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La venida de los muertos: el altar como eje del mundo

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Estructuras que tienden a lo piramidal y a lo ascensional. Altas estructuras, cada una en su proporción. Ningún altar de muertos se queda por lo bajo, ni en forma ni en simbolismo, ni en el entusiasmo prodigado por sus hacedores. Estamos por entrar a esa época del año en que México se vuelve tan ajeno a los ojos de los extranjeros: pueden entender que tengamos corrupción y que contemos con una burocracia hiperinflada (otros países europeos y latinoamericanos las tienen) pero no pueden entender que celebremos la muerte. Parte de esos recursos de celebración son las estructuras que tienden a lo piramidal: el referente inmediato son los altares de muertos, escalonados, que exhiben frutas, flores, mole y pan junto con fotografías de los finados y algunas velas. Antaño, estructuras similares –pero que se podían circular– se constituyeron como túmulos funerarios, representativos de la presencia ausente. El pan de muerto es un mini testigo de ese recuerdo tumular cuyas hipotéticas aristas se coronan con huesos y un fingido cráneo azucarado. Y por más que les extrañe a los indigenistas de libro, no, esas manifestaciones que se realizan en noviembre poco tienen que ver con el mundo prehispánico. La celebración de los fieles difuntos fue instituida por San Odilón, abad de Cluny, en el año 980 d.C.

Las estructuras ascendentes que le prestan su esencia al altar de muertos de los siglos XIX y XX tienen su origen en el siglo XIV, no en México, sino en regiones como Valencia y Cataluña, aunque también se vieron en otras zonas de Francia. Se llamaron capelardentes o capillas ardientes, y no eran escalonadas, pero sí ascensionales: se construían como estancias temporales para el cuerpo de un príncipe, rey o reina que iba de camino a su sitio de reposo final: el cortejo paraba a descansar, a reabastecerse y se aprovechaba para exhibir el cuerpo real y dejar por momentos la pesada parihuela en lo que los locales iban a satisfacer su curiosidad y a observar al despojo. Pensar en esas lejanías temporales y en un cadáver peregrino, que estaba a merced constante de la descomposición, puede resultar repulsivo hoy en día. Lo cierto es que las agencias funerarias siguen ofreciendo el mórbido paquete del maquillaje y el féretro abierto, o sea que algo nos sigue gustando de esa contemplación.

Algunos investigadores plantean que para evitar el riesgo de corrupción y para llevar el preciado cadáver del personaje destacado a regiones que el cortejo no tocaría en su itinerario normal hasta la sepultura, se desarrollaron símiles (muñecos, maniquíes) del cuerpo del rey, por ejemplo, en zonas de Francia e Inglaterra. En España, que yo sepa, esto no sucedió o está escasamente documentado, pero sí sabemos que los capelardentes, túmulos o capillas ardientes se comenzaron a popularizar en el siglo XVI, sobre todo, a la muerte del emperador Carlos V.

¿Qué hacer para llevar la presencia del real cadáver sin pasear el cuerpo real? Representarlo mediante sus insignias. Pero claro que esa representación no podría estar desprovista de otros aliños, como telas negras (hachones) que cubrirían parte de la arquitectura falsa y de la real; esculturas de muertes y figuras que daban cuenta de la importancia de los hechos del monarca en vida, etc. Fue así que se configuró una iconografía propia de la casa reinante y que permitió a diversas ciudades de los reinos mostrar su lealtad y preeminencia en la elaboración de fiestas que, muchas veces, excedían las posibilidades del gasto público.

“El arte de la fiesta, envilecido en casi todas partes, se conserva intacto entre nosotros”, dice Octavio Paz en El Laberinto de la soledad (https://bit.ly/2N0MVGF); la fiesta tiene un largo camino en nuestras comunidades y el calendario litúrgico, engranado con el civil, hacen mella en nuestra productividad desde el siglo XVI en forma continuada. Está mal que lo diga pues, en lo que se refiere a los siglos previos al XIX, la idea de productividad no existía: existía la de comunidad. Y la comunidad encontraba una de sus mejores expresiones en la fiesta.

Tal vez en México tengan verificativo como en ningún otro lugar las implicaciones medievales de las carnestolendas: el carnaval, la inversión permitida, el mundo al revés, el exceso gastronómico, excesos todos que nos llevarán al descanso de fin de año: como sea, una válvula de escape a presiones, inconformidades y opresiones sociales. Pero en México esto no se ve previo a la Cuaresma, sino en los días comprendidos entre el 12 de diciembre y el 6 de enero. El famoso Guadalupe-Reyes es un puente formado por una sucesión de festejos que nos vuelven al seno de lo familiar encarnado en la comida. Antes de ello, un último periodo de recogimiento. El Día de Muertos es una conmemoración que ha ido tomando terreno rápidamente en la esfera de lo comercial. Desde el recientemente inventado desfile de catrinas gigantes y de carros alegóricos, residuos de la filmación de Spectre, parece que hemos dado en el clavo del efectismo festivo que permite salir a las calles a festejar “una tradición” y que deja en lo privado el altar doméstico, la añoranza de que los que se fueron, vuelvan sobre sus espectrales pasos a comer lo que los vivos prepararon para ellos.

Parece que, en la deriva de los tiempos, olvidamos los aportes culturales que se produjeron en los siglos XVI y XVII: cuando las festividades asociadas con la muerte y resurrección de Cristo nunca apuntaron a la construcción de altas y fastuosas estructuras que se cubrieran de velas y se emplearan para significar la presencia de los fallecidos. Los altares de muertos de la actualidad, más que una relación con el mundo prehispánico, la encuentran con las piras funerarias o túmulos construidos mientras estos territorios formaron parte de la Monarquía Hispánica.

“Nuestra pobreza puede medirse por el número y suntuosidad de las fiestas populares” (https://bit.ly/2qOaDwS) Decíamos antes que, siglos atrás, las ciudades no reparaban en gastos durante sus festejos (mortuorios o de otra naturaleza). Esos gastos, temidos por las autoridades, prohibidos en reales pragmáticas y aborrecidos por el que tenía que asumirlos en total o en parte, eran la oportunidad de reclamar más adelante, en un sistema de precedencias y clientelismos, la posibilidad de obtener algo a cambio. Lo mismo sucede en la actualidad, por contradictorio que parezca. Ni la modernidad, ni el republicanismo, ni la “democracia” han logrado extinguir el dispendio: ahora, no es una oligarquía (¿o sí?) la que auspicia los festines que se han de dar al público, sino las propias autoridades, otra vez, con la intención de ganar voluntades que, en nuestros días, se llaman votos.

Como cada año, nos encanta evocar al Mictlán. No entendemos por qué, pero nos encanta evocarlo. Octavio Paz hablaba de una dualidad continuista que en nada se parece a nuestra concepción católica de la muerte. En el mundo prehispánico, muerte y vida eran dos etapas sucesivas de un continuum infinito, con lo que la angustia por la condenación eterna y la visión de separación de una y otra vida nos vinieron con el catolicismo. Lo que resulta maravilloso todavía es esa capacidad, incluso en los grandes centros urbanos, de conectarnos con lo arquetípico: eso es lo que hace a muchos evocar presencias espectrales que comen mole y toman tequila, lo que hace acomodar escalones decorados con papel picado para disponer los platillos –la ofrenda– que los muertos van a comer, lo que hace levantar una estructura ascensional –un axis mundi– en un sitio prominente de la casa (como hasta el siglo XIX cuando alguien moría o en la celebración de los Fieles Difuntos) y lo que hace levantar en los hornos la harina del pequeño túmulo funerario azucarado que, desafortunadamente, hoy se comienza a vender en los supermercados desde octubre. Sin embargo, ese cráneo espolvoreado de azúcar que se come los primeros días de noviembre, no ha perdido su rigor como memento mori.

