historias

El poder de contar

Lectura: 4 minutos

 Los líderes efectivos ponen en palabras los anhelos sin forma y las
necesidades profundas de otros. Crean comunidades a partir de palabras.
Warren Bennis.[1]

Hace poco trabajé con un cliente que había hecho una presentación para venderle una idea de proyecto a su dirección. La presentación tenía una serie de diapositivas llenas de datos, todos relevantes, que explicaban las razones por las cuales este proyecto solucionaría varios problemas en su dirección. Pero cuando probó la presentación con su jefe inmediato, el resultado fue desastroso. Obtuvo muchísimos cuestionamientos sobre temas en los que él no quería que se fijaran, y la información más importante quedó relegada a un “platiquémoslo en la siguiente reunión”.

Cuando mi cliente me contó esto, decidimos hilar las diapositivas para darles la estructura narrativa propia de una historia. El resultado fue impresionante: los directivos no sólo aprobaron el proyecto, sino que quedaron encantados con la forma en que se contaba la historia y la facilidad con la que entendieron los puntos más importantes para tomar la decisión. ¿Por qué el resultado fue tan diferente?

storytelling
Imagen: Pinterest.

Pienso que la capacidad de contar una historia (storytelling) distingue a los comunicadores más efectivos en las organizaciones. Cuando converso con mis clientes acerca de sus presentaciones e informes, su interés ya no se limita a generar la información con un procedimiento riguroso y a transmitirla con claridad, precisión y sencillez. Ahora van más allá y buscan hilar esa información de manera que cuente una historia y, así, tenga un impacto significativo en sus audiencias.

Esta práctica, que antes era común sólo en ciertas áreas, como las de publicidad y mercadotecnia, se ha extendido a otros ámbitos. Porque las ventas no sólo son hacia afuera de las organizaciones. En nuestro trabajo, vendemos todo el tiempo a través de distintas formas de comunicación. Vendemos nuestra experiencia en una entrevista de trabajo, vendemos ideas a nuestros superiores, vendemos soluciones a las áreas de Auditoría, vendemos proyectos a las áreas de Compras y Finanzas. Incluso como consultor e instructor, le vendo ideas y nuevo conocimiento a los participantes de mis cursos y clientes.[2]

De hecho, nuestra capacidad de contar historias es lo que nos llevó a ser la especie dominante de nuestro planeta. Yuval Noah Harari se pregunta acerca de qué característica de nuestro lenguaje nos permitió conquistar el mundo y concluye que se trata de la capacidad de contar historias (en particular, habla de chismes y de ficciones).

A través de estas historias, los seres humanos compartimos no sólo información relevante acerca de los demás, sino también mitos y ficciones. Todo esto nos permite colaborar con grupos de individuos mucho más grandes que los de otras especies. Para Harari esta capacidad de colaboración a gran escala, sostenida en las ficciones compartidas, explica el éxito evolutivo de nuestra especie.[3]

contar historias
Imagen: Pinterest.

Aun hoy, las historias despiertan nuestra imaginación y encienden nuestras emociones. Así, construyen comunidades, establecen direcciones y concretan proyectos. Tal vez ninguna otra forma discursiva, ni siquiera la argumentación más rigurosa o el análisis más lúcido, tenga está capacidad de convocatoria y de movilización.

Piénsalo, ¿qué tienen en común Mahatma Gandhi, Margaret Thatcher, Margaret Mead, Robert Oppenheimer, Martin Luther King, Eleanor Roosevelt o Alfred P. Sloan? Para bien o para no tan bien, la característica de los líderes más sobresalientes e influyentes de la historia es, precisamente, su capacidad de contar historias.

Howard Gardner analizó a un grupo de líderes de muy diferentes ámbitos (la política, la ciencia, el arte, el activismo social, la industria), entre ellos los que menciona el párrafo anterior. Para él, un líder es “un individuo que afecta significativamente los pensamientos, los sentimientos o los comportamientos de un número significativo de individuos”. Gardner encontró, en todos los casos estudiados, la capacidad de contar historias que resuenan en los demás: “Ya sea de manera directa o indirecta, los líderes construyen historias, sobre todo historias de identidad. Es importante que el líder sea un buen contador de historias, pero también es crucial que encarne esa historia en su vida”.[4] La próxima vez que te topes con el muro del “platiquémoslo en la siguiente reunión”, antes de correr a tu escritorio para modificar tablas interminables de datos, piensa que, si quieres que tus clientes internos o externos, los tomadores de decisiones en tu empresa, o tus colaboradores, te escuchen y te sigan, tal vez tengas que empezar por contarles una buena historia. Y luego, no te olvides de actuar en consecuencia.


