Ciencia y Tecnología

Coronavirus y solidaridad humana

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La irrupción del coronavirus de Wuhan en territorio chino desde diciembre de 2019 y expandido a una docena de países en este estos días, ha disparado las alarmas sanitarias y de seguridad, además de romper la relativa “tranquilidad” en materia sanitaria que ha habido en el planeta. La declaración de emergencia sanitaria internacional por parte de Organización Mundial de la Salud (OMS), es un llamado de contención del patógeno “coronavirus”, que hasta este 30 de enero ya causa más de 170 muertos y casi 7,700 infectados según registros de la entidad supranacional.

Indudablemente que el impacto de fenómenos como éste se torna más peligroso en tanto se adolece de infraestructuras sanitarias dinámicas y con sentido humano; además de una débil y descoordinada comunicación entre éstas y las autoridades de seguridad, lo cual propicia la propagación del mismo a falta de muros científicos-preventivos que coadyuven a generar confianza en respuestas apropiadas a percances como el que actualmente ha copado agendas periodísticas, rezos en los recintos religiosos y el diálogo interpaíses para responder de manera conjunta al problema.

sociedad y coronavirus
Imagen: Net-ADN.

Es en este escenario cuando surge el debate en torno a teorías conspirativas desde laboratorios científicos para minar la población mundial y acrecentar las redituaciones económicas de productores de medicamentos contra estas enfermedades. En mi opinión, todo puede ser posible en entornos faltos de transparencia y con servidores públicos desvinculados de una ética profesional interesada en la gestión respetuosa y humanizada de la actividad pública. Ahora bien, creo que el hecho de que el sistema sea permeable a las fluctuaciones de los intereses de diversa índole, crea una especie de lo que yo podría denominar “marcos de desintegración de ideales”, en tanto, los planes originarios de administración estatales pasan a un segundo plano, en cuanto se permite la entrada en escena de nuevos actores que “contaminan” los procesos iniciales que buscan sobre todo salvaguardar, diseñar y crear las condiciones humanas básicas dignas para la convivencia en sociedad. 

No cabe duda de que la situación se antoja apocalíptica para los habitantes de Wuhan, pues la confinación a la que se han visto expuestos a raíz del “miedo” institucional, empresarial y ciudadano, debido al hecho de ser el epicentro de este nuevo fenómeno contra la salud, automáticamente reproduce los miedos al contagio y de nueva cuenta se reactivan las murallas que sirven como “escudos” para algunos seres humanos que buscan resguardarse del “peligro inminente”. Es decir, representar “al otro” bajo la lupa sanitario-mediática que reproduce imaginarios y miedos en un contexto de adversidad para ese sector asiático.

En tal escenario, vale la pena subrayar la observancia de tres requisitos para que la OMS declare la emergencia global: que se trate de un evento extraordinario; que constituya un riesgo de rápida expansión en otros países; y, que requiera una respuesta coordinada internacional, lo cual imprime el sello de la solidaridad en la respuesta a la nueva afrenta “natural” contra la salud pública. En definitiva, pienso que la respuesta apropiada ante el coronavirus como amenaza contra la salud de la comunidad humana, requiere de integración, armonización intercultural, y, sostenibilidad en la aplicabilidad de criterios tecno-científicos de respaldo a las poblaciones ante eventos “desconocidos” para el ciudadano.


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Disrupción digital, ruptura e innovación para asumir el presente

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Transformación digital a la luz de la innovación disruptiva. Empresas tradicionales que han desaparecido, empleos que nadie imaginaba apenas hace unos años, formas del valor inimaginables, una década atrás, bienes y servicios, empresas que surgen y se multiplican casi de la nada.

En 1997, un profesor de la Escuela de Negocios de Harvard, publicaba un libro sin saber que detrás de esta publicación vendría su fama y el asentamiento de un concepto: innovación disruptiva.

Fallecido hace algunos días a los 67 de años, víctima del cáncer, Clayton Christensen deja tras de sí la “Teoría de la innovación disruptiva”, con la que se erigió como un referente indispensable para algunas de las figuras más exitosas de la transformación digital.

Años atrás, Christensen publicó: El dilema del innovador: cuando las nuevas tecnologías hacen caer a una empresa, libro que con el tiempo cimentaría sus teorías económicas sobre el papel de un tipo particular de la innovación: aquella que disloca lo anteriormente conocido.

Clayton Christensen
Clayton Christensen, académico de Harvard, padre de la innovación disruptiva.

A casi 25 años de la publicación de su libro insignia, las ideas de Christensen se han visto materializadas por la aparición y asentamiento de modelos de negocios como Netflix, Uber, Airbnb, Amazon o incluso Apple.

La clave, en todos los casos, es la aparición de bienes o servicios inimaginables para el ciclo anterior; la ruptura, tal como indica la raíz etimológica de disrupción, del sentido de continuidad, ampliación o perfeccionamiento de lo que un mercado es capaz de ofrecer a los consumidores.

Estrechamente vinculadas a la aparición y expansión de las tecnologías cibernéticas, las ideas de Christensen ponen la mirada sobre la capacidad de un modelo para construir una noción de valor diferente a lo establecido.

En esta dirección, forma parte ya del imaginario social de todo el mundo, por ejemplo, la historias sobre cómo los creadores de Netflix acercaron en un primer momento su propuesta al entonces propietario de Blockbuster y recibieron burlas y desprecio. 

