Internacional

¿Nos ha vuelto racistas la izquierda?

Lectura: 20 minutos

(Para mi sobrina, M.H.H. Aquí empieza el diálogo entre las generaciones.)


Estamos frente a diversos escenarios que terminan
todos en alguna forma de guerra civil.

Bret Weinstein (min. 01:37).

Nuestro mañana es el hijo de nuestro hoy.
…Pensemos en ello… más vale hacer de él algo bueno.
De cualquier hijo.

Octavia Butler.

¿Cómo saber cuándo ha ido demasiado lejos la derecha? Es fácil, dice Jordan Peterson:

“Con los derechistas lo ves claro, hombre. … Afirman alguna superioridad étnica o racial, y ahí está el cuadro [dibuja un cuadro en el aire]: Nazi.

La derecha ha ido demasiado lejos al instante que defiende el racismo. Pero “el problema del mentado siglo XX,” dice Peterson, es éste:

“¿Cuándo ha ido demasiado lejos la izquierda? Y la respuesta es: nadie sabe. … Tenemos un problema estructural, aquí: no sabemos cómo encuadrar la patología del lado izquierdo.”

Pero… sí sabemos: campos de reeducación, gulags para disidentes, espionaje Big Brother, en fin, totalitarismo—ésa es la izquierda yendo demasiado lejos. La Unión Soviética, Corea del Norte.

Lo que ha querido decir Peterson es esto: con la izquierda, los síntomas tempranos de algo descarrilado son casi imperceptibles, porque los izquierdistas anuncian metas—‘diversidad,’ ‘inclusividad,’ ‘igualdad,’ ‘justicia social’—cuya resonancia positiva sacude y desdibuja la frontera que separa a la virtud del vicio; la pisamos, seguimos, y ni cuenta nos damos.

Una raya, al menos, pudiera antojarse nítida: la izquierda—como la derecha—irá demasiado lejos tan pronto se torne racista. Pero no. Tampoco esta raya se ve. Pues el antirracismo, para la izquierda, es fuente de identidad y táctica de movilización; en la izquierda, entonces, el racismo es autotraición, inversión orwelliana. Cuando aparece, por consiguiente, no asoma bien la cabeza. Finge, disimula, viste un máscara.

¿Está ocurriendo? Sí.

La política de identidades—discurso dominante de la izquierda anglosajona contemporánea—es anti blancos. El líder en esto, como en tantas cosas, es Estados Unidos. Nos servirá una reflexión sobre la experiencia estadounidense, pues la estamos importando.

Kindness Yoga: la anécdota arquetípica

El protagonista de mi historia inicial es Patrick Harrington. De ver cómo la vanguardia de agravio—que lidera la política de identidades—lo hizo pedazos, querrás imaginarte a un vampiro sádico devorando morenos tullidos transgénero. Adelanto, entonces, que Harrington, un yogui famoso de Denver, gozaba de una reputación impecable, pues era rigurosamente observante con la corrección política. Su negocio, Kindness Yoga (Dulzura Yoga), operaba con donativos voluntarios (para recibir a todos), tenía baños género-neutrales, y ofrecía talleres yoga LGBTQ e inclusive “noches de yoga para gente de color donde se pedía a los ‘amigos blancos y aliados’ que ‘respetaran y no asistieran.’”

Pero Harrington es blanco—y eso, al parecer, no se perdona—.

Kidness Yoga, Patrick Harrington
Patrick Harrington (Fotografía: YogaDownload).

Luego del encierro impuesto del COVID, Harrington se esforzaba por reabrir sus nueve estudios de yoga cuando “agravios denunciados en redes sociales” alegaron que “las voces de las minorías [étnicas] y de los maestros LGBTQ no eran escuchadas” en Kindness Yoga. Dos empleados, Davidia Turner y Jordan Smiley (respectivamente, una mujer negra y una persona transgénero), expresaron al Colorado Sun que el equipo administrativo (blanco) de Kindness “no quería echarle ganas a hacer cambios,” por lo que lideraron una campaña masiva para injuriar a la empresa en Instagram.

¿Cómo respondieron los directivos? Cuando escucharon de los inconformes que la página web de Kindness era “demasiado blanco-céntrica,” invitaron a “gente de color y otras minorías a una sesión de fotografía de varias horas.” ¿Qué? ¡Cortina de humo! Inaceptable: “varios instructores expresaron su indignación y furia.” ¿Pero qué hacemos entonces?, preguntó la directora ejecutiva (una mujer blanca). “No corresponde a los empleados [étnicamente] minoritarios corregir la cultura,” contestó Davidia Turner. Hecho lo cual, recuerda ella, su jefa echó a llorar.

Ocurrió entonces el asunto George Floyd. En Minneapolis (Minnesota, EEUU), un hombre negro, detenido por usar un billete falso (USD $20), murió en súplica por una bocanada de aire con la rodilla de un policía blanco en el cuello, todo grabado en video. Habrá que evaluar los detalles para establecer causalidad, intención, y responsabilidad en su precisión fina, legal, y establecer también si atracos como éste han sido típicos (ver aquí y aquí). Son preguntas de suma importancia. Pero mi tema es la respuesta popular. Ríos enormes, inéditos, de blancos enfurecidos, organizados en su mayor parte por Black Lives Matter (BLM), se vertieron sobre las calles para denunciar, en todos lados, el racismo sistémico antinegros. Se arriesgaron. Recibieron golpes. Y muchos blancos más—cifras inéditas—hicieron la porra.

En este contexto, Davidia Turner y Jordan Smiley renunciaron a sus plazas en protesta por la postura de Kindness Yoga hacia Black Lives Matter. ¡Pero si Kindness apoyó a BLM! Pues sí, explica Turner, pero eso fue “activismo performativo”—para quedar bien, según ella—: Kindness “no hizo lo suficiente.” ¿Y qué es suficiente? No dice.

Indignada, Turner movilizó a sus 4,520 seguidores en Instagram en contra de Kindness y otros estudios de yoga con propietarios blancos. Publicó el correo electrónico y el teléfono de Patrick Harrington “y pidió a la gente no solo que exigieran de Harrington ‘reparaciones’ para sus maestros minoritarios, sino que cancelaran sus membrecías.”

Llovieron cancelaciones; Kindness quebró.

¿Le satisfizo a Turner? No. Indignada y transportada de ira todavía, posteó un video “despotricando contra las lágrimas de la directora ejecutiva y la ‘tristeza’ expresada por Harrington ante su renuncia.” Pues “‘enfurece que hayan blandido tristeza y lágrimas como armas,’” explicó Turner en su video viral. Aquello, dijo, “‘es una de las astucias más arteras del supremacismo blanco y de la blancura.’”

Pero si bien Turner y Smiley deberán soportar el peso opresivo de la tristeza blanca, las lágrimas blancas, y la … blancura (¡?), han podido rescatar algo, cuando menos: ambos abrieron estudios de yoga para anteriores miembros de Kindness que coinciden con ellos.

Yoga, Patrick Harrington

Que no son todos—ojo—. Otros maestros de Kindness, “y estos incluyen gente de color y uno que se identifica como LGBTQ,” estaban “en shock y con el corazón roto de ver cerrar el negocio.” ¿Racismo? ¿Cuál racismo? “ ‘Siendo que soy una persona negra, me he venido preguntando esto los últimos días: ¿Cómo es que nunca lo sentí?,’ ” dice Sam Abraham. Él y otros lamentan ese “juicio por Instagram.” ¿No hubiera sido mejor dialogar con Harrington? Los agraviados eran tan solo “un puñado de maestros.”

Nunca falta. Un puñado ruidoso, ostentándose vocero de la mayoría, nos convence de que en realidad la representa. Entonces, intimidados, ya no nos oponemos. A esto le llaman ignorancia pluralística. Dicho fenómeno, bien documentado en la psicología, subyace el conocido efecto espectador de la mayoría silenciosa que allana el descenso de una sociedad a la locura. Sucedió en el Tercer Reich. Sucedió en la Unión Soviética. Está sucediendo ahora.

Sobra decir…—no, me corrijo: aquí no sobra ya nada—. Es obligado precisar que el racismo sistémico antinegros por supuesto existe y hemos todos juntos de combatirlo (regresaré a este punto al final). ¿Pero acaso Harrington era el enemigo? ¿Qué beneficio aportó demoler Kindness Yoga? Harrington mismo se lo pregunta—pero con cautela, pues asimila ya su indefensión aprendida: haga lo que haga, tendrá que pedir perdón—.

“‘Estoy aprendiendo a hablar de una forma más incluyente y apreciativa de la diversidad,’ ” dijo [Harrington] al Colorado Sun.(…) ‘¿Acaso ganó algo nuestra comunidad en Denver cuando Kindness Yoga cerró sus puertas? … Estoy luchando por entender cuál es el beneficio de este desenlace para la gente blanca, la gente de color, la gente LGBTQ. No veo el beneficio en tirarnos de esta forma.’ Luego de un silencio, añade: ‘Pudiera ser que mi privilegio [blanco] me ha cegado. Estoy tratando de aprender.’”