Notas:
[1] Warren Bennis, The leader as a storyteller.
[2] Eric Uribares, Algo que haces que no sabías que hacías.
[3] Yuval Noah Harari, Sapiens, A Brief History of Humankind, Harper Collins.
[4] Howard Gardner, Leading Minds, An Anatomy of Leadership, Basic Books.


También te puede interesar: El espacio de trabajo del futuro: lo mejor de dos mundos.

Náufrago, ¡vive tu aventura!

Lectura: 4 minutos

Mi barco se hundió una tempestuosa tarde de 1895. Una ola de varios metros de altura nos embistió por babor sin que nada pudiésemos hacer para impedir que cediera nuestra embarcación. Fui arrastrado por la corriente. Luché para no hundirme durante varias horas y, cuando empezaba a desfallecer, me topé con un madero suelto del barco. Con mis últimas fuerzas lo monté y me até como pude a él para evitar caerme. Varios días pasé en altamar hasta el momento en que el madero dejó de moverse. Había encallado en un arrecife de coral. Alcé la vista y distinguí una playa virgen. Me desaté y, pese a rasgarme la pierna derecha con el banco de coral, alcancé la playa donde agotado. Cuando me volví a despertar me encontraba en una choza cerrada en la que apenas entraba algún rayo de luz. Estaba desnudo en una hamaca. Quise incorporarme para buscar mis vestimentas, pero una voz me retuvo.

La faafaigofie. Easy.

Mi vista se empezó a acostumbrar a esta cuasi oscuridad y pronto divisé unas manos que me ofrecían comida servida en una hoja de palma a modo de plato y agua de coco. Bebí y comí un poco, pero me encontraba ardiendo de fiebre, por lo que no puse seguir ingiriendo alimentos y me volví a dormir. Con los pasos de los días mejoré y, finalmente, al quinto día pude dar mi primer paseo fuera de la cabaña usando a mi protectora de muleta. Esa misma noche consumamos nuestra relación, pese a no conocer siquiera el nombre de mi rescatadora.

naufrago
Imagen: Sara Lew.

Al día siguiente, me llevó ante su padre. Ahí se encontraba otro náufrago que llevaba años viviendo en la isla y que me sirvió de traductor. Estaban dispuestos a acogerme en la isla a condición de que me casase con la hija del jefe, mi misteriosa amiga, y que los ayudase a luchar contra otros isleños con los que tenían una larga pugna y que solían hacer desembarcos piratas para llevarse mujeres y comida, amén de matar hombres. Con la ayuda de Peter aprendí el idioma. Tras verificar la isla concluí que el mejor punto para presentar batalla sería el bosque que mediaba desde la playa hasta la aldea. Tenía mucha vegetación y sería fácil cavar trampas, así como esconder algunos cuantos hombres que lanzasen sus dardos envenados y huyesen para atraer al enemigo a una trampa donde los rodearíamos y destruiríamos.

Pasaron más de dos años sin que hubiese noticias de los agresores. De mi unión con Taranga nacieron un niño y una niña. Finalmente, un día el vigía anunció que varias decenas de canoas se aproximaban. Los niños, las mujeres y los ancianos se retiraron a una cueva secreta de la montaña sagrada. El plan salió a la perfección y aplastamos a nuestros enemigos. Nuestras bajas fueron mínimas, pero entre los fallecidos tuvimos que lamentar la muerte de mi suegro el gran Tinah. Eso me convirtió en el rey de la isla. Poco a poco conseguí invadir otras islas. De forma que, al cabo de unos años, ya controlaba todo el archipiélago. Sin embargo, tenía una última prueba que pasar. Sabía que tarde o temprano llegarían navegaciones europeas ansiosas de apoderarse de la isla. Tenía que buscar una forma de impedir la invasión sin el uso de la fuerza ya que, al no disponer de armas de fuego, no podría plantar cara.

naufragio
Imagen: Dribbble.

