunfo à la Cicerón, el más grande declamador de todos los tiempos, vio la oportunidad de echarse un encore de concierto musical y se arrancó de nuevo a repetir su largo discurso, palabra por palabra, ante un público ahora un tanto desconcertado.

También está la linda anécdota de cuando el buen Paul recibió totalmente desnudo —eso sí, con la banda presidencial bien puesta— al embajador inglés. O cuando una delegación de niñas scouts lo recibió con un enorme bouquet de flores y él, conmovido, fue regresando flor por flor a cada una de las cientos de niñas, no sin antes darles un buen pellizco en los cachetes, acto que duró más de una hora y le dejó el pulgar bastante abolladón.

Paul Deschanel
Fotografía: L’histoire en Questions.

Deschanel también era conocido por su gran afición a ese brebaje divino que chispea los espíritus más graves y los hace dirigir la fila del mambo en las bodas, aunque no hayan sido invitados. Por lo mismo, durante sus viajes oficiales en tren, Deschanel, hombre tan discreto como una almeja en velorio, no se dejaba acompañar por nadie, con la excepción de un camarero de extraordinario talento para rellenar la copa, pues monsieur Deschanel gustaba de beber en vaso, digamos, amplio. A sus ministros los mandaba en primera clase y los obligaba a vestir de frac y sombrero de copa, por lo que normalmente llegaban bastante magullados a su destino.

Lo cierto es que en esos viajes oficiales la agenda presidencial de Deschanel no pasaba de ir a inaugurar una estatua u hospital o romper una botella en la quilla de un buque: “Parecían una banda de golfos a las nueve de la mañana, en tanto el Presidente, algo animado por el vino (ya a esa hora) —quizá también por el delirio de los túneles—, abría el compás de las piernas para mantener el equilibrio, mientras agitaba en las manos un ramillete de flores, como si fuese el cantar ‘Le temps des crerises’…”, comenta Mauricio Wiesenthal en su muy recomendable libro El snobismo de las golondrinas (2007).

El 24 de mayo de 1920 Deschanel y su comitiva se dirigieron en el susodicho tren a inaugurar precisamente un monumento en Montbrison, esto al centro del país, de donde viene el famoso queso azul Fourme de Montbrison y donde nació el también famoso compositor Pierre Boulez.

La comitiva viajaba de noche. A medio camino don Paul cenó con sus ministros y antes de las once se paró de la mesa, dejó su servilleta, se excusó diciendo que tenía sueño y culebreando se dirigió a su camarote. A las cinco de la mañana el tren presidencial recibió un telegrama urgente. Provenía de una estación rural pasada horas antes: “Tengo en mi oficina a un señor en pijama que se ha caído del tren presidencial”.

En efecto, monsieur Deschanel había deambulado en pantuflas por kilómetros en la oscuridad hasta llegar a la estación, en donde trató sin éxito de convencer al personal de que él era el Presidente de la República.

Hasta ahora no se sabe a ciencia cierta cómo diablos se cayó de la ventana del ferrocarril. La versión oficial cuenta que sintiendo calor en su compartimiento se levantó a abrir la ventanilla y asomándose para refrescarse se fue de bruces. Según otra información, Deschanel tenía días con un fuerte acceso de gripe y aunque se le aconsejó aplazar la visita por considerarla perjudicial para su salud, el presidente se entercó en viajar, y si a eso sumamos algunos litros de C9-H16-O2(la fantástica fórmula química del whisky), pues tenemos una bomba humana del alto octanaje.

Paul Deschanel
Imagen: Bettmann/CORBIS.

Mientras tanto, en el tren, nadie se había dado cuenta del percance. Sólo cuando estaban llegando a Roanne, el valet de Deschanel entró en al camarote del presidente y al encontrarlo vacío comenzó a buscarlo. La delegación de personalidades de Roanne que estaba para recibirlo con honores preguntaba por él. A los pocos minutos, el ministro del Interior, M. Steeg, recibía un telegrama en el que se le comunicaba el accidente del presidente. La esposa de Deschanel, junto con su hijo, y el presidente del Consejo, Alexandre Millerand, fueron a buscarle a la Subprefectura de Montargis:

 “(…) Afortunadamente el tren iba tan despacio que el Presidente cayó sobre un talud lleno de barro y maleza. El profesor Logre, su médico, explicó confidencialmente que había sufrido del Síndrome de Elpénor; los periodistas pensaron que se trataba de una seria enfermedad, un vértigo peligroso”, vuelve a decir Wiesenthal.