México: el tanteo y el TPP-11 en el 2019

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Los funcionarios y los teóricos del comercio exterior mexicano esgrimían como elemento fundamental para participar en el TPP y su negociación, el hecho de que Estados Unidos estaba participando en dicho proyecto y, siendo nuestro principal socio comercial, México debía de estar ahí para defender sus intereses e imponer sus criterios.

Con la salida de Estados Unidos decretada por Donald Trump, prácticamente no había razón para que México permaneciera en la mesa de negociación, y mucho menos, que participara en dicho proyecto que, a todas luces, resultaba negativo para nuestro país debido a la nula competitividad de nuestro marco sistémico, lo que se reflejaría en la nula posibilidad de ganar con esa aberrante decisión; sin embargo, nuestros altísimos funcionarios insistieron en permanecer señalando que mucho se había invertido en tiempo y dinero, y había que aprovechar lo negociado.

Conviene señalar que de las 126 variables que miden la competitividad de México con “los nuevos socios”, nuestro país sólo tiene ventaja en 18 y total desventaja en 108, situación que se refleja en el creciente déficit comercial que sostenemos con esos 6 nuevos países con los que firmaríamos un TLC, el instrumento básico y preferido de nuestros dogmáticos funcionarios en materia de política de comercio exterior, y que supuestamente nos garantizaría el acceso a más de 1,300 millones de consumidores en 54 países.

Así, con nuestros nuevos socios: Australia, Nueva Zelanda, Brunéi, Malasia, Singapur y Vietnam, en el periodo 1993/2018 acumulamos un déficit de -150,483 millones US, que no es otra cosa que el reflejo de que no contamos con elementos para competir, así como tampoco (ni remotamente), reducir un déficit que resulta escandaloso y grosero.

Así, el desconocimiento que esos teóricos y altísimos funcionarios mexicanos tenían de nuestra competitividad, de la estructura de la planta productiva nacional, de la oferta exportable, de la operación real del comercio internacional y de nuestro comercio exterior, nos embarcó en un proyecto nulo de origen.

Los primeros 8 meses del 2019, confirman la pésima idea que esos burócratas habilitados como expertos en comercio internacional tenían de lo que debía ser el comercio exterior de México, pues importantes decisiones se tomaron al “tanteo”, sin el mínimo de lógica ni fundamento ya que en este periodo, nuestro déficit con esos países continúa incrementándose debido a que nuestra exportación a esos 6 países registró un decremento de -376 millones US, en tanto que la importación procedente de los mismos se incrementó en 1,400 millones US.

Así, nuestro déficit que en los primeros 8 meses de 2018 fue de -8,021 millones US, en el 2019 ya fue de -10,866 millones US. Incluyendo a Japón, el déficit sería de -20,421 millones US, nada más.

Sin duda, la delicada situación que vive la economía mexicana sólo podrá ser aliviada si el comercio exterior, que realmente debió haber sido nuestra palanca del desarrollo, se logra utilizar adecuadamente diseñando una estrategia integral y realista que considere los elementos esenciales para su éxito, dejando a un lado el “tanteo” que mucho se ha utilizado en los 25 años más recientes.

Tanteo: Calcular el peso, el tamaño, la cantidad o el valor de una cosa de manera aproximada, según su apariencia o valiéndose sólo de los sentidos (https://bit.ly/33eQjU1).

Entendamos el riesgo

Lectura: 3 minutosEl “riesgo” es una palabra que usamos frecuentemente, la mencionamos en muchas conversaciones con nuestros amigos, familia y comúnmente en el ámbito de trabajo; la usamos para señalar, prevenir o asustar a nuestros interlocutores. Es un término coloquial que nos da autoridad, conocimiento sobre las variables de la vida o las circunstancias y, en algunos casos, estatus. ¿Pero entendemos el riesgo? ¿Entendemos sus implicaciones y la forma de prevenirlo o al menos contenerlo?

Sin pretender dogmatizar, analicemos un poco el significado y contexto de lo que implica el riesgo.

¿Qué es el riesgo?

El término según la Real Academia Española de la Lengua (RAE), nos dice que se deriva del italiano rischio, que a su vez lo tomó del árabe rizq, con el significado de “aquello que nos viene dado de modo providencial”. Joan Coromidas y Friedrich Diez señalan que al igual que “risco”, proviene del latín resecare que alude a un peligro.

Según Wikipedia, riesgo es una medida de la magnitud de los daños frente a una situación peligrosa. Según la RAE, riesgo es contingencia o proximidad de un daño. En términos generales, debemos entender que riesgo es la probabilidad de “que algo malo nos suceda” y como tal debemos tomarlo en serio.

Riesgos.
Ilustración: Alamy Stock.

¿Cuál es el principal problema del riesgo?

¡La incertidumbre por supuesto! Si supiéramos cómo, cuándo, dónde, por quién, cuánto, porqué y qué lo puede provocar, seguro haríamos algo para que no sucediera y todo sería mucho más cómodo y tranquilo, pero como no conocemos esas variables, nos inventamos una cantidad de cosas para evitar el riesgo, procuramos no salir en determinadas horas o a lugares peligrosos, estamos pendientes de todo aquello que no es común o conocido, no comemos aquello que sabemos nos puede hacer daño, etc., tomamos toda clase de providencias para no caer en condiciones de riesgo, nos llenamos de hábitos, formas y métodos para sentirnos seguros. Pero ¿sabemos cuál el factor de riesgo más importante?… Nosotros; todas las personas, empezando por nosotros mismos.

¿Por qué somos el factor de riesgo más importante?

Los seres humanos somos el factor de riesgo más importante por la forma en que elegimos. Al tomar una decisión sin darnos cuenta modificamos e interactuamos en forma importante con nuestro curso de vida, la de las personas que nos rodean y sucesivamente, en menor medida, a nuestro entorno.

La elección de cualquier evento en nuestra vida es un asunto serio e importante porque está sujeta a infinidad de variables que no pueden ser controladas o previstas, y siempre pensamos que las personas eligen en función de nuestra perspectiva o nuestra forma de resolver las cosas y, cuando algo no se ajusta a eso, se vuelve una tontería.

Caída.
Imagen: Squarespace.

