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La noche quedó atrás: El triunfo de Biden y su impacto global

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El triunfo de Joe Biden y Kamala Harris en las elecciones presidenciales de Estados Unidos me hizo recordar la novela: “La noche quedó atrás” (Out of the Night) de Jan Valtin, sobre la derrota del fascismo y la liberación del comunismo. La victoria de Biden-Harris es de la mayor transcendencia para ese país y para el mundo. En estas recientes elecciones estuvo en juego no sólo la presidencia del que sigue siendo el país más poderoso del mundo con aún una fuerte influencia internacional.

En esta elección estuvo en juego el futuro de la democracia, del Estado de derecho, la racionalidad política y la decencia en el quehacer público. Con el triunfo de Biden-Harris se recupera la voz del conocimiento científico, el combate al cambio climático, el poner fin a la destrucción del planeta, a la sobre-explotación de los recursos naturales y la degradación de los ecosistemas.

Asimismo, en esta elección se abre la posibilidad de revisar el modelo de desarrollo global para hacerlo sustentable y así desvincular el progreso, el bienestar y la prosperidad de la destrucción de la naturaleza. De trabajar por el mejoramiento de las condiciones sociales y económicas de las sociedades sin destruir el medio ambiente y sin continuar rebasando los limites naturales del planeta. También se abre la posibilidad de revisar nuestros esquemas de crecimiento económico para lograr mayor justicia social, erradicar la pobreza y disminuir la desigualdad.

La tarea va a ser compleja. Volver a la razón y a la decencia no va a ser fácil ni en Estados Unidos ni en ningún otro país del mundo. Las sociedades de muchos países están profundamente polarizadas. El populismo, la demagogia delirante, la mentira como principio político operativo, “la verdad alternativa”, el odio, el insulto, la descalificación, la falta de respeto son prácticas corrientes en muchos países. Pero el triunfo de Biden en Estados Unidos es un principio, con impacto internacional, por la influencia de ese país.

Biden y Kamala Harris
Ilustración: Fabio Buonocore (Five Thirty Eight).

Los demócratas vencieron a Trump, que no inventó la polarización en su país, pero que se subió en ella para exacerbarla, a través del diagnóstico fácil, de la mentira y sobre todo del odio racista. Donald Trump es la expresión del neoconservadurismo norteamericano. Es una manifestación de la tradición racista, clasista, nativista de un sector de la sociedad estadounidense. Trump es la expresión del resentimiento de blancos pobres, sin educación universitaria, de fanáticos evangélicos de las áreas rurales del país que, ante su imposibilidad de entender un mundo cambiante y crecientemente complejo, se refugian en dogmas religiosos e ideológicos simples, se apoyan en las teorías de la conspiración para rechazar y condenar lo que no entienden. Pero Trump es sobre todo la expresión de grupos económicos que promueven tendencias libertarias que en realidad únicamente tienen interés en manipular a masas ignorantes para legitimar la mayor concentración del ingreso y de la riqueza de la historia contemporánea tanto en Estados Unidos como a nivel planetario.

Donald Trump representa al grupo político que se apoderó del Partido Republicano, desde la revolución conservadora de Reagan en los años ochenta, que promovió la globalización económica y que después se distanció de la misma en la medida en la que surgió la irrupción de China y la creciente competencia comercial y tecnológica de los países del Asia-Pacífico y de Europa que han desplazado a  Estados Unidos de numerosos mercados.

Biden-Harris encabezan una coalición muy variada de los demócratas que van desde el centro a la extrema izquierda y que tendrá numerosos problemas para lograr consensos. Además, enfrentarán a un poderoso partido Republicano que está lejos de colapsarse, en el que también hay numerosas contradicciones.