¿Qué es el Síndrome de Elpénor?:

Elpénor es un personaje de la literatura griega que aparece en la Odisea como el más joven de los acompañantes de Ulises en su viaje de regreso a Ítaca. En la embarcación Elpénor trabaja como remero y es recordado como un charrito enjundioso, pero medio bruto, además de ser un gran aficionado a la bebida.

Durante el viaje Ulises decide parar en la isla de Eea, donde se encontraba Circe, diosa de pocas pulgas que gustaba de transformar a los que la contradecían en animales poco agraciados. Precisamente uno de los mejores amigos de Elpénor, Odiseo, vivía ahí transformado en un irritable cerdo verde. Pues en ese lugar a Elpéron se le pasaron las cucharadas, once again! Se quedó dormido en una terraza del castillo, y cuando trató de levantarse se fue de narices al vacío, explotando su cabecita como butifarra en microondas. Así, el Síndrome de Elpénor es un trastorno del sueño consistente en la dificultad para despertar después del sueño nocturno. Durante esa transición dificultosa entre sueño y vigilia, el paciente puede mostrar una conducta anormal e incluso agresiva.

Mientras tanto, Deschanel manifestaba cada vez más rarezas en su comportamiento, lo que planteaba una situación compleja en la política francesa, ya que su Constitución entonces no preveía la sustitución interina del presidente en casos de que el Jefe estuviera chalado.

Monsieur Paul se retiró con su familia a descansar unas semanas al castillo de Monteillerie, en Normandía, y después a Rambouillet, pero al constatar que su salud no mejoraba, sino que empeoraba, Deschanel acabó renunciando a la presidencia en septiembre de 1920, falleciendo el 28 de abril de 1922.

Moraleja: Siempre hay que amarrarse al bar del tren.


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Acuario Inbursa abre sus puertas al público

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“El Acuario Inbursa cumple con todos los protocolos. Ya pueden ustedes visitar este establecimiento; nosotros vamos a garantizar que sea un punto seguro”, comentó el alcalde.

Víctor Hugo Romo de Vivar Guerra, alcalde de Miguel Hidalgo, constató que el Acuario Inbursa cumple con todas las medidas sanitarias establecidas por el Gobierno de la Ciudad de México y está listo para abrir sus puertas al público.

Durante su recorrido de supervisión por el establecimiento, el Alcalde informó que el  aforo máximo permitido al Acuario es de 2,200 visitantes por día.

Destacó además, que el Acuario ha promovido la venta virtual planificada de entradas entre sus visitantes, a fin de evitar aglomeraciones e invitó a la ciudadanía a visitar las instalaciones del inmueble porque es un lugar seguro.

La Gaceta Oficial señala que desde el 17 de septiembre del año en curso ya se permite la operación de acuarios, por lo que en este inmueble fueron implementados protocolos de seguridad e higiene que cumplen con las recomendaciones de las autoridades locales y federales.

El establecimiento cuenta con filtros sanitarios al ingreso, dispensadores de gel antibacterial en todo el recorrido, el personal porta cubrebocas y careta, añadiendo que los pagos se realizan de forma electrónica para evitar cualquier tipo de contacto.

Con esto, Julio Nasta, Director de Adquisiciones de Grupo Ventura, se comprometió a seguir garantizando que el Acuario opere con todas las medidas de sanidad, para brindar seguridad a los visitantes.

Asimismo, cuenta con el distintivo “Safe Travels” al adoptar en su totalidad protocolos estandarizados de higiene, sanitización y distanciamiento físico emitido por el WTTC (World Tourism and Travel Council).