Ojo: esta anécdota es instructiva por arquetípica; es ejemplar, no especial. Se repiten escenas como ésta por todo Estados Unidos. Es de interés general, por ende, dar respuesta a la siguiente pregunta: ¿Cómo pudo una movilización social destruir a este hombre, aliado ideológico de quienes lo arruinaron, por el pecado único de ser blanco? ¿Qué demonios está sucediendo en Estados Unidos?

Es menester entender, en su expresión gramática, la política de identidades que ha venido impulsando la izquierda política occidental. Eso mismo explicaré. Me andaré con cuidado, que el terreno está minado. Lo primero: dejarte claro quién te escribe.

woke and racist
Imagen tomada de newswars.com.

Declaraciones y definiciones

Hago tres declaraciones sobre mi relación con la política de identidades en su versión anglosajona.

Primero, soy antropólogo evolutivo y sociocultural, interesado en las sociedades occidentales más avanzadas: educadas, industrializadas, ricas, y democráticas—WEIRD societies, como ahora las llaman, luego de que Joe Henrich, quien compartiera conmigo las aventuras del doctorado, acuñara dicho acrónimo (WEIRD: Western, Educated, Industrialized, Rich, and Democratic). Es inusual pues soy mexicano, escribiendo desde México: la periferia occidental estudiando al centro. Para dicha tarea, me asisten 17 años de experiencia etnográfica participante-observador en EEUU, en la ecología misma que parió y desarrolló a la política de identidades: la universidad.

Segundo, mi trabajo reciente tiene su raíz en el análisis de discurso, una de las vertientes académicas que dieron lugar a la política de identidades (tres ejemplos: 1, 2, y 3).

Tercero, desde las perspectivas evolutiva y cognitiva, he buscado desarrollar mejores herramientas científicas para investigar el racismo. Sobre el racismo antinegros, en específico, he estudiado: 1) los esfuerzos por revivirlo en los medios y el mundo académico; 2) las políticas eugenistas (proto nazis) en torno a los exámenes de IQ; y 3) el racismo de los Padres Fundadores, esclavistas, de EEUU. (Ver aquí y aquí.)

Por favor nadie me malentienda: en absoluto digo lo anterior para compartir mis credenciales de woke, como se dicen ahora los izquierdistas presuntamente ‘despiertos.’ Mi razón es antípoda. Busco asentar lo siguiente: cuestionar la ideología woke no me vuelve racista sino todo lo contrario. Los woke no tienen problema en perseguir a los blancos; yo deploro el racismo contra quien sea.

Ahora bien, en materia de definiciones, requerimos tres: para gramática, prejuicio, y racismo.

Una gramática obvia es la del castellano, que nos obliga a ordenar las palabras, ‘correctamente’, según sus reglas. Pero hay reglas gramaticales más allá del habla. Las seguimos al sentarnos a comer, al ir al baño, en saludos y despedidas, acudiendo a un concierto, comprando algo en el supermercado (y un largo etcétera). En cada comunidad local, ligado a la identidad que la marca, emerge, para cada categoría de comportamiento, un sistema de reglas—a menudo totalmente implícitas—que, funcionalmente articuladas, ordenan la expresión ‘correcta.’

Nuestra propia maestría con estas reglas nos las oculta. Nuestra conducta es fácil, intuitiva, como hace un pez en aguas que no logra ver, pues todo lo envuelven. Por eso, mucho antes de conocer—y por primera vez percibir—la gramática castellana en la escuela, ya la hablábamos. Igual de invisible, mientras no se estudie, es la gramática de un discurso ideológico, aquel que ordena asertos y juicios, y sus combinaciones.

racismo Estados Unidos
Imagen: Healthline.

La crianza es gramatical y eso tiene una consecuencia. Luego de ser alineados desde niños con reprimendas y castigos, en nuestra mirada intuitiva la conducta extranjera nos parece ‘incorrecta.’ El extranjero no tiene la culpa—no ha hecho sino internalizar la gramática de su sociedad—. Pero cuesta trabajo ver eso. A dicha dificultad, en el lenguaje técnico del antropólogo, la llamamos etnocentrismo. Quiere decir prejuicio.

La cosa es vieja. En la antigüedad clásica, Herodoto, primer antropólogo, lo dijo así:

“… si uno pidiera a los hombres escoger, de entre todas las costumbres del mundo, aquellas que consideran mejores, examinarían el conjunto entero y terminarían por preferir las suyas; pues muy convencidos están de que sus usos son superiores a todos los demás.” (Histories 3.38)

Lo propio, es propio.

Pero no es mera preferencia. Mucha investigación, incluyendo la mía (véase aquí y aquí), sugiere que nuestra psicología evolutiva nos sesga la percepción: las culturas nos parecen (incorrectamente) poblaciones biológicas con fronteras claras marcadas por rasgos físicos. La mente intuitiva quiere ‘ver’ razas.

Dichos sesgos nos vuelven presa fácil para emprendedores políticos que nos venden conflicto existencial entre los ‘buenos y/o superiores por naturaleza’ (nosotros) y los ‘malos y/o inferiores por naturaleza’ (otros). Uniendo así el orgullo al prejuicio, se cuece el racismo.

La naturaleza, empero, no es destino; emprendedores políticos de cepa distinta a veces sacan delantera. El indígena oaxaqueño Benito Juárez, el presidente más admirado de la historia mexicana, famosamente dijo: “El respeto al derecho ajeno es la paz.” Aplicando ese principio, Martin Luther King, descendido de esclavos afroamericanos, desacopló el orgullo del prejuicio, heredándonos consciencia—tolerancia—.

Pero … ¿se estará evaporando ya? Pienso que sí.

perspectiva racismo, blanco y negro
Imagen: CNN español.

En 2020, ¿cómo es Estados Unidos? ¿Tolerante o racista?

En este año inolvidable, hemos visto protestas gigantes, inéditas, contra el racismo sistémico antinegros. Pero si el racismo es un problema tan grave, como indicarían las protestas, ¿cómo es que vemos muchedumbres blancas, igualmente inéditas, entre protestantes y porristas? ¿Paradoja?

Puede explicarse. La política de identidades en EEUU opera sobre una gramática que resumo en tres amplias jugadas. Primero, rebajas a los blancos por su piel. Segundo, los fuerzas a emitir, para redimir dicha piel, señales de virtud woke. Tercero, hagan lo que hagan, les niegas la redención. (Véase el caso Harrington.)

Corriendo varias décadas de este juego, tenemos ya muchos blancos bien socializados, urgidos de redimirse. Necesitan—por gramática—que los vean protestando el racismo antinegros. Pero no se contabiliza su presencia en las calles; no cuenta para decir que el racismo antinegros haya sido superado, o que esté en vías, por lo menos, de trascenderse. Primero, porque las protestas son ostensiblemente contra el Estado. Y segundo, porque ni esto ni nada—según esta gramática—podrá jamás redimir la piel blanca.

Pero eso mismo—en sí—es racismo.

Como dice Coleman Hughes, si no hemos de repudiar todo lo enseñado por el Movimiento de Derechos Civiles y por Martin Luther King—a saber, que el color de tu piel no expresa tu valor—habremos entonces de confesar que quien exija al blanco redimir su piel, y luego (¡para colmo!) desaire su esfuerzo por redimirla, será un racista al cuadrado. Y un agricultor del racismo, pues cosecha con ello que algunos blancos se entreguen, derrotados, al auto odio, y que otros, igualmente derrotados, se dejen seducir por la extrema derecha, gravitando hacia el supremacismo blanco.

Peligro. Esto es una emergencia social. Hay mucho que hacer. Y lo primero es entender.

Existe ya buen trabajo (dos ejemplos: 1 y 2) trazando los problemas lógicos y morales de la política de identidades a sus raíces académicas (marxismo, posestructuralismo, deconstruccionismo, posmodernismo, feminismo cuarta ola, teoría crítica de justicia social, teoría crítica de raza, teoría de interseccionalidad, etc.). Pero ¿de qué nos sirve? La gramática de identidades ha escapado ya su jaula académica para empapar toda la cultura, poseyendo a la gente de a pie sin que lo entiendan, ordenando ideas y comportamientos. Entonces, lo que urge es un asidero antropológico: mejor teoría sobre cómo diversas fuerzas selectivas, operando en la cultura en escalas históricas, articulan y editan nuestras gramáticas funcionales, para luego aplicar ese conocimiento al proceso literalmente pedestre y contestar: ¿cómo se juega, con la gente de a pie, esta gramática de identidades?

A continuación, una primera aproximación.

Fotografìa: Buenos dìas Nebraska.