Hacia el interior de Estados Unidos, la labor de Biden-Harris es volver a unir a la población, de generar consensos en el centro del espectro político. El lado más positivo de la victoria de Biden-Harris es el de regresar a la racionalidad pública, de escuchar el conocimiento científico en la solución de la problemática, de volver al multilateralismo para la búsqueda de soluciones a los riesgos globales. Así, anunció el regreso de Estados Unidos al Acuerdo de París, lo cual hará posible la meta de evitar un calentamiento del planeta inferior a 1.5° Celsius o de 2° C a lo sumo. De lo contrario el planeta enfrentaría situaciones catastróficas en todos los órdenes. De igual forma, hará que Estados Unidos permanezca dentro de la Organización Mundial de la Salud (OMS), reformar la Organización Mundial del Comercio (OMC), y principalmente volver a intentar rescatar a la economía mundial de la especulación financiera que la domina y la estrangula.

Trump en el abismo
Imagen: The Nwe York Times.

En la relación bilateral de México con Estados Unidos volverán a la agenda, además de las cuestiones financieras, comerciales y de migración, los temas del respeto a la democracia, al Estado de Derecho, a la libertad de prensa, los derechos humanos, las cuestiones laborales, pero sobre todo la energía y el medio ambiente. Llegó el momento de impulsar gradualmente la transición energética.

Con la derrota de Trump se vence al fascismo post-moderno. La lucha no ha terminado, el aún presidente Donald Trump recurrirá a todas las medidas legales e ilegales, a todo tipo de trampas para revertir la decisión electoral o al menos para crear un ambiente de desestabilización, encono y violencia. Siempre ha recurrido a la mentira, lo volverá a hacer ahora más que nunca.

En un reciente conversatorio sobre las elecciones en Estados Unidos, comenté con Leonardo Curzio si éste es el inicio del fin del populismo, como lo conocemos actualmente. Lo plantee en el sentido de que con frecuencia acontecimientos como estas elecciones en Estados Unidos desencadenan tendencias globales. Curzio considera que no. Yo no estoy tan seguro. Tengo esperanzas de que esto sea el inicio de una ola que afecte a un buen número de autócratas.

“La noche quedó atrás” es el título de esta colaboración. Pero frente a las medidas que está tomando Trump, el título probablemente debía ser “¿La noche quedó atrás?”. Está claro que ésta es una lucha entre los principios democráticos y el fascismo post-moderno.


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México y Estados Unidos. Los desafíos de una nueva relación

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La relación bilateral de México y Estados Unidos podría dar un vuelco a partir de los resultados de las recientes elecciones de aquel país, particularmente por la manera de hacer política del actual presidente y del que, casi con certeza, será su sucesor a partir del 20 de enero próximo.

Y es que son evidentes las posturas diametralmente opuestas de los, hasta hace pocos días, candidatos demócrata y republicano sobre asuntos clave de interés de la nación vecina, pero, sobre todo, el muy particular estilo de gobernar del presidente saliente, irreverente, mordaz, agresivo y proclive a la confrontación, frente a un político de carrera, centrado en la ortodoxia que, a diferencia de su oponente, ofrece una imagen de moderación, conciliadora y con enfoque reflexivo sobre los temas de la mayor relevancia para su país, tanto en lo interno, como en el ambiente global.

Pese a la actitud asumida por el actual mandatario, para impugnar la elección, cosa anunciada desde la campaña, todo apunta a que el demócrata Joe Biden asumirá el cargo como el cuadragésimo sexto presidente de Estados Unidos y la Señora Harris como la primera vicepresidente, con un llamado a la unidad del pueblo norteamericano, tan deteriorada por la dinámica de alta conflictividad interna en la que se sumergió el proceso –ciertamente catalizado por el discurso disruptivo del candidato republicano– y más orientado a la concordia internacional.

Biden
Fotografía: Alto Nivel.

El virtual habitante de la Casa Blanca a partir del 20 de enero de 2021, no tiene gran problema en el diseño de su agenda, al menos para los primeros meses de su administración, basta con dar un giro de 180 grados a las posturas que el actual gobierno asumió durante su gestión, a saber: la polarización social interna; el posicionamiento sobre el cambio climático; la ruptura con la Organización Mundial de la Salud; el manejo de la pandemia; el tratamiento de la política migratoria; los derechos humanos y la relación con América Latina y El Caribe, entre los más relevantes.