Historia de dos caídas

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Llevamos un rato en el techo del lanchero de casa de mi abuela. Así llamamos a la edificación donde se guarda la lancha con la que esquiamos todos los días. Mi hermano y sus amigos se están divirtiendo, tirándose desde ahí a la laguna. A mis 10 años veo la distancia muy grande y, temeroso, prefiero verlos antes que saltar. Supongo que con los años, yo también disfrutaré saltando desde el techo a la laguna, pero aun queda para eso. Mi abuela está viendo el partido de futbol de los PUMAS y mis padres están de camino desde la Ciudad de México. Estamos pasando nuestras vacaciones veraniegas en el lago de Tequesquitengo. En las noches ese mismo techo nos servirá de improvisado observatorio estelar. 

A la derecha del lanchero y pegado, se encuentra el lanchero de los vecinos y, en su parte superior una palapa que hace nuestra envidia por lo cómoda que es en tiempos de calor y por sus confortables sillas de mimbre revestidas de cuero. Huelga decir que nadie mojado puede sentarse en ellas. A mano izquierda, dos metros y medio más abajo, se encuentra un camino estrecho de cemento pegado a la pared del lanchero y, a continuación, el césped. De ahí nace un árbol. Una de sus ramas, ya seca, llega hasta el borde del techo.

Después de un rato de tanto brinquito, el ver a los mayores divirtiéndose me empieza a aburrir. Por más que me animan, no me atrevo. Lo mismo ocurrió la única vez que salté la rampa, haciendo esquí acuático. La primera vez todo fue bien. Crucé la estela y emprendí la subida. Volé una corta distancia y al caer al agua no conseguí mantener la estática. Nada mal para un primer intento. La segunda ocasión fue totalmente distinta, llegué a la rampa, subí a la parte superior impulsado por el motor de la lancha a la que me unía la cuerda y, antes de impulsarme hacia el vacío, los esquís se me salieron. No sé cómo lo hice, pero tuve los suficientes reflejos para tirar la cuerda y echarme un clavado a la laguna. De milagro, los esquíes no me cayeron en la cabeza. Me los volví a poner.

—Una vez más. Seguro que esta vez te sale Joaquín –me dijo mi padre desde la lancha.

caida libre
Ilustración: Danica Cudic.

Yo pensé que ya había tentado demasiado a la suerte, y aunque volví a esquiar, me negué en redondo a emprender el tenebroso ascenso. Nunca más lo intentaré me dije. Al cabo de un rato mi padre, viendo que no iba a seguir, decidió llevarme a casa. Había terminado el tormento.   

Cada vez me llama más la atención la pinche rama. No sólo porque invade el espacio del lanchero sino por su fealdad. Determino que tanta decadencia no es digna del paraje idílico en el que nos encontramos y decido arrancarla con mis propias manos. Oigo el crujir de la rama y próspero en mi afán. Desafortunadamente no he calculado el peso de la misma y ésta me arrastra hacia el camino de cemento. En ese breve microsegundo pienso que hasta ahí llegó mi vida y diviso a lo lejos a mi madre que acaba de llegar de la Ciudad de México.

Al cabo de un tiempo, despierto en el césped del jardín. Todo el mundo me rodea. Mis padres, mi abuela, mis hermanos y sus amigos. Me duele el brazo derecho. Creo que me lo he roto por lo que pasaré todo el verano enyesado. Sin embargo, en ese primer momento, nada de eso me importa. Lo que verdaderamente me intriga es saber por qué no tengo el cuerpo lleno de raspaduras al chocar contra el cemento. Sentada en el césped se encuentra Susana, vecina de la laguna. Ella me da la respuesta a mi duda.

—Primero me cayó la rama y luego me caíste tú. Con tan buena suerte que rebotaste contra el jardín. ¡Cómo me duele la cabeza!

Como ocurre en estos incidentes, no ha faltado quien duda de la veracidad de esta historia; más concretamente, mi hermana, que asevera que Susana estaba a su lado cuando ocurrieron los hechos. Da igual. Mientras me levanto en brazos mi padre que me va a llevar al hospital, mi abuela sentencia:

—No cabe duda de que el diablo los cuida de pequeños para llevárselos de grandes. 


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Cuando un amigo se va, adiós Gerardo Vergara

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Hace ya más de 30 años que a José Luis Carazo “Arenero”, mi señor padre, junto a un grupo de novilleros y matadores de toros en retiro –nada de ex que suena horrible– se reunieron y conformaron la Hermandad Taurina con el propósito de chanelar –en cristiano significa hablar de toros– y, desde luego, de sus recuerdos.