La gramática de identidades—erigida sobre la ‘culpa blanca’—

Érase una vez en EEUU que la Segunda Guerra Mundial se hacía borrosa, ya, en el espejo retrovisor, y la izquierda marxista pudo ver muy nítido, en cambio, el problema estructural que tenía por delante: el progreso económico de las clases trabajadoras, levantadas por la economía de mercado, eliminaba las condiciones objetivas para una sabrosa lucha de clases. Así lo plasmó Tom Wolfe:

“… El término ‘clase trabajadora’ se dejaba de usar en Estados Unidos, y ‘proletariado’ era tan obsoleto ya que solo unos cuantos marxistas amargados con pelo de alambre asomando de las orejas lo conocían. La vida de un electricista, mecánico de acondicionadores, o reparador de alarmas hubiese hecho pestañear al Rey Sol [Luis XIV]. Pasaba sus vacaciones en Puerto Vallarta, Barbados, o St. Kitts. Antes de la cena estaría en la terraza de un hotel con su tercera esposa, abriendo su guayabera para dejar centellear las cadenas de oro en su greña pectoral. Se habrían pedido un agua mineral de Quibel, del Estado de West Virginia, porque las europeas de Perrier y San Pellegrino, antes muy favorecidas, las sentían ahora un tanto corrientes… Consumaban así los sueños de… [los] utopistas socialistas del siglo XIX, del día en que el trabajador común tendría las libertades políticas y personales, el tiempo libre, y los medios para expresase como quisiera, haciendo florecer todo su potencial…”

¿Qué hacer entonces con el marxismo? ¿Enterrarlo? ¿Y de qué come entonces un marxista? No. Había que descubrir una nueva opresión; politizar—vestir de víctima—otras identidades sociales, clamar por justicia, y reanudar el conflicto. Entró en escena, entonces, a finales de los años 1960, la Nueva Izquierda.

En su presentación mediática, la nueva estrategia tomó al principio una forma engañosamente benigna: multiculturalismo. Esto vino a reemplazar el anterior ideal gringo—desconocido ahora, quizá, por las nuevas generaciones—que pedía estrechar lazos allende fronteras nacionales, étnicas, y raciales para confundirse en la fundidora (melting pot) y verter para todos una identidad nueva. No, no, no, eso no, dijeron ahora. ¡Semejante error! Dicha fusión, insistieron, no es esperanzadora sino opresiva, pues aplasta la diversidad, el principio más importante. Había que proliferar y nutrir todas las identidades, todas preciosas, orgullosas, en respeto y tolerancia.

Eso de respeto y tolerancia sonaba bien—buena mercadotecnia—. Pero lo que hacían en la universidad estos emprendedores de Nueva Izquierda era envolver las identidades tribales de sus alumnos en paños de agravio histórico, haciendo hervir resentimientos y denuncias: aquellos conatos de conflicto que precisaban los marxistas.

Cabe aquí la siguiente pregunta: Siendo que los rectores sirven a los trustees, representantes de los grandes intereses capitalistas en la universidad, ¿por qué tanto apoyo para estos emprendedores marxistas? Un misterio. Pero con el poder que adquirieron, dichos marxistas proliferaron ‘estudios de agravio’ (grievance studies) en las ciencias sociales y humanidades, y luego licenciaturas, maestrías, y doctorados, anclados todos en el ‘defensismo vengativo’ (vindictive protectiviness), como lo llaman Lukianoff & Haidt. O quizá quede mejor ‘victimismo agresivo,’ pues sus promotores querían una paradoja: convertir el grito de ‘¡Soy víctima!’ en un arma temible y poderosa.

Pero ¿eso funciona? Sí, porque la revolución de Martin Luther King había operado un cambio profundo en muchos estadounidenses; ansiosos ahora de comunicar su nueva tolerancia y redimirse con reparaciones simbólicas, estaban muy receptivos al reclamo de quien se ostenta víctima. Esta nueva ecología emocional exhibía, en sus superficies, los brotes y valles justos para la adhesión del virus ideológico de Nueva Izquierda. Y fue así—aprovechando las buenas intenciones—como invadió al cuerpo social la nueva gramática.

Opera de la siguiente manera.

Karl Marx
Fotografía: Peter Schalchli (Dialektika).

Primero, sustituimos lucha de clases con conflicto racial. El término ‘gente de color’ (people of color), que alguna vez quiso decir ‘negros,’ se redefine para excluir y aislar a los blancos, agrupando a todos menos a ellos, declarando así dos ‘clases’: oprimido (de color) y opresor (blanco).

No estamos hablando, ojo, del blanco que pone su dedo en el botón nuclear, sino de cualquier blanco de a pie, aunque no tenga un peso, aunque no haya vulnerado jamás a persona alguna, aunque quiera ser amigo y se declare antirracista y apoye las protestas. Aunque se llame Patrick Harrington y ponga baños género-neutrales y promueva dulzura. No importa. Será Señor del Patriarcado pues su piel es ‘privilegio’ y eso lo condena.

Dicha condena, bien asimilada por el blanco tolerante de a pie, es su ‘culpa blanca’ (white guilt), que busca redimir con intención sincera. Pero ¿quién habrá de poner manos sobre su cabeza y pronunciar el fallo? Dan paso adelante los voceros autodesignados: la vanguardia de agravio. Es aquí, en esta relación, donde el penitente blanco otorga al activista woke un poder social de absolución, que se articula el eslabón clave de la gramática funcional de identidades.

Y empieza el abuso.

Inicia un proceso ostensiblemente benigno: reformas al habla para evitar una posible ofensa (corrección política). Pero este nuevo marxismo que nos expropia el habla no descansa, mutando a diario las reglas para tropezar al blanco en pos de redención. Lo acostumbran a estar siempre mal, a siempre pedir perdón, a una perpetua expiación.

Pronto, buscará un refugio.

¿Con qué abrigarse? Con alguna nueva definición de víctima, si puede. Pues en este juego el poder emana, paradójicamente, de tu presunta subyugación y el decibel de tu denuncia. Floreciendo a diestra y siniestra nuevas categorías de víctima, las demandas de reparación simbólica se multiplican, acentúan, combinan, y enfrentan: interseccionalidad.

Otro recurso es el de varias celebridades: responden o se adelantan a la denuncia, acusándose a sí mismos cual histriónicos flagelantes, confesando en público pecados anteriores y actitudes ‘incorrectas’ todavía por expurgar.

Pero el mejor refugio será unirse a la vanguardia de agravio: ser guerrero de justicia social (social justice warrior), profesionalmente ofendido, denunciando racismo a diestra y siniestra. Ante tal ferocidad, ¿quién osará acusarlo?

Se ofende, primero, para brillar; y después, para sobrevivir, pues regresa la sospecha para quien se ofenda un tanto menos. Se produce, en efecto, una ‘carrera armamentista’ en cuya escalación perpetua los activistas, un ojo al gato y otro al garabato, pronto agotan las jugadas obvias y se ven forzados a buscar nuevas fronteras de resentimiento y agravio: micro agresiones. ¿Qué son? Lo que imperiosamente alegue un propenso a ofenderse que esté ofensivamente implícito, por remoto que parezca, en lo dicho.

ignoring racism
Imagen: NBC News.

Y llegamos al absurdo: pues a menudo ya no saben, bien a bien, ni por qué se ofenden. Pero entienden—eso sí—que es imperativo siempre ofenderse de algo.

No apareció de la nada, ni fue inmediato—esto lleva décadas armándose—. Los antropólogos veteranos, todavía científicos, lo vimos crecer y denunciamos asombrados, impotentes, cómo el marxismo expropiaba a la ciencia social para crear conflicto. Nuestros jóvenes no vieron nada. Son jóvenes: nacieron ayer, en un mundo empapado ya de esta gramática que absorbieron como hacen con el lenguaje y que hablan con igual maestría. Pero si bien expertos en su aplicación intuitiva, son ajenos al poder que tiene esta gramática para ordenar sus pensamientos y valores, pues su propia maestría, como dijimos, se los oculta. Así, con total naturalidad, se cultiva el etnocentrismo, que en esta versión es contra sus papás, extranjeros de un país atávico lleno de viejos tercos cuyos pensamientos y valores ‘incorrectos’ entorpecen el amanecer de un nuevo orden moral.

Hay que ponerle atención a esto: los chavos quieren hacer el bien. Quieren emanciparse de sus papás y avanzar el progreso moral. Como hicimos nosotros. Como hicieron nuestros papás. ¡Y nuestros abuelos! Y seguro sí tienen cosas que enseñarnos. Pero una gramática torcida pavimenta, con las buenas intenciones, el camino al infierno. Pues aquí, quien no se cuadre—y totalmente—será ‘enemigo,’ y además malvado (presunto racista). No cabe, en esta lógica, tregua, negociación, o diálogo. Sólo cabe la denuncia.

Y eso tiene su consecuencia. Pues quien supone racismo en todos lados, en todos lados se lo encuentra, y así, los activistas woke terminan por devorarse, inclusive, unos a otros. Ya nadie sabe—ni la vanguardia de agravio—qué es ‘correcto.’ Ya todos temen hablar, pues todo se denuncia.

(Cualquier parecido con el totalitarismo comunista o fascista es mera coincidencia.)

Los más movilizados imaginan que liderar la denuncia los hace fuertes. Pero esto es un timo. Pues deben primero—por gramática—definirse ‘víctimas,’ y eso los debilita. Todos lo sabemos: si el bebé da un simple sentón, déjalo y se levanta sin drama; pero corre histérico a consolarlo y enseguida llora. ¿Quieres cosechar berrinches? Haz siempre lo último.