Del mismo modo que en el origen de Airbnb estuvo la idea de sus fundadores para crear una empresa capaz de gestionar el espacio de sobra en las casas de particulares.

Hoy, Blockbuster ha desaparecido del planeta, y Netflix se prepara para competir con la plataforma tardía de Disney; mientras que en el caso de Airbnb, la empresa de hospedaje supera el valor de la cadena Marriot, sin poseer un solo cuarto de hotel.

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Imagen: Informa Yucatán.

Y si bien Christensen no deja de insistir en que la aceptación de estos modelos disruptivos es basarse en tecnologías que ofrecen productos más sencillos, más baratos y, en general, más cómodos para el consumidor; está claro que hay algo más que la valoración material en este éxito.

Ese algo más entra en el terreno de la historia de las mentalidades. Es decir, la manera cómo cada época construye el sentido de valor de la interrelación entre objetos, ideas y prácticas sociales.

No se equivoca, pues, Nathan Blecharczyk, cofundador de Airbnb, cuando hace algunos años aseguraba al diario El País, que “el éxito de la empresa se sustenta en la confianza”.

Un mundo como éste, el nuestro, así es, en el que las personas, particularmente los jóvenes, desconfían profundamente de las instituciones públicas más relevantes, pero son capaces de llegar a dormir a un sofá-cama de un desconocido en París, Nueva York o Nueva Delhi.

El éxito del concepto de innovación disruptiva que tanta fama le atrajo a Christensen, es imposible de explicar, por lo tanto, sin tomar en cuenta las transformaciones de comportamientos y valoración de los protagonistas de una época con relación a otra.

La confianza en las interacciones cibernéticas, la relación casi personal con las plataformas, se encuentran profundamente vinculadas con el proceso de desgaste de las formas establecidas y de los referentes conocidos que determinan de quién y de qué se puede fiar una persona.

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Imagen: Sobre Blogs.

En tal medida, si para el siglo XX la continuidad significó un valor per se, está más que claro que para este siglo, el que vivimos, las formas de la ruptura, atinó Christensen, han de predominar sobre la persistencia.

Christensen se centró, ciertamente, en la economía y, en particular, en la innovación como la capacidad para conferir valor a un bien o servicio de un modo que nadie lo había visto antes.

Las ideas del “padre de la innovación disruptiva” no deberían pasar por alto, empero, al mundo de las relaciones sociales o aun de las instituciones políticas.

Así, no debería extrañar que una de las explicaciones que se encuentran detrás de los vuelcos que muchas naciones han sufrido, se refiere a la dificultad de los actores políticos para comprender el rol de la disrupción, como fractura de los sistemas democráticos.

Si a la continuidad se le confirió durante todo el siglo XX un lugar prominente, hoy el reto resulta mayúsculo, pues queda claro, tanto a nivel de las organizaciones como de los sistemas democráticos, que habrá de sobrevivir una nueva disrupción.

¿Hacia dónde? Ésa es la cuestión; especialmente en el ámbito de las democracias. De todas las democracias; pero en particular de las más débiles e imperfectas.

De éstas, especialmente.


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El Informe de Riesgos Globales 2020 del Foro Económico Mundial

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Se realizó la reunión número 50 del Foro Económico Mundial en Davos. De igual forma, se publicó en Londres, el 15 de enero de 2020, las principales conclusiones del Informe de Riesgos Globales 2020 del Foro Económico Mundial (WEF, por sus siglas en inglés, World Economic Forum).

En este Informe se señala que las graves amenazas al clima representan los principales riesgos a largo plazo, pero que las “confrontaciones económicas”, y la “polarización política interna” son los riesgos más importantes para el 2020. El Informe añade que la agitación geopolítica y el retroceso del multilateralismo amenazan la capacidad de todos para hacer frente a los riesgos globales compartidos. Asimismo, se agrega que si no se atiende con carácter urgente la resolución de las divisiones sociales y a la promoción de un crecimiento económico sostenible, los líderes no pueden abordar sistemáticamente amenazas como la crisis climática o las amenazas a la biodiversidad.

La polarización económica y política aumentará este año. La colaboración entre los líderes mundiales, las empresas y los responsables de formular políticas es más necesaria que nunca para detener las graves amenazas al clima, el medio ambiente, la salud pública y los sistemas tecnológicos.

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Imagen: Directivos y empresas.

El Informe advierte que este año se incrementarán las divisiones nacionales e internacionales y la desaceleración económica. Se consultó a más de 750 expertos y responsables de la toma de decisiones a nivel mundial para que clasificaran sus mayores preocupaciones en términos de probabilidad e impacto y el 78% señaló que espera que las “confrontaciones económicas” y la “polarización política interna” aumenten en 2020.

Este Informe elaborado en colaboración con Marsh & McLennan y “Zurich Insurance Group”, destaca la necesidad de establecer objetivos de protección de la Tierra y de impulso de las economías, y que las empresas eviten los riesgos de pérdidas futuras potencialmente desastrosas, ajustándose a objetivos que tengan fundamento científico.