Busqué en toda la isla y no encontré riqueza alguna salvo los árboles de frutas. La suerte quiso que el primer barco en costear estas islas fuera británico. El plan a seguir fue muy sencillo. Cerca de la playa borramos toda huella de presencia humana para que los foráneos entraran con confianza a reconocer la isla. Como pensé, tan sólo mandaron unos pocos hombres que acabaron cayendo en una trampa con una red. Era imprescindible no matar a nadie. Liberamos a un par de ellos para que fueran por el capitán con la promesa de que se respetaría la vida del resto. El capitán de la fragata era un hombre taimado. Había que tratarlo bien y averiguar qué era lo que quería.

Mi propuesta era muy sencilla. Convertir el archipiélago en un protectorado británico donde las naves pudiesen repostar en sus expediciones a cambio de que se me reconociese mi título de rey, nombrándome Gobernador vitalicio de la isla. Sin embargo, el capitán deseaba ser proclamado el descubridor de esas islas y mi presencia entorpecía mi deseo. El problema se resolvió adoptando el nombre que los nativos me habían dado. El tratado incluía la posibilidad de intercambios comerciales y la obligación de los británicos de defendernos de otros rivales. A partir de ese día todo fue dicha en mi vida personal y en la isla.

—¿A ése qué le pasa que sonríe como idiota? –preguntó la enfermera.
—Nada, es uno de esos hikikomoris que se ha vuelto loco de tanto jugar videojuegos.


También te puede interesar: La muerte de un revolucionario.

Los “obreros de la historia”

Lectura: 5 minutos

En un encuentro académico en San Cristóbal de las Casas se demostró sin lugar a dudas y dentro del más riguroso marco científico que el periodismo no es el pariente pobre de la historia y que los periodistas, en ocasiones sin querer y en otras a pesar nuestro, jugamos un papel importante para el conocimiento de las sociedades.

De casi cien trabajos a cual más sugerente –entre ellos el postulado de Benito Juárez para “hacer la guerra con la pluma” o la convicción de Ángel Pola de que el periodista es un “obrero de la historia”–, hoy rescato para mis lectores la nunca antes conocida –y no por increíble menos verídica– historia del sin lugar a dudas más extraordinario y singular de los periodistas mexicanos: Romualdo Moguel Orantes, conocido en su natal Chiapas como don Ruma, nacido el 16 de agosto de 1881 en el pueblo de Jiquipilas y falleció el 16 de julio de 1956 en Tuxtla Gutiérrez.

Sarelly Martínez y José Luis Castro han investigado la vida y la obra de este personaje quien además escribió bajo el seudónimo de “El Príncipe del Dolor”.

don ruma
Romualdo Moguel Orantes, periodista mexicano (Imagen: Chiapas Paralelo).

Encontramos en su vida y su obra un retrato de la psicología del periodista sin recurrir a la teoría del conocimiento, a la semiología o al abultado portafolio de la sociología de la comunicación.

De 1920 a 1956, don Ruma escribió, editó y distribuyó su propio periódico, La Nueva Estrella de Oriente, mejor conocido como La Estrellita. En esto no se diferenció de muchos otros que decidieron echarse a espaldas todo el ciclo de producción cuando las circunstancias económicas, y particularmente las políticas, inhibían el libre ejercicio de la profesión.

Y vaya que don Ruma tuvo éxito. Al día de hoy su nombre se recuerda en certámenes, engalana a clubes de la pluma y es sinónimo de valentía y honradez. “Es el paladín de los periodistas chiapanecos”, dice en su trabajo Sarelly Martínez.

José Luis Castro recuperó la descripción que de don Ruma hizo el escritor Gustavo Montiel: “Era un hombre de aspecto distinguido y modales elegantes; vestía impecable traje claro de dril, camisa limpia, chaleco y corbata; siempre andaba con sombrero y usaba un bastón, que portaba con gran desenvoltura; piel blanca, esbelto, delgado, alto y erguido; barba negra y larga, al estilo del siglo pasado, andar rápido y con paso firme, parecía un respetable rabino judío”.

¿Qué lo distinguió de otros aguerridos y comprometidos informadores? Ni más ni menos que durante 36 años don Ruma circuló con regularidad entre los lectores chiapanecos el único periódico manuscrito de que se tenga noticia. ¡Ése es compromiso y no fregaderas!