Claramente, se advierte que el cambio de rumbo en la política del vecino país, ya anunciada desde los primeros discursos, tendrá repercusiones inmediatas en la relación con el gobierno mexicano, en principio, por la identidad mostrada por éste, con las políticas emanadas de Washington en temas bilaterales altamente sensibles, que alcanzaron, por momentos, abiertos tonos de amenaza y ofensa, con las cuales, aún en medio de candentes polémicas, México estuvo de acuerdo.

Es evidente, pese a los señalamientos en contrario, que la relación con el virtual próximo mandatario estadounidense es prácticamente inexistente y forjar un entendimiento, al menos cordial, no será nada fácil. En todo caso, podría esperarse un tratamiento diplomático a secas, basado en la visión, los objetivos e intereses del nuevo gobierno, quizás sin mayor acercamiento o incluso, con abierto desdén.

Trump despedido
Ilustración: Revista Gerente.

Las especulaciones, frente a un errático cálculo político, en cuanto a la futura relación entre ambos mandatarios, ya corren generosas augurando frialdad, en primer término, por la actitud, que se tomó como descortesía elemental, cuando en su visita a Estados Unidos, el presidente mexicano omitió, cuando menos, el saludo protocolario al candidato demócrata. En segundo término, por la cautela asumida ante el resultado electoral, para reconocer y felicitar el triunfo de Biden, en tanto no se resuelvan los procedimientos legales, lo que muchos interpretan como un tácito y esperanzado apoyo al presidente Trump.

Elemental sería suponer que ya la maquinaria diplomática mexicana, en su clásico trabajo prospectivo, tenga diseñados los escenarios y las estrategias consecuentes para acometer los retos que el futuro inmediato depara a nuestro país frente a su principal socio comercial, sempiterno e irremediable vecino, con visiones, no necesariamente convergentes, ante problemas comunes de gran y trascendente envergadura, especialmente para México, en un panorama asimétrico, con crisis económica, alto índice de inseguridad y violencia, con graves problemas de salud y elevada corrupción, que lo ubican en una sensible posición de vulnerabilidad y riesgo de confrontación interna.


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La colita del trumpismo

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En su tercer intento y a los casi 78 años, el demócrata Joe Biden logró convertirse en el presidente número 46 de Estados Unidos, en una de las elecciones más reñidas en la historia de ese país.

Biden se alzó con la victoria cuando contaba con 75,404,182 votos, un 50.7 % del total, mientras el republicano Trump había sumado 70,903,094, un 47.6%. Un cierre de fotografía.  

La diferencia entre Biden y Trump fue mucho más ajustada de lo que predijeron los sondeos, menos de 5 millones de votos, que es nada en un país de más de 300 millones de habitantes. 

El triunfo del binomio Joe BidenKamala Harris dio pauta para que una mujer, por primera vez, ocupe la vicepresidencia del país más poderoso del planeta.

Pero los triunfadores enfrentan un escenario poselectoral inédito en el país de las barras y las estrellas y con retos nada sencillos de resolver.

trumpismo biden
Imagen: New Republic.

El primero es que su contrincante no acepta su derrota y, terco como es, hará hasta lo imposible por judicializar la contienda y llevarla hasta la Corte de Estados Unidos.

En este escenario, Trump tiene mayoría en la Corte, pero se ve improbable que llegue hasta esa instancia si no se aportan pruebas contundentes del presunto fraude que alega.

Otro desafío para los demócratas es atemperar al electorado perdedor, evitar manifestaciones que culminen en reyertas y encontronazos violentos siempre factibles en una sociedad armada.

Le urge al candidato electo consolidar la operación cicatriz para reconciliar, lo antes posible, a la sociedad estadounidense, porque terminó partida en dos tras la elección y, mientras subsista el alegato de fraude, seguirá vivo el encono.  

Todo esto hace impredecible el clima de la transición de poderes que, por primera vez, podría no ser pacífica como se ha dado siempre en Estados Unidos, sobre todo, conociendo el temperamento, los desplantes y el estilo Trump de hacer política.

El conflicto poselectoral, pase o no por la Corte de Estados Unidos, tiene que acabar antes del 20 de enero de 2021, fecha que fija la Constitución para que el candidato electo asuma el mando, es decir, hay 71 días para dirimir la controversia.