El riesgo más allá de nosotros

Hasta el momento podemos entender que el riesgo es una condición permanente de vida en la cual estamos expuestos a posibles circunstancias desfavorables, podemos darnos cuenta de que el problema del riesgo es la incertidumbre, porque no sabemos qué lo determina o por qué nos puede acechar, y también que los seres humanos por nuestras elecciones somos los causantes naturales del riesgo. Pero veamos esto con una perspectiva más amplia, ¿qué sucede con las elecciones de los líderes cuando toman decisiones? En muchas ocasiones vemos o escuchamos las noticias como algo lejano, como algo que afecta a otras personas o como material para una charla de café, sin embargo, ¿qué sucede cuando líderes de diferentes ámbitos, empresa, gobierno, iglesia, fuerzas armadas, o inclusive la delincuencia, toman decisiones? Esos actos nos afectan. Modifican nuestro entorno y alteran nuestra forma de vida

Como partícipes de una sociedad debemos entender que las elecciones son actos naturales que se manifiestan de forma infinita, derivan en condiciones naturales de riesgo y  afectan nuestro entorno. Además, es necesario comprender que las elecciones de los demás tienen esos mismos efectos en nosotros y que entre mayor influencia tengan las personas que eligen, el impacto de riesgo es mayor. Por eso, como individuos, elegir tiene que ser un acto en el que debemos manifestar responsabilidad y procurar que deriven en acciones claras para ayudar a contribuir a la sociedad, y a atenuar las condiciones de riesgo naturales que se derivan y que construyan en beneficio de todos.

Elegir es un acto de responsabilidad, elijamos para el bien y que en forma responsable elijamos construir y crecer como individuos y sociedad.

Roma y el paisaje sonoro de la Ciudad de México

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El encuadre cerrado sólo permite ver algunas de las losas del piso. Nada más. Los pájaros cantan y un perro ladra a lo lejos. Unos pasos prenuncian el gesto que sigue: el estrépito de una llave que se abre para llenar una cubeta de metal. De pronto, el sonido del agua explota en el recinto. Se apodera del primer plano sónico-narrativo para expandirse por el suelo y revelar el reflejo del cielo siendo recortado por un avión. Esta pequeña ventana que se abre mágicamente en el piso del patio también permite entrever la larga escalera de metal que conduce a la azotea de la casa. Los sonidos de las turbinas y del líquido se entrelazan poéticamente para desaparecer en un largo y ruidoso remolino que escurre por la coladera.

Así inicia la película Roma (2018), del director mexicano Alfonso Cuarón. El diseño y edición de audio de su más reciente creación encierran un trabajo preciosista y virtuoso, el cual tiene la capacidad de ubicar al público, a través del sonido, en el interior mismo de sus distintas escenas. Esta sensación es lograda de manera magistral por el equipo integrado por Sergio Díaz, Skip Vievsay y Graig Henighan, quienes con el sistema envolvente Dolby Atmos, consiguen generar una inmersión sónica tridimensional en las salas de exhibición cinematográficas. En la película podemos apreciar diferentes objetos sonoros moviéndose de manera independiente y con intensidades disímiles por el espacio acústico. Gritos, explosiones, disparos, susurros y los más variados eventos sonoros fluyen al derredor de la audiencia de una manera casi real, asemejándose a una experiencia sensorial palpable que a la vez expande y sobrepasa la bidimensionalidad de la imagen proyectada en la pantalla.

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Escena de la película Roma (2018) (Alfonso Cuarón, director).

Juegos sónicos que inducen a una sensación acústica de fondo y superficie, con desplazamientos hipnóticos de casi 360 grados, permiten resaltar los pequeños detalles en la manufactura del audio en esta obra. La protagonista y su novio asisten a una película en el antiguo Cine Metropólitan y sorpresivamente el espectador de Roma logra “escuchar” el ruido del proyector de la época al fondo de la sala como si acompañara a los personajes en la función. En los diálogos familiares, las voces de los niños cruzan la sala del cine, reproduciendo sus desplazamientos dentro de su hogar. Las olas del mar ejecutan un crescendo furioso que acompaña a la protagonista en su irrumpir en aguas agitadas durante el clímax de la tensión dramática del filme. Detalles como estos, entre muchos otros, convierten a los asistentes en testigos espaciales de la narrativa fílmica, al mismo tiempo que fungen como metáforas de los eventos sónicos plasmados en la obra del director mexicano.

En la película no se recurre al tradicional music score. En su lugar, la banda sonora de Roma está conformada exclusivamente por sonidos diegéticos. Estos sonidos, los cuales son generados dentro del espacio fílmico narrativo, tienen una estrecha relación con las memorias de la infancia de Cuarón, pasada en la Ciudad de México, durante los años 70. Los recuerdos vividos en la casa estilo art decó de la colonia Roma se mezclan con el canto de canarios, voces de pericos, ladridos de perros, grillos en la noche, gritos de niños, la radio de pilas que reproduce los éxitos del pop de la época, la canción de cuna en idioma mixteco y el claxon del Ford Galaxy de su padre. Cada evento sonoro es desnudado en su más intimo detalle. El agua al ser servido en un vaso, brotando de la regadera, escurriendo en el fregadero, la lluvia, el granizo al caer y el crepitar de las llamaradas de un incendio. Todo es ampliado macroscópicamente y espacializado para revelar meticulosamente el desarrollo espectromorfológico de cada uno de estos objetos sonoros.

Otra dimensión del campo sónico que de manera indiscutible se convierte en uno de los grandes protagonistas de Roma, es el paisaje sonoro de la Ciudad de México de la década del 70. En su obra autobiográfica, Cuarón hace uso de sus propias reminiscencias sónicas para crear la “banda sonora” de su película, la cual enmarca de manera especial en la calle de Tepeji. A lo largo de la historia, cada vez que se abre el portón de la casa familiar hacia el espacio público, pueden vislumbrarse marcas sonoras eminentemente mexicanas. Algunas son representadas por los pregones de vendedores que vocalizan líneas melódicas peculiares con contenido semántico directo como: “Mieeeeeel de colmenaaaaaa”, “Periódicos, fierro viejoooo”. Otras tienen la complejidad de códigos específicos dirigidos a la comunidad local que los puede interpretar de manera inequívoca, como la campana del camión de la basura, el silbido del carrito del vendedor de camotes, la flauta cromática del afilador o la campana de la iglesia. Finalmente, otras marcas sonoras son reminiscencias de prácticas musicales que han perdurado hasta el día de hoy, como el trompetista de la calle y los tocadores de organillo manual portátil, o explicitan un momento histórico específico del país, como la anacrónica banda de guerra de alguna escuela secundaria cercana.

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Escena de la película Roma (2018) (Alfonso Cuarón, director).

De manera abrumadora, el elemento del paisaje sonoro que permea casi la totalidad de las escenas es el tráfico capitalino. El sonido de coches, camiones, tranvías, ambulancias, silbatos, cláxones, sirenas, motores y rechinidos de frenos van y vienen en un dinámico movimiento contrapuntístico entablado con la narrativa fílmica. En este contexto, la Ciudad de México de los 70 se traduce en un entramado sonoro textural que pulsa lleno de vida a través del territorio citadino. El diseño de audio de Roma logra proyectar rasgos sónicos capaces de definir la identidad cultural mexicana del tiempo y espacio de los que habla. Esta reproducción del paisaje sonoro de la Ciudad de México de aquella época permite inferir información sobre el entorno, sus habitantes y las complejas formas de interacción entabladas entre ellos y el periodo histórico que les tocó vivir.

En la medida en que los efectos de la industrialización en las grandes ciudades tienden a neutralizar de manera progresiva los sonidos tradicionales de determinados espacios urbanos, se desvanecen con ello, de manera análoga, los ecosistemas sonoros característicos de un pueblo. El paisaje sonoro actual de la Ciudad de México seguramente difiere mucho del retratado en la película. En un homenaje al entorno sonoro de su infancia, Cuarón nos regala en la conclusión de Roma un popurrí nostálgico de las marcas sonoras de aquel entonces. Volvemos a encontrarnos al final con las escaleras de metal que conducen a la azotea y con el cielo, que una vez más es recortado por un avión y por el ruido de sus turbinas. Mientras corren los créditos se escuchan a la distancia pregoneros, músicos callejeros, niños, campanas, pájaros y perros. Y el bordón del tránsito que arrulla incesantemente a la ciudad.