Romualdo Moguel Orantes
Imagen: Ultimátum Chiapas.

“Su actividad, llevada a cabo con constancia, obsesión y mucho de locura, fue apreciada en su tiempo y hoy una asociación de poetas lleva su nombre. Si se revisan sus textos, sin embargo, nos encontramos con párrafos ilegibles, con desconocimiento de la gramática y la ortografía. Sus defensores señalan que don Ruma construía esos párrafos para mostrar su rebeldía al sistema político mexicano”, dice Martínez.

A los 20 años, Romualdo emigró a la Ciudad de México, en donde fundó su propio periódico, Diario de un Tuxtleco, en 1911. Fue huésped de La Castañeda. Regresó a Chiapas y emprendió varios negocios. En 1921 contendió por la Presidencia Municipal de Tuxtla y es entonces cuando establece, como órgano de campaña, La Estrellita. Pierde la elección. Persiste y, con su propio partido, el “Filosófico político”, disputa la senaduría, aunque también sin éxito.

“Después de su derrota […] decide dedicar su vida a exhibir a los políticos corruptos, y esto lo lleva a cabo con la edición manuscrita de su periódico, ya que no tenía los recursos para costear la impresión. Aunque se dedicó al periodismo con fervor, le confesó a Marcelina Galindo Arce que lo que en realidad quería ser era Presidente de la República, pues se consideraba un hombre honrado”, nos dicen los investigadores.

La Nueva Estrella de Oriente era impreso en el papel que tuviera a la mano su editor: podía ser papel periódico, estraza, bond, de china, pero el que prefería don Ruma era el cebolla. Sus dimensiones y el número de sus columnas también eran muy variables, aunque por lo general era de 22 por 34 centímetros. Eso dependía del tino de don Ruma para recortar el papel y su humor para dividir el pliego en columnas.

periodico de don ruma
Imagen: Chiapas Paralelo.

Hay ejemplares de diez columnas y otros de una sola. Sus páginas no rebasaban una plana. En eso era ortodoxo. El tiraje podía ser de 15 a 100 ejemplares y sus ediciones fueron aleatorias: cuando sentía que así lo ameritaban los acontecimientos y sus pensamientos, sacaba números extraordinarios al mediodía y por la tarde.

Romualdo escribía un original con una cantidad de copias al carbón y la distribución la llevaba a cabo él mismo. Iba al Palacio de Gobierno, Presidencia Municipal, Alameda, hoteles, refresquerías y casas particulares. Sus destinatarios eran reacios a aceptar La Estrellita. Por eso, con comedimiento tiraba la hoja manuscrita a los pies del potencial lector al tiempo que gritaba: “¡La calavera!” 

De 1922 a 1950, La Nueva Estrella de Oriente se repartió gratuitamente. Después impuso el precio de cinco centavos, con el agregado de que el editor lo leía a los compradores.

No faltó entonces quien comparara a don Ruma con un Quijote chiapaneco, pues como el de La Mancha, éste había perdido la razón. Mas igual que aquél, llamó la atención de sus contemporáneos. Enrique Aguilera Gómez, Santiago Serrano, Héctor Cortés Mandujano, Rosario Castellanos y Carlos Ruiseñor Esquinca, escribieron sobre el personaje.

Yo, por mi parte, creo que la carrera de Romualdo Moguel confirma que de médico, periodista y loco todos tenemos un poco. Y que más vale ser un orate limpio y luchador, que un cuerdo facineroso.

Creo que Sarelly y José Luis coincidirían en esto conmigo. Les voy a preguntar.

Juego de ojos.

También te puede interesar: El Volcán Solitario.

Aquí nomás, ¡robándome a la muchacha!

Lectura: 6 minutos

No recuerdo el nombre de la película (mexicana), pero en ella el maloso de malolandia se robaba a caballo tendido a la muchacha de la hacienda, guapa ella, honesta, hija de buena familia, virginal e inocente, no para pedir un rescate millonario como hoy se acostumbra (secuestro), sino por su “harto enamoramiento” y para “hacerla suya” (título de propiedad no incluido) y así vivir felices para siempre.