También tenían como asignatura en los aniversarios luctuosos, asistir a donde descansaban sus restos, y con la familia –a veces sin ella– para recordar sus hazañas con el entusiasmo de cuando les vieron actuar en los ruedos.

Era un grupo muy compacto que fue creciendo en el que hacía cabeza “Arenero” y su segundo de a bordo siempre lo fue Gerardo Vergara, quien era el equilibrio de nobleza y bonhomía, entre el carácter explosivo de sumo apasionado de Gerardo, cuando de pronto parecían salirse del cauce generoso que propició el grupo –entre los de la legua y las figuras del toreo–, metía el capote y los dejaba quietos, para una lidia más tersa, para que los demás intervinieran y regresara la cordura.

Entre muchas de ellas, recuerdo una reunión en casa de mi hermano José Luis con la presencia de Luis Castro “El Soldado” y Manuel Capetillo, por mencionar a dos que entendiendo la filosofía del grupo, compartieron pan y sal y, desde luego, algunos vinillos, sin poner por delante logros taurinos ni jerarquías taurinas, eso sí,  con el respeto propio de quienes han portado el traje de luces, lo mismo en una plaza de trancas que en una monumental.

el soldado
Luis Castro Sandoval, torero mexicano (Fotografía: Al Toro México).

Finalmente eran hermanos en la profesión y eso les convocaba, reitero, con el liderazgo de Carazo, pero con la gran mano izquierda de Gerardo Vergara, a quien cuando salió la gran serie de Juncal, les llegamos a comparar en su relación a mi padre con el torero retirado y a mi querido Gerardo con Búfalo, uno de los personajes más entrañables que se hayan tejido en la imaginación de un escritor, en este caso Jaime de Armiñan.

Para describirla, mi hermano Luis Alonso, que habita ahora con ellos en La Gloria, en alguna reunión en el cortijo de Carlos Arce presentó una poesía que describe lo que significó la Hermandad Taurina, y mejor de cómo hubieran podido expresarlo alguno de ellos:

Toreros de Romanza

Toreros de Romanza

¿Qué pasa, matador como has estado?
¿Figura, que es de tu menda?
no, manito yo ya con 7 nietos
¡Uhhh! Pues ya ando malo, ¿pero dejar a mis hermanos?
sí, el tiempo ha volado y ya no más:
oye artista a la 10 en el Venus ¡Eh!
¿Mejor entrenamos en la Ford no?
pos yo los veo en la tarde en el Tupinamba
sí, el tiempo voló o más bien ellos fueron los que volaron
por qué el tiempo es el mismo y nosotros seguimos caminando.

Y así es como ahora en los 80 casi casi los 90
se vuelven a juntar los toreros de los 30, los 40 y los 50
y en verdad que veo que los años no acaban
acabaran el pelo, las figuras y las caras
pero de verdad que lo de adentro, sí, lo de adentro eso,
eso no se acaba.

Sí, señores se han juntado otra vez, los Toreros de Romanza,
y no se juntan como amigos, como cuates de parranda
no, se han juntado otra vez como hermanos de crianza,
unos fueron grandes, otros menos, pero eso sí,
todos aunque sea le pegaban sus pases a los bueyes de chonadas
todos estos chavos tuvieron ilusiones en sus andanzas
admiraron a los grandes y por ellos forjaron sus ansias.

¡Ah! qué bellos recuerdos, Toreros de Añoranza,
sí, señores se han junta’o otra vez, los Toreros de Romanza,
los que vivieron la época de Dondifi, Malgesto y
Esperanza, aquellos de la Ford, la Morena y Tlanepantla,
esos que se zumbaban lo que las figuras dejaban
pa’ demostrar en la arena su arte, salero y gracia
lo mismo con capote, banderillas y estocadas
dejaban en los ruedos alma, vida y esperanza
y es que en verdad no había miedo que los parara.

¡Ah! quien no los recuerda Toreros de Añoranza
sí, señores aquí están de nuevo los Toreros de
Romanza.