Por primera vez en diez años de la encuesta, los cinco principales riesgos globales en términos de probabilidad son todos de carácter ambiental:

1. Fenómenos meteorológicos extremos con grandes daños a la propiedad, la infraestructura y la pérdida de vidas humanas;
2. Fracaso de los gobiernos y las empresas en la mitigación y adaptación al cambio climático;
3. Daños y catástrofes ambientales provocados por el ser humano, incluidos los delitos ambientales, como los derrames de petróleo y la contaminación radiactiva;
4. Pérdida de biodiversidad grave y colapso de los ecosistemas (terrestres o marinos) con consecuencias irreversibles para el medio ambiente, lo que resulta en un grave agotamiento de los recursos tanto para la humanidad como para las industrias;
5. Catástrofes naturales graves como terremotos, tsunamis, erupciones volcánicas y tormentas geomagnéticas.

Se añade que las partes interesadas se deben adaptar al cambio de poder de la época actual y a las turbulencias geopolíticas, sin dejar de prepararse para el futuro. El tiempo se agota para abordar algunos de los desafíos económicos, ambientales y tecnológicos más apremiantes.

Presidente del Foro Economico Mundial
Børge Brende, Presidente del Foro Económico Mundial.

Børge Brende, Presidente del Foro Económico Mundial, planteó que el panorama político está polarizado, el nivel del mar está subiendo y los incendios climáticos se encuentran ardiendo. Éste es el año en que los líderes mundiales deben trabajar con todos los sectores de la sociedad para restaurar y revitalizar nuestros sistemas de cooperación, no sólo para obtener beneficios a corto plazo sino para hacer frente a nuestros riesgos de fondo. Además, el Informe de este año se centra en los impactos de la creciente desigualdad, las brechas en la gobernanza de la tecnología y los sistemas sanitarios bajo presión.

Como uno de los múltiples temas que contiene el Informe se señala que la actividad humana ya ha causado la pérdida del 83% de todos los mamíferos silvestres y la mitad de las plantas que son la base de nuestros sistemas alimentarios y sanitarios. Peter Giger, Director de Riesgos “Zurich Insurance Group” advirtió sobre la necesidad urgente de adaptarse más rápidamente para evitar mayores e irreversibles impactos de cambio climático y de trabajar más para proteger la biodiversidad del planeta. Añade que los ecosistemas biológicamente diversos capturan cantidades enormes de carbono y proporcionan beneficios económicos que se estiman en el equivalente al PIB de Estados Unidos y China juntos.

Las empresas y los responsables de formular políticas se deben apresurar para transitar a una economía con bajas emisiones de carbono y a modelos de negocios más sostenibles.

En suma, debemos tomar decisiones de fondo sobre nuestros esquemas de producción y consumo en todo el mundo.

El Informe de Riesgos Globales 2020 se elaboró con el apoyo de la Junta Asesora de Riesgos Globales del Foro Económico Mundial. Colaboran Marsh & McLennan y “Zurich Insurance Group”, y sus asesores académicos en la “Oxford Martin School” de la Universidad de Oxford, la Universidad Nacional de Singapur y el “Wharton Risk Management and Decision Processes Center” de la Universidad de Pensilvania.

Mi, mío: la experiencia de posesión, control y propiedad

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El profesor de psicología de la Universidad Emory, Philippe Rochat, es un investigador de origen suizo entrenado por Jean Piaget, el legendario psicólogo del desarrollo. En su notable libro Orígenes de la posesión, afirma que, si bien existen múltiples estudios y teorías sobre el dinero, la propiedad, la territorialidad y los derechos sobre las cosas, escasea el análisis psicológico de la posesión, en especial sobre sus orígenes tanto filogénicos o evolutivos como ontogénicos o del desarrollo. Sostiene que, por ser autoconscientes, los seres humanos adquieren una intensa relación afectiva y cognitiva con los objetos del mundo, en especial con los que poseen y sobre los que tienen control y dominio. Son objetos a los que se apegan y que atesoran en diferentes grados, de tal forma que son capaces de pelear para conservarlos, de compartirlos o de regalarlos y también pueden ser desposeídos de ellos por la fuerza o el engaño.

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Portada del libro “Orígenes de la posesión” (2014) del psicólogo Philippe Rochat y a la derecha, el autor. Nótese la cerca en la portada, una referencia probable a Rousseau.

Para explicar los orígenes de la posesión recurre a dos argumentos. El primero se refiere a los condicionantes de este tipo de mentalidad y conducta en la evolución de los seres vivos, particularmente de los humanos, y el segundo a su desarrollo durante el crecimiento de los infantes. Para empezar, afirma que el restringido hábitat terrestre ha obligado a los individuos a competir o cooperar para controlar los recursos vitales. El sentimiento y el hecho de poder manejar elementos tan valiosos como el alimento, la familia, el territorio, las personas cercanas o la pareja sexual ha sido a lo largo de la historia un requisito para las criaturas humanas que viven en ambientes de recursos limitados y de cara a la muerte.

Eventualmente afloraron requerimientos morales para evitar conflictos, para mantener cierta armonía social y en último término para sobrevivir. Finalmente surgió la posibilidad de resolver conflictos de propiedad mediante acuerdos, normas o leyes, y no mediante la fuerza. Rochat propone entonces que el sentido moral del bien y del mal puede provenir de los conflictos sobre la posesión y que esta facultad se sitúa en los orígenes normativos de la convivencia humana. No le parece extraño que seis de los diez mandamientos judeocristianos se refieran a la posesión y al control de las cosas.