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Imagen: Joao Fazenda.

Por lo que respecta a México, si bien el presidente Andrés Manuel López Obrador se precipitó al ir a Estados Unidos en plena campaña electoral, ahora ha actuado con extremada prudencia y, con razón, ha dicho que reconocerá el triunfo del demócrata hasta que sea oficial.

Obrador sabe de la peligrosidad del energúmeno presidente y nadie descarta que, en el lapso que le queda en el poder, cometa alguna locura o atropello contra México.

Además, parece que calcula que con el futuro presidente Biden, con quien ya tuvo contacto en 2012, no haya rencores ni venganzas y, por la plataforma política del demócrata, será viable un acuerdo migratorio que beneficie a los mexicanos y, en general, a la comunidad latina.

Lo cierto es que a pesar de que el estilo Trump: machista, prepotente, racista y supremacista, conecta con buena parte del electorado norteamericano promedio, el republicano cometió errores imperdonables que lo llevaron a perder la reelección y a convertirse en el primer presidente que no la logra en los últimos 28 años. 

El más costoso de todos, sin duda, ha sido el pésimo manejo de la pandemia que tiene a Estados Unidos como el país con mayor número de muertes en el mundo por coronavirus. 

Veremos cómo nos pega la colita del trumpismo, porque, por desgracia, todavía le quedan 71 días para insultar, indultar, golpear y hacer de las suyas.


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El limitado progresismo de Biden

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Si Trump se reeligiera, sería incapaz de encauzar la recuperación post pandemia más allá de la simple gestión de la crisis; Biden por lo menos, tiene clara la necesidad de utilizar capacidades del Estado para afrontar algunos de los grandes problemas de su país, que no por casualidad son casi todos globales.

El mundo, con Estados Unidos todavía a la cabeza en poderío económico, científico, tecnológico y militar, enfrenta situaciones graves, como el colapso simultáneo de la oferta y la demanda, como una concentración de la riqueza fuera de control y la desaparición de millones de empleos; también la democracia y sus instituciones están en crisis en muchos países, como lo está el multilateralismo y por encima de todo, la emergencia climática que amenaza la supervivencia humana.

Biden tiene propuestas interesantes ante algunos de esos problemas, como el empleo y el calentamiento global, pero carece de un planteamiento sistémico como el que economistas e historiadores entre los que destacan Mariana Mazzucato, Joseph Stiglitz, Daron Acemoglu, y otros muchos están discutiendo en varios lugares.

La profundidad de los problemas obliga a refrescar conceptos y considerar reformas profundas para reorientar el sistema capitalista, aun cuando sean o parezcan, por el momento, de escasa viabilidad política. Lo bueno es que, de triunfar, Biden necesitaría, para contrarrestar el peso del trumpismo (resentimiento irracional de millones de excluidos), que se abra, al interior de su gobierno, la discusión sobre cómo hacer transitar su economía del bajo crecimiento al desarrollo.

elecciones USA
Imagen: Granma.

Lo inmediato para Estados Unidos y el resto del mundo industrial, es la recuperación económica; las que han seguido a cada recesión desde hace 40 años, han sido cada vez más lentas y flojas. Para que esta vez sea duradera, se tendrían que sentar bases para un crecimiento incluyente y menos desigual.

Se dice pronto, pero supone revertir la pérdida salarial que han sufrido los trabajadores en todo el mundo durante las últimas cuatro décadas, y elevar sustancialmente la calidad de los servicios públicos, cuya ineficacia evidenció la pandemia. Ello reforzaría la demanda solvente del mercado que es, al final del día, el mejor estímulo al dinamismo de las inversiones productivas.

Pero, además, la política fiscal no sólo tendría que fomentar esas inversiones como hasta ahora, sino incidir en su orientación para que favorezcan el bien común (Mazzucato). La política fiscal sería un instrumento para hacer evidente la asociación entre el Estado, las empresas y los trabajadores, la cual existe, pero sólo ha favorecido los beneficios privados.