Y a esta nueva cita se presentan sin tardanza
los Arce, Tapia y Cámara
y llega también Estrada, gran artista ¡Qué torero!
¡Qué pujanza!
y Carazo con micrófono quiere entrevistar hasta las
vacas y éstas le contestan venga diestro a calmar tus ansias,
el canijo Ciego mentando madres que espanta
y Procuna, El Callao figurones de alabanza que ahora
vienen a embriagarse solamente de nostalgia
y así uno a uno llegan a juntarse otra vez
pa’ recordar con sus hermanos todas sus vagancias
ah!, qué muchachos los Toreros de Añoranza
siguen pesando en el mundo los Toreros de Romanza.

Esos que en su silencio de almohada
siguen tejiendo tardes, tardes de gran comparsa
aquellos que disfrutaron de Silverio, El Soldado y Garza
y en punto y aparte tenían a Fermín el maestro que
arrasaba.

Esas calles de Bolívar, mudo testigo de sus chanzas
si pudieran quejarse, el infierno los esperará
aquí pues dejo a estos Toreros de Añoranza
aquellos que Dios permita gozar de su esperanza
a revivir de nuevo toreros, hermanos de Añoranza y señores a cuidarse,
aquí están de nuevo, los Toreros de Romanza.

toreo mexicano
Fuente: Guillermo Ernesto Padilla, Historia de la plaza EL TOREO. 1907-1968. México.

Hace unos días se nos adelantó Gerardo en el paseíllo de la vida; aficionado chipén, amigo generoso y  al que vamos a extrañar mucho por su bondad e integridad y que experimentaba la emoción del toreo, su estética y sus valores, creando una familia de la misma cepa, con base en sus principios de honradez a carta cabal.

Bien dirían los hermanos del Río:

Algo se muere en el alma cuando un amigo se va
Y va dejando una huella que no se puede borrar.

Siempre lo vamos a recordar con su pasión y amor, por la más bella de todas las fiestas.


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Apuntes del teatro en una pandemia

Lectura: 7 minutos

Poco a poco tienes que crear una niebla en tu alrededor;
debes borrar todo cuanto te rodea hasta que nada pueda darse por hecho,
hasta que nada sea ya cierto.
Carlos Castaneda en “Viaje a Ixtlán”.


Un día de ___ del 2020
3:00 a.m.

Estoy encerrado en mi casa. En la última semana he dormido hasta las tres de la mañana. Mis hábitos se volvieron más nocturnos conforme fui creciendo. De hecho, cuando dirigí mi último montaje, sentía mayor enfoque y productividad por la noche. Sin embargo, tres de la mañana es un nuevo límite que rompí.

Tengo el celular en mi mano después de haber leído un capítulo de “Mujer en papel”, la biografía de Rita Macedo. Abro Twitter cada cinco minutos. Hago scroll como autómata a pesar de que quiero checar si existe alguna actualización de la pandemia. Ninguna novedad. Ni científica, gubernamental o sanitaria.

Me topo con la cuenta de un director de teatro. Nos hemos saludado unas cuantas veces en estrenos. Conozco más su trabajo que su persona. Leo su preocupación sobre el cierre forzoso de los teatros hasta nuevo aviso. El scroll toma sentido. Este tuit tiene 78 comentarios: muchas palabras desesperanzadoras al recorrer la pantalla con mi dedo.

¿Debería escribir un artículo sobre el teatro en tiempos de pandemia? Ha pasado una semana y media desde la orden del confinamiento riguroso. Leo otro tuit sobre las pérdidas económicas en el gremio teatral. En ese mismo instante, recuerdo proyectos teatrales en donde iba a estar y que, de forma inesperada, se frenaron. En un modo de supervivencia emocional, he tratado de esconderlos de mi cabeza.

cierre de teatros por pandemia
Fotografía: Forbes.

Siento que no es el momento de escribir sobre el teatro (en estas condiciones) porque no tengo nada claro. De hecho, no tengo nada claro sobre el mundo. Vivo en una situación en donde es prácticamente imposible no pensar en la totalidad y ahora la totalidad no tiene un significado claro. Lo único que pienso es en lo pequeños y frágiles que somos; en lo egocéntricos y absurdos que podemos ser.