Seis de los diez mandamientos estipulados en las Tablas de la Ley se refieren a las posesiones y propiedades (Figura tomada de https://bit.ly/2RMkc9p).

La profunda raíz de la posesión también se puede observar en la territorialidad de la mayoría de los animales vertebrados. Muchos de ellos marcan el hábitat con olores de su orina, sus heces, o con vocalizaciones tan contundentes como el rugido de los felinos o tan elaboradas como el canto de múltiples pájaros. Además de estos y otros hechos de la historia natural, los estudios de Rochat, a lo largo de la infancia, han mostrado que las crías humanas aprenden rápidamente las ventajas que representa el control sobre las posesiones y el ponerlas en disposición de intercambio. Al canjear propiedades de acuerdo con ciertas reglas, los infantes pronto aprenden principios elementales de lo que es justo y lo que no. La sensación de lo propio y lo ajeno se afianza con la adquisición del lenguaje, en especial de los pronombres personales y se ha reportado que el auto-reconocimiento y el uso de los pronombres se inicia en los primeros dos años de vida en relación cercana con la maduración de la corteza temporal parietal y frontal medial.

Es patente que la tendencia e intensa motivación para poseer viene de lejos y, como consecuencia de esta comprensión, muchas propuestas para mitigar los males humanos derivados de la posesión se han dirigido a contrarrestarlas. Con frecuencia se ha afirmado que la invención de la propiedad podría ser el origen de los males para los seres humanos. En un conocido pasaje de su Discurso sobre la desigualdad de 1754, el ilustrado enciclopedista Jean Jaques Rousseau exclamó lo siguiente:

El primer hombre a quien, cercando un terreno, se le ocurrió decir “esto es mío” y halló gente bastante simple para creerle, fue el verdadero fundador de la sociedad civil. ¡Cuántos crímenes, guerras, asesinatos; cuántas miserias y horrores habría evitado al género humano aquel que hubiese gritado a sus semejantes, arrancando las estacas de la cerca o cubriendo el foso: «¡Guardaos de escuchar a este impostor; estáis perdidos si olvidáis que los frutos son de todos y la tierra de nadie!»

Muchas de las teorías políticas desde la Revolución francesa lidiaron con la posesión, tanto en términos personales como sociales y por ello trataron puntualmente el tema de quién posee y controla los bienes, por qué y cómo. Quizás la manifestación más radical de esta tendencia de la teoría política está en el célebre aforismo “la propiedad es robo” del anarquista Pierre-Joseph Proudhon, propuesto hacia 1843. A los diagnósticos sobre la inequidad se agregaron como remedios necesarios diversas propuestas sobre quién o quiénes deberían poseer y controlar los bienes para lograr una mayor armonía y justicia social. Las teorías igualitarias en general se han opuesto a la noción de que la propiedad y la posesión tienen elementos evolutivos por considerar que sería difícil erradicar o paliar sus causas y sus efectos. Sin embargo, la investigación sobre la psicología de la posesión ofrece evidencias alternas y Rochat examina este tema con esmero.

Pierre-Joseph Proudhon
“Pierre-Joseph Proudhon y sus hijos” por Gustave Courbet (1865). Es interesante anotar los estudios recientes sobre el desarrollo del sentido de posesión en infantes, quienes en este cuadro se entretienen con libros o juguetes.

Además de los fundamentos y motivaciones ancestrales, la fuente consciente de la posesión está en que la persona siente su cuerpo y estados mentales, en especial las emociones, como algo propio. Aunado a esta sensación de propiedad inherente, la posesión de objetos materiales, funcionales o ideológicos entraña por extensión un fenómeno simbólico de incorporación de tal forma que las propiedades vienen a formar parte del ego y de la identidad del poseedor. El vocablo propiedad proviene del latín proprietas, que denota el dominio de alguien sobre algo. Muchos de los objetos más preciados por las personas, llamados significativamente bienes y valores, se toman y se tratan como si fueran parte de sí mismas: tierras, casas, vehículos, prendas, productos. De esta manera, la expansión del ego mediante la acumulación de propiedades de todo tipo ha sido tema central e ineludible en la historia humana. ¿Cómo se configura esta característica afectiva y cognoscitiva de la posesión?

posesion y obsesion del anillo
El sentimiento de propiedad llevado al extremo en el personaje de Gollum y el anillo como una caricatura de la identificación con un objeto y de la lucha por su propiedad (Figura inspirada en la película “El Señor de los anillos” de Peter Jackson).

William James propuso sagazmente que el sentido psicológico de la posesión consiste en una conflagración entre el pronombre mi y el posesivo mío y Rochat apuesta que este embrollo surge del poder que entraña la posesión, lo cual se expresa en los múltiples usos del pronombre mi para abarcar la propiedad en niveles de la realidad que van desde lo íntimo y microscópico (mis genes, mis células), pasan por los órganos y capacidades del cuerpo (mis manos, mi cerebro, mis pasos), por las posesiones (mi casa, mi vida), por las personas preciadas (mi madre, mi esposo, mis hijos), hasta lo supra-personal y colectivo (mi pueblo, mi patria). Es decir: en el núcleo de la psicología humana de la posesión está el poder y la pluralidad conceptual del poseer y del pertenecer. Ese mismo núcleo de propiedades y pertenencias conforma para las personas una parte central, aunque cambiante de su sentido de identidad.