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Escena de la película Roma (2018) (Alfonso Cuarón, director).

Coro Informal en el Centro Histórico

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Entro al recinto de manera abrupta y me sorprendo al encontrar una serie de cajitas de madera, tipo joyeritos, cerrados y cuidadosamente dispuestos sobre unos pedestales alineados a lo largo de las paredes del lugar. El fuerte olor a humedad que se desprende de los muros antiguos y el intenso frío de la mañana, entorpecen mis sentidos. Todo es silencio. En este momento, soy la única visitante en los alrededores. Tentada por la curiosidad, mi niña interior sucumbe de inmediato al impulso natural de abrir una de las cajas y desvendar su contenido, no sin antes buscar la mirada aprobatoria del vigilante encargado del salón. ¡Las cajas son para abrirse! Mis manos ansiosas buscan el deleite del contacto con la primera pieza a mi alcance, lisa y bien labrada. Procedo a abrirla. De súbito, un sobresalto. Mis ojos miran el forro de terciopelo azul que cubre su fondo. ¡La caja está vacía! Al instante capto la imagen de una tarjeta postal pegada a la parte interior de la tapa al mismo tiempo que un fuerte sonido retumba en el espacio y en mis oídos. “…todo para su mascota, páááááááseleeeeeeeeeee, tenemos todo para su perrito, su gatito, ropa, zapato, pechera, páááááááseleeeeeeeeeee …”. ¡El grito de una pregonera! Abro la siguiente cajita, que ahora reproduce la voz de un vendedor de bolsas. Atrapada en una especie de frenesí curioso, voy abriendo todas las tapas, que poco a poco inundan el lugar con la oferta de toda clase de productos, desde toallas, refrescos y arreglos de navidad, hasta calcetines. Voces de hombres y mujeres, todas sonando al mismo tiempo y formando un contrapunto cacofónico que a la vez entreteje un entramado sonoro de carácter textural. Con un pase de magia, de pronto me encuentro inmersa, de lleno, en el paisaje sonoro de las calles del Centro Histórico de la Ciudad de México que acabo de cruzar hace apenas unos minutos. ¡Una delicia!

Coro Informal (2016) de Félix Blume (Francia, 1984) y Daniel Godínez Nivón (México, 1985) [Fragmento]

La obra Coro Informal (2016) de Félix Blume (Francia, 1984) y Daniel Godínez Nivón (México, 1985) forma parte de la exposición “Modos de oír. Prácticas de arte y sonido en México”, que actualmente se lleva a cabo en el Ex Teresa Arte Actual.[1] Aunque se podría decir que Coro Informal se aproxima conceptualmente de la icónica Box with the Sound of its Own Making (1961) de Robert Morris (E.U.A., 1931-2018) en la que una caja de madera proyecta los mismos sonidos –grabados y amplificados‒ generados durante su propio proceso de construcción, es la obra musical Le Cris de París (c. 1530) de Clément Janequin (Francia, 1485-1558) la que detona el proceso creativo de Blume y Godínez Nivón. En su famosa obra polifónica a 4 voces, Janequin inmortalizó a principio del siglo XVI los “gritos” de los vendedores ambulantes que ejercían sus actividades en las calles de la capital francesa, mediante la utilización de 42 pregones. Cabe mencionar que la tradición de los pregoneros franceses, iniciada en la Edad Media, continuó durante varios siglos hasta decaer con la Primera Guerra Mundial. En una reapropiación contemporánea de esta idea, Blume, artista sonoro e ingeniero de sonido, realiza un minucioso trabajo de captura de las voces de los pregoneros de la bulliciosa Calle de Moneda.  A través de grabaciones individuales llevadas a cabo en un espacio confinado, cada “canto” es registrado de manera descontextualizada del entorno urbano en el que originalmente conviven de manera simultánea. En una propuesta de creación colaborativa, Coro Informal se complementa con la representación de estos pregoneros a través de las ilustraciones del artista visual Godínez Nivón. Las tarjetas anexadas al interior de las tapas de estos cofrecitos sónicos sirven como un registro visual de estos individuos. Y, por si fuera poco, cada postal incluye un pequeñísimo pentagrama con la transcripción musical de la línea melódica de su respectiva tonadilla.

coro informal
coro informal

Cada una de estas “cajitas gritonas” encierra a un vendedor, o a una vendedora. A un integrante más de este coro de capitalinos que, día tras día, tratan de sobrevivir mediante el comercio informal callejero. Las singularidades de cada pregón ‒tesitura, color, ritmo, cadencia‒ se combinan con el mensaje que hace referencia a cada mercancía en particular, y son registradas y depositadas en los diferentes estuches de madera. Cabe al espectador, peatón empoderado, despertar o no a cada uno de estos personajes voceadores; traer hacia dentro del espacio museístico, un tramo completo o apenas una parte de las resonancias de la vía pública. La sala puede permanecer en silencio o se podrá reconstruir el paisaje sonoro de la ciudad en diversos órdenes, de manera parcial o total, creando distintos planos sónicos, dependiendo del número de cajas accionadas. La obra de Blume y Godínez Nivón logra capturar de manera poética estas marcas sonoras del centro de la ciudad, elevándolas a la categoría de música en su sentido más canónico. Cada cajita encierra verdaderas joyas que invitan a ser develadas de manera lúdica e infinitamente placentera.

De pronto me doy cuenta que, desde hace ya un buen rato, la pequeña sala del Ex Teresa está escandalosamente saturada por las 10 cajitas que he activado simultáneamente. Repentinamente, la imagen del vigilante entra en mi campo visual.  Desconcertado, me pregunta gesticulando con las manos: ¿ya? Reprimo una sonrisa traviesa y con la cabeza le confirmo que sí. Amablemente procede a cerrar las piezas, una tras otra, como quien ya fue testigo de esta misma escena demasiadas veces durante los últimos días…

Coro Informal (2016) de Félix Blume (Francia, 1984) y Daniel Godínez Nivón (México, 1985)


Notas:
[1] “Modos de oír. Prácticas de arte y sonido en México” se lleva a cabo en el Ex Teresa Arte Actual y en el Laboratorio Arte Alameda, ambos recintos del Instituto Nacional de Bellas Artes. La exposición estará hasta el 31 de marzo de 2019 y contará con actividades paralelas.

El niño Fidencio

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Cuando yo era pequeño, una de las leyendas en la casa de mi abuela materna era que el niño Fidencio había curado a mi bisabuelo, y en el altar familiar una fotografía de ese personaje era venerada con la misma devoción que San Martín de Porres y San Felipe Neri.