Todavía no es tiempo de escribir porque el mundo está revuelto y se me perdieron las palabras para hablar de casi todo. También del teatro. Ahora quiero concentrarme en la cotidianidad. No quiero pensar en el teatro.

Siento un poco de culpa porque hay una parte de mí que me ordena mantener el tren creativo a pesar de no hacerlo. Escucho a mi madrastra interna decir: “debes crear para ser”.

Sin embargo, prefiero concentrarme en qué voy a comer, qué debo limpiar, qué necesita mi mamá.

Hoy no quiero pensar en el teatro.

Otro día de ___ del 2020
16:30 p.m.

El tiempo es una historia que nos contamos para entretenernos. Si checo el calendario, he estado encerrado por tres semanas aunque, a veces, esas semanas se han sentido como cinco días, cuatro meses o un año. El tiempo es una historia que nos contamos a nuestra conveniencia para sentirnos satisfechos, tristes, orgullosos, valientes, productivos. Para usar cualquier máscara.

Hoy me siento productivo. He podido librarme de una terrible holgazanería que me azotó en días pasados (¿importa la unidad para medir el tiempo?). Tengo una reunión virtual con tres productores quienes han sido mis amigos por ocho, cinco y dos años, respectivamente. Los admiro porque han levantado proyectos a contracorriente. En mi cabeza los recuerdo como obras memorables y conmovedoras. Han perdido mucho dinero en el teatro pero aún así siguen haciéndolo.

Dos de ellos cerraron dos producciones en temporada por la contingencia. Sin pensarlo, yo lanzo un torrente de palabras de consuelo cuando uno de ellos me interrumpe: ¿qué crees que le pase al teatro? No sé qué contestar. Cierro la conversación con un “ya veremos”.

teatro en pandmeia
Ilustración: Golden Cosmos.

Al terminar la reunión, pienso realmente en qué le va a pasar al teatro. Tengo muchas ideas en mi cabeza. Después de quince años de actividad profesional, me consagro a ciegas a la concepción filosófica del teatro: al ritual, a la mimesis, a la catarsis, a la performatividad. Y si lo pienso mejor, me entrego sin cuestionármelo a esa magia que vi en el Teatro Hidalgo cuando era niño. Por esa magia incrustada en mi cabeza decidí hacer teatro.

No obstante, hay una parte operativa del teatro donde todo se vuelve irritablemente cuestionable: la competencia mediática, las audiencias, el sistema cultural del país, el modelo de negocios, la precariedad de los sueldos, la fragilidad del sustento.

Sin duda, esta pandemia ha agravado la situación del teatro en México. Pero también ha acelerado y aumentado la intensidad de varios problemas que ya existían. En el encierro, nos explotó una bomba de tiempo en las manos. Problemas viejos adquieren novedad y urgencia: los sueldos bajos, la obsolescencia del cuerpo en todas las relaciones personales, la inteligencia artificial. 

Hace cinco años creía que lo único que puede diferenciar al teatro de otros medios es la experiencia en vivo. ¿En estas circunstancias mi argumento seguirá con algún tipo de validez? Encuentro publicaciones en Facebook donde mis amigos promocionan presentaciones teatrales en plataformas digitales. ¿Eso también será teatro?

Uno de mis amigos productores me decía que el teatro no va a dejar de existir porque el teatro nos cuenta historias y las personas las necesitan. También lo hace el cine, la tele. Netflix. Amazon Prime. La política. La religión. La cultura. Los humanos nos contamos historias todo el tiempo para entender la realidad y calmar nuestra ansiedad ante la muerte. ¿Qué tipo de historias entonces contará el teatro? Y, mejor aún, ¿quiénes querrán esas historias?, ¿para qué servirán esas historias en la vida de las personas?

Leo un estudio hecho por el INEGI y encuentro que el consumo del teatro ha disminuido un 6.6% del 2016 al 2019 entre una audiencia urbana y mayor de dieciocho años, entre otras características más. Una encuesta responde al momento particular de un segmento de la sociedad. Es sólo un indicador. ¿Deberíamos prestar atención a los indicadores? ¿Deberíamos dejar de pensar en arte y pensar en un ejercicio de comunicación donde el otro es lo más importante?

teatro online
Imagen: IIE.