La posesión y la pertenencia son tendencias humanas que tienen una larga raíz evolutiva y profundas motivaciones psicológicas, pero también son elementos maleables y modificables de la autoconciencia, lo cual constituye una posibilidad adaptativa para la especie y sus integrantes.


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¿Estaremos preparados para el coronavirus?

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En medio del atropello del día a día con los cambios climáticos, sociales, políticos y económicos que estamos experimentando en esta última década, se suma una nueva mutación viral, el coronavirus, que nos pone al filo de nuestro conocimiento para controlarlo. ¿Sabes por qué sucede y si esto terminará en pandemia?

En el Imperio romano se presentaron tres episodios de pandemias muy serias, en la época de Tito Flavio Vespasiano (alrededor de los 80 d. C.), la peste galénica o también conocida peste antonina (165-180 d.C.) que fue una pandemia de viruela, y la peste negra o bubónica del imperio romano de Oriente (imperio bizantino), en la época de Justiniano en el 541. Casi un siglo después apareció otra pandemia, la peste negra en 1346, la cual se calcula que provocó la muerte de casi tres cuartas partes de la población europea.

La conclusión es evidente: de igual forma entre las personas que comen lo mismo, que unas se enferman y otras no, hay quienes pueden destruir a las bacterias que las invaden y otras sucumben a ellas. En una oficina cerrada puede haber seis personas con resfriado y cuatro sanas. ¿No se han contagiado las sanas o sus sistemas inmunológicos han frenado o eliminado la enfermedad antes de que se presenten los síntomas?

pandemia de viruela
Imagen: Wikimedia.

Los virus son similares a un código en un software de computadora: son secuencias de instrucciones para ensamblar proteínas, semejantes a los que cada ser vivo porta en sus cadenas de ADN. No son buenos ni malos ya que son elementos de la naturaleza y tienen un fin específico. Inclusive nuestro cuerpo está preparado para convivir, o si es necesario, contrarrestar cualquier “guerra” contra ellos. Ésa es la principal función de nuestro sistema inmunológico.

El reto que hoy tenemos es que durante el proceso de evolución inconsciente del ser humano, hemos creado un entorno que provee de diferentes “venenos” para nuestro cuerpo. Hemos puesto sustancias a nuestras comidas para mejorar su sabor. Engordamos a los animales y los ayudamos a crecer más rápido con sustancias químicas. Generamos hábitos de consumo de alimentos que no permiten ser procesados en tiempo y forma por nuestro cuerpo. Todo esto pone en un complejo estado de guerra a nuestro sistema inmunológico en el día a día.

También le podemos sumar nuestro estado de ánimo en medio del estrés que nos autogeneramos, y que en tales condiciones produce cortisol, el cual interviene en la regulación del sistema inmunitario, lo que puede constituir una ventaja al estimularlo para que reaccione mejor ante una situación de riesgo. Sin embargo, con el paso del tiempo las hormonas del estrés debilitan nuestras defensas y disminuyen la capacidad del organismo para combatir patógenos externos. Por esta razón, las personas estresadas son más propensas a contraer infecciones virales como la gripe o el catarro, y pueden tardar más en recuperarse de una enfermedad o lesión.

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Imagen: Freepik.

Cuando no estamos dispuestos a tomar consciencia de nuestros conflictos, asumirlos y buscar solución, ellos pasan al plano físico y se manifiestan como una enfermedad. Eso significa que lo que pensamos y la manera en que generamos las emociones en nuestro cuerpo, son la fuente de la mayoría de nuestras enfermedades. Sucede directamente cuando es autogenerada e indirectamente cuando mantenemos a nuestro sistema inmunológico ocupado y no puede atender un nuevo virus o la bacteria que se presenta.

Mientras se encuentra una solución para la cura del coronavirus, que ya ha puesto en cuarentena a tres ciudades en China y en alerta a las instituciones de salud en los principales países, podemos empezar por atendernos de manera individual. Entrar en un proceso de observación y preguntarnos: ¿qué estoy sintiendo en mi interior?, ¿qué pensamientos recurrentes me generan ansiedad o me preocupan?, ¿mi mente está en el pasado o en el futuro por mucho tiempo?, ¿cómo me estoy alimentando?, ¿qué porcentaje del día estoy realmente en paz?

Responderlas conscientemente nos dará una foto de dónde nos encontramos y podremos observar los cambios necesarios para disminuir el estrés y los estados de ánimo dañinos que ponen en jaque a nuestro sistema inmunológico. Habrá que aprender a perdonar y perdonarse, así como fortalecer el amor a nosotros mismos. Es momento de pasar de un aprendizaje inconsciente, hacia una evolución consciente del ser humano. ¿Estás listo para salir inmune de una posible pandemia?


Consumo de arroz dorado transgénico

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México importa más del 80% de arroz que consumimos, procedente de Asia, pero ahora Bangladesh comenzará a cultivar “arroz dorado” con semillas transgénicas adicionadas con vitamina A. De manera que México comenzará a consumir más arroz genéticamente modificado, ya sea a través de granos o de alimentos procesados. Por eso nosotros deberíamos impulsar el estudio de semillas transgénicas más adecuadas a nuestras necesidades.