Era un rostro fuerte de ojos hundidos y mirada atemperada por un mechón de cabellos negros y tiesos, con una boca grande de labios entreabiertos que disimulaban dos hileras de dientes torcidos y afilados. En aquel entonces ya habían transcurrido casi veinte años desde su muerte, pero era como si viviera aún y cada marzo mis tías y primas organizaban un peregrinaje a Espinazo, en un lugar lejanísimo llamado Nuevo León, para que la abuela remojara sus males en “el charquito” al lado de la tumba del hombre santo, al cuidado de los “cajitas”.

nino fidencio curando a una mujer

Hoy recuerdo, entre divertido e incrédulo, cómo en el caso de una enfermedad primero se ponía una veladora al niño Fidencio antes que llamar al médico. ¡Una noche que me empaché me tuvieron dando vueltas a la mesa y rezando padrenuestros con invocaciones al niño hasta que la sabia madre naturaleza me mandó una convulsión emética que me salvó la vida! Ése era el tamaño de la fe en una familia rural pobre y numerosa.

José Fidencio Constantino Cíntora, el niño Fidencio, fue uno de 25 hijos de un ranchero de Irámuco, Guanajuato. Murió hace 80 años, a los 40 de edad, el 19 de octubre de 1938, y en vida fue adorado como un elegido de Dios y un iluminado, pero también fue acusado de charlatán y denunciado como emisario y acólito de Satanás.

santo fidencio

Si el niño Fidencio fue santo o si poseía poderes sobrenaturales son asuntos espinosos que yo, simple pecador estándar, no puedo aclarar. Hay testimonios de personas a quienes la ciencia médica había desahuciado y que fueron curadas por este hombre-niño de voz tipluda, lampiño, que se vestía como infante, tenía una personalidad juguetona y lloraba con frecuencia.

En el museo de Mina, poblado al norte de Monterrey, hay una exposición fotográfica que registra algunas de sus curaciones. De entre muchas, una dice, en tosca letra sobre la impresión:

“La sra Florencia Puente. 21 años. Sufrio de un tumor canseroso en la espalda.
La opero el niño Fidencio y en 4 dias esta aliviada.
Esp. N.L. 10/1/24”.

El niño está a la izquierda de la foto, tocado con un gorro blanco y con la mano derecha apunta un bisturí a una espalda femenina en donde se aprecia una enorme herida suturada. Varios curiosos rodean al curandero y a la paciente. En otra, el joven opera las cataratas a un anciano a mitad de un patio entre una muchedumbre, en el calor y polvo del mediodía.

No se sabe bien a bien cómo fue que llegó a Espinazo, hoy en día centro de un culto que cada año convoca a miles de peregrinos. Dicen las crónicas que apareció en la región hacia 1921. Por esas fechas, el rico hacendado Teodoro von Wernich, quien sufría de várices y estaba desahuciado por los médicos, hizo caso de los rumores que hablaban de un joven de la hacienda que realizaba sanaciones milagrosas, y para su sorpresa, el muchacho lo curó.

santo

La fama del niño Fidencio se extendió como lumbre en pradera seca. De todo el país y del extranjero llegaban a Espinazo mujeres y hombres en busca de alivio. El curandero lo mismo drenaba forúnculos como el que durante cuatro años sufrió en el brazo derecho don Ramón Sánchez, que extraía muelas sin que los pacientes sufrieran dolor alguno. El 8 de febrero de 1928 el presidente Plutarco Elías Calles fue a Espinazo, se puso una túnica y consultó al hombre santo. Bonito espectáculo habrá sido aquel: El Turco arrodillado ante un indígena con poderes divinos.

Hoy en día el “fidencismo” es un creciente movimiento religioso en el norte del país y el sur de Estados Unidos. Sus seguidores se llaman a sí mismos “cajitas”, pues se dicen receptores de la gracia del sanador, y las videntes que hacen contacto con su espíritu se llaman “materia”. El lema del niño Fidencio sigue siendo el mismo: “No son pobres los pobres. No son ricos los ricos. Sólo son pobres los que sufren de dolor”.

Si la fe puede mover montañas, éste debe ser un testimonio más de ello.

Juego de ojos.

Hogar y exilio: memoria de Chinua Achebe

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Fue en julio de 1982 cuando en The Times de Londres apareció el artículo “The Empire Writes Back With a Vengeance” de Salman Rushdie, sobre el tsunami literario que avanzaba desde todos los confines del “Imperio en el que no se pone el sol” sobre la metrópoli. Ese artículo fue un parteaguas y sigue siendo una referencia para entender las corrientes literarias surgidas en los países dominados por la pérfida Albión. Mi propia traducción del texto fue “El Imperio contraescribe” y no creo que Rushdie la aprobara, pero el sentido es sin duda el adecuado para presentar hoy a usted al más publicado y leído de los escritores nigerianos, a quien algunos consideran el padre de la novela africana en lengua inglesa, Albert Chinualumogu Achebe, mejor conocido como Chinua Achebe.

El 18 de noviembre del 2000 Maya Jaggi publicó un perfil de Achebe en The Guardian. Vale la pena reproducir el párrafo introductorio, pues revela al posible lector mexicano el peso que el novelista nigeriano tiene en el mundo:

Mientras Nelson Mandela transcurría 27 años en prisión, encontró consuelo y fortaleza […] en un escritor en cuya compañía “los muros de la prisión se derrumbaron”. Para Mandela, la grandeza de Chinua Achebe […] radica en que “insertó al África en el mundo” sin perder sus raíces africanas. Al tiempo que el nigeriano Achebe utilizaba la pluma para liberar al continente de su pasado, dijo el expresidente sudafricano, “ambos, en nuestras circunstancias particulares y en el contexto de la dominación blanca del continente, nos convertimos en luchadores por la libertad”. 

Chinua Achebe
Chinua Achebe (1930 – 2013 (Foto: The Paris Review).

No es sencillo capturar en unas pocas cuartillas el perfil de un creador. En el caso de escritores africanos como Achebe la complejidad se acentúa por el escaso conocimiento que tenemos de su obra, con si acaso dos títulos en español. Fuera de Senghor y los Nobel Gordimer, Soyinka, Mahfuz y Coetzee (Le Clézio, de origen francés pero con nacionalidad de Mauricio, podría caber forzadamente en este grupo), poco nos dicen nombres como Mohamed Dib, Amos Totuola, Rui Knpfli, José Craveirinha, Mongo Beti, Peter Abrahams, Ferdinand Oyono, Kofi Awoonor, Gabriel Okara, William Conton, Agostinho Neto o Shaaban Robert, por mencionar algunos de entre la pléyade de autores originarios del continente que Conrad llamara negro, pese a las traducciones que debemos principalmente a Casa de las Américas y después a editoriales españolas.

(Recuerdo que durante el régimen de Luis Echeverría visitó México el presidente de Tanzania, Julius Kambarage Nyerere. Venía de una asamblea de la ONU en Nueva York y llegó en el vuelo regular de Aeroméxico, en clase turista. Los reporteros de aquel entonces, como los de hoy, no pasamos de los lugares comunes en la conferencia de prensa. A nadie le dio curiosidad por saber más de este maestro de primaria que construyó el único país africano con una lengua oficial nativa ¡y que tradujo al swahili las obras de William Shakespeare!)

Achebe nació el 16 de noviembre de 1930 en Ogidi, al sur de Nigeria en la ribera del Níger, en el seno de la más importante tribu de esa parte del mundo, los ibo. Fue el quinto de cinco hermanos hijos de un misionero cristiano que creía en la educación moderna y mandó a su prole a escuelas coloniales británicas al mismo tiempo que convivía con familiares que ofrecían sacrificio a los dioses antiguos. Ese encuentro de mundos, por no decir colisión, es la sustancia de la primera novela de Achebe, Things Fall Apart (Todo se desmorona), aparecida en 1958. El libro “describe los efectos en la sociedad ibo de la llegada de los colonizadores y misioneros europeos a finales del siglo XIX. [Sus] novelas siguientes […] No más en paz (1960), Flecha de Dios (1964), Un hombre del pueblo (1966) y Hormigueros de la sabana (1987) están situadas en África y describen las luchas del pueblo africano para liberarse de la influencia política europea”, nos dice la enciclopedia.