 Avanzar en favor del desarrollo implica, ante todo, que el Estado intervenga, no sólo en las crisis sino en su prevención, recuperando capacidades institucionales que se han perdido –en México como en muchos otros países– al caer bajo influencia determinante de grandes corporaciones (Acemoglu).

El neoliberalismo se propuso poner la economía a salvo de influencias políticas, lo que dio lugar a recesiones, desigualdades y desprestigio de la democracia, al grado en que el trumpismo las ha llevado en Estados Unidos; del divisionismo nacional e internacional que ha provocado, Biden tendría que lograr la identificación de intereses propios del capital privado, público y laboral con los del bienestar general, y restablecer la cooperación multilateral para afrontar amenazas globales muy serias.


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¿Fin de la era Trump?

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Estados Unidos se apresta a celebrar su quincuagésima novena elecciones presidenciales este martes 3 de noviembre bajo un formato inédito del uso de mascarillas para la movilidad a los espacios asignados, el distanciamiento social como regla de “oro” para evitar el contagio del virus SARS-CoV-2, y el ejercicio global del sufragio a través del correo tradicional (al respecto diversas cifras revelan que una cifra récord del 76% “serán elegibles para recibir una boleta por correo”). Los protagonistas principales, el republicano Donald Trump y el demócrata Joe Biden se han valido de diversas estrategias que naturalmente han venido subiendo de intensidad y crispaciones sociopolíticas a medida que se acerca la fecha clave. 

Para empezar, me parece que la lógica del distanciamiento social ha venido tomando fuerza desde la prevalencia de la virtualidad y el teletrabajo producto de la Covid-19, debido a los confinamientos obligatorios; pero, además, a raíz de los imaginarios xenófobos que se han venido impulsando desde el pensamiento neocapitalista liderado por el actual inquilino de la Casa Blanca. Al respecto, Pía Taracena Goût, internacionalista de la Universidad Iberoamericana, Ciudad de México y colaboradora de El Semanario Sin Límites, sintetiza que son cuatro los temas centrales en política exterior impulsados por Trump: (1) Tensiones en la relación con China; (2) Tensiones con Irán y su postura en Medio Oriente; (3) El “amor” de Trump por los gobernantes autoritarios; y (3) Las presiones hacia sus Aliados y al sistema Internacional.  

biden y trump
En disputa por la candidatura, Joe Biden vs. Donald Trump.

Nuevamente las encuestas han venido dando como favorito al contrincante de Trump –primero Hillary Clinton en 2016, ahora Biden–, no obstante, se ha podido observar que estas herramientas a favor de la movilización del pensamiento de la opinión pública han sido indeterminadas en los últimos años en la predeterminación de los candidatos vencedores, al menos en nuestro continente.

Bajo mi punto de vista, la actual pandemia podría ser determinante en la remoción de Trump como presidente de la nación norteamericana, pues ha minimizado la misma, privilegiando un capricho personal –consciente o inconscientemente–, lo cual evidentemente debería “despertar” en la ciudadanía “americana” el desapego de los valores promovidos por el dignatario norteamericano, relativo a potenciar la “vida económica” por sobre la “vida humana”. Ya lo hemos observado en su retórica recurrente de desmeritar –al menos en el espacio público mediático– el trabajo contra diversas infecciones, el trabajo de leyendas como el médico Anthony Fauci.

Lo que sí es cierto es que la democracia global no puede “avanzar” al ritmo requerido si líderes como Trump “coquetean” con ejecutorias –de mandatarios cuestionados por una creciente oposición interna– como las de su homólogo ruso Vladimir Putin. Lo que sí es cierto es que el presidente estadounidense ha sido “ferviente” actor del pensamiento paradójico: ejemplo de ello la relación crispante que sostuvo con el otrora presidente mexicano Enrique Peña Nieto. No obstante, parece “entenderse” en los aspectos básicos de los asuntos “de interés” con Andrés Manuel López Obrador, aunque con ideologías distintas, que interpretan lo acaecido y gestionado por parte de sus administraciones desde lógicas únicas que solamente caben en sus visiones (de ahí los sistemáticos “ataques” a todos aquellos agentes que buscan señalar sus errores y promover otras alternativas de gestión).

trump y amlo
Presidente de México Andrés Manuel López Obrador con su homólogo estadounidense Donald Trump.