En Bangladesh, gran parte de la alimentación es el arroz, pero éste carece de vitamina A, o del pigmento beta-caroteno (β-caroteno) que es la fuente principal de esta vitamina, lo cual  implica que el 21% de los niños tengan sistemas inmunes deficientes y un porcentaje significativo padezca ceguera.

En 1990 dos científicos alemanes, Ingo Potrykus y Peter Beyer, modificaron genéticamente el arroz blanco para adicionarle vitamina A. Por nombrar un ejemplo, alimentos como las zanahorias son ricas en esta vitamina, de allí su color naranja brillante y que el nuevo arroz sea de color dorado. Las personas de Bangladesh que adicionan a su alimentación los camotes amarillos, sustituyen la falta de vitamina A. En el caso del arroz dorado, se modificó la ausencia de este nutriente agregándole genes ¡del maíz! que le dan el hermoso color que lo caracteriza.

arroz dorado y arroz blanco
Arroz blanco y arroz dorado, rico en betacaroteno (International Rice Research Institute).

Antes de acreditar su masificación, el Instituto de Investigación del Arroz de Bangladesh probó su cultivo para garantizar que no tuviera efectos nocivos para la salud y contuviera los nutrientes del arroz blanco, sumado a la vitamina A asimilable. Por su parte, los detractores del arroz dorado argumentan que si, además de arroz, los habitantes de Bangladesh comieran espinacas u otros alimentos ricos en vitamina A, no sería necesario sembrar este tipo de arroz, ya que se corre el peligro de convertirse en una hierba.

Es una lástima que en México no exista apoyo serio para la bioingeniería, y por supuesto que con la supervisión constante de comisiones revisoras. El calentamiento global está aquí para quedarse. Somos demasiados y los recursos naturales no alcanzan. En México aumentarán las sequías y se extenderán los desiertos. Si hiciéramos investigación para mejorar el maíz, de tal suerte que fuera más resistente a la falta de agua y a la salinidad del suelo, podríamos ser un país más independiente. Los campesinos tendrían la posibilidad de contar con semillas acordes a las condiciones que se avecinan: inundaciones o sequías, nuevas enfermedades y plagas. Desde luego, habría que asegurarse de que las semillas genéticamente modificadas no puedan perjudicar a quienes las consumimos.

Sin duda pienso que es mejor mantener la biodiversidad, analizar las bacterias fijadoras de nitrógeno y los nutrientes que se requieren para cada tipo y suelo. Soy consciente que los tiempos de la ciencia son largos. El calentamiento global tendrá impactos importantes en una década, y la biotecnología disminuye el tiempo de adaptación de los cultivos a condiciones cambiantes.

Innovación y gestión del conocimiento, los costos de la inacción

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Vivimos la Revolución del conocimiento. Tal es el signo de nuestro tiempo. El resorte fundamental para construir condiciones en las que la aplicación de ese conocimiento se convierta en el insumo básico de sociedades basadas en la innovación.

El llamado de la época actual ha dejado de radicar en el acceso a la información, por la información misma.

Hoy, la dinámica mundial pone en primer plano el desafío que supone crear condiciones para que esta información se torne en pensamiento crítico, con capacidad para resolver problemas y creatividad hacia la innovación.

La base de su capacidad innovadora descansa por ello en una sociedad capaz de crear, retener, impulsar y utilizar con valor social las competencias complejas que formen en sus propios ciudadanos.

Transitar de la información al conocimiento, sin embargo, no es un movimiento natural al que los cuerpos sociales tiendan, sino más bien resultado de una noción de gestión del conocimiento como política de Estado.

Si el conocimiento no se constituye en el motor de este desplazamiento, de poco habrá servido dotar a los ciudadanos de formas cada vez más amplias y rápidas de acceder a la información.

innovacion y conocimiento
Ilustración: Conditio Humana.

Ya en el lejano 1973, el sociólogo norteamericano Daniel Bell, al publicar El advenimiento de la sociedad post-industrial, habría de utilizar el concepto “sociedad de la información”.

Más tarde, en los años noventa, como se sabe, Manuel Castells, el sociólogo español, dejó marcado aquel tiempo que se abría por el título de su libro ya clásico: La era de la información: economía, sociedad y cultura, publicado en 1996.

Así fuera desde la mirada de un mundo pre-expansión de las computadoras y sin imaginar Internet siquiera, Bell atina en colocar al conocimiento como el engrane central del mundo que viene. Noción que luego va a ser corroborada por Castells.

La clave, dirá el español, está en propiciar e identificar las posibilidades de generar círculos de retroalimentación que, de manera acumulativa, establezcan una relación de mutuo estímulo entre la innovación y sus usos.

El tiempo tecnológico que nos ha tocado vivir cuenta como una de sus señales de identidad más clara el modo en que los usuarios se apropian de la tecnología y la redefinen.

En esa medida, y aquí radica quizá su poder mayor, estas tecnologías, dice Castells, “no son sólo herramientas que aplicas, sino procesos que desarrollar”.

De ahí que sea esencial incentivar el protagonismo que las sociedades puedan tener, antes que en aplicar las herramientas, en diseñar y desarrollar nuevos procesos de inclusión y transformación social.