Atardecer en Segou
Atardecer en Segou, Mali, Río Níger (Foto: Robin Taylor).

Según los críticos, Todo se desmorona, aparecida poco antes de la independencia de Nigeria cuando Achebe tenía 28 años, impulsó “la reconsideración de la literatura en el mundo de lengua inglesa” y, en opinión de Wole Soyinka, fue la primera novela en inglés que habla desde el interior de un personaje africano más que presentarlo [en el contexto] exótico en que lo ubicarían los blancos”. De esta novela se han publicado más de 10 millones de ejemplares en 45 idiomas incluido el español (Todo se derrumba, 1986, y Todo se desmorona, 1998), lo que la convierte en una de las más leídas del siglo XX.

Otro Nobel, la estadounidense Toni Morrison, confesó que Achebe fue el responsable de su romance con la literatura africana y una influencia seminal en sus inicios literarios. “Vivía su mundo de una manera diferente a la mía […] insistiendo en escribir fuera de la visión de los blancos, no en contra de ella […]. Su valor y su generosidad permean su obra… y es difícil describir la devastación y el mal de tal forma que el texto en sí no sea maligno o devastador”.

Muy joven, Achua decidió escribir en inglés y no en ibo, pese a que los tiempos en Nigeria eran de rebelión y lucha anticolonial. “Fue parte de la lógica de mi situación”, diría a Maya Jaggi, “enfrentar las historias que se escribían sobre nosotros en el mismo idioma. Escribir en inglés es una decisión dolorosa, pero no asume uno un idioma para castigarlo: ese idioma se convierte en parte de uno. Y tampoco se puede utilizar un idioma a distancia. Se insertan el inglés y el ibo en una misma conversación, como lo son en mi vida diaria, y ello es fascinante”.

La literatura africana escrita, lo mismo que una parte de la mexicana, está en deuda con la literatura oral “que adopta formas muy diversas. Los proverbios y las adivinanzas transmiten códigos de conducta y a menudo reflejan la cultura del habitante […] mientras que los mitos y las leyendas ponen de manifiesto la creencia en lo sobrenatural, además de explicar los orígenes y el desarrollo de los estados, clanes y otras organizaciones sociales de importancia”.

Desde que quedó paralítico en un accidente de auto en Nigeria y hasta su muerte en marzo de 2013, Chinua Achebe vivió en Estados Unidos, en donde publicó el volumen de ensayos Hogar y exilio, en el que nos lleva de la mano por una tierra de recuerdos que a los sentidos de un mexicano resulta un paisaje extrañamente familiar, una suerte de déjà vu espiritual y literario que podría revelarse, por ejemplo, en un pasaje de Azuela o, mejor, de Rulfo. Achebe recuerda cómo en las conversaciones familiares en el patio del hogar paterno en Ogidi y en la plaza del pueblo abrevó la historia de los suyos. Ahí supo, por ejemplo, que en tiempos antiguos, los habitantes de uno de los pueblos vecinos,

[Llegaron de otras tierras] y pidieron permiso para establecerse ahí. En aquellos tiempos había espacio suficiente y los de Ogidi dieron la bienvenida a los recién llegados, quienes poco después presentaron una segunda y sorprendente solicitud: que les enseñaran a adorar a los dioses de Ogidi. ¿Qué había sucedido con sus propios dioses? Los de Ogidi al principio se asombraron, pero finalmente decidieron que alguien que solicita en préstamo un dios ajeno debe tener una historia terrible que es mejor no conocer. Así que presentaron a los recién llegados con dos de las deidades de Ogidi, Udo y Ogwugwu, con la condición de que los recién llegados no debían llamarlas así, sino Hijo de Udo, e Hija de Ogwugwu… ¡para evitar cualquier confusión!


¿No tiene un timbre familiar esta leyenda? Algún lector podría encontrar en ella ecos del realismo mágico latinoamericano y seguramente tendría razón, pues ¿de dónde si no del África llega al Caribe esa carga imaginaria que nutre las novelas de Carpentier o de García Márquez?

Hogar y exilio es una narración autobiográfica en la que Achebe nos lleva por el camino que el súbdito imperial recorre para “igualarse” como estudiante y como ser humano, con los ciudadanos de la metrópoli, para comprender, al final, que debe recuperar sus propios valores, que no hay nada vergonzoso o menor en sus raíces, y que, a fin de cuentas, el color es un accidente. Con ironía y humor entretejidos en una fina prosa que se mantiene alejada tanto de consignas como de ditirambos, Achebe logra comunicar un contundente argumento contra el colonialismo.

El mazo con que el escritor pretende derrumbar el muro de la ideología colonial es el arte. No estamos ante un texto de ciencia política y en ninguna de sus breves 105 páginas encontramos un llamado a la justicia, una apelación al equilibrio económico o una denuncia de la polarización norte-sur. Achebe se limita a describir el proceso por el cual recupera su identidad como escritor… escritor nigeriano, que escribe en inglés pero es… ¡nigeriano!

Esta conciencia que permite aceptar sin amargura o resentimiento que se es una cosa y no otra (africano y no europeo), y comprender que la igualdad no es necesariamente un camino de doble circulación, podría ser compartida por nuestros compatriotas expulsados a Estados Unidos. A través de experiencias propias y ajenas, Achua va describiendo un cuadro que sería familiar para muchos de ellos. Y su fino sentido del humor acentúa el mensaje: en Londres, el joven estudiante acude a la oficina postal a enviar un paquete. La empleada pesa el bulto y para calcular el precio del envío dice: “A ver, Nigeria… Nigeria… ¿Es nuestra o es francesa?”. El joven responde tranquilamente: “Es de ustedes, señora”.

No es fácil el tránsito de vuelta a los orígenes. Como muchos de su generación, por no decir todos, Achebe se encuentra a caballo entre dos posibilidades. Por una parte se siente integrante de una cultura de habla inglesa; por la otra, quizá más intuitiva que racionalmente, entiende que pertenece a Nigeria. Uno de los primeros motivos de reflexión sobre las razones de esta dicotomía, rememora Achebe, viene precisamente de la literatura. Esto sucede cuando en la secundaria uno de sus maestros pone de tarea la lectura de una “novela nigeriana”, Mister Johnson de Joyce Cary, que había sido aclamada por la crítica inglesa.

Los jóvenes alumnos nigerianos habían crecido con la literatura del imperio y sus agentes, como Shakespeare, Milton, Defoe, Swift, Wordsworth, Coleridge, Keats, Tennyson, Housman, Eliot, Frost, Joyce, Hemingway y Conrad. Por lo tanto, fue con no poca satisfacción que los maestros, ingleses todos ellos, ponen en manos de los alumnos la novela de Cary. Pero grande fue su sorpresa cuando al comentar el libro en clase, en vez de reflexiones se enfrentaron a una rebeldía cercana al motín: ni uno de los estudiantes pudo reconocerse en la “Nigeria” de la novela o en sus personajes. Así recuerda Achebe la escena: “Uno de mis compañeros pidió la palabra y expresó a un sorprendido maestro que lo único que había disfrutado del libro había sido cuando el héroe nigeriano, Johnson, había sido asesinado a balazos por su amo inglés, Mr. Rudbeck”.