Así—precisamente así—es como infantilizan los administradores universitarios a sus alumnos. Son ‘mamá helicóptero’ y corren al menor suspiro woke a publicar disculpas y estándares, creando ‘espacios seguros’ para mimar a las víctimas vocacionales, ‘oprimidas’ por la expresión de una simple idea. Y censuran y despiden profesores en la esperanza de emitir una señal virtuosa que baste para ahuyentar la furia de masas. Porque están duros los berrinches… No han faltado, inclusive, brotes de violencia física (ver aquí y aquí) para barrer del campus cualquier expresión que pudiera contrariar el dogma de agravio, siempre en evolución: cancel culture.

Esto es bullying.

Todo ser humano en franco desvío de una gramática establecida es fácilmente avergonzado y presionado. Pero especialmente ahora. Pues las redes sociales, en los últimos quince años, han azotado de un palmazo, hasta el cero, el costo de acosar e intimidar en masa a un semejante. Y así la política de identidades, en este periodo, cual universo que estalla de su punto singular, se ha tragado entero a nuestro vecino del norte.

Locura.

Y digo bien. Pues empujada hasta su límite, la política de identidades termina por explicitar—ya sin vergüenza—el significado meta de su gramática funcional:

“Estoy diciendo que … todos los blancos son racistas.”

¿Que qué? Así, tal cual. La cita es de Robin DiAngelo, de su bestseller White Fragility (Fragilidad Blanca). ¿Y en qué radica dicha “fragilidad blanca”? En la dificultad que tienen los blancos de aceptar que “la blancura” (así se expresa ella) es algo malo, intrínsicamente racista. Hemos visto arriba el efecto de esta teoría, pues Davidia Turner, quien destruyera a Patrick Harrington, ha podido ver, en la tristeza y lágrimas de un blanco, un arma racista de “la blancura” (así se expresa también).

Robin DiAngelo

Y es que DiAngelo es muy influyente. Instituciones varias la contratan para que entrene a sus empleados a ver el mundo así. Y le pagan sumas exorbitantes. Con 7 horas de trabajo supera “el ingreso medio anual de las familias negras” (y una llamada telefónica te la cobra en USD $320 la hora). Semejante lucro no es ajeno al color de su piel: blanca. Vaya privilegio. Entre sus clientes están Amazon, la Fundación Bill & Melinda Gates, el Hollywood Writer’s Guild, la YMCA, las escuelas públicas de Seattle, y la ciudad de Oakland, por nombrar algunos.

Pero no estamos perdidos—no todavía—.

Cierto, en la página de Amazon el 76% de las reseñas otorgan cinco estrellas al libro de DiAngelo. Pero miremos más de cerca. Amazon también permite a los usuarios calificar esas reseñas. La mejor calificada es un ataque contra el libro que lo batea con una estrella. Y los usuarios prefieren dicho ataque—4 contra 1—a cualquier reseña adulatoria de cinco estrellas. Las reseñas mejor calificadas son todas ataques de una sola estrella.

Amazon también permite que los usuarios se comuniquen poniendo comentarios debajo de las reseñas. Las reseñas de cinco estrellas desbordan de comentarios negativos de gente que lo dice bien clarito: este libro vende racismo antiblancos y es una traición al legado de Martin Luther King.

La política de identidades, parece ser, apalanca la ignorancia pluralística: la mayoría de los estadounidenses no están (todavía) de acuerdo con ella, pero no saben que son una mayoría silenciosa.

¡Párense! ¡Levanten la voz! ¡Que los cuenten!

Porque si esta gramática convence a los blancos de que no hay redención, habrá más auto odio, por un lado, y más debilidad por el supremacismo blanco, por el otro. Los dos extremos, izquierda y derecha, se alimentarán mutuamente y engullirán el espació intermedio. Será una elección entre dos totalitarismos, cada cual racista.

¿Viene una guerra civil?

Me tomo esta pregunta en serio porque lo está prediciendo Bret Weinstein, un teórico evolutivo brillante, autor del reserve-capacity hypothesis, que se ha convertido en profeta de nuestro cambio cultural. Sí es muy listo pero también es cierto que lo ve todo muy de cerca, pues él protagonizó el punto de inflexión de 2017. Las cosas venían rápido ya, pero ese año, alrededor de él, se aceleraron que da vértigo.

Bret Weinstein
Bret Weinstein (Fotografía: Epiphany a Week).

El profesor Weinstein, quien años atrás defendió heroicamente, en sus días de universitario, a las estudiantes negras abusadas por bullies blancos de las fraternidades de UPENN, y cuya piel resulta ser blanca, fue acusado por los activistas woke de Evergreen College, donde enseñaba, de ser un nazi (Weinstein es judío), amenazado con violencia, y luego corrido de la escuela (con la cooperación tácita del rector). Todo porque no estuvo de acuerdo con el Día de Ausencia.

El Día de Ausencia: una presunta celebración de la diversidad donde los “alumnos, empleados, y profesores blancos [fueron] invitados a irse del campus y no participar en las actividades del día.” Eso, señaló Weinstein, es racismo antiblancos. Pero no puedes decirle eso a los guerreros de justicia social, porque estamos en plena inversión orwelliana.

La guerra es la paz, la libertad es la esclavitud, los racistas son antirracistas…

Weinstein nos advirtió que su experiencia pronto sería normal, que se venía una ola de esto. Tuvo razón. Ahí está Patrick Harrington. Y muchos otros. Debimos haberle escuchado. Ahora está diciendo que se viene una guerra civil. O quizá no, dice, pero “Desconozco el nombre de la fuerza que la estorbaría.”

En el clima presente, con violencia callejera en varias ciudades estadounidenses y la policía en retirada, no es precisamente impensable que un día, en algún lugar, algún blanco claramente inocente será muerto, sin ambages, por ser blanco. Y entonces, ¿qué? ¿Cómo reaccionarán los verdaderos supremacistas blancos? ¿Y cómo reaccionarán las masas de Black Lives Matter? Me pongo a temblar.

“Nuestro mañana es el hijo de nuestro hoy,” escribió Octavia Butler, otro profeta. Hemos de trabajar hoy—urgentemente—para que los estadounidenses no se maten unos a otros. Ni tampoco nosotros, que importamos todas sus modas. Ésta es, ahora, nuestra más alta responsabilidad moral. Enseñemos Juárez: “El respeto al derecho ajeno es la paz.”

Hela ahí: la fuerza que estorbaría a una guerra civil.

Urge canalizar el antirracismo de izquierda en una dirección productiva

El racismo sistémico antinegros sí existe. Como bien dice Bret Weinstein (min. 13:40):

“Sabes, en las comunidades negras hay una percepción [del sistema]: ‘está sesgado específicamente en nuestra contra.’ ¿Y sabes qué? Sí lo está. Pero … no es porque el racismo sea ubicuo, ¿sabes?, dentro de cada cabeza blanca. … [Es] … una propiedad del sistema.”

racismo blancos y negros
Imagen: Cleon Peterson.

Se refiere Weinstein al sistema institucional. Tiene razón. Fue un representante del Estado—y no una turba de linchamiento—quien mató a George Floyd.

¿Y por qué dio lugar una ofensa trivial y no violenta—un billete falso con valor USD $20—a la muerte de este hombre? Porque en EEUU, las relaciones de la policía con los negros están siempre atascadas de tensiones. ¿Y por qué? Porque la guerra contra las drogas ha parido una cultura de violencia en los barrios de las minorías.

¿Y por qué hay guerra contra las drogas? Porque el Estado ha criminalizado la digestión y la respiración.

¿Qué tiene que andar haciendo el Estado diciéndome a mí qué puedo comer o respirar? Es aquí, en este ataque frontal contra la soberanía personal, contra el señorío de mi cuerpo, que el racismo sistémico asoma la cara como política de Estado. Pues dichas políticas afrentan sobre todo contra las minorías.

El régimen de prohibición (ya lo sabemos) en nada reduce la demanda de drogas. Emerge entonces un mercado negro donde los productores y distribuidores ilegales, que no pueden ampararse en el Estado para hacer valer sus contratos, imponen sus términos con violencia desregulada. ¿Dónde? Pues donde los chavos sin mejores opciones, a quienes pueden reclutar, y donde la gente sin recursos privados para autodefensa, a quienes pueden amedrentar, están de oferta: los barrios pobres, abundantemente negros.

Estos barrios, por ende, se infestan de violencia.

¿Cuál es la consecuencia? “La criminalización de la posesión de drogas es, por mucho, el principal motivador de arrestos en Estados Unidos.” Contando nada más los arrestos por posesión para uso, estamos hablando de 1.4 millones de arrestos al año. Y esto le pega sobre todo a los negros, dice la Drug Policy Foundation:

“Es tres veces más probable que un negro sea arrestado por posesión [de drogas] para consumo que un blanco … Y el efecto en cascada para las familias y las comunidades es devastador. … Puede llamarse una forma de opresión sistémica.”

Sí—sí puede—.

En algún momento de su vida, uno de cada tres varones negros irá a prisión (comparado con uno de cada diecisiete varones blancos). Gracias, en parte, a que los negros son excluidos de los jurados, el Estado encarcela adultos negros, per cápita, seis veces más seguido que a los blancos, y los hombres negros reciben condenas bastante más largas por los mismos crímenes. “En algunas ciudades,” escribe Michelle Alexander (p.11) en The New Jim Crow, “más de la mitad de todos los adultos jóvenes negros están bajo control correccional.” Más … de … la … mitad.