Cualquier día de____ del 2020
17:48 p.m.

Me gustan mucho los atardeceres en silencio en mi casa. Es mi refugio ante la vorágine y la tormenta. Ante la rutina y las exigencias. Después de varios días, he logrado despejar mi cabeza a fuerza de voluntad. Pongo un vinilo de Bruce Springsteen. Escucho “My City of Ruins”: “My soul is lost, my friend. Tell me how do I begin again?”.

Hoy he pensado que no puedo ser un evangelista del teatro si no soy capaz de llevar todo lo que el teatro me ha enseñado a mi vida. De nada me sirve creer en el teatro sólo al ver una obra, como una especie de fuga. En quince años, maestros, historias, escritores,  directores, actores, escenógrafos, iluminadores, vestuaristas y espectadores me han mostrado, de forma directa o indirecta, el camino de la autocompasión.

Hago teatro porque quiero intentar saber quién soy. Conectarme con alguien de manera profunda. Creer en algo más grande que la vida. Y esto no lo quiero hacer sólo sentado en la oscuridad de una sala. Lo quiero en mi vida. En las pequeñas cosas. En mis amores. En la vida y en el mundo que me tocan vivir.

Hoy no quiero juzgarme por no ser creativo. Por no creer que soy lo que hago. Hoy estoy tranquilo con las preguntas sin respuesta. En decir no. En contradecirme. Hacer teatro me ha enseñado a lidiar con la incertidumbre. En cada función nadie sabe qué va a pasar. Es momento de aplicar ese aprendizaje en mi vida: a lidiar con la incertidumbre del futuro no sólo del teatro sino del mundo.

Cada quien luchará por defender al teatro a su manera y a sus posibilidades. ¿Cómo será el teatro después de esto? ¿Cuál es el camino que debemos seguir? ¿Qué buscarán los espectadores en el teatro? No lo sé. Me preocupa el modelo de negocios. El pensar una estrategia que pueda sacar más o menos a flote la actividad.

El encierro, casi en un sentido espiritual, nos orilla a replantearnos quiénes somos. Los creativos teatrales estamos pensando quiénes somos creadores. Hoy pienso en cómo los que hacemos teatro le profesamos religiosidad al teatro como una abstracción. Al final, es una historia más. Nos contamos esa historia porque la necesitamos para seguir adelante. Esos dioses del teatro no buscan que miremos hacia arriba, buscan que miremos dentro y entre nosotros.

A mí el hacer teatro me ha invitado todo el tiempo a ver mi mundo interior. A conectarme con las personas a partir de mi interioridad.

grabacion
Fotografía: Ethos media.

Algunos querrán aferrarse a los paradigmas, otros los querrán derribar porque encuentran una nueva oportunidad. Al final, el teatro cambiará a pesar de nosotros. Esta pandemia nos restriega todo el tiempo que el cambio es la única constante en esta experiencia humana. Hoy leí en Facebook un plan de reapertura de actividades a partir de junio. ¿Qué implica este nuevo mundo? No lo sé.

Yo estoy pensando en nuevas posibilidades del teatro. Yo quiero cuestionármelo todo. Creer menos en abstracciones y en ideas encajadas en mi cabeza desde la academia. Abandonar el tributo a mis héroes teatrales. Creer que esa magia que vi de niño en el teatro sólo es un impulso pero no es el fin. Pensar en un ejercicio comunicación. Creer en la sorpresa. Hacer tribu y comunicarme mejor con mi tribu antes que con los espectadores. Ser cómplice. Conocer a los espectadores. Dejarme modificar por los espectadores. Despedirme de quien soy ahora y darle muchas gracias por lo que es y dejará de ser.

Tal vez moriré y no veré ese cambio radical de poética y técnica que ahora busco. Cada quien hace lo que puede.

Pienso en esa idea incisiva de Antón Chéjov que está en todas sus obras de forma explícita o implícita: “¿Qué pensarán de nosotros dentro de cien años?”. El tocadiscos deja salir la voz de Bruce que dice estas palabras: “Come on, rise up! Come on, rise up!”.


Fuentes de consulta:
Castaneda, Carlos, Viaje a Ixtlán, Fondo de Cultura Económica, México, 2012.