En definitiva, para que haya menos dispersión en la gestión de los asuntos globales de interés general, Trump “debe irse”, lógicamente bajo el mandato del soberano estadounidense que tiene la potestad de hacerlo a través de los depósitos asignados para tal fin este noviembre 2020.

Posdata: De acuerdo a datos de The New York Times, la votación por correo en Estados Unidos se remonta a mediados del siglo XIX, “cuando otra crisis nacional impidió que los votantes emitieran sus votos en casa”.


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Trump y sus seguidores, tal para cual

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Cuando numerosos analistas de la elección presidencial de Estados Unidos dejan de lado los datos económicos, los programas y la correlación de fuerzas políticas, y construyen escenarios si Trump fuera reelecto tomando más en cuenta la patológica personalidad del presidente, significa que consideran un debilitamiento grave de las instituciones del país.

Como han dicho quienes lo conocen, a Trump no hay que tratar de entenderlo por opiniones elaboradas y precisas, porque no las tiene, sino por su perfil psicológico paranoide, por el concepto que tiene de sí mismo, por su necesidad de ser el centro de atención, por su susceptibilidad a los elogios y a la furia que le provocan los desprecios.

Considerando la personalidad de Trump, John Bolton, por ejemplo, concluye que en un segundo periodo, el presidente estaría mucho menos constreñido por normas y estrategias políticas: se sentiría libre de ser él mismo para perseguir lo que le beneficie en lo personal, vincularía decisiones de gobierno a sus negocios, acentuaría su inclinación a protagonizar dramas para ganar popularidad, atacaría a quien no le agrade, “como Angela Merkel” (canciller alemana que desairó su invitación a una reunión cumbre del G7), y apoyaría a quien si le simpatiza, “como Kim Jong-un” (el dictador de Corea del Norte).

cumbre g7
Trump, Merkel, Macron y Shinzo Abe en la cumbre del G7 en 2018 (Imagen: El País).

El escenario internacional se complicaría para los aliados de Estados Unidos y crecerían los niveles de confrontación con quienes no lo son; sin embargo, el mayor peligro de desestabilización que contemplan varios analistas es interno.

Aunque el presidente ha sido cuidadoso en no revelar cuánto paga de impuestos, dice Elizabeth Drew, no ha ocultado su deseo de acabar con el orden constitucional, si con ello gana ventajas políticas.

El problema es que Trump no reconoce límites; ha dicho públicamente que el artículo II de la Constitución “me da el derecho de hacer cualquier cosa que quiera hacer.” Y tiene el respaldo del fiscal general, William Barr.

Ante la elección de noviembre, el presidente se ha esforzado en desacreditar la votación anticipada por correo, la cual a causa de la pandemia se espera que sea mayor que nunca y a favor del candidato demócrata.

trump resguarda votos
Imagen: David Peón.

Hoy los seguidores de Joe Biden discuten un tema inimaginable hace poco tiempo para el orden institucional estadounidense: cómo contrarrestar la reacción republicana –seguidores y simpatizantes por millones– en caso de que Trump pierda la elección y se niegue a salir de la Casa Blanca.

Esa posibilidad es real; como dice George Soros, Trump es ahora un individuo muy peligroso “porque está luchando por su vida, y estará dispuesto a hacer prácticamente cualquier cosa para mantenerse en el poder porque ha infringido la Constitución de muchas maneras diferentes. Si pierde la presidencia, tendrá que rendir cuentas”.

En el ejercicio del poder, Trump ha explotado los defectos más profundos de Estados Unidos, atizando la polarización política y cultural entre sus seguidores, el 91% de los cuales son blancos, en su gran mayoría hombres, con bajo nivel educativo y están muy enojados, inseguros, temerosos y más pobres que hace 30 o 40 años.

En su debilidad claman por un salvador que les transmita convicciones simples y directas, que no les dejen dudas en sus propias creencias. Sienten que, por primera vez en su vida, tienen a un representante de ellos en la Casa Blanca y ahí lo quieren. Son el gobierno que tienen en Trump; veremos qué sucede si la elección favorece a Joe Biden.