Es verdad: la guerra contra las drogas es el nuevo Jim Crow. También es la nueva esclavitud: hay más hombres negros en prisión hoy de los que había esclavizados en 1850.

¿Qué tal eso para indignación y furia? Si vamos a gritar en las calles, gritemos esto, en el Norte y en el Sur: SOMOS CIUDADANOS OCCIDENTALES. NO SOMOS ESCLAVOS. RECHAZAMOS EL RÉGIMEN DE PROHIBICIÓN.

¿Quién habrá de liderarnos?

La libertad de expresión está muriendo; nos urge libertarismo. Es fuerte en el intellectual dark web (‘la red oscura intelectual’), bautizada así por Eric Weinstein, hermano de Bret.

Estos intelectuales Gen X, criados cuando la política de identidades no lo había inundado todo, están abriendo canales de comunicación con los millenials y para abajo. Ahí están con podcasts, conferencias y artículos, y un público enorme: Joe Rogan, Karlyn Borysenko, Sam Harris, Zuby, Douglas Murray, Dave Rubin, Helen Pluckrose, Jordan Peterson, Coleman Hughes, Jonathan Haidt, los dos Weinsteins y muchos otros.

Y estamos tú y yo.

Pues “aquellos a quienes esperábamos,” como dicen los Hopi Elders, “somos nosotros mismos.”

¡Alza tu voz! No importa el color. Regrésate a King.


También te puede interesar: Coronavirus: ¿Y la pandemia social?

De elecciones y huracanes

Lectura: 3 minutos

Estas dos primeras semanas de noviembre nuestra región ha sido marcada por dos eventos inéditos: uno de naturaleza política, por las elecciones desarrolladas en Estados Unidos el martes 3 de noviembre en donde por primera vez en muchos años un presidente en funciones no repite segundo periodo; por otra parte, la irrupción en suelo centroamericano –pero también en países del caribe y estados como Florida– del huracán “Eta”, que de acuerdo a la mexicana Comisión Nacional del Agua (Conagua), se formó en el mar Caribe, cerca de Quintana Roo.

En el primer tema Donald Trump mantiene bloqueado un proceso “natural” de transición en la unión americana; en el segundo tópico, el fenómeno climatológico degradado a tormenta tropical ha dejado secuelas concretas de desesperanza que han venido a “remarcar” la vulnerabilidad social, ya de por sí debilitada in extremis debido a los efectos económico-sanitarios provocados por la COVID-19.

elecciones y huracanes
Imagen: Axios.

En uno u otro escenario parece inaudito lo que estamos observando. En cuanto a la actividad electoral extendida por varias semanas en Estados Unidos debido a la pandemia provocada por el coronavirus, el actual dignatario estadounidense ha “roto” los protocolos que rigen la vida democrática de esa nación norteamericana al no reconocer la evidente victoria de Joe Biden, quien ya el sábado 7 sobrepasaba los 270 votos electorales necesarios para “regresar” a la Casa Blanca, pero ya como presidente y con vicepresidenta femenina por vez primera, Kamala Harris. Donald Trump argumenta un “fraude electoral”, aunque no presenta hasta el momento pruebas irrefutables sobre el particular.

Al respecto, autoridades de la Agencia de Seguridad de Infraestructura y Ciberseguridad (CISA por sus siglas en inglés) y en un documento de reciente dominio público han desvirtuado cualquier posibilidad de “manipulación” de los comicios, y al contrario han dejado entrever que este torneo electoral ha sido “el más seguro” en la historia de la nación.  

Por otra parte, la reciente actividad metrológica, nos recuerda que –en casos particulares como el de Honduras, por ejemplo, después de la destrucción causada por “Mitch” en 1998– aún no se ha delimitado e “intervenido” integralmente aquellas zonas más susceptibles de sufrir los embates de la “madre naturaleza”, lo cual ha sido palpable a través del inagotable conjunto de imágenes sobre la devastación. Mientras tanto, este jueves 12 se cierne “amenazante” sobre el horizonte de países centroamericanos el huracán “Iota”, cuando todavía se resiente los efectos provocados por “Eta”.

Bajo mi punto de vista, en ambos acontecimientos prevalece una asimetría en cuanto a la gestión de los asuntos públicos, pues son generalmente los ciudadanos “de a pie” quienes sufren las consecuencias de los desacuerdos de líderes políticos. Ejemplo de ello, la marcada y profunda polarización en la sociedad estadounidense impulsada por el entorno trumpista, en cuyas mentes solo cabe el país que ellos conciben, razón por la cual han sistematizado la discrepancia y atacado toda oposición a sus ideales.

Imagen: País Digital.

Por otro lado, la falta de verdaderas políticas de infraestructura territorial apoyados en la ingeniería moderna y la sustentabilidad medioambiental ha propiciado que masas humanas se asienten en lugares inhabitables, producto de la fragilidad territorial en la que se establecen. Esto evidentemente ha venido reflejando una crisis habitacional en nuestros países y se ha agravado debido a la explosión demográfica y la precariedad del mercado laboral que se caracteriza por la sobrevivencia en muchos casos.

En definitiva, los eventos electorales requieren de una mayor consolidación de lo que podría llamarse una “ética política individual”, en donde cada figura política en verdad se vea supeditada a los intereses globales, y que surja una cooperación en la mejora de los procesos de resiliencia ante fenómenos como la prevención, contención y respuesta a situaciones climatológicas adversas que, por cierto –y no podemos obviar algo tan evidente–, se han agravado en las últimas décadas con la entrada en escena en la dialéctica público-privada del concepto “cambio climático”.

Posdata: A propósito, Joe Biden, presidente electo de Estados Unidos, ha dejado clara su postura –como una de las primeras acciones–, de reinstalar su país en el Acuerdo de París, para reoxigenar la lucha contra el cambio climático. 


También te puede interesar: ¿Fin de la era Trump?

La cruda de Trump

Lectura: 3 minutos

El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, no sabe que ya se acabó la fiesta y por lo tanto, se comporta como el amigo enfiestado que no se quiere ir y que, mientras tumba algunos tragos, discute y pelea con los que se quedaron hasta el final. Seguro va a dejar una huella que todos recordarán, aunque el próximo día él no pueda refrescar su memoria.

Se va a levantar preguntándose: ¿Qué hice ayer para sentirme así? ¿Por qué no me acuerdo de nada? ¿A caso hice alguna locura? ¿Trate mal al alguien en la fiesta? Y después de algunos minutos se dará cuenta de que lo sacaron del grupo de WhatsApp.

Cuando vas en la vida pisando a los demás para lograr tu ambición, no puedes dejar huella más que encima del zapato del otro. Lo más interesante de la vida de Trump aún no lo ha vivido. Él está en el umbral de un cambio que le afectará mentalmente y no será sencillo darse cuenta por el ego que se ha apoderado de él. Un par de aspirinas no serán la solución a la cruda que le puede durar un largo tiempo.

cruda de trump
Imagen: Ferran Martín.

Así como aquel día en que Obama, cuando era presidente, lo puso en ridículo frente a los empresarios en un evento público y sembró la semilla que hizo que Donald Trump llegara a la presidencia, habrá un día muy cercano que lo regresará a aquella silla lejos de ser el hombre con el poder que llegó a tener.

La fiesta tuvo un inicio y un fin y el vivirá su cruda de acuerdo a los tragos que decidió tomar y a las acciones que realizó de forma inconsciente. Podrá recordar lo que hizo mal en el momento en que aparezcan las respuestas en esta nueva realidad, y darse cuenta del nivel de daño que causó su festejo inconsciente.

El ser humano ha demostrado que el poder lo hace ciego y lo aleja de la realidad que le rodea. En lugar de evolucionar a un súper humano se convierte en un súper ego. Lo primero que desecha el ego cuando se cree poderoso es la pureza del ser que vive sin ambiciones ni separación de los demás. Pierde la consciencia de poder sentirse unido y ser parte de un juego universal que no tiene fin y se encierra en su propia fiesta buscando la felicidad en donde no la hay.

Trump tendrá siempre dos opciones. Podrá decidir seguir en su fiesta inconsciente o aprender de su “mala copa” para regalarse una nueva forma de participar en este planeta, más allá desde el ego. Se podrá dar cuenta de que engañar a otros y autoengañarse no dura para siempre. Como diría Abraham Lincoln: “Puedes engañar a todas las personas alguna vez y a algunas personas todo el tiempo, pero no puedes engañar a todas las personas todo el tiempo”.

bye trump
Imagen: Serko.

La cruda de Trump no sólo será para Trump, sino para todos los que vivimos esta era. Un gran aprendizaje que nos mostró que vivimos separados sin darnos cuenta. Esa separación del ego por creer que la fiesta era su fiesta y no darse cuenta de que estaba como invitado es un gran regalo que todos tenemos la oportunidad de recibir para observarnos.