Se trata de comprender, entonces, a la mente humana, y su capacidad innovadora, ya no únicamente como parte del sistema de producción, sino como un componente productivo e innovador directo.

caja de pandora
Ilustración: Alexander Lavin.

En palabras de Castells, estamos frente a una era en la que “por primera vez en la historia, la mente humana es una fuerza productiva directa, no sólo un elemento decisivo del sistema de producción”.

El paso, pues, entre información y conocimiento habrá de centrarse en las posibilidades reales que los individuos tengan para contar con competencias superiores.

Acceder al conocimiento, para compartirlo dentro de una organización o entorno social, se volverá tan trascendente, de este modo, como la competencia para valorarlo y asimilarlo.

Se trata, ya se ve, no solamente de que la ciudadanía cuente con información, sino que ésta pueda devenir en conocimiento.

Es decir, en la capacidad-posibilidad de generar procesos de comprensión compleja que transformen los sistemas y produzcan innovaciones con pertinencia y valor social.

Información sin espacios y condiciones para el desarrollo y aplicación del conocimiento, imposibilita multiplicar su acceso, ser compartida y usada por grupos sociales cada vez más amplios.

Ciertamente, ha sido en este contexto el mundo de las organizaciones productivas donde se ha asentado durante los últimos años la noción de “Gestión de conocimiento”.

Se ha entendido por ella el control de los procesos que aseguran que una empresa sea capaz de aprovechar el desarrollo y la aplicación del conocimiento en sus procesos productivos.

innovacion e ia
Imagen: MuyPymes.

La definición, empero, no inhabilita la oportunidad de asirse a ella para ampliarla hacia los ámbitos que determinan la manera en que las sociedades se organizan.

Del mismo modo que una deficiente gestión del conocimiento desemboca en que los procesos de una organización productiva se vuelvan anacrónicos, disloquen o, de plano, colapsen, de tal hipótesis la sociedades mismas no son ajenas.

La innovación es un proceso continuo, de eso no hay duda. Como tampoco de que se trata de un estadio que se propicia y al que se accede.

Una sociedad llega a ser innovadora, no es innovadora per se. Y ese llegar a ser está marcado por su éxito en estimular la formación en competencias complejas.

Que el Estado se desentienda de la gestión del conocimiento es grave y será cada vez más costoso con el tiempo.

¿Que el conocimiento puede expandirse? Sí, sin duda. Que el desconocimiento también, sí, trágica y raudamente.  

Porque el desconocimiento no es sólo el contrario del conocimiento; es el signo de la ineptitud para resolver, de la incomprensión respecto del mundo y de la impericia frente a la vida.

Nada menos.

La palabra “yo”: abstracción central y avispero semántico

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Cuando era muy pequeño escuchaba en casa hablar en gallego a mi padre con un primo mío, ambos inmigrantes en México. Recuerdo vivamente una ocasión cuando, al percibir con frecuencia la palabra eu, les pregunté qué quería decir. Me respondieron que eu en español era yo. Sin saberlo, había detectado un caso claro y llano de toda lengua natural: la palabra yo (Ich, Je, I, Io, Ja, 我, etc.) es eje, referente y factor constante e indispensable del discurso humano. El asunto que surge ahora es conocer el uso y atisbar el significado de esta voz distintiva de la autoconciencia.

El Corpus de Referencia del Español Actual (CREA) de la Real Academia Española, ha identificado las palabras más frecuentes en español en 140,000 documentos y textos producidos entre 1975 y 2004 en todos los países hispanoparlantes. Las más frecuentes son voces elementales y constantes del discurso como de, la, que, el, en, y. El infinitivo más frecuente es ser en el lugar 39, seguido por sus derivados: son en el 40, fue en el 43 y era en el 45. En el lugar 51 está mi y en el 56 yo. De esta forma, la expresión más habitual de la lengua podría ser yo soy, fundamento de un sinfín de locuciones de identidad personal, que bien se pueden sintetizar en la rotunda declaración inversa: soy yo.

Miguel de Unamuno
Miguel de Unamuno pintado por Joaquín Sorolla en 1912.

Es importante distinguir dos usos de la palabra “yo” en español: el pronombre que constituye la primera persona en singular, con sus variantes me, mi, conmigo, y el sustantivo que se refiere a una persona individual distinta de sus semejantes. En su libro Del sentimiento trágico de la vida, el filósofo español Miguel de Unamuno expone estos dos usos con característica contundencia: “Y yo, el yo que piensa, quiere y siente, es inmediatamente mi cuerpo vivo con los estados de conciencia que soporta. Es mi cuerpo vivo el que piensa, quiere y siente.” Advierto que el primero es un pronombre que corresponde a la subjetividad del hablante, en tanto que el segundo es un sustantivo (“el yo”), una entidad que el filósofo define en un apto plumazo: un cuerpo consciente. Pero no se trata de cualquier cuerpo humano, sino de uno particular, “mi cuerpo vivo”, el que posee la persona llamada Miguel de Unamuno, algo de su primordial y exclusiva propiedad. En unas cuantas frases este gran pensador de nuestra lengua pone sobre la mesa los platillos que debemos digerir en referencia al yo del discurso: yo pronombre y sujeto, yo sustantivo y objeto, yo posesivo y propietario, yo nombre propio, a los que se sumarán el yo onírico, el yo lírico y varios yoes más, personajes todos de un escenario que remite a Seis personajes en busca de autor de Luigi Pirandello publicado en 1925. Espero que estos yoes que indago no queden suspendidos como vagos personajes sin propiedades ni referentes.

yo pirandello
Portada de “Seis personajes en busca de autor”, una alegoría de los varios yoes de Pirandello o bien de posibles facetas de la personalidad humana.