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La mosca en el debate de Harris-Pence

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El pasado miércoles 7 de octubre de 2020 se dio el debate entre el vicepresidente Mike Pence y la candidata a la vicepresidencia y mancuerna de Joe Biden, la senadora Kamala Harris, en Salt Lake City, estado de Utah.

El puesto de vicepresidente ha adquirido importancia en los últimos tiempos, yo diría que desde que Al Gore fue candidato al puesto, en mancuerna con Bill Clinton, y atrajo todo el voto verde para el partido demócrata, logrando así ganar las elecciones.

Desde ese momento, los vicepresidentes trascienden las funciones que la Constitución les otorga, sobre todo la de sustituir al presidente en caso de muerte, enfermedad o incapacidad. En la presidencia moderna, el vicepresidente ha adquirido cada vez más funciones en materia de política exterior y ahora en los tiempos de pandemia, hasta de portavoz del manejo de la administración de la situación, entre otras actividades. Por estas razones y, en el contexto del contagio del presidente Trump de Covid-19, es que el debate vicepresidencial cobró mayor relevancia y expectación.

Además, tenía un atractivo suplementario, el enfrentamiento entre una mujer y un hombre, representantes ambos de la diversidad en la sociedad norteamericana actual, así como la diferencia generacional.

debate politico, Estados Unidos
Ilustración: Antoni Gutierrez-Rubi.

Portavoces de la polarización existente, Harris es un triunfo en sí mismo, ya que las candidatas a la vicepresidencia han sido pocas. Así que el peso sobre sus hombros en el debate era mucho. Harris, una jovenzuela de 55 años, con muchas ganas de sacar al presidente Trump y a Pence de la Casa Blanca, tiene un origen muy distinto al del vicepresidente. Hija de un padre jamaiquino y una madre de la India, migrantes, creció en una familia en la cual, la política era parte de la vida diaria. La madre le transmitió su pasión por el activismo político, sobre todo en el tema de los derechos civiles, y el padre, sus visiones de una economía más justa para superar las visiones colonialistas. En suma, una mujer que ha participado en política y entiende muy bien el multiculturalismo en Estados Unidos.

El vicepresidente Mike Pence, blanco, exgobernador de Indiana, de 61 años, al que llaman “el presidente en la sombra”, muy conservador, evangelista, al que la revista New Yorker describe como “una versión del presidente Trump con menores decibeles” (lo cual significa que no es tan agresivo, ni escandaloso en su forma de debatir), y que sobre todo se ha vuelto muy descarado.

El debate fue pobre en la aportación de ideas frescas con respecto a los temas. La mirada se fijó más bien en cómo se enfrentarían y en lo que los candidatos no respondieron. Para la senadora Harris fue la pregunta hecha por el vicepresidente, de si los demócratas ampliarían la Suprema Corte de Justicia o la pregunta de la moderadora sobre la salud de Joe Biden. El vicepresidente no respondió a preguntas como si había llegado a platicar con Trump sobre la cuestión de su inhabilitación por enfermedad o cómo veía el cambio climático. Ninguno de los dos se posicionó claramente frente a China.

Tampoco movieron mucho los sentimientos, al ser un debate más racional, con una moderadora que todo el tiempo llamaba al orden, cortando el enfrentamiento cuando mejor se ponía (es de suponer que después del desastre del anterior debate presidencial, los moderadores estaban nerviosos).

En una encuesta muy interesante del Pew Research Center[1] la pregunta no era a quién prefieres, si a la senadora Harris o al vicepresidente Pence, sino quién transmite mejor sentimientos cálidos o fríos (interesante planteamiento en tiempos en que el votante decide, al parecer, por lo que siente y no por lo que razona). Esta encuesta se llama feeling thermometer, y en la cual resultó que los encuestados tenían sentimientos fríos por ambos personajes. Aunque Pence ganaba en transmisión de frialdad por un 45% sobre 42% de Harris. En cuanto a los sentimientos cálidos, el vicepresidente Pence le gana en 30% sobre 21% de Harris.