Electrografía:
Presenta INEGI Resultados del Módulo de Eventos Culturales Seleccionados (MODECULT) (consultada el 4 de mayo a las 17:00 hrs.).


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Las bondades de la meditación en tiempos de coronavirus

Lectura: 3 minutos

La meditación es una práctica milenaria con más de 5,000 años de antigüedad, asociada principalmente a prácticas religiosas orientales de India, China y Japón, y que también ha estado presente en otras tradiciones como el cristianismo. Los registros escritos más antiguos se encuentran en Los Vedas –libro sagrado del hinduismo; en la actualidad encontramos infinidad de textos que nos introducen a su conocimiento y nos instruyen en su ejercicio–.

La práctica de la meditación se ha extendido vinculada a tradiciones religiosas o de forma independiente a las mismas como medio para fomentar la experiencia religiosa, eliminar la causa del sufrimiento, incrementar la expansión de la consciencia, promover el dominio de sí mismo y, en gran medida, por los beneficios que proporciona a las personas como lo muestran recientes investigaciones médicas y psicológicas que la aplican a poblaciones concretas con situaciones específicas.

Existen múltiples tipos de meditación: shamata, vipassana, tántrica, zen, compasiva, mindfulness, etcétera. En los entornos médicos se aplican principalmente dos clases de meditación: la meditación de concentración y la meditación de conciencia plena. En el primer caso, la atención se enfoca hacia un objeto específico que puede ser la propia respiración, una imagen, un mantra, una emoción, entre otras. Si la mente se dispersa, simplemente se regresa al objeto de meditación hasta completar el tiempo de práctica. En el segundo, se busca un estado relativamente estable por medio de la respiración y se observan desprendidamente los eventos físicos y mentales que surgen sin juzgarlos, evaluarlos ni sostenerse en ellos; simplemente se dejan pasar.

meditacion
Ilustración: Cyril Rolando.

Independientemente del tipo de meditación, todas ellas contribuyen a estabilizar los sentimientos extremos que rompen la armonía y favorecen la salud integral de las personas. Por tal razón, dedicar unos minutos al día a la práctica meditativa, especialmente en estos momentos de alteración de la realidad como la conocíamos, es una herramienta eficaz para conservar la salud emocional y contribuir a la salud física.

En efecto, la constancia en la disciplina meditativa produce beneficios perenes en el practicante relacionados principalmente con tres aspectos:

1) La aceptación de la realidad tal cual se presenta, sin adhesiones enfermizas, aversiones destructivas, expectativas condicionantes ni decepciones dolorosas;
2) La permanencia en el tiempo presente para evitar posponer el bienestar, dejar de padecer remordimientos o añorar el pasado vivido e impedir temer a un futuro que aún no llega; y
3) La reinvención de la persona misma gracias al desarrollo de mejores herramientas para enfrentar la existencia.

bondades de la meditacion en tiempos de coronavirus
Ilustración: Claire Elan.

Como cualquier otra actividad, la meditación requiere, además de la disciplina y la constancia, destinar un tiempo, así como un espacio adecuado para facilitar su práctica. En un principio, sentarse en una posición cómoda que mantenga la espalda recta, de preferencia sin recargarla, relajar paulatinamente el cuerpo, concentrarse en la respiración y repetir un mantra o una frase inspiradora durante 10 minutos es suficiente para desarrollar el hábito y observar sus frutos.

Para sostener la práctica, las facilidades tecnológicas que proporciona esta época a pesar del confinamiento permiten aproximarse y avanzar en la disciplina. En línea se encuentran múltiples cursos de iniciación para principiantes a bajo costo o incluso gratuitos. De igual forma, existe una gran variedad de meditaciones guiadas y música adecuada útiles para todos, además de la posibilidad de unirse a grupos ya establecidos para mantenerse vinculado a una comunidad y perseverar en el entrenamiento.

La meditación equilibra la tensión existente entre las demandas del entorno y la armonía interior; por ello, ante a la presión e incertidumbre provocada por la aparición del coronavirus, esta práctica es un medio accesible a todos para enfrentar este reto extraordinario con el cual hay que coexistir y superar.


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