Es momento de darnos cuenta de que la separación que vivimos es la peor cruda que nos trae el ego. Esta polarización social que existe en México está siendo creada desde este prisma que no nos permite ver que vamos en el mismo barco, y que dividirlo en dos seguramente provocará que se hunda. Es claro que se requieren nuevos liderazgos que cambien el paradigma para no terminar en una cruda que nos lleve a un peor escenario del que hoy estamos viviendo.

Cada uno tendremos que decidir cómo participar de la fiesta de la vida. Lo hacemos de forma consciente como invitados siendo parte y fluyendo o inconsciente separados de todo. Dicen por ahí que la fiesta debe continuar, pero la pregunta es, ¿cómo queremos amanecer el día siguiente?


También te puede interesar: Atrapados en nuestro propio juego.

López Obrador y Joe Biden

Lectura: 3 minutos

La elección presidencial estadounidense transcurrió en un entorno que viene descomponiéndose desde hace algunas décadas, pero nunca como durante los últimos cuatro años: polarización política, desigualdades intolerables, racismo exacerbado, clases medias empobrecidas, mujeres ofendidas, migrantes vejados, desprestigio de la democracia y sus instituciones; a esos factores se sumó el mal manejo de la pandemia, con sus miles de decesos que podían haberse evitado.

En este ambiente, la elección presidencial fue también un referéndum social a la majadería estúpida de Trump, y para colmo, no le fue mal, puesto que obtuvo 4 millones de votos más que en 2016; también estuvieron a juicio los medios de comunicación, a los que 70 millones de votantes no les creyeron o no les importó su permanente denuncia de las grotescas mentiras con que ha gobernado el presidente.

La larga espera para conocer el conteo final de tres estados, cuando en la India, por ejemplo, cuentan 600 millones de votos en un día, le da una mala calificación al proceso electoral y lo peor, es que da lugar a un peligroso vacío, que los republicanos pudieran verse tentados a llenar legalmente, forzando a que sea el Congreso el que designe al ganador.

biden y trump
Imagen: Wasiu K.

¿Qué pasaría, se ha preguntado más de un columnista, si ante la tardanza oficial, Fox News decidiera dar a Trump como ganador? La presentación de evidencias ya no es requisito.

De cualquier manera, Trump ya logró, según encuestas, que 70% de sus seguidores, unos 50 millones de electores, estén convencidos de que hubo fraude electoral y negarán la legitimidad del resultado si éste termina favoreciendo, como aún es lo más probable, a Joe Biden.

Biden, por su parte, tiene un perfil tan bajo que algunos lo consideran más bien plano, porque fue senador seis ocasiones y pasó sin dejar huella. De hecho, es muy probable que el elemento aglutinante en torno a su candidatura, fuera el vehemente rechazo de poco más de la mitad del electorado a Trump.

 Joe Biden no llega como el líder que llene su cargo; tendrá que convertirse para “curar a la sociedad”, uno de sus lemas, y formular lo que parece que intentará, que es un “Nuevo Trato” keynesiano, constructivo, para lo cual tendría que convencer a tirios y troyanos como lo hizo Franklin Delano Roosevelt hace 90 años.

Asumamos que finalmente se declara ganador a Biden. La agenda de López Obrador con su gobierno tendría nuevos temas; quizá con la idea de que no sea sólo Washington donde se diseñe, AMLO no aceptó la solicitud del equipo de Biden, presentada a nuestra Embajada, de que tuvieran un encuentro telefónico.

Esperemos que el gobierno de Joe Biden no reaccione ante tal demostración de autoridad de López Obrador como han reaccionado la derecha y los empresarios mexicanos. A éstos les convendría no alejarse de los entendimientos con el gobierno estadounidense.

usa y mexico
Imagen: Pinterest.

Con seguridad el gobierno de Biden presionará por la aplicación estricta de normas ambientales en la planta industrial y por el desarrollo de fuentes renovables de energía; también insistirá, porque está en el T-MEC a solicitud del sindicalismo estadounidense, en extender los términos de las contrataciones laborales a más empresas dentro de nuestro territorio, para que los bajos salarios no sean un factor principal de competitividad.

AMLO no tendrá que ser tan condescendiente con Biden, pero los asuntos se tratarán menos superficialmente que con Trump. Los problemas fronterizos, la violencia y el narcotráfico seguirán siendo prioritarios para Washington, pero el gobierno tiene con qué negociar para hacer valer la perspectiva e intereses de México en esos y otros asuntos, como la vejación salvaje, inhumana de su actual política migratoria, sobre la que no puede seguir esgrimiendo que es un tema interno estadounidense.

Un asunto que puede hacer lucir una buena relación entre ambos gobiernos es la iniciativa de López Obrador de promover el desarrollo del triángulo del norte centroamericano, con la que Trump se comprometió, pero no hizo nada, y Biden ha manifestado empatía.

Si la institucionalidad estadounidense declara pronto ganador a Biden, y desarticula la estrategia republicana para aferrarse a la presidencia, habrá condiciones para esperar, ahora sí, un trato respetuoso del gobierno de Estados Unidos a México y a nuestra nacionalidad.


También te puede interesar: El limitado progresismo de Biden.

Marte en la mira

Lectura: 3 minutos

Existen proyectos de corto mediano y largo plazo para estudiar a Marte, tratar de encontrar rastros de vida allá y eventualmente poblarlo.

Marte es un mundo de roca, similar a la Tierra, perdió su atmósfera debido a un calentamiento global importante que evaporó su atmósfera y subsecuentemente el agua. Ahora la sonda Perseverance está a la mitad de camino que nos separa de ese mundo para posarse en lo que fue el delta, de un río donde se piensa extraer rocas que más tarde se traerán a la Tierra con la esperanza de descubrir restos fósiles.

recreacion marte
Recreación de la zona de Marte donde se posará la sonda “Perseverance”. Uno de sus cráteres era un lago y al lado se encontraba un delta (NASA/JPL).
 sonda Perseverance
Esta imagen muestra el rastro de un antiguo delta marciano. Se distingue con claridad un cráter que lo impactó cuando ya se había secado. Es la región que explorará la sonda Perseverance (NASA/JPL).

Para tratar de imaginar cómo sería la vida o fósiles que se descubran en Marte, son analizados los microorganismos que se desarrollan en sitios con condiciones limítrofes para su desarrollo, como los que habitan cerca de la capa de hielo del Pico de Orizaba o el sitio más seco del mundo en el desierto de Atacama en Chile. En ambos lugares existen depósitos subterráneos de arcilla donde habitan microbios resistentes a bajas temperaturas y cantidades elevadas de sal y baja humedad.

Desierto de Atacama
El Centro de Astrobiología analiza la vida en el sitio más seco del mundo, el Desierto de Atacama en Chile (Fotografía: Alberto Fairén).

Algunas personas se preguntan qué utilidad tiene este tipo de proyectos, por lo que cabe notar que la ciencia desea siempre avanzar en el conocimiento, y no necesariamente producir mejoras para la vida cotidiana. Sin embargo, este tipo de exploraciones ha permitido idear nuevas maneras de enviar señales a larga distancia, para evitar distorsiones. En el futuro, además de recibir señales de radio, emplearemos la luz, combinando ambas. Esta nueva tecnología podrá grabar a los primeros astronautas que lleguen a Marte con mucha mayor nitidez de las que registraron en la llegada de las primeras personas a la Luna. A la larga se espera que esta tecnología se aplique con fines prácticos.

Desde ahora se está intentando cultivar diferentes productos simulando las condiciones de Marte, muy en particular la gravedad menor que la terrestre. El geotropismo de las plantas hace que las raíces crezcan hacia el interior de la Tierra, en cambio, los tallos y hojas crecen donde hay luz. Se emplean simulación de suelo marciano y, por cierto, también lunar, a los que se agregan bacterias y hongos.

Se han logrado cultivar rábanos en condiciones lunares y trigo en marcianas. Aprender a cultivar en condiciones extremas ayudará a descubrir maneras de mantener cultivos terrestres aun cuando continúe de manera acelerada el cambio climático.

cultivo en marte
Cultivo de trigo en una simulación de gravedad y suelo marciano enriquecido (NASA).

Por cierto, la investigación para la elaboración de carne a partir de cultivo de tejidos, que incluye células tanto de tejido magro, grasa, venas y sangre, ha avanzado lo suficiente para producir productos de sabor razonable. Se están empleando impresoras 3D para producir filetes. La idea es que los habitantes de las misiones marcianas puedan consumir carne sin tener que ocuparse de mantener animales vivos. Si algún día se logra generar carne sabrosa de calidad a gran escala mediante cultivo de tejidos, disminuirá el calentamiento global y el trato inhumano al ganado.

En fin, los proyectos marcianos están avanzado en varios frentes y para los científicos resultan por demás interesantes.


También te puede interesar: Los apóstatas, retrato conmovedor de una familia.

Censura al Presidente y democracia

Lectura: 6 minutos

El triunfo de Joe Biden es una nota de esperanza para el mundo en muchos sentidos, lo mismo para superar la pandemia del Covid-19 que ante el desafío del cambio climático. La derrota de Donald Trump lo es, sobre todo, porque muestra la posibilidad de trascender, o al menos poner bajo control democrático, una ola populista que lejos de resolver los problemas económicos, sociales o culturales que le dieron impulso, los está exacerbando, al tiempo que distorsiona y pone en riesgo a la propia democracia. 

