La irrupción del coronavirus de Wuhan en territorio chino desde diciembre de 2019 y expandido a una docena de países en este estos días, ha disparado las alarmas sanitarias y de seguridad, además de romper la relativa “tranquilidad” en materia sanitaria que ha habido en el planeta. La declaración de emergencia sanitaria internacional por parte de Organización Mundial de la Salud (OMS), es un llamado de contención del patógeno “coronavirus”, que hasta este 30 de enero ya causa más de 170 muertos y casi 7,700 infectados según registros de la entidad supranacional.
Indudablemente que el impacto de fenómenos como éste se torna más peligroso en tanto se adolece de infraestructuras sanitarias dinámicas y con sentido humano; además de una débil y descoordinada comunicación entre éstas y las autoridades de seguridad, lo cual propicia la propagación del mismo a falta de muros científicos-preventivos que coadyuven a generar confianza en respuestas apropiadas a percances como el que actualmente ha copado agendas periodísticas, rezos en los recintos religiosos y el diálogo interpaíses para responder de manera conjunta al problema.
Es en este escenario cuando surge el debate en torno a teorías conspirativas desde laboratorios científicos para minar la población mundial y acrecentar las redituaciones económicas de productores de medicamentos contra estas enfermedades. En mi opinión, todo puede ser posible en entornos faltos de transparencia y con servidores públicos desvinculados de una ética profesional interesada en la gestión respetuosa y humanizada de la actividad pública. Ahora bien, creo que el hecho de que el sistema sea permeable a las fluctuaciones de los intereses de diversa índole, crea una especie de lo que yo podría denominar “marcos de desintegración de ideales”, en tanto, los planes originarios de administración estatales pasan a un segundo plano, en cuanto se permite la entrada en escena de nuevos actores que “contaminan” los procesos iniciales que buscan sobre todo salvaguardar, diseñar y crear las condiciones humanas básicas dignas para la convivencia en sociedad.
No cabe duda de que la situación se antoja apocalíptica para los habitantes de Wuhan, pues la confinación a la que se han visto expuestos a raíz del “miedo” institucional, empresarial y ciudadano, debido al hecho de ser el epicentro de este nuevo fenómeno contra la salud, automáticamente reproduce los miedos al contagio y de nueva cuenta se reactivan las murallas que sirven como “escudos” para algunos seres humanos que buscan resguardarse del “peligro inminente”. Es decir, representar “al otro” bajo la lupa sanitario-mediática que reproduce imaginarios y miedos en un contexto de adversidad para ese sector asiático.
En tal escenario, vale la pena subrayar la observancia de tres requisitos para que la OMS declare la emergencia global: que se trate de un evento extraordinario; que constituya un riesgo de rápida expansión en otros países; y, que requiera una respuesta coordinada internacional, lo cual imprime el sello de la solidaridad en la respuesta a la nueva afrenta “natural” contra la salud pública. En definitiva, pienso que la respuesta apropiada ante el coronavirus como amenaza contra la salud de la comunidad humana, requiere de integración, armonización intercultural, y, sostenibilidad en la aplicabilidad de criterios tecno-científicos de respaldo a las poblaciones ante eventos “desconocidos” para el ciudadano.
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