Este incidente, según comprendió después, fue algo más que un episodio interesante en un salón de clases colonial. “Fue una rebelión ejemplar”.

Joyce Cary
Joyce Cary (1988 – 1957) (Foto: Getty Images).

Ello lleva a Chinua al análisis de una faceta de la literatura sobre la que poco se reflexiona: su papel como subsidiaria de la dominación. Comienza por recordar que la literatura sobre África tiene una historia antigua. Un estudio de Harnmond y Jablow, El África que nunca fue, examina 400 años y no menos de 500 volúmenes publicados. Muestra el grado de fantasía y la clase de mentiras que se publicaron sobre el continente y sus pueblos: salvajes, amorales, sin alma, caníbales, ignorantes, de cerebro inferior, incapaces de crear belleza o instituciones civilizadas. En pocas palabras, pueblos a los que, en última instancia, se hacía un favor al esclavizarlos.

Durante mucho tiempo esta literatura ayudó a justificar la esclavitud. Pero en el camino adquirió vida propia, de tal suerte que al abolirse el tráfico de esclavos a principios del siglo XIX se reformuló, “con las herramientas de fantasías académicas de moda y pseudociencias”.

Cuando Chinua Achebe publica su primera novela, Todo se desmorona, fue recibida por la crítica ‒inglesa, desde luego‒ como una expresión pura de anarquía, tan convencido estaba el Imperio de que la única “literatura africana” era la producida por blancos, o por negros totalmente colonizados en mente y espíritu.

Desde el relato del viaje de John Locke al África Occidental en 1561 en donde describe los pueblos de “existencia bestial, sin dios, leyes o religión”, hasta el calificativo de “no humanos” que 350 años después les asesta Joyce Cary a los danzantes negros, “encontramos que este modelo, como el conejo de las pilas, sigue lleno de energía y batiendo su tambor”, dice Achebe con su ironía preñada de humor.

Para Achebe, la lectura de Mister Johnson y su secuela de cuestionamientos sobre su lugar en el mundo colonial y su propia patria, fue una motivación en su camino a ser escritor. “Me abrió los ojos al hecho de que mi hogar estaba bajo asedio y que éste no era sólo una casa o un pueblo, sino más importante, un relato revelador en cuyo ambiente mi propia existencia había comenzado a ensamblarse en un sentido coherente y significativo”.

La literatura como agente de la dominación colonial, y las posibilidades que los pueblos tienen de combatirla creando su propia literatura es, en esencia, el mensaje de Hogar y exilio. “Digamos que alguien viene a despojarme de mi tierra. No esperamos que declare que lo hace por codicia o porque es más fuerte que yo, pues tal confesión lo marcaría como un pillo y un abusivo. Así que contrata a un narrador de historias con mucha imaginación para inventar una versión más apropiada. Por ejemplo, que la tierra en cuestión no podría ser mía puesto que he dado muestras de no poseer las cualidades apropiadas para cultivarla al máximo provecho y con la máxima ganancia. Podría añadir que la razón de mi ineficiencia es mi muy bajo coeficiente intelectual y además explicar que mi cerebro dejó de crecer a la edad de 10 años”.

Osa Johnson
Fotógrafa Osa Johnson, observada por Masai mujeres de la tribu Masai, inicio de la década de 1930.

Y si alguien cree que ésta es una torcida interpretación de Achua, aquí un fragmento de Tierra de blancos de Elspeth Huxley: “… tal vez sea, como han sugerido algunos médicos, que su cerebro es diferente, que tiene un periodo de crecimiento más breve y posee células menos bien formadas y organizadas como menor destreza que las de los europeos. En otras palabras, que hay una disparidad fundamental entre las capacidades de su cerebro y el nuestro”.

Insisto en que no es fácil aprehender en su totalidad el sentido de una literatura de alguien que vivió en carne propia hasta hace poco bajo el manto del “colonialismo civilizador” y tenía un pasaporte en donde se le describía como “persona bajo la protección británica”. Después de todo nosotros los mexicanos sabemos de nuestra propia colonia por los libros de historia… si bien vivimos hoy un colonizaje digamos, sutil, aunque altamente eficaz, cuyo análisis no viene al caso aquí y ahora.

Achebe fue un ciudadano del Imperio y el Imperio es su principal referencia literaria. Colonos y colonizados, dice, nunca ven al mundo bajo la misma luz. “Por ello, los ingleses pueden presumir que tuvieron el primer imperio en la historia en el que nunca se ponía el sol, a lo cual un indio podría responder: sí, ¡porque Dios no confía de un inglés en la oscuridad!”

A los 27 años Chinua viaja a Inglaterra para estudiar en la BBC y en Londres, a bordo de un taxi con su hermano, se enfrenta a lo nunca visto:

Tuve mi primera experiencia de ser conducido por un chofer blanco. Hice una nota mental de este insólito hecho y no dije nada. Pero Londres no había acabado conmigo y procedió a desvelar una visión aún más increíble. En un embotellamiento vi a un hombre blanco en ropa de trabajo sucia que rellenaba unos baches con asfalto caliente. Y entonces tuve que hablar con mi hermano, en nuestro idioma secreto para que el chofer no entendiera. Y mi hermano, al parecer inoculado contra tales maravillas, se burló de mi sorpresa y dijo: “Si mañana [ese hombre] viaja a Nigeria, lo llamarían Director de Obras”.

Un rasgo que Achebe comparte con muchos creadores africanos fue su activa participación en los asuntos políticos y sociales de su país. Quizá no figuró como ficha en su currículo, pero Achebe fue un defensor del África, un escritor que luchó contra los estereotipos con que el hombre blanco etiquetó al continente y cuyas opiniones provocan dispepsia en la intelectualidad no negra, como su famosa conferencia de 1977 sobre Conrad en la que sostuvo, con abundante documentación y brillantes argumentos, que el autor de El corazón de las tinieblas fue un racista redomado, opinión ciertamente controvertida que provocó que uno de los distinguidos profesores entre el público exclamara: “¡Cómo se atreve usted!”, antes de abandonar ruidosamente el auditorio.

Tuvo razón Achebe, pues, cuando se vio a sí mismo como un misionero en reversa, uno más de la pléyade de los contraescritores del Imperio.

Juego de ojos.

Los 40 años del Foro Internacional de Música Nueva (Parte II)

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Hacia finales de los años 70, al comenzar a visualizar la creación en México de un certamen especializado en la música de reciente creación, Manuel Enríquez buscó un nombre que pudiera distinguirlo de los términos “festival” o “música contemporánea” utilizados con frecuencia en otros encuentros artísticos vigentes en la época. Concibió un espacio único que pudiera no sólo expandir la oferta de la música de concierto mexicana, incluyendo diferentes géneros musicales y tendencias estéticas, sino también fungir como una vitrina tanto para la creación nacional como para lo más novedoso producido en otras latitudes. Así, en 1979 surgió el “Foro Internacional de Música Nueva”[1], el cual cumple 40 años de programación anual ininterrumpida. Entre 1979 y 1994, bajo la curaduría de su fundador, fue posible apreciar en la programación del Foro toda una serie de conciertos temáticos que pusieron de relieve un repertorio que a menudo desafiaría los paradigmas de la música occidental de concierto y su canon. Durante este periodo se escucharon por primera vez en México un gran número de obras –tanto de compositores extranjeros como nacionales‒ que oscilarían entre las diferentes expresiones de distintos géneros y subgéneros musicales, los cuales se encontraban en plena efervescencia en la segunda mitad del siglo XX. Algunas de estas manifestaciones se amalgamarían en propuestas interdisciplinarias de creciente complejidad y de difícil categorización, que a la vez reflejarían los resultados de la experimentación llevada a cabo –en ocasiones hasta sus últimas consecuencias– por las vanguardias musicales de la posguerra.