Evidentemente, eso no sólo es aplicable a Estados Unidos, sino al mundo y en particular a México.

Somos un país muy diferente, pero son patentes los parecidos entre nuestros mandatarios y su accionar político, así como los fenómenos sociopolíticos que los llevaron al poder. Casi como señas de familia.

Es ilustrativo que, a pesar de que nuestro Presidente se asume como abanderado de la facción liberal en México, sucesor de Benito Juárez, su foto acaba de aparecer, al lado de la del inquilino saliente de la Casa Blanca, en un artículo de The Guardian con el título “El fin de la era Trump asesta un duro golpe a los líderes populistas de derecha en todo el mundo”. El gran “adversario” de los conservadores en un collage en el que también figuran el Primer Ministro húngaro Viktor Orbán, héroe del movimiento de la “democracia iliberal”, y Marine Le Pen, lideresa del partido francés de extrema derecha Agrupación Nacional.

derrota de trump
Imagen: Chicago Tribune.

Paralelismos

El Washington Post, con su iniciativa Fact Checker, ha llevado la cuenta de afirmaciones falsas o engañosas de Trump: en la recta final, su promedio fue de 50 por día. Según el diario, esta inclinación a la mentira o, en el mejor de los casos, la inexactitud, ha empeorado a tal grado que ya no puede seguirle el paso.

Al Sur del Río Bravo, el presidente Andrés Manuel López Obrador, de acuerdo con SPIN, consultoría de comunicación política que ha seguido con lupa sus “conferencias mañaneras”, acumuló más de 29 mil 700 declaraciones no verdaderas o, en el mejor de los casos, inverificables: una media de 73 por episodio de este ejercicio más cercano al género del monólogo o el stand up que al de las ruedas de prensa para informar.

Uno a través de tuits, el otro hablando diariamente un mínimo de dos horas de lunes a viernes, muy temprano, han cultivado un estilo personal de lidiar con la crítica, la rendición de cuentas y la realidad misma que recuerdan a la famosa frase de Groucho Marx: “¿A quién va usted a creer, a mí o a sus propios ojos?”.

Trump popularizó el concepto fake news, como recurso para descalificar a los medios de comunicación que le resultan incómodos, por supuesto no a sus propias mentiras o imprecisiones. También declaró a un grupo de estos –New York Times, NBC, ABC, CBS, CNN– “enemigos del pueblo”. Su gobierno inventó el concepto de las “verdades alternas”, tan paradójico como válido para millones en la era de la posmodernidad, la polarización y la posverdad.

Nuestro mandatario ha sido aun más creativo: “hampa del periodismo”, “prensa fifí”, “pasquín inmundo”, “muerden la mano de quien les quitó el bozal”. En paralelo, ha hecho de la frase “tengo otros datos”, una de sus salidas más socorridas ante los datos de la terca realidad.

censura de medios
Imagen: Poynter.

Por eso no son de extrañar rasgos de identidad como el rechazo a usar cubrebocas ante la pandemia, así como el desprecio a lo que diga la ciencia y los especialistas al respecto, lo mismo que sobre todo tipo de asuntos, desde la medición del PIB hasta el cambio climático. Todo con la idea de que la verdad puede ser sinónimo de popularidad o que depende de la fe, la repetición o la lealtad política.

Así, con el favor del “pueblo sabio”, más allá de lo que opinen técnicos, o las matemáticas, “gobernar no tiene mucha ciencia”, como ha dicho AMLO. Y también así Trump puede justificar su autoelogio de “genio muy estable”.

En ambos casos, como en el del presidente brasileño Jair Bolsonaro y su patético llamado a “dejar de ser un país de maricas”, la pandemia sacó a relucir los riesgos que implica ese talante de desprecio a la realidad y al conocimiento, irresponsabilidad declarativa y distorsión cognitiva sobre lo que significa e implica el ejercicio de gobierno, convertido en una suerte de campaña electoral permanente o mala película de buenos contra malos. El aprendizaje ha sido muy costoso, pero es fundamental.

De hecho, Trump hubiera sido un candidato mucho más competitivo si no hubiese manejado la contingencia con tal dosis de negación, desprecio de las indicaciones de especialistas y una politización o faccionalismo que se extendió incluso a algo tan básico, pero tan crítico como el uso de mascarillas.

Si no nos hace reaccionar el que a una tragedia como la que estamos viviendo en ambos países por el Covid-19 se le responda así, con tan marcada confusión entre gobierno y demagogia, y entre narrativa y realidad, ¿qué puede hacerlo? Porque lo que es claro es que los problemas no se resuelven a base de retórica, desplantes y distractores mediáticos; al contrario: se complican.

censura trump
Imagen: Jamiel Law.

Autocorrección democrática: de Clístenes a Trump

En este contexto, tampoco debería sorprender que cadenas de televisión de Estados Unidos decidieran sacar del aire a Trump cuando denunciaba, sin evidencias y ni siquiera argumentos con alguna lógica mínima, un fraude. El asunto es polémico, y se da cuando el Presidente cae aceleradamente al estatus de lame duck, como designa el argot político de ese país a un mandatario que queda sólo con poder formal. Podría acusarse a esos medios de hacer leña del árbol caído con cómoda valentía. Sin embargo, a la postre puede acabar siendo una decisión que ayudó a reparar un vacío o una distorsión real del Estado democrático de derecho.

¿Hasta dónde llega la libertad de expresión de un gobernante? ¿Incluye usar “la investidura”, el podio y la caja de resonancia pública que le confieren los ciudadanos para desinformar, engañar, esparcir odio, alentar la división, hacer acusaciones sin pruebas, calumniar o difamar, propiciar la inestabilidad social, o incluso situaciones que pueden derivar en muerte y desolación, como en el caso de la pandemia?

AMLO ha dicho que su “pecho no es bodega”, y lo mismo podrían decir Trump o Bolsonaro, todos con una incansable energía pleitista, inmersos en riñas permanentes que no sólo distraen de los asuntos que importan al interés colectivo, sino que cancelan las oportunidades de solucionarlos porque dinamitan los puentes de diálogo y acuerdos. Quizá la censura que los gobernantes no deben imponer a los ciudadanos de a pie, sí deban ejercerla éstos contra mandatarios que se extralimitan en el poder y la representación que dimanan de la propia ciudadanía.

Hoy cualquiera puede expresarse con liberalidad en las redes sociales para insultar, decir tonterías o hacer eco de mentiras, prejuicios y las teorías conspiratorias más delirantes. Incluso tener a miles o hasta millones de fans que siguen a algunos precisamente por todo eso. ¿Puede ser igual para el hombre más poderoso del mundo o el de una nación de más de 126 millones de habitantes? 

Desde la época del esplendor de la democracia de Atenas, hace 2 mil 500 años, se sabe que ésta puede degenerar en oclocracia o llevar al poder a demagogos que acaben con la democracia. Sin embargo, también se ha constatado, una y otra vez desde las reformas de Clístenes, la capacidad de ajuste y corrección de este sistema que Winston Churchill calificó como el peor, a excepción de todos los demás que se han inventado. Así es como crearon el sistema de división de poderes y las garantías constitucionales, y así también hay que abordar los dilemas que plantean el populismo y la demagogia en la era de las redes sociales y la conectividad 5G.

Sobre esas bases hay que abordar la victoria de Biden y la derrota de Trump: oportunidad para poner en sintonía a la democracia con los retos y las oportunidades del mundo y del México del siglo XXI.


También te puede interesar: ¿Desterrar la corrupción y purificar la vida pública?

Cómo vamos con la Covid-19

Lectura: 5 minutos

Creo que vamos mal, muy mal, es cierto que todo el mundo se enfrenta a la pandemia con malos resultados, es una enfermedad nueva, causada por un microrganismo hasta ahora desconocido, el SARS-CoV-2. Pero las consecuencias por la Covid-19 en México creo que son muy graves y comparando los resultados obtenidos con los logrados en otros países son muy preocupantes. En los países europeos el curso ha sido diferente, después de enfrentarse a una primera ola que se inició en marzo el número de casos y sus consecuencias se incrementó considerablemente, después tuvieron una etapa en que la incidencia disminuyó de forma considerable y actualmente se enfrentan a un nuevo incremento que han llamado rebrote y que tiene a la mayoría en una nueva con las consecuencias sobre el sistema de salud, y las repercusiones económicas, aunque ahora la sociedad acepta con menor aceptación las medidas restrictivas dictadas por gobiernos que se encuentran desgastados por el enfrentamiento a la enfermedad pero además debilitado para combatir las consecuencias económicas y sociales, en general con poca credibilidad.

porcentaje covid

Por los datos emitidos esta segunda ola tiene algunas características epidemiológicas diferentes, siempre en Europa, ataca a personas más jóvenes y tiene una menor mortalidad, con una menor demanda del sistema sanitario al requerirse menos hospitalizaciones. En Estados Unidos el número de casos ha sido creciente y el número de fallecimientos sostenido, aunque existen notables variantes regionales o estatales, los resultados globales resultan en incrementos sostenidos, algo parecido sucede en países sudamericanos algunos de los cuales han tenido muchos casos de contagio y muchos fallecimientos. Las gráficas que les muestro las realice con datos tomados de una página, epidemic-stats, que reúne datos de la OMS de Johns Hopkins CSSE y worldmeters, y que mantiene la información actualizada al día.