La percepción de la senadora es que es una mujer fría, se refleja incluso con las mujeres entrevistadas, en las que un 29% la perciben como cálida frente a un 38% que la percibe fría.

Esto viene a cuento ya que sus actitudes en el debate deberían de cambiar esas percepciones. Una crítica a Harris fue que parecía sarcástica, frente a un Pence más en control y, al parecer, el sarcasmo no le gusta a la gente. Quizá por eso lo que más llamó la atención, el trending topic del debate fue la dichosa mosca que por unos minutos se acomodó en la cabeza del vicepresidente Pence, quien tampoco expresó ningún sentimiento al respecto, ni sorpresa, ni incomodidad, ni asco. Pero Harris tampoco… le dijo, “oiga, tiene una mosca en su cabeza”, los dos siguieron con su agenda de defensores de sus jefes y de posicionar las diferencias entre uno y otro en los temas importantes para la nación.


[1] Pew Research Center, 30 de septiembre de 2020.


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Mercados reaccionan en rojo tras positivo de Trump a COVID

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La noticia que el presidente Donald Trump dio positivo a COVID-19 impactó a los mercados financieros que iniciaron la jornada de este viernes en rojo y terminaron con caídas en Estados Unidos y Europa.

El médico de la Casa Blanca anunció el resultado positivo de la prueba COVID-19 aplicada al presidente Donald Trump y su esposa la noche del jueves, generando una reacción psicológica e incluso apocalíptica en los mercados financieros ya temerosos por los efectos del virus chino en las economías y unas polémicas elecciones en puerta.

El diagnóstico de Trump desencadenó una ola de ventas de acciones y petróleo al inicio de la jornada del viernes e incrementó la demanda de oro y bonos, activos tradicionalmente considerados como refugio de inversión.

Los principales índices de Wall Street se desplomaron. El Promedio Industrial Dow Jones cayó 134.09 puntos, o 0.48 por ciento, a 27,682.81 unidades. El S&P 500 bajó 32.26 puntos, o 0.96 por ciento, a 3,348.44 unidades. Mientras el Nasdaq Composite perdió 251.49 puntos, o 2.22 por ciento, a 11.075,02 unidades.

El simple hecho de que el presidente Trump tenga una enfermedad que mata a la gente y sea considerado dentro de la población vulnerable por su edad, altera aún más a los inversionistas.

“Sin embargo, la dirección que tomen en sus decisiones futuras dependerá, en gran medida de como se combata la enfermedad en el primer mandatario.”, estimó Chris Weston, jefe de análisis de Pepperstone en Melbourne.

La incertidumbre entre los inversores se alimenta por factores inesperados. Para José Luis Cárpatos, CEO de Serenity Markets, la reacción ardiente de los mercados se basa principalmente en los efectos que el diagnostico pueda tener en las elecciones presidenciales de Estados Unidos, las reacciones que el primer mandatario pueda tener contra China al haber contraído el virus y los  daños que pueda generar a la economía estadounidense en su conjunto.

Esta noticia no sólo ha afectado a las bolsas. “El dólar se ha debilitado y las rentabilidades de los bonos han bajado, como consecuencia del alza de los precios de estos activos, en los que los inversores se refugian cuando optan por reducir sus posiciones de riesgo”, señalaron analistas de Link Securities.

La noticia empujó a los inversores a prepararse para un período de mayor volatilidad, con la mayoría de acuerdo en que los mercados estarán en vilo en el futuro previsible. El indicador VIX .VIX, uno de los más seguidos, ascendió a casi 29 puntos, desde los cerca de 27 puntos del jueves.

En los mercados de divisas ocurría algo similar, ya que los indicadores de volatilidad implícita del dólar y el yen a un mes JPY1MO= se elevaban a cerca del 7.5 por ciento, su nivel más alto en un mes. Los indicadores de volatilidad del dólar australiano también subían.

Los futuros sobre las acciones estadounidenses Esc1 caían casi un 2por ciento en Londres antes de recortar algunas pérdidas, mientras que la rentabilidad de los bonos públicos caía mientras los inversores evalúan el impacto de la enfermedad del presidente y su cuarentena de los mercados financieros.

Con información de Reuters