El yo como objeto fue tratado extensamente por Jean Paul Sartre en su primer libro, La trascendencia del Ego de 1936. Para el existencialista francés el yo no es el centro de la conciencia ni tampoco se puede identificar con ella, más bien es un objeto que sólo puede ser analizado como una proyección de la conciencia, como sucede cuando Unamuno dice “el yo que piensa quiere y siente” aunque para Sartre la proyección es esencialmente mundana y social. El problema está en estipular la naturaleza de ese yo, objeto de estudio y análisis. En este asunto se han planteado un continuo de posibilidades que van desde un extremo metafísico o espiritual cuando se considera una esencia perdurable y nuclear de cada persona, como sería la noción religiosa y dualista de alma, un elemento incierto y polémico llamado sujeto, o bien, un ser individual tangible y empírico como lo manifiestan diversos pensadores a partir de Sartre y recientemente varios teóricos desde una cognición situada.

yo ego y sarte
Portada de “La trascendencia del Ego” (1936) de Jean-Paul Sartre, y fotografía de su autor por ese tiempo.

En relación a la diferencia entre el yo usado como pronombre y como sustantivo, Wozniak ha intentado hacer una distinción originalmente planteada por William James, entre dos formas de “yo” en inglés: I y me. La distinción de James se basó en que la primera se refiere al self en tanto sujeto de experiencia, en tanto que el me corresponde al self en tanto objeto. En español a veces usamos el pronombre “mi” sin acento (por mi parte), o el adjetivo posesivo “mí” siempre acentuado (esto es para mí). Wozniak argumenta que la distinción surge de otra más básica: la diferencia tácita entre un yo fenoménico cuando el sujeto relata contenidos de su conciencia, y un yo metafísico que se refiere a lo que es la subjetividad en general. Aquello que se investiga como el yo fenomenológico, el sujeto de la experiencia que siente y piensa, ha sido un pantano filosófico, psicológico y lingüístico que no se puede disipar, en tanto que si se aborda como objeto de la experiencia es más tratable, con lo cual coincide con Sartre.

Una manera empírica de aproximarse al yo es por el camino de la lingüística y la semántica, pues los diversos usos del pronombre en primera persona hasta cierto punto revelan la estructura cognitiva del self. Es así que el pronombre en muchos enunciados se refiere al cuerpo del hablante (ejemplo: yo choqué con la puerta); en otros, al propietario del cuerpo o de sus partes (yo tengo dos manos); al director del movimiento voluntario (yo me encaminé al pueblo). El yo también puede aparecer como el punto de vista (yo pude ver y escuchar el tren), el piloto de atención (yo me fijé en el sonido de la campana) o el protagonista de fantasías y sueños cuando la persona divaga o sueña consigo misma (yo soñé que estaba en la playa). A veces el uso de la palabra parece ser una facultad o nivel de la conciencia capaz de observar el proceso mental, una conciencia de sí mismo (yo me encuentro pensando en ti). En algunas ocasiones el yo del discurso no parece señalar a la persona como una entidad orgánica y viva y su conciencia inherente, sino a un elemento más esencial de esa persona, a pesar de todo lo vago que esto parezca (yo soy un alma).

libro del yo
Portada de Entendiendo “yo” lenguaje y pensamiento, y el autor, José Luis Bermúdez.

El diligente filósofo de la cognición y la autoconciencia, José Luis Bermúdez, considera que los enunciados que utilizan el yo requieren comprender que su significado va más allá de la obvia referencia al hablante del pronombre. Es decir, expresan un pensamiento subyacente y necesario sobre el objeto que es el hablante, y esto requiere que el sujeto tenga en mente de manera implícita, pero efectiva, que es una entidad concreta y ubicada en el espacio y el tiempo de forma singular, en el sentido de situarse a sí mismo y de ejecutar acciones particulares en el mundo, siguiendo un camino literalmente “egocéntrico”. Tal voluntad situada no es una noción subjetiva, que se reduciría hasta a un punto o una imagen abstracta, sino el entendimiento de ser una persona concreta, carnal y consciente que se ubica y se define en y por un intercambio estrecho con el mundo. Esta propuesta esclarece el factor situado, espacio-temporal y activo de toda persona que se define por su ubicación y actividad en el mundo. Sin embargo, no queda igualmente claro si los sentidos más intimistas del vocablo yo también se conforman a esta noción más externa, objetiva y situada de la persona. Sería el caso del “¿dónde estoy?” que expresa una víctima de amnesia general transitoria y que sabe de sí, pero no quién es o dónde está.

Los diversos usos del término se refieren a las funciones y facetas de la autoconciencia que se desglosan en esta serie de ensayos, pero también avalan la noción de un sistema central que las unifica o integra: la persona humana. En efecto, los diversos usos del pronombre “yo” indican que el referente es el individuo que lo pronuncia: una persona viva, consciente de sí e interactiva de quien es posible predicar –y a quien es posible atribuir– estados/procesos de orden biológico, mental, conductual y contextual.