Elegí dos indicadores que me parece que son incontrovertibles, uno es el número de muertos causados por Covid-19 por millón de habitantes, aun con las imprecisiones que se pueden reflejar por la recolección de los datos; al parecer en ciertos países, como en México, algunos casos cuyo desenlace fatal pudiera ser atribuido a la Covid-19, no se ven reflejados en la estadística; incluso así, creo que refleja adecuadamente lo que va aconteciendo y cómo se va manifestando. México ocupa el cuarto lugar en cuanto a número total de muertos y el noveno en muertos por millón de habitantes con cifras muy parecidas a los seis anteriores y sólo por detrás de Perú y Bélgica que encabezan las estadísticas. El otro indicador es la letalidad, el porcentaje de fallecidos entre el número de casos; en este indicador nuestro país ocupa el primer lugar en la estadística con diferencias notables, aunque, repito, me parece un indicador incontrovertible, pudiera tener algunas imprecisiones.

En nuestro caso, una cifra tan alta pudiera explicarse porque, por la falta de realización de pruebas para buscar casos, asintomáticos o no, los diagnósticos son menores a los reales y al enfrentarlos al número de muertos las cifras resultan muy altas; de todas formas, es un banderín nada honroso. Todos los países y sus gobernantes aseguran estar realizando su mejor esfuerzo y con ello buenos resultados, no obstante de que las estadísticas muestran consecuencias controversiales; desde luego intervienen muchos factores, quizá uno muy importante es la capacidad del sistema de salud de cada nación, sin embargo, dados los resultados posiblemente intervienen otras variables.

Creo que al cumplirse un año del inicio de la pandemia, un organismo independiente debe hacer un análisis de las conductas gubernamentales para enfrentar la Covid-19, no para realizar juicios, sino para encontrar la mejor posición. Existen varios organismos que lo pueden hacer, el primero, la OMS, pero desde luego existen otros. Ante una enfermedad que no se ha podido detener, que tiene consecuencias de salud, económicas y sociales tan graves, ante la cual, además de no conocerse muchos de los aspectos epidemiológicos y fisiopatológicos, no contamos con un tratamiento específico probado, es necesario realizar todos los esfuerzos. En cuanto a la vacunación, aunque puede avizorarse, la luz al final del túnel parece estar aún muy lejana.

La responsabilidad en México ha recaído en el subsecretario López-Gatell, quien a base de dar noticias cotidianas, se ha desgastado considerablemente, la mayoría de las veces por justificar al Sr. Presidente. Por ejemplo, al avalar que no use cubrebocas, una medida que ha sido plenamente aceptada como útil en la prevención; otras, al justificar como exitosa la campaña que enfrenta a la Covid-19, sin mirar los resultados y compararlos con los de otros sitios, capacidad que seguramente tiene López-Gatell dada su preparación, pero que al final nos dice que todo va bien y estamos cerca de llegar a las metas. El caso es que los resultados son los que muestro anteriormente.

Otro aspecto que me parece inexplicable es que las noticias sobre la vacuna las proporcioné el Sr. Canciller y no Jorge Alcocer, el Secretario de Salud, las dos más recientes son absolutamente controversiales. La primera, el Sr. Ebrard anunció que se iniciaba en México los estudios de la fase III de uno de los protocolos internacionales, y que había tocado iniciarlo en Oaxaca, pero pocos días después el mismo Secretario de Relaciones Exteriores anunciaba que por indicaciones del Sr. presidente se incluían otros estados, lo cual es imposible, el tamaño y las características de la muestra están absolutamente pre-determinadas en los protocolos del ensayo y no pueden ser variadas, ni aunque lo ordene un jefe de gobierno deshabilitaría el estudio.

La noticia de que Pfizer y BioNTech habían concluido la fase III de la vacuna para la Covid-19, fue recibida, tanto por Ebrard como por López-Gatell, con un gran escepticismo, en contra de la recepción que tuvo en otros medios. Parece que la vacuna tiene una eficiencia de 90% para prevenir la infección por SARS-CoV-2, con la aplicación de dos dosis. No se tiene plena certeza que sea igual de útil en los niños, y no se observaron efectos secundarios graves, todo dicho en un resumen ejecutivo de la nota de prensa. Uno de los principales inconvenientes radica en que la vacuna requiere permanecer antes de ser aplicada a -70°C, lo que hace necesaria una red fría complicada, pero estoy seguro de que, si se hará una refinería en una zona inundada, un aeropuerto donde no cabe y un tren en medio de la selva, sí que sería posible tender una red fría con contenedores de nitrógeno líquido que haría factible el transporte y aplicación de la vacuna.

Por otra parte, tengo dudas de que la vacuna de Pfizer vaya a resultar efectiva y sea asequible, aunque desde luego la noticia resulta muy esperanzadora y el gobierno de la 4T ya debería estar realizando maniobras para adquirirla; repito, en caso de que las cosas resulten como todos esperamos.


También te puede interesar: El Premio Nobel de Literatura 2020.

Esplendor y espanto del narcisismo maligno

Lectura: 3 minutos

Deshumaniza todo lo que está en torno a sí; aplasta a quien se encuentre en su camino, crea enemigos imaginarios, arrasa con ellos, sin importar las consecuencias. No se detiene, persiste en la ideación paranoide de que nadie lo entiende, que los demás son sólo aprendices en comparación con él. Valida su comportamiento grandilocuente, antisocial y hostil en base a hipótesis alucinatorias, rebuscadas, carentes de todo fundamento lógico. Construye círculos de confianza funcionales, manipula y empodera a admiradores serviles, los hace sentir importantes, les otorga un falso poder, los utiliza y exprime, para luego dejarlos caer. Se autoengrandece, se insufla halagos, se llena de adjetivos calificativos que reafirman, hasta el infinito, justamente todo lo que no es.

Vive en modo complot, todo lo que se opone a sus deseos es una conspiración, una amalgama de teorías que justifican su odio y su profundo desprecio por todo y por todos. Si no es capaz de comprender algo, lo degrada, lo ridiculiza; jamás admitirá que no sabe. Antes que asumir un fracaso o una derrota se victimiza, él no ha perdido, ha sido vencido por una conjura. Sus distorsiones cognitivas dan forma y sustento a un discurso carente de toda empatía. Las palabras son funcionales a sus propósitos. Todo acto, todo gesto, hasta el menor detalle en su comportamiento opera siempre en su propio beneficio. La generosidad y la compasión se exhiben en la medida que refuerzan la estrategia comunicacional de turno.

narciso maligno
Imagen: Pinterest.

Parejas, amigos, familiares y hasta los hijos, desfilan por su vida. El afecto por ellos oscila, como estados de ánimo; nada es permanente, los vínculos se construyen sobre su entusiasmo, el cual es siempre transitorio. Su único compromiso es con sí mismo. La incondicionalidad y la lealtad son, en su caso, caminos unidireccionales, es decir, apuntan a su propio interés. Crea dependencia, le fascina que le deban; genera culpa en todos sus cercanos y cobra con intereses usureros cualquier favor o ayuda que haya dado. No hay sentido de justicia, equidad, ni ecuanimidad en ninguna de sus acciones, o más bien la hay, siempre y cuando él sea el juez y determine cómo la disputa en cuestión puede favorecerlo de mejor manera. Frente a cualquier reproche, echa a mano a cualquier detalle para desviar el foco de atención, buscando justificar sus errores con argumentos infantiles. 

Tuerce la realidad, la distorsiona, la amolda, la manipula y la pervierte. Su discurso divide y genera miedo, azuza al rencor y la envidia; invita a la discriminación, al odio y a la aniquilación. Construye muros y segrega; no tolera la diferencia, persigue las ideas y seduce a sus seguidores con promesas de redención y validación social. 

mentiras
Imagen: Pinterest.

El narciso maligno hipnotiza a millones en el planeta. Boquiabiertos lo ven como un iluminado, un sabio, el conductor hacia un tiempo nuevo, un horizonte mejor en que los elegidos gobiernen y se vuelva al “orden natural”, al del racismo, el de las capuchas blancas y las antorchas encendidas, al de los hornos crematorios, machismo recalcitrante, misas en latín, partido único y campos de concentración. Él se deja querer y ojalá venerar, potenciando los dolores y miserias de sus seguidores. Les promete lo que ellos quieren escuchar, los amenaza si lo abandonan. La estrategia es primaria, pero efectiva: la culpa. Hagan lo que hagan, nada será nunca suficiente, lo “decepcionarán, desilusionarán y harán sufrir”; entonces, luego de humillarlos y hacerlos sentir miserables, les dará una nueva oportunidad, en la medida que hagan lo que él sabe que es mejor para ellos: servirle.

Una democracia fracasa cuando permite que una psicopatología se legitime.


También te puede interesar: La ciclicidad de los cambios.