Foro Internacional de Musica Nueva

En las primeras ediciones del certamen destacaron presentaciones como las de Cathy Berberian, cuya revolucionaria exploración de la voz se pudo apreciar a través de su interpretación de obras de Claude Debussy, Luciano Berio y los Beatles, del pianista y performer español Carles Santos, en donde se desacralizó al piano en una especie de anti-recital en el cual la ejecución instrumental no sería el centro del gesto sonoro sino el piano como objeto, la voz, el canto, la danza, el teatro y los recursos electrónicos, o de la puesta en escena del monodrama sobre el secuestro y la tortura, Un Jour comme un Autre (1975) de Vinko Globokar con la partición especial de la cantante multifacética Diamanda Galás. Reconocido por su actitud iconoclasta y provocadora, el grupo MW2 de Cracovia, especializado en música experimental, pionero en la interpretación de música gráfica, de teatro instrumental y de happenings, junto con el ecléctico grupo Kiva del Center for Music Experiment de la Universidad de California en San Diego, dedicado a la improvisación, la experimentación con nuevos instrumentos acústicos, medios electrónicos y la danza ritual, fueron algunas de las agrupaciones que integraron la participación del público en los conciertos, llevando su capacidad de respuesta y apreciación al límite.

De igual manera, la presencia de grandes virtuosos privilegió nuestros escenarios con un importante número de estrenos mundiales. Tal fue el caso del flautista canadiense Robert Aitken con Ryoanji (1984) para flauta de bambú, percusión y cinta de John Cage, el contrabajista estadounidense Bertram Turetzky interpretando por primera vez en México Failing (1975) para contrabajo y voz de Tom Johnson, o el saxofonista francés Daniel Kientzy, que con su ensamble Barocko combinaría la música de concierto contemporánea, el potencial expresivo de la instrumentación del rock y el video-arte.

La gran participación de artistas latinoamericanos afiliados a los movimientos de vanguardia fue uno de los elementos distintivos que marcó fuertemente la programación de esta primera etapa del festival. La compositora y pianista brasileña Jocy de Oliveira traería a estas tierras su espectáculo multimedia Realejos dos Mundos, para voz, medios electroacústicos y visuales, así como los compositores cubanos Juan Blanco, Carlos Fariñas y Leo Brouwer quienes concibieron de manera colectiva al evento musical Arco Iris, para percusiones, electrónica, proyecciones de pinturas de Luis Martínez Pedro, poemas de Miguel Barnet, actores cantantes y cuatro bailarinas. También fueron varios los artistas mexicanos con orientaciones estéticas que buscaban desdibujar los límites disciplinarios que darían a escuchar por primera vez sus creaciones en el certamen.

Las esculturas sonoras de Gabriel Macotela sonarían en las manos de Vicente Rojo Cama y su grupo durante el concierto La Sonora Industrial, y la obra escultórica de Federico Silva conformaría el entorno perfecto para el performance con un desnudo integral de Graciela Cervantes sobre la obra electroacústica Misa Prehistórica (1980) del mismo Manuel Enríquez. Acciones coreográficas como las del Forion Ensamble, Jorge Domínguez y Graciela Henríquez en los jardines del Museo de Arte Moderno, el happening con la participación de fotógrafos, cámaras fotográficas, proyección de imágenes y medios electrónicos del grupo Música de Cámara de Arturo Márquez, Ángel Cosmos y Juan José Díaz Infante, o los acercamientos escénico-teatrales e improvisatorios de las obras D’un inconnu (1976) de José Antonio Alcaraz o Convocatoria a un rito (1986) de Alicia Urreta, serían sólo algunas de las intervenciones de artistas nacionales que traerían un nuevo aliento a la escena musical del momento.

Estas participaciones, así como tantas otras, revelarían la gran vocación interdisciplinaria y experimental con la que Enríquez distinguió al Foro durante sus primeros años, y a la vez serían testimonio de la consolidación de un largo proceso de modernización de la música de concierto mexicana. A principios de los años 90, el Foro ya había adquirido un perfil eminentemente cosmopolita, y una de sus consecuencias fue justamente la creación de lazos de intercambio entre artistas nacionales y extranjeros como propiciadores del desarrollo del talento nacional. En pleno siglo XXI, la vigencia del Foro Internacional de Música Nueva “Manuel Enríquez” sigue siendo incuestionable.  Fiel a su misión original, este festival se ha mantenido a lo largo de cuatro décadas como un referente de la práctica de la música contemporánea en México, permaneciendo como un espacio fundamental para la primera audición de obras de compositores mexicanos y extranjeros.

Para esta edición conmemorativa, la cual se realizará entre el 21 de septiembre y el 14 de octubre, se han programado conciertos sinfónicos, de cámara, electroacústicos y se ha rescatado la visión interdisciplinaria que Enríquez había tenido del certamen. Tendrá un lugar destacado la interpretación de las obras de Alicia Urreta y Manuel Enríquez, así como las de algunos de los compositores que han tenido participaciones sostenidas desde los años fundacionales del festival, como Mario Lavista, Federico Ibarra, Carlos Cruz de Castro y Eduardo Soto Millán. Ensambles nacionales presentes desde los primeros años del certamen compartirán la programación con otros surgidos más recientemente como Ónix Ensamble, CEPROMUSIC, Cuarteto Arcano y Duplum. Entre los invitados internacionales estarán presentes el Cuarteto Arditti de Inglaterra, los ensambles estadounidenses Dal Niente y Hypercube, así como el cuarteto de saxofones español Sigma Project, con la presentación de la sui generis La bocca, i piedi, il suono (1997) del compositor italiano Salvatore Sciarrino para “104 saxofonistas en movimiento”. El compositor franco-argentino Daniel Terrugi, pionero de la música electroacústica, presentará un concierto multicanal con obras acusmáticas en el propositivo Espacio Sonoro de los jardines de la Casa del Lago. También se podrán apreciar las actuaciones de la compañía mexicana Delfos Danza Contemporánea, la proyección de la película Metrópolis (1930) de Fritz Lang con música interpretada en vivo del compositor argentino Martín Matalón, y la reposición de la ópera Aura (1989) de Mario Lavista. Además de una serie de conciertos que buscan satisfacer a los diferentes gustos del público asiduo a las expresiones sonoras de nuestro tiempo, también se ha programado la exposición conmemorativa “Foro Internacional Manuel Enríquez, 40 Años de Música Nueva en México” en el Palacio de Bellas Artes.

¡Enhorabuena y larga vida larga al Foro!


Notas:
[1] A partir de 1994, a raíz del fallecimiento de Manuel Enríquez (1926-1994), el Foro Internacional de Música Nueva pasa a llevar su nombre.