Esto hoy nos parece aberrante y hasta suena a broma, sin embargo, en nuestro país robarse a la muchacha llegó a ser –e increíblemente todavía lo es, sobre todo en el narcomundo– una práctica común. Con esto se tipificó al bandido-héroe que, sobreponiéndose a su vapuleado destino y complejo de inferioridad, hacía justicia por su propia mano y terminaba ganando, entre otras cosas, el trofeo mayor: la flor más bella del ejido.

rapto de la mujer
“El rapto”, Lucio López Rey, 1942.

Aunque parezcan sinónimos, rapto y secuestro tienen una línea divisoria. Mientras ambas son la privación de la libertad de una persona contra su voluntad, el rapto implica una intención deshonesta o sexual (contra la mujer en específico), en tanto el propósito del secuestro, cometido asexualmente, es económico o hasta político. Por eso se pueden secuestrar no sólo personas, sino también trenes o aviones, con los que la verdad sea dicha es difícil tener sexo.

Por supuesto en aquel tiempo de romanticismo ranchero salvaje, robarse a la muchacha, aunque haya sido deporte nacional, era un delito, mas no siempre se castigó de la misma manera. Si en la colonia no fue sólo una fechoría civil, sino un delito contra el Rey y la Iglesia que se castigaba con la pena de muerte en automático, no así durante el siglo XIX, donde el rapto perdió su gravedad y las sanciones dejaron de ser públicas, para cambiarlas por tiempo en cárcel, la mayor de las veces con penas cortas.

rapto de la novia
Fuente: Wikipedia.

El primer Código Civil mexicano que se redactó fue en 1870. En él robarse a la nena más bonita de la kermesse se veía sólo como “un impedimento para contraer matrimonio, mientras la mujer no fuera restituida a un lugar seguro, donde libremente manifestara su voluntad de casarse o no con su raptor”. Se establecía que “el rapto de una mujer contra su voluntad y con fines deshonestos, debía ser castigado con una pena temporal y sería impuesta si la raptada tenía menos de doce años, por no ser considerada muy pequeña. El rapto de una mujer virgen que fuera menor de veintitrés años, pero mayor de doce años, era castigado con la pena de prisión mínima”, que podía ser hasta de cuatro años con multa de entre cincuenta a quinientos pesos.

Sólo se daba cadena perpetua cuando el malandrín se negara a decir el paradero de la damisela, o que de plano la susodicha desapareciera por completo o muriera. Ahora bien, con el sólo hecho de que el raptador manifestara ante la autoridad su “sana” intención de casarse con la joven, y ella estuviera de acuerdo, el acusado quedaba en libertad. Otra manera de evitar la cárcel era soltando el bendito billete: “ya fuera dotando a la ofendida si fuera soltera o viuda, o reconociendo a la prole si es que la hubiera y si la calidad del ofensor lo permitía, y si esto era posible tenia que mantener a los hijos”, lo que a la larga resultaba mal negocio, pues no tardaban en caer la abuela, los tíos y los sobrinos.

rapto de las sabinas
“El rapto de las sabinas”, Francisco Padilla, 1874.

El rapto como asunto legal tuvo muchos matices y recovecos, ya que en ocasiones la joven estaba de acuerdo a ser “robada”, o quizás su esposo o los hermanos de ésta incitaron al galán a que por favor se la llevara. Se dan casos con los que más de una película, novela o historieta se han hecho. Por lo mismo la ley mexicana desde entonces jaló parejo y tanto culpable como cómplices o encubridores cargaban con las mismas sentencias.

Ahora bien, en su artículo 187, el Código Penal de 1872, estipula que: Si el raptor daba su primera declaración y al momento de su captura no había entregado a la mujer raptada ni dicho donde la tenía, se agravaba la pena a un mes más de prisión por cada día que el detenido tardara en entregarla. Si no lo había hecho para cuando se dictaba la sentencia, la pena se agravaría en lugar de un mes a dos meses más de prisión. Si el raptor se casaba con la mujer raptada no se podía proceder criminalmente en su contra, ni de los cómplices por el delito de rapto, por lo menos no hasta que se declarara nulo el matrimonio. Podían denunciar el rapto, la mujer misma, su esposo, si ésta fuera casada, sus padres o sus abuelos o tutores”. Los queridos “padrinos” (curas) nunca se mencionaron.

Rugendas, rapto de la novia
“El rapto de la cautiva”, Rugendas, 1845 (Fuente: Arqueología e Historia).

Mientras tanto, en provincia las cosas se daban más lentas, como lo vemos en Jalisco, donde se dio el primer código penal hasta finales de los ochenta del siglo XIX. En él existían delitos intencionales y de culpa, un concepto un tanto inocentón, si se toma en cuenta que para el primero el canalla debía aceptar que de antemano ya estaba pensando en ratearse a la chiquilla. Entonces la pena entraba a una “estimación” según el juez. Si se comprobaba el delito, éste era castigado de manera leve o grave, según las causas, siendo éstas: “Cometer un delito contra una persona sin considerar su edad avanzada o su sexo (una mujer), cometerlo a propósito y por la noche, en despoblado, o en un lugar solitario, emplear la astucia o un disfraz, aprovechar el cargo que tuviera el delincuente para cometer el crimen, hacer uso de armas, ser una persona instruida, tener antecedentes de malas costumbres, ser sacerdote o ministro, tener algún parentesco con el ofendido, utilizar engaños, cometer el delito en la casa del ofendido, el abuso de confianza, obligar a otro a cometer el delito, etcétera” (Código Penal, 1885: 6). Cuestión de imaginarse al cura disfrazado de dragón, robándose en despoblado a la hija del boticario a la mitad de una noche tapatía.

Es curioso ver que conforme pasa el tiempo, el rapto de chamacas en el Código Penal de Jalisco se encripta dentro de los delitos “contra la familia, la moral pública y las buenas costumbres”, donde además se daban específicamente las características que debía tener el raptor: “Comete rapto el que contra la voluntad de una mujer se apodera de ella y se la lleva por medio de la violencia física o moral, del engaño o de la seducción, para satisfacer un deseo torpe o para casarse”. ¡Wow!, definitivamente al bribón no se le daba mucho campo de acción, pues entre sus imbéciles intentonas en satisfacer sus “torpes deseos” le quedaba sólo una salida: casarse, lo que hoy en día las nuevas generaciones lo tomarían como un verdadero suicidio.

rapto de la mujer
“El rapto de Proserpina”, Alessandro Allori, 1570 (Fuente: Wikimedia).

Increíble es que hasta 1923 en las leyes jalisquillas se hicieron “ligeros” cambios en lo concerniente a nuestro tema, cuando decidieron que el robo de damiselas fuera un delito privado que sólo afectaba “las buenas costumbres de la sociedad”, sin tomar en cuenta que la familia era la más afectada, ya que se manchaba para siempre el honor de sus mujeres al prescribir en la misma ley con todas sus letras que para que se castigara el delito debía existir una “cúpula carnal”. ¡Uff¡, todos tras la pianola, por favor.

Sería hasta 1933 que en Jalisco cambiaron las penas por rapto de cuatro años y multa de quinientos pesos a dieciocho años y los mismos quinientos pesos, si bien se abrieron nuevos panoramas demenciales, pues entonces había que tomar en cuenta, por ejemplo, situaciones como un hermano raptándose a la hermana e invitando a la fiesta al cura disfrazado de dragón.

Aguafuerte de Goya
“Aguafuerte de Goya” de la serie “Los Desastres de la Guerra”, titulado “No quieren” (Fuente: El País).

En fin, como siempre y sin duda, lo más espeluznante de todo es la visión de cómo, a través del tiempo y de un delito atroz, la mujer va tomando calidad de “propiedad”. Si en los siglos XVII y XVIII el rapto de una mujer era un delitoque se castigaba con la pena de muerte, en el siglo XIX la misma injuria toma, ¡en el código penal!, carácter de “apoderamiento”.

Lo peor de todo es que dentro de las leyes mexicanas, desde 1885 hasta 1933, el robo de muchachas no tuvo mayor cambio, más que en el tema de que tendría que suceder una “cúpula carnal” para que se castigara. Quiero ver al leguleyo ministerial haciendo la prueba para comprobar esto…

En fin, ahora les toca a ellas robarnos.

*Todo el entrecomillado de este texto se encuentra en: http://www.publicaciones.cucsh.udg.mx/pperiod/estsoc/pdf/estsoc_07/estsoc07_103-131.pdf


También puede interesarte: La vida es color.